Influencers anónimos de biblioteca

«Dos peces jóvenes nadando se encuentran con un pez más viejo que viene en sentido contrario y les saluda con la cabeza y dice “Buenos días, chicos. ¿Cómo está el agua?” Y los dos peces jóvenes nadan un poco más y entonces uno de ellos se vuelve hacia el otro y dice “¿Qué diablos es el agua?”.

David Foster Wallace

 

Libro de entrevistas con 21 ‘influencers’ de diversos ámbitos para descifrar las claves de su poder de convocatoria digital.

Este curso, la Universidad Autónoma de Madrid, ha sido noticia por incluir en su oferta formativa un máster para aprender a ser influencer. Y otro tanto hace la Cámara de Comercio de Sevilla con otro máster sobre social media influencer. ¿Estudiar para ser Kim Kardashian, Paula Echevarría o El Rubius? Si según la biotecnología somos puros algoritmos: ¿por qué no se va a poder localizar el algoritmo del carisma, la personalidad o ese noséqué que hace que las masas te sigan en las redes?

Igual no hemos sido muy precisos con eso de carisma, personalidad o talento. Viendo por encima los escaparates digitales de algunos de los influencers que dominan el cotarro es difícil descifrar los códigos que hacen que resulten tan sumamente fascinantes para legiones de seguidores. Será por desfase generacional, será que los humanos (como sostenía un reciente estudio) nos estamos volviendo más estúpidos, o será que nos movemos en un mundo tan nuevo que los baremos del pasado no sirven para compararlo: pero lo cierto es que los fenómenos de masas que nos venden producen no poca perplejidad una vez se detiene uno a observarlos aún con la mejor de las intenciones.

 

Clark Gable provocando la ruina de los fabricantes de camisetas interiores para hombres con solo quitarse la camisa.

 

Marlon Brando remediando en ‘Un tranvía llamado deseo’ (1951) el desaguisado provocado por Gable en los años 30. 

Pero influencers, sin que nadie los llamase así, han existido siempre. En la década de los años 30 el rey de Hollywood en aquellos años, Clark Gable, al desvestirse en una escena del clásico Sucedió una noche (1934), dejó ver que no usaba camiseta interior. Como consecuencia los fabricantes de camisetas interiores masculinas tuvieron pérdidas millonarias. Ahora, los que hacen que se vendan o no determinadas marcas, saltan a la fama sin necesidad de salir de su cuarto: blandiendo un móvil y recurriendo a las redes sociales.

Las estrellas del Hollywood clásico tenían toda una industria detrás que les promocionaba, protegía, mimaba, explotaba y desechaba. Pero ahora la intemperie digital exige más estrellas fugaces que nunca. Puede que los ritmos sean distintos pero los procesos son los mismos. Pero la fábrica de sueños de Internet tiene una baza que le hace superar a las todopoderosas majors de antaño: el Alzheimer cultural que aqueja a las nuevas generaciones de consumidores de sueños.

 

Viñeta del delicioso ensayo en dibujos que ha publicado Neil Gaiman y Chris Riddell titulado: Por qué necesitamos bibliotecas. El texto de esta ilustración viene al pelo para este post: «Estás descubriendo algo mientras lees que será de vital importancia para abrirte camino. Y eso es que: el mundo no tiene porqué ser así. Las cosas pueden ser diferentes.»

 

Aunque en sentido estricto no resulte muy ajustado lo de Alzheimer cultural. Para olvidar algo antes hay que conocerlo. Los millennials no se distinguen de generaciones previas y piensan que con ellos empezó el mundo. No les faltan razones. Es la primera generación protagonista de un tiempo inédito en la historia de la humanidad. Pero culturalmente a pocas generaciones se les han escamoteado los referentes culturales que les precedieron como a ellos. Algo paradójico si se piensa que vivimos en un tiempo en el que tenemos acceso a una cantidad de información impensable en generaciones anteriores. 

A cuenta de esa ignorancia, en las mismas redes que aúpan a esos influencers que siguen los millennials, proliferan los tuits cachondeándose de ellos. La cuenta de Millennials Descubren, en Twitter, acumula 47200 seguidores a costa de reírse de los comentarios que, supuestamente, hacen los millennials en la citada red. De los más recientes un tuit sobre un millennial que creía descubrir la pólvora y en realidad (salvo por lo del alojamiento) estaba describiendo una biblioteca:

 

 

La vulnerabilidad más extrema es el precio a pagar por ese exhibicionismo continuo que necesitan las redes como combustible. De ahí probablemente venga la explicación de la deserción que muchos millennials hacen de Twitter hacia Instagram que certifica el Estudio Anual de Redes Sociales IAB. La mala baba que destila Twitter ahuyenta a muchos jóvenes que prefieren refugiarse en el mundo limpio, bonito, todo postureo y vacuidad que proporciona Instagram. Un Disneyland perpetuo en el que estar a salvo de la realidad más grosera. Lo malo es que por mucho que se sientan protegidos una vez apagan el móvil (mejor dicho: una vez se queden sin batería o cobertura): esa realidad tan fea sigue ahí.

 

Portada dibujada por Ceesepe para el disco de Kiko Veneno: ‘Seré mecánico por ti’. Un título de lo más apropiado a los tiempos que corren.

 

El recién, y prematuramente, fallecido Ceesepe (figura de un movimiento, la Movida, que también parecía reinventar el mundo de la cultura): en una entrevista en ‘Vanity Fair’ declaraba a cuenta del desapego por la cultura en nuestro país: «la gente se conforma con muy poco. Con fútbol y prensa del corazón.» No parece que las redes sociales vayan a contrarrestar esta inercia intergeneracional.

Puede que no sea el fútbol o la prensa del corazón en formato tradicional: pero los mecanismos de dispersión mental lejos de desvanecerse se agudizan. Por eso, de ese 53% de millennials que, según el ya célebre estudio del Pew Research Center, usaron una biblioteca pública en los últimos 12 meses: saldrán los verdaderos influencers del futuro. Estamos convencidos. No de los que simplemente las usan como salas de estudio sino de los que las usan como almacenes de ideas con las que configurar un discurso propio.

Estrellas pre-Internet como Bowie o Madonna supieron rastrear en lo underground para nutrirse y proyectarse al estrellato. Lady Gaga vuelve a la actualidad remitiéndose a Barbra Streisand que a su vez remitía a Judy Garland en la nueva versión de ‘Ha nacido una estrella‘ (2018). Un infinito juego de espejos, de clonación cultural para las masas, de serigrafías warholianas que van borrando los orígenes para poder inventar el mundo con cada nueva generación.

 

 

‘Pose’ (2018) la serie de HBO que recrea los tiempos de los ballrooms o de la ball culture: salones de baile en los que los marginados del sistema se reunían para convertir el baile en expresión de su disidencia. En 1990 la avispada Madonna lo rescató del underground para convertirlo en un éxito masivo.

 

Los millennials lo tienen más fácil que generaciones previas para creer ciegamente en que todo empieza con ellos: la precariedad, un nuevo concepto de fama, de consumir contenidos culturales, de posicionarse en el mundo, de construir o fragmentar su identidad. Pero la diferencia, la originalidad ya no está en lo marginal (simples viveros de ideas y creatividad que alimenta y engrasa al sistema para que siga vendiendo) sino dentro de instituciones plenamente integradas en el sistema que algunos se empeñan en hacer desaparecer.

Resquicios, grietas por las que se infiltra la disidencia en matrix: eso son las bibliotecas, y de ellas nacerán los verdaderos influencers del futuro, las voces propias: tal y como ha sido desde siempre. Hace unos días la agencia creativa estadounidenses RedPepper lanzaba a los medios su última creación: un brazo robot capaz de localizar en pocos segundos a Wally. La inteligencia artificial aprendiendo como siempre han aprendido los niños: con un clásico de las secciones infantiles y juveniles de las bibliotecas públicas.

 

Con motivo del Día de los inocentes Google Maps lanzó una app que permitía buscar a Wally en todo el mundo.

 

Sabiamente el Hal 9000 está aprendiendo a marchas forzadas de las bibliotecas mientras que algunos se empeñan en que los humanos las abandonen. Las estanterías de las bibliotecas están repletas de influencers anónimos para muchos millennials y de ellos surgirán los que configurarán la cultura del futuro: la única duda que queda por resolver es si serán humanos o boots y algoritmos. Mientras llega el futuro, como rezaba el título del libro de nuestro bibliotecario (humano hasta donde sabemos) de cabecera Fernando Juarez: las bibliotecas seguirán practicando su discreta y secreta influencia subversiva desde sus estanterías.

 

 

 

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Cabaré bibliotecario

Willkommen! And bienvenue! Welcome! Si como cantaba Liza Minelli «Life is a cabaret» también podemos convenir que «Life is a library». Y siguiendo el razonamiento, llegamos a la conclusión de que cabaré es igual a biblioteca.

Nos tenemos que hacer mirar este empeño de comparar a las bibliotecas con lo que se nos cruza por el camino. Pero es lo que tiene un mundo en permanente cambio (el bibliotecario) en el que el concepto está obligado a mutar para, tal vez, convertirse en otra cosa. Siguiendo fieles el eslogan que acuñamos aquí hace tiempo («Quien habla de bibliotecas termina hablando de todo«) hay que escarbar poco para encontrar conexiones incluso en mundos, aparentemente, tan distantes como el cabaret y las bibliotecas.

En Monster show: una historia de la cultura del horror (Intempestivas): David J. Skal nos retrotrae a los orígenes del terror moderno con la invención de los espectáculos del Gran Guinol en el París previo a la Primera Guerra Mundial. Es allí donde se desarrolla la carrera de unos de esos bibliotecarios de trayectoria ejemplar que bien podría sumarse a los que ya recogíamos en Recortable bibliotecario: André de Lorde (1869-1942). Como escribe Skal en su ensayo:

«de día pacífico bibliotecario de la Bibliothèque de L’Arsenal gozó de una reputación nocturna como el «El Príncipe del Terror» de París gracias a más de cien obras sensacionales y horripilantes escritas entre 1901 y 1906  […] De Lorde era deliberadamente un técnico del terror, que gozó de muchas extravagantes comparaciones con Poe en la prensa y que en muchos aspectos prefiguró los métodos de Alfred Hitchcock»

 

Antepasados bibliotecarios ilustres: André de Lorde (1871-1942): Príncipe del Terror de París.

 

El teatro Grand Guignol de París, con sus espectáculos enfermizamente morbosos, directos a promover las más bajas pasiones del público: apelaban directamente al subconsciente de un momento histórico concreto. Coincidía con el esplendor del cabaré, el music-hall y las varietés. Espectáculos clave de la cultura popular más denostada por los representantes del buen gusto burgués. Con antecedentes bibliotecarios tan duchos en tomar el pulso a los gustos del público como André de Lorde: ¿cómo es que no ha tomado nota la ortodoxia bibliotecaria para venderse a su público? Puede que a principios del XX el binomio biblioteca-gustos populares fuera totalmente incompatible: pero en el siglo XXI: se hace imprescindible.

