Bibliotecas desde punto de vista femenino

 

La muerte (atención spoiler tardío) del agente 007 en la última entrega de la saga James Bond adquiere unos ecos que van mucho más allá del impacto puramente cinematográfico. Ni el cansancio de Daniel Craig por interpretar al mítico agente, ni el rendimiento de la fórmula (inagotable tras 60 años de adaptaciones cinematográficas del personaje de Ian Fleming): sirven para justificar la inmolación del invencible, hasta el momento, agente.

 

El primer James Bond con falda escocesa fomentando la lectura desde una biblioteca sin margen para ambiguedades.

 

Bond ha representado el epítome (no exento de auto parodia en más de una ocasión) de lo viril según el estereotipo del sistema capitalista occidental. Y los rumores sobre que su sucesor podría ser sucesora: demuestran lo atentos que los responsables de la saga están al aire de los tiempos.

El mundo de la ficción audiovisual está siendo el primero en capitalizar (y cuando decimos capitalizar lo decimos en sentido estricto: obtener beneficios económicos) el renovado y reforzado feminismo de estos últimos años. Hollywood ha llevado a cabo relecturas de algunos de sus taquillazos con protagonistas masculinos en versión femenina: desde los Cazafantasmas a Un par de seductores pasando por la saga Ocean´s.

 

 

Si como siempre en este blog aplicamos este revisionismo desde mirada femenina al mundo de las bibliotecas: el resultado no daría para mucho. ¿O tal vez sí? En nuestro post Menú del día para mujeres bibliotecarias la comensal oculta tras la identidad de María Moliner decía:

«Hablando desde el mundo laboral, nosotras (las bibliotecarias) […] no somos un colectivo que haya sufrido la desigualdad en el trabajo. El machismo en la sociedad, eso ya, de un modo u otro, lo hemos vivido todas.»

Un remake del mundo bibliotecario desde prisma femenino suena absurdo en una profesión tradicionalmente copada por mujeres. Pero más adelante, en este mismo post, la comensal tras la máscara de la bibliotecaria y escritora Anne Tyler puntualizaba:

«Y ¿en cuanto a jefaturas? Hay más jefes hombres que jefas en un ámbito mayoritariamente femenino. Eso sí es llamativo.»

Y aquí surge la brecha, no salarial en este caso, por la que se cuela otra posible mirada sobre el mundo bibliotecario: ¿y si el concepto de biblioteca proviene de una visión masculina que no se ha revisado/cuestionado en ningún momento? Antes de adscribirnos a ningún discurso socorrido de los que circulan en estos tiempos con riesgo acentuado de convetirse en clichés: pasamos de puntillas sobre tan delicadas (o innecesarias cuestiones) para tomar el pulso a este revisionismo desde mirada femenina en otros campos. Si antes hablábamos del audiovisual algo similar está ocurriendo con el literario.

 

Los intentos por controlar Internet allá por 2017 le valieron el apodo a la primera ministra Theresa May del sobrenombre de la ‘Big Sister’.

 

La escritora Sandra Newman se ha embarcado en una nueva versión de la novela fundacional (una de las novelas fundacionales) de lo que estamos viviendo en este siglo: 1984 de George Orwell. Newman nos ofrecerá la distopía orwelliana desde el punto de vista de Julia, el personaje que ejerce como novelista del Ministerio de la Verdad en el asfixiante mundo de la novela; que termina convirtiéndose en amante y apoyo del protagonista Winston Smith.

Lo más curioso del asunto es que quienes han encargado esta relectura del clásico de la ciencia ficción han sido los propios herederos de Orwell. Sandra Newman contaba entre los méritos para acometer esta versión feminista el que su próxima novela, The Men, cuenta la extinción de todos los seres humanos con el cromosoma Y.

La interpretación de la escritora estadounidense viene a sumarse a otras revisiones desde el punto de vista de personajes femeninos como fue Hamnet que Maggie O’Farrell publicó el año pasado centrándose en la mirada de la esposa de Shakespeare, Anne Hathaway, dejando al bardo universal en personaje secundario. Y la cosa no acaba aquí. El silencio de las mujeres de Pat Barker narraba la Ilíada desde la visión de las mujeres cautivas en el campamento griego.

 

Antonio Altarriba fue pionero en este dúplex narrativo masculino/femenino narrando la vida de su padre, y después, de su madre en sus dos galardonadas novelas gráficas.

 

No ha lugar a revisionismo alguno si volvemos a nuestro negociado. Porque ¿existe algo que podría llamarse punto de vista femenino cuando se habla de bibliotecas? ¿acaso es una profesión de la que tomar ejemplo (cosa que no se está haciendo) en su gestión de la igualdad y la ausencia de sexismo? ¿o por contra tiene tan poca trascendencia en el debate público por ser una profesión mayoritariamente femenina? Preguntas irritantes por falta de respuestas pero que no dejan de ser una invitación al debate, o al menos, a la reflexión. Y que si no motivan a nada, en todo caso, serán una buena señal.

 

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Lo que la literatura ha unido que no lo separe el hombre

 

Es un lugar común, en cualquier artículo sobre la vida en pareja, lo mucho que une el hecho de compartir aficiones. En todo cuestionario de cualquier web para buscar pareja, siempre queda bien incluir un apartado sobre aficiones literarias (bueno en la célebre Ashley Madison, no creemos que lo literario importase mucho, pese a los ríos de tinta que hizo correr en su día).

Por eso, el hecho de que en el especial de Halloween de los Teleñecos en el canal Disney + de este año, la diva Miss Peggy intercambiase disfraces y amabilidades con su ex la rana Gustavo (el reportero más dicharachero de Barrio Sésamo): hizo saltar todas las alarmas. La cerda, siempre dispuesta a poner los puntos sobre la íes, concedió una entrevista posterior al medio sobre cotilleos de Hollywood ‘E! News. Y declaró que todo era una fantasía, que seguían sin ser pareja; y que fue una cosa muy linda producto de la buena relación que mantienen desde su ruptura sentimental; allá por 2015.

Cuando su amor de trapo parecía durarero y con futuro ambos protagonizaron una deliciosa campaña de promoción a la lectura. Su amor por los libros fue una de esas aficiones que ayudaron a que su amor superase las barreras que les imponía su pertenencia a diferentes especies. Pero eso no les ahorró el aluvión de comentarios que siguieron a su ruptura en aquel entonces.

Que si el hecho de que el reportero más dicharachero de Barrio Sésamo hubiera iniciado una relación con la cerdita Denise, más joven que Miss Peggy, era una perpetuación de los estereotipos; que si el hecho de que Miss Peggy hubiera sido galardonada por las feministas estadounidenses: incidía en la imagen arisca, totalitaria e intransigente de lo que se ha dado en denominar como feminazis…

Y así un largo rosario de polémicas en derredor, que puede que lleven a muchos a enarcar la ceja, pero que en los Estados Unidos, los medios toman mucho más en serio de lo que podría suponerse.

En el país del dólar, cualquier fenómeno de la cultura popular es susceptible de ser analizado en clave académica. La mejor forma de analizar nuestro tiempo; pasa por estudiar a los fenómenos y protagonistas de la cultura popular. Y estos estudios culturales parece que, poco a poco, van llegando a nuestro país. Pero volviendo a la separación de Miss Peggy y Gustavo, dada la visceralidad y amor por la literatura de Miss Peggy; lo raro es que no se decidiera a publicar un libro sobre su relación. Habría venido a sumarse a una larga lista de venganzas literarias que han tenido como protagonistas a grandes nombres de la literatura.

 

Norman Mailer, tal vez el escritor con más ex esposas, cuya venganza fue escribir un libro.

 

Adele Morales, la segunda esposa del escritor norteamericano Norman Mailer, esperó hasta 38 años para vengarse por escrito de su famoso marido. Tenía razones de sobra para hacerlo. En 1960, tras una más de sus desenfrenadas fiestas, el autor de Los desnudos y los muertos, la apuñaló. Claro que ella tampoco se quedó corta intentando atropellarlo con su coche. Lo de Mailer bate todos los récords, no ya por sus seis matrimonios: sino por el número de ex esposas afrentadas que recurrieron a la letra impresa para vengarse de él.

La actriz Claire Bloom (Candilejas, Poderosa Afrodita, El discurso del rey) se casó con Philip Roth en 1990 tras 15 años de convivencia. No se puede decir que fuera una pareja de jóvenes inexpertos, pero en su libro Adios a una casa de muñecas, la actriz saldaba cuentas con el genial escritor haciendo un pormenorizado repaso a las miserias de su matrimonio.

 

Philip Roth y Claire Bloom cuando eran marido y mujer.

 

Aunque las venganzas literarias más elaboradas y brillantes de la historia, pertenecen por derecho propio a dos mujeres: Louise Colet y Sophia Behrs.

La poetisa Louise Colet, ex amante de Flaubert, sirvió de inspiración para la protagonista de la obra más famosa del literato francés: Madame Bovary. Hoy día, en pleno auge de las redes sociales, que un gran escritor decida inmortalizar tu intimidad en un clásico de la literatura universal: sería el sueño de los miles de internautas que comparten hasta lo más nimio de su rutinario día a día. Pero en el siglo XIX, a Colet no le hizo ninguna gracia. Su respuesta vino en forma de una novela en la que el escritor aparecía como un fanático obsesionado con su obra.

 

Y otra novela fue la respuesta de Sophia Tolstoy (Behrs de soltera) al retrato nada favorecedor que de forma velada, pero obvia, hacía su ilustre marido de ella en su obra: La sonata a Kreutzer.

¿Quién fue el culpable?, fue el explícito título bajo el que Sophia dio su propia versión de la historia. Una obra que permaneció inédita hasta que la Universidad de Yale la publicó conjuntamente con la novela de Tolstoy, y con el añadido de sendos textos escritos por dos hijos de la pareja. Probablemente, Las versiones de La sonata a Kreutzer, que así se titula el tomo: sea la disputa matrimonial más literaria que haya existido nunca.

