Esta semana uno de los tuits que más interacciones ha registrado en la cuenta de Infobibliotecas (aparte de los tuit relativos al #postenobras, gracias por preguntar) ha sido el que recogía la acción de dos artistas alemanes que colgaron una pancarta sobre la fachada de la biblioteca de la ciudad de Stuttgart, rezando en grandes letras: Estoy con un estúpido, señalando al centro comercial que está junto a la biblioteca en cuestión.
Esta ingeniosa denuncia del consumismo galopante que todo lo invade, supone un gran halago para las bibliotecas en general. Es de agradecer esa consideración por parte de Günther Mailand y Frida Innenhof, que así se llaman los artífices de colgar ese orgulloso pendón en defensa de la cultura. Pero para ser justos, sería muy desagradecido por parte de las bibliotecas que aceptaran sin más el piropo, sin reconocer la deuda que las bibliotecas del siglo XXI, tienen para con los supermercados, los centros comerciales y grandes superficies en general.
En una biblioteca patrimonial, en una biblioteca especializada, o por supuesto, en una privada; es lícito que se preserve ese espíritu de institución aún depositaria del desvaído concepto de Alta cultura; pero ¿en una biblioteca pública? El sueño húmedo de cualquier biblioteca pública (si es que una biblioteca tiene de esas cosas) es contar con un público tan nutrido, variopinto y asiduo como el de los centros comerciales.
En una biblioteca pública, la cultura hace mucho que dejó de ser algo académico y exclusivista, y pasó a ser parte integrante de la oferta de ocio de los ciudadanos (y en su capacidad de crecer como centro de ocio cultural, les va la supervivencia en estos tiempos). En una biblioteca pública la cultura ha de ser algo de consumo diario, como el detergente, el agua, la leche o los huevos lo son en un supermercado: artículos básicos en la cesta de la compra de pensamientos propios.
Puede que tejuelo, CDU, incunable, OPAC o signatura topográfica sean términos originariamente bibliotecarios, pero marketing, benchmarking, diagramas de flujo o análisis DAFO, han sido fusilados por las bibliotecas del mundo empresarial.
Que sí, que es necesario seguir teniendo una mirada sobre las bibliotecas como refugios de un concepto de cultura sin leyes de mercado de por medio; pero quedarse en ese espejismo, sólo las empuja un poco más a la irrelevancia en este mundo regido por la obsolescencia programada. Así pues, si queremos de verdad preservar algo de santuario, empecemos por reconocer lo que las bibliotecas tienen en común con supermercados y grandes superficies:
- puede que centros de interés sea un término acuñado en el gremio bibliotecario, pero no es más que la manera de rebautizar una de las técnicas que suponen el abc de cualquier supermercado o gran superficie: hacer que el público se tropiece prácticamente con la mercancía de manera que capture su atención,
- las colecciones de libre acceso ordenadas por CDU son propias de las bibliotecas, sin duda, pero ese recorrido por las diferentes secciones
tropezándose a cada paso con nuevos reclamos, ¿no suena demasiado al obligado recorrido por todas las secciones que han llevado al extremo establecimientos tipo IKEA?
- la simpática (y ya algo agotada) moda de los flashmob, surgió como una de las tendencias que crean las redes sociales, y uno de los lugares preferidos para convocarlas, fueron desde el principio las grandes superficies y supermercados. Las marcas sin perder el tiempo, empezaron a apropiarse de la idea para hacerse las guays y conectar con el público joven. Poner flashmob y biblioteca en el buscador de Youtube arroja una cifra de 56.800 resultados, sobran las palabras,
- puede que las catedrales del consumo lo tengan más fácil a la hora de seducir a las masas, pero eso no quita para que la competencia feroz
a la que se enfrentan, haya llevado a más de una a la quiebra. Y las bibliotecas han estado al quite para cual ultracuerpos, invadir sus espacios desahuciados en varios ejemplos de okupación bibliotecaria.
Desde la gran superficie Eden Prairie en Minnesota, que en 2012 se reconvertía en la biblioteca de una planta más grande de los Estados Unidos; o hace tan sólo unas semanas, la biblioteca Indian Trails en la ciudad de Wheeling (Virginia) se mudaba a un centro comercial mientras se construye su nueva sede. Lo sorprendente para el personal, ha sido constatar la gran afluencia de público que la biblioteca ha recibido en su nueva ubicación comercial,
- por no hablar de los Bibliomercados (el último inaugurado en la ciudad de Murcia hace unos días), en los que la alta cultura se apea de la mayúscula, a fuerza de compartir vecindad con las ofertas del día en salazones, frutas o pescado fresco.
En el 2012 la escritora británica Ann Cleeves publicó un artículo bajo el nombre de Las bibliotecas no son supermercados, son lugares mágicos dónde empiezan los sueños. Leyéndolo no cabe duda del amor que Cleeves profesa por las bibliotecas, pero pintarlas como lugares mágicos en los que la imaginación vuela, queda precioso para niños, y powerpoint de atardeceres con frases de Paulo Coelho; pero poco eficaz a la hora de persuadir a los responsables políticos de turno.
Es mil veces preferible el eslogan de la librería La Casquería, en el mercado de San Fernando en Madrid:
«un libro debe fabricarse como un reloj, y venderse como un salchichón»
Así pues, que las bibliotecas públicas sigan manteniendo a raya el consumismo sin criterio, que sirvan de antídoto al ritmo de caducidad que barre los escaparates de las librerías (y que Rodríguez Rivero vuelve a poner en evidencia en su crónica sobre la Feria del Libro de Madrid 2016) , que actúen como barricada contra la alienación de las marcas blancas del pensamiento. Pero que no por ello, dejen de mirar las historias de éxito de ventas, que se deslizan por las cintas transportadoras de los supermercados (como las de la campaña #ValeMuchoCuestaPoco de los supermercados Aldi, de los que ya hablábamos en el #postenobras).
Quiero ser un bote de Colón, y salir anunciado por la televisión, una aspiración legítima para las bibliotecas de hoy día. Pero mucho nos tememos, que al tema de Alaska y los Pegamoides, se le ven demasiado las hechuras culturetas warholianas, como para que sirva al propósito de una de las técnicas de venta de grandes superficies, que de momento, no es asumible en bibliotecas.
El hilo musical euforizante que manipula nuestros sentidos haciéndonos, se supone, consumir más y más. Ojalá consiguiéramos el equivalente de esta técnica para adaptarlo a las bibliotecas. Por el momento, nos quedamos con el dúo noruego Galantis, que lleva esa técnica al extremo en este vídeo, que resulta de lo más apropiado para terminar de ambientar el post.
About Vicente Funes
Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com