Om namah shivaya: mantras de biblioteca

 

Antes de leer este post se recomienda escuchar el siguiente vídeo (perdón por dejar fuera la voz original de Max von Sydow pero no queríamos que el nivel de inglés de cada uno interfiriera en la hipnosis).

 

 

El póster de la película Europa (1991): la silueta de un hombre corriendo sobre un reloj. Pareciera más hablar de nuestro tiempo que de la posguerra alemana en que se sitúa la trama.

Llegados a 10 no sabemos si habremos logrado el efecto deseado. Esa Europa a la que nos llevaba el prólogo de la película del venerado/odiado Lars von Trier: no era un lugar físico, pese a estar ambientada en la Alemania post-nazi: era un estado mental. Una suerte de hipnosis a la que pretendía inducirnos el cineasta danés, un sueño, otra dimensión. Y eso pretende, muy desmedidamente, este post.

Que por unos minutos (los que se tarde en leerlo) consigas inhibirte del hecho de que estás en Internet. No tienes porqué hacer clic compulsivamente. Puedes quedarte un rato en este blog de posts taaaaan largos que, a veces, da la impresión de haberse quedado a vivir en ellos. Puedes tomarte tu tiempo, para leerlo o no, pero en todo caso para acompasar tus pulsaciones a un ritmo más pausado, a una cadencia impuesta por ti y no por esos algoritmos que contabilizan cada una de nuestras huellas en la red.

Hace unos meses dedicábamos dos posts consecutivos a relacionar el ejercicio físico y la lectura. Por un lado recomendábamos lecturas por grupos musculares, para después, reclamar la inclusión de clases de pilates literario, zumba poética o body book en las ofertas de los gimnasios. En busca de lo chocante se nos olvidó incluir una disciplina con larga trayectoria en los gimnasios. Afortunadamente ahí están al quite siempre los bibliotecarios estadounidenses para poner remedio.

No es la primera vez que se habla de yoga en bibliotecas. De hecho el yoga por su vertiente espiritual y proclive a la relajación y la concentración resulta de lo más afín para la reflexión que debería derivarse de todo consumo cultural provechoso. Y si es con niños aún mejor.

 

Ni método Ferber, ni Estivill: el yoga es lo mejor para inducir el sueño en los más pequeños.

 

El libro de la yogui bibliotecaria Katie Scherrer

La exbibliotecaria infantil y monitora de yoga Katie Scherrer ha unido ambos perfiles (el de bibliotecaria y yogui) en su recién publicado libro: «Historias, canciones y estiramientos: creando cuentos lúdicos con yoga y movimientos».

Scherrer da diversas pautas de lo más interesantes para programar cuenta-cuentos con yoga en bibliotecas. Y para ello parte de una verdad incuestionable: el aprendizaje comienza con el cuerpo: por lo que combinar el aprendizaje de esos movimientos dentro de una sesión de cuenta cuentos puede ser un plan perfecto para asegurarse el interés de los más pequeños.

 

Entre las recomendaciones que da Scherrer:

 

  • Una hora de cuentos de yoga generalmente dura de 30 a 45 minutos
  • Los libros con personajes de animales son particularmente adecuados para su uso porque casi todos los animales imaginables se pueden expresar físicamente a través de una pose de yoga.
  • Los libros que celebran el mundo natural también son idóneos. Muchas posturas de yoga están inspiradas en accidentes geográficos, como la montaña y las posturas de los árboles.
  • Incluir unos minutos de relajación para su grupo es una manera maravillosa de finalizar su sesión de cuentos de yoga.

 

Si los grandes mandamases de Silicon Valley alejan a sus hijos del abuso de la tecnología y han abierto un debate sobre lo perjudicial que esta puede ser para la sociedad tal y como la entendíamos hasta ahora: el yoga parece una excelente opción para compensar el irrefrenable imán que las redes sociales ejercen sobre los más jóvenes. Una manera de que descubran su propio ritmo, el de su respiración, y de que inventen sus propios mantras sin que se los manufacturen los gurús de las multinacionales. Cada uno tiene sus propios mantras interiores practique, o no, el yoga y la meditación: solo se necesita alejarse un poco de tanta feria digital y escucharse a uno mismo para variar.

 

No, no, estamos en la India pero no confundamos las cosas. Bollywood con sus músicas chirriantes y sus bailes locos no pinta nada aquí: pero nuestra vena #bibliobizarra siempre nos pilla desprevenidos.

 

No vamos a imbuirlo del carácter espiritual y litúrgico que tiene el término en su origen: pero las bibliotecas (o los bibliotecarios, que en este caso, viene a ser lo mismo) también tienen sus mantras. Deseos, aspiraciones, plegarias, anhelos que repiten continuamente hasta desgastarlos. Más que para alcanzar el nirvana laboral: para intentar, a fuerza de repetirlos, que calen, convenzan e iluminen al resto de la sociedad sobre la realidad de las bibliotecas. ¿Qué otra cosa hacemos en este blog sino repetir visiones sobre lo que debería ser la biblioteca de nuestro tiempo? En plan fino diríamos que tal cual como en unas variaciones Goldberg sin piano, pero en realidad, se asemeja más bien a la estridencia machacona de los loros.

 

 

MANTRAS PARA LOS POLÍTICOS

 

  • las bibliotecas ganan votos porque pueden dar titulares a lo largo de toda la legislatura: no como esos macroproyectos que son titular para hoy y ruina para mañana, y cuyas facturas, la oposición blandirá en la próxima campaña.
  • lo del pan y circo puede que siga dando sus frutos: pero teniendo las redes sociales, el pueblo ya tiene circo diario, y por mucho que algunos se sigan viendo como César, los romanos hace tiempo que ya no se conforman con pan y quieren que rueden cabezas. Las bibliotecas, pese a los feos que les hacen, siguen teniendo buena prensa, incluso entre los que no las pisan.
  • las bibliotecas son las instituciones más democráticas que existen, los centros culturales de proximidad que pueden ayudar a vertebrar las comunidades y a paliar/compensar la falta de inversión en problemas sociales de integración, exclusión social, desempleo, dependencia, etc…
  • las bibliotecas necesitan bibliotecarios, especialistas, profesionales: igual que los colegios, profesores, y los hospitales, personal sanitario.
  • reforzar la red de bibliotecas no es ampliar los horarios para que sirvan como salas de estudio.

 

 

 

MANTRAS PARA LOS CIUDADANOS

 

  • las bibliotecas no son salas de estudio (el primer mantra dedicado al lobby estudiantil y que lo une, insospechadamente, con los políticos).
  • las bibliotecas son gratuitas, los centros comerciales no.
  • las bibliotecas no son gratuitas, las pagamos todos con nuestros impuestos, así que respeta los bienes públicos que contienen para que otros puedan disfrutarlos igual que tú.
  • Internet puede que te haga sentir autosuficiente para decidir lo que quieres leer, ver, escuchar, descubrir: pero no es cierto. Los algoritmos te están marcando el ritmo. Confía en el criterio de los bibliotecarios: te guste o no lo que te aconsejen, al menos su recomendación no viene patrocinada por ninguna multinacional.
  • el silencio está bien, y el ruido (puntual) también en la biblioteca del siglo XXI.
  • votar a políticos que invierten en bibliotecas es votar a políticos que van a hacer que te ahorres dinero en la educación de tus hijos.

 

 

MANTRAS PARA LOS BIBLIOTECARIOS

 

  • obsesionarte con los indicadores y los subcampos del MARC 21 es como dibujar una diana en tu biblioteca para que impacte el meteorito que extinguió a los dinosaurios.
  • si estás en los 60 «tu época» no fueron los 70, si estás en los 50 «tu época» no fueron los 80, si estás en los 40 «tu época» no fueron los 90… Tu época es el tiempo en el que estás vivo. La nostalgia es un pecado que un profesional de la cultura no se puede permitir (salvo que le saque réditos). Siempre hay nuevos horizontes culturales a los que abrirse. Solo así podrás cumplir tu función de consejero y espolear la curiosidad en tus usuarios.
  • la biblioteca pública tiene como función imperativa acoger todas las manifestaciones culturales minoritarias que la lógica del mercado empuja a los suburbios del mercado.
  • si padeces fobia social vete a terapia: ahora más que nunca la interacción con tus usuarios es básica para compensar el aislamiento al que nos abocan las pantallas.
  • los bibliotecarios no son médicos ni controladores aéreos: relájate, experimenta sin red, el tortazo no será tan grave.
  • vives con un pie en la galaxia Gutenberg y con el otro en la galaxia digital y esa perspectiva juega a tu favor frente a los que nacieron bajo el signo del byte.

 

 

MANTRAS PARA ESTE BLOG

 

  • hay que hacer los posts más cortos, hay que hacer los posts más cortos, hay que hacer los posts más cortos, hay que hacer los posts más cortos….Ommmmmm
  • hay que hacer más caso a las advertencias SEO de WordPress y a las recomendaciones de cómo hay que publicar en Internet

 

Sin desmerecer al resto: la mejor fusión rock occidental+música hindú.

 

Lo cierto es que la mayoría de mantras que hemos creado serían imposibles de convertir en un único sonido, en una palabra o en frases fáciles de repetir en bucle, tal y como se definen los mantras: pero lo que importa es el espíritu, no tanto la letra, y que cada uno las interiorice (si acaso quiere hacerlo) como mejor le venga en gana.

Pero terminemos volviendo al estado de paz y sosiego al que aspirábamos al principio. La fascinación por la espiritualidad hindú ha soplado sobre Occidente durante varios periodos históricos: pero no fue hasta la década de los 60, del pasado siglo, cuando cuajó gracias a los músicos occidentales que la hicieron suya en un acto que hoy día sería acusado de apropiacionismo cultural. En fin…(al hilo de esto un mantra que se nos olvidaba: huye de lo políticamente correcto, huye de lo políticamente correcto, huye, huye).

 

Nina Hagen en su época hindú dándolo todo como siempre.

 

The Beatles, The Byrds, The Kinks, The Rolling Stones, Ry Cooder, Nina Hagen o Tina Turner han sido algunos de los grupos o músicos que han caído bajo el influjo del sonido del sitar. Desde que el mítico Ravi Shankar se aliara con Georges Harrison, la India, pasó a formar parte de la cultura pop para siempre. Y los frutos de ese rico mestizaje, que el virtuoso Shankar promovió por todo el mundo, no se concretaron solo en la música. La cantante, compositora, pianista y actriz Norah Jones; y la, también cantante, compositora e intérprete de sitar Anoushka Shankar: son hijas, de diferentes madres, de Ravi Shankar. Fieles al legado paterno las dos hermanas se unieron para fundir al swing jazzístico de Nora con la profundidad mística del sitar de Anoushka en el tema con que cerramos.

No cabe mejor mantra musical para sentirse fuera del trasiego ansioso de la Red aún estando dentro de ella. Om namah shivaya: abre tus chakras a las bibliotecas.

 

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Abierto hasta el amanecer: funcionarios y bibliotecas

 

En los últimos tiempos en que la transparencia se impone al menos de boquilla mucho más allá de las pasarelas de moda: es intrigante como la opacidad se mantiene cuando se aborda el tema de los televidentes que disponen de un audímetro en su hogar. Según cuentan (pero vete tú a saber si es cierto) el periódico ‘ABC’ filtró hace unos años el listado de domicilios con audímetros de nuestro país y eso motivó que tuvieran que cambiarlo por completo. El caso es que en un reciente artículo de ‘El Mundo’ sobre el asunto ninguno de los entrevistados ha querido salir del anonimato.

