Biblioficción: ensayos de futuro

Las entidades bancarias no caen bien. Por mucha campaña de compromiso con sus clientes, de financiar tus sueños, de velar por tu seguridad: las agencias responsables de sus estrategias de marketing hacen malabarismos para lavarles la cara. Despertar un mínimo de simpatía en el tanto por ciento de población no encuadrable dentro de las grandes fortunas: es tarea imposible. Pareciera que se esfuerzan por boicotearles el trabajo a sus publicistas.

 

La futurista biblioteca de Monterrey en México.

 

Si tras la crisis que arrancó en 2008 (¿se puede hablar en pasado de esa crisis?) la usura y el engaño de sus estrategias de captación de clientes quedó al descubierto; tras esta crisis sanitaria, una vez más, vuelven a mostrar su cara más antipática con el desprecio hacia su clientela de base: los jubilados.

En un post de autocita recurrente en este blog, La arruga es subversiva, celebrábamos el espíritu contestatario y rebelde que el otrora pacífico colectivo de la tercera edad está demostrando en este nuevo siglo. Las protestas promovidas por parte de grupos como la Plataforma de Mayores y Pensionistas en contra del riesgo de exclusión financiera (nueva expresión de moda): subrayan el espíritu luchador y reivindicativo de la población anciana.

 

 

Con una pandemia que se ha cebado en los mayores la mejor campaña de imagen, desde luego, no era excluirlos vía digitalización. Robots antipáticos, bancos antipáticos. Pero, sin que sirva de descargo, lo cierto es que las entidades financieras sirven de avanzadilla. No vamos a revestirlos de un aura de oráculos pero las entidades financieras son las primeras en aplicar a pie de calle las tendencias más radicales del capitalismo. Su responsabilidad es seguir, adaptarse al signo de los tiempos. ¿No es lo mismo que las bibliotecas deben hacer en sus negociados?

Por eso la noticia de la instalación de cajeros automáticos en los bibliobúses que dependen de la Diputación de Salamanca no puede conjugar mejor el cara a cara forzado que aqui estamos urdiendo: bancos versus bibliotecas. Unos se pliegan obedientes, no les queda otra, al devenir más estricto de los tiempos; mientras que las otras se las ingenian para mitigar los excesos que marginan a colectivos.

 

Viñeta del humorista gráfico Álvaro Pérez en ‘La Tribuna de Valladolid’: los bibliobúses, cual navajas suizas, llevando cultura y dinero a la España vaciada.

 

Todo nos está llevando mansamente hacia esa evolución/involución según quien lo observe. Puede que nos indignemos ante el desamparo digital de nuestros mayores pero seguimos, irremediablemente, haciéndole el juego a las grandes tecnológicas en nuestro día a día. A cada cual le toca o tocará su propio tipo de exclusión más pronto que tarde. Y la mejor manera de anticiparse resulta estar en las bibliotecas.

En la última (y primera tras ganar el Nobel) novela de Kazuo Ishiguro, Klara y el sol, los androides se esfuerzan por humanizarse mientras los humanos se concentran en robotizarse. Un compatriota de Ishiguro, Ian McEwan, también abordó el tema en una de sus últimas novelas: Máquinas como yo.

Son solo dos ejemplos de los muchos esfuerzos que desde la literatura se está haciendo por anticiparse, por avisar, por denunciar. Pero noticias como la de la universidad británica de Northampton que advierte a sus estudiantes sobre el «material potencialmente ofensivo y molesto» que contiene el clásico 1984 de Orwell ponen difícil el optimismo.

Todo lo contrario que el gobierno francés cuyo Ministerio de los Ejércitos tiene en plantilla, desde hace tiempo, a escritores y autores cómic de ciencia ficción para que les planteen posibles escenarios futuros y así anticipar guerras y desastres. Las reticencias, que persisten y mucho, a la ciencia ficción se desmoronan cual código digital de Matrix ante el poder visionario del género. El futuro, los futuros, se han abocetado siempre en las imaginaciones más calenturientas. Habrá que confiar en que una vez los creadores compartan sus elucubraciones con los políticos: estos tomen nota y no se cumpla el guion de la película de moda en Netflix: No mires arriba (2021)

 

La presidenta de los EEUU interpretada por Meryl Streep a la que no paran de buscarle parecidos razonables con políticos vigentes.

 

La esperanza, una vez más, está en la cultura. Y por añadidura, faltaría más, en las bibliotecas. Ahora solo falta que se las tenga en cuenta. Bibliotecas como ventanas al siglo XXI (como reza el frontispicio de este blog); bibliotecas que recuerda este vídeo de la BRMU siguen siendo humanas.

 

 

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Expurgo a tiro limpio

 

Pese a lo que muchos creen el síndrome de Diógenes no es algo consustancial
a la profesión bibliotecaria. Sería algo mucho más propio del gremio consanguíneo que habita en los archivos.

Por eso, por mucho que el artista mexicano Gonzalo Lebrija, se liase a tiros con libros en una de sus performances para representar el anhelo por suprimir el tiempo: quienes llevan adelante, cada día, las bibliotecas saben que, en realidad, lo que estaba experimentando era el placer bibliotecario de expurgar.

Su obra Who knows where time goes (Quién sabe dónde va el tiempo) aspiraba a representar la aniquilación del tiempo a través de la destrucción de los libros. Allá cada cual con su discursos artísticos. Pero el anhelo verdadero que late tras esa puesta en escena no es más que una representación de una venganza bibliotecaria.

