Hay vivencias que unen más a la especie humana que el pertenecer a un país, género, ideología o equipo de fútbol. En un panorama social y cultural altamante fragmentado van quedando pocas experiencias en las que coincidamos sin excepción. Y la frustración que provoca la deshumanización progresiva de las relaciones con empresas o instituciones a través de Internet es una de ellas.
¿Dónde quedaron las simpáticas telefonistas de las películas de los 50 y 60 del siglo pasado? El ‘Vuelva usted mañana’ funcionarial de aquellos tiempos se queda en nada frente al implacable cierre de ventanilla digital con que nos topamos, más de lo que quisiéramos, cuando aspiramos a resolver algo vía web. Por eso, la simpatía en los mensajes de error con que lo digital nos da en los morros con más eficacia que cualquier gris funcionario de una película de Berlanga: corre el riesgo de incurrir en un doble recochineo.
La de material que las nuevas tecnologías le habrian dado el bueno de Forges.
Indefensos, pero muy digitalizados, y encima teniendo que sonreir ante el ingenio del webmaster de turno. Es como si en pleno fragor con un teleoperador del otro lado del Atlántico para conseguir que te den de baja una línea de fibra que falla más que una escopeta de feria el robótico teleoperador que empatiza contigo lo mismo que con una piedra: te contara un chiste. La sensación de cámara oculta sería inevitable. Y nuestro cabreo de españolito cliente alcanzaría la intensidad de un José Luis López Vázquez, un Alfredo Landa y un Agustín González en un película de los 60: todo en uno.
Pese a ello en Creative blog hicieron una recopilación de las tradicionales páginas de error 404 más graciosas. Así vistas, descontextualizadas y sin que te afecten en ese momento, puedes llegar a esbozar una sonrisa. Pero ese deseo por minimizar, por restarle importancia a lo que te está cabreando por segundos y se vuelve bumerán: incurre en lo que se ha dado en llamar el Efecto Streisand.
«Estamos ordenando y hemos dejado ir esta página con gratitud»: el ‘simpático’ mensaje de error web de la simpar Mari Kondo en su página.
El efecto Streisand no proviene del talento musical o interpretativo de la diva estadounidense o no al menos de los talentos que la han hecho célebre. Desde 2003 se denomina así al efecto que produce en la red de redes el intento por censurar cualquier publicación o noticia. El punto de partida fue una fotografía aérea que se tomó de la mansión de la estrella para un reportaje periodístico. Los persistentes intentos de la actriz-cantante por censurar dicha foto tuvieron el efecto contrario: se propagó mucho más que si simplemente la hubiese dejado pasar. Desde entonces el rosario de intentos de censura en los medios digitales que han provocado justo lo contrario se cuentan por decenas. Y el mundo bibliotecario y librario, en general, no iba a ser una excepción.
En Marvel saben bien que interactuar con páginas web precisa muchas veces de la fortaleza de un superhéroe. En su página de error el Capitán América se retuerce de desesperación.
Sea en digital o en analógico las recientes (y nada novedosas) noticias respecto a censura de obras en bibliotecas están ganando protagonismo. En los últimos años éramos los medios del orbe bibliotecario los que abordábamos estos asuntos con más frecuencia. Pero en los últimos meses el asunto ha ido a más. Y llámase efecto Streisand o bumerán digital: surge la resistencia de las formas más insospechadas.
Hoy nos quedamos con la iniciativa de una pequeña empresaria local, natural de Ohio, que dice haber leído libros prohibidos durante más de 25 años y que ha lanzado el servicio de suscripción mensual Banned Books Box (Caja de libros prohibidos). Ariel Hakim, que así se llama la emprendedora, estuvo trabajando en la biblioteca de Wasworth en la sección de referencia. Allí se despertó su interés por las prohibiciones de libros. El revuelo formado por las horas del cuento con drag queens que programaron en varias bibliotecas estadounidenses le hizo fijarse en lo que estaba pasando. Y lo que empezó por un interés hacia los libros infantiles que se iban prohibiendo o retirando de bibliotecas escolares terminó por convencerle de que allí había un negocio.
La extrabajadora bibliotecaria ha creado un servicio de suscripción que consiste en envios mensuales de cajas con libros que han sido prohibidos por algún u otro motivo. Pero la avispada empresaria no contaba con que los propios autores ayudarían aportando valores añadidos a las cajas que estaba confeccionando. Por ejemplo, la autora de la novela gráfica Gender Queer, Maia Kobabe, creó exlibris dibujados y hasta un alfiler de solapa al estilo de la novela para que acompañasen a su libro. Una obra que había sido escrita por Kobabe para sensibilizar a estudiantes de secundaria en torno a las personas con identidades no binarias.
La novela gráfica de Kobabe forma parte de la caja de libros prohibidos de diciembre junto a otra novela galardonada con un premio Alex de la Asociación Estadounidense de Bibliotecas. Un premio dedicado a destacar obras dirigidas a adolescentes; y que también ha recibido varios intentos de censura en bibliotecas. Las personas suscritas al servicio de Banned Books Box recibirán en diciembre las dos obras junto con el merchandising diseñado en exclusiva. Y así cada mes Ariel elegirá nuevos títulos que han sufrido algún tipo de prohibición o marginación por motivos extraliterarios.
¿Estaremos al borde de una Ley Seca Literaria? Los garitos clandestinos del Chicago de los 30 ahora serían bibliotecas o librerías perseguidas por resistirse a la represión. Un Al Capone de las bibliotecas está a la vuelta de la esquina.
Y como arrancamos con la Streisand cerremos con ella. Pero como en plena campaña pre-navideña el exceso de edulcorante es contraproducente obviaremos sus canciones y, sobre todo, sus películas como directora para rescatar un momento de la comedia In&Out (1997).
En esta amable comedia, el fanatismo del protagonista con la cantante, servia para fomentar aún más las sospechas sobre su verdadera orientación sexual. Ejemplo perfecto de que cuanto más se reprime algo, más se fomenta.
Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com
La cultura en la actualidad es un campo plagado de minas. Hay que ser extremadamente cuidadoso para no terminar saltando por los aires. La cultura siempre ha sido terreno resbaladizo. Pero pocas veces el camino ha estado tan plagado de buenas intenciones (como las que llevan al infierno); por parte de los que han de heredar todo esto.
Cancelled: serie filmada con un teléfono móvil durante el confinamiento y estrenada en Facebook.
Que cada generación quiera enmendarle la plana a la precedente es (o debería ser) señal de evolución. Y los denominados millennials o generación Z están repitiendo el patrón, que desde que se sacralizara la juventud allá por los 60: han hecho los boomers, los X, los Y y cualesquiera otra etiqueta con la que se han estereotipado las características de cada nueva camada.
A los que les toca ahora representar ese papel (los nacidos entre finales de los 90 y la primera mitad de los 2000): la foto de grupo les sale favorable en conciencia medioambiental, igualdad de género, libertad sexual, justicia social, capacidad de movilización y consumo responsable. Claro que, también en estas franjas de edad, se sitúan muchos votantes de partidos populistas y extremistas. Pero, pese a sus actitudes y modos, no son estos jóvenes adscritos a discursos apolillados los que más deberían preocupar.
En la portada de enero de 1939 de ‘Flechas y Pelayos’, la publicación infantil de Falange Española: un bebé aprende a formar palabras con el nombre de Franco.
El verdadero peligro se encuentra entre ese sector de jóvenes concienciados con su tiempo. Entre ese grupo de jóvenes que abogan por hacer progresar la sociedad hacia valores más justos e igualitarios. Esos jóvenes en los que los mayores, que se creyeron el espejismo de una España moderna en los 80: les gusta verse reflejados. Ellos son los llamados a reformular, en términos prácticos, lo que entonces eran meras fórmulas estéticas.
Pero la polarización extrema en los principales medios a los que recurren para informarse (las redes sociales): les lleva, en demasiadas ocasiones, a tejer el tapiz de un mundo ideal que por los extremos se les va deshilachando.
La información, el consumo cultural, los discursos… se han fragmentado como las casillas de una ruleta. Un círculo bien compartimentado en el que la bola de la polémica va botando hasta caer aleatoriamente. No por casualidad la ficción más consumida en estos tiempos son las series de televisión. Narraciones troceadas ideadas para inducir la fidelidad.
En el Festival de cine de San Sebastián, el presidente del jurado, el cineasta Luca Guadagnino presentó su serie para HBO: We are who we are. El retrato de unos jóvenes estadounidenses que viven en una base militar en Italia. Respecto al consumo de series, Guadagnino, declaraba lo siguiente en una entrevista en ‘El Español‘:
«El problema es la fruición. Es el modo en que vemos una película y en el que vemos una serie de televisión. La unidad de visión que permite gozar de una película de cine, no pertenece a la experiencia televisiva, porque en una tele se ve un episodio separado del otro.»
Vasos de Duralex: nostalgia para los que fueron a la EGB. Tras 75 años cierra la mítica marca de vajillas. ‘Mi mundo en desaparición’ que cantaba Fangoria.
Historias por entregas, cual folletines decimonónicos, que administran la acción según estricta posología. Un consumo cultural que cuanto más se globaliza, más se atomiza. Como un vaso de Duralex estrellado en el suelo de la cocina.
En el documental de moda sobre las redes sociales, The social media (2020), diversos exdirectivos de Facebook, Twitter, Instagram y demás adictivos digitales: entonan el mea culpa por el daño que sus empresas están generando en la sociedad y la democracia.
No es casualidad que el término al que se recurre para describir la implicación de muchos internautas con los valores progresistas que defienden sea el de la cancelación. Al igual que a una serie: ahora a cualquiera nos pueden cancelar. Condenar al ostracismo social, vía digital, sin posibilidad de otra respuesta que no sea la contrición pública.
En los últimos meses se suceden artículos sobre la cultura de la cancelación (otro concepto proveniente del mundo anglosajón que, como tantos, se ha adoptado sin reticencias). Y curiosamente uno de los análisis más certeros se publicó en una revista de moda. Como las plataformas de streaming cuando una serie no da los datos de audiencia deseados, en las redes, se cancelan personas o trayectorias como si fueran personajes de ficción.
Una serie que, dificilmente, será cancelada por su productora es la adaptación de la novela Patria por parte de HBO. Su estreno acapara todos los titulares que amablemente dejan libres los políticos y sus peleas en plena pandemia. Pocas veces, al menos en estos tiempos de consumos fragmentados, había concitado tanto revuelo una adaptación literaria a la pantalla pequeña.
En el caso de Patria, la novela y su adaptación, es muy probable que se conviertan en objeto de estudio y precedente de futuras apuestas similares. El poder de la ficción como herramienta didáctica para abordar un trauma nacional. Un proceso de debate sobre un tema delicado que se abrió audiovisualmente, a través del humor, en la amable Ocho apellidos vascos (2014). Su taquillazo allanó, en cierto modo, el camino para abordarlo ahora desde el drama.
El impacto de la novela, en un país con bajos índices de lectura, pese a convertirse en best seller, y hasta ser recomendado por la influencer de sobremesa Belén Esteban: tenía sus limitaciones. Pero al traducirse a imagen la identificación de los espectadores con esa realidad, aún tan tristemente cercana, se multiplica.
El elogiado debut literario de la joven promesa de las letras estadounidenses: Camonghne Felix.
En palabras de la joven escritora estadounidense Camonghne Felix: «la cancelación […] es una forma de que las comunidades marginadas afirmen públicamente sus sistemas de valores a través de la cultura pop». Hasta ahí suena bien. Lo peligroso es cuando se convierte en un movimiento de justicieros solitarios que, cada día, entran en las redes dispuestos a cobrarse nuevas piezas.
No fue el pop del que habla Felix, sino el rock radical vasco, el que ejerció de banda sonora en los años más duros del conflicto vasco. Pero el concepto de cultura de la cancelación se podría aplicar igualmente a lo que entonces aconteció. Una parte de la sociedad ‘cancelando’ a los que no comulgaban con su sistema de valores.
