La biblioteca como puente intergeneracional

 

Febrero 2021. Elon Musk está a punto de enviar turistas al espacio; la comunidad científica internacional, en un esfuerzo sin precedentes, ha conseguido vacunas para combatir una pandemia, la Inteligencia Artificial ha resucitado a Lola Flores para anunciar cervezas; en el congreso de los diputados de España se debate una ley trans. Mientras, las bibliotecarias, siguen usando gafas antiguas, llevando cárdigans grisáceos y teniendo una vida aburrida.

Si eres bibliotecaria y has llegado a los 50 tu vida tiene que ser un asco. Equivalencias perennes en el relato audivisual contemporáneo.

La adaptación cinematográfica de la novela gráfica Days of the Bagnold Summer (no publicada en castellano) estrenada en la plataforma Movistar+ recupera la imagen más canónica de la profesión. Menos mal. No fuera a ser que, entre tanta distracción, a la generación zeta se le pasara perpetuar una iconografía con tanta solera.

Para los nacidos desde la mitad de los 90, Bertín Osborne y el gremio bibliotecario, deben formar parte de un pack indisociable a ese pasado mítico, oscuro y troglodita en el que no existía Internet.

Pero vamos al meollo, es decir, a la sipnosis de la película. El argumento, basado en el precedente gráfico del cómic de Joff Winterhart, retrata el verano que tienen que pasar juntos una madre y un hijo adolescente. El hijo heavy y depresivo (no necesariamente en ese orden) confiaba en pasar las vacaciones con su padre recorriendo Florida en un descapotable. Pero, por inconvenientes sobrevenidos, se ve obligado a pasarlo con su madre: una introvertida bibliotecaria de 52 años que se esfuerza por encontrar pareja de nuevo. El personaje de la madre cumple con todos los preceptos de la ranciedad estética y vital más estricta.

¿Un heavy como representante de la juventud millennial? Lo anacrónico e intergeneracional para Joff Winterhart, un boomer, son figuras de estilo. Sin duda. En su segunda novela gráfica, Driving short distances, incide en la temática ahora con contraste entre modelos de masculinidad.

 

La más reciente novela gráfica de Joff Winterhart se centra en la relación entre un joven aprendiz y su jefe. Un prototípico ejemplar de hombre de mediana edad chapado a la tradición.

 

Según reza Wikipedia, la teoría sociológica de la brecha generacional, surgió en los 60. Fueron los boomers los que cuestionaron todo el establishment cultural, político y de valores de sus padres. Desde entonces la juventud baila (como rezaba el programa de television de los 80) en la publicidad, el consumo y las modas. Mientras que en el mercado de trabajo, vivienda e independencia económica: la pista de baile se queda vacía.

La segregación por generaciones, más allá del entorno familiar, es uno de los proyectos más exitosos del capitalismo. Los ámbitos y espacios de interacción intergeneracional, más allá de los vínculos familiares, se han ido reduciendo sistemáticamente desde hace décadas. Divide y manipularás mejor. Un panorama que esta crisis sanitaria no ha venido más que a acentuar.

 

 

Del desconfinamiento por edades al «Tu fiesta me va a matar»: ahora llega el momento vacuna con «Tú Moderna y Pfizer, y yo AstraZeneca». La brecha, la insolidaridad, la lejanía se hacen más y más profundas. Pero donde menos, y cuando menos lo esperas, va C Tangana y hace un guiño a la Campanera de Joselito, mediación mediante de Manolito Gafotas: que la incrustó en la memoria de los que eran niños en los 90. Y Lola Flores, invocación digital de por medio, se convierte en referente del ideario millennial condensado en un eslogan publicitario para vender cervezas.

En la joya cinematográfica Looper (2012), un maduro y escarmentado Bruce Willis, coincide con su yo joven y tiene que disuadirlo de tomar decisiones que marcarán trágicamente su futuro.  Atención spoiler: no funciona.

Para superar lo que los tiempos se han empeñado en separar desde los años 60 del pasado siglo: no basta con advertencias. Hacen falta espacios comunes. Y ese espacio, físico y mental, puede y debe ser la cultura.

 

 

En la revista ‘Vanity Fair’ publicaba hace unos días un artículo sobre el club de lectura creado por la mítica casa de modas Chanel. La encargada de inaugurarlo ha sido Carlota Casiraghi. El titular elegido para encabezar el artículo deja claro el target al que se dirige la publicación: Carlota Casiraghi debuta en el club de lectura de Chanel con dos ‘looks’ sobresalientes. Y es cierto, la hija de Carolina de Mónaco, luce espectacular y terriblemente chic con sus dos conjuntos de Chanel. Pero donde termina de deslumbrar es cuando habla de Rilke, Baudelaire o lee fragmentos de Lou Andreas-Salomé.

¿Qué separa a la bibliotecaria protagonista de Days of the Bagnold Summer y a la heredera del trono del glamur monegasco? ¿La belleza, el estilo, el chic, la edad, el dinero, la clase social, la fama…? Desde luego, que como autores de juegos de encontrar las 7 diferencias: no tenemos precio. Y ¿si nos fijamos mejor en lo que, teóricamente, las une? Los libros.

La bibliotecaria interpretada por Monica Dolan trabaja rodeada de libros; y según el testimonio de Carlota, ella vive también rodeada de libros. En la aparentemente abismal brecha que separa ambas mujeres (dejando aparte que una es de ficción y otra, suponemos, porque no la conocemos, real): hay un puente hecho de libros.

 

Carlota, que tiene 34, es millennial por la punta de arriba. Y si tenemos que creer a Sabina: las niñas ya no quieren ser princesas desde los 80. Tal vez por eso, Carlota, licenciada en Filosofía por La Sorbona, se ha convertido en estrella de encuentros literarios como el pasado Hay Festival de Segovia; y escribe libros de filosofía junto a Robert Maggiori.

Mientras, desde el otro mundo que la reclama, el de la moda: la diseñadora de la colección de prêt-à-porter de la casa Hermès: Nadège Vanhee-Cybulski declara para ‘El País’:

«En los últimos 30 años todo en la moda ha girado en torno a la juventud: en los próximos 10 años lo hará sobre la diversidad  la inclusión.»

 

Sin salir de Francia, el alcalde de la villa gala de Rouez (Sarthe), ha promovido con la colaboración de la Fundación Le Grou la construcción de una biblioteca pública dentro de la residencia de ancianos de la localidad. Y prosiguiendo con este afan por crear espacios comunes en los que las generaciones interactúen entre ellas, el siguiente paso, ha sido la creación de un comedor para que escolares y ancianos coman juntos.

Ludovic Robidas, que así se llama el político, ha colaborado para la creación de dos de los espacios públicos donde, de la manera más natural, mejor se sortea la brecha generacional. Libros y gastronomía como puente entre los más jóvenes y mayores de la comunidad.

Como subraya el, también francés, arquitecto Eric Cassar: «la arquitectura intergeneracional implica repensar nuestros hábitos. La pandemia de coronavirus es un recordatorio de que se necesita una mayor solidaridad». Y por ello el arquitecto ha concebido un concepto de residencias que promuevan la mezcla intergeneracional.