 

El artista Gonzalo Lebrija viviendo el sueño de muchos bibliotecarios

 

Por mucho que nos puedan gustar las películas que protagonizó Charlton Heston, o seamos fans de Tarantino, estamos en contra del uso de armas. Pero todo hay que ponerlo en contexto. Cuando, en una biblioteca, te han pedido cuatrocientas mil veces el best seller de turno, el momento más anhelado por cualquier profesional de pro: es cuando pasa la moda, nadie se acuerda de él, y puedes darte el gustazo de desterrarlo de tus colecciones. Si ese inocente acto fuera a tiro limpio, que Gutenberg nos
perdone: el expurgo sería hasta terapéutico.

 

Libro alcanzando al vuelo

Una vez relajados tras pegar unos cuantos tiros, proseguimos con el arte en
clave más constructiva, efímera, pero constructiva. La arquitecta de origen
hindú afincada en Madrid, Anupama Kundoo, llevó a cabo hace unos años en
Barcelona una instalación de arquitectura efímera. Con el nombre de la
Biblioteca de los libros perdidos.

Kundoo recreó un bosque metálico para cubrir la plaza de Salvador Seguí de la capital catalana; la sombra sobre los viandantes y lectores que optaban por ampararse bajo la instalación, estaba realizada a base de libros abiertos, que quedaban suspendidos en el aire, al estar encapsulados dentro de una gran lona de plástico transparente.

 

Una bandada de aves librarias idónea para que Gonzalo Lebrija apretara el
gatillo; pero en este caso no era esa la intención. El concepto tras esta
Biblioteca de libros perdidos, apelaba a la libertad, a la celebración de la
lectura, a liberar a estos tomazos suspendidos en el aire de su peso
específico; y así representar la luminosidad de sus contenidos bajo los que cobijarse.

No nos consta que el artista mexicano Lebrija y la arquitecta hindú Kundoo
se conozcan; pero las dos instalaciones/obras que nos han servido para este post, sí que establecen un diálogo de lo más interesante a la hora de abordar el universo librario. El primero sueña con suspender el paso del tiempo matando
libros; mientras que la segunda, aspira a liberarnos dejándolos volar.

Dos versiones diferentes que al fin y al cabo hablan de un mismo concepto de
libertad.

 

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Mapa de las músicas del mundo

 

Walter Benjamin falleció en 1940, por lo que difícilmente podía prever lo que iba a suceder con la industria de la música casi un siglo después. Pero sin ánimo de profetizar nada, el filósofo y ensayista alemán más amado por las nuevas generaciones, ya dejó claro en la primera y convulsa mitad del siglo XX, lo que iba a acontecer con la música a partir de entonces.

Totalmente desacralizada, manufacturada, y expoliada su aura, la experiencia musical que en los siglos precedentes suponía toda una liturgia, un acto exclusivo y único: se convertía en objeto de usar y tirar a partir del momento en que el gramófono permitía reproducirla, una y otra vez, en el salón de casa. Así que no era de extrañar que la primera industria que resultase herida ante el empuje tecnológico fuera la de la música. La industria del cine le siguió; y la industria editorial parecía la siguiente.

 

 

¿Será por eso que la gastronomía y la moda empezaron a escalar cada vez más espacios en los medios? Las sociedades necesitan rituales, y tanto la moda como la gastronomía resultan efímeros, consumibles y altamente ritualizables. ¿Los chefs y los diseñadores han venido a competir con las estrellas del rock y del cine?

Pero la historia nunca sigue un camino recto. En un giro de guion propio del más efectista de los seriales: una pandemia ha provocado que las ventas de libros se incrementen de manera inesperada. Ninguna de las campañas de fomento de la lectura había contando de aliado con un virus que obligase a confinar a la población mundial. Todo lo contrario que la industria musical a la que la pandemia ha venido a herir uno de sus principales balones de oxígeno de los últimos tiempos: los directos.

El mítico promotor Pino Sagliocco, responsable de traer a nuestro país algunos de los grupos y estrellas más rutilantes, lanzaba un deseo de futuro para la industria musical en el Foro Internacional ‘Carta de Santiago’ que se celebró el pasado mes de noviembre en Santiago de Compostela: «la música está desunida. Hay que crear unas herramientas que nos permitan confluir, para representarnos de la manera que nos merecemos

 

Pino Sagliocco ha estado detrás a través de su promotora Live Nation de las giras de grandes estrellas como AC/DC, Madonna o los Rolling. Precisamente los Rolling cumplen 60 años como grupo en estos días y Reino Unido lo conmemora con una edición de sellos.

 

Ya no hay tanto presupuesto para grandes vídeos, y el streaming o los politonos hacen que consumir música se parezca cada vez más a comer pipas. Los festivales de música (al menos cuando se puede celebrar) siguen gozando de buena salud; aunque muchas veces se confunde el genuino amor por la música en directo con la sospecha de servir como mera excusa para un macrobotellón. Como contrapartida,  el aumento de ventas de vinilos supone un movimiento de resistencia a todo esto, que deja claro que en estos tiempos a cada tendencia le acompaña su movimiento de resistencia.

Por todo eso, resulta tan interesante el mapa musical mundial que puede consultarse en Every Noise at Once. Un invento del ingeniero de la plataforma de datos musicales Echo Nest, Glenn McDonald, que en un intento por organizar toda la información con la que trabajaba se interesó por agrupar canciones según patrones rítmicos para, posteriormente, agregarlas a su género correspondiente.

