Leyendo sin manos

 

El título de este post podría llamar a confusión. No, no tiene nada que ver con el afortunado eslogan de la desaparecida colección de literatura erótica La sonrisa vertical («los libros que se leen con una sola mano»). Aquí estamos hablando de lectura sin ninguna de las dos manos. Y el libro con que arrancamos poco tiene que ver con las alegrías de la carne que celebraba la añorada colección creada por Luis García Berlanga.

En Capitalismo canalla, César Rendueles describía la historia del capitalismo de los últimos siglos. En su libro las frases hechas que glorifican al trabajo (asalariado se entiende) no necesitan entrecomillado alguno para quedar en entredicho.

Mediante un recorrido hecho por la literatura que ha marcado a este sociólogo y filósofo, Rendueles, llevó a cabo un progresivo desguace del discurso que se ha promovido desde mucho antes de que Reagan y Tatcher se amaran locamente en los 80.

El sudor de la frente, los callos en las manos como signos del esfuerzo, y de una vida con sentido: es un discurso que habría que empezar a desaprender o cuestionar. Y si es así con el trabajo, ¿qué no va a ser con el ocio?

 

Un ejemplo en el que mirarse para poner en práctica el deleitarse sin esfuerzo son las ilustraciones con las que se lanzaba el Soporte de lectura para el voluminoso Diccionario Holder en 1892 que adornan este post.

Fabricado por la empresa de Ohio, Holloway, su frase publicitaria lo dejaba claro:

«Los lectores y pensadores no son gente perezosa. Cualquier cosa que pueda conservar su fuerza física es útil»

El soporte de lectura Holloway estaba diseñado en madera y metal, con un tabla ajustable para graduar la altura del diccionario; y se completaba con una lámpara. Además disponía de un soporte para colocar libros en los laterales, y ruedas que permitían desplazarlo del salón al jardín, el baño o el dormitorio: logrando así una concentración absoluta en la lectura en cualquier estancia de la casa.

¿No sería una maravilla contar con algo así en las bibliotecas del siglo XXI? Entonces sí que conseguiríamos que la ciudadanía se sientiera plenamente en casa. Cuerpos relajados con mentes estimuladas.

Un artilugio idóneo para algunos de esos coffee table books de los que hablábamos en Lectura de posos de café. Si se completara con un sillón de masajes: la biblioteca kitsch podría mirar frente a frente a las grandes superficies comerciales.

Arrumbada, cuando no desahuciada, la sección de enciclopedias en las bibliotecas que han hecho los deberes: una colección de coffee table books, ubicados en un entorno propicio para el placer visual y de la lectura: sería una opción magnífica. Algo parecido a lo que el cine hizo en los años 50 ante la competencia de la televisión.

Si la pequeña pantalla le quitaba espectadores, el cine, contraatacó con Technicolor, 3D, películas en formato panorámico, efectos especiales (de traca, pero efectos al fin y al cabo)… Si las pantallas pequeñas (otra vez) están restándole parroquia al papel, menos de lo que se pensaban eso sí: es el momento de crear colecciones de libros que no son fáciles de tener en los hogares. Libros king size por los que merezca la pena echar el viaje a la biblioteca para disfrutarlos.

Pero el invento para el Diccionario Holder ha seguido inspirando artilugios dignos de la teletienda. Solo hay que ver las adaptaciones que posteriormente ha conocido la idea de leer sin manos. Bastante más simple que el elaborado artilugio de nuestros antepasados; pero el soporte-parasol para la lectura tampoco está mal pensado, sobre todo, para los veranos que ahora se alargan hasta practicamente noviembre.

 

Aunque el más revolucionario quizás, sea el que lanzó hace unos años el gigante Google. La bicicleta que se conduce sola ha sido el invento definitivo a la espera del coche que se conduzca solo. Como no podía ser de otro modo el lanzamiento de tan ecológico y revolucionario medio de transporte y lectura tuvo que ser en la ciudad con más bicicletas por metro cuadrado de Europa: Ámsterdam.

 

Logo de la campaña Ride for reading

 

Los testimonios de los primeros holandeses que probaron el invento, no podían resultar más convincentes (a la que declara que resulta ideal para trabajar mientras vas en ella, le enviaríamos rápidamente un ejemplar de Capitalismo canalla). Que todo resulta ser una broma de la empresa para celebrar el April Fools’ Day (el día de los inocentes anglosajón) no nos importa lo más mínimo.

Deberíamos exportarla al mundo bibliotecario. Seguro que las bicicletas inteligentes rigiéndose por las leyes robóticas de Asimov (2ª ley: un robot no hará daño a un humano, ni lo permitirá), respetarían la integridad de los sufridos peatones, que han pasado a ser víctimas propiciatorias de tanto jinete salvaje urbano en patinete.

Tal cual como los artesanos (y aquí va el puntito demagógico) lo fueron de las ruedas de la industrialización que los arrolló en el XIX según detalla el ensayo con el que abríamos el post.

 

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About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

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