El blog de arquitectura galo en el que se promueve un hábitat urbano ecológico, solidario e intergeneracional.

 

Cuando todo esto pase (frase que, a estas alturas, es más rogativa divina que frase hecha): las bibliotecas pueden/deben convertirse en los espacios públicos propicios para captar las ganas de interacción que tendremos. Frase que advertimos, ante previsibles quejas, que va a ser letanía en este blog a partir de ahora: que esa interacción sea más intergeneracional que nunca para compensar tanto tiempo (y vidas) perdidas.

Nos tocará construir los puentes. ¿De desvencijadas maderas y sogas como el de Indiana Jones y el templo maldito o el Golden Gate de San Francisco? Uno de Calatrava, mejor no, que resbalan y a ciertas edades, bibliotecarias, son un peligro para las caderas.

Y cerramos con lo que empezamos. La banda sonora de la película sobre la bibliotecaria aburrida y el hijo heavy viene firmada por el grupo Belle and Sebastian. Pero no, no vamos a cerrar con un tema de la BSO. Elegimos un clásico de su repertorio porque su título lo dice todo: Wrapped up in books (Envuelto en libros). Tal cual como la bibliotecaria de la peli y Carlota Casiraghi.

 

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Lecturas en el gotelé

 

No solo los políticos. De todos, con mayor o menor intensidad, quedará un retrato de lo que hemos hecho, sentido y vivido durante estos tiempos de pandemia. Sea público o a nivel privado. Cuando esto pase, si hemos aprendido algo en positivo, individual o colectivamente: ya será otro cantar.

 

Pero también muchas empresas están aprovechando para retratarse, en sentido positivo, en tiempos tan inciertos. Y si hay un sector empresarial que está fortaleciéndose, aún más, ese es de las grandes plataformas de telecomunicación. ¿Qué sería de este confinamiento sin el acceso a las tecnologías de la información? Una suerte vivir una pandemia en tiempos de Internet…para quien tiene acceso a Internet, claro.

Mucho, y poco al mismo tiempo, se está hablando de la brecha digital. Compañías como Telefónica, Cisco, IBM o Vodafone han lanzado campañas para facilitar la conexión a estudiantes con pocos recursos y otros colectivos desfavorecidos. Vodafone ya forró las paredes de las escuelas rumanas hace cinco años con bibliotecas digitales.

 

Pared empapelada por Vodafone en una escuela rumana.

 

La empresa empezó con este proyecto con motivo del Día Internacional de la Alfabetización. Se empapelaron los pasillos de los colegios rumanos con estanterías unidimensionales. Los estudiantes pueden descargarse los libros gracias a códigos QR.

Pero no sólo las escuelas, también en centros comerciales, estaciones de tren o autobuses: la compañía empapeló las paredes.  El siguiente paso, iba a ser permitir que los propios usuarios diseñaran los papeles con libros de su elección. Así luego podrían empapelar hasta las paredes de sus hogares.

Lo que no sabemos es si estos papeles servirán para forrar los libros de texto y las carpetas de adolescente, todo un clásico de instituto. Sería todo un invento: llevar la biblioteca a cuestas impresa en la carpeta del colegio. Aunque mucho nos tememos que sería moda pasajera, tras la novedad, emergerían cual caras de Bélmez los rostros de Bad Gyal, Justin Bieber, BTS o el ídolo de masas púberes del momento.

 

La ‘SuperPop’ y sus pósteres: un clásico para forrar carpetas en los 80.

 

Repulsión (1965) de Polanski: una película muy apropiada (o todo lo contrario) para un confinamiento. ¿Tenía gotelé el apartamento de la protagonista?

No sabemos cómo cotiza el gotelé en los hogares rumanos en estos tiempos. Pero es más que probable que tras estas semanas de encierro: se tomen muchas decisiones sobre la decoración de los hogares. Y es más que probable que, si acaso la economía lo permite, el gotelé tenga los días contados.

Ni los que viven solos tendrán el consuelo de esas paredes rugosas para aliviar los picores repentinos en la espalda. Ni nadie instruido en la lectura en Braille, podrá recrearse en los crípticos mensajes que escondían las paredes.

Desde que las caras de Bélmez demostraron que los suelos (y quien dice suelos, dice paredes) podían enviarnos mensajes: todo nos llevaba al gotelé, y su infinito poder para sugerir formas. Paredes proletarias o pequeñoburguesas, puede, pero repletas de historias para quien acierte a levantar la mirada de las pantallas.

Las paredes lisas y la resurrección del papel pintado, han terminado por darle el toque de gracia. La burda, pero eficaz, pericia del gotelé para disimular defectos, no tiene cabida con las superficies aceradas y asépticas que exige lo digital.

Y no deja de ser paradójico, porque si algo no está dejando claro esta crisis, es lo defectuosos y vulnerables que somos como especie.

 

Las caras de Bélmez: un clásico de lo paranormal cañí.

 

«Las caras de Bélmez quisieron hablar, la prensa amarilla las hizo callar sin más…» que cantaban Alaska y Dinamara en uno de sus temas más esotéricos. La pareidolia o fenónemo psicológico por el cuál un estímulo difuso es percibido erróneamente como una forma reconocible, tenía un campo abonado en el gotelé; pero parece ser que pese a nuestros augurios catastrofistas, también pervive en lo digital.

Algo tan siglo XXI, tan digital, aséptico y alejado de la España profunda de Bélmez (y del gotelé) como los Google Maps, llevan años registrando «caras» en la geografía terrestre. Tanto es así, que hasta existe una web, Google Faces, que reúne algunas de las formas más caprichosas de la naturaleza a la hora de semejar señales de las que tanto gustan en programas tipo Cuarto Milenio.

 

En estos días vemos muchas imágenes de ciudades vacías. Pero ¿cómo se verá realmente el mundo sin nosotros? Sin necesidad de agudizar la vista, los libros, sea leyéndolos, o esculpiéndolos, como hace el artista sudáfricano Wim Botha al que dedicamos la galería en este post: siempre nos desvelan mil formas e ideas en las que recrearnos.

¿Se nos quedará realmente Facebook (cara de libro) después de esta pandemia? ¿Qué resultados arrojarán las estadísticas de préstamos de bibliotecas? ¿Cómo se verán de alteradas las cifras del Barómetro de Lectura y compra de libros de la Federación del Gremio de Editores? Hay gráficos que nos angustian cada día. Los de la evolución del Covid-19. Y solo queremos verlos decaer, derrumbarse, hasta llegar a 0. En cambio, otros nos alegran los días: los gráficos de los préstamos digitales de bibliotecas. 

Que cuando todo esto acabe, las curvas de esos gráficos, no dejen de crecer y crecer. Será señal de que después de esta pandemia, al menos culturalmente, algo habremos sacado en positivo.

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Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Mimo mi biblioteca

Lo que se cuida se quiere. Así de simple. Y si hay algo de lo que adolece, en demasiados casos, nuestra sociedad: es de cariño hacia lo público.

Estos últimos días se ha abierto un pequeño debate por los corrillos bibliotecarios de Twitter a cuenta de las sanciones en bibliotecas. Las noticias, desde el otro lado del Atlántico, sobre bibliotecas que habían decidido eliminar su política de sanciones por retrasos: encendieron la mecha.

