En este blog extraemos frases susceptibles de convertirse en memes como quien extrae muelas sin anestesia. Pero es lo que tienen los memes no cabe mucho margen para el matiz. El caso es que al post de la semana pasada le extrajimos la frase (en plan eslogan publicitario para venderlo) de: «El silencio en las salas de una biblioteca es algo a preservar; pero el silencio en las redes sociales es un páramo por el que nadie quiere transitar«. Y oportuna (y amablemente: que viniendo de las redes es algo a destacar) un comentario en Facebook nos puntualizó que estábamos bordeando uno de los tópicos más inmovilistas en torno a la idea de lo que debe ser una biblioteca: el silencio. Pero es que pese a la apuesta que desde este blog hacemos de una idea de biblioteca en constante mutación creemos que el silencio, pese a lo antiguo que pueda sonar, es algo a preservar. Y como aquí no estamos en un meme ahora podemos puntualizar.
Vaya por delante que si hay una frase respecto al asunto del silencio y las bibliotecas que nos defina por completo, ésta no es nuestra, es de la Biblioteca de Muskiz (una de nuestras musas) y luce en su muro de Twitter: «El silencio es un servicio que esta biblioteca ofrece pero no garantiza«. Una manera perfecta de decir que el silencio es algo que se puede encontrar pero que no condiciona la agenda de actividades que pueda promover la biblioteca como centro cultural vivo y abierto a los cambios.
En el ranking de países más ruidosos, España, tiene el dudoso honor de ocupar el segundo puesto después de Japón (curioso dato con lo calmados que parecen los nipones). En El País Semanal se dedicó un extenso dosier al ruido como enemigo sigiloso y sus efectos en la salud pública. De los muchos datos que aparecían en dicho estudio uno llamaba poderosamente la atención: los pájaros de ciudad pían mucho más alto que los pájaros de campo. Y es que a eso nos vemos abocados todos (animalitos del Señor incluidos) a hablar más fuerte, más alto, más estruendosamente, no para comunicarnos, sino tan solo para hacernos oír por encima del resto.
En el 2012 el escritor y académico de la RAE, Javier Marías, declaraba que abandonaba Soria, la ciudad en la que se refugiaba para disfrutar del sosiego de una ciudad pequeña, por la continua verbena en que parecía haberse convertido la ciudad. Marías ya tenía fama de gruñón en el 2012. Seis años de redes sociales después: es atacado por quienes quieren erradicar el machismo forzando el uso del lenguaje o fiscalizando cualquier opinión que disienta de lo políticamente correcto. Ruido en las redes, ruido en los medios, ruidos en las calles, ruido a todas horas para que no dé tiempo a pensar en nada, ni a salirse del discurso más estruendoso.
En muchos municipios los propios ayuntamientos, por un lado, multan infracciones por exceso de decibelios, mientras que por otro, autorizan/organizan/invierten cada vez más en eventos que den vida a las ciudades: maratones, días de la infancia, los perros, la bicicleta, la diversidad…siempre bien acompañados de megafonía amenizando con los éxitos de ayer, hoy y siempre las actividades para martirio de los vecinos.
Ante un panorama así ¿deben renunciar las bibliotecas a algo que ya tienen de serie por miedo a perpetuar ese aire de claustro monacal que les exigen estudiantes, jubilados y otras tipologías de usuarios reacios a un concepto de biblioteca más plural y dinámico? Es un debate tan manido que poco se puede aportar sin caer en lugares comunes. Por eso, una vez expresada la salomónica (por no decir cobarde) decisión de optar por una convivencia entre el silencio y el ruido controlado: preferimos fijarnos en soluciones imaginativas que hemos visto aquí y allá.
En la recién inaugurada Biblioteca Montserrat Abelló en el distrito barcelonés de Les Corts: se ha recuperado el magnífico edificio de la fábrica de tejidos de seda y puntas de hilo Benet Campabadal para convertirla en una biblioteca que da prioridad a la inclusión social a través de espacios para makers, de coworking, para trabajos en grupo: con mobiliario y módulos adaptables a cada momento y circunstancia. El objetivo a la hora de estructurar arquitectónicamente los espacios ha sido equilibrar el concepto de biblioteca en el que se preserva el silencio: sin que ello impida potenciar al centro como algo dinámico, lleno de vida y abierto a las interacciones colectivas y el trabajo en equipo.
Pero la mayoría de bibliotecas no tienen la opción de partir de cero en esto de adaptarse a los retos que exige a las bibliotecas la sociedad del nuevo siglo. Por eso, en nuestro empeño por facilitarle la vida a los profesionales aquí van algunas soluciones propias del doctor Franz de Copenhaguen que, desde nuestro gusto #bibliobizarro, nos encantaría ver puestas en práctica en más de una biblioteca.
Ya se lo preguntaba León Felipe allá por los años 40 del siglo XX: ¿Por qué habla tan alto el español? “Este tono levantado del español es un defecto, viejo ya, de raza. Viejo e incurable. Es una enfermedad crónica”. Felipe, encontraba la explicación rastreando en nuestra historia. Y no le faltaba razón, pero bien estrenado el nuevo siglo, seguimos vociferando, ahora además, en digital.
Por eso el invento del diseñador Govert Flint (un Franz de Copenhague de aire hipster) resulta ideal para las salas de una biblioteca. Se podría llamar una silla-ratón, aunque el nombre que su creador le ha dado es algo más científico: la silla biónica. Consiste en una silla o exoesqueleto (según cómo se observe) repleto de sensores que detectan los movimientos de nuestro cuerpo, y los traducen en los movimientos que efectuamos mientras trabajamos en el ordenador. Adiós al sedentario cibernético, bienvenida la danza frente a la pantalla del ordenador. Cazando moscas en la biblioteca:
Pero poniéndonos algo más realistas, ¿y serios?, recurrimos de nuevo a algunos de los modelos de mobiliario de procedencia nórdica (¿por qué los habitualmente respetuosos noruegos son los que más se preocupan de idear soluciones a la quietud ajena?) que más nos gustan para resolver ese serio problema que tenemos en este país con el ruido.
Soluciones para todos los gustos: solo hace falta que las partidas presupuestarias vayan a juego. En todo caso reclamemos inventos, pero no de TBO, para resolver el problema de este exceso de decibelios. Reivindicar el silencio, en general, como estado propiciatorio para la reflexión, que no como sinónimo de cementerio, claustro o falta de vida. Y es que determinadas cosas nunca deberían decirse gritando, en todo caso, en susurros para que la falta de eco no nos hunda en la miseria.
About Vicente Funes
Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com