Una estupenda manera de perder el tiempo, ir pinchando en los géneros, categorías y geolocalizaciones de la web e indagar sobre qué tipo de música copa los primeros puestos. Y es un buen ejercicio, porque en contra de lo que pudiera pensarse, tras dejar claro que el género que más se escucha en general es el hip hop; la creación de McDonald discrimina en cada ciudad lo que la distingue del resto lo cual depara no pocas sorpresas.

Y es que por mucho que se desacralice, que pierda el aura, o que determinadas formas de consumo la maltraten: la evidencia es que no podemos vivir sin música. Solo hay que mirar una vez más a una de las potencias emergentes que más lecciones nos dan en su defensa de las bibliotecas: Corea del Sur.

La Hyundai Car Library de Seul cuenta con una colección de más de 10.000 vinilos, en la que se convirtió tras su inauguración en 2015, en la biblioteca más grande del mundo dedicada a la música. Un alucinante espacio con todos los estilos de música imaginables, que se puede escuchar en tocadiscos disponibles para el público.

 

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Demoliendo el 2021

 

Cuando a final del año pasado acometimos el tradicional resumen anual en este blog lo hicimos pensando que el cambio del gerundio Desmontando, bajo el que reunimos lo más destacado del año que termina, al más contundende Desguazando: iba a ser algo excepcional. Pero aquí estamos 365 días, más o menos, después repitiendo fórmula con ánimo demoledor.

Si bien es cierto que algunos de los deseos formulados se han cumplido (tenemos vacunas, hemos podido reabrir las bibliotecas con una aparente normalidad, y al fin y al cabo, aquí seguimos): 2021 tampoco ha sido un año como para lanzar las campanas al vuelo. Por ello repetimos contundencia en el gerundio. Queremos demolerlo hasta dejarlo en el chásis, en meras ruinas, en abono para que el 2022 coja fuerza hacia una, no sabemos ya si nueva o no, normalidad.

Aquí dejamos la escalera de posts elegidos para encarar el nuevo año con ánimos renovados.

 

 

«La segregación por generaciones, más allá del entorno familiar, es uno de los proyectos más exitosos del capitalismo. Los ámbitos y espacios de interacción intergeneracional, más allá de los vínculos familiares, se han ido reduciendo sistemáticamente desde hace décadas.» En La biblioteca como puente intergeneracional 

 

 

«Actualizarse continuamente lleva a una vejez prematura. Estar al día se ha revestido de un halo de prestigio que, según en qué asuntos, hay que empezar a cuestionarEn Actualizaciones disponibles para bibliotecas desfasadas

 

 

«Entre meter criada o ponerse a servir, las bibliotecas siempre han hecho lo segundo. Y lo primero, lo de meter criada, hasta que Amazon no desarrolle una versión con la voz de Gracita Morales: que se olvide de las bibliotecas.» En Alexa quiere ser bibliotecaria, pero no la dejan.

 

 

«La legitimación social del trepa, en el siglo XX, se apoyaba en una pátina de ilustración. Pero ahora los tiempos son más sinceros: la obscena exhibición del dinero es más que suficiente». En La biblioteca del Ritz

 

 

«Puestos a cuestionar, probablemente, lo que habría que cuestionar es el sistema mismo de pruebas de acceso a la Administración. El decimonónico, pero aún único, sistema de oposición y/o concurso/oposición.» En Oferta de empleo público para bibliotecas del siglo XXI

 

 

«exigencia de que la distancia entre un local de juegos y un centro educativo pase de 100 a 800 metros. Y en cuanto a equipamientos sociales (y es aquí donde se cita expresamente a las bibliotecas): la distancia ha de ser de 450 metros como mínimo.» En Hagan juego, señores…pero lejos de la biblioteca.

 

 

«¿sería posible imaginar a un  Felipe Gonzalez, un José María Aznar o a un Rodríguez Zapatero yendo a clausurar un congreso de bibliotecas en España?» En Y ahora, ¿hacia dónde miramos? Bibliotecas y políticos

 

 

«El fútbol convertido en escenario para actos en apoyo a los derechos LGTBIQ. Esos estadios repletos de testosterona dónde tanto se ha abusado de la palabra maricón como insulto; y del himno cantando por Freddie Mercury We are the champions como grito de exaltación viril En La biblioteca está abierta

 

 

«¿cuántas cosas hacemos para un mundo que no existe? Y más específicamente, ¿cuántas cosas se hacen desde las bibliotecas para un mundo que ya desapareció o aún no ha llegado? Se nos ocurren unas cuantas.» En Biblioteca para un mundo que no existe.

 

 

«La insularidad bibliotecaria proviene de su singularidad como institución fuera de la lógica capitalista más extrema. Su insularidad lejos de excluir: acoge a todo el mundo. Y un gesto tan simple contraviene la privatización cultural que de una biblioteca pública puede hacerse.» En La biblioteca como isla.

 

 

«las plantas naturales son tendencia en bibliotecas. En la biblioteca asiática cuentan con un jardín interior, una sala de hidroponía (cultivo de plantas en soluciones acuosas), lámparas vegetales y herramientas de aprendizaje digital muy orientados a la concienciación sobre la sostenibilidad y los problemas ambientales.» En Biblioteca inmersiva.

 

 

«las mujeres bibliotecarias se perciben más fiables que sus colegas masculinos: 92% frente al 62%. En las personas con estudios se incrementa la confianza en la profesión en un 96% frente al 85% (ni tan mal) de la población con nivel más bajo de estudios.» En Bibliocondría: patologías bibliotecarias.

