Inventos de TBO para bibliotecas modernas

 

En este blog extraemos frases susceptibles de convertirse en memes como quien extrae muelas sin anestesia. Pero es lo que tienen los memes no cabe mucho margen para el matiz. El caso es que al post de la semana pasada le extrajimos la frase (en plan eslogan publicitario para venderlo) de: «El silencio en las salas de una biblioteca es algo a preservar; pero el silencio en las redes sociales es un páramo por el que nadie quiere transitar«. Y oportuna (y amablemente: que viniendo de las redes es algo a destacar) un comentario en Facebook nos puntualizó que estábamos bordeando uno de los tópicos más inmovilistas en torno a la idea de lo que debe ser una biblioteca: el silencio. Pero es que pese a la apuesta que desde este blog hacemos de una idea de biblioteca en constante mutación creemos que el silencio, pese a lo antiguo que pueda sonar, es algo a preservar. Y como aquí no estamos en un meme ahora podemos puntualizar.

 

 

Cuadro de la serie ‘Library 3’ de la pintora Zsofia Schweger en el que recrea la quietud de las bibliotecas.

Vaya por delante que si hay una frase respecto al asunto del silencio y las bibliotecas que nos defina por completo, ésta no es nuestra, es de la Biblioteca de Muskiz (una de nuestras musas) y luce en su muro de Twitter: «El silencio es un servicio que esta biblioteca ofrece pero no garantiza«. Una manera perfecta de decir que el silencio es algo que se puede encontrar pero que no condiciona la agenda de actividades que pueda promover la biblioteca como centro cultural vivo y abierto a los cambios.

En el ranking de países más ruidosos, España, tiene el dudoso honor de ocupar el segundo puesto después de Japón (curioso dato con lo calmados que parecen los nipones). En El País Semanal se dedicó un extenso dosier al ruido como enemigo sigiloso y sus efectos en la salud pública. De los muchos datos que aparecían en dicho estudio uno llamaba poderosamente la atención: los pájaros de ciudad pían mucho más alto que los pájaros de campo. Y es que a eso nos vemos abocados todos (animalitos del Señor incluidos) a hablar más fuerte, más alto, más estruendosamente, no para comunicarnos, sino tan solo para hacernos oír por encima del resto.

 

Cada vez que Marías habla sube el pan de los discursos políticamente correctos que le han convertido en diana. Con motivo del lanzamiento de su última novela tampoco se libró de alguna refriega en las redes.

 

En el 2012 el escritor y académico de la RAE, Javier Marías, declaraba que abandonaba Soria, la ciudad en la que se refugiaba para disfrutar del sosiego de una ciudad pequeña, por la continua verbena en que parecía haberse convertido la ciudad. Marías ya tenía fama de gruñón en el 2012. Seis años de redes sociales después: es atacado por quienes quieren erradicar el machismo forzando el uso del lenguaje o fiscalizando cualquier opinión que disienta de lo políticamente correcto. Ruido en las redes, ruido en los medios, ruidos en las calles, ruido a todas horas para que no dé tiempo a pensar en nada, ni a salirse del discurso más estruendoso.

En muchos municipios los propios ayuntamientos, por un lado, multan infracciones por exceso de decibelios, mientras que por otro, autorizan/organizan/invierten cada vez más en eventos que den vida a las ciudades: maratones, días de la infancia, los perros, la bicicleta, la diversidad…siempre bien acompañados de megafonía amenizando con los éxitos de ayer, hoy y siempre las actividades para martirio de los vecinos.

Las bibliotecas en el siglo XXI: entre verbenas y claustros.

Ante un panorama así ¿deben renunciar las bibliotecas a algo que ya tienen de serie por miedo a perpetuar ese aire de claustro monacal que les exigen estudiantes, jubilados y otras tipologías de usuarios reacios a un concepto de biblioteca más plural y dinámico? Es un debate tan manido que poco se puede aportar sin caer en lugares comunes. Por eso, una vez expresada la salomónica (por no decir cobarde) decisión de optar por una convivencia entre el silencio y el ruido controlado: preferimos fijarnos en soluciones imaginativas que hemos visto aquí y allá.

 

La recién inaugurada Biblioteca de Montserrat Abelló en Les Corts (Barcelona) Fotoo de Ricard Cugat. 

 

La reciente edición integral de Los Grandes Inventos del TBO del profesor Franz de Copenhague.

En la recién inaugurada Biblioteca Montserrat Abelló en el distrito barcelonés de Les Corts: se ha recuperado el magnífico edificio de la fábrica de tejidos de seda y puntas de hilo Benet Campabadal para convertirla en una biblioteca que da prioridad a la inclusión social a través de espacios para makers, de coworking, para trabajos en grupo: con mobiliario y módulos adaptables a cada momento y circunstancia. El objetivo a la hora de estructurar arquitectónicamente los espacios ha sido equilibrar el concepto de biblioteca en el que se preserva el silencio: sin que ello impida potenciar al centro como algo dinámico, lleno de vida y abierto a las interacciones colectivas y el trabajo en equipo.

Pero la mayoría de bibliotecas no tienen la opción de partir de cero en esto de adaptarse a los retos que exige a las bibliotecas la sociedad del nuevo siglo. Por eso, en nuestro empeño por facilitarle la vida a los profesionales aquí van algunas soluciones propias del doctor Franz de Copenhaguen que, desde nuestro gusto #bibliobizarro, nos encantaría ver puestas en práctica en más de una biblioteca.

 

El cono del silencio del Superagente 86: un clásico a recuperar en las bibliotecas de hoy día.

Versión del cono del silencio que permitiría deambular por entre las estanterías hablando animadamente sin perturbar al resto de usuarios.

Cabinas fabricadas como material bélico para aviones en la II Guerra Mundial: ahora perfectamente reciclables para bibliotecas modernas.

Diseño de Skylar Tibbits para Google para improvisar reuniones en grupo en espacios abiertos.

Almohada para aislarse y dar una cabezada en la biblioteca sin importunar a nadie.

Hay que llevar cuidado a la hora de fabricar mobiliario para procurar intimidad. La falta de perspectiva puede provocar geometrías desafortunadas como en este caso.

 

Ya se lo preguntaba León Felipe allá por los años 40 del siglo XX: ¿Por qué habla tan alto el español?Este tono levantado del español es un defecto, viejo ya, de raza. Viejo e incurable. Es una enfermedad crónica”. Felipe, encontraba la explicación rastreando en nuestra historia. Y no le faltaba razón, pero bien estrenado el nuevo siglo, seguimos vociferando, ahora además, en digital.

Por eso el invento del diseñador Govert Flint (un Franz de Copenhague de aire hipster) resulta ideal para las salas de una biblioteca. Se podría llamar una silla-ratón, aunque el nombre que su creador le ha dado es algo más científico: la silla biónica. Consiste en una silla o exoesqueleto (según cómo se observe) repleto de sensores que detectan los movimientos de nuestro cuerpo, y los traducen en los movimientos que efectuamos mientras trabajamos en el ordenador. Adiós al sedentario cibernético, bienvenida la danza frente a la pantalla del ordenador. Cazando moscas en la biblioteca:

Pero poniéndonos algo más realistas, ¿y serios?, recurrimos de nuevo a algunos de los modelos de mobiliario de procedencia nórdica (¿por qué los habitualmente respetuosos noruegos son los que más se preocupan de idear soluciones a la quietud ajena?) que más nos gustan para resolver ese serio problema que tenemos en este país con el ruido.

 

Igloo de los arquitectos Aart Architects fabricado en materiales que amortiguan los sonidos.

Modelos de mobiliario de la marca noruega Buzzihub.


 

Soluciones para todos los gustos: solo hace falta que las partidas presupuestarias vayan a juego. En todo caso reclamemos inventos, pero no de TBO, para resolver el problema de este exceso de decibelios. Reivindicar el silencio, en general, como estado propiciatorio para la reflexión, que no como sinónimo de cementerio, claustro o falta de vida. Y es que determinadas cosas nunca deberían decirse gritando, en todo caso, en susurros para que la falta de eco no nos hunda en la miseria.

 

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Y la biblioteca va

 

El paso del transatlántico en Amarcord (1973) de Fellini.

 

Este texto es la botella de champán (o de cava según preferencias o aversiones) lanzada contra la quilla del 2018. No podemos saber si la botadura será la del Titanic o la del Love boat de la serie de los 70. Puestos a elegir apostaríamos por el operístico barco de la Y la nave va (1983) de Fellini (exquisitos que somos pese a todo): pero recién iniciada la travesía es demasiado aventurado hacer pronósticos.

Y de expectativas y resultados habla la mejor película (según muchos) del hombre-orquesta en que se ha convertido James Franco: The Disaster artist (2017). La crónica del rodaje de la que la que se ha dado en llamar «la peor película de la historia» (como si no hubiera competencia): The room de Tommy Wiseau. No vamos a hablar aquí de la película de Franco, ni de la de Wiseau: ya hay suficientes textos analizándolas por ahí. Partimos de ella porque perpetúa un interés por figuras excéntricas que partió con Ed Wood (1994) de Tim Burton y ha proseguido, no hace mucho, con dos películas en torno a la figura de la millonaria, con ínfulas operísticas, Florence Foster Jenkins.

Solo faltaría un biopic en torno a la española Tamara/Ámbar/Yurena: para que el retablo de personajes cuya visión de la realidad (y de sus aptitudes) no coincide necesariamente con la del resto: se completara. Pero por mucho que se aprovechen tan singulares figuras para reflexionar sobre el talento, la creatividad, y sobre la delgada línea que separa lo sublime de lo ridículo: lo que proporcionan estos anti-héroes culturales, sobre todo, es alivio. Alivio al constatar que, no ya la mediocridad, sino incluso la ineptitud no es obstáculo para perseguir los sueños. Quijotes por todas partes.

Una auténtica bomba de relojería-fábrica de futuros ninis carne de reality. ¿No habrá detrás de todo una confabulación entre Coelho («lucha por tus sueños o los demás te impondrán los suyos») y Mr. Wonderful para terminar de derrumbar lo poco que todavía queda en pie de un cierto pudor cultural? No lo llame pop, llámelo cultura titulaba muy certeramente la revista ‘Jot Down’  un reciente diálogo a tres sobre el triunfo absoluto del género fantástico, con los superhéroes a la cabeza, en el panorama actual. Mientras tanto, Alan Moore, el genio de los cómics, responsable de regenerar el género superheróico en los 80 con Watchmen: lleva años denunciando la «catástrofe cultural»  que supone esta avalancha de héroes en mallas.