La bibliotecaria de la Biblioteca Pública de Toronto, en 1955, llevando libros a los niños ingresados en el hospital local.

 

Pero el matiz que lo cambia todo es el hecho de que en las bibliotecas estadounidenses se multa, y en las españolas, no. Relacionar las sanciones de bibliotecas en nuestro entorno con las desigualdades sociales: tiene cabida en el caso de que esas sanciones fueran de carácter económico. Pero si lo que se pide es simplemente cortesía para el resto de ciudadanos, que también tienen derecho a disfrutar de esos bienes que son de todos: el debate se acaba pronto.

En las sociedades nórdicas, al menos esa es la impresión vistas desde la lejanía, el cumplimiento de las normas cívicas es algo que parece que no requiere de sobresfuerzos prohibitivos. El civismo y respeto a lo público va implícito en su cultura. De ahí que las bibliotecas en nuestro país pueden jugar un papel, diminuto cierto, pero papel, en educar en ese civismo, en ese respeto hacia lo que es de todos.

Hace ya más de 20 años, concretamente en 1998, la biblioteca donostiarra Koldo Mitxelena ya planteaba montar una exposición de documentos destrozados por los usuarios de la biblioteca.

Durante estos veinte años alguna otra biblioteca ha recurrido a una exposición de los horrores en que se pueden convertir los fondos de las bibliotecas en manos de algunos usuarios. Añadir cartelas con el precio (es decir: lo que todos hemos pagado) y el número de préstamos: ahonda en la labor de concienciación con este tipo de expo/denuncias bibliotecarias.

 

 

Pero también hay otras formas de concienciación que, casualmente, coinciden con movimientos muy en boga en los últimos tiempos. La ecología ha pasado de tendencia o moda hipster que daba fuste en semanarios y revistas a necesidad imperiosa.

Las idílicas postales de bienestar burgués que nacieron con la sociedad de consumo cada vez más se tiñen de sombras más siniestras. Reciclar y combatir la obsolescencia programada se ha convertido en imperativo, y las bibliotecas, no pueden quedar al margen.

 

Miguel Brieva se ha convertido en un autor especialmente incisivo en sus análisis ilustrados del mundo contemporáneo.

 

Como ya recogíamos en Bibliotecas recicladas, bibliotecas circulares: según el informe del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) sobre la economía circular de los libros: las bibliotecas son instituciones bastante competentes (o al menos tienen posibilidades para serlo) en cuanto a practicar una economía circular del libro. En uno de los puntos que destacábamos del informe se dice:

  • como espacios privilegiados a la hora de llegar a un público joven, las bibliotecas son lugares idóneos para fomentar y educar en la reutilización y el reciclaje, de todo en general, y de los libros en particular. A través de actividades lúdicas y atractivas practicar la pedagogía en torno a la ecología del libro en las bibliotecas.

Y en la Biblioteca Pública de Woodland (California) llevan tiempo poniendo en práctica este consejo del informe del WWF.

Los voluntarios de la Biblioteca Pública de Woodland demuestran tener sentido al humor al haberse bautizado con el nombre de una colección de libros de terror de los años 90.

Hasta un total de 10000 libros pertenecientes a sus fondos han sido restaurados por parte de voluntarios. La labor de estos voluntarios, denominados los «Spinetinglers», ha conseguido ahorrar miles de dólares a la biblioteca. Además, gracias a su trabajo, muchos libros imposibles de conseguir al estar descatalogados: consiguen una segunda, tercera o cuarta vida.

Dirigidos por una artista local, Marcia Cary, los voluntariosos ‘mecánicos de libros’ se reúnen semanalmente. Los talleres de restauración de libros se han convertido en una actividad ideal para programar en bibliotecas.

Un modo de implicar/concienciar a los usuarios de bibliotecas en el cuidado y respeto del bien público.

Unos talleres que se pueden poner en práctica para cualquier edad y que apelan a dos de los objetivos bibliotecarios fundamentales: ofertar actividades relacionadas con la cultura y promover la conciencia cívica.

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Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Estatuas de sal y libros-gema

Las señoritas de Avignon reconvertidas en diosas de Hollywood de la mano de Antonio de Felipe.

 

Las señoritas de Avignon fue una de las sacudidas más fuertes en la historia del arte. El cuadro de Picasso daba carta de naturaleza al cubismo, que venía a culminar la ofensiva que desde los impresionistas, se estaba haciendo contra el academicismo en la pintura.

Si el cubismo vino a mostrar todas las posibles perspectivas de un objeto en un solo plano, algunas lecturas, consiguen exactamente lo mismo en nosotros: sus incautos lectores.

De ahí lo fascinante de la obra del artista de San Francisco, Alexis Arnold, y sus libros-gema.

 

 

Como estatuas de sal, sin castigo alguno por la curiosidad, así se despliegan algunas lecturas en nuestro cerebro. Por eso lo acertado de la metáfora que consigue Arnold con sus esculturas. Si el proceso de cristalización provoca que los átomos de un gas o líquido conformen redes cristalinas, del mismo modo actúa una lectura impactante en nuestras mentes.

Y no se trata de otra defensa retórica de los beneficios de la lectura: se trata de una tesis avalada científicamente por muchos estudios. Por citar alguno reciente, el del Centro de Descubrimiento de Lectura y Alfabetización del Hospital Infantil de Cincinnati: que ha confrontado los efectos en el cerebro infantil de la lectura versus los efectos de las, omnipresentes, pantallas en edades tempranas.

Y es que los libros-bomba están esperando que cualquier lector curioso les arranque la espita al abrirlos: y se inicie la cuenta atrás para la eclosión. Para dejar imágenes, frases, ideas, sensaciones que serán como cristales en nuestra memoria. Libros-gema que terminarán enriqueciendo nuestra mirada sobre el mundo con todos los ángulos y perspectivas posibles.

 

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Bibliotecas recicladas, bibliotecas circulares

 

En enero de 2018, la noticia sobre unos basureros turcos que habían formado una biblioteca gracias a los libros que rescataban de la basura: ayudó a completar el reducido cupo de noticias edificantes/curiosas en torno a la cultura que se permiten los medios generalistas.

La noticia satisfacía dos conciencias colectivas asumidas en positivo por el discurso de nuestro tiempo: la ecológica y la cultural. Por un lado, la necesidad de reciclar como respuesta ciudadana ante la deriva desbocada de la sociedad de consumo; y por otro, esa visión romántica y apocalíptica que sugiere la idea de un libro desechado como metáfora de una civilización en decadencia. La ración homeopática justa para que a continuación los medios (y quien dice medios incluye también al runrún incesante de las redes): puedan proseguir llenando de basura informativa la crónica de actualidad.

 

Uno de los bancos, con forma de libro, desde los que contemplar el Bósforo en Estambul.

 

Lo que hubiese alterado, profundamente, el sentido de la noticia de haberse descubierto: es el hecho de que, imaginemos, algunos de esos libros hubieran sido expurgados de una biblioteca. Al decir esto en un blog cultural orientado, principalmente, al gremio bibliotecario no se corre ningún peligro. Pero la misma información soltada a bocajarro ante la mesa de algún concejal de cultural o de una asociación de vecinos: puede dar más armamento electoral a la oposición política que la recalificación urbanística de un parque natural.