¿Recurrimos a la simulación de decapitaciones, torturas y numeritos gore? No parece lo más adecuado; aunque tendría su impacto, no cabe duda. Pero eso no quita para que disfrutemos de algunos de los carteles que la biblioteca digital francesa Gallica atesora sobre el Théatre du Grand Guignol:

 

 

¿Qué fue de Baby Jane? (1962) de Robert Aldrich o el Grand Guinol asentándose con fuerza en el Hollywood de los 60.

En ‘El ángel azul’ (1930) la cabaretera Lola Lola, una Dietrich prehollywoodense todo vulgaridad y desparpajo berlinés, arrastraba a la perdición al profesor Enmanuel Rath. Eso era a principios del  XX, un siglo después, las bibliotecas públicas, a diferencia del remilgado profesor, deben dejarse llevar gustosamente a la perdición para desasociarse de todo vestigio de ranciedad academicista. De hecho, la solución que algunas bibliotecas han buscado para sobrevivir ha sido la de convertirse en cabarés.

En plena crisis, allá por 2013, cuando el cierre de bibliotecas públicas en el país que las vio nacer, Reino Unido, era una auténtica sangría: en la ciudad de Sheffield andaban estudiando convertir las bibliotecas en bares. Tal cual. Como reza un dicho inglés: Wine makes a good book better (El vino hace mejor a un buen libro) y así lo estaban estudiando seriamente, en 2016, en la Biblioteca Walkley de dicha ciudad. A tenor de las últimas noticias que aparecen en su web, y del paseo virtual que permite, no parece que el acuerdo llegase a buen puerto: pero las autoridades lo veían como una manera adecuada para mantener unas bibliotecas que, además de estar siendo atendidas por voluntariado, ahora cederían sus espacios a empresas de hostelería.

 

Joshemari Larrañaga, un arquitecto jubilado, recrea en sus acuarelas algunos de los lugares de Barcelona. En uno de sus blogs dedicado a bares de la ciudad se recogía la Bodega Lo Pinyol. Esta bodega está regentada por la bibliotecaria Pau Raga y su marido. Pau fue la protagonista de una entrevista por parte de Carme Fenoll en su sección en la revista Infobibliotecas en el número 23 dedicado a gastronomía y bibliotecas. Conexiones bares-bibliotecas por todas partes.

 

Después de todo, si nos remontamos a los tiempos de la Revolución industrial en Inglaterra, los lugares donde los proletarios podían aliviar sus miserables vidas eran los bares y las bibliotecas parroquiales (el cabaré o el prostíbulo dependía de que pudieran permitírselo con sus exiguos salarios). De ahí viene el origen de las bibliotecas públicas, lo que hace que la evolución hasta este híbrido biblioteca-vinoteca, no deje de tener su lógica.

El vino también se cataloga por añadas, se conserva en las condiciones ópticas de temperatura y luz, y se ordena en las estanterías. Tal cual como los documentos de una biblioteca, y en su justa medida: vivifica el espíritu igual que un buen libro. Hasta ahí no suena mal. La historia se avinagra cuando no es más que una mera excusa para desentenderse de un servicio público que debería ser básico en toda sociedad avanzada. Es entonces cuando toda la historia parece producto de una mala cogorza.

 

 

Tal vez inspirados por este binomio bares-bibliotecas: los responsables del Centro de bibliotecas de Upper Norwood, en el sureste de Londres, se han decidido a dar un paso más y han solicitado permiso para reconvertir sus bibliotecas en cabarés.

Así dicho queda lo suficientemente sensacionalista para ser titular de ‘El HuffPost’, pero una vez lanzado el anzuelo, hay que entrar en detalles. La petición ha sido hasta cierto punto un subterfugio para poder ampliar el horario de las bibliotecas. Los horarios para locales, donde se sirve alcohol y realizan espectáculos nocturnos, tienen permiso para cerrar a las 23 h., e incluso, hasta la una de la madrugada los viernes y sábados.

 

 

Los argumentos esgrimidos por los responsables del servicio para convencer a las autoridades de que concedieran el estatus de cabaré a las bibliotecas (al menos en cuanto a horarios) es el festival de arte Attic Arts Club que organizaron para el pasado mes de junio. Cabarés, teatro, música en directo, espectáculos para toda la familia que tenían como espacios para desarrollarse a las bibliotecas de este área londinense.

En el local The Back Room de Chicago organizaban allá por 2013 burlesque bibliotecario con descuentos en el precio para bibliotecarios bajo el lema: Libros, alcohol y burlesque. Una combinación infalible.

Las bibliotecas están gestionadas por la empresa social Library Hub orientada a la promoción de actividades culturales. Por eso, para acceder al festival era necesario comprar tiques. Según aparece en su web Library Hub «ofrece una amplia gama de eventos, cursos, actividades y un programa de extensión que se ejecuta junto con un servicio de préstamo de biblioteca proporcionado por el consejo  de Lamberth».

Resulta interesante observar como el préstamo bibliotecario (servicio estrella de cualquier biblioteca hasta hace nada) se menciona como un complemento a la oferta de actividades culturales que centran el protagonismo: no como un pilar fundamental del servicio bibliotecario.

Una noticia de ‘El País’ recogía la reconversión que algunos cines están llevando a cabo para ofrecer valores añadidos a la simple proyección de una película: asientos supercómodos, y una oferta gastronómica de lo más variada para poder cenar con los amigos mientras se ve una película (si las palomitas ya eran molestas no podemos imaginar qué nuevas torturas esperan a los cinéfilos más puristas). Los negocios de siempre reinventándose para poder seguir atrayendo al público.

 

Montaje collage con algunas de las figuras más relevantes del mítico Cabaret Voltaire de Zurich.

 

Referentes que legitiman este crossover bibliotecario entre biblioteca-cabaré no faltan. Fue en los cabarés donde iniciaron sus carreras cantautores como Georges Brassens, Serge Gainsbourg, Juliette Gréco o Edith Piaf. Estamos en buen momento para retomar los postulados de Hugo Ball y Emmy Hennings, cuando a principios del XX, inauguraron su Cabaret Voltaire como un espacio para el debate político y artístico que experimentara con las nuevas tendencias. Convertir a las bibliotecas en cabarés suena chocante pero no estaría de más ir añadiendo el marabú, los ligueros o los sombreros de copa al código de etiqueta de los bibliotecarios que, durante este verano, se ha popularizado bajo el hashtag #librarianfashion en Twitter a cuenta del próximo congreso de la IFLA.

 

Mientras tanto cerramos con una recomendación de esas que merece la pena guardar en Favoritos. No es exactamente un cabaré, más bien semeja una librería, el lugar dónde se graban todos los conciertos íntimos promovidos por el músico y promotor musical estadounidense Bob Boilen. Tiny Desk Concert se llaman estas exquisitas grabaciones de conciertos en vivo que, bajo el auspicio de la organización para la redifusión nacional NPR, están disponibles en Youtube.

Horas y horas de buena música en la que se pueden descubrir artistas que ofrecen fantásticas actuaciones entre estanterías llenas de libros que bien podrían ser las de una biblioteca. Escogemos un concierto al azar y dejamos al criterio de cada uno seguir indagando en este auténtico filón de música diferente en muchos casos. Como avisaba el título español de la película de Bob Fosse, que de esto sabía mucho, ‘All that jazz’ (1979): Empieza el espectáculo.

 

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Marina d’Or ciudad bibliotecaria

«un paraiso
perfecto, artificial, artificial
cien piscinas
y diez mil pisos
entre palmeras sinteticas que no hay que regar.»

 

Hace unos años el grupo autoprefabricado (como les gusta denominarse) Nancys Rubias, liderado por el frustrado aspirante a bibliotecario, Mario Vaquerizo: intentó que el complejo vacacional Marina D’Or les permitiera grabar el vídeo de su tema homónimo en la conocida ciudad de vacaciones.

Los responsables de dicho complejo o no supieron ver la oportunidad o sospecharon de las intenciones del grupo del mediático marido de Alaska: pero el caso es que se decantaron por dejarlo estar y no ceder sus espacios al grupo español.

Marina D’Or ya forma parte del imaginario popular español relativo al verano junto a Georgie Dann, las suecas, Benidorm, la paella, el chiringuito o el chulo piscinas. Ciudad de vacaciones. Si los símbolos de la España turística de los 60 han quedado en el imaginario colectivo como representaciones de esa España tardofranquista hecha de folclore y aperturismo; Marina D’Or también es posible que quede como símbolo de una época que surgió a raíz del boom urbanístico que arrancó en los 90 y que se alarga hasta nuestros días.

 

Carteles promocionando España como destino turístico en la década de los 60.

 

El concepto de ocio, vacaciones y urbanismo que representan Marina D’Or se dirige a un público familiar, y por lo tanto, a los niños. Hemos recurrido a su nombre para este post porque representa como pocos una idea del ocio y las vacaciones fácilmente asumible por cualquiera que haya visto, aunque sea distraídamente, su oferta en algún spot televisivo.

No está al alcance de todas las familias vivir veranos en entornos tan idílicos e iniciáticos como los de las películas Verano 1993 (2017) o Call me by your name (2017): decimos el entorno, no las historias que en ellas se narran. Y ni siquiera sabemos si muchos de los ‘tecnologizados’ niños actuales apreciarían demasiado esos veranos que tan idealizados tenemos los adultos.

 

La deliciosa serie de cómics franceses: Los buenos veranos de Zidrou y Lafebre.

 

Hacer un post veraniego sobre exquisitos hoteles con bibliotecas, destinos con trasfondo literario o rutas culturales de ensueño es demasiado obvio. Son los fenómenos de masas en los que hay que ejercitar una labor, minúscula pero constante, de intromisión para conseguir que esa perspectiva bibliotecaria (por llamarla de algún modo) se infiltre y termine apoyando ese Golpe de estado cultural en ciernes que poco a poco, gota a gota (de sudor), llevamos tiempo pregonando desde este blog.

En Marina D’Or, ciudad de vacaciones hay desfiles, espectáculos, balnearios, cines, parques acuáticos, concursos de misses, restaurantes, parques de atracciones y un variado muestrario de ofertas para mayores y pequeños que incluye, según su web, una biblioteca infantil. Bien está. Aunque, modestamente, desde aquí les sugeriríamos incluir también una biblioteca para los adultos.

El caso es que las vacaciones sean productivas. Que los niños tengan una actividad constante de forma que no les dé tiempo a caer en el temible aburrimiento y, de paso, den algo de tregua a los mayores. Ya habrá tiempo luego de tratarles la hiperactividad y los trastornos de atención aumentando las minutas de los consabidos especialistas.

 

 

Pero tampoco los adultos escapan a esa productividad que ha de tener el periodo vacacional para cumplir con los estándares de lo que se considera un ocio socialmente aceptado según los valores del momento. En la campaña publicitaria de una conocida agencia de destinos de viaje lanzan la pregunta de qué hacer una vez llegas al destino elegido: y proponen un listado de actividades según viajes a Roma, París, Londres, Nueva York o Tokio. (¿¿??)

Si del retrato firmado por un pintor local, del pater o la mater familias, por encargo que lucía en los salones de los 60; pasamos a la segunda residencia vacacional; los equipos de música o la televisión con sonido envolvente en pisos con paredes de papel para ostentar el ascenso social de una familia: hoy día esas exigencias pasan por viajar a destinos cuanto más exóticos mejor. Y así poder nutrir los relatos paralelos a la realidad que se registran en nuestras cuentas de Facebook o Instagram

 

 

En un post de Librópatas se rastreaban los antecedentes de la actual turismofobia en las novelas de Jane Austen. También Henry James hizo retratos nada favorecedores de los turistas estadounidenses de viaje por la Europa del finales del XIX.