Por contra, un representante de lo que hasta hace poco se daba en llamar alta cultura, el catedrático de Historia del Arte, Ximo Company, con motivo del lanzamiento de su libro sobre Velázquez declaraba en ‘El País’: «La erudición atrofia la contemplación de la maravillosa pintura de Velázquez«. Viene a sumarse a la defensa que Benito Murillo, uno de los mayores expertos en el Barroco español, hacía de uno de los últimos virales de la Red: Velaskez ¿yo soi guapa?: ensalzando su tono didáctico y reivindicativo a ritmo de trap.

El vídeo del youtuber Emilio Doménech elevando al altar de la cultura digital el vídeo de la Menina trapera.

 

¿En qué quedamos: nos hundimos en la tontería más absoluta o aprovechamos esa liviandad para enriquecernos libres de corsés y dogmatismos? El peso cultural para las nuevas generaciones es abrumador, siguen necesitando matar al padre: pero ahora lo tienen facilísimo porque la historia se ha partido en dos.

Hasta los años 2004-2006 servían las siglas de d.C. para situarnos cronológicamente, al menos en el mundo occidental: ahora para entender cualquier diagnóstico cultural, social, político… hay que recurrir a las siglas d. F. o d. T., o lo que es lo mismo: después de Facebook, después de Twitter, o de Instagram. No ha sido tanto internet lo que ha partido la historia en dos sino la irrupción de las redes sociales en los, ya lejanos, inicios del siglo XXI.

 

El tuit con el que anunciaba, en 2010, la Biblioteca del Congreso de Washington que iba a archivar todos los tuits.

 

La Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos acometió con una determinación ¿digna de mejor causa? el archivo de todos los tuits publicados desde el arranque de Twitter: y ocho años después ha tirado la toalla.

El escritor Lorenzo Silva ha sorprendido a muchos al anunciar su abandono de las redes sociales, tras acumular muchísimos seguidores, y haber sido uno de los literatos más activos en nuestro país durante los últimos tiempos. La demanda absorbente de Twitter (Facebook lo abandonó hace tiempo ya) ha sido el motivo esgrimido por Silva para argumentar su abandono. Michael Ende acertó en todo al describir a los ladrones de tiempo en su clásico Momo, salvo, en dibujarlos como trajeados hombres de gris. Los ladrones de tiempo del nuevo siglo visten informales, con deportivas, alegres colores y trabajaban en Silicon Valley. Ya lo decíamos en El tiempo en nuestras manos:

 

«cualquier servicio público (o privado) que aspire a sobrevivir a esta revolución digital lo primero que tiene que ofrecer a sus clientes es tiempo.»

 

¿Nos estamos abonando de nuevo al género catastrófico? Nada más lejos de nuestra intención. Aunque un día resultaría de lo más interesante establecer una comparativa entre el género catastrofista de los 70 (esos aeropuertos, esos colosos en llamas, esos Poseidones hundidos, esos tiburones…, que se suponen daban cuerpo a los miedos sociales del momento) y sus equivalentes con efectos digitales de nuestros días (esos maremotos, tsunamis, hecatombes medioambientales, atentados e invasiones zombis).

 

Una de las insignes muestras del catastrofismo cinematográfico de los 70: La aventura del Poseidón.

 

Pese a todo aquí seguimos (y contra todo pronóstico incluso puede que algo mejor que dicen que el agujero de la capa de ozono se ha reducido: ¿o será una fake news promovida por la administración Trump?). «Al final las obras quedan las gentes se van. La vida sigue igual» que cantaba un Julio Iglesias que hoy los millenials reconocen más por ser protagonista en muchos memes que por sus logros profesionales.

Y no le faltaba razón al truhán-señor. Las redes sociales, como la televisión en su momento la radio o el cine, han venido para quedarse. Pero, como todo, también pasarán: pasará este furor estúpido, pasara esta dependencia absurda, y luego vendrán otras. ¿Cómo podíamos antes vivir sin móvil? Y una vez tengamos los chips convenientemente instalados en el cerebro nos preguntaremos ¿cómo podíamos vivir enganchados al móvil?

«Que paren el mundo que yo me bajo» ahora es más factible que nunca. Puede uno bajarse y subirse al mundo (digital) en cualquier momento recuperando el mando (y no nos referimos al de la tele). La revolución tecnológica va tan acelerada que te puedes apear de cualquier red, artilugio o sistema operativo sin miedo a perderte nada: porque como todo caduca tan rápido, vivimos en un pensamiento tan cortoplacista que, cuando vuelvas a subir, te habrás ahorrado unos cuantos sistemas operativos diseñados para durar menos que un yogur. E incluso tendrás una perspectiva, que los que no han dejado de girar en la rueda cual hámsteres, extraviaron hace tiempo.

Ante este dejarse llevar, o más bien arrastrar, es necesario reivindicar la incomodidad. Nos sometemos a dietas, ejercicios que nos producen agujetas (cuando no lesiones), a tratamientos estéticos, intervenciones quirúrgicas, prendas que nos aprietan («para presumir hay que sufrir»): aceptamos todas esas incomodidades pero ¿somos incapaces de aceptar la incomodidad a la hora de pensar?

 

El faquir Musafar fundador del movimiento cultural conocido como el primitivismo moderno, precursor del arte de la modificación corporal.

 

No se trata de cambiar la comodidad del mobiliario de las bibliotecas por asientos para faquires: pero el concepto de biblioteca faquir resulta de lo más atractivo. La biblioteca como un continuo desafío a nuestra mente, que nos impida acomodarnos o amuermarnos, y que incite a nuestro cerebro a mantenerse alerta, huyendo del pensamiento único y retándonos a pensar por nosotros mismos.

En la película de Fellini que citábamos al principio: un grupo de representantes de la alta sociedad viajan en un lujoso barco a esparcir las cenizas de una célebre soprano a su isla natal justo cuando estalla la I Guerra Mundial. Un mundo en desaparición, el de esos aristócratas que compiten entre sí a golpe de arias; y el de una Europa abocada al primer abismo que se abría en la historia moderna. Ahora también estamos ante varios abismos, pero pese a todo, la biblioteca sigue yendo. Si aparentemente nos lo quieren poner tan fácil, desconfiemos, pongámonoslo un poco incómodo nosotros. Nos va en ello la lucidez.

 

 

Va la nave, va la biblioteca y va este texto. Tommy Wisenau, el director de The Room, cuando comprobó que el público se tomaba a chufa su intenso melodrama decidió venderlo como comedia. Todo es susceptible de cambiar. Como ejemplo esta escena de El resplandor (1980) con banda sonora de risas enlatadas propias de una sitcom televisiva. Un cortocircuito a nuestras neuronas de espectadores pasivos adiestrados en lo previsible. Si el verdadero arte tiene la obligación de molestar, de incomodar, de desconcertar, entonces, esto debería considerarse arte. Como la película de Wiseau.

 

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Desmontando el 2017

 

 

Descontextualizar frases suele ser algo muy feo. Salvo que quien lo haga sea quien las ha escrito. Las motivaciones pueden ser variadas, pero en este caso, nos ayudan a desmontar el año que se fue. Veinte fragmentos (han quedado fuera muchos posts pero era inevitable) en los que sintetizar lo que ha sido el 2017 en este blog.

Algunas dan para eslóganes, otras probablemente no quedarían mal pintadas con espray sobre un muro cual grafiti: pero para lo que de verdad quisiéramos que sirvieran es como frases de autoayuda. Autoayuda bibliotecaria: a ser posible sobreimpresas sobre fotos de libros, amaneceres, flores, bebés y gatitos. Incrustadas en memes, convertidas no ya en virales, sino en víricas, tan usadas y tergiversadas que se terminen usando en sentido contrario al que se dijeron. En eso, en definitiva, consiste el éxito en digital. ¿O no?

 

«las bibliotecas no quieren ser respetadas, es más, necesitan que les falten al respeto cada vez más. Que las intervengan, las cuestionen, las reinterpreten, las invadan, las revivan, las sacudan: en definitiva que alejen de ellas esa respetabilidad de damas decimonónicas con que algunos políticos las siguen imaginando.»

 

Extraído de: 

La revolución empezará en la biblioteca

 

«Si el órgano más grande que interviene en la relación sexual es el cerebro: ¿por qué en la siguiente campaña de promoción de la lectura no se recurre a un eslogan del tipo: si quieres buen sexo ven a la biblioteca»

 

Extraído de:

Biblioteca de orgasmos, biblioteca de chocolate

 

«Las bibliotecas no tienen genes pero eso no les impide “cruzarse” con otras instituciones, servicios públicos o conceptos»

 

Extraído de:

Crossover bibliotecario

 

Síndrome de Estocolmo bibliotecario: “Dícese del peligro de contaminación intelectual inherente al hecho de visitar una biblioteca. Se concreta en posibles efectos devastadores sobre las propias creencias por el hecho de vagar de manera errática entre sus colecciones. Puede dañar seriamente la capacidad para sostener discursos únicos y puntos de vista acérrimos.”

 

Extraído de: 

Síndrome de Estocolmo bibliotecario

 

«¿qué bibliotecario en un momento de debilidad, o mejor, de duda: no ha pensado en dejarse llevar por la creatividad al rellenar los formularios de Alzira del Ministerio?»

 

Extraído de:

Estadística creativa para bibliotecarios soñadores

 

«¿realmente se saca todo el partido que podría sacarse a los best sellers […] en las bibliotecas? ¿Cuántos de esos amantes pasajeros de la lectura que recalan en las bibliotecas arrastrados por los vendavales del marketing editorial son seducidos por los bibliotecarios para empresas de más enjundia?»

 

Extraído de:

50 sombras bibliotecarias aún más oscuras

 

«La CDU como instrumento de disidencia, como discurso contestatario que provocase estanterías alteradas y por ende: un nuevo orden ¿mundial? ¿serán los bibliotecarios los illuminati de la cultura?»

 

Extraído de:

CDU para bibliotecarios inconformistas

 

«Auguramos un gran éxito (aunque sea en exotismo) a la primera biblioteca que se anime a poner en práctica la blasfemia bibliotecaria definitiva que aquí ofrecemos: un club de lectura de prensa rosa.»

 

Extraído de:

Club de lectura de prensa rosa: bibliotecas en el candelabro

 

«¿Cuándo se podrá de moda en los gimnasios el bodybook, o el reading en circuito, el pilates literario o la zumba poética?»

 

Extraído de:

Del bodybook a la zumba poética: entrenamientos de biblioteca

 

«tensión hormonal bibliotecaria […] : dícese de la tensión entre bibliotecario infantil y menor entre 9-10 años que era cliente fijo de la sección y que en su proceso hormonal para mutar en púber pre adolescente es abducido por los videojuegos, las redes sociales y demás cantos de sirena tecnológicos.»

 

Extraído de:

Tensión bibliotecaria no resuelta

 

«hay un golpe de estado cultural en ciernes y en el nuevo orden mundial aún queda por saber en qué lugar quedarán las bibliotecas.»