 

La inquietante pregunta con que reciben los audímetros al que  se sienta en el sofá a ver la tele.  ¿Miden las audiencias televisivas o es una forma de jugar a la güija?

 

Es comprensible dado el sesgo de los programas que suelen copar los primeros puestos en los rankings de audiencia. Pero no deberían sentir vergüenza alguna: también cada cuatro años, tengamos o no audímetros, acudimos a las urnas y nadie se responsabiliza de los desaguisados que cometen los que hemos votado. En este blog también tenemos audímetros: se llaman estadísticas de WordPress. No vamos a negar que las seguimos: pero, con todos los respetos, no alteran nuestra parrilla. En la reciente serie de El ángel exterminador bibliotecario la acogida de su episodio piloto importó muy poco a la hora de decidir si se continuaba o se clausuraba: dio para cinco episodios y cinco episodios publicamos. Pero es más, es que ahora empezamos con los spin off.

En este blog no le tenemos miedo a los datos de audiencia: he aquí el top del audímetro de los últimos meses

 

Allá por los 90, Michael Haneke, dirigió una adaptación de la novela ‘El castillo’ de Kafka. La burocracia en todo su absurdo.

Abierto hasta el amanecer: funcionarios y bibliotecas es un spin off de El ángel exterminador bibliotecario. ¿Era necesario? ¿no estaban ya todas las tramas cerradas? Ni mucho menos. Si en la biblioteca donde se desarrollaba la trama encerrábamos juntos y revueltos a indigentes y pudientes, frikis y hipsters, letraheridos y amantes de los best sellers, millenialls y séniorspara luego, en un giro cruel de la trama que rozaba lo gore, desproveerlos de cualquier tecnología digital: nos faltaban los bibliotecarios. Y a ellos va dedicado este spin off.

Cualquier bibliotecario al que un exceso de MARC 21, CDU o indicadores de calidad no haya atrofiado el instinto: actuaría cual vampiro abandonando las catacumbas de proceso técnico para nutrirse de tanta yugular rebosante de inquietudes culturales retenida en la biblioteca. Lo imaginamos como un cruce entre True blood (con toques de Abierto al amanecer: la peli de vampiros tarantinianos) y The librarians, aunque por ponerle una impronta patria, añadiríamos algunas gotas de El Ministerio del Tiempo: por lo bien que ha venido a la BNE para promocionar sus fondos en la red, pero sobre todo, por escenas como la siguiente:

 

 

Apestan a un rancio que tira de espaldas los chistes machistas, los de tartajas, los de mariquitas, los de un inglés, un alemán, un francés y un español que van en un avión; y hasta puede que se agote (¿?) el humor cuñao: pero lo que no parece que se pueda agotar nunca son los chistes sobre funcionarios. Cada profesión lleva su sambenito a cuestas, y en muchos casos, con numerosos especímenes que se obstinan en reforzarlo en su día a día laboral.

Las diferentes administraciones vienen insistiendo mucho últimamente en la recuperación de las ofertas de empleo público que estos años de crisis congelaron. ¿Tendrán en cuenta en esas ofertas a las bibliotecas públicas? Según el diario económico digital ‘Libre Mercado’ las comunidades autónomas tienen 43.000 empleados públicos más que antes de la crisis. Puede que nuestra percepción sea algo tendenciosa, pero este incremento, no habrá sido en lo que a plantillas de bibliotecas públicas se refiere.

 

Una simpática comedia sobre una funcionaria del INEM (Ana Belén) y un parado (Eduard Fernández) que intentan mejorar sus vidas. El estereotipo funcionarial se cumple escrupulosamente también en este caso.

Interino (2014) de Javier Iribarren: probablemente una de las pocas novelas centrada en las desventuras de un aspirante a funcionario.

 

Entre los despidos de personal interino, la amortización de plazas, la falta de reemplazo de personal jubilado o en situación de baja y, por supuesto, el cese de contratos y convocatorias de becas de formación (que en realidad venían a parchear las carencias de personal): la mayoría de las bibliotecas públicas de nuestro país (las que han sobrevivido, como señalaba el blog de la empresa Baratz: se han perdido 226 bibliotecas desde el 2007): atienden sus servicios como buenamente pueden. Pero claro está que en un medio como ‘Libre Mercado’ (del grupo ‘Libertad Digital’) señalar a la administración y a los empleados públicos como rémoras para el progreso de un país: forma parte del ADN de su linea editorial.

Nada que objetar, cada uno defiende la visión de sociedad y gobierno en la que cree, pero  sin entrar en cómo debería, o no, ser nuestra organización administrativa: lo cierto es que cuanto más eficiente, ágil, cualificada y competente sea: mejor para la sociedad a la que sirve. Pero el desprecio a la figura del funcionario viene de lejos. En la película y álbum en el que el irreductible galo creación de Goscinny y Uderzo emulaba los doce trabajos de Hércules (Las doce pruebas de Astérix) se incluía como una de las pruebas titánicas su enfrentamiento con la administración y con los funcionarios como representantes de la misma. Y esto era en un producto infantil francés allá por los 70: ¿tan poco han cambiado las cosas?

 

Astérix y Obélix ni con toda la poción mágica del mundo consiguen que dos funcionarias dejen de hablar de sus cosas y cumplan con su trabajo: el estereotipo marcado a fuego desde la infancia.

 

Ciudad de barro de Milan Hulsing: un estupendo relato en viñetas de la corrupción de la burocracia egipcia a través de la vida de un funcionario del gobierno de Mubarak.

¿Seguirán las administraciones autonómicas con convocatorias como la que ha lanzado la  Administración Central para cubrir 70 plazas de Ayudantes de Archivos, Bibliotecas y Museos para los departamentos ministeriales? ¿o seguirán dejando languidecer de inanición a las plantillas? Si el funcionariado ha envejecido durante esta crisis, y la ausencia de salidas laborales para la profesión ha hecho que la demanda por los estudios de Biblioteconomía amenace con la supresión de los estudios en más de una universidad española (a semejanza de como hace décadas pasó en los Estados Unidos): ¿no estaremos asistiendo a una especie en extinción?: el bibliotecario funcionario.

A ver extinguirnos, laboralmente en este caso, nos extinguiremos todos cuando se impongan los robots, pero mientras tanto: ¿no sería más inteligente reforzar a los empleados públicos para así disponer de un sector público (más grande o pequeño: ahí no entramos) potente que haga ganar en eficacia y calidad al Estado? ¿No deberían ser los funcionarios los aristócratas entre los trabajadores? Ahora si lo dejáramos aquí empezarían a caernos pedradas digitales por todos lados.

 

Maticemos un poco esto último. Aristócratas no por privilegios, ni muchísimo menos sueldo (eso es obvio), ni prebendas. En las sociedades pre-industriales el único colectivo que tenía asegurada la supervivencia y por lo tanto podía entregarse a cultivarse (o a la decadencia, pero esto, en este caso, queda excluido). era la aristocracia. Una vez obtenida la seguridad laboral una función pública que realmente persiguiera la excelencia debería promover la formación continuada, la motivación, y el perfeccionamiento de unos trabajadores altamente cualificados.

Los empleados públicos son los Doctor Jekyll and Mr. Hyde del mundo laboral: privilegiados para unos y pringados para otros. Mucho se habla de incentivar a los funcionarios pero, en muchas ocasiones, lo que se perpetúa es una mediocracia (y no nos referimos al poder de los medios sino al de la mediocridad) que desmotiva para implicarse en dar un buen servicio público más allá del prurito de responsabilidad personal de cada uno.

 

Alaska como funcionaria que da rienda suelta a toda su frustración laboral gracias a la moto sierra.

 

De nuevo ‘Libre Mercado’ (ya decíamos que uno de sus obsesiones son los empleados públicos) abordaba el mundo funcionarial hace unos meses para, por supuesto, incidir en lo privilegiados que son los funcionarios españoles que, según sostenía, tienen los sueldos más altos en comparación a otros países europeos. Pero al menos, entre los datos que aportaba para volver a ponerlos en la picota, reconocía que su nivel formativo era de los más altos de Europa: algo que no se traducía en mayores sueldos, ni posibilidades de promoción debido a que muchos de los puestos que podrían suponer un reconocimiento a sus esfuerzos estaban asignados con criterios políticos y no profesionales. También hacía referencia a la escasa valoración que los ciudadanos hacen del funcionariado: algo en lo que, sin duda, no influyen para nada el tipo de artículos que la publicación dedica a los servidores públicos periódicamente.

 

[Vídeo del Instagram de la Biblioteca Regional de Murcia que demuestra, al menos de boquilla, que la profesión bibliotecaria cotiza al alza entre algunos personajes de la cultura.]

 

 

El artículo no entraba a valorar grupos profesionales dentro del sector público pero, de haberlo hecho, es dudoso que se hubieran detenido en los bibliotecarios. Las bibliotecas públicas no son unidades administrativas cercanas al poder; su personal, sobre todo en el ámbito municipal, proviene en muchos casos de cuerpos funcionariales que nada tienen que ver con la profesión. De trabajadores pertenecientes a cuerpos generales de la Administración reconvertidos en bibliotecarios accidentales están las bibliotecas municipales llenas.

También se da la tendencia de convertirlas en cementerios de elefantes para funcionarios rebotados, desoficiados, de vuelta de todo y molestos en otras unidades cuya única solución pasa porque se jubilen. Que la solución, en muchos casos, para un funcionario que no cumple con sus obligaciones sea esperar a que se jubile, es además de triste, un síntoma de que algo huele a podrido en las administraciones.

Pero volviendo a las bibliotecas como cementerios de elefantes funcionarios: de ahí lo de Abierto hasta el amanecer: porque esa es la idea que muchos responsables políticos tienen sobre la mejora del servicio en las bibliotecas públicas: abrirlas las 24 horas como salas de estudio. Y para ese viaje no hacen falta alforjas profesionales.

 

Rufus Wainwright y Helena Bonham Carter ataviados como bibliotecarias ‘comme il faut’ para el vídeo de Out of Game.

 

Pero dado que cada vez que analizan desde algún medio, sobre todo de ideología liberal, a la administración se mira siempre hacia países como Suecia o Finlandia por sus administraciones eficientes y de calidad. Nosotros también miraremos fuera, no tanto para desmerecer lo que tenemos aquí, sino para fijarnos en lo que se podría mejorar.

Recientemente en el diario digital ‘Governing’ que trata sobre asuntos de gobierno y administración en los Estados Unidos, el analista Howard Risher, publicaba un artículo en en el que analiza las enseñanzas que para mejorar el sector público se podían copiar del exitoso programa Peak Performance que la ciudad de Denver había puesto en funcionamiento en 2011 para «hacer que el gobierno sea divertido (sic), innovador y empoderar a ciudadanos y empleados». Gobernar de forma divertida, así traducido, convengamos en que suena un poco inquietante. Pero las conclusiones a las que llega Risher al repasar los logros del plan puesto en práctica en Denver se resumen en algo que, no por ya dicho, deja de resultar muy razonable:

«asignar objetivos a un grupo de trabajo haciéndoles comprender los motivos y las limitaciones. Y para ello es básico que los responsables aprendan a delegar, a ceder el control. De este modo las administraciones se benefician cuando sus trabajadores saben que están facultados y se confía en ellos para resolver los problemas.»

En el fondo todos seguimos siendo como niños a la espera de una palmadita en la espalda que nos haga saber lo bien que lo hacemos y cuánto se nos aprecia.

 

Patty y Selma las cuñadas funcionarias de Homer Simpson fumando en la oficina.