La inquisición bien entendida empieza por uno mismo. Kate Winslet, que parte como favorita en la temporada de premios cinematográficos, ha abjurado de Woody Allen y Roman Polanski sin que nadie se lo pidiera. Un arrepentimiento por haber trabajado en sus películas, cuando las acusaciones que pesan sobre ellos, eran de sobra conocidas.
Si las bibliotecas consiguieran una presencia realmente trascendente en redes: serían canceladas desde los más diversos frentes. Las bibliotecas defienden los matices, las opiniones contrapuestas, abordar discursos dañinos para extraer las enseñanzas necesarias para desactivarlos. Pero si esta cultura histérica de la cancelación se agudiza o se agota de pescar siempre en los mismos caladeros: ¿cuánto tardarán en exigir que se ‘cancelen’ en las bibliotecas las obras de J.K. Rowling, las películas de Allen y Polanski o las de Pérez Reverte (diana favorita en nuestro país)?
En las zonas ideadas para jóvenes, que últimamente proliferan en el orbe bibliotecario, se destaca su apuesta por dejarles su espacio; potenciar su capacidad de auto aprendizaje; de autonomía e independencia de criterio. Espacios seguros para que puedan desarrollarse y disfrutar de la oferta bibliotecaria según sus intereses.
En la descripción de objetivos que la Biblioteca Pública de Providence (Rhode Island) hace de su loft para jóvenes destacamos tres:
Apoyar el crecimiento y desarrollo de los jóvenes.
Construir relaciones y comunidad a través de la comunicación y la compresión.
Practicar la humildad cultural y abrazar la diversidad.
La zona para jóvenes de la Biblioteca Pública de Evanston (Illinois).
En su primera novela gráfica, Ilu Ros, aborda los referentes del pasado a través de sus conversaciones con su abuela.
Practicar la humildad cultural y abrazar la diversidad. No puede sonar mejor. No ya para los jóvenes sino para todos. La desconexión de los nacidos bajo el imperio de lo digital respecto a generaciones previas marca una distancia que puede acarrear muchos problemas. Sobre todo, cuando los propios adultos que provienen de una cultura mucho menos fragmentada: tampoco demuestran grandes habilidades protegiéndose de las manipulaciones y la infoxicación que todo lo enturbia.
Por ello, esa tendencia a crear espacios propios para adolescentes y jóvenes en las bibliotecas, que tan bien puede venir para atraer a la población más difícil de seducir: debería ser compensada.
El siguiente paso sería potenciar, pensar, diseñar espacios, actividades, cruces intergeneracionales en la biblioteca. Si las redes, los medios tendenciosos (¿hay alguno que no lo sea? incluido este blog) se empeñan en separarnos: démosle la vuelta a su discurso y promovamos la interacción entre generaciones. El tinglado, tal y como está ideado, no lo soportaría.
Aún estamos a tiempo de aprovechar todo lo bueno, todo lo aprendido, todo lo ensayado. Todos los errores. Pero para eso hace falta capacidad de resistirse al ritmo que nos marcan (mos). Antes de que el Covid-19, u otra venganza de la naturaleza, nos cancele a todos: aprovechémonos del potencial de las bibliotecas, de la cultura sin dogmas, para lograr esa sociedad con la que no solo sueñan los jóvenes.
Página de ‘Estamos todas bien’ la novela gráfica con la que la ilustradora Ana Penyas ganó el Premio Nacional de Cómic (2018). Las abuelas de la autora como protagonistas de su relato.
Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com
El cine superó los barracones de feria en los que nació para habitar suntuosas salas en el centro de las ciudades. El videojuego, cuyo hábitat inicial fueron billares y salones recreativos, ha progresado hasta llegar a museos. Las bibliotecas, en cambio, que nacieron en templos y palacios: se esfuerzan por descender hasta los más desfavorecidos.
Pero, independientemente de sus trayectorias, ascendentes o descendentes: cine, videojuegos y bibliotecas tienen algo en común. Los tres han terminado por ser consumidos desde los sofás de los hogares recreando un espejismo de gratuidad.
En la revista digital ‘Yorokobu’ se publicó recientemente una entrevista con la psicóloga que está detrás del desarrollo de uno de los videojuegos más exitosos de todos los tiempos: Fortnite.
Celia Hodent, que así se llama la psicóloga, señala la gratuidad de los videojuegos como una posible trampa. Una vez picado el anzuelo, solo pagando, se consigue añadidos que amplíen las posibilidades de triunfo. Un buen adiestramiento capitalista para los millones de gamers absortos en las pantallas.
Hodent se lamenta de que en la industria no se discuta lo suficiente sobre los límites éticos de los videojuegos. Confiemos que pasado un tiempo, Hodent, no termine como algunos de los creadores de las redes sociales: disculpándose por haber colaborado en la alienación digital de las nuevas generaciones. Pero, como ella misma dice: la mala fama que acarrean los videojuegos antes la tuvo el cine, la televisión o los cómics.
Escena en una biblioteca en el videojuego Fortnite.
En cualquier caso, lo más destacable es que haya psicólogos ayudando a desarrollar videojuegos. Cuando se crearon los estudios de psicología, allá por 1860 en Suiza, la profesión parecía orientada a ayudar a desentrañar la psique humana para tratar y mitigar sus patologías. Pero visto la de psicólogos que hay en la plantilla de shows televisivos como Gran Hermano, en agencias de publicidad y en los equipos electorales de los partidos: el potencial para manipular de la profesión destaca por encima del resto de sus aplicaciones prácticas.
Pero lejos de criticar nada, más bien, nos preguntamos: ¿por qué no se cuenta también con psicólogos a la hora de diseñar los planes de fomento de la lectura/cultura para bibliotecas?