En la localidad noruega de Flam, parada obligada de todos los cruceros que recorren los fiordos, no han dejado de surgir carteles y pintadas expresando la repulsa de los noruegos (e igual hasta de los no noruegos) al tráfico continuo de barcos de gran calado colonizando los fiordos.

Quien sueñe con perderse por los magníficos paisajes nórdicos para disfrutar de una naturaleza protegida por la Unesco, es mas que probable que se encuentre que en lugar del rumor del agua o el viento, su paseo se vea acompañado por el reguetón que marca el ritmo de las actividades que se desarrollan en la cubierta de cualquiera de los enormes cruceros que invaden la zona cada verano.

 

Marlene Dietrich rebosante de actitud a bordo del transatlántico Europa.

 

El cine clásico de Hollywood, como en tantas otras cosas, tiene la culpa de la idealizada imagen que tenían generaciones previas de lo que era un crucero.

Cary Grant y Deborah Kerr enamorándose a bordo de un selecto crucero en Tú y yo (1957) ; Bette Davis en La extraña pasajera (1942); Marlon Brando y Sophia Loren en La condesa de Hong Kong (1967), etc. En aquellos tiempos la llegada a los Estados Unidos de las estrellas europeas que iban a conquistar Hollywood siempre era a bordo de un transatlántico: así lo hicieron antes de que las escalinatas de los aviones les robasen el protagonismo: Greta Garbo, Marlene Dietrich o Ingrid Bergman. Claro que décadas después llegaría la serie de Vacaciones en el mar (Love boat) para preparar el terreno a nuestros días.

Del glamour de los cruceros que aparecían en las películas del Hollywood clásico a los cruceros temáticos sobre The walking dead de nuestros días.

Hoy día los enormes transatlánticos trasladan la eficacia de un bloque de apartamentos de Benidorm o de un hotel de Marina D’Or hasta alta mar. Y como en estos casos, hay que llenar el tiempo de actividades.

La línea de cruceros estadounidense American Cruise Lines ha lanzado su propuesta de cruceros temáticos para su temporada 2018-19 en la que incluyen cruceros temáticos sobre música del Mississippi, de Nashville, o sobre autores, como Mark Twain.

Los cruceros temáticos no son algo de ahora. Como ya recordaba un artículo en El País, en 2006, los primeros se remontan a los cruceros con fines arqueológicos por el Nilo en el siglo XIX. En dicho artículo se recogían propuestas del momento como: cursos de idiomas o literatura inglesa auspiciados por la Universidad de Oxford en el viaje Barcelona-Nueva York a bordo del Queen Mary 2, un barco con una biblioteca de 8000 o una filmoteca con 3000 películas, y en el que además se hacía talleres de escritura, seminarios de astronomía o de arquitectura o arte.

 

 

En cuanto a España, el artículo de El País de hace doce años ya decía que lo de cruceros temáticos no acababan de cuajar, y en este 2018, según el mismo medio, parece que sí se han asentado: pero sin recurrir demasiado a las estimulantes propuestas que ofrece el Queen Mary 2. Star wars, camareros robots, gourmets, locos por los 80, Bollywood… son algunas de las propuestas para esta temporada.

Nosotros, dada nuestra vocación de servicio, retomamos el tono que utilizamos hace un año en Turoperador bibliotecario: recuperando la idea de «agencias de viajes bibliotecarias como nuevo servicios para quienes quieran salirse del redil». En el ámbito de los cruceros se nos ocurren numerosas temáticas a tener en cuenta.

 

Ingrid Bergman en Stromboli (1950) de Roberto Rossellini: otra posible inspiración para un crucero temático por el Mediterráneo.

 

Lunas de hiel (1992) de Polanski: transcurre en un crucero pero no parece la más adecuada para inspirar unas vacaciones apacibles en pareja.

Crucero Lord Byron por las islas griegas con escalas en Safo y actividades en torno a la obra de Cavafis ; crucero Stevenson por el Caribe con escalas en la Cuba de Hemingway o en el Puerto Vallarta de Tenesse Williams en La noche de la iguana; crucero Jack London por el Ártico; crucero Patrick O’Brian por costas sudamericanas; crucero Terenci Moix por el Nilo; cruceros Joseph Conrad tanto por costas africanas como asiáticas… Y si ampliamos a referentes cinematográficos o musicales entonces la cosa nos daría para una serie completa de posts decididamente temáticos.

Pero no era esa la idea. El empeño por infiltrar referentes culturales en las ofertas de ocio y tiempo libre es una contrapartida o una compensación. Muchas bibliotecas se esfuerzan, cada vez más, en no parecer bibliotecas para quitarse el lastre, la imagen, que pese a tantos esfuerzos, las sigue asociando a lo aburrido. De ahí que algunas estén pareciéndose cada vez más a parques de atracciones bibliotecarios.

 

Biblioteca Poplar en Pekín.

 

Según el decálogo de Faulkner-Brown, arquitecto que orientó su carrera a la construcción de bibliotecas, y sigue siendo un referente en este campo: el edificio de una biblioteca debe ser flexible, fácilmente adaptable, accesible, confortable, y muchas cosas más.

Las bibliotecas con las que cerramos el post (y el blog hasta septiembre) no sabemos si cumplirán a rajatabla los mandamientos de Faulkner-Brown, pero resultan muy oportunas para la permeabilidad que promueve este post: de las ciudades del ocio a las ciudades bibliotecarias en un viaje de ida y vuelta.

Y luego ya que cada uno se lo monte como quiera: viajando, quedándose en casa sin necesidad de aparentar nada, o cultivando ese exquisito aburrimiento, perdiéndole el miedo a no hacer nada productivo, que defiende Andrea Köhler en su último libro, como paso necesario para que pueda ocurrir algo maravilloso.

 

Biblioteca del resort Soneva Kiri en Tailandia, con jaula suspendida en el aire para niños.

Biblioteca-árbol en el Regent Park de Londres.

La biblioteca-árbol del Regent Park de Londres vista desde abajo.

Biblioteca en un orfanato en Tailandia.

Biblioteca de un hogar en Austin (EEUU), un asiento colgante permite acceder a las partes más altas de las estanterías.

Otro plano de la Biblioteca Polar de Pekín.

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Leer te da mundo

 

 

Sri Lanka

Thailandia

Tibet

Yugoslavia

Thailandia – Francia

Italia

Kabul

La Habana

Kuwait

Italia

Burma-India

Thailandia

Afganistán

 

Camboya

India

Kuwait

Kabul

India – Yemen

India

Sri Lanka

Sri Lanka – Venecia

Yemen

India

 

Selección de fotografías de la serie On reading de Steve McCurry.

Serie completa en su web.

 

 

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Jardines bibliotecarios

 

En la penumbra de un jardín tan extraño
Radio Futura

 

Meterse en un jardín es algo que evitamos por diversos motivos. Pero si se escribe y se propone nadar y guardar la ropa en pleno boom de la confesionalidad y el exhibicionismo, sea en formato vídeo de Youtube o literatura del yo, es que no se están haciendo bien las cosas. Por eso en este post vamos a meternos en varios jardines.

 

Cambio de cartera ministerial de Màxim Huerta a José Guirao. Foto de José Luis Roca.

 

El accidentado proceso por el que se ha nombrado nuevo ministro de Cultura le ha dado un protagonismo a una cartera ministerial que no suele recibir demasiada atención mediática en la formación de gabinetes de gobierno. El perfil de José Guirao se ha recibido con los dientes menos afilados que el de Màxim Huerta, y como era de esperar, las peticiones y recomendaciones al nuevo ministro no han tardado en publicarse en diversos medios. La bajada del IVA del cine y la decisión de resucitar la Dirección General del Libro y Fomento de la Lectura son noticias positivas, y la segunda, aún más para el mundo de las bibliotecas.

En una carta abierta al ministro escrita por Óscar López en ‘El Periódico’ le exhorta a que potencie las bibliotecas escolares como paso fundamental para fomentar la lectura; que combata de manera efectiva la piratería; o que se reúna con medios de comunicación públicos y privados para encontrar fórmulas con las que conseguir que los espacios culturales tengan mayor presencia en los medios de masas. En esto último llega a sugerir que las subvenciones al sector audiovisual se supediten a que los guionistas hagan que los protagonistas de las ficciones aparezcan leyendo.

 

Los protagonistas infantiles de una serie española (Cuéntame) leyendo tal y como solicita Óscar López que se haga para promover la lectura. El único detalle sin importancia es que interpretan a niños de los años 60. Esos tiempos en que circulaba el eslogan de: «donde hoy hay un tebeo mañana habrá un libro».

 

No sabemos si esto último no suena un tanto excesivo. Pero cualquiera de las propuestas de López son asumibles por cualquier profesional de la cultura que trabaje en una biblioteca. De hecho no estaría fuera de lugar enviarle por parte de las bibliotecas públicas una carta de Reyes Magos al nuevo ministro por mucho que cueste creer en magia cuando de política y cultura se trata. Si acaso solo cabría desear que ante todo prime la cultura como «conjunto de conocimientos que permite desarrollar el juicio crítico». Algo simple si nos atenemos la definición que da la RAE: pero que tan difícil se hace a veces.

Cuando manda la derecha dejándola en el furgón de cola, mientras se prima un uso de la cultura como signo de distinción con el que enmudecer a los que disientan apabullándolos con exhibicionismos intelectuales que pongan en su sitio a quienes no han tenido los medios o capacidades suficientes para crearse un discurso propio. Y cuando manda la izquierda promoviéndola como escaparate de pluralidad, inclusión y progreso pero afeando cualquier disidencia que cuestione el igualitarismo que exige lo políticamente correcto.

En este sentido resulta esclarecedor (por no decir espeluznante) el relato que Steve Pinker recogía en su célebre ensayo «La tabla rasa» sobre las presiones, campañas de descrédito y boicots que sufren aquellos investigadores que, en estas últimas décadas, han publicado hallazgos que contravenían «las verdades» del discurso políticamente progresista del momento. Como los resultados de la investigación científica están sometidos a duras presiones para reforzar los presupuestos ideológicos e intereses bien de la izquierda o bien de la derecha.

Imagen de la web de la Biblioteca de Semillas de la biblioteca pública de la ciudad estadounidense de Orange.

Ilustración de la cuenta de Twitter Antigua Roma al día.

 

Pero en medio de este jardín en el que nos hemos metido siempre se puede encontrar una salida tirando de un recurso infalible: la frivolidad.

No, no es que vayamos de Óscar Wilde, es que regresamos al post Club de lectura de prensa rosa: bibliotecas en el candelabro. Antes de que su problema con Hacienda fulminase a Màxim Huerta como ministro no faltaron las críticas por su pasado como comentarista del corazón del exministro. Un prejuicio un tanto absurdo si convenimos en que la política actual tiene mucho de culebrón de sobremesa.

Cotilleos a cuenta de cuando el periodista Federico Jiménez Losantos profesaba el comunismo.

