Este post solo podía darse en estas fechas. Y no es porque trate nada relativo a la Navidad, es porque sólo una vez saturados de brillos, destellos, luces espasmódicas, adornos kitsch y purpurinas mil: es posible leerlo sin sufrir un ataque epiléptico. Por ponernos pedantes se trataría de algo así como un metapost. Un post que experimenta en sí mismo lo que predica, o más bien, contra lo que predica.
Hace unos años, el escritor y editor italiano Roberto Calasso, expresaba muy bien una de las paradojas de esta revolución tecnológica que estamos viviendo, que viene a cuento de lo que aquí decimos:
«Un estudiante inteligente, de esos que sufrían porque estaban en provincias y no tenían acceso a las grandes bibliotecas […] hoy desde casa puede tener acceso a libros del siglo XVI, del XVIII, o a las revistas más complicadas de encontrar. Todo está en la red, algo inconcebible hace 20 años. Y, sin embargo, no he notado que se haya producido un particular desarrollo, jóvenes que escriban una tesis magnífica…»
El editor italiano reflexionaba de este modo ante la «aversión» que muchos sienten ante los intermediarios (editores en este caso) en el mundo digital. Pero otro tanto podríamos decir de los bibliotecarios: como mediadores entre el exceso de informaciones y los usuarios.
Nosotros osamos aventurar una explicación a lo que plantea Calasso. Estamos saturados, sobreestimulados, casi anestesiados ante tanto reclamo. Y esto lleva a que muchas veces, salvo los egos insaciables de reconocimiento, muchas voces interesantes opten por la discreción. Una virtud, la discreción, en franca decadencia en nuestros días.
Usar un gif animado, un emoji, un dibujito, un banner emergente, puede tener su punto bien administrado. Pero el aturdimiento continuo que busca provocarnos la publicidad, la avalancha de informaciones, el carrusel de novedades, que gira y gira alrededor: nos arrastra simplemente a la apatía.
Una de las características que muchos editores de libros electrónicos enarbolan como ventajas frente a la experiencia lectora en papel: es la posibilidad de incluir vídeos y animaciones en el texto. Hay ediciones en digital de cuentos infantiles clásicos que son una verdadera delicia. Relatos interactivos que se venden como un aliciente para atraer a los jóvenes a la lectura al permitir una experiencia más cercana a lo audiovisual.
No tenemos suficientes argumentos pedagógicos para calibrar los pros y contras del uso de la interactividad para fomentar la lectura entre los jóvenes. Pero el peligro de que esa exigencia de interactividad se contagie a la lectura adulta no parece tan beneficiosa. Ya lo dijo el filósofo coreano Byung-Chul Han: «la acumulación de la información no es capaz de generar la verdad. Cuanta más información nos llega, más intrincado nos parece el mundo«.
La lectura desnuda de cualquier artificio que no sea la tinta sobre el papel (o la pantalla), la lectura cuyo ritmo lo marque el lector, y no cualquier aplicación o subrayado externo y rutilante: es la única capaz de generar reflexión y pensamiento. Sin algo de quietud (precisamente esa que les estamos robando a cualquiera que lea este post), es imposible asimilar lo que leemos, vemos o escuchamos.
Confiar nuestro aprendizaje a la tecnología, es como fiar nuestros recuerdos a una máquina, y dejar de ejercitar nuestra memoria. La intromisión de Internet en nuestras vidas está llegando a esos límites que la ciencia ficción más visionaria supo adelantarnos hace décadas. Pero solo en el ámbito de lo digital. Todo en general se supedita a ese ritmo, a esa agitación incesante.
Este año asistimos sin tregua, pisando las ya de por sí saturadas fechas navideñas, al espectáculo trepidante de lo político. Y así con los Reyes aún desfilando por las calles, nuestros representantes públicos, desfilaban por el hemiciclo empeñados en convertirse en carne de meme, en hashtag, en vergonzosos trending topic, en muñecos de un guiñol de cachiporra que maldita la gracia. El espacio representativo del gobierno de un país transformado en una trinchera en la que cualquier conato de debate estaba proscrito.
Facebook llega tarde a nuestro país al prohibir los vídeos falsos manipulados con inteligencia artificial para que evitar que interfieran en procesos electorales. Nuestros políticos, sin manipulación digital alguna, se bastan y se sobran para dar gifs animados o muertos a las redes.
Llegados a este punto, si algo nos queda claro es que la sobriedad es el nuevo exhibicionismo. Ante la avalancha de impactos de todo tipo que nos asaltan, y nos anestesian: no hay nada más exhibicionista que lo austero. Algo que este blog procura aplicar cada semana: y no siempre consigue.
Quien quiera leernos que nos lea, quien quiera seguirnos que nos siga. Claro que todo depende del número de visitas de este post, si bate récords, este blog puede convertirse a partir de ahora en un carrusel frenético que ríete tú de la celebración del año chino en Pekín. En cualquier caso, quede como propósito de enmienda de cara al nuevo año que recién arrancamos. Frente al griterío que solo busca aplacar el pensamiento: quietud, mesura, sosiego y reflexión.
Pero por favor ¡¡¡qué acabe de una vez este post!!!
About Vicente Funes
Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com
¡Prueba superada! Reconozco que ante tanto artificio ha sido más complicado centrarme en el contenido. Quizá esa sea la razón de tanta sobreactuación en nuestros políticos. Me encanta vuestro blog.
Es tu capacidad de concentración está más que ejercitada gracias a tanto juego. ¡¡¡Muchas gracias Ana!!!