Que los basureros reciclen libros y con ellos monten una biblioteca es algo reconfortante. Denota el espíritu de progreso de unos proletarios; expresa el respeto que aún se conserva, pese a todo, en esta sociedad hacia los libros. Un respeto tan, tan grande en muchos casos, que por eso un gran porcentaje de ciudadanos ni se les ocurre acercarse a ellos. Es el mismo respeto que lleva a declarar en las encuestas que se está a favor de las bibliotecas: aunque jamás se pise una.

 

El libro posee un valor cultural tan importante en Francia que encontrarse uno en la basura es algo inconcebible para muchos.

 

Una doble moral en la que, muchos por no decir todos, caemos si no es en el asunto de los libros, o en el del reciclaje: en algún otro, que igual, no queremos reconocernos. El sentimiento de culpa, que tan magistralmente administraba la religión: ahora se ha potenciado en tantos ámbitos de nuestra vida que ya no hay escapatoria posible. Y la persecución de cualquier desliz se denuncia con severidad, La picota digital no tiene un segundo de descanso.

La homeopatía, remedios naturales y demás conocimientos de los englobados dentro de las denominadas pseudociencias son uno de los nuevos anatemas. Y pobre de la biblioteca, centro educativo o espacio cultural, que en un despiste, dé cobijo a alguien que defienda algo que se pueda asociar, remotamente, a alguno de estos asuntos.

 

Noviembre fue el mes elegido para convertirse, cada año, en el mes de la divulgación científica en las bibliotecas gallegas.

 

Afortunadamente la ciencia y su divulgación (gracias en parte a las bibliotecas) están desvelando a mucho gurú falso (¿hay alguno verdadero?): pero el encono y la vehemencia que se pone en la persecución de los que aún confían en estos remedios remite a tiempos propios de supercherías y represión inquisitorial. Y ya que estamos en ambiente medieval hagamos un poco de abogados del diablo.

Si un usuario, que como todos, paga los impuestos con que se sostienen las bibliotecas públicas quiere creer en: el tarot, la medicina natural o los remedios caseros, y solicita que se le compren esos libros: ¿han de respetarse sus gustos o ha de ser incluido en la lista de sospechosos en la que, inevitablemente, entraría uno que solicite un manual para formar parte del ISIS?

 

Como se puede comprobar este post viene torrefacto. Porque ahora volviendo a cuestiones de reciclaje y respeto por el medio ambiente nos preguntamos, una vez más: ¿qué se puede hacer desde las bibliotecas? Y echamos un nuevo tronco a la hoguera: ¿qué pasa con los carnés de biblioteca?

Hace un tiempo eran de cartón aunque, en muchas bibliotecas, se plastificaban o recurrían a fundas de plástico: con lo cual tanto daba. Si ya existen los DNI electrónicos y con ellos se pueden hacer infinidad de gestiones: ¿no sería la mejor opción para jubilarlos? Aunque es más probable que sean los móviles, a través de la consiguiente app para hacer préstamos, los que den el tiro de gracia a los carnés de biblioteca.

 

En el reciente viaje de Infobibliotecas a Liberia, una de las visitas, fue a una planta de reciclado de Coca-Cola. En ella se prensaban las botellas del refresco y se procedía a reciclarlas, para con ellas , fabricar desde una cancha de baloncesto al suelo para una escuela o biblioteca.

Coca-Cola, empresa emblemática del capitalismo occidental: ha lanzado su primera botella  fabricada con plástico reciclado recogido de los océanos.

 

Aunque si a esas olas de indignación y linchamiento que diariamente recorren las redes les diera por girar su mirada hacia las bibliotecas: igual no era tanto por el plástico de los carnés sino por el papel de los libros.

Las arrinconadas bibliotecas siempre podrían blandir las estadísticas crecientes de préstamos digitales de libros y películas, como atenuante de conciencia ecológica. Pero, una vez han mordido a la pieza, las jaurías de las redes no sueltan tan fácilmente a su presa.

Por ello el informe que acaba de publicar el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) sobre la economía circular de los libros nos deja varios apuntes de especial interés para repasar.

 

 

¿Hacía una economía más circular en el libro? es la pregunta que encabeza este pormenorizado estudio sobre la situación de los libros de papel y su impacto en el medio ambiente.  Para ello se centra, sobre todo, en soluciones para el sector editorial que los produce: pero abarca a todos los escenarios por los que se mueve el libro incluyendo, claro está, a las bibliotecas.

El reciclaje se erige en la solución mayoritaria para dar salida a la cantidad ingente de libros que se desechan en grandes cantidades. Pero no la única. Según los datos recogidos en el informe del 30% al 70% de los libros desahuciados podrían ser reciclados como papel para imprimir, y el resto, serviría para fabricar productos a base de fibra como cajas, toallas de papel o papel higiénico.

 

Una nueva ecología del libro es posible.

 

La WWF señala la sobreproducción editorial como uno de los mayores problemas para esta economía circular del libro. Por eso insiste en la necesaria racionalización y transparencia de los procesos de la industria editorial, como primer paso, para revertir los efectos nocivos de tantos libros desechados. Y hacia el final, da soluciones para cada uno de los actores que interactúan en el mundo del libro. En nuestro caso, como es de esperar, nos quedamos con los consejos dirigidos a bibliotecas:

  • según señala el informe las bibliotecas ya son un modelo de economía funcional o economía compartida o solidaria: por lo tanto tienen puntos a favor desde el punto de vista ecológico.
  • centrándose en algo que escandaliza, cada cierto tiempo, a personas poco familiarizadas con las bibliotecas y su funcionamiento y/o a medios necesitados de polémicas: el necesario expurgo que llevan a cabo las bibliotecas puede verse compensado con una política de donaciones o ventas de segunda mano. En cuanto a los impedimentos legales que puedan surgir de cara a estas ventas el estudio lo dice claro: «el argumento legal que se usa a menudo para oponerse a la reventa en bibliotecas no tiene una base real, y la jurisprudencia claramente favorece la donación o venta a un precio bajo.»
  • las bibliotecas deben ser centros de recolección para el reciclaje efectivo de libros que no puedan venderse o donarse. WWF pide transparencia a las bibliotecas en la gestión de los libros una vez son desechados.
  • como espacios privilegiados a la hora de llegar a un público joven, las bibliotecas son lugares idóneos para fomentar y educar en la reutilización y el reciclaje, de todo en general, y de los libros en particular. A través de actividades lúdicas y atractivas practicar la pedagogía en torno a la ecología del libro en las bibliotecas.
  • para el final el informe deja una nota a destacar: las bibliotecas en realidad solo representan el 2% de las compras de libros. El mayor porcentaje, un 98%, lo tiene la compra por parte de particulares. Claro que están hablando de Francia; no de España.

 

 

Precisamente en la web El asombrario & Co. se publicaba hace unos días un artículo con un título de lo más positivo: Los libros de papel resisten y se hacen más sostenibles. En él, aparte de abundar en las noticias que confirman la vigencia del libro en papel y el estancamiento del digital: se habla del sello de certificación ecológica FSC que garantiza que el papel que llega al consumidor haya pasado por todos los estándares de sostenibilidad.