 

Extraído de:

Lobbies de biblioteca

 

«Las bibliotecas públicas son un escollo, un obstáculo, un invento que rápidamente hay que “anacronizar” para que el pueblo vuelve mansamente al redil. Las bibliotecas públicas son un artefacto que hay que desactivar cuanto antes porque contienen millones de recursos para cuestionar el discurso de la servidumbre voluntaria que se están imponiendo casi sin resistencia.»

 

Extraído de: 

Hoteles para ricos, bibliotecas para pobres: se buscan disidentes

 

«La cultura era sinónimo de progreso social. En estos tiempos de rentabilidad inmediata no tenemos tan claro que la cultura siga siendo un activo que proporcione alguna ventaja laboral en el futuro.»

 

Extraído de:

Amor, pedagogía…y drag queens en bibliotecas

 

«La biblioteca del siglo XXI puede y debe hablar de todo, y debería acudir al rescate del erotismo desde la cultura. Que su única contribución fuera la de proveer de obras tipo Cincuenta sombras de Grey […] sería empobrecer algo tan interesante y necesario.»

 

Extraído de:

Sexo, drogas y tejuelos. Cara A

 

«El que no sea adicto a algo que tire la primera china […] optamos por el uso y abuso del LSD. Un LSD que […] en nuestro caso, equivale a Leyendo Sin Descanso. Nadie te asegura que no tenga efectos secundarios, y hasta perjudiciales, pero puestos a alterar nuestra mente que sean las bibliotecas nuestros camellos.»

 

Extraído de:

Sexo, drogas y tejuelos. Cara B

 

«las bibliotecas, esas locas milenarias empeñadas en maquillarse, operarse, recauchutarse y estirarse lo que haga falta con tal de seguir resultando lozanas: siguen obcecadas en dar munición al disidente, al librepensador, al que se niega a alimentarse culturalmente por lo que dictan las leyes del mercado.»

 

Extraído en:

En paradero conocido: la biblioteca

 

«el turismo de masas, a pequeña escala, también se practica en las bibliotecas ¿Qué bibliotecario, alguna vez, al enfrentarse a la visita guiada de un grupo de adolescentes hormonados o de pensionistas hiperactivos (es lo que tiene tanta vejez activa): no se ha sentido como el guía de un viaje organizado?» 

 

Extraído de:

Turoperador bibliotecario

 

«Esto es la jungla y pese a la pátina tecnológica todo sigue reducido al ancestral dilema de comer o ser comido. Tal y como están las cosas hay que elegir: o que experimenten contigo o que ser tú el que experimenta. Y para esto último no hay mejor lugar que la biblioteca.»

 

Extraído de:

La biblioteca como experimento

 

«Imaginemos pues que en uno de esos días en que la biblioteca está de bote en bote: suena la megafonía avisando del cierre del centro: usuarios y bibliotecarios, sin saber el porqué, no consiguen cruzar el umbral hacia la calle. ¿Qué pasaría?»

 

Extraído de:

El ángel exterminador bibliotecario I

 

«Ambiguas entre lo impreso y lo digital, maquilladas para seducir al público, bulliciosas cual centros comerciales de la cultura y el ocio. Bibliotecas de género fluido o travesti, según el caso.»

 

Extraído de: 

Bibliotecas de género fluido

 

 

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

El ángel exterminador bibliotecario V

 

[Continuación de El ángel exterminador bibliotecario IV]

 

TEDEUM DIGITAL

 

Un ángel de Hollywood visitó el rodaje de Buñuel en busca de un paraíso menos artificial que el de la Meca del cine.

 

En el clásico buñueliano que llevamos cinco semanas fusilando desde prisma bibliotecario: los dignos representantes de la burguesía son liberados por el ángel una vez han perdido toda dignidad.

La adaptación al cómic de la película de Wim Wenders sobre dos ángeles más compasivos que exterminadores.

En nuestra versión de la historia no serían las necesidades básicas, ni siquiera los espacios compartidos los que provocarían la ruptura del contrato social. En el siglo XXI lo que llevaría realmente al límite la convivencia sería el momento en el que el ángel exterminador cortase por lo sano toda posibilidad de acceso a la tecnología digital. Entonces el mundo sí que se vendría abajo: tanto para ricos como para pobres, frikis, hipsters, jóvenes, maduros o cualquier otra tipología de usuarios que pudieran quedar encerrados en una biblioteca.

Y el final sería aún más contundente que el del nuevo encierro en la iglesia tras el tedeum con que Buñuel concluyó magistralmente su película. Cuando finalmente nuestro ángel exterminador levantase su maldición y los dejase marchar: serían las fuerzas de seguridad las que acordonarían la biblioteca para impedir que saliesen. Las autoridades sanitarias lo justificarían como una medida preventiva ante los síntomas detectados de una extraña infección que les obligaba a tenerlos bajo estricta observación. Nada como una alerta sanitaria para acallar cualquier crítica.

 

Entre el aluvión de telefilmes nórdicos que TVE compró a saldo para sus sobremesas se emitió hace poco el telefilm alemán: La dieta digital (2016). La historia de una madre que somete a una severa dieta digital a su familia. Cuando  las historias basadas en hechos reales dejan paso a las nuevas tecnologías para mecer nuestras siestas de sofá: es que algo grave está pasando.

 

Elogio del papel: contra el colonialismo digital. Roberto Casati blasfemando en papel.

Y es que tras semanas de convivencia offline, tras días de mirarse a la cara sin mediar pantallas de por medio, tras entretenerse, aprender y comunicarse sin redes sociales, correos electrónicos, ni dispositivos móviles: se habrían convertido en disidentes digitales, en prófugos del discurso único de las maravillas de la tecnología, en herejes del culto en masa al Dios de Silicon Valley. Y eso, el statu quo digital en el que vivimos, no podría aceptarlo sin someterlo a cuarentena.

Sería como una confirmación de lo que pregonan agoreros como el periodista canadiense David Sax que recientemente publicaba en «The New York Times» un artículo sosteniendo que Nuestro romance con lo digital se ha terminado. Sinceramente no creemos que Sax tenga razón al ser tan taxativo en su titular, ni tampoco querríamos que ese romance se terminase.

Puestos a mantener los pies en el suelo en nuestro enamoramiento con las nuevas tecnologías nos convencen más argumentos como los de la socióloga estadounidense Amber Case: «La tecnología nos está desconectando y esclavizando» y su apuesta por las calm technologies como parte de la solución. Esa tecnología que «informa pero no exige nuestra atención» que en1995 definieron Mark Weiser y John Seely Brown como «tecnología calmada»: no parece que goce de gran predicamento en nuestros días. Ahora todo son moscardones digitales zumbando alrededor las 24.

 

 

Así que abonarse a teorías como las que plantea el músico e ideólogo Ian Svenonius en su ensayo Te están robando el alma (Blackie Books) se convierte en algo menos loco de lo que su contenido sugiere en la contracubierta. En la que varias de sus aseveraciones afectan indirectamente a las bibliotecas:

«Te aconsejaron que te afeitaras el vello púbico para que fueras más insensible y mecánico. Te dijeron que abrazaras Apple para arrebatarte todas tus posesiones. Te obligaron a trabajar gratis en Wikipedia como trabajaron otros esclavos en las pirámides. Te engancharon a series de HBO para que solo quisieras comprar y mirar. Nunca crear.»

 

Apple, Wikipedia o series son asuntos que atañen al mundo bibliotecario. Lo de la depilación púbica a primera vista no se puede asegurar pero seguro que también. Con estos mimbres ¿cómo no íbamos a quedar rendidos los creadores de un reto como el de #bibliobizarro (que a punto está de cumplir un año) a las teorías de Svenonius? Para más inri, al rematar en su última página, nos apela directamente:

 

 

EN 1971 el activista Abbie Hoffman vio publicado su obra: Roba este libro. Un manifiesto en toda regla del ideario contracultural del momento; y un libro problemático en principio para tener en una biblioteca sin suficiente presupuesto para reposiciones. El caso es que si Hoffman quería inspirar a los jóvenes para que se rebelaran contra el gobierno y las grandes empresas: Svenonius aspira a hacer lo mismo promoviendo, más que el hurto, el que se escondan sus libros en las bibliotecas. Pero se equivoca en una cosa (al menos en lo que atañe a las bibliotecas): las bibliotecas (públicas) son una anomalía del sistema.

Las bibliotecas forman parte de la disidencia pese a haber abierto de par en par las puertas al nuevo régimen digital: no excluyen a nadie al procurar pértigas con las que cualquier ciudadano puede salvar la brecha digital; y además, proporcionan asilo a cualquiera que desee desentumecerse los sentidos desenchufándose. 

No hace falta (al menos en nuestro país) meter ningún título de Svenonius de contrabando en las estanterías de las bibliotecas porque en una búsqueda en el catálogo colectivo de bibliotecas públicas aparece hasta en 13 redes de bibliotecas el anterior ensayo de Svenonius: y si el más reciente, Te están robando el alma, no aparece: es más por lo reciente de su publicación (octubre) que porque no vaya a estar presente en más de una.

Leyendo la diatriba de Svenonius contra Apple no puede uno más que pensar en las bibliotecas:

«Apple ha puesto el mundo patas arriba al convertir las posesiones en un símbolo de pobreza, y el hecho de no tener nada como signo de riqueza y poder ¿Por qué tener una estantería cuando Google ha robado todo el contenido mundial de libros para difundirlo? […]  Los libros son pesados, sucios, polvorientos y se desintegran en tus pulmones. ¿Por qué debería haber enciclopedias cuando existe un mundo wiki? Y así sucesivamente. ¿Por qué debería haber tiendas de discos, librerías, […] cines, teatros, óperas, bibliotecas, colegios, parques […] Los espacios públicos, los mercados y la interacción entre las personas son primitivos, propensos a los gérmenes y peligrosos. Al fin y al cabo todo se puede hacer en línea. ¡Ni que fuéramos primates!»

 

El show original de televisión sobre acumuladores de cosas.

 

Para reforzar su teoría Svenonius hace referencia al programa de televisión Hoarders (Acumuladores de cosas): un pseudoreality sobre personas al borde de sufrir el síndrome de Diógenes que ya emite en nuestro país el canal Discovery. Una manera de degradar socialmente al que persiste en su amor por lo físico al tildarlo de enfermo, de pobre, de cutre. Apple, según Svenonius, le tiene miedo a los «acaparadores». Como sostiene: «el acaparador posee ‘cosas’, artículos como libros y discos que constituyen pistas sobre un pasado en el que esta clase de cosas eran una reserva de conocimiento, indicadores, tótems de significado.»