El contrapunto positivo a estas historias proviene del mundo del cómic. Es el caso del autor de cómics francés Frédéric Boilet y su compañera sentimental la japonesa Aurélia Aurita. Tras numerosos títulos en los que Boilet recreaba su relación con sus parejas niponas (Mariko Parade, Tokio es mi jardín, La espinaca de Yukiko); Aurita con su díptico Fresa y chocolate dio la versión más explícita (en lo sexual) de su relación de pareja con Boilet.

Frédéric Boilet y Aurelia Aurita: una historia de amor contada por sus dos protagonista, que miran atrás sin ira.

 

En los últimos años, si hay una candidata idónea para una nueva venganza en forma de libro en nuestro entorno más inmediato, sin duda, esa sería Patricia Llosa. Si a la segunda esposa de Vargas Llosa le diera por escribir sus memorias: ofertas editoriales no le faltarían, y el éxito de ventas estaría asegurado. La que ha sido su sustituta le asegura el tirón mediático instantáneo. Si la ex del nobel peruano las escribiese, cumpliría con una larga tradición: la de aquellas historias de pareja que nacen envueltas en literatura; y que sobreviven más allá de su fin, gracias a esa misma literatura convertida en arma arrojadiza.

En el caso de Miss Peggy, dado su narcisismo y egolatría insaciable, no nos cabe duda alguna de que de un modo u otro, seguirá sabiendo sacar mucho rédito a su condición de separada.

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Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Una serie de catastróficas desdichas con final bibliotecario

 

El hecho de que el cuadragésimo quinto presidente de los Estados Unidos votase por su reelección en una biblioteca tiene algo de justicia poética. Que uno de los políticos al frente de la Casa Blanca que más ha promovido los recortes a las artes, las humanidades, y por supuesto, las bibliotecas: tenga su canto de cisne (un animal dificilmente asociable a su figura) en una de estas últimas no deja de resultar irónico.

Pero no hagamos leña del árbol caído. Si tanto nos quejamos de los linchamientos digitales, las fake news y demás plagas en redes que tanto ha fomentado el propio Trump: no caigamos en ello. No hace falta ensañarse. Es mejor centrarse en ejemplos como los de Reyna, MK y Jesmyn. Una mexicana y dos afroamericanos que, gracias a las bibliotecas, llevan Making America Great again desde hace años. Este post va dedicado a una serie de catastróficas desdichas que tienen un final feliz, es decir, un final bibliotecario.

 

Trump, feliz, camino de la urna en un hábitat extraño.

 

La vida de Reyna Grande en Los Ángeles, pese a la rimbombancia de su nombre, nada tenía que ver con alfombras rojas. Hija de emigrantes mexicanos, su infancia transcurrió en barriadas donde la violencia pandillera campaba a sus anchas, y el alcoholismo de su padre, hacía de su hogar un territorio tan hostil como las calles.

Cuando empezó a usar gafas, un familiar le dijo burlonamente que parecía una bibliotecaria, y no hubo mejor halago para ella. Fue el bibliotecario de la sucursal Arroyo Seco de la Biblioteca Pública de Los Ángeles, quien le fue recomendando lecturas, que alimentaron su ya innata afición por escribir. Finalmente Grande terminó alzándose con premios literarios por novelas como Across a hundred mountains o Dancing with butterflies.

 

En el otro extremo de los Estados Unidos, en Filadelfia, MK Asante, también se crió en una familia de las que los servicios sociales calificarían como desestructurada. Con un hermano encarcelado, asistiendo a una escuela que más bien parecía una cárcel, y buscándose la vida trapicheando con drogas.

La recomendación del clásico de Kerouac, En el camino, por parte de un profesor, fue el detonante de un cambio de rumbo que ha terminado por convertirle en un escritor de éxito, director de cine, profesor, y hasta músico de hip hop.

 

 

La historia de Jesmyn Ward acumula penurias propias de una película muda de Lillian Gish o Mary Pickford. Nacida al sur del Mississippi en una familia pobre y con padres separados, su historia acumula las muertes prematuras de varios de sus hermanos, intentos de violación y una desvencijada casa de madera, en la que la única escapatoria eran los mundos que le ofrecían los libros. El final feliz llegó con el National Book Award con el que fue galardonada su segunda novela: Salvage the bones.

En 2017 llegaría el segundo National Book Award por su novela Sing, Unburied, Sing. Más recientemente, en septiembre de 2020, su ensayo personal Sobre el testimonio y la reparación: una tragedia personal seguida de una pandemia se publicó en’Vanity Fair’. En él Ward abordaba la muerte de su marido, su duelo, la propagación del Covid-19 y el resurgimiento del movimiento Black Lives Matter.

 

 

Historias, vidas, ejemplos positivos que vendrían muy bien para soltar una nueva soflama (y van) sobre las bibliotecas como refugios ante la adversidad, como instituciones al servicio del progreso de los ciudadanos. Pero vamos a ahorrarnos la música de violines. Mejor nos centramos en dos noticias de actualidad que nos permiten, aunque sea por unos minutos, una tregua esperanzadora en la crónica de este agónico 2020.

En ‘The New York Times‘ han publicado un perfil cultural de Joe Biden. No tanto de sus aficiones o gustos sino de su compromiso con la cultura a lo largo de su amplia trayectoria política. En el artículo lo definen como un consumidor medio de cultura, pero en cambio, varios responsables de entidades culturales lo reconocen como una figura que ha defendido la financianción gubernamental de las artes.

 

Ilustración del ganador de un Pulitzer Barry Blitt para ‘The New Yorker’. Recrea la futura biblioteca presidencial de Biden. Un ala dedicado a Kamala Harris, urnas con su dentadura de madera, su colección completa de una revista sobre ferrocarriles, la abrazadera para la espalda que usó después de cruzar el pasillo demasiadas veces o el holograma de un hipotético tatuaje de Cardi B en su pantorilla.

 

Pero si hablamos del futuro gobierno de los Estados Unidos y la cultura la que, una vez más (y probablemente muchas veces más a lo largo de la legislatura), roba el protagonismo es la vicepresidenta Kamala Harris. Recientemente la hasta ahora senadora demócrata dirigía una carta pública a la bibliotecaria del Congreso: Carla D. Hayden. ¿El motivo?: solicitar la modificación de un encabezamiento de materia. WTF? Perdón por la ordinariez. Pero que una política de primera fila se preocupe de un detalle así, visto desde perspectiva española, no puede más que arrastrarnos al exabrupto.

Cuando la otrora prestigiosa catalogación ha perdido muchísimos puntos en el ranking de lo cool bibliotecario: el debate político en torno a la idoneida de un encabezamiento de materias nos devuelve la importancia de los términos. Catalogar, clasificar, indizar es una forma de ordenar el mundo. Aparentemente pareciera algo mecánico. Pero la subjetividad, como el diablo, está en los detalles. Y entre escoger un encabezamiento de materia u otro puede hay una carga ideológica, histórica, sociológica y cultural que, en ocasiones, carga las tintas donde no debe.

 

Kamala Harris en 2004. Fotografía de Marcio José Sánchez.

 

El caso es que Harris, junto a otras figuras relevantes, ha escrito a la biblioteca del Congreso a cuenta del encabezamiento de materia que la Library of Congress asigna a las obras en torno a la persecución, hostigamiento y matanzas del pueblo armenio en Turquía entre los años 1915-1923. Hasta la fecha el catálogo de autoridades de la institución clasifica dichas obras dentro de la materia ‘Masacres armenias 1915-1923’. En la carta, Harris, argumenta prolijamente la razón por la cual esa entrada en su catálogo de autoridades debe modificarse y pasar a Genocidio armenio 1915-1923.

La exitosa novela de Varujan Vosganian sobre el genocidio armenio.

En su argumentario la senadora subraya la necesidad de que la Biblioteca del Congreso se rija por razonamientos académicos a la hora de definir sus clasificaciones; no por los criterios del Departamento de Estado reacio a admitir el término de genocidio.

Harris recurre al artículo de la Enciclopedia Británica al respecto, entre otras, además de diversas fuentes académicas de prestigio para reforzar la necesidad de que la Biblioteca actúe independiente a los criterios del poder ejecutivo.

Más allá de los pormenores, e incluso de los posibles intereses, la carta nos invita a reflexionar sobre la trascendencia que un simple encabezamiento de materia puede tener. Pero más que nada sobre el papel que las bibliotecas siguen jugando. Si bien estamos hablando de la Biblioteca del Congreso estadounidense, con su enorme capacidad de influencia en el orbe bibliotecario, eso no le resta alcance a la reflexión. ¿Cabe imaginarse algo parecido en nuestro país como no fuese porque beneficiase políticamente, de algún modo, a un bando u otro?

Y para cerrar un último ejemplo de relación bibliotecario-político. No hay que ser crédulos, ni creer en finales felices, menos si anda la política por medio, pero el hecho de que la misma Kamala grabase un vídeo para Los Amigos de la Biblioteca Pública de San Francisco: como poco resulta agradable. Y es que las bibliotecas, mal que le pese a algunos, matter too. Es decir, también importan.

 

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¿Quién le canta a Cervantes?

Hace unos días saltaba a los medios la noticia sobre el hallazgo del que podría ser el primer ejemplar de una obra de William Shakespeare en España. La tragicomedia The Two Noble Kinsmen, escrita alimón entre John Fletcher y el bardo de Avon, fechada en 1634 ha sido localizada por el profesor John Stone entre los fondos del Real Colegio de los Escoceses de Salamanca.

 

Shakespeare y Cervantes unidos por los prodigiosos trazos de Fernando Vicente.

 

Casi de manera paralela, en la edición española ‘The conversation’, el catedrático de Literatura Española e Hispanoamericana, Manuel Ángel Vázquez Medel: denuncia el uso tendencioso e irrespetuoso de la herencia cervantina para apuntalar discursos contrarios a su espíritu. En su título hace expresa su denuncia: Cervantes no sirve para todo.