 

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Navidad bizarra

 

A tenor del día a día en las redes se podría interpretar que la ironía está sobre explotada en nuestros días. Pero no es verdad. Lo que está omnipresente es el cinismo más burdo y vulgar. Twitter no ha hecho emerger a ningún Oscar Wilde, a ninguna Dorothy Parker, ni siquiera a una Mae West de afiladas réplicas y contrarréplicas en 280 caracteres. Los alardes de ingenio, que los hay, se esfuerzan tanto en tomar partido por algún bando que terminan perdiendo alcance. Pero afortunadamente siempre se puede volver a los clásicos.

El último libro del director de cine John Waters (al menos el último traducido al español): Consejos de un sabelotodo (Caja negra, 2021) supone un reencuentro, para quien lo haya frecuentado, con el afilado sentido del humor del que fue bautizado como el padre de la cultura basura. Puede que sus películas con Divine y posteriores abusaran del trazo grueso; pero la mirada de su creador siempre les otorgaba un toque de inteligencia.

En este ensayo pseudobiográfico el director de Los asesinatos de mamá se lamenta/sorprende de que la edad lo ha hecho respetable. Nada más empezar Waters se pregunta qué es lo que ha pasado para que se haya ganado el respeto y lo llamen a dar conferencias en universidades o programen sus películas más underground y cochinas en filmotecas, museos y lugares de lo más venerables. Cuando hasta su obra Doce culos y un pie sucio (collage cinematográfico de planos de detalle de pelis pornográficas) cuelga en un museo sin que nadie proteste: es que, definitivamente, el bueno de Waters se ha convertido en un clásico. Está desactivado. Aunque, en realidad, el cineasta que inspiró al Almodóvar de sus primeras películas: nunca fue un transgresor peligroso.

 

La mamá psicópata protagonista de Serial mom (1994)

 

Ya advertíamos en La revolución empezará en la biblioteca:

«las bibliotecas no quieren ser respetadas, es más, necesitan que les falten al respeto cada vez más. Que las intervengan, las cuestionen, las reinterpreten, las invadan, las revivan, las sacudan: en definitiva que alejen de ellas esa respetabilidad de damas decimonónicas con que algunos políticos las siguen imaginando

 

Y eso es lo que le pasa a Waters a estas alturas de su carrera. Desde aquí nos atrevemos a aconsejarle que no por eso pierda sus ganas de divertirse (algo que parece poco probable leyendo su libro). Es lo que hacemos, o intentamos hacer, de vez en cuando en este blog a cuenta de las bibliotecas. Y en estas fechas proclives de por sí a los excesos gastronómicos, etílicos, consumistas, familiares y, sobre todo, estéticos: Waters es toda una inspiración para la galería de jerseys navideños con mensaje bibliotecario que dan forma a nuestra felicitación de fiestas para este año.

Segunda Navidad de pandemia, segundo año de mascarillas, segundo año de improvisaciones. A estas alturas de la película no podíamos recurrir a nada moderado y elegante. Y seguros de que tendríamos la bendición estética de Waters deseamos a todo el ecosistema bibliotecario unas felices fiestas, si se puede, y un 2022 ……… (que cada quien formule su deseo para sí). Tras dos años tan bizarros este post reverdece aunque sea de rondón nuestra serie Biblioteca bizarra para dejar atrás este segundo año nuevamente agotador. Y para ello nada mejor que concluir con esta joya entre las joyas de las canciones dedicadas a la Navidad: Álvarez Guedes y su Cada vez que pienso en ti. Una canción perfecta para dedicársela al 2020, al 2021 y a quien y a lo que cada cual le tenga más ganas.

Sé amable con el bibliotecario Santa Claus está mirando.

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Bibliocondría: patologías bibliotecarias

 

Cada profesión, cada trabajo tiene unas patologías. La revolución industrial del XIX acarreó enfermedades asociadas al trabajo que la mejora en las condiciones ha logrado erradicar en muchos casos. No es que la revolución digital del XXI no lleve consigo la carga de nuevos riesgos laborales, es sencillamente, que aún estamos en fase de experimentación de dolencias futuras.

La digitalización que ha confundido la vida privada y la laboral ha uniformado las dolencias de numerosas profesiones: molestias oculares, trastornos de sueño, dolores lumbares, contracturas en hombros, cefaleas, pérdida de visión… Riesgos laborales todos ellos que no se encuadrarían dentro de lo que aquí bautizamos como bibliocondría.

La bibliocondría es una afección que puede manifestarse de muy diversas maneras y abierta a las aportaciones que cualquiera que se mueva en el ámbito bibliotecario quiera añadir. Una afección que se desarrolla en el ámbito de lo psicológico:

  • bibliocondría es lo que padecen los estudiantes que ven como cambian las bibliotecas y llenan buzones de reclamaciones y redes sociales con sus quejas exigiendo un silencio perenne
  • bibliocondría es el vértigo que sienten, aún a estas alturas, algunos profesionales de bibliotecas ante las transformaciones que cuestionan procesos y hábitos adquiridos
  • bibliocondría es la sensación de salto al vacio cuando se sale de lo rutinario para experimentar con fórmulas nuevas
  • bibliocondría, ampliando el espectro, es también lo que sienten las multinacionales de contenidos digitales ante la perturbadora presencia de unas instituciones antidiluvianas. Unos servicios que sobreviven y plantean anomalías en las relaciones entre productores y consumidores de cultura al no moverse en pos de beneficio económico
  • bibliocondría es la resistencia a perder las esencias olvidando que las esencias siempre han sido volátiles y fáciles de contaminar
  • bibliocondría, en definitiva, no es más que miedo. Una hipocondría aplicada al cuerpo bibliotecario que puede afectar tanto a profesionales como a público.