Steve Jobs que estás en los cielos santificados sean tus productos: el fundador de Apple como un dios en la portada de The Economist.

Las bibliotecas entrarían claramente en la categoría de «acaparadores»: es decir de los que dan miedo a los señores de Internet. Nos lo creamos o no, tanto da, nos encanta.

Si Steve Jobs aspiró a convertir la tecnología en una religión, con legiones de conversos, iluminados y devotos seguidores: cuando una religión evangeliza y hace proselitismo a gran escala: lo primero que ha de procurar es arrojar al foso oscuro del paganismo a las que la precedieron.

No es de extrañar que las religiones ancestrales, ante tamaño intrusismo, le planten cara al nuevo culto.

 

Es el caso del Día Nacional del Desenchufado que se celebrará por noveno año consecutivo promovido por Reboot, una organización dedicada a promover los valores judíos, sus tradiciones, cultura y formas de vida. Para ello invita a todos sus seguidores a desconectar móviles, dispositivos, ordenadores y demás artilugios los próximos 9 y 10 de marzo de 2018. El proyecto se incluye dentro del Manifiesto Sabbath: una adaptación de los rituales de los antepasados judíos para reservar un día a descansar, desconectarse, relajarse, reflexionar, salir al aire libre y conectarse con sus seres queridos. Y para facilitarlo hasta distribuyen fundas para guardar los diferentes gadgets y no caer en la tentación.

 

La última novela de Ray Loriga: una vuelta al mundo feliz de Huxley en la sociedad de la transparencia promovida por las nuevas tecnologías.

 

Nadie puede discutirle a la religión las estrategias de marketing más exitosas de la historia. Su pompa, sentido del espectáculo y puesta en escena han intentado ser superados por regímenes totalitarios, estrellas del pop, y espectáculos deportivos: pero ninguno ha alcanzado su maestría. Las multinacionales se esfuerzan por vendernos estilos de vida, valores y maneras de ver el mundo a través del consumo: y erigen centros comerciales como en el medievo se erigían catedrales.

En ese contexto las bibliotecas y sus acólitos serían los herejes, los paganos, los primitivos que siguen rindiendo culto tanto a dioses analógicos como digitales: y se resisten al monoteísmo cultural practicando el sincretismo. Podría decirse que están a medio camino entre las iglesias (por el silencio) y el centro comercial (por la oferta). Pero aún guardan un as en la manga que apela a los instintos más básicos: el rito.

Coger un libro de una estantería en una biblioteca requiere de un ritual, de un acto físico, de una cierta liturgia: elegir, hojear, tocar, abrir, incluso olerlo como quien se persigna – en caso de que sea novedad, de lo contrario, mejor no olerlo – llevarlo hasta el mostrador de préstamo, mostrar el carné de biblioteca como quien exhibe la oblea, y orgullosamente, entregárselo al funcionario para que se complete el sacramento de una cultura pública y gratuita. Está claro que la narrativa desaforada y conspiranoica de Svenonius nos ha impregnado hasta el tuétano.

 

El fundador de Facebook avejentado y cambiado de sexo gracias a la aplicación Face App.

 

Si la tecnología digital llega a arrumbar a sus predecesores en la cuneta del progreso será porque consiga lo que ningún otro invento humano ha logrado hasta la fecha: que sintamos la experiencia de ser otro (ni egoísta sexo virtual, ni las maravillas de la realidad inmersiva, ni robots, ni IA) sentirse, físicamente, en piel ajena. Si la difusión del conocimiento gracias a la imprenta ayudó a que la humanidad pudiera entender algo mejor a sus semejantes: el invento de Gutenberg será derrocado definitivamente por el byte cuando este consiga ampliar el conocimiento convirtiendo la empatía no en un estado mental sino en una realidad física. Y así hombres o mujeres, oprimidos u opresores, viejos o jóvenes, ricos o pobres: alcanzarían otro nivel de evolución hasta el momento desconocido.

Los burgueses que protagonizaban la película de Buñuel no pareciera que hubiesen aprendido mucho de su encierro. Los grupos de usuarios que hemos mantenido enclaustrados durante estas últimas semanas en nuestra adaptación bibliotecaria: tampoco podemos estar seguros de que lo hayan hecho. Apostaríamos a que sí, pero como no podemos estar seguros, nuestro final también es abierto.

 

 

Like an angel passing through my room (Como un ángel atravesando mi habitación): el tema de ABBA habría sido un dulce y preñavideño final sobre que el poner la palabra FIN. Pero resultaría poco honesto. En cambio, Angel de Massive Attack, y sobre todo su vídeo abierto a mil interpretaciones ajustadas al sentido de lo que hemos contado: es lo que nos pedía esta historia. Seguir la senda o salirse de ella; escapar o darse la vuelta y encarar lo que venga; marcar el camino o que te lo marquen.

 

 

FIN

 

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

El ángel exterminador bibliotecario IV

[Continuación de El ángel exterminador bibliotecario III]

 

ALEVINES VERSUS SÉNIORS

 

Nos vamos acercando al final de esta adaptación del clásico buñueliano al ámbito de las bibliotecas. Sin duda podríamos seguir hurgando en más situaciones y grupos sociales que conviven en las bibliotecas públicas: pero toda serie por buena que sea, o haya sido, tiene que saber cuándo echar el cierre (¿verdad?: creadores de Los Simpsons, The Big Bang Theory, Homeland, Modern Family…). Lo cual no quiere decir para nada que esta sea buena. De hecho al plantearnos escudriñar diferentes tipologías de consumidores culturales enclaustrados en una biblioteca hemos terminado montando un culebrón de sobremesa. De esos que da igual que des una cabezada o te saltes algún episodio que rápidamente retomas el hilo.

En esta penúltima entrega nos vamos a centrar en dos grupos que nos abarcan absolutamente a todos en diferentes grados: jóvenes versus maduros, o tirando de terminología deportiva: alevines versus séniors.

 

Viñeta de la adaptación al cómic del relato de F. Scott Fitzgerald: El curioso caso de Benjamin Button.

 

Si los 50 son los nuevos 40, los 60 los nuevos 50, los 70 los nuevos 60: de tanto retrasar el reloj va a llegar un momento en que los 0 años van a ser los nuevos 122 (que es la máxima esperanza de vida del ser humano hasta ahora). En los años cincuenta norteamericanos en los que surgió el actual culto por la juventud: distinguirse de los mayores era muy sencillo. Pero ahora, empeñados en aparentar lozanía (física más que cultural, todo hay que decirlo), los que entran en la madurez se lo van a poner cada vez más difícil a los jovencitos.

Fantástica fotografía de Mary Ellen Mark en la década de los 80 en España: la nueva juventud del momento frente a frente a las viejas generaciones.

El más reciente, y sensato, ¡¡ZASCA!! en toda la boca (pero ¡qué de juveniles quedamos en Infobibliotecas usando estas expresiones!) en los medios a cuenta de los enfrentamientos generacionales: se lo ha propinado la siempre certera Elvira Lindo a un despistado Álex de la Iglesia. Todo ha venido motivado por unas declaraciones del director de cine en las que, para expresar lo poco que le importa que los jóvenes puedan usar el móvil para ver películas, declaraba que: «el talibanismo ese de que el cine es una cosa proyectada se lo dejo a señoras mayores y gente muy seria».

Muy atinadamente, Lindo, (que solo se lleva tres años con el cineasta) en su columna de «El País» se reconoce como una señora mayor y repasa los grandes beneficios que el consumo cultural de esas «señoras mayores» está reportando a las librerías, los cines, los teatros, los museos, las cafeterías, y por supuesto, las bibliotecas (ya habló del bien que hacen las mujeres maduras a los clubes de lectura). Álex de la Iglesia, que podrá gustar de declaraciones epatantes, pero no es ningún patán: pronto ha reconocido su desliz y se ha reconocido él mismo como una señora mayor.

 

Fotograma de la película Wild in the streets (1968)

 

«Los viejos tigres tienen miedo» o «Si tienes más de 30 estás acabado» eran dos de los eslóganes con que se vendió la película Wild in the streets (1968) estrenada en nuestro país con el título de El presidente. La trama tenía miga: una estrella del rock de 24 años se convierte en presidente de los Estados Unidos, se legaliza el consumo de LSD, todo es libertad y se termina enviando a los mayores de 35 años a campos de concentración para ser reeducados. En 1968 esta distopía generacional podía tener su gracia, pero a día de hoy no tendría la menor oportunidad.

Viaje a Sils Maria (2015) es una de las reflexiones recientes más brillantes sobre la madurez, el culto desmedido a lo juvenil, y la aceptación del paso del tiempo.

Si hablamos de consumos culturales, la tecnología ha igualado, y mucho, a los que aún consumen cultura y no solo entretenimiento.

En últimos datos estadísticos publicados por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte sobre el uso de eBiblio, la plataforma de préstamo de libros electrónicos en bibliotecas públicas en 2016: no se contemplaba la franja de edad de los usuarios. Y probablemente sea este dato el que más sorpresas pueda dar.

Mucho se ha hablado, y se habla, de lo «digitalizada» que está la juventud: pero lo cierto es que la mayoría de los que recurren a la lectura digital son mayores de 40. Tiene su explicación: por un lado, la presbicia, y por otro, por pertenecer a generaciones en las que el hábito de la lectura aún conserva su prestigio.

Pero que los jóvenes lectores (de literatura) opten por el papel, como sostienen varias encuestas publicadas en diversos países, se constata con echarle un vistazo al canal de cualquiera de esos booktubers que tienen miles de seguidores en Youtube. Todos suelen rodar sus vídeos con el fondo de sus bibliotecas personales, y los libros que recomiendan siempre los muestran en formato impreso, nunca en la pantalla de un eReader (en este caso las pantallas no resultan fotogénicas).

Al final va a resultar que los emigrantes digitales, como pasa con todo converso, son los más fascinados por lo digital. Tiene su lógica: aún conservan la memoria de un mundo predigital, siguen siendo capaces de experimentar, aunque sea un poco, el sentido de lo maravilloso (ese sense of wonder al que apelaba Spielberg en los 80 y que ahora se empeñan en reanimar con series como Stranger things). Algo difícil de reproducir en los que ya han nacido bajo el signo del byte cuyo sentido de lo maravilloso se les entumece cada vez a edades más tempranas.

 

 

Pese a todo aún hay espacios para el encuentro intergeneracional mientras llegan los «nuevos humanos» (cyborgs y demás). La reciente entrevista que la revista «Jot Down» le hizo al escritor Jesús Cañadas dio tan buenos titulares para nuestro gremio, que no es de extrañar, que al compartirla en Twitter fuera tan retuiteada. «El conservatorio de los escritores son las bibliotecas públicas» con declaraciones de este calibre es normal que Cañadas nos tenga en el bote. Pero más adelante termina por erigirse en santo patrón bibliotecario al sostener que «la generación literaria que va a salvar la literatura son los nuevos jóvenes lectores». Y eso dicho por un treintañero.

