Estos días se han difundido los resultados del estudio del Centro para la Comunicación Científica Directa de la Universidad de Lyon, según el cual hasta un 60% de los internautas no lee lo que retuitea, comparte y difunde a través de sus cuentas de redes sociales. Ya intuíamos que la teoría de la comunicación, tras la irrupción de internet, debería añadir el modelo diálogo de besugos; pero hasta ahora no había un estudio científico detrás que lo respaldara con tal contundencia. El postureo digital no conoce límites.
En Egobiblio: narcisismo y bibliotecas en la era del selfie, se hablaba de masajearles el ego a los nativos digitales para atraerles a las bibliotecas; pero está claro que en esto de desplegar la cola cual pavos reales digitales, no se salva nadie (ni nativos, ni emigrantes). Vanitas vanitatum et omnia vanitas, que diría algún nativo digital que con suerte hubiera leído los cómics de Asterix; o como más gráficamente decía Harvey Keitel en un momento de Pulp fiction: «bueno, pero no empecemos a…»
Después de esto dan ganas de callarse, y dedicarse a la vida contemplativa digital, sin intervenir nunca. Pero Javier Cercas en su columna en El País de la semana pasada, acudía en nuestra ayuda recuperando unas palabras de Gabriel Zaid:
«el problema cultural de nuestro tiempo no lo provoca la gente que no sabe leer ni escribir, sino la que no quiere leer y no para de escribir»
Por eso, si queremos espantar la sensación de pertenecer a ese grupo de gente, aprovechemos el verano para llevarle la contraria a la encuesta del CIS, que como una sentencia implacable, cae sobre nuestras cabezas, demostrando fría y estadísticamente que los españoles aún leen menos de lo que leían. Sin duda, deben estar muy atareados compartiendo cosas por las redes sociales, sin saber de qué van más allá del titular.
Pero seamos prácticos, no caigamos en el desánimo, ni el victimismo bibliotecario; es el momento de pasar a la ofensiva. Esto es la guerra, y si no puedes con tu enemigo, únete a él que dijo Sun Tzu. A partir de aquí el post va a fomentar la lectura compartiendo cosas que no requieran leer ni un poco. El 60% de internautas que comparten o retuitean sin leer lo que comparten, podrán hacerlo tranquilamente; y al 40% que según el CIS no han leído un libro en el último año, hasta puede que saliven viendo fotos de libros. ¿Qué más se puede pedir con este calor?
Las imágenes de la cuenta de Instagram Ice cream books (que lucen cual muestrario de heladería literaria en el post), consisten en helados de los más diversos gustos y sabores, estrellados contra las cubiertas de libros, dejando que se derritan para fotografiarlos. No queda muy claro, si la intención es recomendar a los libros en cuestión añadiéndoles una cremosa y refrescante capacidad de seducción; o por el contrario, afrentarlos volviéndolos inservibles por pegajosos.
Es conocida la anécdota (pura leyenda o una boutade a las que tan proclive era el literato) según la cual el escritor Paco Umbral, arrojaba a su piscina aquellos libros que comenzaba a leer, y rápidamente detestaba. Condenándolos así a una muerte acuática.
Pero viendo las fotos de helados de esta cuenta de Instagram, a lo que se puede jugar es a imaginar qué sabores estrellaríamos, cual tartas de cine mudo contra sus portadas, según los autores o títulos. Si la intención es ensalzarlos o despreciarlos, queda al criterio de cada uno.
Eligiendo algunos ejemplos al azar, a más de una de las novelas de Kazuo Ishiguro le iría bien un cucurucho de after eight, por aquello de que pese a ser de origen nipón, ha sido de los que mejor ha retratado lo eternamente british. A Sumisión de Houellebecq se le podría derretir tranquilamente una tarrina con dos bolas de menta y limón, por su capacidad para incidir en los asuntos más delicados de la manera más ácida.
La excelente novela Middlesex de Jeffrey Eugenides, combinaría a la perfección con un corte mitad fresa y mitad chocolate. La segunda parte de El club de la lucha de Palahniuk supone todo un hito por publicarse en formato de novela gráfica; su trama promete resultar tan excitante en viñetas como lo fue antes en letra impresa y película. Así que la opción es un poco obvia: helado de café a ser posible con granos triturados, que aún le aporten más carácter. Y ya si hablamos del helado de ron con pasas, más allá de Charles Bukowski, habría mil títulos y autores entre los que elegir.
¿Y la vainilla?, ¿para quién reservamos la vainilla o la crema tostada?, ahí dejamos que la imaginación, las filias y las fobias lectoras de cada uno tomen la palabra. Un libro/autor y un sabor de helado, podría ser una idea aprovechable para alguna actividad bibliotecaria; o para lanzar un juego este verano en las redes.
Ahora que existen helados hasta de cocido madrileño o chorizo, habría dónde elegir tanto para lo bueno como para lo malo (#librosderretidos sería buen hashtag por si alguien se anima a iniciar el juego). Pero cambiemos de asunto veraniego.
Para compensar la sempiterna encuesta del CIS con sus deprimentes resultados sobre lectores en nuestro país; podemos consolarnos como tontos, con la caída del consumo televisivo que también se da por estas fechas. En este sentido, y viendo que ya va sobrado de texto el post; y estamos incumpliendo la promesa de dotarlo de contenidos a compartir, sin tener que leer más de dos segundos (¡qué ilusos!): aquí va una campaña de UNICEF Indonesia de hace unos años. Su eslogan lo dejaba claro: Mira lo que puedes encender cuando la pantalla está apagada (See what you can switch on when the screen is off)
Esta campaña de Unicef era del 2010, hace seis años el apagar la televisión aún era sinónimo de fomentar la actividad física o intelectual en los niños; pero en pleno 2016, y con fenómenos tales, como el generado por el lanzamiento de Pokemon Go: ¿aún queda alguien tan ingenuo como para pensar que la pantalla a controlar sea la de la televisión?
Precisamente esa pantalla tantas veces vituperada, también ha dado brillantes momentos en defensa de la lectura. Un ejemplo, todos los spots publicitarios de la cadena mexicana de Librerías Gandhi, que nunca te cansas de alabar y compartir para que que nadie se quede sin verlos:
Y falta el último componente imprescindible de un verano como manda la tradición, que enumerábamos en el título del post: las pipas (a ser posible con sal). En este sentido no hemos localizado ninguna cuenta de Instagram con fotos de portadas de libros cubiertas de cáscaras de pipas. Tanto sea impresa como digital, lo de leer y comer pipas (con cáscara se entiende) requiere de cierta práctica, que no está al alcance de cualquiera. Las protagonistas del multipremiado corto Pipas de Manuela Burló Moreno, está claro que optan por descartar lo de leer, y volcarse en las adictivas pipas con sal.
Son las perfectas representantes de ese 60% que comparte cosas sin leer en las redes; y también forman parte de ese 40% que no ha leído un libro durante el último año (ni durante el anterior, ni el anterior, ni el anterior, ni el… bueno no en el 2012 igual sí, que publicaron las Cincuenta sombras).
About Vicente Funes
Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com
Muy bueno!
Aunque a mi, la idea de asociar helados a libros me parece ocurrente y puede que anime a la lectura metafóricamente pero me da pena, esos libros quedan inservibles…
En eso el papel impreso sigue ganando al electrónico, imagínate si haces lo mismo con un ereader. Al impreso con suerte lo limpias e igual hasta puede leerte uno de Paul Auster con olor a vainilla 🙂 Pero en todo caso, mejor dejarlo en el plano teórico y no lo ponerlo en práctica.
Muchas gracias Antonia, nos alegra que te haya gustado.