Hodent declara que su motivación para entrar en la industria de los videojuegos fue mejorar su calidad y proyectarlos más allá del simple entretenimiento. En su trabajo tiene muy en cuenta la curva de olvido del psicólogo alemán Herman Ebbinghaus. Según dicha curva: si has aprendido cierta información sin ningún método es probable que olvides un 70% en cuestión de un día.
Una curva que se debe de combar hasta rozar el suelo en el caso del método cuántico de lectura que se ha ido extendiendo en China. El método ideado por el profesor japonés Yumiko Tobitani se está publicitando dirigido principalmente a los jóvenes. Cursos en los que se promete la lectura de 100.000 palabras en cinco minutos. En una sociedad donde el nivel de estudios marca la diferencia: el método cuántico es a la lectura lo que las dietas milagrosas a la salud. La lectura en tiempos del beneficio inmediato.
Pero nada sale gratis. Si se quiere leer a la velocidad del rayo será a costa de renunciar al placer. ¿Será por eso que las ofertas de descuento destacadas, para estas Navidades, en Amazon: se olvidan de los libros y dan preferencia al Satisfyer? Según la publicidad, con el famoso artilugio el placer está asegurado entre la población más lectora: las mujeres. Orgasmos en menos de dos minutos. Ya que cuesta tanto alcanzar una igualdad real, al menos, que se iguale el tiempo que tardan en alcanzar el orgasmo los dos sexos. Si hay que competir con las máquinas convirtámonos en máquinas.
Pero no nos dispersemos más de la cuenta. Cuando todo parece a punto de descarrilar desembocamos de nuevo en las bibliotecas. En las conclusiones de las recientes Jornadas ‘Presente y futuro de las bibliotecas’, organizadas por Anabad-Murcia, con motivo del 30º aniversario de los estudios de Biblioteconomía en la UMU: el catedrático José Antonio Gómez Hernández lanzó una reflexión que enlazaba con lo de la gratuidad.
Según Gómez, tal vez, habría que empezar a darle la vuelta al eslogan que tanto se ha repetido durante los últimos años: ‘las bibliotecas no son un gasto sino una inversión’. En una sociedad capitalista: solo a lo que cuesta dinero, a lo que supone un gasto: se le reconoce un valor. En resumen, se le respeta. Si algo sale gratis, sospecha, puede que estés pagando un precio más alto que el dinero. Tu intimidad, tu compromiso en lo que crees, tu libertad, o la sociedad que te gustaría en el futuro.
Y precisamente ha sido en un medio económico y financiero, el británico ‘Financial Times’: donde, la escritora y crítica literaria hindú, Nilanjana S. Roy ha publicado una columna defendiendo a las bibliotecas. Su título desafía con una pregunta y su respuesta: ¿Quieren construir democracia? Entonces construyan bibliotecas.
Roy cita en su artículo el libro del sociólogo Eric Klinenberg Palaces for the People (2018). Un libro que esperemos alguna editorial española tenga la visión de publicar en nuestro país. El subtítulo aclara bastante sobre lo que versa: «cómo las infraestructuras sociales pueden ayudar a luchar contra la desigualdad, polarización y el declive de la sociedad civil». Y entre las infraestructuras sociales que el sociólogo sitúa en lo más alto de su lista están, como no, las bibliotecas.
El único libro de Nilanjana Roy publicado en castellano.
Además, Roy en su articulo, revisa la situación en que se encuentran las bibliotecas en diversos ámbitos geográficos.
Para la escritora hindú si alguien ha demostrado entender bien el valor y alcance del papel de las bibliotecas en las sociedades esos son los autoritarios y populistas. Y gracias a esa comprensión están dedicándose a combatirlas o, directamente, eliminarlas.
En Egipto, el presidente Abdel Fatteh el-Sisi echó el cierre a las bibliotecas de Al-Karama por estar financiadas por el defensor de los derechos humanos Gamal Eid. En Turquía asfixian presupuestariamente las redes de bibliotecas y ordenan quemas de libros. Este pasado agosto, más de 300.000 libros, fueron calcinados por orden el ministro de Educación. Cualquier referencia al golpe de Estado de 2016 hay que borrarla del mapa.
Trump por su parte lleva tres años recortando el presupuestos de las bibliotecas y está decidido a eliminar el Instituto de Servicios de Museos y Bibliotecas. En la India, el Partido Popular Indio, han optado por promover las bibliotecas, sí, pero bibliotecas que promocionen fondos que sustenten el discurso ideológico del partido en el poder.
Pero tal vez lo más triste es constatar que, esos discursos de odio a la cultura, encuentran colaboracionistas entre las propias filas bibliotecarias. Precisamente hace poco, en las redes sociales chinas, se hacía viral una fotografía de dos bibliotecarias a la puerta de su centro de trabajo quemando libros prohibidos.
Visto el panorama pareciera que los problemas de financiación para las bibliotecas no provienen tanto de la falta de recursos y medios. No se trata de priorizar necesidades básicas en las asignaciones presupuestarias ante la escasez de riqueza. Se trata de una purga ideológica, orquestada y organizada, por los gobernantes de algunos de los países con más peso en la escena internacional.
Otro de los libros que Roy cita en su artículo en defensa del papel de las bibliotecas en la sociedad actual.
El dinero es cobarde, según los especuladores, pero más allá de su cobardía está el hecho de que las bibliotecas sean capital de riesgo. De riesgo de democracia, de riesgo de un pensamiento independiente, de riesgo de ciudadanos independientes no manipulables.
Y eso no interesa al populismo, de derechas o de izquierdas, que campa a sus anchas por este nuevo siglo.
Un populismo reaccionario que guarda muy pocos grados de separación con el supuesto progresismo digital de Silicon Valley (con sus gurús provenientes de Berkeley y su tradición contracultural): cuando se trata de alienar a la población. Y en ese panorama, las bibliotecas públicas, siempre resultan anomalías en el sistema.
Todo tiene un precio, cierto. Pero parafraseando una frase que se hizo célebre durante la campaña electoral de Bill Clinton en 1992: «no es la economía, estúpido, es la ideología». Nada sale gratis. Pero lo que sale mas caro siempre es la independencia de criterio.
Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com
En la maravillosa película La linterna roja (1991) de Zhang Yimou: una linterna roja frente a una de las viviendas de las cuatro esposas de un señor feudal: significaba quien era la elegida, cada noche, para yacer con su marido y amo. Quien haya visto la película difícilmente podrá olvidar la belleza de sus imágenes, en las que el color rojo, se carga de simbolismo y significado. El rojo de la sangre menstrual como arma arrojadiza entre cuatro mujeres enclaustradas: que compiten en sus luchas por el poder dentro de los muros de un castillo.
Arrancar trayendo a colación la película de Yimou no necesita justificación, siempre es saludable recordar buenas obras para revisarlas o poner sobre su pista a quienes no las hayan disfrutado: pero es que la actualidad, siempre tan oportuna, nos trae una noticia que da aún más vigencia a algo de lo que hablábamos en el post anterior.
El documental, producido por Netflix, sobre los tabúes que rodean al ciclo menstrual en la India que se alzó con un Óscar en la edición de este año.
En La biblioteca como ornamento contamos el ardid de unos diseñadores alemanes para denunciar/soslayar el abusivo IVA que grava a los tampones en su país vendiéndolos dentro de un libro. Un libro de tampones que unía insospechadamente una cuestión de higiene íntima con el mundo bibliotecario. Y ahora desde Canadá nos llega otra noticia que vuelve a unir ambos asuntos.
El emoji para representar la menstruación que también nació entre polémicas.
Los baños de las bibliotecas públicas de la ciudad de Halifax distribuirán, de forma gratuita, tampones y toallas sanitarias. Una medida que ha sido celebrada por activistas como Jodi Brown que lleva varios años promoviendo campañas para conseguir productos sanitarios y de higiene para las personas más desfavorecidas.
De este modo, tampones y toallitas se equiparan al jabón y papel higiénico como productos a ofrecer en cualquier aseo de un establecimiento público. Pero algo, en apariencia, tan cotidiano entronca con un discurso feminista, cada vez más presente, en torno a la necesidad de desestigmatizar/visibilizar todo lo que rodea al ciclo menstrual femenino.
El espectacular hall rojo de la biblioteca pública de Seattle. Un desafío cromático a los sentidos.
La reciente y esteticista adaptación del clásico de Argento que ha llevado a cabo Luca Giardino.
Y al igual que el rojo de la película de Yimou nos ha servido para marcar el inicio del post: ahora es una foto del provocador hall rojo de la Biblioteca Pública de Seattle que, cual decorado de una película de Dario Argento, traza la línea roja que demarca un giro en nuestra narración.
La planta roja de la biblioteca de Seattle representa a la perfección la idea que de las bibliotecas propagan figuras como el creacionista estadounidense Ken Ham que, a través de Twitter (¿dónde iba ser si no?), ha declarado que «las bibliotecas públicas se están convirtiendo en lugares peligrosos».
La galardonada obra de teatro ‘Red’ de John Logan gira en torno a la figura del pintor Rothko y ha sido estrenada hace poco en nuestro país.
No sabemos si conocerá ese vestíbulo de rojo mareante de la biblioteca de Seattle; de hecho no sabemos si habrá pisado muchas bibliotecas el tal Ham: pero lo que es probable es que esa imagen debe representar, como pocas, el infierno intelectual en el que vive el susodicho. «El hombre que cree que la Tierra tiene 6.000 años de antigüedad: dice que las bibliotecas están empezando a ser peligrosas para los niños».
Así reza el titular que da para un meme con el que se cuenta la noticia en ‘The New York Daily News’. El célebre evangelista estadounidense acusa a las bibliotecas de estar poniendo en peligro las mentes más tiernas al exponerlas a libros y documentos LGTBIQ y feministas . Un cuento que ya nos sabemos de memoria de tantas (malas) versiones como de él se han dado en las noticias de distintos países. Pero más allá de las acusaciones contra las bibliotecas, la figura de Ken Ham, bien merece un pequeño inciso en nuestro rojo recorrido.
El Kentucky’s Ark Encounter es el parque temático cristiano evangelista promovido por el creacionista Ken Ham. En él se puede visitar este Arca de Noé tamaño real.
Ken Ham es el propulsor y director del parque de atracciones temático Ark Encounter en Grant County, Kentucky. Aparte de la reproducción del Arca de Noé el parque cuenta con un museo donde la historia de la humanidad se cuenta desde el punto de vista creacionista; y hasta tienen en proyecto construir la Torre de Babel. No hemos podido constatar que el parque cuente con una biblioteca: pero en el caso de que esté en proyecto: nos encantaría conocer todos los detalles de dicha biblioteca, y sobre todo, de la persona al frente de la misma.
Este tipo de noticias, en el pasado más inmediato, siempre nos horrorizaban/divertían desde la distancia de seguridad que nos daba tener un océano cultural y físico entre: los siempre contradictorios Estados Unidos y, la vetusta y venerable, Europa. Pero ese cordón sanitario cultural, esa línea roja, hace mucho que se desvaneció.
Hace solo unos días Abderramán III se convirtió en trending topic siglos después de su muerte. El hecho de que la primera medida adoptada por el equipo municipal de gobierno del pueblo zaragozano de Cadrete haya sido retirar un busto de Abderramán III: ha copado los titulares de los medios y las redes.
No hace falta hablar de lugares en ultramar. Tenemos los totalitarismos a la vuelta de la esquina. Con una variedad de colores y espectros (por no decir fantasmas) ideológicos que los norteamericanos, tan binarios en lo político como son ellos, no serían capaces de imaginar ni en una producción de Hollywood.
Bibliotecarios sin fronteras: organización canadiense que promueve a las bibliotecas sin distinciones geográficas en más de 75 países.