 

 

El Club de lectura de prensa rosa atacaba directamente a la doble moral que muchas veces recae sobre la prensa del corazón. Y optaba por explotar el cotilleo, que nos guste o no está ahí, desde un prisma bibliotecario como es el fomento de la lectura. La prensa rosa, como cualquier medio es susceptible de análisis desde muchos aspectos. Federico Jiménez Losantos (¡y seguimos adentrándonos en jardines!) escribía una columna sobre la crónica social con apuntes antropológicos y sociológicos allá por los 80 en ‘Diario 16’.

Y ahora nos enteramos por la prensa escrita (en este caso una fuente secundaria en vez de recurrir a la fuente primaria como exigiría el rigor profesional: para que luego nos las demos de desprejuiciados) que en el programa Sálvame, su estrella Belén Esteban, declaró haberse emocionado leyendo Patria de Aramburu.

 

Kiko Matamoros: ¿influencer literario en Mediaset?

 

Un hecho que sigue dando pistas de ese Golpe de estado cultural que poco a poco está forjándose hasta en los medios más insospechados. Y el golpe definitivo lo da la interesante entrevista que otro colaborador del programa, Kiko Matamoros, concede a ‘El confidencial’. Matamoros participó de ese momento televisivo de máxima audiencia en que en el plató por donde suelen pulular tronistas, concursantes de realities y famosos en horas bajas: se habló de literatura.

Según asegura ‘El Confidencial’ Matamoros se ha convertido en prescriptor literario a través de sus referencias a libros en medio del guirigay del programa vespertino de Telecinco. Las declaraciones del colaborador de Sálvame resultan interesantes en general, pero concretamente, la idea que propone para el Ministerio de Cultura suena especialmente acertada:

«El ministerio podría hacer por la literatura lo mismo que ha hecho por el cine, que es obligar a los agentes del mercado que tienen más dinero a reinvertir. Además creo que los grandes directivos que manejan las cadenas de televisión lo aceptarían de buen grado.»

 

El ensayo del profesor de Historia y Teoría de la Arquitectura del Paisaje Michael Jakob: especialista en el jardín como representación social.

Sinceramente nos interesa menos si en Sálvame van a seguir hablando de libros como lo que significa para el estado de la cosa cultural el que un hecho así suceda. En la denominada, justa o injustamente, ahí no entramos, telebasura: se ha hablado de libros (más allá de biografías de famosos, realezas y demás) en numerosas ocasiones.

Entre nominaciones, escándalos de pacotilla o intimidades escabrosas: lo han hecho aquellos presentadores, con suficiente edad y recorrido, como para preservar ese prurito de prestigio que otorgaba tener una formación, una cultura. Pero sobre ese apostolado siempre recaerá una sombra de sospecha. ¿A qué ese empeño en hacer apología de la lectura en un medio, y ante un público, que no lo pide? ¿es por una convicción sincera en la necesidad de promover la lectura desde los medios de masas? ¿o acaso es un anhelo de respetabilidad, de marcar distancias con ese mundillo que les otorga fama y dinero pero poca consideración desde el canon de lo que se considera cultura? Hasta que no surja un nuevo formato que cruce Página Dos con Sálvame Deluxe es improbable que esa sombra se disipe.

 

Página 2 Deluxe: el crossover televisivo llamado a revolucionar el medio.

 

En las bibliotecas se hace algo similar: se compran best sellers que íntimamente se desprecian pero que engrosan esas estadísticas de préstamo que, finalmente, permitirán rendir cuentas exitosas cara a los próximos presupuestos. Pero no perdamos de vista lo importante: Belén Esteban declaró haberse emocionado con el Premio Nacional de la Crítica.

¿Qué consecuencias puede tener un hecho así?: ¿despertará un interés inusitado por la lectura? ¿el Plan de Fomento de la lectura contará con una sección en su programa? Ese programa al que un Pedro Sánchez, aspirante entonces a liderar el PSOE, llamó en directo metiéndose en un jardín que le propinó no pocas críticas por parte de oposición y del sector contrario a él en su partido. Y es que para adecuarse al signo de los tiempos siempre hay que arriesgar y, pese a la audacia, la ganancia nunca está segura.

Lo que sí está seguro es que todos estos signos dan sustento a muchas de las proclamas que hemos lanzado en este blog. Si las profecías warholianas se han cumplido a la perfección en este mundo de las celebrities: justo es que la cultura sea como una caja de detergente o una lata de sopa: objeto de consumo diario en los supermercados de la cultura que son las bibliotecas. Las flores más bellas hunden sus raíces en el fango que escribía Baudelaire: y ahora la duda para los más puristas será distinguir entre la flor y el fango.

 

Peter Sellers el jardinero protagonista de Bienvenido Mr. Chance (1979)

 

El convulso siglo XX visto desde el gran jardín de una familia poderosa en El jardín de los Finzi-Contini.

Pero dejémonos de metáforas jardineras y citas culturetas o vamos a terminar como el Mr. Chance interpretado por Peter Sellers en Bienvenido Mr. Chance (1979). Esa deliciosa película se injerta a la perfección en este post: un jardinero algo retrasado, que sin pretenderlo, consigue que sus silencios y lacónicas frases sobre jardinería sean interpretadas como el colmo de la agudeza política.

Sin más experiencia vital que su trabajo como jardinero y sus horas de ocio dedicadas a ver televisión, Chance, se convierte en oráculo para los que van de exquisitos y pedantes (de esos, por ejemplo, que mezclan citas de Baudelaire con noticias en torno a Sálvame). Su irrupción en el mundo exterior es tan demoledora como la del mismo Peter Sellers en la película El guateque, pero en este caso, sin destrozar nada salvo la mascarada de los que le rodean.

Yuval Noah Harari, en su ensayo Homo Deus, hace una breve semblanza de la historia de los jardines que viene muy al caso para enderezar las ramas de este post:

«Los pobres campesinos no podían permitirse dedicar una tierra o un tiempo precioso a los jardines. Por lo tanto, el pulcro prado a la entrada de los castillos era un símbolo de estatus que nadie podía falsificar. Proclamaba de manera llamativa a todo transeúnte: Soy tan rico y poderoso, y poseo tantas hectáreas y siervos que puedo permitirme esta extravagancia verde. (…) No es por tanto sorprendente que en el siglo XIX la burguesía, en auge, adoptara el jardín con entusiasmo.»

 

En un momento en que los espacios públicos en las ciudades son usurpados por negocios que exigen que el peatón ejerza de consumidor para poder disfrutarlos: el texto del historiador israelí adquiere aún más fuerza. Sobre todo si de bibliotecas (uno de los pocos espacios públicos que no discriminan por nivel adquisitivo) y jardines: estamos hablando. Siempre quedarán resquicios por los que colarse como hacen las enredaderas en los muros. Es lo que sugiere el movimiento de guerrilla jardinera que se ha ido extendiendo por diversas urbes del planeta en modo de protesta paciente y silenciosa inequívocamente vegetal.

 

 

Cuando la sociedad civil se moviliza para sacarle los colores a los poderes públicos aparecen ideas tan ingeniosas y repentinamente poéticas como plantar flores en los baches para señalizarlos. Activismo floral, brotes verdes en el asfalto, esquemas culturales que se revientan como las raíces de los ficus revientan hasta el hormigón más armado.

La cultura, las bibliotecas, se encuentran en medio de un jardín repleto de flores carnívoras dispuestas a engullirlas. Y como decía un tema del dúo Fangoria: «Tenemos que hablar de las plantas carnívoras, de su nutrición, su riego y su reproducción» Y eso hemos hecho en este post metiéndonos en jardines repletos de barros políticos, mediáticos, ideológicos y sensacionalistas para pringarnos bien (con guantes, eso sí, para no pincharnos) y ver si así brota alguna semilla de esa planta exótica que es la cultura en el siglo XXI.

 

 

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

La cultura es nuestro Dios y Frankenstein su profeta (#Frankenbiblioteca)

 

Si nos atenemos a la manoseada frase de Picasso: «Los grandes artistas copian, los genios roban», desde que irrumpió Internet, el mundo debería estar lleno de genios. Pese a todo de la elegancia de un carterista antiguo a lo burdo de un vulgar navajero sigue mediando un abismo que denota la auténtica habilidad, sino acaso, el talento.

Los ladrones de guante blanco son una especie ignota en el mundo digital. En la pantalla más que una hábil sustracción se tiende al saqueo burdo y directo pero, que obviamente, da beneficios. En cambio los Creative Commons del pensamiento no funcionan de forma tan eficiente. De tanto cortar y pegar las ideas propias se van adelgazando, encogiendo, jibarizando hasta terminar con la profundidad de un teletipo. Todo pensamiento o idea hay que reducirla a hashtag para que tenga más impacto. El que traduzca la almohadilla al lenguaje hablado se convertirá en el profeta de un nuevo tiempo.

 

 

Mientras tanto somos como gallinas en un corral digital, picoteando aquí y allá, haciendo remiendos de retales ajenos para intentar construir un discurso propio.

En un reciente artículo de ‘Jot Down Smart’ repasaban el movimiento plagiarista con motivo del décimo aniversario de la redacción, por parte de los escritores Leandro Romana y César Ruiz-Tagle, del Manifiesto plagiarista. Todos los escritores son plagiaristas se llama el artículo: pero su conclusión resulta mucho más certera que el título al superar el ámbito de la literatura para universalizar su mensaje: todos somos plagiaristas.

Y con Internet esto se amplía hasta el infinito. Cuando este blog ha sido fuente de inspiración para escritos ajenos que ni siquiera lo han citado, aquí, que creemos en la bondad de los desconocidos como Blanche Dubois: siempre nos lo hemos tomado como un homenaje.

 

Welles el gran ilusionista del cine en su película documental F de Fake (1973)

 

Mr. Brainwash (Señor lavado de cerebro) en plena eclosión creativa.

En el documental Fraude (1973) de Orson Welles se recoge la apasionante historia de Elmyr de Hory, uno de los más talentosos falsificadores de obras de arte que han existido. Si el plagio es una forma de homenaje, Elmyr, lo llevó a otro nivel. Y Mr. Brainwash, el artista urbano patrocinado por Banksy, que protagoniza otro documental imprescindible, Exit to the gift shop (2010), terminó de derrumbar las frágiles líneas que separan el plagio del arte en pleno siglo XXI.

En cambio, el escritor Chance Carter, aunque pudiera parecer que sigue la senda marcada por estos dos ilustres plagiaristas: nada más lejos. Su fraude a cuenta del género romántico en Amazon resulta de un burdo inequívocamente digital.

Carter cuenta con cientos de novelas publicadas que le han hecho ganar una fortuna. Un rara avis. Un hombre que escribe novelas de género romántico. ¿Se debería empezar a exigir paridad en el género? El caso es que las potenciales lectoras de sus novelas quedaban más defraudadas que en la vida real, cuando atraídas por esas portadas llenas de músculos, melenas y tatuajes: se decidían a leer uno de sus libros. Unos libros más anabolizados que los maromos que lucen en las portadas.

 

Viendo las portadas de las novelas de Carter surge la duda de si son novelas románticas o pósteres para clubes gays.

 

Todo un referente.