El caso es que la actualidad, una vez más, hace que los dos genios literarios del siglo XVII vuelvan a cruzarse más allá de la fecha de su muerte. En el 2016, la cultura y el mundo bibliotecario, en especial, vivió intensamente el aniversario de la muerte de ambos. Como no podía ser de otro modo, aquella efeméride, también tuvo su polémica. En nuestro país, claro.

 

El aniversario de Cervantes utilizado también para hablar de la pandemia y de paso atizar políticamente a los contrarios.

 

Una frase camino del tópico: «Si Shakespeare viviera ahora sería guionista de televisión»

Que si los homenajes a nuestro escritor más célebre no iban a estar a la altura; que si, una vez más, quedaba de manifiesto el desinterés por la cultura en nuestro país.

Nada nuevo bajo el sol. Para alimentar el pan nuestro de cada día de rifirrafes políticos: tanto vale una trama de espionaje financiada con fondos reservados que dos insignes literatos.Cuatro años después no vamos a hacer balance retrospectivo. Las polémicas interesadas caducan rápido: pero los autores del Quijote o Macbeth están por encima de todo ese ruido y furia.

Pero sí que vamos a compararlos. No sus obras, talento, ni trayectorias. Para eso ya hay excelentes estudios al respecto. Aquí siguiendo una tónica habitual marca de la casa nos preguntamos: ¿quién está más integrado en la cultura pop contemporánea: el inglés o el español?

 

El año del 400 aniversario de la muerte de ambos, el músico neoyorquino Rufus Wainwright lanzó su disco: Take All My Loves: 9 Shakespeare Sonnets. Lo hizo con la colaboración de otros cantantes y actores, que interpretaban y declamaban, los sonetos shakesperianos musicados y arreglados por él en colaboración con la BBC Symphony Orchestra. Y a raíz de esto nos preguntamos: ¿quién le canta a Cervantes?

Shakespeare está muy presente en la cultura popular del mundo anglosajón. La adaptación de sus obras al cine se mantiene de forma más o menos periódica, el espíritu de sus creaciones es invocado en muchas ficciones que arrasan o ha arrasado recientemente (Juego de tronos, Los Soprano, House of cards, El Rey León…): lo shakesperiano mantiene una vigencia que sigue ampliando su eco generación tras generación. Pero: ¿qué pasa con Cervantes? Siendo su Quijote la novela moderna por antonomasia: ¿se puede decir lo mismo del mundo cervantino?

 

Shakespeare-patito de goma para el baño

 

A Shakespeare lo hicieron pop nada más surgir la cultura de masas que definiría el siglo XX, y sigue resonando en el XXI. Que la obra cervantina por excelencia ha inspirado ballets, óperas, musicales, zarzuelas, cine, series, dibujos animados, no lo vamos a descubrir aquí (más que nada porque en esta web del Centro Virtual Cervantes viene un resumen insuperable).

Las comparaciones son odiosas: pero ahí va la deducción de Perogrullo ¿podría ser que Cervantes fuera menos pop que Shakespeare? 

 

Cualquiera que haya parado en un bar de carretera de La Mancha, y haya visto los souvenirs quijotescos más kitsch imaginables atiborrando escaparates: podría acusarnos de plantear un debate que nace agotado. Pero precisamente por eso.

Mientras que el Quijote queda para souvenirs kitsch, Shakespeare da también para canciones pop y ficciones de rabiosa actualidad. ¿No será que no se ha profanado lo suficiente la obra cervantina?, ¿cómo es que el espíritu tan rabiosamente moderno de El Quijote no tiene más peso en la cultura tan superficialmente profunda, o profundamente superficial, de hoy día? La mayor falta de respeto a un clásico es que cada nueva generación no lo saquee alegremente. El bigote sobre la Gioconda que dibujó Duchamp fue el mejor ejemplo de la vigencia icónica del cuadro de Da Vinci.

 

 

Tal vez sea que aunque hayan alcanzado, como iconos globales, similares niveles de kitsch (souvenirs y demás atentados estéticos variados, mediante); el inglés tenga una dimensión más pop que Cervantes. El estereotipo quijosteco sigue siendo propiedad de la academia, de lo docto, de lo serio: lo cual ha hecho que su impronta en la cultura de masas actual no sea tan acusada.

Metidos en faena, sólo hay que comparar un poco los ecos de ambos en el pop de las últimas décadas para hacerse una idea.

Nada menos que The Beatles en 1967 ya “filtraron” El Rey Lear en su tema I am the Walrus; y desde ahí todo fue un sin parar: Elvis Costello,Lou Reed, Radiohead, The Smiths, Bob Dylan, o bandas que ya le homenajeaban desde su propio nombre:  Titus Andronicus o Shakespeare sisters.

En el repertorio pop cervantino nos encontramos otro tipo de intérpretes. [Inciso: a partir de aquí el texto está minado por enlaces de cuyos impactos al pincharlos no nos hacemos responsables. Pero sin cuyo visionado, aunque sea un fragmento, se pierde mucho de este post].

 

Desde nuestro galán latino por excelencia, Julio Iglesias, con su patriótico Quijote, con bandera gualda en frenético ondear de fondo; a grupos ochenteros efímeros como los franceses Magazine 60 y su inenarrable Don Quichotte en estilo high energy.

Seguimos subiendo de nivel. El astro adolescente británico Nik Kershaw, que mezclaba sin sonrojo alguno a Dalí con bailarinas de samba y flamenco alrededor de su sufrida versión del hidalgo; pasando por la cantante eurovisiva Dana Internacional  encarnando a una Dulcinea del Toboso de lo más diva.

Nos dejamos en el teclado muuuchas otras muestras, pero es justo terminar con algo más reciente, y algo menos chirriante como el homenaje de Coldplay (el de la banda rumana de hip hop Doc & Motzu y su Doc Quijote, deja tan mal cuerpo, que lo dejamos al criterio de cada cual).

El disco del inolvidable Drácula cantando el Quijote: insólito pero cierto

En los 70, los cantautores de la pana hicieron que, para muchos: los poemas de Machado, Miguel Hernández, Alberti o Lorca: se hicieran casi indisociables de las melodías que crearon para ellos.

Desde entonces, salvando casos aislados como Loquillo y sus trabajos con poemas de Luis Alberto de Cuenca o Gil de Biedma: la otrora fecunda simbiosis entre poesía y música pop no se prodiga mucho que digamos.

Visto lo visto, no sabemos si sería mejor abogar porque se siga leyendo a Cervantes; y no tanto porque se le cante.

Para cerrar, sin ningún ánimo de enfrentar al genio inglés con nuestro genio patrio, es justo que cerremos rizando el rizo con un clásico del pop autóctono a costa de la obra del bardo de Avon.

Todo un vídeo digno del programa Cachitos de hierro y cromo que deja claro que en esto del dislate pop ningún inmortal queda indemne.

 

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Literatura infectada

Que una película como Contagio (2011) se convirtiera en la más vista durante las primeras semanas de confinamiento se puede interpretar de dos maneras. Desde un punto de vista positivo: los espectadores que la eligieron querían indagar, a través de la ficción, en lo que suponía una pandemia. Y de una perspectiva menos constructiva, pero igualmente humana, que el morbo por lo apocalíptico forma parte de nuestro ADN. Y quien dice la cinta de Steven Sodenberg dice las numerosas selecciones de libros de ficción sobre pandemias.

 

Orgullo + prejuicios + zombies (2016)

 

El propio director, Sodenberg, declaraba recientemente que pese a haberse documentado sobre los escenarios posibles en una pandemia global: la realidad le ha sobrepasado. Pese a la inquietante fidelidad de la película con lo acontecido nueve años después: el director se ha visto sorprendido por la profunda irracionalidad de muchos de sus compatriotas. La realidad siempre superando a la ficción.

Pero en este post vamos a rescatar ¿del olvido? un fenómeno literario que precisamente coincidió cronológicamente con el estreno de la película de Sodenberg: la literatura mashup. Cuando se publicó el cómic Orgullo, prejuicio y zombis parecía un disparate de lo más divertido. Fue a principios de esta década cuando el concepto de los mashup infectó a la literatura.

Antes que nada habrá que aclarar qué es eso de la literatura mashup por si alguien no lo recuerda o sabe. Nosotros proponemos castellanizar el concepto traduciéndolo como Literatura infectada. Porque de eso se trata: de infectar a unos géneros con otros, de coger clásicos de la literatura y machacarlos, hacerlos añicos convirtiéndolos en historias de vampiros, zombis u hombres lobo.

El término, culturalmente hablando, proviene del mundo de la música. El bastard pop o mashup se concibe como un collage musical que mezcla dos (o más) piezas musicales. En tiempos recientes YouTube se ha llenado de temas pop hábilmente mezclados, en la mayoría de las ocasiones, como una manera de denunciar sospechosas inspiraciones que rozan el plagio. Como si la originalidad siguiera teniendo algún peso en la fábrica de salchichas de la mayoría de música comercial del momento.

Pero centrándonos en lo literario, la mayor damnificada/intervenida fue Jane Austen: desde Sentido y sensibilidad y monstruos marinos, pasando por el ya mencionado Orgullo, prejuicio y zombis o Emma y los vampiros. Pero ni Tolstói se libró del saqueo, y así la robótica enlazó con la heroína romántica por excelencia, en Android Karenina.

Y al cine, por supuesto, también llegó la moda con Abraham Lincoln, cazador de vampiros (2012) o Drácula la leyenda jamás contada (2014). Menos mal que a continuación, Spielberg estrenó su biopic sobre el mítico presidente.

Así al menos, cuando manden un trabajo escolar sobre la figura del presidente a los escolares estadounidenses, tienen un referente cinematográfico más fidedigno. Aunque dado el umbral de incredulidad superado con Trump: creer que un presidente ejercía como un Val Helsing de la política: resulta de lo más creíble. La realidad de nuevo superando a la ficción.

¿Qué artefactos culturales, qué mixturas insospechadas, surgirán de esta crisis sanitaria, económica y social? Un campo de experimentación son las bibliotecas.