Nuestra corresponsal en Nueva York, Irene Blanco, hace poco en este blog, nos corroboraba lo implicados que están los bibliotecarios neoyorquinos con su comunidad. La sociedad civil y el activismo en los Estados Unidos es uno de los rasgos más admirables de la sociedad estadounidense: y el gremio bibliotecario, en ese sentido, no queda al margen. Todo lo contrario. En numerosas ocasiones ha demostrado su firmeza cuando de defender la libertad de expresión y la función de las bibliotecas se trata.
Las comparaciones sobran. Pero ya que los políticos no paran de hablar de líneas rojas y cordones sanitarios, entre unos y otros, la pregunta surge sola: ¿qué líneas rojas marcarían los bibliotecarios españoles al ver amenazadas la libertad de expresión o la libre circulación de las ideas en sus centros? ¿qué fronteras culturales estarían dispuestos a defender ante eventuales ataques a los principios que recoge el Manifiesto de la IFLA/Unesco sobre bibliotecas públicas?
Los bibliobúses: activismo bibliotecario sobre ruedas.
La película de Frederik Wiseman sobre la Biblioteca Pública de Nueva York: blockbuster bibliotecario de la temporada.
Ya lo decía hace poco el documentalista Frederick Wiseman al visitar nuestro país: «Una biblioteca es un arma política«: puede ser solo cuestión de tiempo que los que no habían caído en la cuenta de esa verdad sean conscientes y decidan usarla. Máxime cuando, posturas hasta ahora impensables en nuestro entorno más cercano: se abren paso en las administraciones de las que dependen las bibliotecas.
Afortunadamente, en contrapartida, también hay noticias que están dibujando líneas, rojas o no, con las que perfilar horizontes más esperanzadores.
Es el caso de las bibliotecarias aragonesas que se han unido para reclamar un reconocimiento a su labor y, sobre todo, compromiso por parte de las administraciones con la labor que las bibliotecas pequeñas desarrollan en el mundo rural. Es también el caso del ilusionante Manifiesto de bibliotecas inquietas que ha surgido en Valencia.
Puede que no tengamos la tradición activista de los Estados Unidos, ni una sociedad civil con una capacidad de movilización tan potente: pero ya que insisten e insisten tanto políticos y medios en ello: es buen momento para parar un instante y preguntarse: ¿cuáles serían nuestras líneas rojas bibliotecarias?
Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com
Cualquier invento humano es susceptible de convertirse en algo positivo o negativo según el uso que se le dé. El libro, pese al aura de prestigio que le rodea, no queda fuera de esta ley. No deja de ser un simple soporte de ideas buenas o nocivas pero, pese al acoso de lo digital, sigue investido de un peso simbólico que hasta los que no leen, o solo leen aquello que nunca les cuestiona, lo enarbolan cuando se trata de dar empaque a su causa.
La asociación italiana Sentinelle in piedi es un claro ejemplo de ello. Esta asociación italiana ha convertido en una cruzada personal la defensa de la familia tradicional (según su idea de lo que es una familia tradicional) y protestar contra la ley de uniones civiles que, entre otras cosas, permite la unión de parejas homosexuales. Y la forma de hacerlo es ocupando plazas y calles permaneciendo estáticos de pie mientras simulan (¿o no?) que leen libros.
Los Sentinelli en piedi.
Barbie sentinella in piedi: las bromas a costa de los defensores de la familia tradicional no se han hecho esperar.
Estos centinelas de pie recurren a la lectura y los libros para representar su arraigo a la tradición, a «su tradición», y así visibilizar su intransigencia y apego a las más rancias esencias de esa patria que tanto defienden. A estos vigías de la moral propia y ajena no estaría de más que alguien les advirtiera que en las bibliotecas públicas se llevan a cabo clubes de lectura mucho más cómodos (de todos es sabido que estar de pie mucho tiempo favorece, entre otras cosas, la formación de varices) y a resguardo de las inclemencias del tiempo.
Claro está que estos clubes, pese a estar sentados, pueden resultarles más incómodos por abarcar visiones del mundo lo más abiertas posibles a todo tipo de realidades e ideas.
Descubrir los libros que utilizan los sentinelli in piedi en sus «paradas morales» y hacer memes con sus fotos: la respuesta de muchos internautas en las redes a su discurso de exclusión.
Pero vamos a lo importante. ¿Leen realmente mientras están de pie o solo posturean? ; ¿qué tipo de libros eligen? ; ¿qué están haciendo las bibliotecas italianas que no hacen campaña para que los centinelas pasen antes por la biblioteca más cercana a prestarse los libros? ; ¿atenderían a las recomendaciones de los bibliotecarios? No más preguntas por ahora.
Lo más curioso es que las acciones que llevan a cabo los centinelas de pie se apropian de performances de los que serían sus opuestos: los movimientos por los derechos LGTBIQ+ o de acciones similares desarrolladas en las protestas que durante la denominada «primavera árabe» se vivieron en la plaza Taksim Gezi Park de Estambul.
Manifestantes turcos en la plaza Taksim Gezi Park de Estambul protestando contra el gobierno de Erdogan en 2013. Fotografía de George Henton.
La respuesta por parte de los colectivos LGTBIQ+ no se ha hecho esperar, y así, parejas gays y lesbianas han aprovechado sus concentraciones para, mientras los centinelas leen, besarse ostentosamente en público o perturbar la quietud de su lectura con panderetas y boas de colores. Aunque algunos memes y cachondeos varios a cuenta de los Sentinelle in piedi no tienen desperdicio: la sonrisa desaparece cuando se constata que estos grupos obtienen respaldo por parte de las autoridades políticas. Y el gremio bibliotecario no ha quedado indemne ante este giro reaccionario de la sociedad italiana.
Performance dentro de la performance de los Sentinelli en piedi. ¿O va en serio?
Fabiola Bernardini es la directora de la biblioteca Comunale di Todi, en Perugia, o más bien lo era hasta hace bien poco. Las autoridades de dicha ciudad, en su mayoría del partido de Berlusconi, Forza Italia, la destituyeron de su cargo al frente de la biblioteca por no haber atendido a un requerimiento de los responsables municipales.