El ‘listo’ de Carter se ha encargado de rellenar, cual pavo en el Día de Acción de Gracias, sus libros con páginas y páginas que plagiaban lo ya plagiado hasta la náusea. El vacío más absoluto con el que conseguir ganar miles de dólares al mes gracias a que Amazon pagaba a los autores (bueno a los que suben los libros y los firman) por página leída. Carter ha sido expulsado de Amazon, y la tienda digital, ha tenido que readaptar sus métodos para intentar frenar a nuevos «rellenalibros».

En realidad Carter lo que ha hecho ha sido señalar que el rey está desnudo. Se castiga a Carter pero se ensalza a las celebrities que hacen del vacío más absoluto un negocio de lo más rentable en Instagram.

En las bibliotecas nos podemos sentir a salvo. La plataforma de préstamo de libros electrónicos eBiblio, implantada en la mayoría de bibliotecas públicas del país, no permite el uso de los dispositivos Kindle de Amazon. Podrán decir que es por una cuestión de DRM, incompatibilidades y lo que quieran: pero la verdad de la buena es que hasta en medio de la intemperie digital, una biblioteca, siempre resulta el refugio más seguro.

 

 

Carter no viene a ser más que una pobre evolución de la piratería de contenidos culturales. Sin gracia, ni talento.Y desde luego no cabe reconocerle espíritu plagiarista alguno. Hasta el negro de Ana Rosa Quintana mostró más habilidades allá cuando empezaba el siglo y la Red estaba en pañales.

Pero ese relato fragmentado, hecho de retales, de collages narrativos que propicia el surfear por las redes (¿surfear por las redes? ¿eso se sigue diciendo?) también tiene sus ejemplos positivos. Es el caso del proyecto Frankenbook promovido por la Universidad Estatal de Arizona. Como es bien sabido se han cumplido los 200 años de la publicación de la novela que anticipó el siglo pasado, pero sobre todo, el que ahora estamos viviendo. La criatura creada por Mary Shelley a orillas del Lago Leman revalidando su vigencia en la modernidad, la posmodernidad, la pospostmodernidad y lo que quiera venir a partir de ahora.

 

 

Prueba de esa vigencia es el reto de lectura/escritura que han propuesto desde dicha Universidad. Se trata de elaborar entre miembros de la comunidad universitaria y creadores en general una edición anotada de Frankenstein (el Frankenbook). La novela original está disponible en la web para ser leída y anotada por científicos, ingenieros y creadores de todo tipo. Igualdad e inclusión, medicina, filosofía, política, ciencia, tecnología, psicología, etc. Los temas propuestos son amplios y variados asegurando así unas anotaciones de los más enriquecedoras.

Y como un ejemplo práctico de que todos somos plagiaristas en Internet: desde aquí proponemos la Frankenlibrary, o apeándonos de tanto anglicismo, la Frankenbiblioteca. Le ponemos la preceptiva almohadilla delante (#Frankenbiblioteca) y la lanzamos a las redes para quien quiera comparta sus ideas de lo que debería ser una biblioteca en el siglo XXI.

Hace unos días Evelio Martínez en un tuit a cuenta del reportaje en ‘The Guardian’ sobre bibliotecas canadienses: se preguntaba si era otro caso de biblioteca que busca sobrevivir pareciéndose cada vez menos a una biblioteca. Y aquí inspirándonos en Evelio planteamos si acaso el primer paso para la supervivencia de las bibliotecas no empieza por cambiarles el nombre. Una bonita herejía para abrir un debate  #Frankenbiblioteca.

 

 

En la poco sutil década de los 80 del siglo pasado se estrenó Reanimator (1985): una variación gore y gamberra sobre el mito de Frankenstein. El proyecto con el que cerramos este post lleno de remiendos (¿cuál no?) trata también de reanimar pero sin decapitaciones ni sangre de por medio: The Reanimation Library.

Esta biblioteca se abrió en Brooklyn a raíz de la modesta idea del bibliotecario Andrew Beccone de rescatar libros desahuciados para extraer de ellos ilustraciones curiosas que digitalizar. La cosa se fue de madre (como suele pasarle a los bibliotecarios cuando se ponen a conservar) y ha llegado a recopilar tal colección que incluso dio pie a una exposición en el MoMA y ha servido para inspirar a creadores de lo más diverso. Lo último: una línea de tatuajes inspirados en ilustraciones recopiladas en The Reanimation Library.

 

 

¿Moraleja?: que cuando se trata de «inspirarse» para crear algo propio no hay material de derribo si se habla de cultura. Un principio que no viene más que a reforzar lo que ya decíamos en el …(post en obras): La cultura es nuestro Dios y Frankenstein su profeta.

 

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Spoilers bibliotecarios

 

No solo de superhéroes vive el cine. Las bibliotecas y los libros también parecen estar de moda en las películas pero sin necesidad de tanto efecto especial e hipertrofia muscular.

En un repaso rápido (seguro que alguna se queda por el camino): El autor de Manuel Martín Cuesta ; La librería de Isabel Coixet ; The public de Emilio Estevez : Basada en hechos reales de Roman Polanski ; La última librería del mundo de Rax Rinnekangas ; Ex libros: The New York Public Library de Frederic Wiseman (aunque ésta sea un documental): todas con fecha de 2017 pero estrenadas este año. Y en este 2018 se incluirían las ya mencionadas en el post previo: Book club de Bill Holderman ; El taller de escritura de Laurent Cantet y la que se acaba de estrenar en los Estados Unidos: American animals de Bart Layton.

 

«Nadie quiere ser ordinario»: es la frase publicitaria que acompaña al cartel de la película.

 

American animals es definida en Filmaffinity como un drama criminal (aunque tiene aires más bien de comedia) basado en sucesos reales acaecidos el año 2004 en la biblioteca de la Universidad de Transilvania en Kentucky. Con motivo del estreno de la película, Betty Jean Gooch, la bibliotecaria víctima del suceso ha concedido una entrevista rememorando el trauma que supuso para ella sufrir un atraco en uno de los lugares donde menos te lo esperas: una biblioteca.

La comedia sobre ladrones y bajos fondos de Guy Ritchie.

La película dramatiza la historia de cuatro estudiantes de dicha Universidad que, inspirados por la película Snatch (2000) de Guy Ritchie, deciden robar ejemplares de las colecciones más valiosas de su universidad. La orgullosa bibliotecaria, Betty Jean (que en la película interpreta la actriz Ann Dowd cumpliendo todos los requisitos imprescindibles del estereotipo bibliotecario, que en este caso, ateniéndonos a las fotos de la Betty Jean real: se puede decir que se ajustan fielmente a la realidad), muestra los tesoros bibliográficos de su biblioteca a los estudiantes que forman parte de las visitas guiadas. Desde originales de obras como Birds of America de John James Audubon, pasando por el Hortus sanitatis de Johannes de Cuba o una edición original de El origen de las especies de Charles Darwin.

 

Ilustración de Birds of America del ornitólogo francés John James Audubon.

 

Miles de dólares en libros que despertaron la codicia de cuatro universitarios que burdamente disfrazados: maniataron y amenazaron a la pobre Betty Jean para después huir con las voluminosas obras que guardaron envueltas en mantas en la plantación de marihuana que cultivaba uno de ellos. Al intentar vender los libros a través de la famosa casa de subastas Christie’s, en Nueva York, fueron interceptados y detenidos por la policía.

Aceptamos las acusaciones por spoiler, pero en este caso, el suceso en sí no es lo más importante de la película. Si nos guiamos por las críticas (bastante favorables por cierto): lo interesante de la cinta se centra más bien en las motivaciones y acciones de cuatro jóvenes, de buena familia, que deciden dejar su huella en el mundo robando unas joyas bibliográficas.

 

Ilustración de Birds of America del ornitólogo francés John James Audubon.

 

Dibujos originales de Darwin, el Hortus Sanitatus, un salterio iluminado de 1432 y hasta dos voluminosos ejemplares de la obra del ornitólogo francés: tan voluminosos que los chapuceros ladrones tuvieron que dejarlos caer en su huida mientras les perseguía la directora de la biblioteca. Como si de un remedo de Atraco a las tres (la maravillosa película de José María Forqué): la película va desvelando la personalidad de los cuatro estudiantes mientras urden su plan. Un plan en el que la bibliotecaria se convierte en el principal obstáculo a superar.

Catorce años después la Betty Jean reconoce haber superado el trauma, en parte, gracias a la película que le ha servido como terapia. Y no sabemos si como parte de esa terapia o de su bonhomía natural interpreta las motivaciones de los chicos con un alarde generosidad que no todos estaríamos dispuestos a practicar: «Venían de buenas familias, querían emoción, querían ser conocidos por algo grande […] es un deseo muy humano querer destacar. Es difícil sentir comprensión pero estoy trabajando en ello

 

Los cuatro protagonistas de American animals burdamente disfrazados para cometer su crimen bibliotecario.

 

Las motivaciones de los cuatro pavos nos interesan menos que los objetos de sus deseos: los libros. Libros como joyas, libros como tesoros, libros capaces de despertar la codicia. Siempre estamos hablando de los libros como objetos capaces de despertar la codicia intelectual: así que no está de más que en este post nos centremos en repasar algunos de los casos en que los libros, las bibliotecas, han despertado el interés más prosaico y lucrativo.

Lo más reciente en el tiempo es el rocambolesco asunto de las dos cartas de Cristobal Colón que fueron sustraídas hace décadas de la Biblioteca Vaticana, de la Biblioteca Riccardiana de Florencia y de la Biblioteca de Cataluña y que, tras numerosas vicisitudes, han sido restituidas a estas bibliotecas una vez se ha descubierto que las copias que conservaban eran falsas.

 

 

Retrato del millonario bibliófilo y ladrón Farhad Hakimzadeh. Ilustración de Tom J Newell Header para la revista Dazed&Confused.

Entre los casos de las últimas décadas más propicios a servir de argumentos para una película de intriga y crimen: estaría el del supuesto investigador húngaro que, en 2009, desplegó toda una estrategia de hurtos por bibliotecas de toda España, que tenía convenientemente señaladas en un mapa. Bibliotecas de hasta 30 ciudades españolas se incluían en su plan maestro, antes de seguir ruta por bibliotecas portuguesas. Afortunadamente sus planes fracasaron cuando ya llevaba sustraídos 67 mapas y tratados de geografía de los siglos XVI y XVII de seis bibliotecas. Mientras, su novia dominicana, que le acompañaba en sus viajes, se dedicaba a hacer turismo.

Claro que si de tramas de intriga y misterio tipo Agatha Christie hablamos, no podía faltar una ambientada en la propia Inglaterra. El caso del millonario iraní Farhad Hakimzadeh, un respetabilísimo bibliófilo, director de la Iranian Heritage Foundation (organización destinada a preservar la historia y cultura iraní), que durante siete años llegó a sustraer hasta un total de 842 documentos, algunos de valor incalculable, y llegó a mutilar unos 150 pertenecientes a los fondos de la prestigiosa Biblioteca Británica, y de la Biblioteca Bodleiana de Oxford. Todos localizados por Scotland Yard entre los numerosos volúmenes de la extensa biblioteca de su lujosa mansión.