 

Reconocimiento en una palabra, y que ese reconocimiento, se traduzca en mejoras de las condiciones del puesto de trabajo y en la posibilidad de progresar por méritos propios. Tal vez si se aplicase estas simples recetas no había que acudir a razones seudoreligiosas ni vocacionales, como exponía un artículo traducido en Universo Abierto sobre las mentiras que se cuentan los bibliotecarios a sí mismos para, pese a todos los sinsabores, seguir sacrificándose por la cultura y las bibliotecas. Y así ningún funcionario haría suyo el estribillo que cantaban las Vainica Doble en su tema La funcionaria: «yo no sé porque hice esta oposición, en vez de estudiar corte y confección«.

 

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Bibliotecas de género fluido

 

Convertirse en tradición en estos tiempos es algo francamente difícil. Pero que una empresa de embutidos lo haya conseguido habla de una de las estrategias publicitarias más geniales que se han visto jamás de los jamases por estos lares. Desde el 2011 con ese homenaje a los que nos han hecho reír en tiempos difíciles hasta la campaña para la Navidad de 2017 en torno al independentismo: Campofrío (por si acaso advertimos que este blog no tiene sponsor alguno) ha provocado adhesiones, rechazos, y suponemos, que un incremento en las ventas de sus productos.

 

El retrato de Chiquito de la Calzada que aparece en el famoso anuncio de Campofrío.

 

El eslogan de amodio acuñado en el anuncio dirigido por Isabel Coixet para definirnos se ha convertido en trending topic por lo certero que resulta. Amor y odio como señas de identidad: lo malo es cuando bajo esas querencias o repulsas lo único que late, y nos unifica, no es más que el miedo. Miedo al otro, a perder los privilegios, a lo diferente, a la verdad. En una reciente entrevista en El País el director de «The New York Review of Books» (la revista neoyorquina más prestigiosa sobre crítica de libros), Ian Buruma, lo corroboraba en una frase: «el miedo va ganando en un mundo cada vez más polarizado«. Y eso los políticos, y los poderes en la sombra, lo saben perfectamente.

 

Patria de Aramburu será la primera serie que desarrolle la filial de HBO en España. El miedo como eje central de la historia de una novela encumbrada por público y crítica.

 

Dos políticos: Trump y Erdogan lo han dejado claro en los últimos días. La prohibición del mandatario estadounidense a la agencia de salud nacional del uso de palabras como: diversidad, vulnerable, transgénero o expresiones como «con base en la ciencia« no ha hecho más que mostrar su miedo más arraigado: a la verdad. Y la censura implacable a la que está sometiendo el presidente turco a las bibliotecas de su país, con más de 140.000 libros retirados de ellas (entre otros: títulos de Althusser, Camus o Spinoza) no camufla otro miedo que el que siente cualquier régimen totalitario: el temor al conocimiento.

Por eso en este post vamos a repetir cual mantras varias de las palabras prohibidas por Trump para que calen como cala una lluvia fina y persistente. Lo que sea con tal de contravenir a los dos presidentes y defender la libertad de las bibliotecas como refugio para la diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad…

 

Bancos en forma de libros de autores turcos frente al Bósforo en Estambul. ¿Los prohibirá también Erdogan?

 

Como la campaña de los embutidos incluye una web para hacer el test que nos diagnostique cuánto amodio padecemos: empezaremos con la frase de «con base en la ciencia». Concretamente con el estudio sobre psicología social que publica el «European Journal of Social Psychology» llevado a cabo por investigadores de Yale a través del cual se preguntó en línea a 300 residentes en los Estados Unidos sobre cuestiones como: el aborto, los derechos LGTBIQ (en breve harán falta unas siglas para abreviar tanta sigla), el feminismo o la inmigración. La idea era constatar cómo el miedo y la sensación de seguridad afectan al posicionamiento político de los ciudadanos.

«Antes de que lo sepas: las razones inconscientes de que hagamos lo que hacemos»: el libro de John Bargh sobre las motivaciones de nuestro comportamiento.

Antes de someterlos al test se separó en dos grupos a los participantes y se les pidió que imaginaran dos situaciones: poseer el don de volar y ser inmune a cualquier daño físico. Entre el segmento de encuestados que imaginaron poder volar sus variaciones ideológicas a la hora de responder al test no variaron de lo que se esperaba. En cambio, en el grupo que imaginó sentirse inmune a cualquier daño físico: las diferencias en las respuestas entre demócratas y republicanos fueron mínimas y terminaron acercándolos ideológicamente.

Según concluye el psicólogo social John Bargh, que encabeza el equipo de investigadores: es necesario reconocer cuánto influyen motivaciones tan básicas como el miedo y la seguridad en nuestros posicionamientos ideológicos. Los políticos (de cualquier signo lo saben) y nos manipulan apelando a tan potentes sentimientos. Bargh aboga por conocer nuestros impulsos para que nuestras opiniones se basen en el conocimiento y no en sentimientos irracionales. Y para eso ¿dónde acudir? Muy previsible por nuestra parte: a las bibliotecas.

 

 

Sentirnos vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, nos hace manipulables. Tal vez por eso Trump la quiere prohibir. No porque vayamos a dejar de sentirnos vulnerables sino porque seamos conscientes de ello y queramos ponerle remedio. Y de sentirse vulnerable, frágil, desamparado y de cómo superar ese miedo habla el magnífico cómic La levedad de Catherine Meurisse.

El 7 de enero de 2017 Meurisse se despertó tarde, hundida como estaba tras su último fracaso sentimental, y por esa razón llegó tarde a su trabajo como dibujante en el semanario satírico francés «Charlie Hebdo». Por escasos minutos Catherine se libró de la terrible suerte que corrieron sus compañeros a manos de los terroristas: y lo que nos cuenta en La levedad es el proceso que tuvo que seguir durante los meses siguientes para recuperar el equilibrio tras el desastre.

 

 

¿Cómo recuperar la levedad que nos permite vivir sin sentirnos permanentemente en carne viva? ¿cómo superar las secuelas de un hecho traumático?  En las campañas de Campofrío abogan por el humor; y Catherine optó por recurrir a una terapia de choque a base de cultura y belleza para, poco a poco, reanimar un estado de ánimo catatónico que la llevó a viajar hasta Roma en pos de un síndrome de Stendhal que la sanase.

Un auténtico desfribrilador en viñetas que le sirvió a la autora para volver a latir gracias a la cultura; y que reanima a quien lo lee del embotamiento con que nos entumece los sentidos tanta crónica ruidosa del día a día.

 

 

Uno de los collages de la artista expuesto en Francia.

Y precisamente en Francia se está celebrando el cuadragésimo aniversario del Centro Georges Pompidou a través del proyecto itinerante Traversees ren@rde. Este proyecto aglutina múltiples actividades en las que se abordan los movimientos estéticos y micropolíticos que agitan nuestra actualidad. Y en la exposición que, hace unos días, se inauguró en Bourges participa la española Roberta Marrero con algunos de sus collages.

Hace poco más de un año la artista plástica  publicó su primera novela gráfica: El bebé verde: infancia, transexualidad y héroes del pop. En este primera incursión en el mundo del cómic, Marrero, se volcó en relatar su infancia como mujer transexual. El relato que de su infancia hace la artista afecta a cualquiera que alguna vez se haya sentido diferente por cualquier motivo: tanto da que sea heterosexual, homosexual, transexual, polisexual o transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero.

Dictadores: la obra en que Roberta Marrero intervino los retratos de sátrapas célebres al estilo Hello Kitty. En este caso la venganza se sirve fría y pop.

En tiempos en que la identidad se fragmenta, se diluye, se hace líquida (Bauman one more time): el relato en primera persona de cómo Roberta construyó la suya a través de la cultura convierte a su primera novela gráfica, no solo en un auténtico libro de artista: sino en un manual que debería incluirse en las secciones infantiles y juveniles de las bibliotecas por su valor para abordar temas tan candentes como: el bullying, el respeto a los demás, el feminismo o la LGTBIQfobia.

En Dejando atrás el lado salvaje: bibliotecas por la inclusión social ya hablamos de mujeres transexuales en bibliotecas. Y Marrero cautiva a cualquier amante de las bibliotecas con el primero de los mandamientos que prescribe en un momento del libro para ser feliz: «lee, lee, lee«.

La artista reconoce su deuda con la lectura como primer peldaño en la construcción de su identidad. Pocas veces las bonitas (y vacuas por manidas) palabras con que se suele convencer de los beneficios de la lectura habían tenido una aplicación práctica más efectiva que la exhortación de Marrero en su novela gráfica.

 

La Campaña por los Derechos Humanos, en colaboración con la artista Robin Bell, proyectó palabras como «feto» y «transgénero» en el Trump International Hotel en Washington, DC, como una manera de protestar por las «recomendaciones» dadas por la administración Trump sobre el uso de estos términos

 

Cisgénero, transexual, género fluido, género no binario…, si hasta en un programa tan poco minoritario como OT 2017 estos términos están a la orden del día; llegan hasta el Congreso de los Diputados; y muestran una juventud (que la hay) que pese a tantas etiquetas aspira a vivir sin dejarse constreñir por ellas: el recuerdo que Felicidad Campal hacía de la célebre frase de Bruce Lee (Be water, my friend) en su estupendo artículo sobre lo que aportan las bibliotecas a los objetivos de la ONU: da pie para dar un paso más allá y proclamar: Be water, my library.

Roberta se construyó a sí misma gracias a sus héroes del pop, y resulta que las bibliotecas son las reinas del glam: todo cobra sentido.

 

Acrónimo de Galleries, Libraries, Archives and Museums: el proyecto que aglutina a las instituciones culturales para preservar el patrimonio a través del acceso digital y permite la colaboración con el sector de la cultura libre.

 

Reinas de un GLAM que poco tendría que ver con el movimiento estético y musical  que en los 70 enarbolaron figuras como Marc Bolan, Gary Glitter, o por supuesto, David Bowie: pero que en realidad está muy conectado. Quizá cueste verlo, si nos quedamos en el estereotipo del bibliotecario/a; pero hay que procurar ir más allá. Si lo que caracterizó al movimiento glam, fue la ambiguedad, el disfraz, y lo divertido: ¿no es acaso esta imagen la que persiguen hoy día las bibliotecas?  Ambiguas entre lo impreso y lo digital, maquilladas para seducir al público, bulliciosas cual centros comerciales de la cultura y el ocio.

Tilda Swinton en la portada del magazine de estilo transversal Candy.

Bibliotecas de género fluido (o travesti, según el caso: protagonistas inminentes en la revista especializada «Candy»). Ya lo dijo el erotómano Luis G. Berlanga al respecto del rechazo a la parafernalia típicamente femenina por parte de un feminismo mal digerido: «los taconazos, las medias, los ligueros, los corseletes […] Si no es por los travestis […] las generaciones venideras llegarían a olvidar que existió la seducción»

Es en este sentido, en el que las bibliotecas se travisten con ropajes lúdicos, divertidos, llamativos y renovados que llamen la atención a un usuario infoxicado y asaltado por miles de estímulos, que cual cantos de sirena, lo aturden y le hacen carne exclusiva de best sellers, blockbuster o trending topics.
Sólo de esta manera, aunque sea de estraperlo, preservarán un concepto de cultura más rico, libre y desprejuiciado en esta civilización que entre prohibiciones, polémicas y enfrentamientos nos hace olvidarnos, en ocasiones, de que seguimos siendo humanos, demasiado humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos,humanos, humanos, humanos.