Bernardini recibió el encargo de elaborar un listado de los libros infantiles y juveniles de la biblioteca que pudieran tener alguna relación con la homosexualidad, las familias homoparentales y la transexualidad. Tras unas semanas la directora de la biblioteca declaró sentirse incapaz de identificar ningún fondo que hubiera de ser expurgado por dichos motivos. Entre los libros que habían despertado las suspicacias de las autoridades todo un clásico: «E con Tango siamo in tre». El famoso libro de Peter Parnell y Justin Richardson sobre una pareja de pingüinos machos que adoptan a un cachorro y que ostenta el triste récord de ser, probablemente, el libro infantil más prohibido de la historia.
‘Con Tango son tres’: un clásico en lo que se refiere a censuras bibliotecarias.
La respuesta de las autoridades ha sido destituir a la bibliotecaria como directora del centro: trasladándola a otras dependencias bajo la excusa de formar parte de un programa de reubicación de plantillas. Pero las reacciones no se han hecho esperar. El próximo 30 de junio, la asociación pro derechos LGTBI Omphalos de Perugia: ha convocado una celebración del Orgullo gay en la ciudad de Todi en apoyo a la bibliotecaria; y la Asociación de Bibliotecas Italiana, AIB, ha publicado un documento, traducido también al inglés para concitar la solidaridad internacional, donde denuncian la situación de censura indirecta, y la asfixia de recursos y autonomía con la que algunos políticos transalpinos buscan marginar a aquellos profesionales que defienden la libertad de expresión y pensamiento en sus bibliotecas.
Folleto de la programación de la Biblioteca de Todi publicado por su directora Fabiola Bernardini en su cuenta de Twitter en mayo. Antes de ser destituida de su cargo. Vogliamo leggere = queremos leer.
Afortunadamente, por mucho que se diga que españoles e italianos compartimos tantas cosas, en nuestro país el matrimonio homosexual es legal desde hace 13 años; y la libertad del gremio bibliotecario, a la hora de seleccionar y organizar las colecciones, es algo que todos damos por asumido. No tenemos centinelas, al menos de pie, y es muy dudoso que los carpetovetónicos exaltados que puedan salir de las catacumbas para protestar por la exhumación de los restos de Franco en El Valle de los Caídos: vayan a incurrir en apropiacionismo cultural organizando lecturas en público. La simbología del libro y la lectura queda muy lejos de sus representaciones. Afortunadamente.
Detalle de la biblioteca de la Abadía de la Santa Cruz del Valle de los Caídos.
Si algún tinte positivo aportan las acciones de los sentinelli es el poder que sigue teniendo el libro como símbolo: aunque en este caso sea símbolo de su intransigencia. Y como nos remitimos al clásico de Ettore Scola en el título del post justo es que miremos al cine para constatarlo. Dos estrenos recientes representan acercamientos totalmente opuestos a los libros desde la ficción cinematográfica: uno como mera excusa argumental, y el otro, como base para una interesante reflexión sobre los fascismos que nos amenazan en nuestro día a día.
Un ama de casa y un homosexual reconociéndose como víctimas y concediéndose una jornada de respiro en la asfixiante Italia de Mussolini.
Cuando ellas quieren: el sutil título castellano elegido para la película Book Club (2018)
Diane Keaton, Jane Fonda, Mary Steenburgen y Candice Bergen junto a los galanes maduros Don Johnson y Andy García protagonizan Book Club (2018). En principio, por el título, cabría pensar que esta rutilante reunión de veteranas estrellas tendría algún interés desde el punto de vista bibliotecario o de la lectura: pero solo hay que echar un vistazo a la sinopsis para temerse lo peor.
A saber: un grupo de septuagenarias que participan en un club de lectura desde hace años replantean su actitud ante la vida y el paso del tiempo a partir del impacto que supone en ellas la lectura de una novela. Hasta ahí nada original, pero tampoco para ponerse en guardia, pero los peores presagios se hacen realidad cuando se descubre que el libro en cuestión son las célebres 50 sombras de Grey.
Obviamente el tono es de comedia, pero visto el nivel actual de Hollywood hipotecado por los superhéroes, y que cuando se lanza a hacer una película para público adulto salga con esto: hace temerse lo peor. Una versión degradada de la ya de por sí discreta Conociendo a Jane Austen (2007) que también se ambientaba en un club de lectura.
Pero la lectura como bisutería para productos tan ramplones queda compensada por otra cinta también con una base argumental de lo más bibliotecaria: El taller de escritura (2018). En esta producción europea, una novelista imparte un taller de escritura para jóvenes en el pueblo de La Ciotat, en el sur de Francia, una población duramente castigada por la crisis en la que una de las industrias que pervive es la construcción de embarcaciones de lujo. La situación económica y la falta de futuro ha favorecido que los partidos políticos de extrema derecha hayan captado el voto joven.
La escritora que modera el taller se topará con la realidad de unos chicos de variadas procedencias, entre los que destaca, por su talento y vehemencia: un chico con opiniones de lo más extremistas. El proceso de acercamiento y conocimiento a través de la literatura de una realidad que nos afecta a todos se resuelve en una cinta elogiada por la crítica y auténtico filón para cinefórum. Una apropiación de lo literario y lo bibliotecario, en este caso, de lo más provechosa.
El variopinto grupo de jóvenes que forman el taller de escritura de la película francesa.
El grupo de la carroza por la diversidad en la Cabalgata de Reyes vallecana ataviados como peluches listos para desfilar.
Hace unos meses, en la cabalgata de los Reyes Magos del barrio madrileño de Vallecas, la presencia en una carroza por la diversidad con la artista La Prohibida: provocó la indignación de muchos medios conservadores. Curiosamente de unos medios que, de no haberse dado esta noticia, poco caso habrían hecho a la cabalgata de un barrio como Vallecas. Los vecinos vallecanos pese a la algarabía mediática, en cambio, acogieron con aplausos y vítores la, presuntamente, polémica carroza.