Y es que por mucho que en la guerra mundial por los contenidos de la que hablaba Frédéric Martel en Cultura mainstream: la segmentación por edades asegura que las industrias culturales sigan dando beneficios: existen puntos en los que tanto jóvenes como maduros pueden conectar a través de sus gustos culturales.

 

Contarlo para no olvidar: el último libro de Maruja Torres con un título muy ad hoc para lo que hablamos en este post.

 

¿Qué podría exterminar este ángel en los jóvenes que hubiesen quedado atrapados en la biblioteca de nuestro relato?: su falta de antecedentes, la falta de curiosidad que tan bien le viene a las multinacionales para poder seguir vendiéndoles, una y otra vez, el mismo producto abocándoles a un alzheimer cultural que les haga consumidores dóciles. ¿Y a los séniors?: aprender de la falta de prejuicios con que consumen cultura las nuevas generaciones que no atienden a pedigrís engolados: tan solo a si les gusta o no.

Como decía Maruja Torres en una entrevista con Buenafuente: a su edad (74) cada día es una novedad porque nunca ha sido tan vieja y ahora lo está experimentando por sí misma. La curiosidad/intriga sin fin, que lo que más te fastidie de morirte no sea la desaparición en sí (que también) sino el no poder enterarte de qué pasa después. Lo de «un capítulo más y me acuesto» convertido en filosofía vital. Nos suscribimos desde ya a ese elixir de eterna juventud.

 

 

CONTINÚA en El ángel exterminador bibliotecario V

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

El ángel exterminador bibliotecario III

[Continuación de El ángel exterminador bibliotecario II]

 

VIAJEROS VERSUS TURISTAS DE BIBLIOTECA

 

Estereotipados los gestos los maniquíes bailan, cantaba German Coppini. En nuestra taxonomía improvisada de consumidores culturales en vez de bailar: leen. Puede que también bailen, pero no al mismo tiempo. Y puestos a estereotipar más allá de lo friki o lo hipster: seamos democráticos y prosigamos la observación del encierro que arrancó hace dos semanas con otras dos tipologías de consumidores culturales: los turistas y los viajeros de biblioteca. Es una analogía facilona, cierto, pero nos sirve para entendernos. De hecho ya la insinuábamos hace un tiempo con estas palabras al referirnos a los usuarios de biblioteca:

«Los atrapados por los cantos de sirena del marketing seguirán, acaso, visitándolas como turistas de tour operator. Pero los que aún ejercen su libre albedrío serán como los viajeros que se toman su tiempo, y se pierden por los callejones que forman las estanterías»

Letraheridos (si nos ponemos cursis) versus amantes de los best sellers; lectores con criterio versus lectores que buscan entretenerse; lectores curiosos versus lectores que «no quieren nada que les haga pensar ni sufrir mucho»: y así podríamos continuar ahondando en una brecha clasista, prejuiciosa, y hasta con tintes sexistas, si creemos a las estadísticas según las cuales la mayoría de los lectores pertenecen al género femenino y sus preferencias se decantan por la narrativa. Si tanto queremos que la gente lea: ¿qué más da lo que lea? Una vez dado el pego de igualitarios vamos quitándonos las caretas. 

 

¿Lectora de best sellers de rubio oxigenado y con chándal versus dama de alta cuna lectora de literatura de calidad? La artista Cindy Sherman siempre sacándonos de aprietos a la hora de imaginar estereotipos.

 

La tregua (al menos eso dicen) que parece estar dando la crisis ha hecho que diversas administraciones hayan ido incrementado las inversiones en materia cultural. Desde el gobierno central se lanzó el Plan para el Fomento de la Lectura 2017-2020, en algunas comunidades autónomas se ha aumentado el presupuesto en materia cultural, e incluso en otras se ha aprobado, o se tiene en previsión, sus propios planes de fomento autonómicos.

La lectura cotiza al alza como objetivo en el que merece la pena invertir el dinero público en materia cultural sin que nadie aparentemente lo discuta. Faltaría saber si por convicción o por no salirse del discurso políticamente correcto en materia cultural. Que lean los niños para aprender, que lean los jóvenes para madurar, que lean los ancianos para mantener la mente activa, que lean las minorías para empoderarse (sic), que lean todos: pero mientras sermonearnos para que se lea le seguimos dando a la tecla.

 

#Meleoencima es el hashtag-lema bajo el que se ha lanzado el reciente Plan de Fomento de la lectura de la Región de Murcia. Una comunidad en la que parecen empeñados en que la lectura se convierta en una necesidad fisiológica más. Hace solo dos años también lanzaron una campaña de pegatinas con códigos QR en las puertas de los aseos de su Biblioteca Regional para que los usuarios se descargasen relatos breves en sus móviles.

 

Estos días es noticia el Anuario de Estadísticas Culturales 2017 por su esperanzador diagnóstico respecto a los libros. De entre los datos más llamativos se ha convertido en titular el referido al aumento del gasto en libros en los hogares españoles: de 47,2 euros de media en 2015 a los 60,6 que invirtieron en 2016.

Picoteando cual gallinas en busca de pienso estadístico en el INE también extraemos: que del 58,7% de personas que habían leído libros en el periodo 2008-11 pasamos a un 62,2% en el periodo 2014-15; que de los 20 millones de usuarios inscritos en bibliotecas en 2012 se pasó a casi 22 millones en 2014. Paralelamente el personal a tiempo completo al servicio de las bibliotecas en 2014 se retrajo en 193 trabajadores respecto a 2012. Si los datos fueran los del 2016 no nos cabe la menor duda de que la reducción de plantillas resultaría mucho más dramática.

Los datos que sí eran del 2016 eran los del Barómetro del CIS sobre hábitos de lectura que en cambio resulto bastante desolador con ese 39,4% que reconocía no haber leído ningún libro durante el último año. Si levantamos la cabeza del pienso, según estos datos, los españoles leen menos (dependiendo de quien lo pregunte) pero compran más libros; y se apuntan más a las bibliotecas pero tienen menos personal para atenderles. Paradojas del panorama cultural patrio o la fiabilidad de las encuestas una vez más al aire.

 

Las más de 600 páginas del Inferno de Dan Brown frente a las 167 de Javier Marías: ¿comparativa tendenciosa? Para eso están las comparativas.

 

El ensayo de la historiadora de arte Amy E. Herman que aspira a mejorar las habilidades para observar y percibir lo que nos rodea partiendo del arte.

Evelio Martínez Cañadas, hace unos meses, se preguntaba en BiblogTecarios: ¿Lo importante es que la gente lea?  Hay que fomentar la lectura a costa de lo que sea: pero ¿qué es lectura? ¿saber leer? Si es por eso ahora se lee más que nunca. Curiosamente los best sellers (esa literatura propia de los turistas de biblioteca) son cada vez más y más gruesos: mientras que los ensayos y demás géneros literarios, últimamente, han sometido sus lomos a una severa dieta.

El loable empecinamiento porque se lea a cualquier precio no es otra cosa que una defensa de un concepto de lectura según el concepto predigital de cultura. En tiempos en que las recomendaciones en redes sociales o las agresivas publicidades de las multinacionales han terminado de dar la puntilla a la figura clásica del crítico especializado: ¿somos realmente más libres a la hora de elegir qué leemos, vemos o escuchamos?

Seguimos defendiendo un concepto de cultural decimonónico sin terminar de ver que todo, absolutamente todo está interconectado a la hora de formarse/entretenerse: fomentar la lectura no debería ser solo fomentar la lectura impresa (tanto da en papel como en pantalla), debería contemplar también el fomento de la lectura de las imágenes, de la lectura de los sonidos (nada manipula más que el binomio imágenes+música), de la lectura de los códigos artísticos que se manejan en la actualidad, de la lectura de los videojuegos; y todo cuanto conforma eso que denonimamos cultura. Y ninguna institución más apropiada para ello que la biblioteca pública: en tiempos en que ya nadie puede arrogarse el papel de faro inequívoco por el que guiarnos.

 

 

En la veterana (y exquisita) revista de cine «Dirigido» llevan publicados varios artículos que plantean un debate abierto en torno a lo que supone la crítica en nuestros días. Se podría decir que la crítica cinematográfica está viviendo su propio ángel exterminador; su propio proceso de encierro consigo misma para intentar vislumbrar su futuro en este panorama incierto. La mítica crítica de cine estadounidense Pauline Kael dijo unas palabras que podemos extrapolar a las bibliotecas:

«la grandeza del cine es que puede combinar la energía de un arte popular con las posibilidades de la alta cultura»,

y esa tal vez también sea la grandeza de las bibliotecas públicas. Kael fue un repulsivo en el campo de la crítica cinematográfica a la hora de combinar desprejuiciadamente alta y baja cultura. Y es que la figura del crítico, con todos los reparos que se le quieran poner, sigue siendo necesaria aunque sea por la vidilla que da al mundo cultural (¿qué sería de un estreno de Almodóvar sin una crítica de Carlos Boyero?).

 

La influyente crítica de cine estadounidense Pauline Kael (1919-2001)

 

La previsible reedición del relato de Javier Cercas con la portada de un fotograma de su adaptación cinematográfica.

Y sin dejar el cine, pero de vuelta a lo de la lectura, curiosamente se han estrenado recientemente dos películas, españolas para más casualidad, que giran en torno al mundo de la literatura.

Por un lado la adaptación de un relato corto de Javier Cercas (El móvil) dirigida por Manuel Martín Cuenca: El autor (2017); y otra adaptación, en este caso de una novela inglesa, de Isabel Coixet con La librería (2017). Sin entrar en valoraciones críticas (aunque los títulos de crédito de la primera con música de José Luis Perales ya apuntan maneras) lo cierto es que el discurso sobre la creación literaria y los libros no es especialmente novedosa. Lo cual no es malo, a priori, si a cambio te ofreciera tensión (en el caso de El autor) o emoción (en el caso de La librería).

Pero pese al enfrentamiento alta/baja literatura representado en el enfrentamiento entre marido y mujer en El autor: ella, exitosa autora de best sellers; él, escritor frustrado por querer hacer literatura «de verdad»: el discurso, tanto en una como en otra, sobre la literatura se recrea en el concepto más canónico de lo que se sigue entendiendo como cultura respetable. Un predicar a convencidos, una renovación de votos, una absolución sin penitencia para quienes cada vez leen menos: pero retuitean todo mensaje edificante que llega a sus pantallas incitando a que los demás lean.

 

Libro y adaptación cinematográfica.

 

La excelente adaptación de la obra del dramaturgo Juan Mayorga.