 

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Mujeres al volante camino de una biblioteca

 

«Las chicas pueden usar jeans y llevar el pelo corto.
Pueden usar camisetas y botas porque ser chico está bien.
Pero para un chico parecer una chica es degradante.
Porque tú piensas que ser chica es degradante.»
 
Diálogo de la película El jardín de cemento (1993) 

 

El mitridatismo consiste (Wikipedia dixit) en administrarse pequeñas dosis no letales de un veneno para así llegar a ser inmune a sus efectos. El riesgo de hacerse inmune a los venenos es relajarse creyendo que se está a salvo y nada más lejos de la realidad. Ahora más que nunca nos inoculan pensamientos venenosos cada día y corre de cuenta de cada uno el saber mantenerse, sino inmune, sí al menos despierto. En la agitada crónica de actualidad de estos días se celebraba el reconocimiento del derecho a conducir de las mujeres en Arabia Saudí. Querer interpretar de este supuesto avance un reconocimiento a los derechos de las mujeres en el anacrónico país, tal vez, sea precipitarse.

Según detallaban los medios, este avance, se incluye dentro del plan Visión 2030 que los gobernantes del país quieren poner en marcha para transformar y modernizar la nación. Y entre las líneas de actuación que pretenden acometer se incluye «ofrecer una variedad de lugares culturales como bibliotecas, arte y museos». Suena bien, es más, debería ser motivo de celebración, pero conspiranoicos como somos, no podemos dejar de hacer otra lectura.

 

 

Mujeres del siglo XX (2017) un película sobre tres mujeres en los años 70: una década crucial en el avance del feminismo.

Si de verdad tanto quieren cambiar los saudíes lo que deberían permitir, además de conducir a las mujeres, es que éstas pudieran visitar y usar libremente las bibliotecas. Hace unos años saltaba a los medios occidentales un informe que prohibía a las mujeres el acceso a la Biblioteca Nacional Rey Fahad en Riad. Si querían algo de la biblioteca debían llamar para avisar de que un hombre que ejerciera como tutor legal suyo iría a recoger el material.

En 2017 en la web de la biblioteca aparece, como un servicio más, el Women hall. Pudiera parecer un espacio exclusivo para las mujeres; pero cuando se entra en detalle en los servicios que proporciona dicha sección: todo parece centrarse en servicios en línea. La digitalización ayudando que las mujeres no tengan porque acudir físicamente a la biblioteca. La tecnología al servicio del machismo.

En cualquier caso es curioso que justo cuando se anuncia que, antes de que lo que nos pensamos, los coches eléctricos que se conducen solos serán una realidad: en Arabia Saudí, un país cuyo dominio se basa en el petróleo, las mujeres puedan conducir.  Si el vello al viento de un antebrazo masculino, apoyado en la ventanilla de un coche, ya no servirá como imagen del placer de conducir (¿Te gusta conducir?): ¿qué problema hay en dejar que las mujeres conduzcan si en breve será la tecnología quien las lleve?

 

La incómoda (para las autoridades) película del cineasta de Emiratos Árabes Al Kaabi: Solo los hombres van al entierro (2017) que aborda el lesbianismo de una mujer árabe.

 

La celebrada serie basada en El cuento de la doncella de Margaret Atwood.

En un reciente artículo de la web especializada en tecnología «Xataka» se publicaba un artículo que indagaba en los bajos porcentajes de mujeres graduadas en carreras de tecnología o ingeniería. Si el futuro iba a ser mujer según Marco Ferreri: ¿cómo se casa que la tecnología defina ese futuro y las mujeres no se interesen por esas áreas del conocimiento?

El blog de la Cátedra de Cultura Científica de la Universidad del País Vasco, «Mujeres con ciencia», es uno de los proyectos más interesantes que se esfuerzan por revertir esa situación mostrando el papel que las mujeres, han tenido y tienen, en la historia de la ciencia. Reescribir la historia desde el punto de vista silenciado de las mujeres. Algo que está muy en boga pero que como en todo relato de  nuevo cuño en esta era de la posverdad: hay que llevar a cabo con sumo cuidado y rigor para que no acabe distorsionado con buena o mala voluntad.

 

Cartel del WikiWomenCamp 2017 que se celebró en México. Un encuentro de mujeres para fomentar que haya más redactoras en la Wikipedia. También coincidiendo con el Día de las escritoras, la Biblioteca Nacional española organizó una redacción conjunta de entradas en la Wikipedia, para añadir a 50 mujeres escritoras que no contaban con entrada en la popular enciclopedia digital.

 

Inés Rau la primera mujer transexual convertida en playmate en las páginas centrales de la revista Playboy.

Prácticamente solapándose con lo de las mujeres conductoras en Arabia Saudí llegaba la noticia de la muerte de Hugh Hefner, el célebre fundador de la revista «Playboy». En los 60 el sagaz Hefner, antes de ponerse el batín para los restos, supo aprovechar los movimientos de liberación sexual para beneficio propio, y de paso, del resto de varones heterosexuales.

La filósofa Beatriz Preciado (ahora Paul B. Preciado) recogía unas declaraciones de Hefner en su ensayo Pornotopía: arquitectura y sexualidad en «Playboy» durante la Guerra Fría (Anagrama) que dejan claro de qué manera cualquier discurso puede aprovecharse para los intereses propios dándole la vuelta:

«La Playmate del mes era una declaración política. Playboy se proponía hacer realidad un sueño americano […] la intención era transformar a la chica que vivía justo al lado en un símbolo sexual. Y esto significaba que había que cambiar muchas cosas respecto al tema de la sexualidad femenina para comprender que hasta a las chicas bien les gusta el sexo. Era un mensaje muy importante, tan importante como todas las luchas feministas».

 

Una de las Barbies psicópatas de la fotógrafa Mariel Clayton.

 

Si algo se ha dicho siempre de «Playboy» ha sido que sus entrevistas eran muy buenas. Y una vez que los árboles han dejado ver el bosque (tras la decisión editorial de no incluir desnudos): se puede afirmar sin ningún género de dudas que era cierto. En 1969 el visionario de los medios de comunicación, Marshall McLuhan, decía lo siguiente en la revista:

«Si el hombre occidental instruido estuviese realmente interesado en preservar los aspectos más creativos de su civilización […] se lanzaría a este vórtice de tecnología eléctrica y, al entenderlo, dictaría su nuevo entorno.» 

 

La fábula feminista de Isabel Greenberg en su última novela gráfica: Cien noches de Hero.

Y obviamente quien dice hombre dice mujer sin necesidad de que entorpezcamos el lenguaje. Por eso resulta tan esperanzadora la plataforma Mujeres Tech que se define como «una asociación de comunidades del sector tecnológico que busca despertar y potenciar el talento femenino«. Talleres, becas, formación y diversas actividades en el campo tecnológico dirigido a niñas y mujeres. De este modo las mujeres no serán solo consumidores de tecnología en lugar de creadores de tecnología.

Siri, Samantha, el sistema operativo del que se enamoraba Joaquín Phoenix en la película Her (2013) de Spike Jonze o Joi la novia en holograma de Ryan Gosling en Blade runner 2049: son algunas de las representaciones femeninas que perpetúan el rol pasivo de las mujeres en el imaginario tecnológico que está generando el nuevo siglo. La última invención recibe el nombre Shelley, de Mary, Mary Shelley.

Ana de Armas la Joi (¿juguete?) de Blade Runner 2049.

Se trata de una inteligencia artificial desarrollada por el Instituto de Tecnología de Massachussets ideada para escribir relatos de terror en colaboración con los seres humanos. La coautoría máquina/hombre se vehicula a través de Twitter, y Mary, va aprendiendo de la interacción con los humanos para ir desarrollando el relato.

Si la Mary Shelley del siglo XIX fijó uno de los mitos eternos del terror universal, esta Mary Shelley del XXI promete inquietarnos aún más: no tanto por lo que escriba sino por su mera existencia.

 

 

Puede que los androides sigan soñando con ovejas eléctricas en estos tiempos; pero solo con un papel activo de las mujeres en el desarrollo de las nuevas tecnologías se evitará que la Inteligencia Artificial nazca acarreando los mismos estereotipos que sus creadores. Por eso proyectos como Mujeres Tech son tan importantes. Cuando el feminismo en los discursos de algunas voces en las redes se torna decepcionante, populista, simplón y dogmático: siempre hay mentes que prefieren volcarse en construir nuevas realidades en lugar de perderse en debates que huelen a naftalina aunque se maquillen de actualidad.

 

Barbijaputa, una de las internautas más activas en el mundo digital que práctica un feminismo populista y beligerante que cala en muchas jóvenes que no saben ni quien fue Simone de Beauvoir.

 

Salvar al feminismo del populismo y el totalitarismo es una tarea que nos toca a todos: hombres y mujeres. No ha habido movimiento que haya hecho avanzar más el mundo en las últimas décadas que el de la emancipación de la mujer, y por tanto del hombre. Evitar que la asfixia de lo políticamente correcto le practique una ablación al pensamiento libre, progresista y desprejuiciado que el feminismo de igualdad ha preconizado desde hace mucho: es algo que nos atañe a todos si de verdad aspiramos a una sociedad igualitaria en derechos y diversa en géneros. Vive la difference! que dicen los franceses.

Y como la profesión bibliotecaria siempre ha sido mayoritariamente femenina: es de esperar que las bibliotecas sigan jugando un papel importante como antídoto al veneno de esa tergiversación y maniqueísmo con que algunos quieren adelgazarnos los discursos.

 

La colección de cuentos infantiles Antiprincesas que llega desde Argentina.

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Biblioteca vérité

 

Si estas leyendo este blog se presupone que te interesan las bibliotecas, bien sea como profesional o como usuario. También puede ser que, por esos caminos inescrutables que tiene Internet, una búsqueda sobre gatitos entre flores o gatitas entre capullos: te haya hecho desembocar aquí. En ese caso sentimos defraudar las expectativas. Es lo que tiene crearse expectativas: te convierten en presa fácil de la decepción.

Puede que el estreno del último documental del veterano y prestigioso Frederick Wiseman sobre la Biblioteca Pública de Nueva York haga que nos sumemos al grupo de los decepcionados: pero al igual que los fans de Blade Runner, de Alien o de Star wars no pueden evitar echarle un ojo a sus secuelas, precuelas y recuelas: nosotros tampoco podemos dejar de estar expectantes desde que supimos de su estreno en el último Festival de Cine de Venecia.

 

El póster de la película de Wiseman es candidato seguro a decorar más de un despacho bibliotecario.

 

Mal genio (2017) la película sobre uno de los directores que más ha experimentado con el relato cinematográfico: Jean Luc Godard.

Ex Libris. The New York Public Library es la nueva «ficción de la realidad» que acomete el reputado documentalista Wiseman. Durante varias semanas de 2015, el autor de algunos de los mejores documentales centrados en instituciones (National Gallery o At Berkeley), aplicó su método cinematográfico para captar múltiples facetas tanto de la vida en la sede central de la Biblioteca, como en sus sucursales.

Wiseman y otro coetáneos suyos propiciaron lo que se dio en llamar «Direct Cinema» en los 60. Un reflejo del denominado cinema-verité, practicado por cineastas europeos, con el que aspiraban a captar del modo más fidedigno la realidad frente la artrítica narrativa cinematográfica hollywoodense.

Para Wiseman toda su obra es un intento por capturar la realidad a través de la cámara con la menor intervención posible. Ni textos explicativos, ni voces en off, ni música, ni entrevistas, ni guiones que manipulen lo que se muestra.