En nuestra serie El ángel exterminador bibliotecario planteábamos un confinamiento cultural entre diferentes tipologías de usuarios. En esa ocasión lo hicimos para tomar el pulso a los consumos culturales de grupos muy diversos.Tal vez, con un poco de perspectiva, sería momento de retomar aquella idea y cruzarla con otra serie de este blog: Geopolítica bibliotecaria. Al menos la sospecha de plagio se anula.

The exterminating angel: la ópera del compositor inglés Thomas Àdes que adapta la película buñueliana.

 

Un post mashup entre El ángel exterminador bibliotecario y Geopolítica bibliotecaria. Un cruce entre cómo se desarrollan los hábitos y comportamientos de los usuarios de bibliotecas con efecto zoom (escrito en inglés original con doble intención): de lo local a lo global. Pero para que se dé esta infección aún necesitamos algo más de tiempo. Quede como promesa.

Y mientras llega el momento volvemos a los orígenes, a donde nació el fenómeno mashup, a la música. En un post de Open culture nos hablan sobre si las generaciones son fenómenos naturales o construcciones culturales. Un debate apasionante pero para otro momento. Lo que enlaza con el fenómeno mashup es el proyecto que nos descubren de dos DJ de Chicago: The Hood Internet.

Estos dos DJ y productores, especializados en mashup y remixes, han elaborado una serie de vídeos en los que agrupan 50 canciones lanzadas en un solo año. Desde 1979 a 1988 (por el momento). Aquí elegimos el 86 como podíamos haber elegido cualquier otro. Un collage músico-nostálgico que según los gustos, estéticos y musicales, de cada uno puede resultar indigesto o una delicia.

 

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CDU 133: estanterías bajo sospecha

 

Se pueden leer en los libros muchas cosas más allá de lo que en ellos está escrito. Como si de posos de café, de líneas de la mano o de cartas del tarot se tratase. Es lo que  debió pensar Georgia Grainger, bibliotecaria de Charleston, en Dundee (Escocia), intrigada por el hecho de que en la página número siete de muchos libros de su biblioteca apareciera una señal.

Rápidamente la imaginación calenturienta de Georgia, como buena bibliotecaria, elucubró mil explicaciones para estas marcas. El reciente envenenamiento del espía ruso, en Reino Unido, le llevó a pensar en una red de espías comunicándose en clave a través de los libros de las bibliotecas; también cabía la posibilidad de tratarse del rito oculto de alguna secta; o de un asesino en serie que utilizaba esta táctica como un código secreto.

 

Una de las novelas de la biblioteca escocesa con la página siete marcada.

 

La conjura illuminati, con las bibliotecas de por medio, parecía a la vuelta de la esquina. La explicación, finalmente, resultó ser menos novelesca de lo que Georgia había imaginado.

Según le desvelaron otros colegas con más recorrido: dichas señales o símbolos las hacían los usuarios más veteranos de la biblioteca que, de este modo, sabían los libros que se habían leído y no se los volvían a llevar en un despiste. Que el sistema informático de la biblioteca guarde memoria del historial de sus préstamos les resultaba irrelevante: ellos prefieren el sistema tradicional. La arruga, una vez más, siendo subversiva.

Y a los bibliotecarios escoceses, no solo no les parece mal, sino que les resulta entrañable. Lo realmente intrigante es que cuando Georgia se decidió a compartir su hallazgo en Twitter: empezara a recibir mensajes de colegas desde los Estados Unidos, Australia, e incluso Rusia, que afirmaban que también en sus bibliotecas muchos libros estaban marcados en la página 7. La disidencia digital de la tercera edad traspasando fronteras.

 

El hashtag (#bibliotecariasintapujos) ha dado lugar a una entrada en el Bibliodiccionari que lleva años desarrollando el blog de Biblioaprenent.

 

El subrayado de libros de biblioteca es un asunto que da para mucho y no siempre en negativo. Una de las bibliotecarias enmascaradas que protagonizaban nuestro Menú del día para mujeres bibliotecarias, María, declaraba al rememorar las razones de porqué se había hecho bibliotecaria: «lo emocionante que me pareció abrir un libro que habían leído otras personas«. Una de las maneras de constatar que un libro de biblioteca ha sido leído es encontrarlo subrayado.

Descubrir los fragmentos que han emocionado, interesado, asombrado a alguien anónimo que nos antecedió leyendo ese ejemplar que tenemos entre las manos: puede resultar intrigante. El subrayado invita a fabular con la identidad de quien lo hizo, sobre todo, si lo que subrayó nos conmueve a nosotros también. Un espejismo de compañía como los ruidos tras las paredes en la habitación de un hotel. Hay algo que reconforta al saberse en conexión con las ideas de otra persona que ni siquiera conocemos. Si Nokia ‘Conecting people’, las bibliotecas conectan mentes. El reverso de tanto lirismo es el cabreo monumental que sacude a todo bibliotecario que descubre las páginas de un libro subrayadas. La hipotética empatía intelectual con el desconocido se desvanece en un segundo ante el celo profesional bibliotecario.

 

 

Los mensajes ocultos en libros dan dado para mucho, tanto en literatura, como en cine: pero también en la música. En 2014, el grupo Coldplay, lanzó su disco Ghost stories, y para la campaña de lanzamiento, recurrieron a las bibliotecas. La manera de crear expectación consistió en lanzar pistas, a través de Twitter, para que sus seguidores pudieran localizar nueve sobres que habían sido escondidos en nueve bibliotecas de todo el mundo. Dentro de esos sobres se encontraban las letras manuscritas de las canciones que componían esas historias fantasmales. Si Coldplay cotiza a la baja en el baremo crítico de los que van de cool, desde esa campaña, cotizarán siempre al alza en el mundo bibliotecario.

Pero por mucha poesía y literatura que queramos echarle a los misteriosos hallazgos que podemos encontrar en las baldas de una biblioteca, siendo sinceros, también hay que reconocer que precisamente la estantería dedicada a las ciencias ocultas (pese a que pueda ser de las más frecuentadas por ciertos usuarios) no es de las más queridas por muchos profesionales. Hay números de la CDU que están bajo sospecha, estanterías cada vez más cuestionadas, que no se libran de polémica.

 

 

Jobs trató su cáncer recurriendo a medicinas naturales. Durante toda su vida releyó un libro trascendental para él: ‘Autobiografía de un yogui’ de Yogananda Paramhansa.

El 113 de ocultismo directamente puede dar yuyu a más de un bibliotecario; así como el 615 que acoge los muy cuestionados manuales sobre homeopatía: que está provocando no pocos quebraderos de cabeza cuando los enemigos de todo tipo de medicinas alternativas: denuncian que libros sobre materias, fuertemente cuestionadas por la ciencia, estén presentes en un servicio público. De las inquisiciones religiosas a las científicas.

Un inciso a este respecto: Steve Jobs, dios laico de la revolución digital que estamos viviendo, creía en la homeopatía. Su fe podría deberse a la desesperación al serle detectado el cáncer que acabó con su vida; o en una interpretación cortesía de la casa: a un deseo por tener algún escape al mundo estrictamente racional que estaba ayudando a crear a través de la tecnología. Una necesidad de magia, de milagro, de irracionalidad.

También nos consta que en alguna biblioteca se han presentado reclamaciones por el hecho de que la homosexualidad, desde el punto de vista médico, comparta balda con la drogodependencia al ser englobadas en el número que se corresponde con Higiene general. Presuponiendo un juicio moral por parte de los catalogadores que lo único que hacen es aplicar el criterio numérico de la CDU.

Tanto en el caso del ocultismo como en el de la homeopatía el debate se plantea espinoso: ¿deben atender las bibliotecas a los gustos/demandas de los usuarios sin entrar a juzgarlos? ¿o debe primar el rigor científico y no permitir que supercherías como el tarot, la cartomancia, la numerología o la sanación espiritual hollen las colecciones? ; ¿dónde poner los límites? ; ¿acaso no es libre de creer cada uno en lo que le haga feliz, y a exigir, que la biblioteca pública le suministre lo que le gusta? Una vez más el criterio prescriptor (o más bien: los criterios de selección bibliotecarios) a examen.

 

Esto es lo que aparece si se accede a la web: cómofuncionalahomeopatía.com

 

Y en el tramo final del post vamos a darnos un capricho. Tal vez sea el influjo del bicentenario de la célebre velada en el lago Lemán: en la que nacieron obras seminales de las tensiones entre ciencia y el mundo de lo oculto como Frankenstein (muy presente, pero que muy presente, en algunas bibliotecas) o Drácula: pero el caso es que (copiando a Jobs) queremos refugiarnos en lo irracional, en lo telúrico, en lo innombrable. Será que el exceso de tecnología y ciencia nos hace necesitar que nos sigan seduciendo con lo maldito. Hay mucho donde elegir, pero en este post nos quedamos con una obra de lo más sugerente, en la que creación literaria y malditismo se dan la mano: la novela gráfica El cuarto de Lautréamont.

Todo en esta obra te lleva a la intriga, desde el mismo origen que, aseguran sus autores, tuvo el cómic en cuestión, y que no hay manera de saber si es un relato fidedigno o forma parte todo de una representación.

 

 

Situada en el París de las vanguardias de principios del XX, por sus viñetas desfila un Rimbaud dando sentido pleno a la expresión de enfant terrible o el escritor Auguste Bretagne, que descubre el libro maldito por excelencia: Los cantos de Maldoror, y otros tantos descubrimientos inquietantes en el cuarto que da título al cómic.

«Quiera el cielo que el lector, animoso y momentáneamente tan feroz como lo que lee, encuentre sin desorientarse su camino abrupto y salvaje a través de las ciénagas desoladas de estas páginas sombrías y rebosantes de veneno; pues, a no ser que aplique a su lectura una lógica rigurosa y una tensión espiritual equivalente por lo menos a su desconfianza, las emanaciones mortíferas de este libro impregnarán su alma, igual que el agua impregna el azúcar.»

 

Los cantos de Maldoror ilustrados por Corominas.

