Que si Marshall McLuhan, que si Walter Benjamin, que si Andy Warhol, y así un corto etcétera, han sido investidos en algún momento con el aura de profetas de nuestro presente. Y resulta que la más visionaria de todas no fue otra que Mary Poppins.
«Con un poco de azúcar esa píldora que os dan» cantaba allá por los 60 una meliflua Julie Andrews (la misma que enseñaría los pechos por obra y gracia de su marido Blake Edwards en los 80 en S.O.B. Sois honrados bandidos, pacata traducción para Sons of bitch: demostrando que detrás de tanto empalago se escondía una guasona de mucho cuidado): y dicha frase que cantaba la niñera mágica, debería ocupar el primer puesto junto a la warholiana de los 15 minutos de fama, como frases definitorias de nuestro tiempo.
En un mundo digital en el que las tonterías, los chascarrillos, las ocurrencias de barra de bar, las gracietas, ….., ……, ……, (y que cada uno rellene los puntos suspensivos con lo que prefiera): absorben cual agujeros negros el mayor número de tráfico en la Red: cualquier propuesta que aspire a ampliar audiencias se ve obligada a glasearse.
En la Tate Gallery el último «glaseado» ha sido para atraer a jóvenes de entre 15 y 25 años, cuyo interés por las pinacotecas es muy escaso. Por ello, han creado el programa Tate Collectives a través del cual los jóvenes pueden jugar con las pinturas convirtiéndolas en GIFs animados, memes y montajes audiovisuales. Abundando en la idea, organizaron la 1840s GIF Party, a través de la cual artistas digitales y programadores de videojuegos, transformaron las pinturas para convertirlas en divertidos memes que se difundan por las redes.
El artículo de Mar Abad en el magazine Yorokobu da cuenta de las muchas iniciativas que la Tate está desarrollando en pos de seducir a este público joven: y como no podía ser menos, también se hace eco de los recelos que despierta entre muchos amantes del arte. ¿Realmente convertir en juguetitos digitales las pinturas del museo va a hacer que los jóvenes amen la pintura?
Pero este glaseado hace mucho que llegó a las bibliotecas (lo tenían más fácil, mal que bien, todas cuentan con secciones infantiles y juveniles). En la biblioteca de la escuela de secundaria de O’Neill en Downers Grove, Illinois, se han sumado al Desafío Follet: un programa para premiar programas innovadores en la educación. No, que nadie se alarme, no se trata de fomentar la lectura entre los jóvenes a través de las obras de Ken Follet; pero algo del mundo creado por George R.R. Martin, sí que tiene.
Consiste en fomentar la lectura voluntaria a través de la creación de un juego por equipos. Sobre el hilo argumental de la creación de un reino, los estudiantes van ganando puntos según obtienen victorias resolviendo puzzles o realizando piezas de escritura creativa: a través de las cuales van dando forma a ese mundo imaginario. Cada alumno pertenece a una casa (o equipo) y la casa que más puntos acumule, gana el juego. Bien interactuando a través de las redes, el correo electrónico, o en la propia biblioteca del centro; los estudiantes vivieron apasionadamente el juego, e incluso según relata la docente responsable del programa, Tasha Squires, semanas después de concluido el juego, los estudiantes seguían comentando lecturas y escribiendo comentarios.
¿Será que las instituciones culturales deben disneyzarse para sobrevivir? Hacer divertido lo serio, y serio lo divertido. Si incluso nuestros políticos se hacen los juguetones a través de los medios para caernos simpáticos (aunque la sobredosis de azúcar que necesitarían para hacernos tragar esa píldora, corre el riesgo de diabetes): ¿no deberíamos ponernos alerta ante este infantilismo desbocado?
En este sentido, recuperar un extracto de la entrada que Fernando Trueba dedicaba a Walt Disney, en su Diccionario de cine, resulta de lo más oportuno para incentivar el debate:
Disney (Walt): «No me extraña que su autor (refiriéndose a Disney) fuera un simpatizante de Hitler y Mussolini, además del responsable de lesiones cerebrales en varias generaciones. Su posterior saqueo y manipulación de algunos de los grandes clásicos de la literatura lejos de divulgar y dar a conocer los originales (Lewis Carroll, Collodi, Barrie, Kipling, Victor Hugo…) los ha sepultado para siempre bajo una losa de sentimentalismo pringoso, crueldad ilimitada y pobreza visual. El sádico que siempre fue Disney puede verse hasta en la insufrible Fantasía, un proyecto «cultural» que da más miedo que La noche de los muertos vivientes…».
El Diccionario de Trueba se publicó allá por los noventa, mucho antes de que bebés monísimos, gatitos y demás fenómenos virales le comieran los minutos en los telediarios al espacio dedicado a noticias culturales. Habría que preguntarle ahora a Trueba, pero mucho nos tememos que su opinión lejos de suavizarse, se habrá tornado más acérrima. En cambio, es un suponer, que culturalmente francófilo como más de una vez se ha declarado el director de Belle Époque: la noticia que nos llega desde París le agradaría.
No parece que se trate de un acto de resistencia, pero algunos bibliotecarios parisinos lo tienen claro, y a imitación de los grandes gurús de Silicon Valley que educan a sus hijos de forma «desenchufada»: están promoviendo espacios para niños en las bibliotecas sin tecnología de por medio.
Poner a dieta digital a los niños, igual que se les controlan las chuches. Se trata del método educativo Steiner-Waldorf, en el cual los niños acceden al mundo digital en el aula (en el hogar dependerá de los padres) a partir de cuarto curso, los años previos la educación es como la de toda la vida: libros de papel, pizarra y tizas.
Inmersos en este debate, entre los bibliotecarios parisinos se está desarrollando una corriente de opinión que aboga por espacios bibliotecarios para niños sin tecnología de por medio. La biblioteca se convertiría así en el lugar idóneo para desconectar al niño (y al adulto que así lo quiera): ¿postura retrógrada o línea de futuro bibliotecaria que las transforme en alternativas al empacho tecnológico?
Antes de reflexionar a fondo sobre el asunto, lo mejor será tomarnos un respiro procrastinador. Se trata del último vídeo de will.i.am que rodó en el Louvre, y viene muy a cuento con lo del proyecto de la Tate Gallery que abría el post. La canción no es especialmente brillante, aunque resulta pegadiza, y no es la primera vez, ni la mejor en que se ha recurrido a esta idea en un vídeo musical.
Pero resulta tan mono eso de ver a la Mona Lisa animada, con cosas así uno nunca se aburre, es casi tan divertido como algunos vídeos de gatitos en Youtube; pero en cambio en este caso con coartada cultural. ¿Quién puede resistirse?
About Vicente Funes
Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com