El director François Ozon, hace cinco años con su adaptación de En la casa de Juan Mayorga: sí que dio en el clavo. En esa historia la escritura, la creación, la literatura, la cultura era fuente de emoción, de inquietud, de pasión: y conseguía arrastra tanto a viajeros, como a turistas de biblioteca a una historia que enganchaba hablando de cultura.

Pero la guinda a este rifirrafe literario-cinematográfico a cuenta de la lectura, los viajes y los turistas de biblioteca proviene de las redes. Uno de nuestros astronautas bibliotecarios favoritos nos ponía sobre la pista del estudio, recién publicado por la revista Scientific Studies of Literature (¿y quién es esa?), que sostiene que leer ciencia ficción hace que leas peor.

Manual ideal para talleres de escritura creativa, para aprender a escribir alta literatura.

 

Según lo que resume Uvejota, en su estupendo blog, el citado estudio viene a ser la última muestra de los prejuicios que siguen recayendo sobre los géneros a la hora de valorarlos como literatura respetable.

Puede que el abuso de estilemas, términos, tramas, recursos narrativos, personajes y escenarios predisponga a una atención lectora más descuidada: pero ¿acaso no pasa lo mismo con el resto de textos? ¿acaso los textos con vitola de cultos no recurren a convenciones narrativas o estilísticas que aspiran a pasar la prueba del algodón de su público?

Algún día habrá que hacer un estudio comparativo entre los textos ensayísticos que dieron en la diana a la hora de predecir nuestro presente; y las obras de ciencia ficción, escritas o rodadas, (tanto da) que anticiparon lo que sucedería.

CDU: una flor por deshojar.

Ya va siendo hora de acabar con los falsos compartimentos en los que se quiere seguir separando los conocimientos. Puede que la CDU sirva para disgregar las ciencias de la novela, la tecnología de la poesía, la informática de la filosofía, o la economía del arte: pero que sea solo en las estanterías, nunca en nuestras mentes.

Y aquí lo dejamos, con las espadas (de juguete) en todo lo alto. Poniendo el punto y seguido con cine: concretamente con una escena de Amor y letras (2012) una película no especialmente memorable (ni tampoco despreciable) pero que, precisamente por eso, ejemplifica bien todo lo dicho hasta el momento:

 

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About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

El ángel exterminador bibliotecario II

[Continuación de El ángel exterminador bibliotecario I]

 

FRIKIS VERSUS HIPSTERS

 

Ha transcurrido casi una semana. Sobrevivir en los espacios amplios y relativamente cómodos (teniendo en cuenta que no están preparados para pernoctar) de una biblioteca de nueva planta en nuestros días: no es lo peor que te puede pasar si las circunstancias te obligan a convivir enclaustrado.

Las máquinas expendedoras de sándwiches y refrescos están prácticamente sin existencias, pero la ranura del buzón de devoluciones que da a la calle permite que familiares y amigos suministren alimentos a los recluidos. Dentro de lo excepcional, y una vez superados los comprensibles ataques de ansiedad y pánico ante lo absurdo de la situación, una cierta organización rige los hábitos diarios de los recluidos. Hay mucho y diverso con lo que entretenerse. Incluso algunos, una vez ingeridas las suficientes dosis de ansiolíticos en forma de redes sociales y pantallas, han empezado a husmear entre las estanterías en busca de evasiones/consuelos en papel.

 

Aprenda cómo vestirse para ser beatnik, hippie, punki, indie, hipster…,en definitiva, toda modernidad tiene su recortable para homologarnos en una exclusividad fabricada en serie.

 

Una vez descritos someramente los aspectos más prosaicos de este remake bibliotecario de la película buñueliana nos podemos centrar en lo que realmente nos interesa: la convivencia entre grupos culturales, sociales y demográficos diversos en un mismo territorio. Lo de Frikis vs. hipsters con que hemos titulado esta segunda entrega es definitorio hasta cierto punto. Si bien se puede considerar que son de los grupos más fácilmente representables en cuanto a formas y modos de consumo cultural: hay otros segmentos de población no tan tipificables que igual de interesantes. Pero empecemos por lo fácil.

La editorial Ma non tropo lleva publicados varios ensayos que abordan las cuestiones más serias en relación con iconos frikis como los superhéroes.

 

En el enfrentamiento frikis versus hipsters nace
viciado desde el principio porque ya conocemos el resultado. No se trata de que el combate esté amañado: es que los frikis ganan por goleada. Contar con la fidelidad de un público friki es una auténtica bendición para una biblioteca en la actualidad. Nadie como ellos para apasionarse, para convertir en éxito las actividades culturales que se programen y coincidan con sus intereses. Pero cuidado, nadie como ellos para abandonarte si no estás al día.

Es un público exigente, con mayor nivel cultural que la media (la ciencia ficción les hace interesarse por la ciencia; el manga o Star Trek por aprender otros idiomas; el Señor de los anillos, y sus sucedáneos, les despiertan la curiosidad por el medievo y la historia en general; la ciencia ficción de nuevo les arrastra sin freno hacia las nuevas tecnologías;  y así un largo etcétera). En los planes de formación de las diferentes administraciones ya deberían incluirse cursos en cultura friki para bibliotecarios.

 

 

Un tratado de lo más tronado sobre la cultura friki en toda su vasta e inabarcable amplitud.

La socióloga Cristina Martínez se ha erigido en la voz más autorizada académicamente para abordar el mundo friki en nuestro país desde que obtuvo un sobresaliente cum laude con su tesis sobre la cultura friki en un mundo líquido. Hace unos meses publicaba su ensayo: Dentro del laberinto de la cultura friki (Apache Libros) en donde viene a profundizar aún más en las características de esta tipología de consumidor cultural.

La ventaja evolutiva de los frikis respecto a los hipsters (las campanas llevan tañendo a difuntos por los hipsters desde hace tiempo pero la etiqueta nos sirve a la perfección para entendernos): parte de que ellos abrazan el consumo capitalista sin coartadas, sin falsas posturas para simular independencia de criterio. Entre cambiar el sistema desde dentro o fuera del sistema: los frikis no dudan. Consumen sin mala conciencia alguna y ello les otorga sus superpoderes. Mientras tanto, los hipsters compran su simulacro de independencia y personalidad cultural única hecha en serie y espantan su mala conciencia repitiendo términos como: neoliberal, heteropatriarcado, heteronormativo, mainstream, random, gender fluid y mil anglicismos más (en eso van a la par, o casi, con los frikis).

 

[Atención spoiler para quien no haya visto Mad Men]. Don Draper, el macho alfa atormentado, alcanza la paz en una comuna. Y cuando está en pleno encuentro consigo mismo ¿qué viene a su mente?: la campaña más exitosa de todos los tiempos a costa de comercializar el peace&love hippie para vender cocacolas. De repente su sonrisa de beatífica felicidad se tiñe de cinismo. No existe mejor resumen del futuro que espera a cualquier disidencia estética o ética en nuestro tiempo: convertirse en spot publicitario.

¿Jesucristo el primer hipster? Como reza este meme él llevaba barba antes de que se volviera mainstream.

Los frikis viven desprejuiciadamente su consumismo, lo llevan metabolizando desde hace décadas con su dieta de grasa cultural. En un caso único, imponen sus leyes a las multinacionales del entretenimiento erigiéndose en un auténtico lobby o grupo de presión, cuyos pulgares hacia arriba o abajo en las redes, sentencian el éxito o fracaso de cualquier producto dirigido a las masas. Los hipsters en su ansia de exclusividad en cambio resultan más dóciles: denotan rasgos que los entroncan con todos los modernos que en el mundo han sido y que han ejercido como tales mirando por encima del hombro al resto. Y en el ejercicio de esa superioridad se les escapa la fuerza.

Pero no queremos que esto parezca un ensañamiento con el estereotipo de lo hipster. Seria desagradecido cuando precisamente en su pose son imprescindibles el plumaje cultural, y por ende, el amor por las bibliotecas. Por eso que nadie vislumbre en este K.O. en cuanto a honestidad consumista un desmerecer hacia lo hipster: es tan solo que puestos a sobrevivir/convivir a este ángel exterminador bibliotecario es más que probable que los que antes perecieran serían los hipsters ante los, mejor dotados en su adaptación el medio, frikis.

¿Cuál sería el beneficio que pudieran extraer de este enclaustramiento bibliotecario?: que el ángel exterminase el exceso de endogamia y cerrazón cultural a nuevos mundos en los frikis; y el clasismo y el prejuicioso discurso en torno a lo indie/mainstream en los hipsters.

 

Ryuk el personaje del manga Death note que podría definirse como un ángel exterminador. Imagen de la adaptación que Netflix estrenó hace unos meses.

 

De hecho, tras una semana de encierro forzoso, se empezarían a observar los primeros acercamientos desprovistos de etiquetas. Probablemente sería en el territorio neutro de la Comicteca, tradicional feudo friki, que se ha visto perturbado (desde el éxito del término de novela gráfica) por público no habitual. Tal vez los frikis empezarían a mirar más allá del denso bosque de superhéroes y mangas hacia otros discursos creativos; y los hipsters hartos de seguir las modas, hartos de mantener la pose, se relajarían y disfrutarían sin mojigaterías culturales, ni placeres culpables.

«Harto de seguir las modas, harto de estar harto» que cantaba el exquisito, y respetado por los hipsters, Carlos Berlanga (hijo de la otra B mayúscula del cine español junto a Buñuel) en, ¡oh! casualidad, El ángel exterminador.

 

 

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El ángel exterminador bibliotecario I

 

«De alguna manera, la cultura en general (principios, valores, normas de conducta) es un modo eficiente de reducir la libertad a la que nos vemos abocados desde nuestro nacimiento. La cultura dota de valor al mundo y lo regulariza. La cultura en sí misma es dogmática…»

Sociologia del moderneo. Iñaki Domínguez (Melusina 2017)

 

EL ENCLAUSTRAMIENTO

 

¿Cómo hablar desde un blog cultural del asunto catalán sin pisar callos a nadie? Siendo soporíferamente correcto y diciendo algún lugar común que incite al bostezo como que: convivir y/o compartir cama-hogar-celda-trabajo-territorio-mundo-universo… siempre ha sido complicado. Pero si hay algo a evitar al hablar de bibliotecas es precisamente las frases de 0,60 que dirían los Ojete Calor. Por eso puestos a hablar de convivencia en territorios (más o menos grandes) lo mejor será tirar de biblio-ficción.