Así comienzan los perturbadores cantos que escribió el conde de Lautréamont (seudónimo de Isidore Lucien Duchase) un año antes de morir. Con ese relato de fondo, no es de extrañar que la historia de El cuarto de Lautréamont, sea toda una promesa para los que gustan de atmósferas mistéricas.

Pero no sólo entre las líneas de los libros se vislumbran las puertas a esos infiernos de ficción en los que les gusta recrearse a los amantes del suspense y la intriga. Si hay un lugar común en lo que se refiere a mensajes ocultos, ese sería el relativo a los mensajes subliminales ocultos entre los surcos de los vinilos. El Backmasking o los mensajes descubiertos al reproducir al revés una pieza musical. ,

Aleister Crowley, ocultista superstar.

Desde The Beatles, pasando por los Rolling Stones, Led Zeppelín, AC/DC, Marilyn Mason, Coldplay, Madonna, Ricky Martin, Prince o Nirvana y un largo etcétera, han sido acusados en algún momento, de camuflar mensajes diabólicos entre las estrofas de alguno de sus temas. Y si bien es cierto que la devoción de muchos músicos por figuras como la de Aleister Crowley, ponen fácil este tipo de ideas; el listado se cubre de gloria cuando se añaden nombres como Britney Spears, Paulina Rubio, la cantante infantil Xuxa, o hasta la italiana más española, Raffaella Carrà.

En estos casos, más que invocar al demonio, los temas de algunas de las citadas, invocan al buen gusto. Afortunadamente, éste no se digna a hacer acto de presencia, y nos da la excusa perfecta para exhibir de nuevo esa vena bibliobizarra a la que tenemos tanta fe.

Rememorar nuestra Biblioteca bizarra tiene todo el sentido estos días. La editorial Jekyll & Jill acaba de publicar un libro de relatos del escritor guatemalteco Eduardo Halfon bajo el título: ¡¡¡Biblioteca bizarra!!!. Tal cual. No vamos a dárnoslas de originales, pero ¿es posible que Halfon se inspirase en nuestro blog? No podemos saberlo, pero no deja de ser como lo de los subrayados en los libros: una conexión inesperada con un desconocido.

Tampoco sabemos si las canciones de Luis Brea y el Miedo contienen mensajes ocultos si se las reproduce al revés. A tenor del vídeo que rodó para su tema ‘Dicen por ahí’ lo único que queda claro es que, de contenerlos, invocan sin duda a espíritus iniciados en el culto a lo bizarro. Nada mejor para disipar el olor azufre que rodea al 133 de Ciencias ocultas en la CDU.

 

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Biblioteca de orgasmos, biblioteca de chocolate

 

Publicidad impresa de la marca de productos de higiene masculina Axe: «parte buena, parte mala: esa es la esencia del hombre».

 

Según un artículo de la publicación digital Puro marketing, de hace dos años, el sexo como reclamo publicitario ya no vendía: más que nada por saturación, aburrimiento, hartazgo. Pues bien, alguien debería haber avisado a las agencias que se ocupan de las campañas para numerosas marcas de perfume, moda, desodorantes, agua mineral y hasta quita grasas para el hogar: porque todas, sin excepción, siguen recurriendo al sexo para vender. Visto lo visto ¿está mal que se haga lo mismo para hablar de bibliotecas?

 

Publicidad (nada sexista) del detergente OMO en los años 60: o de cómo poner la lavadora y hacer un estriptís para animar al marido en cuatro fáciles pasos.

Uno de los daños colaterales de 50 sombras de Grey. 

 

En este blog, recién publicado, un díptico bajo el título de Sexo, drogas y tejuelos: cabría pensar que sí. Pero aún a riesgo de que se nos tache de rijosos no podíamos dejar pasar una noticia tan jugosa (ese subconsciente escurriéndose por los adjetivos) como la relativa a una biblioteca de orgasmos.

Y no, no vamos a hablar del fotógrafo Clayton Cubitt y su invento, también de hace dos años, de la Literatura histérica: aquellos vídeos de mujeres llegando al orgasmo, gracias a un vibrador, mientras leían un libro; y que salió hasta en los telediarios (para que luego digan que el sexo no vende). La biblioteca de orgasmos bien podría tomarse como una extensión de la propuesta con la que Cubitt unía orgasmos y literatura: pero dándole la vuelta.

Si el órgano más grande que interviene en la relación sexual es el cerebro: ¿por qué en la siguiente campaña de promoción de la lectura no se recurre a un eslogan del tipo:

si quieres buen sexo ven a la biblioteca

 

En este caso no se podría acusar a nadie de publicidad engañosa. El efecto viral de la campaña sería imparable, el lirismo de puerta de aseo público en los comentarios subsiguientes, también: y el jamacuco del político de turno, seguro. Eso sí, habría que completarla con una letra pequeña que indicase que las bibliotecas no se hacen responsables de los fracasos eróticos de sus clientes. En caso contrario, no habrían hojas de reclamaciones suficientes para desahogar a tanto frustrado por lo poco que la realidad suele avenirse a las expectativas que genera nuestra imaginación.

 

Gama de cosméticos del amor de la marca Bijoux indiscrets.

El clásico de Diderot del que toma su nombre la literaria marca de juguetes eróticos Bijoux indiscrets.

 

En la marca de juguetes eróticos Bijoux indiscrets, es de Barcelona por mucho que parezca francesa (algo de galicismos para variar): lo tienen claro. Por eso ha llevado a cabo un estudio (¿qué sería de nosotros sin los estudios?) bajo el título: Realidad versus ficción en el sexo. Si del dicho al hecho hay un gran trecho, en cuestiones erótico-festivas el trecho se convierte en abismo.

La marca creó una biblioteca digital desde la que es posible descargar los sonidos de diferentes orgasmos. A partir de ahí: pidieron a un grupo de hombres y mujeres que jugaran a diferenciar cuáles eran ciertos y cuáles fingidos. Los resultados fueron de lo más igualitarios: tanto los varones como las féminas no supieron discernir la ficción de la realidad en cuestión orgásmica.

Con esta propuesta lo que Bijoux indiscrets ha querido demostrar es el potente influjo que la ficción tiene sobre nuestro imaginario erótico, y por ende, sobre nuestro comportamiento en estas lides. Según el mismo estudio un 44’7% de las mujeres denotan un imaginario erótico equiparable al de una película romántica; mientras que para un 38,2% de los hombres su idea de lo sexual se aproxima más a una cinta porno. Sin novedad en el frente.

 

El ensayo de Denis de Rougemont un referente a la hora de indagar en los orígenes del concepto del amor romántico en Occidente.

 

Sex criminals mezcla orgasmos y thriller con un punto de partida impactante: cada vez que la pareja protagonista tiene un orgasmo el tiempo se paraliza.

Desde que en la Edad Media los juglares inventasen el amor romántico: la representación de los sentimientos y deseos se contaminó de tanta carga literaria que los estereotipos en torno al amor se enturbiaron para siempre en Occidente. Faltó la llegada de la publicidad, el cine y los medios de masas en la Edad Moderna para que separar el grano de la paja (sin segundas lecturas por favor) se hiciera del todo imposible.

Ahora, en plena apoteosis de lo pornográfico gracias a lo digital: el último reducto de soberanía personal sobre el propio cuerpo, la sexualidad, corre el riesgo de terminar convertido en algo maquinal, mecánico, robótico. Si abogábamos por la reivindicación de lo erótico desde la cultura: ¿qué tal sería una campaña conjunta entre Bijoux indiscrets y alguna red de bibliotecas?

 

Nathan, el programador megalómano de la película Ex Machina (2015) en pleno delirio bailongo (¡¡atención spoiler!!) con su amante robótica. Recientemente un artículo publicado en El País abordaba el más que probable uso de los robots con fines sexuales. ¿Se resolverá así la cuestión del fingimiento en el orgasmo? ¿soñarán los androides con orgasmos eléctricos?

La máquina de follar de Charles Bukowski: cargándose, cada vez más, de poder profético según avanza la robótica en este siglo XXI.

 

La originalidad está sobrevalorada: y la prueba es la segunda parte de este post (absténganse golosos). Acomodados en el mundo de los sentidos recurrimos a un nuevo tópico: el que relaciona al chocolate con el sexo, precisamente por su capacidad para sustituirlo.

Si lo de consumo, luego existo es el principio que sustenta el sistema en el que sobrevivimos, entonces todos somos víctimas propiciatorias del marketing. Música estimulante en las tiendas de ropa, para que todos nos creamos el chico de Martini o Carrie Bradshaw ensayando posturitas frente al espejo del probador; o películas y series televisivas con los decorados más repletos de marcas que el maillot de un ciclista.

Todo vale con tal de transformarnos en perritos de Pávlov, salivando ante la posibilidad de fundir la tarjeta de crédito; y en cuestiones de libros no tenía porque ser menos. Hace unos años la revista Journal of Enviromental Psychology recogía los resultados de un experimento de lo más peculiar, que un equipo de investigadores de la Universidad de Hasslet (Bélgica): pusieron en practica durante diez días en una librería belga.

Consistió en pulverizar aroma a chocolate en determinadas secciones temáticas de la librería, y comprobar si esto afectaba al incremento de las ventas. Y así fue según los resultados del estudio, sobre todo en lo relativo a libros sobre alimentos y novelas románticas. Todo bastante previsible, la verdad.

 

El cuidado y libresco envoltorio en el que se comercializó el Paper Passion de Karl Lagerfeld.

 

Pero como siempre, la noticia nos sirve para plantearnos una reflexión: ¿qué efecto tendría en las estadísticas de préstamo de las bibliotecas adoptar este sistema de marketing olfativo? Si nuestros objetivos se moviesen dentro del canon del buen gusto comúnmente aceptado: se podría recurrir a perfumar las salas bibliotecarias con Paper passion o con L’Air de Rien.