En España hay pocas editoriales que se hayan sumado a esta certificación en sus libros.

La primera en hacerlo fue Penguin Random House cuando lanzó en nuestro país el libro de Isabel Allende: El bosque de los pigmeos. Y desde entonces han estado trabajando hasta conseguir, en este 2019, que todos sus libros puedan lucir dicha certificación.

Otros sellos como Impedimenta, Errata Naturae o Plaza y Valdés ya están utilizando también papel con el sello FSC en muchos de sus libros. Apuestas de futuro que nos afectan a todos: librerías, editoriales, lectores y bibliotecas.

Bibliotecas recicladas (en el amplio sentido de la palabra), bibliotecas circulares. En definitiva, bibliotecas por el futuro.

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La biblioteca como ornamento

 

La portada del próximo nº de la revista Infobibliotecas sobre bibliotecas y museos no puede resultar más adecuado para lo que hablamos en este post.

En el post previo cerrábamos con una instalación de la estrella de Hollywood, Lucy Liu, en su faceta como artista visual. La exposición tuvo lugar en Singapur y consistía en una biblioteca con libros que escondían objetos que la artista había ido recopilando. Una biblioteca, que buscaba la intervención por parte del público, que estaba autorizado a cambiar los libros de sitio, y a modificar la ordenación. La pesadilla de un bibliotecario hecha instalación artística.

El libro como metáfora, como concepto, como continente: no deja de revalidar su vigencia en el discurso artístico. En 2017 la británica, Su Blackwell, recreó los hogares de escritoras famosas en sus propios libros. Las casas de escritoras decimonónicas como Jane Austen, Daphne Du Maurier o Charlotte Brontë. emergían esculpidas en el mismo papel en el que se podían leer sus historias. El libro como fetiche, como tótem; pero también el libro-objeto como subterfugio para luchar contra el sexismo fiscal. Suena raro, pero es que vivimos tiempos extraños.

 

La casa de Jane Austen emergiendo de uno de sus libros gracias a la artista Su Blackwell.

 

Y, a través de ActuaLitté, les univers du libre, no enteramos de que en Alemania una agencia de publicidad ha recurrido al libro como subterfugio para evidenciar/denunciar/soslayar una injusticia. El IVA que se aplica a tampones y compresas excede con mucho lo que resultaría comprensible para un artículo de primera necesidad como es el caso. En el país de Ángela Merkel se aplica un IVA del 19% a estos productos de higiene íntima para las mujeres. Un impuesto que los convierte, si se compara a los tampones con productos como las trufas, el caviar o las pinturas antiguas: en un auténtico objeto de lujo. Trufas, caviar y pinturas se gravan con un 7% de IVA.

Por ello ha nacido The tampón book, o lo que es lo mismo, un libro hueco (como los de Lucy Liu) lleno de tampones. La idea es que, dentro de ese formato, los tampones pasan a tener un IVA del 7% que el gravamen al que se someten los libros. Triquiñuelas de diseño para denunciar y promover una concienciación que han hecho que la agencia Scholz&Friends, creadores de la idea, se hayan llevado un León de Oro en el festival publicitario de Cannes.

 

Pero el prestigio del formato libro se extiende hasta en ámbitos, en principio, tan alejados como es la industria discográfica. La supervivencia de los músicos ha pasado a depender, más que nunca, del directo antes que de las ventas de discos. Una de las maneras con la que, algunos músicos, han intentado contrarrestar esa devaluación de la música como objeto cultural, como fetiche, ha sido a través del mimo por la presentación física de su producto.

Es el caso de la cantante de hip hop, spoken word y escritora de poesía, narrativa y teatro: Kate Tempest. El título de su último trabajo musical lo deja claro: The Book of Tramps and Lessons (El libro de las trampas y las lecciones). Según la web ‘Jenesaispop’ el diseño en formato libro de tapa dura ha sido determinante en el hecho de que, en pleno apogeo del streaming como manera de consumir música, Tempest haya conseguido entrar en el top 30 de las listas británicas.

Los vinilos cada vez más deseados por las nuevas generaciones y los cedés con forma de libro: lo tangible como una resistencia instintiva y primaria ante la volatilidad de lo digital.

 

 

La empresa inglesa OBW (Original Books Works) está especializada en espejismos de bibliotecas. Su especialidad son los libros huecos, las paredes decoradas como si de una biblioteca se tratase que engañan al ojo, puesto que dentro de esos lomos de repujado cuero: está el vacío más absoluto.

La moda de los libros huecos viene de lejos. Su relación con el ansia burgués por emular los valores aristocráticos a través de la decoración es una imagen perfecta del deterioro de un cierto canon de lo cultural que, desde que se democratizó, ha seguido imparable. En los tiempos del Instagram los libros huecos, con su pulida apariencia de carcasas desiertas de conocimiento, lo tienen todo para resurgir. En cualquier domicilio operarían como las vainas alienígenas de la invasión de los ultracuerpos: reproduciendo los vacíos que van dejando las omnipresentes pantallas en muchos de nuestros hábitos.

Pero antes de ponernos febrilmente conspiranoicos, ya que hablamos de cultura como ornamento o cultura como necesidad: echémosle un ojo a cómo van las cosas por los sectores más elevados de la sociedad. Esos grupos sociales cuyos símbolos aspiraban a emular los arribistas con estanterías repletas de libros huecos.

 

 

La célebre frase: «los pobres tienen grandes televisores, los ricos grandes bibliotecas» es la versión autoayuda del lampedusiano: «todo tiene que cambiar para que todo siga igual». Las diferencias sociales siguen reflejándose en los hábitos culturales; y así, mientras los señores de Silicon Valley controlan el acceso de sus hijos a las pantallas: las masas se alienan voluntariamente con cada nueva golosina digital que inventan.

Un artículo publicado en el prestigioso ‘The Washington Post’ se preguntaba recientemente: ¿por qué los ricos quieren que sus hijos estudien artes liberales? En el mundo anglosajón las artes liberales en la actualidad engloban tanto a las carreras de humanidades como a las ciencias en un enfoque claramente transversal.

 

Lo que el profesor emérito de la California Polytechnic State University, Donald Lazere, sostiene en dicho artículo sobre el auge de las humanidades en la formación de las clases dirigentes suena de lo más perverso. Y, precisamente por ello, creíble.

Resumiendo, y por lo tanto peligrosamente simplificando, lo que dice Lazere: la educación  que fomente el pensamiento crítico y dote a los estudiantes de capacidades para desenvolverse con mayor capacidad de análisis en nuestras sociedades: se escamotea (recortes a la educación pública mediante) al grueso de la población para hacerla exclusiva de la clase dirigente.

Las humanidades, el pensamiento crítico, la capacidad de análisis compleja de la realidad puede acarrear el cuestionamiento de las injusticias, el ansia por reformar el status quo que excluye sistemáticamente a los que parten con menos recursos. Bien en aras de una sociedad más justa o (y esto no lo dice Lazere pero lo añadimos nosotros): para sustituir a los que ahora ocupan esas posiciones privilegiadas.

