Hace unas semanas se estrenaba la versión española del exitoso concurso-reality estadounidense RuPaul’s Drag Race. En la adaptación del formato se han respetado, lógicamente, muchas de las secciones e ideas que la célebre estrella ha puesto en práctica durante los sucesivas temporadas del formato original. Y entre ellas, se cuenta una que nos interpela directamente: The library is open.
¿Casualidad? No existen. Que en mayo de 2021 se estrene un programa que tiene una sección con el título de «La biblioteca está abierta»; y el subtítulo-coletilla: «porque leer es ¡¡fundamental!!»: parece una broma infinita a costa de la reapertura de las bibliotecas en esta (cruzamos los dedos) desescalada imparable. Pero la literalidad en este caso nos puede jugar una mala pasada.
No, RuPaul cuando anuncia que la biblioteca está abierta y los concursantes le responden gritando que leer es fundamental: no está hablando de las bibliotecas tal cual.
La sección del programa así titulada consiste en un desafío de ingenio. Cada concursante ha de «leer» al resto. No en el modo edificante en que se «lee» a las personas en las denominadas bibliotecas de personas; sino en un sentido mucho más mordaz.
Poner a prueba el ingenio para convertir a los adversarios en objetos de mofa. Algo que en un ámbito tan poco gay-friendly como el hip hop (hasta que llegaron figuras como Fran Ocean, Arkano o Lil Nas X y le están dando la vuelta): se lleva haciendo desde años en las batallas de gallos.
Vilipendiar, ridiculizar, anular al contrincante a través de la ironía es algo habitual en el día a día de las redes. Pero en el caso de los aspirantes a drag se hace cara a cara. Es una versión light e inocente de un rasgo que identifica popularmente al colectivo gay desde la noche de los tiempos del estereotipo. El sentido del humor como escudo y como cilicio. Un arma de doble filo. ¿Cuánto de autodesprecio inducido por el entorno no late en la imagen de la marica mala? Defenderse atacando como un animal herido. Pero también el sentido del humor como salvación y exhibición de ingenio y desparpajo.
La afortunada apropiación del programa de RuPaul nos serviría para un post dedicado a «leer a las bibliotecas».
Balancear la cabeza hacia los lados, mover las manos cual abanicos, marcar pómulo: y empezar a despellejar a las bibliotecas (y por ende, al gremio: que aquí no quedaría indemne ni continente, ni «contenidos»): con frases certeras rápidas y gozosa mala uva. Pero para eso hay que valer…o practicar.
Criticar los estilismos o actitudes de la profesión desde el blog de una empresa de servicios bibliotecarios: desde luego que sería una estrategia de marketing de impacto. De impacto contra el suelo. Que sean aportaciones espontáneas del propio gremio, en comentarios y redes, las que nos deleiten como cada viernes de #Memebibliotecario.
Pero bajándonos de las plataformas plateadas antes de torcernos el tobillo: si antes citábamos la apertura mental del mundo machirulesco del hip hop, sorprendentemente, ahora es el mundo del fútbol el que emite señales coloridas. Tan coloridas como el arco iris proyectado sobre todos los estadios de fútbol y monumentos de Alemania con motivo del partido de la Eurocopa: Alemania-Hungría.
La deriva homofóbica del gobierno húngaro ha concitado la reprobación de la Unión Europea. La aprobación de una ley para prohibir que se hable de homosexualidad en las escuelas ha sido la espita; y la negativa de la UEFA a iluminar con el arco iris el estadio en la que se jugaba el partido: el detonador que ha provocado una explosión tras otra de gestos reivindicativos. El fútbol convertido en escenario para actos en apoyo a los derechos LGTBIQ. Esos estadios repletos de testosterona dónde tanto se ha abusado de la palabra maricón como insulto; y del himno cantando por Freddie Mercury We are the champions como grito de exaltación viril.
Precisamente en Hungría se acaba de publicar ¡Qué familia!: el cuento infantil del escritor estadounidense, afincado en España, Lawrence Schimel con la ilustradora de Letonia: Elina Braslina. Schimel se ha especializado en libros infantiles que narran historias sobre niños y niñas con dos papás o dos mamás. Los cuentos de Schimel han tardado muchos años en ser publicados en Hungría; pero si la citada ley prospera: dejarán de publicarse en breve. Los legisladores húngaros apuestan por el absurdo razonamiento de lo que no se nombra no existe.
Una máxima que también comparten algunos padres de Texas. En el estado norteamericano ha surgido una iniciativa para excluir determinadas lecturas de las escuelas; y casualmente, todos los títulos eliminados, hasta el momento, tenían temática LGTBIQ. Una prohibición que ha movilizado a otros tantos padres que, con el apoyo de la Coalición Nacional contra la censura: intentan impedirlo. Como señala la carta pública firmada por numerosas asociaciones a favor de la libertad de expresión: «los padres tienen derecho a determinar lo que leen sus propios hijos, pero no a determinar lo que leen todos los niños«.
Sartre y su «Mi libertad termina dónde empieza la de los demás»: nunca había sido tan exprimido a conveniencia por parte del populismo más burdamente manipulador. La tensión entre avances y retroceso social, pocas veces, se ha hecho tan evidente como en nuestros días. Será por el panóptico digital que nos muestra todo al mismo tiempo. Será.
Tanto da que seas cis género, hetero, bi, lesbiana, polisexual, de género fluido o queer. Esto ya no va de más o menos plumas, lentejuelas, carrozas, musculocas o camioneras. Esto va de libertades individuales más allá de los gustos sexuales o la identidad de género de cada cual. Va de diversidad. Si hay un apropiacionismo que hay que fomentar es el del feminismo y la lucha por los derechos LGTBIQ. Sus batallas, con todas sus contradicciones, avances y regresiones: son las que han abierto el camino a una sociedad realmente plural y abierta. Algo que las bibliotecas, desde el ámbito de la cultura, llevan poniendo en práctica desde hace mucho.
No hay un Stonewall de las bibliotecas como fecha a señalar en el calendario: pero las bibliotecas GLAM, las bibliotecas travesti o transformistas o transformers (que aquí no excluímos a nadie) hace mucho que van rodando. No es fácil, en ocasiones, cuesta mucho. Pero ya lo advertía la diva de divas en los 90: Why’s it so hard?
About Vicente Funes
Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com