Abierto hasta el amanecer: funcionarios y bibliotecas

 

En los últimos tiempos en que la transparencia se impone al menos de boquilla mucho más allá de las pasarelas de moda: es intrigante como la opacidad se mantiene cuando se aborda el tema de los televidentes que disponen de un audímetro en su hogar. Según cuentan (pero vete tú a saber si es cierto) el periódico ‘ABC’ filtró hace unos años el listado de domicilios con audímetros de nuestro país y eso motivó que tuvieran que cambiarlo por completo. El caso es que en un reciente artículo de ‘El Mundo’ sobre el asunto ninguno de los entrevistados ha querido salir del anonimato.

 

La inquietante pregunta con que reciben los audímetros al que  se sienta en el sofá a ver la tele.  ¿Miden las audiencias televisivas o es una forma de jugar a la güija?

 

Es comprensible dado el sesgo de los programas que suelen copar los primeros puestos en los rankings de audiencia. Pero no deberían sentir vergüenza alguna: también cada cuatro años, tengamos o no audímetros, acudimos a las urnas y nadie se responsabiliza de los desaguisados que cometen los que hemos votado. En este blog también tenemos audímetros: se llaman estadísticas de WordPress. No vamos a negar que las seguimos: pero, con todos los respetos, no alteran nuestra parrilla. En la reciente serie de El ángel exterminador bibliotecario la acogida de su episodio piloto importó muy poco a la hora de decidir si se continuaba o se clausuraba: dio para cinco episodios y cinco episodios publicamos. Pero es más, es que ahora empezamos con los spin off.

En este blog no le tenemos miedo a los datos de audiencia: he aquí el top del audímetro de los últimos meses

 

Allá por los 90, Michael Haneke, dirigió una adaptación de la novela ‘El castillo’ de Kafka. La burocracia en todo su absurdo.

Abierto hasta el amanecer: funcionarios y bibliotecas es un spin off de El ángel exterminador bibliotecario. ¿Era necesario? ¿no estaban ya todas las tramas cerradas? Ni mucho menos. Si en la biblioteca donde se desarrollaba la trama encerrábamos juntos y revueltos a indigentes y pudientes, frikis y hipsters, letraheridos y amantes de los best sellers, millenialls y séniorspara luego, en un giro cruel de la trama que rozaba lo gore, desproveerlos de cualquier tecnología digital: nos faltaban los bibliotecarios. Y a ellos va dedicado este spin off.

Cualquier bibliotecario al que un exceso de MARC 21, CDU o indicadores de calidad no haya atrofiado el instinto: actuaría cual vampiro abandonando las catacumbas de proceso técnico para nutrirse de tanta yugular rebosante de inquietudes culturales retenida en la biblioteca. Lo imaginamos como un cruce entre True blood (con toques de Abierto al amanecer: la peli de vampiros tarantinianos) y The librarians, aunque por ponerle una impronta patria, añadiríamos algunas gotas de El Ministerio del Tiempo: por lo bien que ha venido a la BNE para promocionar sus fondos en la red, pero sobre todo, por escenas como la siguiente:

 

 

Apestan a un rancio que tira de espaldas los chistes machistas, los de tartajas, los de mariquitas, los de un inglés, un alemán, un francés y un español que van en un avión; y hasta puede que se agote (¿?) el humor cuñao: pero lo que no parece que se pueda agotar nunca son los chistes sobre funcionarios. Cada profesión lleva su sambenito a cuestas, y en muchos casos, con numerosos especímenes que se obstinan en reforzarlo en su día a día laboral.

Las diferentes administraciones vienen insistiendo mucho últimamente en la recuperación de las ofertas de empleo público que estos años de crisis congelaron. ¿Tendrán en cuenta en esas ofertas a las bibliotecas públicas? Según el diario económico digital ‘Libre Mercado’ las comunidades autónomas tienen 43.000 empleados públicos más que antes de la crisis. Puede que nuestra percepción sea algo tendenciosa, pero este incremento, no habrá sido en lo que a plantillas de bibliotecas públicas se refiere.

 

Una simpática comedia sobre una funcionaria del INEM (Ana Belén) y un parado (Eduard Fernández) que intentan mejorar sus vidas. El estereotipo funcionarial se cumple escrupulosamente también en este caso.

Interino (2014) de Javier Iribarren: probablemente una de las pocas novelas centrada en las desventuras de un aspirante a funcionario.