El primero, Paper passion, fue la creación conjunta del perfumista Geza Schoen y el diseñador Karl Lagerfeld para la revista Wallpaper. Se trató de capturar ese olor a libro nuevo con el que se deleita cualquier amante de la lectura: un arma de seducción definitiva diseñada para alterar las feromonas de cualquier letraherido que caerá rendido ante tal atractivo intelecto-sexual. El propio Lagerfeld pronuncio hace tiempo el mejor eslogan para el perfume:

«los libros son una droga de tapa dura, sin peligro de sobredosis. Yo soy la víctima feliz de los libros»

 

La segunda opción para perfumar los ambientes bibliotecarios, a semejanza de como hacen hoteles o comercios de alto standing: sería el perfume creado-inspirado por la actriz y cantante británica Jane Birkin: L’Air de Rien. La perfumista Lyn Harris siguió las indicaciones de la intérprete del Je t’aime moi non plus para crear un aroma que evocase a polvorientas bibliotecas y a libros antiguos recurriendo al musgo de roble, el neroli, el ámbar o la vainilla.

No dudamos que pudiera seducir a algunos usuarios, pero a los profesionales que lidian diariamente con depósitos atestados de donaciones y libros polvorientos: ¿no sería un poco como irse a casa como se van los pescaderos?

Dos opciones para convertir a las bibliotecas en espacios de seducción no solo intelectual, sino también sensorial, sensual. Pero yendo un paso más allá: si Isabel Coixet lanzó aquello de ¿a qué huelen las nubes? en un spot de compresas: aquí nos preguntamos: ¿a qué deberían oler las colecciones según su contenido?

Dulce fragancia de caramelo para la sección infantil, el vigorizante aroma de los cítricos para la sección de deportes; el recio olor a madera y tabaco para empresarios y política; el olor a dinero recién impreso para la sección de negocios; raíces y tierra para la filosofía; fragancias marinas para la literatura de viajes; o un deseo, más que una realidad: el rancio olor de la naftalina para la mala literatura.

El problema sería que los conductos de ventilación confundieran los aromas, provocando una parosmia generalizada entre los visitantes (trastorno que confunde los olores) e hiciera que las fans de Danielle Steel terminasen irremediablemente atraídas por la sección de feminismo, los empresarios por la novela romántica, o los jóvenes por la filosofía. Sería un caos olfativo de imprevisibles consecuencias, y probablemente, más que positivas. Otra forma, mucho más sibilina, de aplicar nuestro concepto de justicia poético-bibliotecaria.

Pero aquí lo dejamos antes de que esto se convierte en una apología de lo orgiástico-bibliotecario digna del final de la novela de Patrick Süskind.

 

Y es que parafraseando el célebre eslogan de la colección de literatura erótica La sonrisa vertical: este post ha quedado para leerlo con una sola mano….porque la otra, lógicamente, hay que tenerla ocupada saboreando un cremoso helado de chocolate, como los del hombre de los helados al que cantaba Tom Waits. Y a ser posible sin que sea en sustitución de nada.

 

 

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Tensión bibliotecaria no resuelta

 

Provocar puede resultar saludable, epatar es simplemente pueril. Puestos en esa tesitura este texto elegiría siempre resultar saludable antes que pueril: pero su planteamiento inicial es confrontar situaciones, circunstancias y asuntos que definen algunas de las problemáticas de las bibliotecas en nuestros días (sin ningún ánimo exhaustivo desde luego) y ahí es posible que surja más de una provocación. Es lo que tiene intentar hurgar en esas tensiones latentes que tácitamente todos percibimos pero, pese a reconocerlas, no somos capaces de saber si se resolverán algún día.

Buñuel duplicó en dos actrices a la protagonista de su película Ese oscuro objeto del deseo (Ángela Molina y Carole Bouquet): en este texto los objetos oscuros del deseo bibliotecario a los que pasaremos revista se quedan en unos pocos, pero sin duda se podrían multiplicar por muchos más.

 

Tanto su título original: The naked jungle=La jungla desnuda, como su título español: Cuando ruge la marabunta (1954) dejan claro que lo que rugía en pantalla, más que las hormigas carnívoras: era la tensión sexual no resuelta entre la pelirroja Eleanor Parker y el tosco Charlton Heston.

 

La primera, e irresoluble, tensión bibliotecaria no resuelta es la que se establece entre responsables políticos y bibliotecarios. Como cada año los gabinetes de prensa de ayuntamientos, comunidades autónomas o de cualquier otro tipo de dependencia administrativa se acuerdan de las bibliotecas cuando se acerca el 23 de abril. Es el Día internacional del Libro y los medios tienen que rellenar espacios, los políticos tienen que fotografiarse haciendo alarde de su amor por la cultura, y de repente las bibliotecas son muy  importantes.

Estadísticas de urgencia, programación de actividades a todo tren, listas de los más prestados, artículos en prensa, entrevistas en radio… Como rezaba aquel vetusto programa de la televisión de los 60: las bibliotecas son reinas por un día. Pero ha querido la actualidad (es así de caprichosa) que este año de manera paralela a los titulares resaltando el compromiso de los políticos con las bibliotecas (que los hay, damos fe de que existen políticos que tienen ese compromiso): haya circulado la noticia de que la Literatura Universal dejará de ser asignatura obligatoria en Bachillerato.

 

El viril y bíblico Charlton Heston todo arrobo e intensidad mirando a los ojos de Stephen Boyd en Ben-Hur (1959). Parece que el ingenuo de Heston no lo sabía pero la marabunta también rugía bajo esa tensión no resuelta entre los dos personajes. Años después Gore Vidal lo desveló para desesperación del ultraconservador Heston.

 

De entre las reacciones, comentarios y declaraciones que ha suscitado la noticia (Premio Cervantes incluido) nos quedamos con la columna de Elvira Lindo en El País: No me llames letrasado. El palabro en cuestión define a la perfección el tipo de cultura que se promueve desde las instancias políticas. Nos cabe la duda de si lo de letrasado proviene de fracasado o de retrasado: en cualquier caso es de esos términos afortunados para definir una realidad desafortunada.

Pese a todo las frases hechas sobre el amor a los libros, las citas de escritores y las fotos de políticos ensalzando a los libros y las bibliotecas han surgido como las amapolas en el campo cada primavera. Y el día 24, a otra cosa, y que las bibliotecas sigan ampliando horarios como salas de estudio y menguando presupuesto para el resto. Total si ya ni siquiera van a fomentar la Literatura en el Bachillerato: ¿para qué otra cosa van a servir las bibliotecas que no sea como salas de estudio?

Así se matan dos toros de un estoque (es que lo de los pájaros está muy visto, y como a los toros les han bajado el IVA antes que al cine, queda más apropiado): se mantiene a los jóvenes estudiando indefinidamente, y se resuelve la falta de espacio en las viviendas que ahora comparten varias generaciones de la misma familia.

 

William Hurt y Kathleen Turner generando tensión en la sudorosa Fuego en el cuerpo (1981): el noir más tórrido de los 80.

 

Pero dejemos a los políticos que bastante protagonismo tienen: quedémonos con los estudiantes. Lo de estudiantes y bibliotecarios es una relación que, en determinadas épocas del año, alcanza unos niveles de tensión, de deseo y repulsión que ni lo de Rhett Butler con Escarlata O’Hara en Lo que el viento se llevó (1939).

Hace unos días se publicaba un artículo en Los Angeles Times con un significativo título al respecto: Menos libros, más espacios: las universidades rediseñan las bibliotecas del siglo XXI. Con ese título poco cabe añadir, pero resumiendo, se constata la presión estudiantil en la Universidad de Berkeley: que ha motivado que cerca de 70000 libros impresos hayan sido trasladados a almacenes para despejar espacios y habilitarlos como: zonas de estudio, de reunión, de trabajos en grupo, e incluso de relax con bicicletas estáticas y libertad para comer mientras se estudia.

 

Bette Davis y Joan Crawford estudiándose el guión de ¿Qué fue de Baby Jane? (1962): porque no solo las tensiones no resueltas de índole sexual tienen cabida en este texto.

 

Que las necesidades del lobby estudiantil estén marcando las pautas en las bibliotecas universitarias es lógico. Pero ¿y en las públicas? Observar las salas de una biblioteca pública en época de exámenes puede ser lo más parecido a la lucha por la supervivencia en hábitats reducidos.

No hace falta irse a Sevilla para perder la silla: los estudiantes colonizan los espacios, expulsan a los abuelos de la zona de prensa, invaden las secciones reservadas para los pequeños, y a poco que se dé la vuelta el bibliotecario para subir al depósito: le quitan la silla del mostrador. Hacen imperar la ley del silencio con un celo que para sí quisieran la Yakuza, la Cosa Nostra y la Mafia rusa juntas; y fulminan con la mirada, cual mutantes de los X-Men, a cualquier carrito con las ruedas desengrasadas.

«Si sigues pensando que una biblioteca es un sitio que sirve para estudiar, Infobibliotecas no es tu revista«: hace unos meses lanzábamos este eslogan publicitando nuestra revista en las redes, y lo cierto es que resume bien la única postura posible desde el punto de vista de una biblioteca pública ante esa marabunta que lo invade todo.

 

Tula y su cuñado en la adaptación que Miguel Picazo hizo de la novela de Unamuno en 1964: tensión sexual en la España más represiva.

 

Y no sería honesto repartir estopa, bueno esto más bien se ha quedado en arpillera: sin incluir al gremio bibliotecario. Afortunadamente un gran número de bibliotecas públicas están atendidas por funcionarios públicos. Pero precisamente esa condición funcionarial es la que lastra en muchas ocasiones el progreso y desarrollo de las bibliotecas.

No es el bibliotecario un gremio al que se puede acusar en exceso de ensimismado: pero arrastra los vicios e inercias de una Administración que tan poco incentiva a los empleados públicos, y que se convierte en refugio para tanto mediocre cuya única vocación no es el servicio público a la cultura, sino el aburguesamiento laboral más inmovilista.

¿Qué dónde está la tensión no resuelta en este caso?: es la que se establece entre los que, siendo o no funcionarios, se apasionan por lo que hacen, creen en el poder transformador de la sociedad que pueden jugar las bibliotecas y, pese a las condiciones adversas en muchos casos, siguen adelante: y los bibliotecarios jurásicos (sea cual sea su edad) que tan solo esperan llegar tranquilamente a la jubilación. Como decíamos en Una verdad (bibliotecaria) incómoda para estos últimos: «ni un mísero responso por su desaparición».