 

La última Palma de Oro de Cannes: una comedia negra demoledora sobre dos familias (una rica y otra pobre) que estamos seguros arrojará más luz (o oscuridad) sobre la temática de este post. 

 

El interesante ensayo de Nussbaum sobre la necesidad de las humanidades para el buen funcionamiento de la democracia.

Durante las últimas décadas había que especializarse, el desprecio hacia todo conocimiento que no fuera utilitario y práctico según la lógica del mercado: no se contemplaba. Había que «convertir la educación en una empresa con fines de lucro». Y lo aparentemente diletante, lo sofisticado, lo ornamental si se quiere: desprestigiarlo en un vulgo alienado tecnológicamente para, secretamente, cultivarlo en las élites y, de este modo, éstas ejerciten a sus herederos en una visión mucho más rica y completa del mundo que perpetúe sus privilegios.

Viendo a políticos como Trump, a millonarios como las Kardashian o (por poner un ejemplo más próximo) a los hijos de Isabel Preysler: cuesta creer ese argumento. Pero es que ni Trump, ni las Kardhasian ni los vástagos de Preysler son los que (por mucho dinero y/o poder que acumulen) manejan los designios del planeta.

Pero antes de que esto termine como un libro de Daniel Estulin nos dejamos de altas esferas, y creyendo razonablemente los argumentos del artículo de ‘The Washington Post’, nos preguntamos desde nuestra condición de pueblo llano: ¿donde pueden compensarse las carencias del sistema educativo en una formación más humanística? ¿Hace falta decirlo con lo tendencioso que es este blog? Ya lo dijimos hace un tiempo: la revolución (si llega) empezará en las bibliotecas (públicas).

 

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Post contemplativo

 

Esta semana se celebra el IX Congreso Nacional de Bibliotecas Públicas y se prevén unas jornadas intensas, llenas de conversaciones, reencuentros, debates e intercambio de ideas. Por eso el blog de Infobibliotecas quiere ejercer de oyente, de esponja que se empape bien de lo mucho y bueno que se hablará en Logroño durante estos días: y callarse un poco. De ahí este post contemplativo.

Si hay una red social donde la imagen lo es todo: esa es Instagram. Cuando la desvencijada frase de ‘una imagen vale más que mil palabras’ se ha convertido en prácticamente una dictadura aquí la rebatimos y decimos que es mentira. Para interpretar una imagen correctamente han hecho falta miles de palabras antes que sepan extraerle todas las lecturas posibles.

Que se lo digan a Juan José Millás y su sección en ‘El País Semanal’ donde escudriña fotos para extraer las conclusiones más sorprendentes. O que se lo dijeran a Tom Wolfe, que ante el auge del arte conceptual allá por los 70, dedicó todo un estupendo ensayo, La palabra pintada, para ironizar sobre los excesos del arte contemporáneo cuyas imágenes precisan de mil palabras que consigan insuflarle algo de sentido o valor.

Por eso aquí nos callamos (a ver si es verdad) y nos recreamos en los fotomontajes que dos bookstagrammers publican en sus cuentas. James Trevino y Elizabeth Sagan son rumanos y entre los dos llevan la cuenta de Instagram My Book Features.  En ella explotan lo fotogénico que es el libro como objeto, y lo fotogénica que es la lectura para salir favorecidos en una foto. Pero es en sus cuentas personales donde ambos se convierten en protagonistas de los fotomontajes que les han hecho ganar más seguidores.

Ahora que se acerca la Navidad y en algunas localidades se retoma la tradición de los belenes vivientes: Trevino y Sagan pareciera que montan un belén libresco con cada nueva instantánea. Eso sí: deberían añadir a sus respectivas cuentas de Instagram un aviso de que en sus fotos ningún libro ha sufrido daño alguno. Pero viéndolas no estamos muy seguros.

 

Lo que deja claro esta pareja de rumanos es que para salir bien en las fotos no hace falta que sonrías, ni que marques pómulo: simplemente lee y rodéate de libros.

Sospechar que parte del éxito en Instagram, de Trevino y Sagan, sea porque son guapos y jóvenes, y no por su amor por los libros: es de ser muy mal pensados.

 

 

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Bibliotecas, librerías y otros comercios de proximidad

 

Tal vez será nuestra tradición católica que nos hace más pudorosos en eso del mercadeo en según que asuntos. Y pese a la herencia fenicia de nuestro pasado no podemos compararnos a los anglosajones cuyo calvinismo les exime de toda culpa a la hora de convertir en objeto de consumo lo que sea.

El caso que en nuestro país lo de unir instituciones culturales y comercio no termina de estar bien visto. En contraste el concepto de industrias culturales se ha implantado sin problemas: pero persiste una cierta idealización de la cultura que choca con que, por otro lado, seamos de los países con más piratería de contenidos culturales.

 

La tienda compacta de la Biblioteca Pública de Seattle.

 

Por eso atendiendo a nuestro negociado, el de las bibliotecas, no es habitual que una biblioteca tenga una tienda como sí pasa en los museos u otro tipo de centros culturales. En la BNE, es una librería la que cumple esta función, pero lejos del merchandising que explotan en los citados museos. ¿Será que hay que mantener a los mercaderes fuera del templo? No decimos ni que sí, ni que no: pero no deja de ser una pena por partida doble. Por un lado por la asociación de biblioteca con templo (inmovilismo) y, sobre todo, porque sería un alivio presupuestario contar con algo de calderilla si esos ingresos revierten en la propia biblioteca. En cambio en el mundo anglosajón bibliotecario ni se lo plantean: y ya están con la campaña de Navidad como si de unos grandes almacenes se tratase.

 

La tienda de la Biblioteca Pública de Seattle abierta.

 

Gemelos inspirados en Hamlet.

En la tienda online de la British Library ya han colgado los adornos para esta próxima Navidad. Y como fetichistas culturales que somos no podemos dejar de echar un ojo a su escaparate para maravillarnos/horrorizarnos con algunas de sus propuestas en forma de souvenirs. En algunos casos lo de que se comercie con la cultura en bibliotecas no está mal visto por el hecho en sí de comerciar, sino por las afrentas estéticas que ofrecen en forma de homenajes a los libros. Pero es que estamos hablando de un país en el que lo más distinguido se da la mano con lo más hortera: sin que nada altere lo más mínimo su famosa flema británica.

 

Jersey bibliotecario solo para valientes.

Para tu yo futuro: escríbetelas ahora, léelas en el futuro.

Kit personal de biblioteca: el kit definitivo para ser bibliotecario a la antigua usanza. Esto lo ponen a la venta en Toys»R»us y se agotan.

 

Este modelo de camiseta no la venden en la tienda de la British Library, sino en la de Nueva York, pero no gusta tanto que no podíamos dejar de ponerla.

Las bibliotecas deben inmiscuirse en su comunidad: es una exigencia básica que toda biblioteca que aspire a perdurar debe cumplir. Pero lo bibliotecario tiene muchos modos y formas de entrometerse en la vida comercial de sus comunidades.