 

 

Según un estudio publicado hace unos años el libro más robado de las bibliotecas estadounidenses era el Libro Guiness de los Récords. En fin. Sin comentarios. Y nos consta (de primera mano) que en la Biblioteca Regional de Murcia, durante muchos años, uno de los libros más ‘desaparecidos en combate’ eran los libros de Regine Dumay: Cómo hacer bien el amor a un hombre y Cómo hacer bien el amor a una mujer. También sin comentarios. Pero no dejes de comentar tú: ¿qué libro/s has observado que marcan o han marcado tendencia en tu biblioteca entre los amantes del bien común? Tal vez entre todos podamos llegar a elaborar un ranking de ‘los más deseados’.

Pero no podemos terminar sin recordar uno de los misterios, que no crimen, más excitantes de los últimos años: la misteriosa escultora de papel de las bibliotecas de Edimburgo. Y decimos escultora porque hasta ahí el misterio se ha resuelto (e incluso concedió una entrevista a la BBC) porque al principio, allá por 2011, nadie conocía dato alguno sobre la persona que se dedicaba a diseminar filigranas escultóricas (en este punto se admiten opiniones discrepantes) hechas con papel por las bibliotecas y otros centros culturales de la, ya de por sí misteriosa, capital escocesa.

 

 

Las esculturas de libros escocesas tienen hasta una entrada en la Wikipedia. Fueron realizadas entre 2011 y 2013 tomando como material páginas de obras de célebres autores escoceses por una escultora (una Banksy literaria) cuya identidad sigue siendo secreta. La noticia sobre las esculturas ha ganado tanta repercusión que incluso llegaron a ser reunidas y expuestas en el Parlamento escocés, para posteriormente, emprender una gira por diversas bibliotecas del país.

En 2015, tras la entrevista a la BBC, la escultora lanzó un reto para realizar una escultura colectiva con todo aquel que fabricase mariposas en papel. Finalmente, en 2016, en el Festival del Libro de Edimburgo, se expuso El árbol de las mariposas y el niño perdido: el último proyecto conocido de la anónima escultora. Y en este caso es imposible hacer spoiler.

Para terminar el post nada mejor que la filigrana (aquí dudamos que quepan opiniones discrepantes al respecto)  de vídeo del cantautor nipón Shugo Tokumaru en el que, lo que perfectamente podrían ser esculturas de papel, cobran vida al ritmo de la música. La papiroflexia elevada a la categoría de arte sino fuera porque en realidad estaban hechas con plástico. Pero no dejemos que la realidad nos fastidie lo que sería un bonito final para esta película.

 

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Una jornada particular bibliotecaria

 

Cualquier invento humano es susceptible de convertirse en algo positivo o negativo según el uso que se le dé. El libro, pese al aura de prestigio que le rodea, no queda fuera de esta ley. No deja de ser un simple soporte de ideas buenas o nocivas pero, pese al acoso de lo digital, sigue investido de un peso simbólico que hasta los que no leen, o solo leen aquello que nunca les cuestiona, lo enarbolan cuando se trata de dar empaque a su causa.

La asociación italiana Sentinelle in piedi es un claro ejemplo de ello. Esta asociación italiana ha convertido en una cruzada personal la defensa de la familia tradicional (según su idea de lo que es una familia tradicional) y protestar contra la ley de uniones civiles que, entre otras cosas, permite la unión de parejas homosexuales. Y la forma de hacerlo es ocupando plazas y calles permaneciendo estáticos de pie mientras simulan (¿o no?) que leen libros.

 

Los Sentinelli en piedi.

 

Barbie sentinella in piedi: las bromas a costa de los defensores de la familia tradicional no se han hecho esperar.

Estos centinelas de pie recurren a la lectura y los libros para representar su arraigo a la tradición, a «su tradición», y así visibilizar su intransigencia y apego a las más rancias esencias de esa patria que tanto defienden. A estos vigías de la moral propia y ajena no estaría de más que alguien les advirtiera que en las bibliotecas públicas se llevan a cabo clubes de lectura mucho más cómodos (de todos es sabido que estar de pie mucho tiempo favorece, entre otras cosas, la formación de varices) y a resguardo de las inclemencias del tiempo.

Claro está que estos clubes, pese a estar sentados, pueden resultarles más incómodos por abarcar visiones del mundo lo más abiertas posibles a todo tipo de realidades e ideas.

 

Descubrir los libros que utilizan los sentinelli in piedi en sus «paradas morales» y hacer memes con sus fotos: la respuesta de muchos internautas en las redes a su discurso de exclusión.

 

Pero vamos a lo importante. ¿Leen realmente mientras están de pie o solo posturean? ; ¿qué tipo de libros eligen? ; ¿qué están haciendo las bibliotecas italianas que no hacen campaña para que los centinelas pasen antes por la biblioteca más cercana a prestarse los libros? ; ¿atenderían a las recomendaciones de los bibliotecarios? No más preguntas por ahora.

Lo más curioso es que las acciones que llevan a cabo los centinelas de pie se apropian de performances de los que serían sus opuestos: los movimientos por los derechos LGTBIQ+ o de acciones similares desarrolladas en las protestas que durante la denominada «primavera árabe» se vivieron en la plaza Taksim Gezi Park de Estambul.

 

Manifestantes turcos en la plaza Taksim Gezi Park de Estambul protestando contra el gobierno de Erdogan en 2013. Fotografía de George Henton. 

 

La respuesta por parte de los colectivos LGTBIQ+ no se ha hecho esperar, y así, parejas gays y lesbianas han aprovechado sus concentraciones para, mientras los centinelas leen, besarse ostentosamente en público o perturbar la quietud de su lectura con panderetas y boas de colores. Aunque algunos memes y cachondeos varios a cuenta de los Sentinelle in piedi no tienen desperdicio: la sonrisa desaparece cuando se constata que estos grupos obtienen respaldo por parte de las autoridades políticas. Y el gremio bibliotecario no ha quedado indemne ante este giro reaccionario de la sociedad italiana.

 

Performance dentro de la performance de los Sentinelli en piedi. ¿O va en serio?

 

Fabiola Bernardini es la directora de la biblioteca Comunale di Todi, en Perugia, o más bien lo era hasta hace bien poco. Las autoridades de dicha ciudad, en su mayoría del partido de Berlusconi, Forza Italia, la destituyeron de su cargo al frente de la biblioteca por no haber atendido a un requerimiento de los responsables municipales.

Bernardini recibió el encargo de elaborar un listado de los libros infantiles y juveniles de la biblioteca que pudieran tener alguna relación con la homosexualidad, las familias homoparentales y la transexualidad. Tras unas semanas la directora de la biblioteca declaró sentirse incapaz de identificar ningún fondo que hubiera de ser expurgado por dichos motivos. Entre los libros que habían despertado las suspicacias de las autoridades todo un clásico: «E con Tango siamo in tre». El famoso libro de Peter Parnell y Justin Richardson sobre una pareja de pingüinos machos que adoptan a un cachorro y que ostenta el triste récord de ser, probablemente, el libro infantil más prohibido de la historia.

 

‘Con Tango son tres’: un clásico en lo que se refiere a censuras bibliotecarias.

 

La respuesta de las autoridades ha sido destituir a la bibliotecaria como directora del centro: trasladándola a otras dependencias bajo la excusa de formar parte de un programa de reubicación de plantillas. Pero las reacciones no se han hecho esperar. El próximo 30 de junio, la asociación pro derechos LGTBI Omphalos de Perugia: ha convocado una celebración del Orgullo gay en la ciudad de Todi en apoyo a la bibliotecaria; y la Asociación de Bibliotecas Italiana, AIB, ha publicado un documento, traducido también al inglés para concitar la solidaridad internacional, donde denuncian la situación de censura indirecta, y la asfixia de recursos y autonomía con la que algunos políticos transalpinos buscan marginar a aquellos profesionales que defienden la libertad de expresión y pensamiento en sus bibliotecas.

 

Folleto de la programación de la Biblioteca de Todi publicado por su directora Fabiola Bernardini en su cuenta de Twitter en mayo. Antes de ser destituida de su cargo. Vogliamo leggere = queremos leer.

 

Afortunadamente, por mucho que se diga que españoles e italianos compartimos tantas cosas, en nuestro país el matrimonio homosexual es legal desde hace 13 años; y la libertad del gremio bibliotecario, a la hora de seleccionar y organizar las colecciones, es algo que todos damos por asumido. No tenemos centinelas, al menos de pie, y es muy dudoso que los carpetovetónicos exaltados que puedan salir de las catacumbas para protestar por la exhumación de los restos de Franco en El Valle de los Caídos: vayan a incurrir en apropiacionismo cultural organizando lecturas en público. La simbología del libro y la lectura queda muy lejos de sus representaciones. Afortunadamente.

 

Detalle de la biblioteca de la Abadía de la Santa Cruz del Valle de los Caídos.

 

Si algún tinte positivo aportan las acciones de los sentinelli es el poder que sigue teniendo el libro como símbolo: aunque en este caso sea símbolo de su intransigencia. Y como nos remitimos al clásico de Ettore Scola en el título del post justo es que miremos al cine para constatarlo. Dos estrenos recientes representan acercamientos totalmente opuestos a los libros desde la ficción cinematográfica: uno como mera excusa argumental, y el otro, como base para una interesante reflexión sobre los fascismos que nos amenazan en nuestro día a día.

 

Un ama de casa y un homosexual reconociéndose como víctimas y concediéndose una jornada de respiro en la asfixiante Italia de Mussolini.

Cuando ellas quieren: el sutil título castellano elegido para la película Book Club (2018)

 

Diane Keaton, Jane Fonda, Mary Steenburgen y Candice Bergen junto a los galanes maduros Don Johnson y Andy García protagonizan Book Club (2018). En principio, por el título, cabría pensar que esta rutilante reunión de veteranas estrellas tendría algún interés desde el punto de vista bibliotecario o de la lectura: pero solo hay que echar un vistazo a la sinopsis para temerse lo peor.

A saber: un grupo de septuagenarias que participan en un club de lectura desde hace años replantean su actitud ante la vida y el paso del tiempo a partir del impacto que supone en ellas la lectura de una novela. Hasta ahí nada original, pero tampoco para ponerse en guardia, pero los peores presagios se hacen realidad cuando se descubre que el libro en cuestión son las célebres 50 sombras de Grey.

Obviamente el tono es de comedia, pero visto el nivel actual de Hollywood hipotecado por los superhéroes, y que cuando se lanza a hacer una película para público adulto salga con esto: hace temerse lo peor. Una versión degradada de la ya de por sí discreta Conociendo a Jane Austen (2007) que también se ambientaba en un club de lectura.

 

 

Pero la lectura como bisutería para productos tan ramplones queda compensada por otra cinta también con una base argumental de lo más bibliotecaria: El taller de escritura (2018). En esta producción europea, una novelista imparte un taller de escritura para jóvenes en el pueblo de La Ciotat, en el sur de Francia, una población duramente castigada por la crisis en la que una de las industrias que pervive es la construcción de embarcaciones de lujo. La situación económica y la falta de futuro ha favorecido que los partidos políticos de extrema derecha hayan captado el voto joven.