 

Tensión pectoral entre Sophia Loren y Jane Mansfield.

 

En cierto modo la última tensión bibliotecaria no resuelta enlaza con lo de los bibliotecarios jurásicos y los ¿airados? (por utilizar un término con reminiscencias literarias y cinematográficas). Se trata de la tensión hormonal bibliotecaria: (hay otras tipologías bajo esta denominación pero aquí y ahora nos centramos en esta): dícese de la tensión entre bibliotecario infantil y menor entre 9-10 años que era cliente fijo de la sección y que en su proceso hormonal para mutar en púber pre adolescente: es abducido por los videojuegos, las redes sociales y demás cantos de sirena tecnológicos.

Entre las decisiones bibliotecarias inmediatas de los próximos años es posible que sea ineludible el aceptar este «síndrome de nido vacío bibliotecario» para centrarse en los usuarios procedentes del baby boom de los 60 que van a ser mayoría en las sociedades occidentales. Un ejemplo a seguir en este sentido sería la Sala +60 que se ha inaugurado recientemente en la Biblioteca de Santiago de Chile: un espacio para atender a las necesidades de esta gran cantidad de población madura que se avecina. Algo de lo que ya hablábamos en el exitoso post La arruga es subversiva.

En cualquier caso, lo que parece que no perderá vigencia alguna será la tensión bibliotecaria no resuelta entre: la idea de la biblioteca como templo de la cultura y el concepto de biblioteca como supermercado de la cultura.

 

El ama de llaves de Rebeca (1940): tensión sexual no resuelta necrófila.

 

Y aquí cerramos el repaso a algunas de las tensiones bibliotecarias no resueltas. Por obvias hemos excluido las tensiones que, durante todo el año, pero especialmente a partir de primavera cargan de feromonas las salas de las bibliotecas. Esos paseos recurrentes entre las mesas en dirección a los baños o a las máquinas expendedoras de café, esas miradas furtivas entre subrayado y subrayado, ese otear entre estanterías encuadrando determinadas partes de anatomías ajenas. Pequeños gestos que unen a estudiantes, usuarios y bibliotecarios bajo los imperativos de la biología.

Esperemos que por el bien de la cultura, esta primavera y verano, muchas de estas tensiones se resuelvan satisfactoriamente para todos. La represión nunca trae nada bueno.

Y ¿quién mejor que Dita Von Teese para advertirnos de los peligros de no resolver las tensiones que nos colonizan el cerebro no dejándonos pensar más que en lo único? ¿Bibliotecarios reprimidos?, ¿dónde se ha visto eso?:

 

 

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Lectura por grupos musculares

 

Todo va tan rápido que ignoramos las señales hasta que el choque es inevitable. Los cierres de bibliotecas en Reino Unido de los últimos años estaban creando el caldo de cultivo perfecto para el triunfo del brexit. ¿Qué otra cosa más que la cerrazón intelectual y reflexiva (independientemente de lo que se opine sobre la UE) se podía prever del debate público en un país que ha pasado de crear  instituciones como las bibliotecas públicas a cerrarlas a mansalva?

Y las señales, bueno no, las evidencias prosiguen día a día. La última: la amenaza de cierre de bibliotecas en el distrito sur de Londres, concretamente: de la biblioteca de Carnegie en Herne Hill y la de Minet en Myatt’s Fields. Según las autoridades municipales de Lambeth para reconvertirlas en gimnasios. Buena idea, así los hooligans tendrán más sitios donde ejercitarse, y cuando viajen de nuevo a Madrid por un partido de la Liga de Campeones; en lugar de tomarse un relaxing cup of coffee in the Plaza Mayor: humillarán con más brío a indigentes y camareros.

 

 

Aunque hay que ser justo. Activistas londinenses (nos gustaría pensar que de ese 48,1% que votaron contra el brexit) se han movilizado en la campaña Defend The Ten que persigue impedir a las autoridades esta reconversión gimnástica de las emblemáticas bibliotecas del barrio. Tienen argumentos en los que apoyarse: según las estadísticas de 2015 ambas bibliotecas mejoraron en número de visitas, nuevos socios, préstamos y colecciones.

La última acción de esta plataforma Defend The Ten ha sido rodear las citadas bibliotecas con las cinematográficas cintas policiales que señalan el escenario de un crimen. La mayoría, afortunadamente, sabemos de estas cintas por las películas y confiamos en no tener que verlas en la vida real; pero la protesta no puede resultar más elocuente. ¿A cuántos lugares no nos gustaría envolver con las fotogénicas cintas? Pero las autoridades municipales del distrito londinense tienen antecedentes en convertir bibliotecas en gimnasios a pocos kilómetros.

 

La biblioteca de Carnegie en Londres escenario del crimen.

 

En el más céntrico y también cinematográfico barrio de Notting Hill (aquel en donde un modesto librero enamoraba a una estrella de Hollywood): una orgullosa placa en los números 206-208 de la calle Kensington Park Road anuncia The library. Por el aspecto externo podría serlo, y una vez dentro sus salones y espacios dejan claro que allí hubo una biblioteca de verdad: pero la maquinaria que ahora ocupa el espacio del patio central evidencia que hace tiempo se transformó en un exclusivo centro deportivo.

 

The library, el gimnasio inteligente en Notting Hill.

 

Tanto la imaginería que utiliza este exclusivo club, como la terminología que aplica a sus diferentes servicios y actividades, explota el mundo bibliotecario. La pena es que una vez entras en secciones de su web con nombres tan prometedores como The reading room lo que te encuentras es una selección de revistas, artículos y capítulos de libros en PDF sobre alimentación, moda, o por supuesto, deporte.

Nada que objetar, salvo su falta de ambición. Si has creado un gimnasio que parece una biblioteca, si se autodefinen como «el gimnasio inteligente»: ¿por qué no recuperar, aunque sea un poco, el espíritu de la Academia griega?, ¿no resultaría mucho más innovador integrar la oferta propia de una biblioteca a las rutinas para mantenerse en forma?

 

Hugh Grant, que encarnaba al tímido librero en la romántica Notting Hill (1999), también encarnó a Lord Byron en la cinta de Gonzalo Suárez: Remando al viento (1988). El poeta romántico por excelencia fue un gran nadador que, entre otras hazañas, cruzó en una hora el estrecho de Dardanelos en Grecia.

 

Con estas conexiones deportivas-literarias ¿por qué no incluir junto a la preceptiva tabla de ejercicios equivalencias literarias-musicales-cinematográficas-comiqueras….? Cultura por grupos musculares. Si el cerebro es el que hace moverse a los músculos ¿por qué se le utiliza tan poco en los entrenamientos? Promovamos un desarrollo integral. Hasta la tecnología se pone de nuestra parte: las últimas innovaciones en el campo del deporte son fácilmente explotables para nuestros propósitos:

 

Los auriculares Sony Walkman NWWS413

 

Sony acaba de lanzar un walkman resistente al agua dulce o salada, con memoria interna de 4 GB y con una autonomía de 12 horas. En pleno boom de los audiolibros ¿no resultaría estimulante escuchar el microrrelato Natación de Virgilio Piñera mientras se siente el agua discurrir por nuestro cuerpo a cada brazada? ; en un deporte al aire libre ¿no se recuperarían las fuerzas al escuchar que: “la verdadera libertad consiste en el pleno dominio de uno mismo” u otras tantas reflexiones igual de energizantes de Montaigne?

 

El Apple Watch Nike: ¿cuándo van a lanzar un reloj inteligente que, además de los pasos o las calorías, contabilice lo que lees cada día?

 

Apple ha lanzado un reloj en colaboración con Nike para cuantificar tanto el ejercicio que haces como lo que comes o duermes. Este afán obsesivo por monitorizarse, por registrar hasta las intimidades de tu organismo de manera voluntaria: va allanando el camino para que, cuando la Inteligencia Artificial nos rodee por completo, aceptemos su dictadura sin resistencia. Pero puesto que es algo que parece irremediable: ¿por qué no incluir en esas mediciones lo que leemos, vemos y escuchamos?

El casco para ciclistas Coros LINX Smart Cycling Helmet.

El Coros LINX Smart Cycling Helmet, así con bien de palabrejas que le den empaque anglófilo, es un casco para ciclistas que no sabemos muy bien si se ajustará a los preceptos de la seguridad vial. El caso es que permite escuchar música y comunicarnos con manos libres.

Sentir como nuestra cara corta el viento a cada pedalada, mientras nos recitan las deliciosas anécdotas que Miguel Delibes reunió en su librito Mi querida bicicleta: puede que no nos lleve a vestir el maillot amarillo pero el placer del paseo se incrementará a cada kilómetro.

Pero volviendo al gimnasio. Si a Woody Allen al escuchar a Wagner le entraban ganas de invadir Polonia: ¿qué energías no insuflará el agarrar las mancuernas para hacer un press militar al ritmo de la obertura de Los maestros cantores de Nüremberg? Si Blake Edwards nos enseñó en 10, la mujer perfecta que el Bolero de Ravel servía para hacer el amor ¿cuántas calorías no se quemarían a su ritmo en la elíptica?

 

Nicki Minaj, todo elegancia y distinción promoviendo la estética del gimnasio como fábrica de clones a mayor gloria de Mediaset y medios afines.

 

¿Acaso la Primavera de Vivaldi, la Pequeña Serenata Nocturna de Mozart o un vals de Strauss no se avienen mejor al cuerpo y al espíritu que el Black Flame Remix del Anaconda de Nicki Minaj para los sprints, escaladas y pedaleos suaves que exige el spinning? , ¿qué imprevistas conexiones neuronales se activarán al identificar el placer de la música clásica con la rutina de los ejercicios?