Ya hemos hablado, en otros posts, de la iniciativa que las autoridades de Costa de Marfil pusieron en práctica, hace unos años, de llevar libros a las peluquerías y salones de belleza para fomentar la alfabetización de las mujeres. Pero si la práctica puesta en marcha en la ciudad alemana de Bad Sooden-Allendorf prospera: puede que dentro de poco en las librerías y bibliotecas, en vez del olor a libro, que tan poéticamente embelesa los sentidos del letraherido: sea el aroma de unos buenos embutidos lo que termine por seducir a la clientela en pleno auge del veganismo.

 

Las leyendas bibliófilas más morbosas siempre han hablado de los libros encuadernados con piel humana. Según el gran bibliófilo George Holbrook Jackson el tacto, en caso de ser cierta esta leyenda, sería similar a la piel de cerdo. En el caso de este libro forrado de jamón serrano (cual Lady Gaga en una entrega de premios) faltaría saber si es de pata negra el jamón, y sobre todo, el contenido.

 

Todos estamos obligados a innovar y reinventarnos. Si las bibliotecas se reconvierten en bares en Inglaterra, y hasta en cabarés, en la librería Frühauf de la citada ciudad alemana el crossover bibliotecario fue primero con una panadería, y ahora como no podía ser de otro modo en Alemania, es con una carnicería.

El eslogan de la estupenda librería La Casquería (en el mercado madrileño de San Fernando): «un libro debe fabricarse como un reloj y venderse como un salchichón» se ajusta como un guante a la propuesta de la librería alemana. ¿Qué será lo siguiente? El caso es que la idea surgió más de la necesidad que de un afán por unir salchichas y libros.

 

 

La familia propietaria de la librería, durante más de un siglo, estaba asistiendo al progresivo cierre de comercios en la plaza del mercado en la que se encuentra ubicada. El cierre de la panadería fue un mazazo para los vecinos de esta población de marcado carácter rural, muchos de avanzada edad, que se vieron desabastecidos de repente de uno de los comercios de proximidad que más comunidad ayudan a crear. Los propietarios de la librería lo tuvieron claro: y sin pensarlo un momento, hicieron hueco entre las estanterías de libros para poder ofrecer también pan.

Como relata ‘The New York Times‘ la iniciativa fue todo un éxito. Tanto es así que el panadero pudo salvar su trabajo, aunque no tuviese un establecimiento propio, pero sí un punto de venta de lo más peculiar: una librería.

Cartel anunciando la librería-ultramarinos. Fotografía de Gordon Welters para The New York Times.

La cosa fue yendo a más y el propietario de la librería ha terminado habilitando un espacio gourmet con productos alimenticios de la zona: y así tanto vende el último de libro de Carmen Korn (cuya trilogía Zeiten des Aufbruchs lleva miles de copias vendidas en Alemania) o una exquisita salchicha o embutido local.

Una iniciativa muy celebrada desde la Asociación Alemana de Ciudades y Municipios que han visto, como en las últimas décadas: poblaciones rurales y pequeños comunidades, se veían comercialmente asfixiadas por las grandes superficies. De este modo se consigue mantener ese comercio de proximidad que cohesiona los barrios y favorece las relaciones vecinales. Al autismo digital al que quieren abocarnos las nuevas tecnologías le salen resistencias por todas partes.

 

La recién estrenada adaptación de la novela de Mary Ann Shafer y Annie Barrows: sigue un poco la estela de ‘La librería’ de Coixet en lo que se refiere a unir mundo rural y libros. Lo único que nos inquieta de este recrearse en el amor por la lectura en entrañables comunidades es su adscripción al pasado. 

 

Pero si hay alguien que está al tanto de las evoluciones del mundo de las librerías y la cultura, dentro y fuera de nuestro país, es Txetxu Barandiarán. Bien como codirector de la revista ‘Texturas’, en su trabajo como consultor para pymes e instituciones del sector del libro, o como bloguero en su siempre interesante blog ‘Cambiando de tercio’: si se quiere saber cómo respira el mundo de las librerías se hará bien en seguirlo en las redes. Eso es lo que hacemos en Infobibliotecas y, por ello, rescatamos un fragmento de las impresiones que Barandiarán recogió en su viaje por tierras mexicanas en su post Librerías en proceso de reinvención constante. Concretamente las ideas que han puesto en marcha en la Librería del Ermitaño de la capital mexicana:

 

«Desde un principio supimos que como librería independiente de barrio dedicada al 100% a la venta exclusiva de libros no la íbamos a hacer. Incorporamos por tanto el servicio de cafetería […] decidimos hacer un nuevo esfuerzo y convertir la librería en un espacio que provea al pequeño consumidor, además de libros, de toda la gama de servicios que de manera conjunta ofrecemos: impresión, encuadernación artesanal e impresión en gran formato (plotter). […]  Incorporaremos artículos de particular interés para esas comunidades especializadas cercanas a nosotros.»

 

Cartel para el Día de las librerías 2018 que sugiere otro posible crossover librero entre librería y floristería.

 

Todos estos cruces, injertos, crossovers (sí otra vez el dichoso anglicismo) sirven sobre todo para desacralizar la cultura, desvestirla de esa solemnidad que muchas veces la ha alejado de determinados públicos. El aura del que hablaba Walter Benjamin ya es irrecuperable. Pero siempre habrá formas de convertir un objeto cultural en uno de consumo sin por ello degradarlo, desvirtuarlo. Una vez que críticos e intelectuales han perdido el peso que tenían antes: el gusto del consumidor marca la diferencia sea en libros, salchichas o panes. Y ese criterio de buen consumidor se ejercita en muchos más sitios que antes, pero hay uno que resiste y persiste: el supermercado de la cultura que librerías y bibliotecas, pese a todo, siguen representando. Y escuchando la locución del vídeo con el que cerramos no hay más que dejarse llevar y deambular por entre las estanterías. Señores clientes les damos la bienvenida a…

 

 

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Homo sapiens, Homo Deus, Homo byblos

 

El otoño literario de este 2018 está coronado, en cuanto a libros de no ficción, por el último ensayo del historiador estrella del momento Yuval Noah Harari. Sus 21 lecciones para el siglo XXI llevan semanas posicionadas en el número uno de ventas y nosotros nos alegramos. Voces interesantes, en cada momento y lugar, que arrojen una mirada lúcida sobre la actualidad puede haber muchas: pero que lleguen masivamente al gran público no tantas.

 

Obviamente que Obama o Bill Gates recomendasen Sapiens: de animales a dioses, el ensayo que lo catapultó, ha ayudado mucho a que así sea. Pero lo más valioso, se esté o no de acuerdo con todas las predicciones de Harari, es su apuesta por unos valores ilustrados adaptados al movedizo tiempo que estamos viviendo.

¿Tomará alguna idea Ridley Scott a la hora de adaptar el ensayo de Harari de la película de 1981 ‘En busca del fuego’ de Jean-Jacques Annaud: en la que sapiens y neandertales se enfrentaban por el fuego?

Si en Sapiens (deseando ver estamos qué adaptación al cine hace Ridley Scott) Harari cifraba el éxito del menos dotado evolutivamente Homo sapiens para prosperar, y hacerse dueño y señor del planeta, en su capacidad para construir un relato: y después en Homo Deus nos advertía del siguiente estado evolutivo que desechará al sapiens para, inteligencia artificial mediante, alumbrar al Homo Deus. Aquí, osados, nos adelantamos y sin intención alguna de enmendarle la plana a Harari aventuramos que también cabe la posibilidad del Homo byblos.