John Cassavetes el director de cine estadounidense que más se acercó a los postulados del cinema vérité desde la ficción.

Pero como todo creador, por mucho que aspire a ser invisible, las películas de Wiseman se interpretan en la sala de montaje. La objetividad, la veracidad, la realidad absoluta no existen por mucho que nos hayan querido convencer en los realities. Un travelling es una cuestión de moral que decía Godard. Y la simple elección de una secuencia, en vez de otra, ya está imponiendo una visión personal y subjetiva de la realidad.

Tanto da. Que Wiseman se haya querido centrar en el mundo bibliotecario es una gran noticia. No esperamos que nos descubra la esencia del espíritu bibliotecario (sic): pero su simple mirada es lo suficientemente interesante como para que estemos deseando que se distribuya la película.

Mientras tanto nos hacemos eco de la entrevista que Wiseman ha concedido a la revista «Vanity Fair» en su edición estadounidense. Sus reflexiones sobre lo que ha observado y vivido durante el rodaje de Ex Libris: nos ofrecen una visión en la que bien merece la pena detenerse.

 

La más que improbable adaptación cinematográfica del cómic Aquí de Richard McGuire sería un reto a la altura de Frederik Wiseman. La obra de McGuire no tiene una historia como tal. Sus páginas nos muestran un solo plano de un único rincón del planeta Tierra durante siglos: superponiendo los planos temporales en una lúcida y sorprendente reflexión sobre el tiempo. 

El libro de 2015 de Scott Sherman sobre el fallido Plan Central de Bibliotecas y la situación financiera de la Biblioteca Pública de Nueva York.

La escritora Olivia Aylmer, autora del artículo, destaca como una de las escenas más conmovedoras de las casi tres horas de película: la que se desarrolla en la sucursal más pequeña de la ciudad, la Biblioteca Macomb’s Bridge, en Harlem River Houses. Según narra Aylmer basta esta secuencia para darse cuenta de lo importantes y personales que son las relaciones que los neoyorquinos tienen con sus bibliotecas.

Lo más jugoso de la entrevista es el cambio de percepción que Wiseman obtuvo respecto al papel de las bibliotecas en el transcurso del rodaje. El cineasta reconoce haber sido usuario de bibliotecas durante su infancia y juventud; pero que más adelante dejó de frecuentarlas, sobre todo, porque le gusta comprar sus propios libros.

La sorpresa para Wiseman fue descubrir la variedad y profundidad de los programas que desarrollan las bibliotecas en la actualidad. La diversidad socioeconómica y generacional a la que atienden y los esfuerzos que hacen para sostener su oferta.

La autora de cómics Sarah Glidden se embarcó en un viaje junto a unos periodistas independientes por Turquía, Siria e Iraq. Oscuridades programadas es el resultado de su esfuerzo por comprender al otro:  y al mismo tiempo una reflexión sobre la esquiva objetividad.

Otro realizador, especializado en documentales, pero en las antípodas del estilo de Wiseman, como es Michael Moore, ya alabó a las bibliotecas. Podría decirse que a las bibliotecas les sienta bien el direct cinema o cinema vérité. Ahora que tan en boga está lo de «construirse un relato», lo de vender nuestra verdad: las bibliotecas también deben entrar en el juego. Pero no desde la manipulación sino desde el deseo de acercamiento, de explicarse, de conectar con la sociedad (y a ser posible con los responsables políticos cuando no están fuera de cobertura), para que personas cultivadas como Wiseman, no sigan teniendo esa visión tan reductora de lo que son las bibliotecas en el XXI.

Que las bibliotecas se están erigiendo en instituciones desde las que combatir la tan mentada posverdad solo hace falta constatarlo con actividades como la que celebró la Oliver Wendell Holmes Library, el pasado enero, bajo la denominación: Libraries in a Post-Truth World (Bibliotecas en el mundo de la posverdad). En un tiempo en que el discurso único, la intolerancia o el chantaje se revisten con palabras como democracia, diálogo y entendimiento: es cuestión de tiempo que alguien termine fundando una Biblioteca de la verdad. Pero de la verdad ¿de quién?

 

Los insultos escritos en los libros de Juan Marsé, en una biblioteca, por su posicionamiento respecto a la situación en Cataluña. 

 

Si el historiador Yuval Noah Harari sostiene que el homo sapiens ganó la batalla de la evolución al más poderoso neardental gracias a su capacidad para construir relatos: sigamos evolucionando. Construyamos relatos en las que quepan el mayor número de voces posibles. Observemos como hace Frederick Wiseman en sus películas y huyamos de los dogmas. Solo así conseguiremos estar algo más cerca de esa véritá que nunca pertenece a nadie en exclusiva.

El cineasta John Cassavettes, que tanto buscó la autenticidad como director en sus películas, dijo que: «el cine es una investigación sobre nuestras vidas. Sobre lo que somos. Sobre nuestras responsabilidades -si las hay-. Sobre lo que estamos buscando.» Una frase perfectamente aplicable a las bibliotecas: una investigación sobre lo que somos y nuestras responsabilidades.

 

Parodia que los bibliotecarios de la Biblioteca de Invercargill City, en Nueva Zelanda, han hecho a cuenta de una portada de las Kardashian. La verdad bibliotecaria sin tapujos.

 

Una de las últimas películas de Cassavettes (protagonizada, una vez más, por su fantástica esposa y musa Gena Rowlands) fue Gloria en 1984, y como los suecos Mando Diao rodaron un vídeo para su excelente tema homónimo con aires a lo nouvelle vague, nada mejor que cerrar con él. Al contrario que Wiseman en sus films, en este blog, por mucho que nos empeñemos por ser meros espectadores,  por ser neutros, asépticos, no podemos resistirnos a ponerle algo de música a la prosaica y (muchas veces) fea realidad. Esa es la verdad.

 

 

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Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Biblioteca de los errores

 

Hace un año saltaba a las redes, cual pulga digital, la noticia sobre la Free Library Haskell (literalmente: la Biblioteca Libre de Haskell). El motivo de su repentina notoriedad global, indirectamente, tenía que ver con Trump. Últimamente todo tiene que ver con Trump. El triunfo de la posverdad se ha convertido en seña de identidad del nuevo siglo: y estamos solo al principio.

 

La Free Library Haskell con la línea fronteriza dibujada que la separa entre Estados Unidos y Canadá.

 

Pero volviendo a lo nuestro. La Free Library Haskell lleva existiendo desde hace muchos años, concretamente, desde 1905: y la razón de haber ganado popularidad se debe al hecho insólito de ser la única biblioteca del mundo que se encuentra sobre la frontera entre dos países: Estados Unidos y Canadá. Según las leyendas locales los inspectores encargados de dibujar la línea debieron hacerlo una noche de borrachera: solo así se explica la zigzagueante sutura que separa a la población estadounidense de Derby Line (Vermont) de la población canadiense de Stanstead (Quebec). Durante décadas se consideraron una sola ciudad, pero el furor fronterizo estadounidense post 11-S, ha hecho que la idílica convivencia se vea comprometida.

Durante los últimos 15 años ha ejercido sin problemas como biblioteca transnacional. Por la que, tanto norteamericanos como canadienses, pueden deambular sin pasaporte. Una simple línea de cinta aislante, en mitad de las salas, es la que marca la línea que separa ambos países.

¿Qué números de la CDU (bueno allí del sistema Dewey) caerán a un lado u otro de la frontera? Solo por fastidiar: todo lo relativo a cambio climático y feminismo debería caer del lado de Trump; y todo lo relativo a telegenia y aperturismo del lado de Trudeau. Clasificación política-contestaria: una variación de esa justicia poético-bibliotecaria de la que ya hablamos.

 

Un bebé lee su cuento sobre la línea que marca la frontera entre los dos países a los que pertenece la Free Library Haskell. (Foto de Stan Grossfeld/The Boston Globe) 

 

Pero ¿qué es una frontera sin delito? La noticia más reciente en torno a la Haskell Free Library tiene como protagonista a Alexis Vlachos que acaba de ser condenado a 20 años de prisión. Su delito: el contrabando de 100 armas de fuego desde los Estados Unidos hasta Canadá. Y su cómplice: la biblioteca.

Bien, como titular sensacionalista valdría, pero en este caso contraviniendo los mandamientos de la posverdad vamos a ser algo más rigurosos. Fueron los compinches del tal Alexis los que aprovecharon los aseos de la zona franca, que es la biblioteca, para depositar las armas. De ese modo, el detenido, solo tuvo que acudir como un amante más de la lectura al centro y retirar tranquilamente el alijo saliendo por la puerta que daba a Canadá. Si hecha la ley, hecha la trampa: hecha la frontera, hecho el delito.

 

Una usurpación inmoral del término biblioteca: la armería estadounidense Gun library.

 

En Escocia llevan tiempo queriendo dibujar con un trazo mucho más fuerte la frontera con el Reino Unido: pero tras el último referéndum del 2014 parece que pasará algo de tiempo antes de que se retome la cuestión. Y ha sido en su capital, Edimburgo, donde se ha fundado la denominada Biblioteca de los errores. Un buen nombre. El origen: la crisis económica desatada a partir del 2008. Los responsables de la biblioteca se basan en la idea de que «la gente inteligente sigue haciendo cosas estúpidas«. Totalmente de acuerdo. Un lema polivalente tan aplicable a las circunstancias que estamos viviendo que no hace falta señalar ninguna: destacan por sí mismas. Pero que en el caso de la biblioteca escocesa se centra en los errores cometidos por los economistas y sus «fórmulas mágicas» para sortear la crisis.

Sean Connery con kilt y en la biblioteca: solo falta el whisky para completar el cuadro.

Con cerca de 2.000 libros: la Biblioteca de los errores nace con el propósito de que no repitamos las mismas equivocaciones (ambiciosos que son los del kilt). La colección reunida espera servir como aviso para próximas generaciones de economistas. Desconfían de la falsa objetividad que promete la aplicación de algoritmos económicos; y apuestan por ofrecer una visión más panorámica a los universitarios gracias a los libros.

Pero más allá de la economía, no estaría nada mal que después de cada desastre provocado bien por economistas, políticos, empresarios, periodistas, militares o cualquier otro colectivo humano: se fundara una biblioteca de los errores. ¿Serviría de algo? Probablemente no. Las fronteras mentales que nos creamos son mucho peores que la línea que divide la biblioteca medio canadiense-medio estadounidense del principio. ¿Quién fundará la biblioteca de los errores de nuestro país? Como le decía su padre al William Wallace interpretado por Mel Gibson en Braveheart: «es la inteligencia la que nos hace hombres«. Y siguiendo esta máxima literalmente, y aún contradiciendo a The Weather Sisters: ni llueven hombres, ni mujeres.

 

 

Si acaso no ya en los humanos, sí que cabe albergar alguna esperanza en sus invenciones: como las bibliotecas. Si la canadiense se autoproclama Biblioteca Libre de Haskell: el movimiento de las little free libraries, sin tanta repercusión, sigue su discreta pero imparable invasión global superando fronteras. La última a raíz de la iniciativa de un liceo en Calabria. Las palabras del discurso que pronunció el día de su inauguración el presidente del liceo resultan perfectas para cerrar este texto sobre bibliotecas, fronteras, errores y libertad: «tenemos el deber […] de salir de nuestras fronteras y dar paso a la construcción de una ciudadanía activa y participativa que encuentre en los libros, y en la difusión de la cultura, las herramientas prácticas para el crecimiento.» Brindemos por ello.