Superar los miedos, tras casi dos años de pandemia, ha perdido estatus como frase hecha. El debate que se está planteando a raiz de sucesos trágicos como el suicidio de la actriz Verónica Forqué ha puesto en primer plano, por fin, el asunto de la salud mental. El escritor británico Matt Haig declaraba recientemente que la buena terapia y el arte buscan una especie de verdad.

Haig habla desde la experiencia. Tras años como DJ, con 24 años, había llegado al límite. Drogas, alcohol y una profunda depresión le llevaron a pensar en el suicidio frente a un acantilado ibicenco. Y decidió pisar el freno. Años después el británico volcó en la escritura sus experiencias con libros que han sido best sellers bordeando, pero sin llegar a caer de lleno, en la autoayuda. Su novela La biblioteca de la medianoche se nutría también de su experiencia con la depresión pero en este caso desde la literatura.

 

 

Su protagonista, Nora, despierta tras ingerir una sobredosis de pastillas en una biblioteca infinita. Allí se encuentra con la que fuera la bibliotecaria de su colegio: la señora Elm. Una mujer amable que le informa de que mientras se encuentre en la biblioteca estará libre de la muerte. A partir de ahí, cada libro de la biblioteca se convierte en una puerta abierta a las posibles vidas que Nora podría haber vivido. Una variación argumental que, muy propio para estas fechas, invoca ecos del clásico navideño dickensiano. Al final la protagonista tendrá que tomar una decisión. Una decisión que, si la adaptación es fiel, servirá también de final para la próxima serie que está montando Netflix con el escritor como productor ejecutivo.

Adaptación de la novela infantil de Matt Haig para Netflix.

Como sostiene Haig en la citada entrevista «Los libros y las bibliotecas son el lugar donde encontramos otras versiones de nosotros mismos”. Y algo de verdad hay más allá de la ficción reconfortante de sus novelas a tenor de una de las últimas noticias que llegan de su país de origen.

Desde hace treinta y ocho años la empresa Ipsos Group dedicada a la investigación de mercados realiza un análisis sobre la percepción que la ciudadanía tiene respecto a diferentes profesiones. Pues bien, los resultados en Reino Unido, han dado una alegría para el gremio bibliotecario.

Que en un país donde en los últimos años se ha vivido una auténtica masacre bibliotecaria en presupuestos, cierres de centros y recortes salvajes: el 93% de quienes han respondido a la encuesta hayan situado a la bibliotecaria como una de las profesiones en las que más confian: es para celebrarlo.

Tras el gremio de enfermería, la profesión bibliotecaria obtiene el segundo puesto en un listado que prosigue en los siguientes puestos con el cuerpo médico, el profesorado y curadores de museos.

 

El éxito es aún mayor porque es la primera vez que la profesión bibliotecaria aparece en el ranking de credibilidad a nivel mundial. ¿Cuánto tendrá que ver en esta súbita percepción la enorme labor que las bibliotecas han desarrollado durante esta pandemia? Sin lugar a dudas mucho. Pero la encuesta arroja otros datos curiosos: las mujeres bibliotecarias se perciben más fiables que sus colegas masculinos: 92% frente al 62%. En las personas con estudios se incrementa la confianza en la profesión en un 96% frente al 85% (ni tan mal) de la población con nivel más bajo de estudios.

Y tal vez lo más meritorio de todo: tanto personas con ideas políticas conservadoras como progresistas coinciden en la fiabilidad de la profesión bibliotecaria con porcentajes (95-94%) prácticamente iguales. Datos que son la mejor terapia para cualquier tipo de bibliocondría.

Y si Sheldon Cooper y su visionaria hipocondría, vistos los tiempos que vivimos, encabeza este post concluyamos con otro personaje de serie. El nunca suficientemente ensalzado Tony Soprano. Un personaje, una serie, perfecta, magistral. Una obra maestra. Las escenas de sus terapias con la psiquiatra son tan míticas como cualquiera de las escenas con diván del mismísimo Woody Allen. Pero en un registro muy distinto.

 

 

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Bibliotecas desde punto de vista femenino

 

La muerte (atención spoiler tardío) del agente 007 en la última entrega de la saga James Bond adquiere unos ecos que van mucho más allá del impacto puramente cinematográfico. Ni el cansancio de Daniel Craig por interpretar al mítico agente, ni el rendimiento de la fórmula (inagotable tras 60 años de adaptaciones cinematográficas del personaje de Ian Fleming): sirven para justificar la inmolación del invencible, hasta el momento, agente.

 

El primer James Bond con falda escocesa fomentando la lectura desde una biblioteca sin margen para ambiguedades.

 

Bond ha representado el epítome (no exento de auto parodia en más de una ocasión) de lo viril según el estereotipo del sistema capitalista occidental. Y los rumores sobre que su sucesor podría ser sucesora: demuestran lo atentos que los responsables de la saga están al aire de los tiempos.

El mundo de la ficción audiovisual está siendo el primero en capitalizar (y cuando decimos capitalizar lo decimos en sentido estricto: obtener beneficios económicos) el renovado y reforzado feminismo de estos últimos años. Hollywood ha llevado a cabo relecturas de algunos de sus taquillazos con protagonistas masculinos en versión femenina: desde los Cazafantasmas a Un par de seductores pasando por la saga Ocean´s.