La escritora que modera el taller se topará con la realidad de unos chicos de variadas procedencias, entre los que destaca, por su talento y vehemencia: un chico con opiniones de lo más extremistas. El proceso de acercamiento y conocimiento a través de la literatura de una realidad que nos afecta a todos se resuelve en una cinta elogiada por la crítica y auténtico filón para cinefórum. Una apropiación de lo literario y lo bibliotecario, en este caso, de lo más provechosa.

 

El variopinto grupo de jóvenes que forman el taller de escritura de la película francesa.

 

 

El grupo de la carroza por la diversidad en la Cabalgata de Reyes vallecana ataviados como peluches listos para desfilar.

Hace unos meses, en la cabalgata de los Reyes Magos del barrio madrileño de Vallecas, la presencia en una carroza por la diversidad con la artista La Prohibida: provocó la indignación de muchos medios conservadores. Curiosamente de unos medios que, de no haberse dado esta noticia, poco caso habrían hecho a la cabalgata de un barrio como Vallecas. Los vecinos vallecanos pese a la algarabía mediática, en cambio, acogieron con aplausos y vítores la, presuntamente, polémica carroza.

Traer a colación a La Prohibida tiene todo el sentido, en parte porque enlaza con nuestra Biblioteca contracultural, y sobre todo por el último vídeo que lanzó hace unas semanas: La pubblicità (Un mondo ideale). En este drama de pan y mantequilla a ritmo ochentero, una versión de Fahrenheit 451 colorista y kitsch, los amantes de los libros deben esconderse y formar colonias para poder vivir su vicio secreto ante el totalitarismo de un mundo lleno de publicidad. Los miembros de esta resistencia lectora que se refugian en el bosque no se distinguirían en apariencia de los sentinelle di piedi salvo por el hecho de estar sentados.

Y es que por mucha literatura que le pongamos al asunto: las bibliotecas (o la cultura en general) no matan fascistas como sostenía un post hace tiempo. Como cualquier invento humano son susceptibles de convertirse…[Continúa en la primera línea].

 

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Biblioteca contracultural, biblioteca contra la cultura

 

No lo hemos comprobado en el Catálogo Colectivo de bibliotecas públicas pero pocas debe haber que no tengan (o hayan tenido) entre sus colecciones la célebre serie de ensayos históricos: Historia de la vida privada (reeditada por Taurus en un estuche en 2017). En la que los historiadores galos, Philippe Ariès y Georges Duby, recorrían la historia desde la Antigua Roma hasta los albores de esta revolución digital que estamos viviendo. Tanto Ariès como Duby han fallecido: así que no podrán añadir anexo alguno con estas últimas y trepidantes décadas, pero tampoco hace falta, cuando con Internet eso de vida privada ha dejado de tener sentido.

 

 

La instantánea que de un momento histórico se pueda sacar jamás estará completa si a la crónica oficial no se le añade el reverso de lo cotidiano, lo menor, lo subterráneo. Y desde la década de los 60 con más fuerza aún: toda crónica cultural queda coja sin el relato paralelo de la contracultura, del underground, de lo marginal.

El crítico cultural Jordi Costa arrancó su trayectoria profesional, que le ha llevado a escribir en las cabeceras culturales más importantes, con tan solo 15 años en ‘El Víbora’. Su autoridad a la hora de abordar lo que ha sido ese relato paralelo de la cultura oficial está fuera de discusión. Y Costa acaba de publicar el estupendo ensayo Cómo acabar con la contracultura. (Una historia subterránea de España): que recorre las últimas décadas de nuestro país detallando cómo la libertad absoluta de lo underground ha sido domeñada, una y otra vez, por los intereses políticos del momento.

 

 

La contracultura en España, como tantas cosas, es de importación y lo más interesante siempre resulta de la fricción entre lo foráneo y lo autóctono, lo marginal con denominación de origen cañí. Que este julio en Londres se vayan a celebrar los 40 años del movimiento punk con diversos actos que implican a la Biblioteca Británica, el Museo de Londres y hasta el Palacio de Buckingham: da una idea de hasta qué punto se ha domesticado al último movimiento realmente importante contra lo establecido.

El método Gemini: cómic de un autor curtido en el mundo de los fanzines, Magius, que mantiene vivo el saludable espíritu del cómix underground en formato novela gráfica.

Una pena, porque la contracultura une mucho más que la cultura. La cultura es esa palabra condenada por los tiempos a formar parte de una cadena de oxímoron interminable (cultura de la violación, cultura del abuso, cultura de la corrupción, etc): un continuo sinsentido si nos atenemos a lo que dice la RAE, pero claro está, la RAE también está en el punto de mira de ese discurso de lo políticamente correcto que no admite disidencias. Y cuando no forma parte de un óximoron es usada como arma arrojadiza: una chachiporra con que atizarse en el grandguiñol de la política a cuenta de identidades, hechos diferenciales y agravios históricos.

En cambio la contracultura goza de la libertad del lumpen, no entiende de fronteras, permea y se deja permear, ensuciar, guarrear sin miedo a perder su esencia porque su esencia es contradecirse continuamente. Y por eso siempre andan a su caza para pasteurizarla, prensarla, empaquetarla y venderla, pero de un modo u otro, su pringoso espíritu siempre termina goteando en la encimera sobre la que se cocinan las nuevas maravillas digitales.

 

El capo de la mafia en ‘El método Gemini’ tiene una gran biblioteca. Es en ella donde recluta al protagonista para su negocio. Cuando le va detallando los pormenores de sus actividades lo hace equiparándolas a las propias de un club de lectura. 

 

Costa, en su ensayo, evidencia las carambolas que llevaron desde la infección contracultural que propiciaron las bases militares estadounidenses de Rota o Morón en el underground sevillano; y como este terminó viajando hasta la libertaria Barcelona de los 70 con artistas como Nazario u Ocaña: para concluir la jugada en el Madrid de los 80 con esa Movida que se diluiría definitivamente en tiempos del PSOE. La contracultura une regiones, países, continentes con más eficacia que un cable interoceánico.

 

 

Con profesorado como Peaches: ¿quién se va a resistir a ir clase?

En un sótano de Ámsterdam han creado la Universidad del Underground. Durante las últimas décadas la famosa escuela londinense Central Saint Martins ha subido tanto, tanto, las matrículas que la institución, que ha dado algunas de las figuras más relevantes (Sade Adu, M.I.A., Jarvis Cocker, Stella McCartney, Alexander McQueen, PJ Harvey, etc), se ha hecho aún más exclusiva.

Se supone que la iniciativa de la Universidad Underground holandesa va a subsanar esa situación: pero lo dudamos mucho.

Por muy escondido que esté el sótano el hecho de plantear una formación reglada para la disidencia contraviene los principios mismos de lo contracultural. Por mucho que Noam Chomsky, Peaches o una de las integrantes de las Pussy Riot formen parte del profesorado: los interesantes líderes artísticos, políticos o de pensamiento que, sin duda, surgirán de sus aulas no dejarán de configurar una nueva élite que poco tendrá que ver con el espíritu de lo verdaderamente underground.

 

Ocaña y Nazario revolucionando Las Ramblas de esa Barcelona libertaria, provocadora y underground que los fastos del 92 empezaron a exterminar.

 

Lo marginal, lo subversivo, lo incómodo siempre ha provenido de una necesidad vital que no se podía desatender, no de ninguna intención meditada de cambiar las cosas. El pintor, performance y transformista Ocaña desnudándose en la fiesta libertaria de la CNT en el año 1977 dio visibilidad a un mariconerío tan desmadrado y orgulloso de su marginalidad que soliviantó a los concienciados comunistas; igual que Amanda Lepore desconcierta a feministas de manual y amantes del compromiso con su apuesta frívola y superficial en el documental-crónica sobre algunas de las trans más míticas y combativas de la Gran Manzana en I hate New York (2018).


 

El mundo transexual tal vez sea el último reducto para la subversión más auténtica. Debíría ser una buena noticia que cada vez sea más difícil encontrar esos nichos de subversión si acaso fuera indicio de que la marginalidad ha sido erradicada gracias al progreso social; y no como consecuencia de que los eufemismos, la corrección, y el hastío provoquen que ya nada resulte perturbador.

Pero siempre nos quedarán las bibliotecas. No como a Bogart y Bergman les quedaba París, sino como a los gays, travestis y chaperos que pululaba por el Stonewall Inn les quedaba Judy Garland, la noche del 28 de junio de 1969, en que decidieron rebelarse. ¿Suena a chiste eso de señalar a las bibliotecas como refugios contraculturales? No tanto si repasamos su ubicación en medio del panorama actual.

 

En 2013, en plena eclosión de la crisis, la Biblioteca pública abandonada de Rivas-Vaciamadrid era ocupada por la BOA (Biblioteca Ocupada Autogestionada): un espacio autosugestionado que compartía espacio con asociaciones culturales tales como Célula Radical Arterrorista u organizaciones como Sureste Obrero.

 

¿Qué es lo más contracultural que puede haber en medio de redes sociales manipuladas por multinacionales que nos vigilan a todas horas, blockbusters diseñados por ordenador en Hollywood, música prensada y manufacturada para usar y tirar? Lo más contracultural que puede haber es una biblioteca. Si nos atenemos a presupuestos, estadísticas y consideración por los popes de la cultura están a un paso de la marginalidad. Fuera de las grandes ciudades, en municipios pequeños, los políticos locales las empujan a manos del lobby estudiantil para finiquitarlas como simples salas de estudio. La única salida que queda es la marginalidad, lo underground, lo disidente.

¿Cómo se hace eso en instituciones sustentadas por presupuestos públicos? Atrayendo a los freaks, a los diferentes, a los quieren diseñar su propia disidencia y no tienen recursos para ser admitidos en la University of The Underground. Es decir a la mayoría de los que tienen inquietudes de algún tipo. El título de la enooorme, en todos los sentidos, primera obra de Emil Ferris, Lo que más me gusta son los monstruos, a un paso de convertirse en lema bibliotecario.

 

Alucinante, maravillosa, espectacular, impactante, absorbente…no está todo dicho pero no queremos ser más pesados. En definitiva: muy buena.

 

El ensayo recién publicado de la artista Roberta Marrero en el que hace un recorrido por la cultura LGTBQ+ prologado por el filósofo queer Paul B. Preciado.

En Filadelfia, por segundo año consecutivo, arranca estos días la Free Library Pride (la Biblioteca Libre/Gratis del Orgullo) y aquí el doble sentido de la palabra inglesa free cobra todo su significado. Un programa con más de 50 eventos relacionados con el colectivo LGTBQ+ en sus más de 20 sucursales y para todas las edades. Desde los cuentacuentos con drag queens; picnis al aire libre para niñas, mujeres trans y personas en general no conformes con su género; o lecturas públicas de textos de temática LGTBQ+.

Algunos de los textos que se leeran en esta última actividad pertenecen al fondo reunido por la activista Barbara Gittings que se conservan en la Biblioteca de la Independencia. Gittings, que falleció en 2007, siendo estudiante universitaria en los años 50, se esforzaba por buscar textos con los que identificarse y construir su identidad como lesbiana. Todo lo que encontraba iba siempre orientado a la homosexualidad masculina, y en la mayoría de los casos, abordándola con tintes discriminatorios. En una entrevista concedida en 1999, Gittings declaraba sus motivaciones:

«Durante años, frecuentaba bibliotecas y librerías de segunda mano tratando de encontrar historias para leer sobre mi gente. Más tarde me hice activista por los derechos del colectivo […]  siempre estuve atenta a la literatura que surgía. Y fui viendo como se empezaba a hablar de homosexuales que eran sanos, felices y tenían buenas vidas. Eso fue como escuchar las campanas repicando para mí: ¡bibiotecas y libros de temática gay!»