 

Entre los despidos de personal interino, la amortización de plazas, la falta de reemplazo de personal jubilado o en situación de baja y, por supuesto, el cese de contratos y convocatorias de becas de formación (que en realidad venían a parchear las carencias de personal): la mayoría de las bibliotecas públicas de nuestro país (las que han sobrevivido, como señalaba el blog de la empresa Baratz: se han perdido 226 bibliotecas desde el 2007): atienden sus servicios como buenamente pueden. Pero claro está que en un medio como ‘Libre Mercado’ (del grupo ‘Libertad Digital’) señalar a la administración y a los empleados públicos como rémoras para el progreso de un país: forma parte del ADN de su linea editorial.

Nada que objetar, cada uno defiende la visión de sociedad y gobierno en la que cree, pero  sin entrar en cómo debería, o no, ser nuestra organización administrativa: lo cierto es que cuanto más eficiente, ágil, cualificada y competente sea: mejor para la sociedad a la que sirve. Pero el desprecio a la figura del funcionario viene de lejos. En la película y álbum en el que el irreductible galo creación de Goscinny y Uderzo emulaba los doce trabajos de Hércules (Las doce pruebas de Astérix) se incluía como una de las pruebas titánicas su enfrentamiento con la administración y con los funcionarios como representantes de la misma. Y esto era en un producto infantil francés allá por los 70: ¿tan poco han cambiado las cosas?

 

Astérix y Obélix ni con toda la poción mágica del mundo consiguen que dos funcionarias dejen de hablar de sus cosas y cumplan con su trabajo: el estereotipo marcado a fuego desde la infancia.

 

Ciudad de barro de Milan Hulsing: un estupendo relato en viñetas de la corrupción de la burocracia egipcia a través de la vida de un funcionario del gobierno de Mubarak.

¿Seguirán las administraciones autonómicas con convocatorias como la que ha lanzado la  Administración Central para cubrir 70 plazas de Ayudantes de Archivos, Bibliotecas y Museos para los departamentos ministeriales? ¿o seguirán dejando languidecer de inanición a las plantillas? Si el funcionariado ha envejecido durante esta crisis, y la ausencia de salidas laborales para la profesión ha hecho que la demanda por los estudios de Biblioteconomía amenace con la supresión de los estudios en más de una universidad española (a semejanza de como hace décadas pasó en los Estados Unidos): ¿no estaremos asistiendo a una especie en extinción?: el bibliotecario funcionario.

A ver extinguirnos, laboralmente en este caso, nos extinguiremos todos cuando se impongan los robots, pero mientras tanto: ¿no sería más inteligente reforzar a los empleados públicos para así disponer de un sector público (más grande o pequeño: ahí no entramos) potente que haga ganar en eficacia y calidad al Estado? ¿No deberían ser los funcionarios los aristócratas entre los trabajadores? Ahora si lo dejáramos aquí empezarían a caernos pedradas digitales por todos lados.

 

Maticemos un poco esto último. Aristócratas no por privilegios, ni muchísimo menos sueldo (eso es obvio), ni prebendas. En las sociedades pre-industriales el único colectivo que tenía asegurada la supervivencia y por lo tanto podía entregarse a cultivarse (o a la decadencia, pero esto, en este caso, queda excluido). era la aristocracia. Una vez obtenida la seguridad laboral una función pública que realmente persiguiera la excelencia debería promover la formación continuada, la motivación, y el perfeccionamiento de unos trabajadores altamente cualificados.

Los empleados públicos son los Doctor Jekyll and Mr. Hyde del mundo laboral: privilegiados para unos y pringados para otros. Mucho se habla de incentivar a los funcionarios pero, en muchas ocasiones, lo que se perpetúa es una mediocracia (y no nos referimos al poder de los medios sino al de la mediocridad) que desmotiva para implicarse en dar un buen servicio público más allá del prurito de responsabilidad personal de cada uno.

 

Alaska como funcionaria que da rienda suelta a toda su frustración laboral gracias a la moto sierra.

 

De nuevo ‘Libre Mercado’ (ya decíamos que uno de sus obsesiones son los empleados públicos) abordaba el mundo funcionarial hace unos meses para, por supuesto, incidir en lo privilegiados que son los funcionarios españoles que, según sostenía, tienen los sueldos más altos en comparación a otros países europeos. Pero al menos, entre los datos que aportaba para volver a ponerlos en la picota, reconocía que su nivel formativo era de los más altos de Europa: algo que no se traducía en mayores sueldos, ni posibilidades de promoción debido a que muchos de los puestos que podrían suponer un reconocimiento a sus esfuerzos estaban asignados con criterios políticos y no profesionales. También hacía referencia a la escasa valoración que los ciudadanos hacen del funcionariado: algo en lo que, sin duda, no influyen para nada el tipo de artículos que la publicación dedica a los servidores públicos periódicamente.