 

 

Si como siempre en este blog aplicamos este revisionismo desde mirada femenina al mundo de las bibliotecas: el resultado no daría para mucho. ¿O tal vez sí? En nuestro post Menú del día para mujeres bibliotecarias la comensal oculta tras la identidad de María Moliner decía:

«Hablando desde el mundo laboral, nosotras (las bibliotecarias) […] no somos un colectivo que haya sufrido la desigualdad en el trabajo. El machismo en la sociedad, eso ya, de un modo u otro, lo hemos vivido todas.»

Un remake del mundo bibliotecario desde prisma femenino suena absurdo en una profesión tradicionalmente copada por mujeres. Pero más adelante, en este mismo post, la comensal tras la máscara de la bibliotecaria y escritora Anne Tyler puntualizaba:

«Y ¿en cuanto a jefaturas? Hay más jefes hombres que jefas en un ámbito mayoritariamente femenino. Eso sí es llamativo.»

Y aquí surge la brecha, no salarial en este caso, por la que se cuela otra posible mirada sobre el mundo bibliotecario: ¿y si el concepto de biblioteca proviene de una visión masculina que no se ha revisado/cuestionado en ningún momento? Antes de adscribirnos a ningún discurso socorrido de los que circulan en estos tiempos con riesgo acentuado de convetirse en clichés: pasamos de puntillas sobre tan delicadas (o innecesarias cuestiones) para tomar el pulso a este revisionismo desde mirada femenina en otros campos. Si antes hablábamos del audiovisual algo similar está ocurriendo con el literario.

 

Los intentos por controlar Internet allá por 2017 le valieron el apodo a la primera ministra Theresa May del sobrenombre de la ‘Big Sister’.

 

La escritora Sandra Newman se ha embarcado en una nueva versión de la novela fundacional (una de las novelas fundacionales) de lo que estamos viviendo en este siglo: 1984 de George Orwell. Newman nos ofrecerá la distopía orwelliana desde el punto de vista de Julia, el personaje que ejerce como novelista del Ministerio de la Verdad en el asfixiante mundo de la novela; que termina convirtiéndose en amante y apoyo del protagonista Winston Smith.

Lo más curioso del asunto es que quienes han encargado esta relectura del clásico de la ciencia ficción han sido los propios herederos de Orwell. Sandra Newman contaba entre los méritos para acometer esta versión feminista el que su próxima novela, The Men, cuenta la extinción de todos los seres humanos con el cromosoma Y.

La interpretación de la escritora estadounidense viene a sumarse a otras revisiones desde el punto de vista de personajes femeninos como fue Hamnet que Maggie O’Farrell publicó el año pasado centrándose en la mirada de la esposa de Shakespeare, Anne Hathaway, dejando al bardo universal en personaje secundario. Y la cosa no acaba aquí. El silencio de las mujeres de Pat Barker narraba la Ilíada desde la visión de las mujeres cautivas en el campamento griego.

 

Antonio Altarriba fue pionero en este dúplex narrativo masculino/femenino narrando la vida de su padre, y después, de su madre en sus dos galardonadas novelas gráficas.

 

No ha lugar a revisionismo alguno si volvemos a nuestro negociado. Porque ¿existe algo que podría llamarse punto de vista femenino cuando se habla de bibliotecas? ¿acaso es una profesión de la que tomar ejemplo (cosa que no se está haciendo) en su gestión de la igualdad y la ausencia de sexismo? ¿o por contra tiene tan poca trascendencia en el debate público por ser una profesión mayoritariamente femenina? Preguntas irritantes por falta de respuestas pero que no dejan de ser una invitación al debate, o al menos, a la reflexión. Y que si no motivan a nada, en todo caso, serán una buena señal.

 

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Efecto Barbra Streisand bibliotecario

Barbra intentando escapar al hedor de la censura.

 

Hay vivencias que unen más a la especie humana que el pertenecer a un país, género, ideología o equipo de fútbol. En un panorama social y cultural altamante fragmentado van quedando pocas experiencias en las que coincidamos sin excepción. Y la frustración que provoca la deshumanización progresiva de las relaciones con empresas o instituciones a través de Internet es una de ellas.

¿Dónde quedaron las simpáticas telefonistas de las películas de los 50 y 60 del siglo pasado? El ‘Vuelva usted mañana’ funcionarial de aquellos tiempos se queda en nada frente al implacable cierre de ventanilla digital con que nos topamos, más de lo que quisiéramos, cuando aspiramos a resolver algo vía web. Por eso, la simpatía en los mensajes de error con que lo digital nos da en los morros con más eficacia que cualquier gris funcionario de una película de Berlanga: corre el riesgo de incurrir en un doble recochineo.

 

La de material que las nuevas tecnologías le habrian dado el bueno de Forges.

 

Indefensos, pero muy digitalizados, y encima teniendo que sonreir ante el ingenio del webmaster de turno. Es como si en pleno fragor con un teleoperador del otro lado del Atlántico para conseguir que te den de baja una línea de fibra que falla más que una escopeta de feria el robótico teleoperador que empatiza contigo lo mismo que con una piedra: te contara un chiste. La sensación de cámara oculta sería inevitable. Y nuestro cabreo de españolito cliente alcanzaría la intensidad de un José Luis López Vázquez, un Alfredo Landa y un Agustín González en un película de los 60: todo en uno.

