La biblioteca como isla

 

En la revista digital sobre música y cultura pop ‘Jenesaispop‘ en un artículo patrocinado, todo hay que decirlo, se hacen eco de la campaña para promover el turismo que Malta ha puesto en marcha. Para este otoño, la isla mediterránea, se vende como destino turístico basado en la cultura. Para ello han organizado una programación, para los próximos meses, compuesta de festivales de música pop, de baile y clásica.

 

La Villa Getty, en Malibú, es un centro dedicado a la cultura de la Antigüedad que se construyó reproduciendo la Villa de los Papiros de Herculano arrasada por la erupción del Vesubio que arrasó Pompeya. La única biblioteca de la Antigüedad cuyos papiros sobrevivieron gracias a las cenizas del volcán que los sepultaron durante siglos.

 

En una potencia turística como España lo del turismo cultural sigue siendo, pese a todo, una asignatura pendiente. Tras la debacle que ha supuesto la pandemia para el sector, diversas asociaciones de guías turísticos, se lamentaban recientemente de lo poco que se está haciendo para promover opciones alternativas al turismo de sol y playa.

Nuestro país ocupa el cuarto puesto en el ranking de países con más espacios naturales o monumentales declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. En ese ranking no se contabiliza ninguna biblioteca. El biblioturismo no existe en nuestro país (salvo para profesionales del gremio ya irrecuperables para la vida normal que, hasta en sus vacaciones, se dedican a visitar bibliotecas). Y no porque no haya bibliotecas que merezcan una visita. Por ser bien pensados (una mera argucia para luego poder pensar mal sin remordimientos): en un país con tanto patrimonio, las bibliotecas, no consiguen destacar lo suficiente.

Para refrendar este apunte solo basta mirar a Oslo. Que la IFLA haya nombrado mejor biblioteca del mundo a la Deichman Bjørvika ha supuesto un aluvión de artículos en medios no bibliotecarios que la venden como un atractivo más de la capital escandinava.

 

La Deichmann Bjørvika de Oslo. Fotografía de Einar Aslaksen.

 

Su director, Knut Skansen, en una entrevista de ‘El País‘, pone las cosas un poco en su sitio respecto a las bibliotecas como reclamos turísticos; que es lo que nos interesa en este punto. Pero además, con jugosas reflexiones sobre la profesión:

«¿Turismo bibliotecario? Quizá, pero lo importante es que la gente, especialmente los jóvenes, la ven, entran y luego vuelven a utilizarla ya como biblioteca; hoy hay que «envasar» la cultura y la lectura de una manera distinta”. Una biblioteca no puede ser solo un edificio turístico; a los políticos les pediría que, si quieren en sus ciudades otra atracción turística, por favor, no utilicen para ello las bibliotecas”.

 

En nuestro entorno, a falta de que se concrete la futura biblioteca provincial de Barcelona: no parece que corramos peligro de que nuestros políticos actuales se obsesionen con rentabilizar a las bibliotecas como reclamos turísticos. Si la biblioteca del municipio de El Paso (La Palma) sobrevive indemne a la lava. ¿Quién sabe? Tal vez se llegue a convertir en parada obligada en los tours volcánicos promovidos por la ministra.

El próximo mes de noviembre, el X Congreso Nacional de Bibliotecas Públicas, seguro que aún con los ecos de la erupción del Cumbre Vieja, reunirá a la profesión tras un año y medio largo de pandemia. Un reencuentro cuyo título, El desafío de la transformación, podría parecer premonitoriamente pensado para celebrarse en las islas Canarias.

Por un lado, porque una morosa, lenta pero impacable colada de lava tecnológica amenaza desde hace décadas con calcinar a las bibliotecas si no afrontan con decisión su mutación tras este tiempo de desaceleración (por usar la jerga que tanto gusta a políticos); y  por otro, porque las bibliotecas, pese a su cotidianidad, son como islas en muchos sentidos.

La insularidad de las bibliotecas no tiene que ver con el síndrome de la isla tan característico de algunos peninsulares (godos) que se mudan al archipiélago. La insularidad bibliotecaria proviene de su singularidad como institución fuera de la lógica capitalista más extrema. Su insularidad lejos de excluir: acoge a todo el mundo. Y un gesto tan simple contraviene la privatización cultural que de una biblioteca pública puede hacerse.

 

La espectacular biblioteca de Beitou en Taiwan.

 

La insularidad de una biblioteca, también, puede ser el sentimiento de abandono en el que se encuentran miles de profesionales al frente de pequeñas bibliotecas municipales que sobreviven cual Robinsones Crusoe de la cultura. O la insularidad de una biblioteca puede venir de la injerencia política más arcaica que extirpe de su agenda asuntos imprescindibles para estar en el mundo de hoy como feminismo, derechos LGTBIQ u Objetivos de Desarrollo Sostenible. Algo que hasta no hace tanto sonaba a biblioficción.

Ponerse en lo peor como conjuro para que no suceda. El proceso de privatización cultural de una biblioteca pública es un peligro más real de lo que podríamos imaginar. Si en el ámbito de la educación se ha formulado un concepto como el del pin parental: ¿quién dice que en las bibliotecas no se pueda aplicar algo similar? Convertir a las biblbiotecas, a través de su agenda cultural, en espacios para adoctrinar es una posibilidad.

Como la isla lo era para Houellebecq en su novela. Esa novela, no por nada, en la que su protagonista viajaba a Lanzarote (otra vez las Canarias); y en la que el cínico francés nos ponía sobre aviso sin pretenderlo:

«los programas culturales son raros en la televisión española, los españoles no aman los programas culturales, ni la cultura en general, es un territorio que les resulta profundamente hostil, a veces se tiene la impresión, cuando se les habla de cultura, de que se les hace una especie de ofensa personal»

Esto lo escribió el galo en 2005 cuando aún no se emitía Sálvame. ¿Qué diagnóstico haría ahora el protagonista de su novela? Y no por el programa de Telecinco que es de lo más honesto en sus intenciones: sino por la ‘salvametización‘ que el debate público, mediático y, sobre todo, político ha experimentando durante los últimos años.

La estimable adaptación que John Huston hizo de la obra magna de Malcolm Lowry.

La amenaza de que las bibliotecas públicas se conviertan en campo de batalla entre facciones ideológicas opuestas es un riesgo en una sociedad en la que la politización, no entendida como ocuparse de los asuntos públicos: sino como permanente estado de confrontación: es un ruido de fondo al que, peligrosamente, nos hemos acostumbrado.

Pese a todo, crucemos los dedos, ni pandemias, ni siquiera volcanes evitarán que los próximos 10, 11 y 12 de noviembre profesionales de bibliotecas se reúnan en Las Palmas de Gran Canaria. Parafraseando al cónsul protagonista de Bajo el volcán de Malcolm Lowry: «una vez más, nuestra desilusión es una pose. Confiamos plenamente en el futuro de las bibliotecas.»

 

Moneda conmemorativa del Motín de la Bounty. Los amotinados fundaron una colonia en la, entonces, ignota isla de Pitcairn (que no aparecía en los mapas).

 

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About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

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