«Yo soy grande, es el cine el que se ha hecho pequeño»
Norma Desmond en El crepúsculo de los dioses (1950) de Billy Wilder
Nos están escamoteando el presente. La industria de la nostalgia funciona a plena máquina desde hace unos años: y las bibliotecas actúan como antídoto y veneno, al mismo tiempo, de esa explotación mercantilista del pasado.
Yo fui a la E.G.B., la serie-homenaje a los 80 Stranger things, los vídeos de La bola de cristal, la reedición de los cómics de Esther y su mundo, la celebración de los 20 años de series como Al salir de clase o incluso de los 15º aniversario de Operación Triunfo. Si en los 80 un grupo prefabricado como La década prodigiosa vendía discos a costa de la nostalgia de los que habían sido jóvenes en los 60, los 70, y más adelante, hasta en los 80 (lo que da una idea de lo rentable que les ha salido): ahora la nostalgia ya se fomenta hasta en los que tienen 15 años con respecto a cuando tenían 10.
En una entrevista reciente el escritor Antonio Orejudo, ante el lanzamiento de su novela inspirada en Los Cinco de Enid Blyton, decía que «la nostalgia en literatura acaba corrompiéndose y oliendo mal«. Y aquí añadimos que no solo en literatura. Se empieza idealizando los 50, los 60, los 70 o la época a la que correspondan los años de juventud: y se termina con lo de que cualquier tiempo pasado fue mejor. El presente va tan acelerado que el único valor seguro parece el pasado: y ahí están al quite los guardianes de las esencias, que en el mundo son, para convencernos de que les votemos y así recuperar ese tiempo perdido sin que pinte nada Proust en todo esto.
Si la juventud es el valor supremo de la sociedad de consumo desde los 60, una vez superada la franja de edad (cada vez más ensanchada) de los años que se identifican con la juventud: lo que te toca es vivir en un permanente revival que nos reafirme en que ya no se hace ni música, ni literatura, ni cine, ni arquitectura, ni televisión (bueno en esto último, para bien y para mal, es verdad) como la de antes. La memoria nos engaña y gracias a esta industria de la nostalgia nos hace vivir en un continuo déjà vu.Y es aquí donde deben entrar las bibliotecas. Pero antes: un inciso para el recuerdo.
En el blog Centuries of sound su creador, James Errington, se ha propuesto crear recopilaciones de sonidos que sirvan para identificar los años de todo un siglo. El proyecto es ambicioso. Partiendo del año 1859 Errington va publicando en el blog sus montajes sonoros en los que combina, no solo músicas célebres de los años elegidos, sino también sonidos urbanos, discursos, diálogos, anuncios publicitarios y archivos sonoros de lo más dispar que sirven para situarse sonoramente en el año seleccionado. Por ahora lleva publicadas nueve recopilaciones: las que van de 1859 a 1893 y la de 2016. Poco a poco irá completando los años que quedan en medio:confeccionando así un atlas histórico sonoro de siglo y medio.
Tal vez la sonora, junto con la olfativa, sea el tipo de memoria que más rápidamente nos ubica en el pasado, en un momento concreto que hemos vivido o hemos creído vivir. Nunca hay que ignorar los muchos trampantojos que los sentidos urden para confundir nuestros recuerdos.
«Una noción de que un periodo de tiempo diferente, es mejor que el que estamos viviendo. Es una falla en la imaginación romántica de esas personas, que encuentran difícil lidiar con el presente.»
Con esta frase el protagonista de la deliciosa comedia de Woody Allen, Medianoche en París (2011), asume que su deseo de vivir en otro tiempo no es más que una excusa para huir del presente. Nada hay más triste que alguien mayor de 40 se refiera como a «su época» como los años de juventud. Mientras estemos vivos es nuestra época y si bien las obligaciones, los problemas y las responsabilidades nos dejan menos tiempo para nuestras aficiones: no por eso estamos obligados a dejarnos llevar por la apatía.
Pero no seamos cínicos, en las bibliotecas la explotación de la nostalgia da muy buenos rendimientos en las estadísticas de préstamos. Como contrapartida es de justicia que sean también las bibliotecas las que ayuden a actualizarse a sus usuarios. Si el día a día no te da respiro para seguir atento a nuevas músicas, literaturas o cinematografías: para eso están las bibliotecas. Renovarse o morir culturalmente. That is the question. Y como no podía ser de otro modo desde la Biblioteca Pública de Nueva York llega una iniciativa muy estimulante.
Si hace poco hablábamos de fanzines y lo que pueden estos aportar a una biblioteca: en la biblioteca de NY han creado un fanzine, Library Zine!, hecho por los propios bibliotecarios de la red de la ciudad. El «Háztelo tú mismo» por un lado que preconizan los fanzines, y la inmediatez y libertad de contenidos en formato bibliotecario.
La montaña de nuevas funciones con que los tiempos está sobrecargando a la profesión (que si community manager, que si animadores socio-culturales, que si monitores de makerspaces, que si creadores de narrativas transmedias… y así hasta el infinito) se podría resumir en una sola denominación: profesional de la cultura. ¿Qué cómo se define eso? con la misma laxitud que muchas de esas otras denominaciones.
En definitiva de lo que se trata es de estar (y ser) inquieto culturalmente, no solo en tecnología, sino en la materia con la que se trabaja cada día: la cultura. Para luego saber transmitirlo mediante productos diseñados para los usuarios. El Library Zine! neoyorquino nace con la idea de explorar y experimentar para mejorar los servicios de las bibliotecas a través de la creatividad: ojalá lo consiga y genere nuevas formas de interacción con los usuarios.
Y en un alarde de incoherencia marca de la casa: cerramos con una de las exaltaciones del recuerdo y la nostalgia más bellas que se hayan filmado jamás. Se trata del final de la magnífica adaptación de Los muertos de James Joyce por John Huston en su película Dublineses (1987). Y atención a partir de aquí no se puede llamar spoiler: es que directamente reventamos la película a cualquiera que no la haya visto.
Tras una fiesta de Navidad en casa de las tías de su marido, la protagonista interpretada por Angelica Huston, se queda absorta al escuchar una música cuando se dispone a marcharse. Su marido intrigado, una vez de vuelta en su hogar, le pregunta el porqué de su ensimismamiento tras escuchar la canción. Entonces su esposa le revela una historia de amor trágica que vivió en su juventud, que nunca había desvelado, y que guardaba en lo más íntimo. Una vez dormida su esposa, el marido mira por la ventana mientras nieva, y su voz en off nos transmite toda la belleza y tristeza del paso del tiempo y de los recuerdos silenciados.
About Vicente Funes
Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com
Magnífica entrada. Tu comentario sobre «Dublineses» me ha llevado a un poema de Jaime Gil de Biedma que escupe nostalgia: «(…) Yo pienso en cómo ha pasado el tiempo, y te recuerdo así».
Muchas gracias Amaya. Hay nostalgia nociva, la que nos estanca, y hay nostalgia bella y necesaria como la del poema de Gil de Biedma. Gracias por compartirla. Un añadido perfecto a la entrada.