 

[Vídeo del Instagram de la Biblioteca Regional de Murcia que demuestra, al menos de boquilla, que la profesión bibliotecaria cotiza al alza entre algunos personajes de la cultura.]

 

 

El artículo no entraba a valorar grupos profesionales dentro del sector público pero, de haberlo hecho, es dudoso que se hubieran detenido en los bibliotecarios. Las bibliotecas públicas no son unidades administrativas cercanas al poder; su personal, sobre todo en el ámbito municipal, proviene en muchos casos de cuerpos funcionariales que nada tienen que ver con la profesión. De trabajadores pertenecientes a cuerpos generales de la Administración reconvertidos en bibliotecarios accidentales están las bibliotecas municipales llenas.

También se da la tendencia de convertirlas en cementerios de elefantes para funcionarios rebotados, desoficiados, de vuelta de todo y molestos en otras unidades cuya única solución pasa porque se jubilen. Que la solución, en muchos casos, para un funcionario que no cumple con sus obligaciones sea esperar a que se jubile, es además de triste, un síntoma de que algo huele a podrido en las administraciones.

Pero volviendo a las bibliotecas como cementerios de elefantes funcionarios: de ahí lo de Abierto hasta el amanecer: porque esa es la idea que muchos responsables políticos tienen sobre la mejora del servicio en las bibliotecas públicas: abrirlas las 24 horas como salas de estudio. Y para ese viaje no hacen falta alforjas profesionales.

 

Rufus Wainwright y Helena Bonham Carter ataviados como bibliotecarias ‘comme il faut’ para el vídeo de Out of Game.

 

Pero dado que cada vez que analizan desde algún medio, sobre todo de ideología liberal, a la administración se mira siempre hacia países como Suecia o Finlandia por sus administraciones eficientes y de calidad. Nosotros también miraremos fuera, no tanto para desmerecer lo que tenemos aquí, sino para fijarnos en lo que se podría mejorar.

Recientemente en el diario digital ‘Governing’ que trata sobre asuntos de gobierno y administración en los Estados Unidos, el analista Howard Risher, publicaba un artículo en en el que analiza las enseñanzas que para mejorar el sector público se podían copiar del exitoso programa Peak Performance que la ciudad de Denver había puesto en funcionamiento en 2011 para «hacer que el gobierno sea divertido (sic), innovador y empoderar a ciudadanos y empleados». Gobernar de forma divertida, así traducido, convengamos en que suena un poco inquietante. Pero las conclusiones a las que llega Risher al repasar los logros del plan puesto en práctica en Denver se resumen en algo que, no por ya dicho, deja de resultar muy razonable:

«asignar objetivos a un grupo de trabajo haciéndoles comprender los motivos y las limitaciones. Y para ello es básico que los responsables aprendan a delegar, a ceder el control. De este modo las administraciones se benefician cuando sus trabajadores saben que están facultados y se confía en ellos para resolver los problemas.»

En el fondo todos seguimos siendo como niños a la espera de una palmadita en la espalda que nos haga saber lo bien que lo hacemos y cuánto se nos aprecia.

 

Patty y Selma las cuñadas funcionarias de Homer Simpson fumando en la oficina.

 

Reconocimiento en una palabra, y que ese reconocimiento, se traduzca en mejoras de las condiciones del puesto de trabajo y en la posibilidad de progresar por méritos propios. Tal vez si se aplicase estas simples recetas no había que acudir a razones seudoreligiosas ni vocacionales, como exponía un artículo traducido en Universo Abierto sobre las mentiras que se cuentan los bibliotecarios a sí mismos para, pese a todos los sinsabores, seguir sacrificándose por la cultura y las bibliotecas. Y así ningún funcionario haría suyo el estribillo que cantaban las Vainica Doble en su tema La funcionaria: «yo no sé porque hice esta oposición, en vez de estudiar corte y confección«.

 

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About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

3 comentarios en “Abierto hasta el amanecer: funcionarios y bibliotecas

    • Muchas gracias Lucía. Como laboral indefinida te resultarán igual de familiares las situaciones que se plantean en el post. Hay mucho que mejorar y cambiar en los servicios públicos y así se conseguiría que cambiase también la percepción de los mismos en la sociedad.

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