Pese a ello en Creative blog hicieron una recopilación de las tradicionales páginas de error 404 más graciosas. Así vistas, descontextualizadas y sin que te afecten en ese momento, puedes llegar a esbozar una sonrisa. Pero ese deseo por minimizar, por restarle importancia a lo que te está cabreando por segundos y se vuelve bumerán: incurre en lo que se ha dado en llamar el Efecto Streisand.

 

«Estamos ordenando y hemos dejado ir esta página con gratitud»: el ‘simpático’ mensaje de error web de la simpar Mari Kondo en su página.

 

El efecto Streisand no proviene del talento musical o interpretativo de la diva estadounidense o no al menos de los talentos que la han hecho célebre. Desde 2003 se denomina así al efecto que produce en la red de redes el intento por censurar cualquier publicación o noticia. El punto de partida fue una fotografía aérea que se tomó de la mansión de la estrella para un reportaje periodístico. Los persistentes intentos de la actriz-cantante por censurar dicha foto tuvieron el efecto contrario: se propagó mucho más que si simplemente la hubiese dejado pasar. Desde entonces el rosario de intentos de censura en los medios digitales que han provocado justo lo contrario se cuentan por decenas. Y el mundo bibliotecario y librario, en general, no iba a ser una excepción.

 

En Marvel saben bien que interactuar con páginas web precisa muchas veces de la fortaleza de un superhéroe. En su página de error el Capitán América se retuerce de desesperación.

 

Sea en digital o en analógico las recientes (y nada novedosas) noticias respecto a censura de obras en bibliotecas están ganando protagonismo. En los últimos años éramos los medios del orbe bibliotecario los que abordábamos estos asuntos con más frecuencia. Pero en los últimos meses el asunto ha ido a más. Y llámase efecto Streisand o bumerán digital: surge la resistencia de las formas más insospechadas.

Hoy nos quedamos con la iniciativa de una pequeña empresaria local, natural de Ohio, que dice haber leído libros prohibidos durante más de 25 años y que ha lanzado el servicio de suscripción mensual Banned Books Box (Caja de libros prohibidos). Ariel Hakim, que así se llama la emprendedora, estuvo trabajando en la biblioteca de Wasworth en la sección de referencia. Allí se despertó su interés por las prohibiciones de libros. El revuelo formado por las horas del cuento con drag queens que programaron en varias bibliotecas estadounidenses le hizo fijarse en lo que estaba pasando. Y lo que empezó por un interés hacia los libros infantiles que se iban prohibiendo o retirando de bibliotecas escolares terminó por convencerle de que allí había un negocio.

 

La extrabajadora bibliotecaria ha creado un servicio de suscripción que consiste en envios mensuales de cajas con libros que han sido prohibidos por algún u otro motivo. Pero la avispada empresaria no contaba con que los propios autores ayudarían aportando valores añadidos a las cajas que estaba confeccionando. Por ejemplo, la autora de la novela gráfica Gender Queer, Maia Kobabe, creó exlibris dibujados y hasta un alfiler de solapa al estilo de la novela para que acompañasen a su libro. Una obra que había sido escrita por Kobabe para sensibilizar a estudiantes de secundaria en torno a las personas con identidades no binarias.

La novela gráfica de Kobabe forma parte de la caja de libros prohibidos de diciembre junto a otra novela galardonada con un premio Alex de la Asociación Estadounidense de Bibliotecas. Un premio dedicado a destacar obras dirigidas a adolescentes; y que también ha recibido varios intentos de censura en bibliotecas. Las personas suscritas al servicio de Banned Books Box recibirán en diciembre las dos obras junto con el merchandising diseñado en exclusiva. Y así cada mes Ariel elegirá nuevos títulos que han sufrido algún tipo de prohibición o marginación por motivos extraliterarios.

¿Estaremos al borde de una Ley Seca Literaria? Los garitos clandestinos del Chicago de los 30 ahora serían bibliotecas o librerías perseguidas por resistirse a la represión. Un Al Capone de las bibliotecas está a la vuelta de la esquina.

Y como arrancamos con la Streisand cerremos con ella. Pero como en plena campaña pre-navideña el exceso de edulcorante es contraproducente obviaremos sus canciones y, sobre todo, sus películas como directora para rescatar un momento de la comedia In&Out (1997).
En esta amable comedia, el fanatismo del protagonista con la cantante, servia para fomentar aún más las sospechas sobre su verdadera orientación sexual. Ejemplo perfecto de que cuanto más se reprime algo, más se fomenta.

 

 

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Niños que no quieren ir a la escuela pero sí a la biblioteca

 

Que el agotamiento pandémico nos ha afectado es una obviedad. Nuestras vidas se han visto alteradas en numerosos aspectos. Y los que, en principio, se temía resultaran más afectados han sido los que se han adaptado más rápido. La resiliencia infantil nunca hay que minusvalorarla.

 

Imagen del manga ‘El pupitre de al lado’ de Takuma Morastige.

 

Los cómics de Inio Asano retratan a la juventud japonesa.

Por su parte, los progenitores, han puesto a prueba su capacidad para implicarse en la educación de sus criaturas.

Durante los meses de confinamiento tuvieron el colegio en el salón de su casa a través de plataformas como Telegram, Classroom o Tokapp School.

En los últimos tiempos, padres y madres, habían tenido que poner en práctica sus conocimientos de inglés a costa del presunto bilingüismo de los colegios. Una tendencia que está empezando a dar sus primeros síntomas de agotamiento a juzgar por el número de centros educativos que están cuestionando este modelo forzado de aprendizaje del inglés.