 

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La biblioteca de Twin Peaks

 

¿Estaremos viviendo en una película de David Lynch y nadie nos avisó? Cuando la actualidad se vuelve absurda: refugiarse en la cultura y el arte se convierte en un acto de soberanía personal. Al menos los creadores se esfuerzan por comprender y por hacer que nos comprendamos. En este sentido, Lynch, tal vez uno de los autores más alabado/criticado por surrealista, dijo hace unos años:

¿Por qué razón debería tener sentido el arte
si la vida no lo tiene?

 

Twin Peaks 2017

 

Fiel a su pregunta retórica Lynch ha culminado una nueva entrega de su mítica serie Twin Peaks (25 años después). Recién acabada la emisión, una vez más, el director de Terciopelo azul ha desconcertado, intrigado, asqueado y maravillado a muchos. A raíz de este regreso al mainstream (esto con muchas, muchas comillas) en algunos medios han repasado las inquietudes que han mantenido absorto a Lynch durante estos últimos años: diseñador de muebles, videoartista, músico, pintor o escultor: tal es el torrente creativo de esa eraserhead que tiene sobre los hombros.

Pero, salvo error por nuestra parte, no recordamos que haya recreado ninguna escena en una biblioteca. Es raro (adjetivo que debería estar prohibido hablando de Lynch) que un cineasta especializado en ambientes inquietantes y malsanos no haya recurrido nunca al espacio de una biblioteca: con lo que tiene de lugar común en tantas intrigas cinematográficas.

 

Mueble diseñado por Lynch

 

Se ha hablado mucho de sus influencias pictóricas (Francis Bacon, Lucien Freud, Edward Hooper…) pero no tanto de las literarias. Lynch es un creador eminentemente de imágenes: dentro de sus inquietudes no aparece por ningún sitio un especial interés por lo literario (lo cual no quiere decir que sus mundos no rebosen de influencias literarias). En cambio fue a través del lenguaje publicitario como se aproximó a la literatura allá por la década de los 80.

Sus anuncios televisivos para Calvin Klein se basaron en obras de grandes escritores: desde Scott Fitzgerald a Ernest Hemingway pasando por D.H. Lawrence. Veintitantos años después, los spots para perfumes de Lynch, siguen dando ejemplo de buen gusto ante tanto empalagoso manierismo que rebosa este género publicitario:

 

Lynch practica la meditación desde hace años. En este libro recoge sus experiencias y reflexiones al respecto.

 

Pero el talento multidisciplinar de Lynch no entiende de dedicaciones exclusivas. Su sello personal se nota en sus muebles con aires a lo Bauhaus, en sus cuadros o música. Ese aire de extrañeza que rodea toda su obra, y que como en el caso de tantos otros creadores muy personales, ya roza el cliché. Ante la perplejidad de los espectadores Lynch siempre ha mantenido que si sus obras se visionan con la actitud de un niño, sin apriorismo: es cuando mejor se experimentan y asumen sus creaciones.

Si Spielberg apelaba al niño que llevamos dentro por la vía sentimentaloide, Lynch apela a la falta de prejuicios vía sensitiva.

Sin necesidad de que hable con un leño: ¿qué biblioteca no tiene (o ha tenido alguna vez) un usuario que pareciera salido de Twin Peaks?

 

Después de todo: ¿realmente son tan extravagantes sus personajes? Si recogiéramos muchas de las anécdotas que acumulan los profesionales que trabajan en las bibliotecas en su día a día: dejarían de resultarnos tan extraños los mundos de Lynch. Todos somos muy, pero que muy raros, si se nos observa con detenimiento.

Sin dar nombres, ni lugares podemos dar fe de que en alguna biblioteca se han vivido desde trances místicos en directo, a intentos de controlar la vida de una expareja a través del uso de su carné de biblioteca, a reclamaciones por estar envenenado al público mediante los productos de limpieza de los baños, a denuncias por tener peluquerías clandestinas en el sótano, intentos de montar una agencia de contactos utilizando las instalaciones de una biblioteca, y así un largo etcétera que callamos por discreción y confidencialidad.

 

Cuadro de David Lynch

 

En definitiva, que no te guste el mundo de Lynch es algo totalmente respetable. Pero que esa falta de interés sea porque no nos guste su estilo, obsesiones, o incluso, porque buscamos en la ficción el sentido y el orden que nos faltan en la vida real: pero no porque se le acuse de absurdo. Solo hay que mirar alrededor para confirmar que, en ocasiones, su cine es lo más cercano al momento que estamos viviendo.

 

Una de las inquietantes bibliotecas de Marc-Giai Miniet.

 

Nos sabemos si Lynch conoce la obra del artista francés Marc-Giai Miniet: pero sus mundos tienen más de un punto en común.

Las obras de Miniet recrean pequeños universos cerrados en cajas en las que las bibliotecas suelen tener un lugar preferente. Las arquitecturas que recrea son decadentes, 13 rues del percebe con un punto inquietante, las tripas al aire de edificios al borde del desahucio.

Y en casi todas estas construcciones las bibliotecas y los libros coronan la estructura: a veces iluminando, otras, invocando historias truculentas, fantasmas y secretos inconfesables.

Una biblioteca puede ser luminosa por ayudarnos a no caer en dogmatismos, en prejuicios, en ideas precocinadas para consumo masivo; pero también puede ser oscura, servir para manipular, tergiversar, confundir y enfrentar.

Tal vez un día deberíamos ahondar en ese lado oscuro de las bibliotecas.

Por el momento con los edificios ruinosos de Miniet y las atmósferas cargadas gentileza de Lynch: ya tenemos la dosis justa de inquietud que nos trastoque la realidad sin llegar a aterrorizarnos (¿o no?).

 

 

 

 

Y para cerrar este post lleno de flecos que cada uno puede interpretar como mejor le venga: nada mejor que el último tema del que fuera líder de los Samshing Pumpkins: William Patrick Corgan. The Spaniards (Los españoles) así se llama esta canción con críptica letra a la que el vídeo que la acompaña no ayuda a hacer más inteligible. En él, un joven soldado herido en la guerra es acogido por unos extraños personajes (los españoles): que le llevan a un mundo fantástico en el que se convierte en un guerrero invencible. Eso sí, en esta interpretación tomada de la web Jenesaispop (que es donde hemos descubierto el vídeo) no queda claro ni en qué bando se posiciona, ni cual es la finalidad de su lucha.

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Sexo, drogas y tejuelos. Cara B

 

«De la piel para dentro empieza mi exclusiva jurisdicción. Elijo yo aquello que puede o no cruzar esa frontera. Soy un estado soberano, y las lindes de mi piel me resultan mucho más sagradas que los confines políticos de cualquier país.»

 

Esta frase tan reivindicativa de Antonio Escohotado que hasta dio pie a una canción y que luce en tantos blogs y comentarios en redes que buscan proclamar la soberanía personal: resulta de lo más procedente para posar la aguja sobre la Cara B, de este vinilo en forma de post, que iniciamos la semana pasada.

Si en la Cara A nos centramos en el sexo, o más exactamente en la necesidad de reivindicar/rescatar al erotismo desde la cultura a través de las bibliotecas: en esta cara nos centramos en el segundo elemento de la tríada: las drogas.

Heroin, be the death of me
Heroin, it’s my wife and it’s my life
(Heroína, sé mi muerte
Heroína, es mi esposa y es mi vida)

 

Detalles del libro Rolling Words, un libro con una selección de las mejores letras del rapero Snoop Dogg, confeccionado en cáñamo. Las hojas de papel de fumar y el lomo permitían convertir las letras del rapero en cargados «petas» con los que acompañar la escucha de sus temas.

El propio Escohotado colaboró en los 80 a la confusión general que se generó en torno al consumo de drogas participando en algunos programas de televisión. Intervenir en programas en los que se abordaba la droga como problema social, con madres de drogadictos desesperadas en plató: no fue la decisión más inteligente si lo que pretendía era hablar del consumo de drogas desde una óptica antropológica y como una expresión de libertad personal.

¿Ha evolucionado mucho el debate sobre las drogas tras el sensacionalismo con que se trataba allá por los 80? En realidad no. Las opiniones sobre penalización o legalización siguen polarizando el debate social; y el tráfico de drogas sigue generando pingües beneficios y provocando un goteo incesante de muertes. Abordar el asunto de las drogas de manera mesurada en estas circunstancias: sigue siendo una quimera. Y no deja de resultar paradójico cuando precisamente uno de los conceptos que la discusión pública sobre las drogas puso sobre el tapete, la adicción, está más presente que nunca.

 

Weiß wie Schnee, Kokain und Kodein, Heroin und Mosambik
(Blancas como la nieve, cocaína y codeína, heroína y Quaalude)

 

Pareciera un titular de broma en El País, pero es real: la Antártida está llena de cocaína.

El libro de Juan Carlos Usó abordando las teorías ¿conspiranoicas? sobre el uso de las drogas por parte del poder para manejar a los disidentes del sistema.

Desde finales del siglo pasado hasta nuestros días, y siguiendo esa necesidad imperiosa que obliga a diagnosticar, tipificar y medicar cualquier conducta: al término adicción le sienta bien todo. Adicción a las compras, al sexo, a la comida, al juego…y así hasta un infinito rosario de dependencias compulsivas entre las que ¿desafortunadamente? que sepamos no se ha incluido a las bibliotecas. En definitiva, cuando las dietas de ansiolíticos están a la orden del día: la tecnología ha llegado para superar cualquier dependencia previa.

No es de extrañar que el apóstol del LSD, Timothy Leary, se volcase apasionadamente durante sus últimos años en la tecnología. Leary murió en 1996 cuando aún faltaban unos años para que Internet irrumpiera con fuerza trastocando esa sociedad que tanto desafió. En la conferencia que dio en el primer Artfutura en Barcelona, allá por 1990, ya planteó la visión de una Humanidad escindida entre la realidad palpable y la virtual. Nunca el término visionario se ajustó mejor a nadie.

La adicción a las pantallas no respeta edades, clases sociales, credos, ni procedencias. Afortunadamente sigue suministrándose la mejor metadona para desengancharse en forma de libros impresos en bibliotecas y librerías. En nuestro ¿primer mundo? parece como si muchos lo desconocieran, pero en otras latitudes: los libros siguen siendo parte del remedio para luchar contra las drogas.

 

They tried to make me go to rehab
But I said «no, no, no» 
(Intentaron llevarme a rehabilitación
Pero yo dije: «no, no, no»)

 

El luminoso cómic Cazador de sonrisas sobre un dentista aficionado al LSD.

En Perú la Biblioteca Nacional se ha involucrado en un plan para inaugurar bibliotecas en las zonas del país tradicionalmente dedicadas al cultivo de la coca. En colaboración con la Comisión Nacional para el Desarrollo y Vida sin Drogas (Devisa) pretenden suministrar de forma permanente información educativa y científica relacionada con las drogas.

Por contraste, más al norte, en la biblioteca de McPherson Square, en Filadelfia, los bibliotecarios han tenido que formarse en la administración de naloxona: el fármaco que se utiliza en el caso de intoxicaciones por opiáceos. La ciudad está siendo invadida por muchos «turistas de la droga»: drogodependientes de otros estados que viajan hasta Filadelfia por la fama que ha alcanzado la pureza de la heroína. Y el lugar preferido para consumirla no es otro que la venerable y centenaria biblioteca y sus jardines aledaños. De rodarse una secuela de la genial serie The Wire ya tendrían nueva localización.

