No deja de resultar paradójico que sea precisamente un virus el que nos haya abocado a lo digital con más fuerza que nunca. La supervivencia informativa, cultural, comunicativa y asistencial depende más que nunca de la tecnología. Por exceso, la hiperconexión contínua, o por defecto, en aquellos casos en los que la brecha digital se está evidenciando más que nunca.
El Covid-19 es un virus que afecta a seres vivos. Pero las huellas que va a dejar en el mundo digital y, por tanto, en la cultura: también condicionará nuestra relación con la tecnología.
La frivolidad/maldad a la hora de compartir informaciones falsas: se ha revestido de un halo aún más grave del que ya tenía. Pero lo más siniestro de todo han sido los ciberataques con el virus NetWalker a sistemas informáticos sanitarios. ¿Qué mentes enfermas pueden haber detrás de algo así? Humanos y máquinas estrechando lazos a través de nuestra vulnerabilidad. Una conexión hombre-tecnología a través de sus virus.
Pero, en realidad, esa conexión existe desde hace mucho. En The Malware Museum se recopilan algunos de los virus malignos que se propagaron por los PC, de todo el mundo, allá por los ochenta y los noventa. Algo así como entrar en el historial médico de la informática.
Antes de que los troyanos, los Conficker o los Netsky fulminasen discos duros, existían virus con nombres como Crash, Virdem o Marine: que descubrieron que las máquinas podían enfermar y contagiarse. Gracias a este museo, es posible no solo repasar cómo eran estos achaques cibernéticos, sino además, experimentarlos en nuestros equipos sin peligro de contagio.
Tras la irrupción de Internet, salvo que tengas un Mac, la obligatoriedad de la profilaxis informática vía antivirus, se hizo obligada: demostrando que la supuesta perfección mecánica tampoco existe. Hal 9000 o Roy Batty ya nos lo vaticinaron en sus respectivas películas.
En 2016, dos investigadores en computación interactiva del Instituto Tecnológico de Georgia (Estados Unidos) diseñaron el sistema Quixote. Uno de los proyectos pioneros, a través del cual, los robots podían aprender valores humanos a través de la lectura. La idea no podía ser más simple: la lectura sirve a los niños para socializarse, empatizar y asimilar comportamientos y valores. Así pues, ¿por qué no han de servir para que los robots avancen en su inteligencia gracias a fábulas y cuentos?
Como señalaban los investigadores, la comprensión de las historias por parte de los robots podría eliminar cualquier riesgo psicótico. Y, de ese modo, hacerles cumplir la primera ley robótica formulada por Asimov: «un robot no hará daño a un ser humano, o por inacción, permitir que un ser humano sufra daño«. Cuatro años después, un inconveniente de lo más simple, se ha cruzado en el camino: el noveno arte.
Según otro estudio, pero en esta ocasión, de unos investigadores de la Universidad de Marylan, la IA no entiende los cómics. Tras cargar en la memoria de la IA más de un millón de viñetas: la máquina no era capaz de interpretar la secuencia de lectura que rige el lenguaje de los cómics. Nosotros, tras el post Bibliotecas para imbéciles, no podemos más que acordarnos del ministro ruso de cultura cuando pronuncio su famosa frase en la última Feria del libro de Moscú: «leer cómics es para imbéciles«.
Suena tendencioso dicho por quien esto firma, y lo es, pero otra razón más para promover la creación de comictecas en las bibliotecas públicas. Como decía, hace unos años, el Premio Nacional de Cómic, Pablo Auladell: «La ilustración se ha convertido en el elemento diferenciador del producto libro de papel frente al libro digital«.
Y es que en la dieta cultural de estos días los libros y las películas copan el protagonismo en las ofertas digitales que ofrecen las bibliotecas públicas. Pero los cómics, pese a que están igualmente disponibles en modo digital, no terminan de implantarse con tanta fuerza entre los lectores.
Es curioso que lo digital, que tan buen maridaje hace con lo audiovisual, no termine de convencer en lo que a los cómics se refiere. La composición de una pagina, más allá de las viñetas aisladas, imprime una orientación, una línea visual a la que se habitúa con facilidad el ojo humano. Y que, en cambio, parece que desorienta a las máquinas.
La arquitectura de las viñetas que se titula un estupendo ensayo de Rubén Varillas que ahonda en las diferencias entre el lenguaje del cómic respeto a los del cine o la literatura. Colmenas narrativas, que aisladas unas de otras, pierden sentido: pero que unidas dan sentido a la historia. ¿Cabe representación más potente para el momento que estamos viviendo?
El virus nos aísla pero también nos une. En los cubículos de nuestros hogares, en los recuadros de las videollamadas, en nuestras ventanas, en nuestros balcones…Y gracias a la cultura, bibliotecas mediante, hace que nos sintamos algo menos solos. Protegidos en nuestra fragilidad.
About Vicente Funes
Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com