 

Nada más propio que terminar apropiándonos del título que Roberta Marrero ha usado para su ensayo sobre cultura LGTBQ+: We can be heroes para aplicárselo a las bibliotecas. Pero continuando la canción de Bowie de la que proviene: que no sea just for one day (solo por un día). Hay mucho recorrido para lo diferente, para lo diverso, lo inconformista en las bibliotecas. Biblioteca contracultural o biblioteca contra la cultura de lo estático, lo previsible, lo convencional. La cultura (o contra), como canta el dúo Mueveloreina, no sabe pá donde va, pero va, va…

 

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Recortable bibliotecario

 

El próximo Congreso Nacional de Bibliotecas Públicas, que se celebrará en noviembre en Logroño, se centrará en analizar los perfiles profesionales de los bibliotecarios. Un tema interesante a priori pero de difícil concreción cuando esos perfiles se desdibujan y vuelven a dibujarse con cada nueva función que se le suma a los trabajadores de bibliotecas en la era digital. Estaremos expectantes en todo caso.

 

 

Y precisamente, Peter Coyl, director de la biblioteca pública de Montclair en Nueva Jersey,  acaba de publicar un artículo en el ‘American Libraries Magazine’ sobre la crisis de identidad bibliotecaria que estamos viviendo. En él, Coyl, habla en realidad de la baja participación en las elecciones de la ALA en las que se sometía a votación si el próximo líder de la mayor asociación bibliotecaria del país debía, o no, tener un perfil claramente bibliotecario. El resultado fue positivo: pero el índice de participación tan escaso es el que lleva a Coyl a sostener que estamos viviendo una crisis de identidad bibliotecaria.

No sabemos si existe un refrán equivalente en los EE.UU. para «mal de muchos consuelo de tontos»: pero es una sensación inevitable cuando, desde la realidad española, se lee el artículo y se constata que la falta de consideración que, en demasiadas ocasiones, se expresa de un modo u otro hacia la importancia de la profesión (incluso entre los propios profesionales) es una realidad compartida.

Una realidad que se acentúa cuando los agoreros incluyen a los bibliotecarios entre los trabajos en peligro de extinción por el impacto del meteorito digital. Ya nos preguntábamos en Una verdad (bibliotecaria) incómoda si acaso lo que tenga futuro sean las bibliotecas pero no los bibliotecarios. Pero el caso es que puestos a huir de esa amenaza de extinción la respuesta está siendo acumular prendas en el armario de la profesión para ir cambiándose el hábito según convenga en cada momento. Tal cual como en un recortable de papel.

 

 

Pero pese a la habilidad acumulada por los profesionales para reconvertirse una y otra vez, cual Mortadelos bibliotecarios, lo cierto es que mucho de ese esfuerzo se pierde si no se consigue que el estereotipo asociado a bibliotecas y bibliotecarios en el imaginario colectivo cambie de una vez. Por eso en el resto del post, en lugar de seguir abordando el futuro de la profesión, nos dejamos llevar por la vena menos intensa de este blog recurriendo a algunos ejemplos que dinamitan con TNT la imagen prototípica de lo bibliotecario desde dentro. Vidas ejemplares bibliotecarias, también podría haber sido un buen título.

 

 

El número 22 de la revista ‘Infobibliotecas’ nos enterábamos de que una de las estrellas porno del momento, Ela Darling, premiaba a sus fans mostrándoles sus pechos a cambio de que le enseñen su carné de biblioteca. Una ingeniosa campaña de promoción bibliotecaria que no creemos que prospere más allá de Ela. La defensa que esta actriz del denominado ‘cine para adultos’ hace de las bibliotecas tiene que ver son su pasado laboral.

Ela Darling dando la espada para mostrar su tatuaje con la notación Dewey de las novelas de Harry Potter.

Ela trabajaba como bibliotecaria hasta que se cruzó en su camino el cine erótico, primero, y más tarde el porno. Esta entusiasta de Harry Potter (lleva la notación de la CDU que corresponde a las novelas de Rowling tatuada en la espalda) o de Star Trek, pese a su actual profesión en el mundo del porno, no puede evitar que su formación de base como bibliotecaria emerja en su nueva ocupación.

Si los bibliotecarios están siempre atentos a las innovaciones tecnológicas para indagar en sus posibles aplicaciones al ámbito de las bibliotecas: Ela se ha convertido en una adalid del uso de la realidad virtual en el mundo del porno.

Con el tiempo han patentado un software de captura de realidad virtual en 360 grados y emisión en directo; ha llegado a protagonizar charlas TED sobre este tema; y preside una organización para la lucha por la mejora de las condiciones en la industria del porno.

 

Bijan Nowroozian, el bibliotecario ‘ninja warrior’, listo para su sesión de cuentacuentos.

 

Bijan y su novia Sarah, también bibliotecaria, en el podio de una de las pruebas deportivas en las que participan.

En nuestro país ha sido Antena 3 la cadena de televisión que ha adaptado el show televisivo estadounidense Ninja warrior. Un concurso de destrezas atléticas que consiste en superar unas duras pruebas en plató para erigirse como un auténtico ninja warrior. En la cadena estadounidense NBC 7 uno de los participantes favoritos (al menos entre los usuarios de la Biblioteca de North Park en San Diego) es el asistente bibliotecario responsable de las sesiones de cuentacuentos: Bijan Nowroozian.

Nowroozian entrena duro en un circuito que emula algunas de las pruebas a las que será sometido y comparte con su novia, también bibliotecaria, su pasión por los certámenes deportivos de gran intensidad. Pero lo mejor de este ninja warrior bibliotecario más allá de las marcas que consigue es dónde encuentra el espíritu necesario para afrontarlos: en su trabajo como bibliotecario.

Según declaraba a un medio local: «Cada semana hago un cuentacuentos para más de cien niños en edad preescolar. Me entrego todo lo que puedo y a los niños les encanta. Adopté el mismo enfoque para Ninja warrior, y ciertamente, ha dado sus frutos: a todo el mundo le encanta la energía que pongo en el rodaje«. Una conclusión (y un reconocimiento) de lo más vigorizante para la gran labor que desarrollan tantos bibliotecarios de secciones infantiles. Los auténticos ninja warriors de las bibliotecas.

 

Azadeh Brown caracterizada como Harley Quinn, la novia del Joker.Fotografía de Doll House Photography.

 

La siguiente vida ejemplar bibliotecaria nos lleva hasta Southampton en Inglaterra. En la biblioteca de su universidad trabaja como bibliotecaria la iraní Azadeh Brown, que hace pocos meses abrió su cuenta de Instagram, y cuenta cada vez con más seguidores de su perfil. No por su trabajo como bibliotecaria (todo hay que decirlo) sino por ser una consumada cosplayer, por si alguien no lo sabe, personas especializadas en caracterizarse como personajes de cómics, series, películas o videojuegos.

Azadeh demostrando que un buen bibliotecario sabe adaptarse a lo que se requiere en cada momento.

Para Azadeh su vocación bibliotecaria-cosplayer fueron de la mano desde el principio. Creció en medio de la guerra entre Irán e Irak y su forma de evadirse de la realidad y refugiarse de la asfixiante situación que se estaba viviendo en su país de origen fue a través de los libros y los disfraces. Como ella misma declaraba a las cámaras de la BBC los libros se convirtieron en sus mejores amigos. A los 17 años abandonó su país para emigrar a Reino Unido y terminar formándose como bibliotecaria. De este modo la inquieta Brown pudo unir las dos cosas que más feliz le hacían: los libros y los disfraces.

No sabemos los looks que Azadeh escogerá para ir a trabajar pero al menos por apariencia sería la bibliotecaria ideal para dinamizar/adornar una sección de cómics o literatura fantástica. La cosplayer bibliotecaria lo hacer por afición pero, día a día, en la mayoría de bibliotecas muchos profesionales se cambian de disfraz continuamente según requiere la ocasión. El caso de Azadeh nos ha recordado a las palabras de la bibliotecaria juvenil de Westport, Jaina Lewis, que recogíamos en Canción de verano bibliotecaria:

“Por la mañana, soy una estrella de rock en una habitación llena de niños en edad preescolar; a mediodía, soy una trabajadora social ayudando a buscar recursos para la búsqueda de empleo; por la tarde soy una educadora que lleva a los niños a un taller de ciencias. Los bibliotecarios servimos para muchos propósitos y usamos distintos sombreros, pero todos sirven para lo mismo: cambiar vidas.”

 

 

Y para cerrar este repaso de bibliotecarios revienta-estereotipos nos quedamos con Bill Stockey: el barbudo karateka que allá por los años 80 animaba a la lectura y a las artes marciales a los usuarios infantiles en la Biblioteca Pública de Chesapeake, en Virginia, de la que era director. Se habla mucho de las habilidades que ha de tener un buen jefe o responsable de equipos de trabajo: pero nunca se menciona lo bien que puede venir el ser diestro en artes marciales. Que nadie piense mal, no por recurrir a la violencia, pero  cualquiera que haya tenido equipos a su cargo, sabe que todo cuenta, nada resta, cuando de gestionar cuestiones de personal se trata.

Stockey ahora tiene 67 años y está jubilado. Pero aunque ya no pelee con problemas de presupuestos, fondos, colecciones o personal: sigue de lo más activo como maestro de artes marciales. Sus más de 30 años en estas lides, y su cinturón negro, le han convertido en una figura de los más respetadas, un auténtico sensei bibliotecario al que acuden muchos discípulos.

 

El eslogan jugando con Bruce Lee para fomentar la lectura está ya muy visto: pero es que la mayor estrella de las artes marciales que ha dado el cine era un consumado lector que tenía más de 2.000 libros en su biblioteca personal. En la cual aparece leyendo en esta foto que corrobora que el significado castellano de su apellido resulta de lo más propio.

 

Tras la jubilación, Bill, ha montado un dojo (lugar para la meditación budista zen y la práctica de las artes marciales) junto a su domicilio con el nombre de Shoshinkan (mente de principiante). Toda una declaración de principios proviniendo de un hombre que se convirtió, en 1985, en la primera persona no asiática en obtener la licencia «Kyoshi» concedida por la más importante institución de artes marciales de Japón.

Esa es la actitud: mantener la mente del principiante. Algo a lo que los bibliotecarios están abocados (y muchas otras profesiones por supuesto) si quieren sobrevivir en este ajetreado panorama. Ojalá que en el próximo congreso lleguemos a recortar la figura de lo que será la profesión en este nuevo siglo. Pero entretanto no sería mala idea postular como ponentes a Ela, Bijan, Azadeh y Bill. Sus trayectorias, como poco, son de las que contradicen que lo de ser bibliotecario sea un trabajo monótono y aburrido. Después de todo, puede que los bibliotecarios del siglo XXI terminen siendo lo más parecido a Leonard Zelig, el camaleónico protagonista de la obra maestra de Woody Allen.

 

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com