Welcome to Tijuana
Tequila, sexo, marihuana
(Bienvenido a Tijuana
Tequila, sexo, marihuana)

 

Pero la crónica más reciente que liga a libros y drogas nos lleva a la tierra del género musical que menos gracia nos hace: el narcocorrido. Y es que como gritaba imperioso Pancho Villa: ¡Viva México….lectores! Ese podría ser el grito de guerra (pacífica) del librotraficante mexicano Tony Díaz, que hace pocos días ha vuelto a la carretera para demostrar que, por mucha buena novela de Cormac McCarthy que haya al respecto: la frontera entre México y los Estados Unidos es mucho más que territorio de narcotraficantes.

 

 

Las enseñanzas de Don Juan de Carlos Castaneda: un clásico en el uso chamánico y espiritual de las drogas.

En 2012 las autoridades de Arizona decidieron «depurar» de las escuelas y bibliotecas aquellos libros que hacían referencia al pasado mexicano de estados como Arizona, Utah, Texas, Kansas o California. Y de paso también libros que pudieran servir para tomar conciencia sobre el racismo, la etnicidad y la opresión que los mexicanos han venido sufriendo por tener a los norteamericanos como vecinos de arriba.

Tony Díaz (que recibió el galardón Robert B. Downs de Libertad Intelectual concedido por la ALA) se ha convertido en la cabeza visible del movimiento librotraficante: escritores y activistas latinos que distribuyen de forma clandestina los títulos prohibidos entre los escolares, e incluso fundan bibliotecas underground o clandestinas en las que están siempre disponibles los títulos perseguidos.

 

El colorista número de la revista Infobibliotecas dedicado a México.

En los tiempos en que un mandatario (que hasta donde sabemos no actúa bajo los efectos de ninguna droga) pretende erigir un muro que se financie mediante energía solar, al tiempo, que deroga acuerdos que luchan contra el cambio climático: no es de extrañar que el librotraficante se haya tenido que echar de nuevo a la carretera para compensar tanto «mal viaje» como nos depara la actualidad.

Hace unos días una caravana partía rumbo a Tucson: último lugar en el que un tribunal está a punto de dictaminar sobre el futuro de los estudios étnicos méxico-americanos en las escuelas de Arizona. La comitiva efectuará paradas en San Antonio, El Paso, Las Cruces y Albuquerque para organizar fiestas, lecturas y conferencias de prensa.

La raya, la raya
la raya de caballa
esconde la papela
que viene la camella

 

Según un viejo chiste, si Frank Kafka hubiese escrito sobre México o España sería considerado un escritor costumbrista: tales son los dislates que nos caracterizan como países. Por eso entraría dentro de lo lógico que la Iglesia Internacional del Cannabis pudiera tener sede en ambos países: pero ha sido en Colorado donde se ha fundado el primer templo de la religión de los elevacionistas: una religión igualitaria que rinde culto a la marihuana como elemento sacro para llegar al estado sagrado de la felicidad.

 

Nave central de la Iglesia dedicada al culto del cannabis en Colorado.

 

Virgen obra de Fabio McNamara

Desde que Marx declarase a la religión como el opio del pueblo: cada uno le rinde culto a lo que le viene en gana. En nuestro país la superstar (Warhol dixit) Fabio McNamara dejó las drogas (o ellas le dejaron a él) y abrazó con tal fervor la religión que hasta los de Intereconomía TV le mostraron orgullosos como ejemplo de redención (tal cual como una Sara Montiel pecadora reconvertida en monja).

El que no sea adicto a algo que tire la primera china. Nosotros lo tenemos claro. Puestos a elegir optamos por el uso y abuso del LSD. Un LSD que nada tiene que ver con el dietilamida del ácido lisérgico: la equivalencia de las siglas, en nuestro caso, equivale a Leyendo Sin Descanso. Nadie te asegura que no tenga efectos secundarios, y hasta perjudiciales, pero puestos a alterar nuestra mente que sean las bibliotecas nuestros camellos.

 

Una figura tan poco contracultural como Cary Grant se convirtió en un convencido defensor del consumo de LSD en los 60.

 

Y hasta aquí la Cara B del vinilo en forma de post sobre Sexo, drogas y tejuelos. Para el último surco reservamos el tema ideal que debería acompañar a los librotraficantes mexicanos en su peregrinar contra la censura. Ni el punk, ni el heavy, ni la música electrónica, ni el trap puede hacerle sombra a la gran Paquita la del Barrio cuando se trata de cantarles las cuarenta a los tribunales, a los inquisidores y hasta el mísmisimo Trump si se tercia.

Si McNamara cantaba junto a Almodóvar aquello de: «amor de rata, amor de cloaca«, Paquita pone los puntos sobre la íes a las ratas de dos patas que en el mundo son. Y que cada cual se la dedique a quien mejor le venga.

 

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Síndrome de Estocolmo bibliotecario

 

Síndrome de Estocolmo bibliotecario: «Dícese del peligro de contaminación intelectual inherente al hecho de visitar una biblioteca. Se concreta en posibles efectos devastadores sobre las propias creencias por el hecho de vagar de manera errática entre sus colecciones. Puede dañar seriamente la capacidad para sostener discursos únicos y puntos de vista acérrimos.»

 

Antonio Banderas y Victoria Abril en Átame (1989): el síndrome de Estocolmo como un cuento de hadas romántico.

 

Patricia Hearst ha conocido una segunda vida pública como actriz en las películas de John Waters. En Cry baby (1990) interpretaba a la convencional madre de Traci Lords.

Cuando la rica heredera neoyorquina Patty Hearst saltó a los medios por su secuestro allá por los 70 del siglo pasado: el público no estaba tan familiarizado como ahora con lo que significaba el síndrome de Estocolmo. En el caso del Síndrome de Estocolmo bibliotecario no existe violencia alguna ejercida por terceros sobre nuestro criterio, pero sí rapto. Rapto en el sentido de arrebato, de impulso, de revelación, sino ya mística, que sería demasiado, sí al menos intelectual.

En la hiperinflación de ideas, opiniones, teorías, posverdades o paranoias en las que vivimos lo que más se cotiza es el espejo de la madrastra de Blancanieves. Un espejo en el que mirarnos una y otra vez hasta convencernos de que llevamos la razón: y para eso acudimos a los medios que sabemos que piensan como nosotros, escuchamos a aquellos que dicen lo que nos gustaría decir a nosotros, y nos rodeamos de quienes sabemos que no nos llevarán la contraria. Y lo cierto es que la atomización de la información que proporcionan las redes, lejos de poner difícil este ombliguismo, cada vez lo hace más fácil.

 

La dictadura de Kim Jong-un en emoticonos.

 

Vivimos en la dictadura de los emoticonos (o emojis según la edad). Todo tiene que ser emocional, visceral, sentimental, inmediato. Y así la pausa que se necesita para reflexionar se esfuma; y vamos poniéndoselo un poco más fácil a los robots: que serán los que se ocupen de gestionar lo racional con la eficacia de un algoritmo.

Jobcalypse: el fin del trabajo humano y cómo los robots nos reemplazarán. 

Y hablando de algoritmos. En la web Will Robots Take My Job? (¿Me quitarán mi trabajo los robots?) se puede introducir la profesión sobre la que se tenga dudas sobre su futuro; y en pocos segundos la web devuelve un informe completo sobre las probabilidades que dicha profesión tiene de ser suplantada por robots, basándose en un estudio que analizó más de 700 trabajos.

Por supuesto, al saber de la existencia de esta web, lo primero que hicimos fue introducir en su buscador «librarian» y el resultado fue de un 65% de probabilidades de que los robots dejen en el paro a la mayoría de bibliotecarios actuales. Nada se dice de las bibliotecas, que como sosteníamos en Una verdad (bibliotecaria) incómoda: puede que lo tengan más fácil para sobrevivir que los propios bibliotecarios.

 

Dibujo publicado en el periódico The Moscow Times de la bibliotecaria Natalia Sharina durante el juicio en el que se le acusa de promover el odio étnico.

 

Pero algo habrá que hacer con ese 35% que dejan los robots para la supervivencia de la profesión bibliotecaria. Y la bibliotecaria moscovita Natalia Sharina, a su pesar, lo está haciendo.

Póster diseñado por la Asociación Ucraniana de Bibliotecas para pedir la libertad de Natacha Sharina.

Sharina ha sido, antes de que la destituyeran fulminantemente, la responsable de la Biblioteca de Literatura Ucraniana de Moscú. Actualmente Sharina se enfrenta a un juicio por crímenes de odio porque los libros que se custodiaban en dicha institución (la mayoría en acceso restringido) no concuerdan con la versión oficial que el régimen ruso quiere implantar sobre la realidad ucraniana.

Entre las acusaciones se encuentra: la de no filtrar, ni destruir aquellas obras que pudieran considerarse contrarias al discurso gubernamental. Trump acusa a los medios a través de su cuenta de Twitter, su homólogo ruso Putin: ni siquiera necesita de redes sociales para aplicar el algoritmo de la represión. Lo hace a la vieja usanza, como siempre se ha hecho.

La batalla legal que ha envuelto a esta bibliotecaria rusa peca de rancia, como todo lo que últimamente proviene de la tierra de Tolstoi, Dostoyovski o Chejov. Pero hay debates más contemporáneos, pero tan estúpidos que parecieran provenir de otros tiempos, en los que la libertad cultural sigue poniéndose en entredicho. Es el caso del apropiacionismo cultural.

 

El último caso de apropiacionismo cultural. Chanel convierte en objeto de lujo uno de los símbolos de los aborígenes australianos, el bumerán, y los defensores de la pureza étnica cultural atacan de nuevo.

 

El excelente libro de relatos breves de Antonio Pereira.

Ese nuevo/viejo exceso del discurso políticamente correcto cuyos efectos, de propagarse, pueden llegar a equipararse a los del calentamiento global, según el cual: es necesario preservar la pureza original de toda creación cultural impidiendo que sea desvirtuada por individuos ajenos al entorno en que se generó.

Si bien el debate o la polémica (mucho mejor polémica: ¿qué sería de un texto digital hoy día sin que incluya como reclamo la palabra en cuestión?) se ha centrado en representantes mainstream de la cultura de masas. La última crónica sobre apropiacionismo cultural se generó hace dos meses en el Museo Whitney de Arte Americano de Nueva York.

La polémica (otra vez) corre a cuenta de la obra que la pintora Dana Schutz dedicó a Emmett Till, un adolescente negro asesinado por coquetear con una mujer blanca en la década de los 50. La denuncia sobre el racismo que lleva implícita la obra no fue del agrado de determinados colectivos precisamente por el color de piel de la autora: blanco. Las protestas no exigieron solo la retirada de la obra en cuestión, sino incluso su destrucción.

 

«El espectáculo de la muerte negra»: el mensaje/denuncia en forma de camiseta frente al cuadro acusado de apropiacionismo por estar pintado por una blanca.

Houellebecq, probablemente, sea el único secuestrado que induce el síndrome de Estocolmo en vez de sufrirlo él.

Todo este debate aún puede sonar lejano en nuestro país, pero dada la celeridad con que exportamos los peores hábitos foráneos (y obviamos muchas veces los mejores) será cuestión de estar alerta ante esta exigencia de pureza étnica cultural. Esto del apropiacionismo cultural es como un bumerán (de Chanel a ser posible) que si te descuidas te golpea en la cara dándole la vuelta a tus propios argumentos.

No en Australia, pero sí en otras costas bañadas por el Índico, en esa India a la que autores como Rudyard Kipling (que hoy, pese a haber nacido en Bombay, estaría bajo sospecha por ser de padres ingleses) popularizaron en Occidente: se puso en marcha uno de los mejores antídotos contra la intolerancia y un ejemplo perfecto de síndrome de Estocolmo bibliotecario.