Jacob Fiscus es un fotógrafo del Condado de Carroll. Su web está repleta de fotos de familias, parejas, recién nacidos, paisajes u objetos retratados con aires artísticos. Lo que viene siendo el típico fotógrafo local de bodas y bautizos. Una buena forma de promocionarse y proyectar una imagen de compromiso con la cultura ha sido la sesión People of the Library: con la que ha querido mostrar el lado más humano de la biblioteca pública del condado. Según aclara el propio Fiscus (no por casualidad presidente de los fideicomisarios de la biblioteca): se trataba de poner cara y voz a las simples estadísticas de préstamos, de visitas, de usuarios dados de alta en la base de datos de la biblioteca. Y hacerlo a través del arte para establecer una conversación, un diálogo que consiga que la gente hable y piense de manera innovadora.

 

People of the library: las fotografías de Jacob Fiscus sobre los usuarios de la Biblioteca del Condado de Carroll

 

El resultado bascula entre lo entrañable (inciso que no viene a cuento: a Katharine Hepburn siempre le chirrió que la describieran con esa palabra),  lo divertido y lo cercano. Todas las edades, condiciones y usos de la biblioteca quedaron representados en la susodicha sesión: sumando otra visión bienintencionada y amable de la labor comunitaria que ejercen las bibliotecas. Retratos perfectos para cualquier campaña publicitaria orientada a productos para familias de clase media. Pero como el próximo 16 de diciembre se cumplen 55 años del estreno de la película de culto de Luis Buñuel: El ángel exterminador (1962) hagamos  biblio-ficción. Vamos a imaginar qué pasaría si el escenario en el que se desarrollase la surrealista trama de la cinta buñueliana fuera el de una biblioteca del siglo XXI.

 

Dos imágenes de El ángel exterminador (1962): al inicio de la velada y tras varios días de encierro.

 

El clásico cortometraje de Antonio Mercero: La cabina (1972)

En la cinta de Buñuel los que quedan inexplicablemente atrapados en una mansión: son los representantes del poder, las clases altas, que sin saber qué les sucede: se ven obligados a convivir provocando que salten por los aires las máscaras sociales que todos nos ponemos para relacionarnos.

Exceptuando quizás los hospitales, las bibliotecas públicas, son las únicas instituciones que son habitadas por prácticamente todas las clases sociales (tal vez los que menos las frecuenten sean las clases poderosas y así nos va). Imaginemos pues que en uno de esos días en que la biblioteca está de bote en bote: suena la megafonía avisando del cierre del centro: usuarios y bibliotecarios, sin saber el porqué, no consiguen cruzar el umbral hacia la calle. ¿Qué pasaría?

 

Escena de El amanecer del planeta de los simios (2014) en la que uno de los humanos enseña a leer a un orangután gracias a la novela gráfica Agujero negro de Charles Burns. La cultura como ¿evolución o futura cárcel?

 

En un primer vistazo los que se mostrarían menos angustiados por este encierro sobrevenido serían las personas en riesgo de exclusión social. Las personas sin hogar, ni recursos agradecerían tener un techo sobre sus cabezas, no más viajes a centros de acogida en busca de un catre, o en su defecto, arrostrar los peligros de pernoctar en jardines o cajeros. Partirían con ventaja puramente física frente al resto.

En este sentido el VII Encuentro Bibliotecas y Municipio promovido desde la Subdirección de General de Coordinación Bibliotecaria que se celebrará en unos días: versará sobre el valor social de las bibliotecas y su impacto en las comunidades en las que se ubican. Seguro que las personas en riesgo de exclusión serán protagonistas de más de un debate; y el propio lema elegido se ajusta como un guante a la situación que aquí describimos: Territorios de convivencia.

 

 

Por cuestión de días, el Encuentro de Bibliotecas y Municipio, no coincide con otra iniciativa que se desarrolló no muy lejos geográficamente del auditorio en donde se celebra el Encuentro: el mercadillo solidario de la Fundación Dalma, que trabaja por la integración social de personas en riesgo de exclusión, y que ocupó los exclusivos jardines del lujoso Hotel Ritz.

Sobre los mercadillos solidarios en entornos de lujo sobrevuela siempre una sombra de caridad compensatoria para lavar conciencias (esa idea antigua de las damas de beneficencia a las que cantaba Nacha Guevara allá por los 70 o las señoras chochocentristas a las que cantan Las Bistecs en nuestros días).

Pero visto el amplio espectro ideológico en el que se ubican los protagonistas de las noticias más recientes sobre paraísos fiscales: tildar de hipócritas o comprometidos en esto de la conciencia social, per se, a ninguna clase social o ideología resulta absurdo. Nada más igualitario que el dinero para «bien entender» la caridad.

 

El restaurante Albert del Hotel EMC2 de Chicago.

 

Una de las creaciones del diseñador de bibliotecas exclusivas Tatcher Wine.

Y hablando de bistecs, y por seguir con los privilegios de clase, el pasado mes de mayo se inauguró el restaurante-librería del Hotel EMC2 en Chicago. El lujoso restaurante está decorado con más de 12000 viejos libros de ciencia y matemáticas a los que se sumaron libros sobre arte, literatura y otras materias para provocar contrastes que divirtieran a los comensales. De este modo 40 ejemplares de The Joy of Sex (El juego del sexo) se entremezclan con tratados sobre termodinámica en pos del chiste decorativo.

Viene a afianzar una tendencia que ya apuntábamos en Hoteles para ricos, bibliotecas para pobres: la biblioteca como decorado y signo de distinción. Una moda esta, la de las bibliotecas pijas en las que el contenido se convierte en ornamento, que siempre habrá que reconocerle al diseñador neoyorquino Tatcher Wine: que ha llevado a otro nivel lo de seleccionar libros por el juego que sus lomos hacen con el color de las tapicerías.

 

La artista Cindy Sherman lleva años fotografiándose para interrogarse sobre lo glamouroso y  supuestamente femenino. Su serie de autorretratos con maquillajes exagerados y poses estereotipadas casarían bien para las protagonistas de este ángel exterminador bibliotecario. 

 

Pero seguimos encerrados en una biblioteca pública. Uno de los placeres perversos de la película de Buñuel era contemplar cómo se iban descomponiendo los maquillajes sociales de sus burgueses conforme avanzaban las horas. Pero en nuestros días, pese al aniversario de la Revolución de Octubre: la estética bling-bling, la fama y el lujo más hortera siguen deslumbrando como el oro en las cúpulas de las iglesias rusas.

El grado de cinismo alcanzado es tal que los (presumiblemente escasos) representantes de las clases poderosas que pudieran haber quedado súbitamente atrapados no tendrían porqué ser los primeros en descomponerse ante lo absurdo de la situación (no hay que olvidar que muchos de sus miembros, gracias a la crisis, acumulan una amplia experiencia en gestionar encierros en establecimientos públicos aunque sean de índole penitenciaria y no cultural). En este encierro, pese a que este primer capítulo lo protagonicen los sin techo y los poderosos: la lucha no va de clases sociales, sino de clases culturales.

 

El buenrollismo de Mr. Wonderful versus la youtuber Soy una pringada: usuario soñada para que formara parte de este encierro bibliotecario.

 

La antítesis de Mr. Wonderful: Mr. Wonderfuck.

Es más que probable que los fans de la autoayuda, el mindfulness y el pensamiento positivo se convirtieran en las primeras víctimas en las primeras tensiones de convivencia forzosa. El pensamiento buenrollista, esa visión disneyzada de la realidad que guía la vida de muchos: actuaría como los corderos, que milagrosamente, cruzan el umbral de la mansión, en la película de Buñuel, para ser devorados por los burgueses ya convertidos en unos salvajes a fuerza de pasar hambre y sed.

Las primeras víctimas no lo serían tanto por su estatus social como por sus gustos culturales. Y a partir de ahí vendría lo demás. Como apuntaba la cita del ensayo de Iñaki Domínguez del principio: la cultura no deja de ser una cárcel por imposición o por elección: y este ángel bibliotecario puede que lo único que vaya a exterminar no sea más que nuestros prejuicios. Pero todo se irá viendo conforme pasen las horas, los días, las semanas….

 

 

The exterminating angel: la ópera del compositor inglés Thomas Àdes que adapta la película buñueliana.

 

CONTINÚA en El ángel exterminador bibliotecario II

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Biblioteca vérité

 

Si estas leyendo este blog se presupone que te interesan las bibliotecas, bien sea como profesional o como usuario. También puede ser que, por esos caminos inescrutables que tiene Internet, una búsqueda sobre gatitos entre flores o gatitas entre capullos: te haya hecho desembocar aquí. En ese caso sentimos defraudar las expectativas. Es lo que tiene crearse expectativas: te convierten en presa fácil de la decepción.

Puede que el estreno del último documental del veterano y prestigioso Frederick Wiseman sobre la Biblioteca Pública de Nueva York haga que nos sumemos al grupo de los decepcionados: pero al igual que los fans de Blade Runner, de Alien o de Star wars no pueden evitar echarle un ojo a sus secuelas, precuelas y recuelas: nosotros tampoco podemos dejar de estar expectantes desde que supimos de su estreno en el último Festival de Cine de Venecia.

 

El póster de la película de Wiseman es candidato seguro a decorar más de un despacho bibliotecario.

 

Mal genio (2017) la película sobre uno de los directores que más ha experimentado con el relato cinematográfico: Jean Luc Godard.

Ex Libris. The New York Public Library es la nueva «ficción de la realidad» que acomete el reputado documentalista Wiseman. Durante varias semanas de 2015, el autor de algunos de los mejores documentales centrados en instituciones (National Gallery o At Berkeley), aplicó su método cinematográfico para captar múltiples facetas tanto de la vida en la sede central de la Biblioteca, como en sus sucursales.

Wiseman y otro coetáneos suyos propiciaron lo que se dio en llamar «Direct Cinema» en los 60. Un reflejo del denominado cinema-verité, practicado por cineastas europeos, con el que aspiraban a captar del modo más fidedigno la realidad frente la artrítica narrativa cinematográfica hollywoodense.

Para Wiseman toda su obra es un intento por capturar la realidad a través de la cámara con la menor intervención posible. Ni textos explicativos, ni voces en off, ni música, ni entrevistas, ni guiones que manipulen lo que se muestra.

John Cassavetes el director de cine estadounidense que más se acercó a los postulados del cinema vérité desde la ficción.

Pero como todo creador, por mucho que aspire a ser invisible, las películas de Wiseman se interpretan en la sala de montaje. La objetividad, la veracidad, la realidad absoluta no existen por mucho que nos hayan querido convencer en los realities. Un travelling es una cuestión de moral que decía Godard. Y la simple elección de una secuencia, en vez de otra, ya está imponiendo una visión personal y subjetiva de la realidad.

Tanto da. Que Wiseman se haya querido centrar en el mundo bibliotecario es una gran noticia. No esperamos que nos descubra la esencia del espíritu bibliotecario (sic): pero su simple mirada es lo suficientemente interesante como para que estemos deseando que se distribuya la película.