 

 

¿Qué relatos serán los idóneos para ejercitar glúteos y femorales? ¿y los más indicados para acompañar el peso libre en el press banca o en las sentadillas? ¿qué autores acompañarían mejor las superseries de peck deck? Se excluyen a Chuck Palahniuk o Murakami por demasiado obvios.

 

Al final al mirarse en el espejo para comprobar los resultados de tanto esfuerzo no se quedaría en un hueco acto narcisista; porque esos bíceps desarrollados serían la consecuencia tanto de las mancuernas como de los microrrelatos de Andrés Neuman; esa espalda musculosa no sería solo por las dominadas sino también por las reflexiones de Marco Aurelio; y esos abdominales bien definidos se habrían logrado al ritmo de la prosa de Ricardo Piglia. El equilibrio entre mente y cuerpo sería una realidad y ese bienestar que pregonan las revistas de tendencias algo más que un mero eslogan.

 

 

La malcasada de Luis Alberto de Cuenca

 

Me dices que Juan Luis no te comprende,

que sólo piensa en sus computadoras

y que no te hace caso por las noches.

Me dices que tus hijos no te sirven,

que sólo dan problemas, que se aburren

de todo y que estás harta de aguantarlos.

Me dices que tus padres están viejos,

que se han vuelto tacaños y egoístas

y ya no eres su reina como antes.

Me dices que has cumplido los cuarenta

y que no es fácil empezar de nuevo,

que los únicos hombres con que tratas

son colegas de Juan en IBM

y no te gustan los ejecutivos.

Y yo, ¿qué es lo que pinto en esta historia?

¿Qué quieres que haga yo? ¿Que mate a alguien?

¿Que dé un golpe de estado libertario?

Te quise como un loco. No lo niego.

Pero eso fue hace mucho, cuando el mundo

era una reluciente madrugada

que no quisiste compartir conmigo.

La nostalgia es un burdo pasatiempo.

Vuelve a ser la que fuiste. Ve a un gimnasio,

píntate más, alisa tus arrugas

y ponte ropa sexy, no seas tonta,

que a lo mejor Juan Luis vuelve a mimarte,

y tus hijos se van a un campamento,

y tus padres se mueren.

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Desnudos integrales sin exigencias del guión (Shakespeare y el porno)

Que exista un libro con el título de Cómo hablar de los libros que no se escanear0001han leído (de Pierre Bayard) deja claro que lo del postureo no deja indemne ni a los amantes de la literatura. La vanidad intelectual quizás sea de las vanidades más absurdas por crecerse ante la ignorancia ajena: dejando al aire el corto alcance del que la exhibe. Si hay algo de lo que alegrarse, y al mismo tiempo agobiarse: es de que haya tanto por leer, y tanto por aprender. Una especie de seguro de vida mental que todo letraherido tiene a mano.

El reverso del libro de Bayard serían aquellos libros que has leído y de los que no quieres hablar. Algo absurdo, cuando lo de alta y baja cultura ha quedado como un anacronismo propio del muy lejano siglo XX: pero que pese a todo persiste en muchas cabezas.

Avergonzarse de ser curioso culturalmente, debería de estar penado: de todo se saca enseñanza, aunque sea la de no volver a repetir. Hace unos años, en la plataforma Tumblr, algún bromista creó una web al socaire del megaéxito de las Cincuenta sombras de Grey bajo el nombre Portadas para hombres: una serie de cubiertas con las que camuflar la dichosa trilogía, y salvaguardar la hombría de los lectores curiosos que querían saber qué estaba removiendo tanto a muchas féminas.

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En esto de expresarse sin tapujos culturalmente, las mujeres ganan a los hombres; no requieren tanta justificación para disfrutar sin subterfugios. Será por aquello de que, pese a lo que pueda aparentar: lo masculino requiere de más construcciones mentales para representarse que lo femenino. Pero dejemos los estudios de género para otro día, y abandonemos el juego del escondite lector, para asistir a su reverso: el exhibicionismo que busca la provocación, y nos convierte a todos en divertidos voyeristas.

Scott Rogowsky es un humorista neoyorquino para entendernos rápidamente, porque si atendemos a la descripción que proporciona en su cuenta de Twitter es: actress, activist, mother (es decir, actriz, activista y madre). Su última performance ha tenido lugar en el metro de la Gran Manzana, y ha consistido en hacer algo tan simple, y que afortunadamente sigue haciendo mucha gente: como es leer un libro mientras se desplaza por el subsuelo de la gran ciudad.

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Taxidermia para humanos: una guía para principiantes

La única peculiaridad es que las portadas de los libros que lee (impresas en tamaño king size) lucen títulos tan sugerentes como: 101 consejos para alargar el pene que puedes hacer en casa, en la oficina o de viaje, Mi lucha para niños (el libro de Hitler), 1000 lugares para visitar antes de que te ejecute el ISIS, Cómo salirte con la tuya en un asesinato: guía para principiantes o Comer ano de manera sencilla: siete leyes naturales para nuevos novios. Una cámara iba registrando las miradas furtivas y reacciones del resto de viajeros, ante la falta de pudor lectora de Scott.

Y mientras Scott pone a prueba la capacidad de sorpresa de los neoyorquinos bajo tierra; entre los habitantes de la ciudad que jamás toman el metro, en el Upper East Side de Manhattan: no sólo se camuflan los libros, sino bibliotecas enteras.

En tiempos de la Inquisición camuflar los libros era sinónimo de rebeldía, de subversión y desafío al sistema: en plena era neoliberal, disfrazar a los libros es símbolo de estatus y escalada social. Al menos eso se deduce de la clientela del decorador de bibliotecas Tatcher Wine, cuyos diseños de bibliotecas lucen en muchos de los pisos del exclusivo Park Avenue.

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Las bibliotecas diseñadas por Tatcher Wine

El resultado es de lo más chic, y se supone que no se trata de libros falsos y huecos, y tras esa elaborada fachada se encontrarán los contenidos que prometen. Otra cosa es si sus dueños se los habrán leído, o si son simples gestos de estatus social y de estar a la última. Durante años, lucir libros en una casa era signo de cierto nivel: todo pequeñoburgués que se preciara debía tener una biblioteca en su domicilio compuesta de clásicos, Biblia y enciclopedias para los niños. Era una manera de imitar a las clases superiores, la mayoría de las veces como simple oropel del deseo de ascenso social.

¿Qué pensaría el director de cine John Waters si visitase una de estas bibliotecas? El director de Pink Flamingos formuló a este respecto, el mejor consejo que se le puede dar a cualquiera, y que debería lucir en el frontispicio de más de una biblioteca:

Libros_John_WatersNo sabemos si por inspiración de Waters, pero lo cierto es que hasta las aplicaciones para ligar están incluyendo a la literatura como reclamo. Que Shakespeare está de permanente vigencia a través de adaptaciones cinematográficas, pero sobre todo, series de televisión mediante (Juego de tronos, Los Soprano, House of cards…) es algo innegable; y en su 400 aniversario está demostrando hasta tal punto su contemporaneidad en la cultura de masas: que incluso las aplicaciones para ligar recurren al Bardo de Avon para hacer más atractiva su propuesta.

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Shakespeare y lo porno

Grindr la pionera en este tipo de aplicaciones para ligar orientada al público gay, ha lanzado un vídeo protagonizado por la estrella del porno Colby Keller en el que recita el texto de Las siete edades del hombre de su obra Como gustéis (buscando paralelismos: a Cervantes ¿quién podría recitarle, acaso Nacho Vidal?). Ahora sólo falta que Tinder, la equivalente para el público heterosexual, copie la idea para que lo de ligar en la era digital se tiña de atractivo literario.

10Nadie como Shakespeare para retratar las pasiones del hombre, las grandezas y las miserias; el tándem pornografía-Shakespeare resulta de lo más natural si lo recita además un representante de una nueva corriente en la industria del sexo. Colby Keller es una estrella del porno, pero también es un artista, antropólogo y comunista, que ha hecho de su incursión en el mundo del porno una herramienta para un discurso teórico-práctico de contundentes premisas:

«El sistema no quiere personas conscientes, reflexivas y sexualmente satisfechas. Nos quiere tristes, vacíos, celosos y con ganas de traicionar al de al lado por un poco de confort extra»

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Porno para mujeres el libro de la directora de cine Erika Lust

En una sociedad en la que el exhibicionismo es una obsesión, la última frontera es la pornografía. La obscenidad publicitaria, política y ética hace que la pornografía esté más que instalada en el discurso de los medios, incluso cuando el sexo no está presente. La gente regala su intimidad a través de las redes; pero la sospecha de un pezón se censura en Instagram. La esquizofrenia de lo políticamente correcto llegando a los extremos.

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Amarna Miller, ¿la estrella porno de los hipsters?

La erotización, el exhibicionismo omnipresente lo satura todo, desactivando cualquier carga subversiva. Tal vez sea por eso, que el último asalto a la legitimidad cultural en nuestros días: sea el acceso de las estrellas del porno a los medios de masas con discursos que descolocan estereotipos.

Las estrellas del porno Sasha Grey, Amarna Miller, o la directora de cine érotico Erika Lust: están ganando protagonismo en los medios generalistas a fuerza de exhibir intelecto sin dejar de reivindicar su presencia en el mundo del porno.

Que su exhibicionismo literario y cultural peque de ostentoso en algún caso, no es relevante, cuando lo interesante no es lo que puedan decir (que también, según el caso) sino el cuestionamiento que su mera presencia plantea sobre cuestiones como: la libertad sexual, el feminismo, la teoría de los géneros, la explotación sexual y laboral o los tabúes que siguen vigentes en el hipócrita discurso de esos masa-media de los que hablaba la querida Chus Lampreave.

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Vistiendo libros, desnudando personas; lecturas de camuflaje, lecturas de exhibición. Empezamos con vacuas formas de disimular las carencias culturales; y terminamos con gente que lo enseña todo, incluso sus gustos literarios. Justo es que cerremos con la banda sonora de la adaptación que Paco León ha hecho de una comedia australiana sobre parafilias sexuales, recién estrenada, a la que desde aquí añadiríamos una que no han tenido en cuenta: la bibliofilia.

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com