En 1939 Salvador Dalí recibió el encargo de montar dos escaparates en uno de los más lujosos comercios de la 5ª Avenida de Nueva York. Como era de esperar el montaje daliniano no podía pecar de convencional en pleno furor surrealista: una bañera peluda, sus célebres teléfonos con forma de langosta o un traje afrodisíaco formado con peppermint y moscas adheridas completaban uno de los escaparates.
El día de su estreno el artista acudió al local y al comprobar que los dueños habían modificado/censurado algunos detalles de su montaje: optó por emprenderla a patadas destrozándolo todo e intentando volcar, sin éxito, la bañera peluda para inundar el espacio. El resultado fue uno de esos incidentes que tan bien quedan (exagerados o no) en la biografía de un surrealista: pasar una noche en los calabozos de una comisaría neoyorquina.
Dalí, como en tantas otras cosas, fue un adelantado a lo que hoy se conoce como visual merchandising: que no es otra cosa que saber vender los productos de forma que entren fácil por los ojos. En el aún humeante último Congreso de Bibliotecas Públicas (humeante como el cañón de un revolver que disparara ideas en vez de balas) la directora del Centro de Desarrollo Sociocultural de la Fundación Germán Sánchez Ruipérez, Florencia Corrionero, relató como en un cuento el proceso mediante el cual dos artesanos locales remodelado un espacio hasta entonces destinado a las obras de consulta, en un escaparate de lecturas de los usuarios de dicho centro. Y es que si en Supermercados de la cultura: oferta del día en ideas propias, ya hablamos de las similitudes centros comerciales-bibliotecas es lógico que ahora hablemos de escaparates.
No es por la resaca navideña, ni por las grafías sensacionalistas con que los comercios pugnan por atrapar nuestra mirada de viandantes en tiempo de rebajas: es que más allá de la arquitectura para bibliotecas con mayúscula, donde se juegan muchas veces el éxito las bibliotecas, como se decía en aquel anuncio: es en las distancias cortas.
La American Library Association lleva unos años premiando los mejores diseños de showcase, que podemos traducir como escaparates aunque no sea estrictamente un escaparate tal y como se entiende en el comercio. Se trata de espacios bibliotecarios rediseñados para cautivar a su público y conseguir ser totalmente funcionales para los objetivos de una biblioteca. Ya se ha abierto el plazo para presentar candidatas: bibliotecas nuevas o remodeladas, espacios concretos o edificios enteros. Como se puede deducir el escaparate bibliotecario resulta un concepto de lo más amplio.
Repasando algunos de los diseños ganadores se encuentran espacios que está claro que han supuesto una inversión, y un elaborado trabajo; pero otros en cambio parecen mucho más asequibles al haber recurrido más al ingenio. El plazo está abierto hasta el 31 de mayo, así que igual alguna biblioteca española se anima, los premios no están limitados al ámbito estadounidense.
Un punto de partida interesante para plantearse un «escaparate» en la biblioteca serían los centros de interés. Las típicas selecciones de fondos según temáticas concretas son una oportunidad única para dejar que artistas y creadores locales intervengan los espacios de la biblioteca, y personalicen los espacios de manera realmente llamativa. Eso, o empezar a incluir cursos sobre escaparatismo para bibliotecarios. Lo nunca visto en el afán de esta profesión por abarcarlo todo.
En la Pasarela BRMU de la Biblioteca Regional de Murcia optaron por confiar mejor en los artistas, y así esa combinación entre ropa, libros, bisutería, películas, complementos, música o cómics: dio como resultado un escaparate que satisfizo tanto las expectativas de los bibliotecarios como las de los diseñadores. Pero sobre todo, y eso es lo importante: las de los clientes.
About Vicente Funes
Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com