Pero más allá de tendencias pedagógicas, leyes educativas, e inmersiones linguísticas varias: no parece que la educacion en línea provocada por la pandemia vaya a incentivar el homeschooling en nuestro país. Homeschooling, para quienes no hayan recibido una educación bilingüe (el 95% de la población española): quiere decir educar en casa. Una tendencia asentada, y en alza, en algunos países. Según un artículo de la sección de información económica de ‘El Confidencial’ con un título que resume bien su postura: El ‘homeschooling se dispara en EEUU: y en España ¿para cuándo?:

«Varios millones de niños en EEUU adquirirán su formación académica básica en el hogar durante los próximos años»

La apuesta por la educación en casa, en el caso concreto del artículo, obedece al individualismo promovida por el neoliberalismo; pero no siempre es por motivos ideológicos el motivo tras la decisión al optar por este tipo de educación.

 

La enseñanza en casa, en épocas pasadas, era privilegio de las clases pudientes. En la actualidad, se convierte en una alternativa desde posturas más diversas que la puramente clasistas. Pintura de la acuarelista e ilustradora inglesa Helen-Allingham.

 

Japón, con su imagen de país fuertemente asentado en el respeto a la comunidad, no es terreno especialmente fecundo para el desarrollo del homeschooling. Pero del desapego de las nuevas generaciones por el modo de vivir tradicional de la cultura nipona ya hablaban las películas de Yasujirō Ozu a mediados del siglo pasado. Y ello provoca que cualquier tendencia foránea se exprese de manera muy diferente en el país asiático. Como una variante, no exactamente del homeschooling, pero sí de la educación alternativa, prospera en Japón el fenómeno de los «futoko».

Futoko es el nombre con el que el Ministerio de Educación japonés describe a los menores que se ausenta de clase durante más de 30 días. Un absentismo escolar propiciado por varios factores. Desde el bullying a las estrictas normativas que rigen en el sistema educativo del país: las conocidas como normas de las «escuelas negras». Un estricto código de comportamiento, vestimenta y hábitos que hace que muchos escolares japoneses no quieran ir a clase.

Como alternativa a esta creciente aversión al colegio, agudizada por el aislacionismo social al que se ha ido abocando la sociedad japonesa: han ido surgiendo las escuelas libres. Unas escuelas que promueven la libertad y la capacidad de elección del alumnado. El homeschooling, en Japón, linda peligrosamente con el fenómeno hikikomori (puestos a abusar de extrajerismos, al menos, que sean variados): la versión nipona de la letra de Perdido en mi habitación de Mecano. Jóvenes encerrados en su habitación sin otro contacto con el mundo exterior que sus gadgets tecnológicos.

Tal vez, por ello, las escuelas libres o alternativas en el país han pasado de 7.424 en 1992 a 20.346 en 2017. En estos centros las aulas no están masificadas, el ambiente es informal, se les incentiva a desarrollar su habilidades e intereses personales, no usan uniformes, y se promueve el compañerismo. Y además de salas con equipamiento informático se le da especial relevancia a las bibliotecas con ricas colecciones de mangas.

Para los menores de países como los Estados Unidos, en los que cada vez numerosos tutores o progenitores optan por el homeschooling; o en sus vecinos al otro lado del Pacífico, los japoneses: la biblioteca es un espacio protegido, un lugar de encuentro que queda fuera de las rígidas normas de los colegios más tradicionales. Espacio seguro frente al bullying o los métodos educativos poco estimulantes.

La biblioteca como institución independiente del sistema educativo pero aliada de la enseñanza, tanto en su modalidad oficial como en la alternativa. En definitiva, niños que no quieren ir a la escuela pero sí a la biblioteca.

 

Capitán Fantástico (2016): Viggo Mortensen como padre de una familia numerosa educada en la libertad más absoluta. Un interesante estudio sobre los pros y contras de apostar por lo alternativo. 

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Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

El diccionario viajero

En Italia acaba de concluir la gira de un diccionario. Cual estrella del pop el diccionario de la editorial Zanichelli ha compartido espacio con el resto de mobiliario urbano. Dentro de una campaña bajo el hashtag #cambialalingua un Zingarelli (el diccionario histórico de la editorial) enorme se ha instalado en sucesivas calles y plazas de seis ciudades italianas.

 

 

El diccionario interactivo e itinerante ocupa el espacio público reivindicando la importancia de la lengua y el uso que hacemos de ella. Una campaña de publicidad de impacto de la que es posible sacar buenas ideas para el ámbito bibliotecario. El objetivo es mostrar la evolución del lenguaje, cómo se transforma, o mejor dicho: cómo lo tranformamos quienes hacemos uso de esa lengua. Cómo la hacemos cambiar, evolucionar (al gusto o disgusto de cada cual): y cómo esa evolución, y ser conscientes de la misma: nos muestra con claridad la evolución de la sociedad en la que nos movemos.

Por eso es tan importante el tamaño del diccionario: el libro te acoge, te incita a interactuar con él; te obliga a salir de tu rutina urbana  para tomar conciencia de algo tan cotidiano y por eso, muchas veces, inconsciente como es el uso que hacemos de la lengua. El diccionario Zingarelli (¿tendrá algo que ver con el nomadismo de los zíngaros?) es como el pez viejo de la fábula de David Foster Wallace: nos obliga a preguntarnos en qué elemento nos desenvolvemos, gracias al lenguaje, con su simple presencia en mitad de la calle.

 

Fuente: Acttualitté

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