 

Fue el pasado 22 de abril cuando se celebró por primera vez en la India, concretamente en la ciudad de Hyderabad: una biblioteca humana con 20 candidatos «a ser leídos». El proyecto de origen danés de The Human Library, que promueve encuentros entre personas para compartir experiencias de vida  lleva desde el año 2000 promoviendo conexiones que desmonten nuestras pequeñas visiones del mundo. Como interpelaba el eslogan para anunciar la celebración de esa primera Biblioteca humana hindú: ¿Cuál es tu prejuicio?

En marzo fue Valencia la que vivió la experiencia de una Biblioteca humana dentro del Festival Internacional de Cortometrajes y Arte sobre Enfermedades. Desempleado, gitana, trabajadora sexual, hombre gay seropositivo, cuidadora con escasos ingresos, persona con trastorno mental y persona con diversidad funcional: fueron los siete libros humanos para experimentar el saludable síndrome de Estocolmo que las bibliotecas propician con sus ejemplares impresos, digitales o de carne y hueso.

 

Abrimos con Cry baby de John Waters y cerramos con Cecil B. Demente (2000) del mismo Waters (en la que Patricia Hearst hacía un cameo).  Un director de cine independiente rapta a la rutilante estrella hollywoodense para obligarla a protagonizar su próxima producción en contra del sistema. La estrella termina fielmente entregada a la causa antihollywoodense.

 

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Tensión bibliotecaria no resuelta

 

Provocar puede resultar saludable, epatar es simplemente pueril. Puestos en esa tesitura este texto elegiría siempre resultar saludable antes que pueril: pero su planteamiento inicial es confrontar situaciones, circunstancias y asuntos que definen algunas de las problemáticas de las bibliotecas en nuestros días (sin ningún ánimo exhaustivo desde luego) y ahí es posible que surja más de una provocación. Es lo que tiene intentar hurgar en esas tensiones latentes que tácitamente todos percibimos pero, pese a reconocerlas, no somos capaces de saber si se resolverán algún día.

Buñuel duplicó en dos actrices a la protagonista de su película Ese oscuro objeto del deseo (Ángela Molina y Carole Bouquet): en este texto los objetos oscuros del deseo bibliotecario a los que pasaremos revista se quedan en unos pocos, pero sin duda se podrían multiplicar por muchos más.

 

Tanto su título original: The naked jungle=La jungla desnuda, como su título español: Cuando ruge la marabunta (1954) dejan claro que lo que rugía en pantalla, más que las hormigas carnívoras: era la tensión sexual no resuelta entre la pelirroja Eleanor Parker y el tosco Charlton Heston.

 

La primera, e irresoluble, tensión bibliotecaria no resuelta es la que se establece entre responsables políticos y bibliotecarios. Como cada año los gabinetes de prensa de ayuntamientos, comunidades autónomas o de cualquier otro tipo de dependencia administrativa se acuerdan de las bibliotecas cuando se acerca el 23 de abril. Es el Día internacional del Libro y los medios tienen que rellenar espacios, los políticos tienen que fotografiarse haciendo alarde de su amor por la cultura, y de repente las bibliotecas son muy  importantes.

Estadísticas de urgencia, programación de actividades a todo tren, listas de los más prestados, artículos en prensa, entrevistas en radio… Como rezaba aquel vetusto programa de la televisión de los 60: las bibliotecas son reinas por un día. Pero ha querido la actualidad (es así de caprichosa) que este año de manera paralela a los titulares resaltando el compromiso de los políticos con las bibliotecas (que los hay, damos fe de que existen políticos que tienen ese compromiso): haya circulado la noticia de que la Literatura Universal dejará de ser asignatura obligatoria en Bachillerato.

 

El viril y bíblico Charlton Heston todo arrobo e intensidad mirando a los ojos de Stephen Boyd en Ben-Hur (1959). Parece que el ingenuo de Heston no lo sabía pero la marabunta también rugía bajo esa tensión no resuelta entre los dos personajes. Años después Gore Vidal lo desveló para desesperación del ultraconservador Heston.

 

De entre las reacciones, comentarios y declaraciones que ha suscitado la noticia (Premio Cervantes incluido) nos quedamos con la columna de Elvira Lindo en El País: No me llames letrasado. El palabro en cuestión define a la perfección el tipo de cultura que se promueve desde las instancias políticas. Nos cabe la duda de si lo de letrasado proviene de fracasado o de retrasado: en cualquier caso es de esos términos afortunados para definir una realidad desafortunada.

Pese a todo las frases hechas sobre el amor a los libros, las citas de escritores y las fotos de políticos ensalzando a los libros y las bibliotecas han surgido como las amapolas en el campo cada primavera. Y el día 24, a otra cosa, y que las bibliotecas sigan ampliando horarios como salas de estudio y menguando presupuesto para el resto. Total si ya ni siquiera van a fomentar la Literatura en el Bachillerato: ¿para qué otra cosa van a servir las bibliotecas que no sea como salas de estudio?

Así se matan dos toros de un estoque (es que lo de los pájaros está muy visto, y como a los toros les han bajado el IVA antes que al cine, queda más apropiado): se mantiene a los jóvenes estudiando indefinidamente, y se resuelve la falta de espacio en las viviendas que ahora comparten varias generaciones de la misma familia.

 

William Hurt y Kathleen Turner generando tensión en la sudorosa Fuego en el cuerpo (1981): el noir más tórrido de los 80.

 

Pero dejemos a los políticos que bastante protagonismo tienen: quedémonos con los estudiantes. Lo de estudiantes y bibliotecarios es una relación que, en determinadas épocas del año, alcanza unos niveles de tensión, de deseo y repulsión que ni lo de Rhett Butler con Escarlata O’Hara en Lo que el viento se llevó (1939).

Hace unos días se publicaba un artículo en Los Angeles Times con un significativo título al respecto: Menos libros, más espacios: las universidades rediseñan las bibliotecas del siglo XXI. Con ese título poco cabe añadir, pero resumiendo, se constata la presión estudiantil en la Universidad de Berkeley: que ha motivado que cerca de 70000 libros impresos hayan sido trasladados a almacenes para despejar espacios y habilitarlos como: zonas de estudio, de reunión, de trabajos en grupo, e incluso de relax con bicicletas estáticas y libertad para comer mientras se estudia.

 

Bette Davis y Joan Crawford estudiándose el guión de ¿Qué fue de Baby Jane? (1962): porque no solo las tensiones no resueltas de índole sexual tienen cabida en este texto.

 

Que las necesidades del lobby estudiantil estén marcando las pautas en las bibliotecas universitarias es lógico. Pero ¿y en las públicas? Observar las salas de una biblioteca pública en época de exámenes puede ser lo más parecido a la lucha por la supervivencia en hábitats reducidos.

No hace falta irse a Sevilla para perder la silla: los estudiantes colonizan los espacios, expulsan a los abuelos de la zona de prensa, invaden las secciones reservadas para los pequeños, y a poco que se dé la vuelta el bibliotecario para subir al depósito: le quitan la silla del mostrador. Hacen imperar la ley del silencio con un celo que para sí quisieran la Yakuza, la Cosa Nostra y la Mafia rusa juntas; y fulminan con la mirada, cual mutantes de los X-Men, a cualquier carrito con las ruedas desengrasadas.

«Si sigues pensando que una biblioteca es un sitio que sirve para estudiar, Infobibliotecas no es tu revista«: hace unos meses lanzábamos este eslogan publicitando nuestra revista en las redes, y lo cierto es que resume bien la única postura posible desde el punto de vista de una biblioteca pública ante esa marabunta que lo invade todo.

 

Tula y su cuñado en la adaptación que Miguel Picazo hizo de la novela de Unamuno en 1964: tensión sexual en la España más represiva.

 

Y no sería honesto repartir estopa, bueno esto más bien se ha quedado en arpillera: sin incluir al gremio bibliotecario. Afortunadamente un gran número de bibliotecas públicas están atendidas por funcionarios públicos. Pero precisamente esa condición funcionarial es la que lastra en muchas ocasiones el progreso y desarrollo de las bibliotecas.

No es el bibliotecario un gremio al que se puede acusar en exceso de ensimismado: pero arrastra los vicios e inercias de una Administración que tan poco incentiva a los empleados públicos, y que se convierte en refugio para tanto mediocre cuya única vocación no es el servicio público a la cultura, sino el aburguesamiento laboral más inmovilista.

¿Qué dónde está la tensión no resuelta en este caso?: es la que se establece entre los que, siendo o no funcionarios, se apasionan por lo que hacen, creen en el poder transformador de la sociedad que pueden jugar las bibliotecas y, pese a las condiciones adversas en muchos casos, siguen adelante: y los bibliotecarios jurásicos (sea cual sea su edad) que tan solo esperan llegar tranquilamente a la jubilación. Como decíamos en Una verdad (bibliotecaria) incómoda para estos últimos: «ni un mísero responso por su desaparición».

 

Tensión pectoral entre Sophia Loren y Jane Mansfield.

 

En cierto modo la última tensión bibliotecaria no resuelta enlaza con lo de los bibliotecarios jurásicos y los ¿airados? (por utilizar un término con reminiscencias literarias y cinematográficas). Se trata de la tensión hormonal bibliotecaria: (hay otras tipologías bajo esta denominación pero aquí y ahora nos centramos en esta): dícese de la tensión entre bibliotecario infantil y menor entre 9-10 años que era cliente fijo de la sección y que en su proceso hormonal para mutar en púber pre adolescente: es abducido por los videojuegos, las redes sociales y demás cantos de sirena tecnológicos.

Entre las decisiones bibliotecarias inmediatas de los próximos años es posible que sea ineludible el aceptar este «síndrome de nido vacío bibliotecario» para centrarse en los usuarios procedentes del baby boom de los 60 que van a ser mayoría en las sociedades occidentales. Un ejemplo a seguir en este sentido sería la Sala +60 que se ha inaugurado recientemente en la Biblioteca de Santiago de Chile: un espacio para atender a las necesidades de esta gran cantidad de población madura que se avecina. Algo de lo que ya hablábamos en el exitoso post La arruga es subversiva.

En cualquier caso, lo que parece que no perderá vigencia alguna será la tensión bibliotecaria no resuelta entre: la idea de la biblioteca como templo de la cultura y el concepto de biblioteca como supermercado de la cultura.

 

El ama de llaves de Rebeca (1940): tensión sexual no resuelta necrófila.

 

Y aquí cerramos el repaso a algunas de las tensiones bibliotecarias no resueltas. Por obvias hemos excluido las tensiones que, durante todo el año, pero especialmente a partir de primavera cargan de feromonas las salas de las bibliotecas. Esos paseos recurrentes entre las mesas en dirección a los baños o a las máquinas expendedoras de café, esas miradas furtivas entre subrayado y subrayado, ese otear entre estanterías encuadrando determinadas partes de anatomías ajenas. Pequeños gestos que unen a estudiantes, usuarios y bibliotecarios bajo los imperativos de la biología.

Esperemos que por el bien de la cultura, esta primavera y verano, muchas de estas tensiones se resuelvan satisfactoriamente para todos. La represión nunca trae nada bueno.

Y ¿quién mejor que Dita Von Teese para advertirnos de los peligros de no resolver las tensiones que nos colonizan el cerebro no dejándonos pensar más que en lo único? ¿Bibliotecarios reprimidos?, ¿dónde se ha visto eso?:

 

 

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com