Mientras tanto nos hacemos eco de la entrevista que Wiseman ha concedido a la revista «Vanity Fair» en su edición estadounidense. Sus reflexiones sobre lo que ha observado y vivido durante el rodaje de Ex Libris: nos ofrecen una visión en la que bien merece la pena detenerse.

 

La más que improbable adaptación cinematográfica del cómic Aquí de Richard McGuire sería un reto a la altura de Frederik Wiseman. La obra de McGuire no tiene una historia como tal. Sus páginas nos muestran un solo plano de un único rincón del planeta Tierra durante siglos: superponiendo los planos temporales en una lúcida y sorprendente reflexión sobre el tiempo. 

El libro de 2015 de Scott Sherman sobre el fallido Plan Central de Bibliotecas y la situación financiera de la Biblioteca Pública de Nueva York.

La escritora Olivia Aylmer, autora del artículo, destaca como una de las escenas más conmovedoras de las casi tres horas de película: la que se desarrolla en la sucursal más pequeña de la ciudad, la Biblioteca Macomb’s Bridge, en Harlem River Houses. Según narra Aylmer basta esta secuencia para darse cuenta de lo importantes y personales que son las relaciones que los neoyorquinos tienen con sus bibliotecas.

Lo más jugoso de la entrevista es el cambio de percepción que Wiseman obtuvo respecto al papel de las bibliotecas en el transcurso del rodaje. El cineasta reconoce haber sido usuario de bibliotecas durante su infancia y juventud; pero que más adelante dejó de frecuentarlas, sobre todo, porque le gusta comprar sus propios libros.

La sorpresa para Wiseman fue descubrir la variedad y profundidad de los programas que desarrollan las bibliotecas en la actualidad. La diversidad socioeconómica y generacional a la que atienden y los esfuerzos que hacen para sostener su oferta.

La autora de cómics Sarah Glidden se embarcó en un viaje junto a unos periodistas independientes por Turquía, Siria e Iraq. Oscuridades programadas es el resultado de su esfuerzo por comprender al otro:  y al mismo tiempo una reflexión sobre la esquiva objetividad.

Otro realizador, especializado en documentales, pero en las antípodas del estilo de Wiseman, como es Michael Moore, ya alabó a las bibliotecas. Podría decirse que a las bibliotecas les sienta bien el direct cinema o cinema vérité. Ahora que tan en boga está lo de «construirse un relato», lo de vender nuestra verdad: las bibliotecas también deben entrar en el juego. Pero no desde la manipulación sino desde el deseo de acercamiento, de explicarse, de conectar con la sociedad (y a ser posible con los responsables políticos cuando no están fuera de cobertura), para que personas cultivadas como Wiseman, no sigan teniendo esa visión tan reductora de lo que son las bibliotecas en el XXI.

Que las bibliotecas se están erigiendo en instituciones desde las que combatir la tan mentada posverdad solo hace falta constatarlo con actividades como la que celebró la Oliver Wendell Holmes Library, el pasado enero, bajo la denominación: Libraries in a Post-Truth World (Bibliotecas en el mundo de la posverdad). En un tiempo en que el discurso único, la intolerancia o el chantaje se revisten con palabras como democracia, diálogo y entendimiento: es cuestión de tiempo que alguien termine fundando una Biblioteca de la verdad. Pero de la verdad ¿de quién?

 

Los insultos escritos en los libros de Juan Marsé, en una biblioteca, por su posicionamiento respecto a la situación en Cataluña. 

 

Si el historiador Yuval Noah Harari sostiene que el homo sapiens ganó la batalla de la evolución al más poderoso neardental gracias a su capacidad para construir relatos: sigamos evolucionando. Construyamos relatos en las que quepan el mayor número de voces posibles. Observemos como hace Frederick Wiseman en sus películas y huyamos de los dogmas. Solo así conseguiremos estar algo más cerca de esa véritá que nunca pertenece a nadie en exclusiva.

El cineasta John Cassavettes, que tanto buscó la autenticidad como director en sus películas, dijo que: «el cine es una investigación sobre nuestras vidas. Sobre lo que somos. Sobre nuestras responsabilidades -si las hay-. Sobre lo que estamos buscando.» Una frase perfectamente aplicable a las bibliotecas: una investigación sobre lo que somos y nuestras responsabilidades.

 

Parodia que los bibliotecarios de la Biblioteca de Invercargill City, en Nueva Zelanda, han hecho a cuenta de una portada de las Kardashian. La verdad bibliotecaria sin tapujos.

 

Una de las últimas películas de Cassavettes (protagonizada, una vez más, por su fantástica esposa y musa Gena Rowlands) fue Gloria en 1984, y como los suecos Mando Diao rodaron un vídeo para su excelente tema homónimo con aires a lo nouvelle vague, nada mejor que cerrar con él. Al contrario que Wiseman en sus films, en este blog, por mucho que nos empeñemos por ser meros espectadores,  por ser neutros, asépticos, no podemos resistirnos a ponerle algo de música a la prosaica y (muchas veces) fea realidad. Esa es la verdad.

 

 

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Biblioteca de los errores

 

Hace un año saltaba a las redes, cual pulga digital, la noticia sobre la Free Library Haskell (literalmente: la Biblioteca Libre de Haskell). El motivo de su repentina notoriedad global, indirectamente, tenía que ver con Trump. Últimamente todo tiene que ver con Trump. El triunfo de la posverdad se ha convertido en seña de identidad del nuevo siglo: y estamos solo al principio.

 

La Free Library Haskell con la línea fronteriza dibujada que la separa entre Estados Unidos y Canadá.

 

Pero volviendo a lo nuestro. La Free Library Haskell lleva existiendo desde hace muchos años, concretamente, desde 1905: y la razón de haber ganado popularidad se debe al hecho insólito de ser la única biblioteca del mundo que se encuentra sobre la frontera entre dos países: Estados Unidos y Canadá. Según las leyendas locales los inspectores encargados de dibujar la línea debieron hacerlo una noche de borrachera: solo así se explica la zigzagueante sutura que separa a la población estadounidense de Derby Line (Vermont) de la población canadiense de Stanstead (Quebec). Durante décadas se consideraron una sola ciudad, pero el furor fronterizo estadounidense post 11-S, ha hecho que la idílica convivencia se vea comprometida.

Durante los últimos 15 años ha ejercido sin problemas como biblioteca transnacional. Por la que, tanto norteamericanos como canadienses, pueden deambular sin pasaporte. Una simple línea de cinta aislante, en mitad de las salas, es la que marca la línea que separa ambos países.

¿Qué números de la CDU (bueno allí del sistema Dewey) caerán a un lado u otro de la frontera? Solo por fastidiar: todo lo relativo a cambio climático y feminismo debería caer del lado de Trump; y todo lo relativo a telegenia y aperturismo del lado de Trudeau. Clasificación política-contestaria: una variación de esa justicia poético-bibliotecaria de la que ya hablamos.

 

Un bebé lee su cuento sobre la línea que marca la frontera entre los dos países a los que pertenece la Free Library Haskell. (Foto de Stan Grossfeld/The Boston Globe) 

 

Pero ¿qué es una frontera sin delito? La noticia más reciente en torno a la Haskell Free Library tiene como protagonista a Alexis Vlachos que acaba de ser condenado a 20 años de prisión. Su delito: el contrabando de 100 armas de fuego desde los Estados Unidos hasta Canadá. Y su cómplice: la biblioteca.

Bien, como titular sensacionalista valdría, pero en este caso contraviniendo los mandamientos de la posverdad vamos a ser algo más rigurosos. Fueron los compinches del tal Alexis los que aprovecharon los aseos de la zona franca, que es la biblioteca, para depositar las armas. De ese modo, el detenido, solo tuvo que acudir como un amante más de la lectura al centro y retirar tranquilamente el alijo saliendo por la puerta que daba a Canadá. Si hecha la ley, hecha la trampa: hecha la frontera, hecho el delito.

 

Una usurpación inmoral del término biblioteca: la armería estadounidense Gun library.

 

En Escocia llevan tiempo queriendo dibujar con un trazo mucho más fuerte la frontera con el Reino Unido: pero tras el último referéndum del 2014 parece que pasará algo de tiempo antes de que se retome la cuestión. Y ha sido en su capital, Edimburgo, donde se ha fundado la denominada Biblioteca de los errores. Un buen nombre. El origen: la crisis económica desatada a partir del 2008. Los responsables de la biblioteca se basan en la idea de que «la gente inteligente sigue haciendo cosas estúpidas«. Totalmente de acuerdo. Un lema polivalente tan aplicable a las circunstancias que estamos viviendo que no hace falta señalar ninguna: destacan por sí mismas. Pero que en el caso de la biblioteca escocesa se centra en los errores cometidos por los economistas y sus «fórmulas mágicas» para sortear la crisis.

Sean Connery con kilt y en la biblioteca: solo falta el whisky para completar el cuadro.

Con cerca de 2.000 libros: la Biblioteca de los errores nace con el propósito de que no repitamos las mismas equivocaciones (ambiciosos que son los del kilt). La colección reunida espera servir como aviso para próximas generaciones de economistas. Desconfían de la falsa objetividad que promete la aplicación de algoritmos económicos; y apuestan por ofrecer una visión más panorámica a los universitarios gracias a los libros.

Pero más allá de la economía, no estaría nada mal que después de cada desastre provocado bien por economistas, políticos, empresarios, periodistas, militares o cualquier otro colectivo humano: se fundara una biblioteca de los errores. ¿Serviría de algo? Probablemente no. Las fronteras mentales que nos creamos son mucho peores que la línea que divide la biblioteca medio canadiense-medio estadounidense del principio. ¿Quién fundará la biblioteca de los errores de nuestro país? Como le decía su padre al William Wallace interpretado por Mel Gibson en Braveheart: «es la inteligencia la que nos hace hombres«. Y siguiendo esta máxima literalmente, y aún contradiciendo a The Weather Sisters: ni llueven hombres, ni mujeres.

 

 

Si acaso no ya en los humanos, sí que cabe albergar alguna esperanza en sus invenciones: como las bibliotecas. Si la canadiense se autoproclama Biblioteca Libre de Haskell: el movimiento de las little free libraries, sin tanta repercusión, sigue su discreta pero imparable invasión global superando fronteras. La última a raíz de la iniciativa de un liceo en Calabria. Las palabras del discurso que pronunció el día de su inauguración el presidente del liceo resultan perfectas para cerrar este texto sobre bibliotecas, fronteras, errores y libertad: «tenemos el deber […] de salir de nuestras fronteras y dar paso a la construcción de una ciudadanía activa y participativa que encuentre en los libros, y en la difusión de la cultura, las herramientas prácticas para el crecimiento.» Brindemos por ello.

 

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