Si Darwin cifró en la adaptación al medio la evolución de los seres vivos en El origen de las especies; Richard Dawkins lo hizo en el egoísmo de nuestros genes en El gen egoísta; y Steve Pinker denunció las manipulaciones ideológicas sobre la naturaleza defendiendo el peso de la herencia al nacer en La tabla rasa: nuestra teoría en torno al Homo byblos no suena tan marciana (aunque eso sí: mucho más pobremente argumentada).

 

Darwin nunca podría haber predicho que su teoría de la evolución ‘inspiraría’ cosas como Hace un millón de años (1966) pero qué duda cabe que Raquel Welch como cavernícola era toda una evolución.

 

El Homo Deus al que nos abocan las predicciones de Harari se sustenta en la cultura, en el conocimiento acumulado por el Homo sapiens, que una vez evolucionado y alcanzada la divinidad, gracias a la cultura y el conocimiento, posibilita el advenimiento del siguiente paso evolutivo. No es la naturaleza, como en Darwin, la que marca el ritmo, ni siquiera la cultura: sino la tecnología. Y si los vituperados sapiens que somos no queremos perder el poder tan pronto (aunque visto lo visto sería hasta deseable): más nos vale ponérselo un poco más difícil al prepotente heredero que nos pisa los talones dándole cancha al Homo byblos.

De la palabra byblos deriva biblion origen de Biblia y biblioteca. Ahora que las religiones languidecen irremediablemente como vertebradoras del orden social (solo hay que ver sus estertores en la rabia yihadista que quiere morir matando): el último refugio sigue siendo la cultura. Claro que para eso el nuevo culto a la tecnología está haciendo muy bien los deberes para conseguir que los Homo sapiens vendamos barato y fácil nuestro futuro. Antes la posteridad se alcanzaba a través de logros culturales, pero ahora que la inmortalidad está a la vuelta de la esquina gracias a la biotecnología: ¿para qué va necesitar el Homo Deus lo que entendemos todavía por cultura?

The fuzzy (el equivalente en inglés a ser ‘de letras’) and the techie (el equivalente a ser ‘de ciencias’): porqué las humanidades gobernarán el mundo digital. El ensayo del pope Silicon Valley que habla de la necesidad de las humanidades en el mundo digital.

Si en 2017 la revista especializada holandesa ‘Intelligence’ publicaba un estudio que demostraba que nuestros antepasados de la era victoriana eran más inteligentes que nosotros; en 2018 un nuevo estudio publicado en Noruega en ‘Proceedings of the National Academy of Sciences’ vuelve a incidir en que el coeficiente intelectual humano ha caído 7 puntos en las últimas décadas.

Todo viene a refrendar la necesidad de ese Homo byblos pero, si así y todo, necesitamos todavía convencernos: la actualidad siempre viene a nuestro auxilio. Es el caso del experto e inversor en grandes compañías de Silicon Valley (el jardín del Edén tecnológico) Scott Hartley, autor del libro The fuzzy and the techie, que en una reciente entrevista en ‘Retina‘ defiende a las humanidades como tabla de salvación para no perder la partida frente a la apisonadora de la inteligencia artificial.

De forma intuitiva, como lo hacemos aquí todo, ya defendíamos hace dos años, en Léeme soy community manager, que había que promover «acciones formativas que sirvan para dar contenido cultural a tanta tecnología«. En ese mismo post recogíamos lo que el Foro Económico Mundial de Davos decía que iba a ser lo más importante en el mundo hipertecnologizado en el que estamos: el pensamiento crítico y la creatividad. Así que las palabras de Hartley solo vienen a refrendar la trascendencia de las humanidades en la actualidad.

 


Según un artículo en ‘Xataka’ la ventas de libros en papel lejos de desaparecer se mantienen. En este anuncio francés de hace 5 años ya decían claro: el papel nunca morirá.

 

Si a esto sumamos que, como nos desvelan en ‘Xataka’, que los libros en papel, lejos de perder la batalla contra los digitales, se mantienen e incluso prosperan: solo nos cabe decir que dos + dos = cuatro y que el Homo byblos que proponemos como alternativa no suena nada descabellado.

¿Estamos defendiendo una regresión? ¿vamos de luditas? Para nada. Lo que abogamos con ese Homo byblos es una aceptación de la tecnología desde un prisma humanista, desde una memoria de dónde venimos: y de donde venimos es de la cultura impresa, de la cultura escrita. Lo de que una sola imagen vale más que mil palabras es mentira: para interpretar una sola imagen correctamente antes han tenido que escribirse mucho más que mil palabras para poder nombrar y aprehender lo que en ella vemos.

 

El monolito de ‘2001 odisea en el espacio’ (1968) puede que fuera un smartphone. Fotomontaje de la revista ‘Hobby consolas’.

 

Harari en una entrevista, a raíz de su último ensayo, revelaba que los poderosos no tienen smartphones. En una sociedad en la que despreciamos nuestra privacidad en pos de visibilidad en las redes: los que de verdad mueven los hilos siguen marcando la diferencia y se protegen contra esos ladrones de tiempo que quieren captar y retener nuestra atención para que sintamos todo el tiempo y pensemos poco. Ellos serán los elegidos, los Homo Deus que agudicen esas desigualdades que ya no se sustentarán en la riqueza sino en el código genético.

Por eso si no queremos ser como los simios del principio de 2001, odisea del espacio (1968) ante el monolito reconvertido en smartphone; si no queremos que la soberanía del futuro pase de la ciudadanía ignorante a los algoritmos inteligentes como aventura Harariprogresemos sin desperdiciar lo que nos ha llevado hasta aquí. En la carrera por la evolución entre el Homo sapiens y el Homo Deus el combustible es la cultura, esa cultura que custodian las bibliotecas. La IA está dando clases de apoyo intensivas para superarnos: no cedamos tan fácilmente el testigo.

 

Una de las coreografías con robots de la española Blanca Li.

 

En la entrevista con Hartley se menciona a la bailarina Catie Cuan: que actualmente trabaja en el Laboratorio de Robótica, Automatización y Danza de la Universidad de Illinois. La bailarina está enseñando movimientos más gráciles y elegantes a los robots para (textualmente) «facilitar la interacción con los humanos y generar confianza». Nunca mejor dicho: para que nos confiemos.

Hace unos años la bailarina y coreógrafa española afincada en París, Blanca Li, indagó en la misma línea con sus coreografías compartidas con robots. Pero como confiamos en que, sea el que sea, el Homo que prevalezca: lo #bibliobizarro no se pierda nunca. Por eso, antes que con Catie Cuan o Blanca Li, preferimos cerrar con Dee D. Jackson y su hit de 1978 ‘Automatic lover’. Dudamos mucho que ninguna inteligencia artificial, por avanzada que esté, alcance a descifrar el significado de tamaño delirio cibernético-disco. El cortocircuito está asegurado.

 

 

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Selección de fotografías de la serie On reading de Steve McCurry.

Serie completa en su web.

 

 

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