La industria de la nostalgia se nos está yendo de las manos. Que se exploten los recuerdos de los cuarentones/cincuentones a cuenta de la EGB: tiene un pase. Que se remueva la memoria de los treintañeros a cuenta de tiempos predigitales: aún se puede comprender. Pero que, en el colmo del solapamiento, los millennials reclamen su cuota de nostalgia: va camino de convertirlo en problema de salud pública. El miedo al futuro (y al presente) tapona el reloj de arena, y las décadas, se amontonan en una idealización enfermiza del pasado.
No tendría mayor importancia sino fuera porque esa industria de la nostalgia ha terminado por contagiar a la política.
En Acróbatas del tejuelo: libertad de expresión en bibliotecas ya citábamos varios casos de censura (basados en hechos reales) acaecidos en una biblioteca X, Y o Z. Eso fue en 2016. Casi tres años después, las amenazas al natural desenvolvimiento del trabajo bibliotecario, lejos de mitigarse, se intensifican.
La estéril (por artificial) polémica en torno al dichoso pin parental ha copado el debate en los medios de las últimas semanas. La ciudadanía se ha convertido en rehén de la clase política. Una clase política salvamemizada (por el Sálvame) pero sin deluxe. Cada semana hay una nueva representación a cual más vacía y carente de sentido. Pero a la que se suman alegremente muchos amantes de la bronca.
Y en esta astracanada ¿cuándo le tocará el turno a las bibliotecas? Desearíamos que ese foco nos las iluminase nunca; pero tal vez sea demasiado tarde. Las barbas ya las tenemos a remojo. Si ahora miramos a las lejanas vecinas de los Estados Unidos, es más por su experiencia acumulada: que porque nos sintamos a salvo al tener un océano de por medio.
En Misuri, la Ley de Supervision Parental de Bibliotecas Públicas presentada el 8 de enero, promueve la creación de juntas de revisión parental de las bibliotecas. Estas juntas estarían conformadas por cinco miembros elegidos, por la mayoría de vecinos, que acudan a la reunión que se convoque a tal efecto.
Los progenitores tendrán capacidad para vetar todo documento que consideren inoportuno, según su criterio, de las colecciones de las bibliotecas.
Y en otro ejemplo de terminología afín a nuestra clase política, en este caso, el cordón sanitario se aplica a los bibliotecarios.
Pertenecer al gremio anula la condición de ciudadano y progenitor porque están vetados en dichas juntas.
Y si un bibliotecario no acata la prohibición emitida: incurrirá en un delito con multas de no más de 500 dólares, o penas de cárcel, de no más de un año.
La movilización por parte de organizaciones como PEN América, que agrupa a escritores y lectores, o la Freedom to Read Foundation de la ALA: ya se ha puesto en marcha.
Parece que el control parental es tendencia a ambos lados del Atlántico. Un control, el de los padres, controlado a su vez desde los intereses políticos más torticeros que buscan conflicto donde no lo había. Pero una vez de vuelta a este lado del Atlántico dejemos de indagar en bibliotecas ajenas y centrémonos en las nuestras.
Volviendo a ese aconsejable anonimato, al que recurríamos hace tres años, ya hemos recolectado alguna que otra anécdota nueva sobre casos reales de control ideológico en bibliotecas.
Por ejemplo en la biblioteca X, una actividad dirigida a la comunidad educativa en la que se citaba la memoria histórica: hizo saltar las alarmas. Las posibles suspicacias por parte de los afines a la implantación del pin parental: hace que haya que cuidar más que nunca los detalles.
Y casi solapándose en el tiempo, en la biblioteca Y, una reclamación exigía la retirada de un manual de consejos para ligar por considerar que cosificaba a la mujer.
Cierto que el susodicho manual daba bastante grima, pero no tanto por su contenido, sino por el estilo y tácticas que proponía. Más propias de un buitre de discoteca de los 70 que de un émulo de Casanova en los tiempos del Tinder. Pero se daba el caso de que dicho manual había sido solicitado para su adquisición por varios usuarios (sic): y que incluso había lista de reservas.
En la biblioteca Z, en una visita guiada para docentes, una profesora inquiría tras cada explicación sobre el lugar que las mujeres ocupaban en las explicaciones que relataba el bibliotecario. El hecho de que versaran sobre la historia del cómic, y que salvo honrosas excepciones, el papel de la mujer haya sido, lamentablemente, muy escaso hasta tiempos recientes: no la hacían desistir.
La exaltación de Wonder Woman como icono feminista; la vindicación de Sigrid, la eterna novia del Capitán Trueno, como mujer fuerte e independiente; o el repaso a algunas de las autoras más interesantes de los últimos tiempos: no terminaba de convencer a la profesora. Su papel de supervisora le impedía distraerse ni un instante de su misión y atender con calma a las explicaciones del guía.
En el caso del manual para instruir a galanes asiduos de Forocoches: ¿debe primar más la denuncia de un usuario o el derecho de esos trasuntos de John Travolta versión 3.0 a solicitar a la biblioteca los libros que les interesan?
En el caso de la profesora ¿se fuerza el relato para hacer más presentes a las mujeres, o se opta por contarlo como fue, y señalar esa ausencia como un estímulo para conseguir que las cosas cambien?
Entre los que alimentan debates innecesarios; y los que defienden discursos necesarios, pero que imponen sin criterio: las bibliotecas quedan en medio de fuegos cruzados de los que hay que saber prevenirse.
Pero, ¿cuán dócil es el gremio bibliotecario español?
En Francia, por ejemplo, los bibliotecarios se han movilizado a raíz de la reforma del Ministerio de Cultura. Algo casualmente que coincide con los recientes cambios en el ministerio homónimo español. Y concretamente en la Dirección General del Libro y Bibliotecas.
En el país galo las asociaciones de bibliotecarios han aprovechado la coyuntura para publicar un documento proponiendo vías de mejora. En él, según recoge ActuaLitté, se pide incluir a las bibliotecas en la dirección del Ministerio sin aislarlas de otros actores en la cadena de producción y distribución del libro. Vincular la lectura pública con el patrimonio y, entre otras medidas, defender que las decisiones sean tomadas por personal capacitado.
Tomemos nota de nuestros vecinos de rellano. Y antes de que a alguno se le ocurra implantar cordón sanitario alguno a bibliotecas: implantemos nosotros un cordón a todo aquello que excluye el debate y la reflexión. Y nada mejor para suscribirlo que recuperar un momento único.
Fue con motivo de la visita de Trump a Francia en la celebración del Día Nacional galo en 2017. La banda militar actuaba ante la tribuna de autoridades. Y para sorpresa de todos, en lugar de rimbombantes marchas patrioteras (de esas que soflaman los discursos de tantos políticos y ciudadanos que gustan de los aspavientos) empezaron a tocar temas de Daft Punk. Ante la solemnidad ridícula y tantos golpes de pecho: nada mejor que un poco de música disco para relajar la tensión.
About Vicente Funes
Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com