Traer a colación a La Prohibida tiene todo el sentido, en parte porque enlaza con nuestra Biblioteca contracultural, y sobre todo por el último vídeo que lanzó hace unas semanas: La pubblicità (Un mondo ideale). En este drama de pan y mantequilla a ritmo ochentero, una versión de Fahrenheit 451 colorista y kitsch, los amantes de los libros deben esconderse y formar colonias para poder vivir su vicio secreto ante el totalitarismo de un mundo lleno de publicidad. Los miembros de esta resistencia lectora que se refugian en el bosque no se distinguirían en apariencia de los sentinelle di piedi salvo por el hecho de estar sentados.
Y es que por mucha literatura que le pongamos al asunto: las bibliotecas (o la cultura en general) no matan fascistas como sostenía un post hace tiempo. Como cualquier invento humano son susceptibles de convertirse…[Continúa en la primera línea].
Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com
Anne, una de las protagonistas de nuestro exitoso Menú del día para mujeres bibliotecarias, recordaba en la conversación de sobremesa con sus compañeras: la poco conocida película En el ojo del huracán (1956). En esta película, rodada en plena histeria anticomunista en la década de los 50, y que fue objeto de ostracismo comercial: Bette Davis encarnaba a la bibliotecaria de un pueblo norteamericano que se enfrentaba a políticos y ciudadanos por defender que el Manifiesto comunista se mantuviera dentro de las colecciones de su biblioteca.
La actriz Bette Davis junto a Ruth Hall, bibliotecaria en 1955, de la ciudad de Santa Rosa: en la cual se rodó la película en la que Davis interpretaba a una bibliotecaria. Fuente: Sonoma County Pictures.
La bibliotecaria interpretada por Davis viviendo su propio Farenheit 451.
Resulta sorprendente que esta película (nada del otro mundo salvo por la gran Davis) resulte tan oportuna casi 70 años después en nuestro país. Pero los secuestros judiciales de libros, la censura artística en ARCO, los juicios a raperos, tuiteros, programas y publicaciones de humor: hacen que el mote de mordaza con que se bautizó a la Ley de Seguridad Ciudadana suene cada vez más inquietantemente acertado.
Pero estos aires contrarios a la libertad de expresión, a la libertad de pensamiento no son exclusivos de ningún sesgo ideológico: se dan en todos los ámbitos y foros. Desde los discursos más aparentemente progresistas a los más conservadores. Nadie queda indemne a este debate que ha exacerbado, en gran parte, ese discurso furibundo que copa las redes sociales día sí, día también. Y a todo esto ¿qué tienen que decir las bibliotecas?
Bastiones de la democracia, refugios de la libertad de pensamiento, instituciones que garantizan el acceso a a todas las opiniones y puntos de vista: con este rosario de descripciones laudatorias que se les han ido acumulando no podían quedar fuera de un asunto tan inesperadamente candente. Y claro que tienen algo que decir: pero lo hacen quedamente, sin alzar la voz, como no podía ser de otro modo.
En este post vamos repasar algunos de los casos recientes más mediáticos pero lo vamos a hacer desde una perspectiva algo diferente: desde el catálogo colectivo de bibliotecas públicas del Ministerio de Cultura (CCBIP). Solo hay que realizar búsquedas de algunas de esas obras secuestradas, prohibidas o censuradas para elaborar el mapa bibliotecario de la libertad de expresión en nuestro país.
Captura de pantalla del Catálogo Colectivo de Bibliotecas Públicas del Ministerio de Cultura en el que aparecen los resultados de lanzar la búsqueda sobre la novela de Nacho Carretero.
Es posible que ningún ciudadano pueda adquirir la controvertida novela de Nacho Carretero, Fariña, en ninguna librería tras el secuestro legal al que ha sido sometida: pero eso no es impedimento para que en las bibliotecas que estuvieran raudas a la hora de adquirirlo, este título que ha sido judicialmente retirado de la circulación, siga accesible a cualquier ciudadano que disponga de un simple y gratuito carné de biblioteca. La decisión de la jueza es cautelar pero, tanto si finalmente gana la causa el demandante (el ex alcalde de O Grove) o el demandado (el autor y la editorial): los ejemplares de Fariña seguirán formando parte de un total de 16 redes de bibliotecas a lo largo y ancho de nuestro país (algunos de ellos en la propia Galicia).
Surge una duda a mitad de abordar este asunto: ¿se podría ordenar su secuestro de las colecciones de las bibliotecas públicas? ¿estaremos haciendo saltar la liebre al escribir este post? Por si acaso no nos entretengamos y sigamos adelante.
¿Qué habría pensado Hitchcock del remake caligráfico que Gus Van Sant hizo de su película Psicosis?
Pero como hemos dicho al principio los intentos de censura o prohibición no solo provienen de instancias judiciales. El celo con que algunos albaceas de la obra de autores fallecidos defienden sus derechos contraviene hasta los más respetuosos homenajes. En 2011, el escritor Agustín Fernández Mallo ahondaba en el espíritu borgiano creando un género, el remake literario, con el que revisitar la novela El hacedor escrita por Jorge Luis Borges en 1960.
El genio argentino probablemente hubiese observado con curiosidad este experimento narrativo en torno a su creación; pero su viuda María Kodama no contempló esta posibilidad al denunciar a la editorial para obligar a la retirada inmediata de la obra. Apagados los ecos del suceso, siete años después, El hacedor (de Borges), Remake aparece como disponible para el préstamo en 19 redes de bibliotecas (que no se entere Kodama).
Obra de la artista Carmen Cantabella perteneciente a su serie ‘Tintín inédito’ en la que mostraba al personaje de Hergé manteniendo relaciones sexuales con geishas. La Sociedad Moulinsart no da abasto.
Otro ejemplo de exceso de celo al proteger a un autor fallecido lo protagonizó la Sociedad Moulinsart, gestora de los derechos de la obra de Hergé, cuando en 2008 frenó la distribución, y después, la reedición de El loto rosa (De Ponent). En esta obra colectiva se rendía homenaje a Tintín a través de ilustraciones y de un relato escrito por Antonio Altarriba (Premio Nacional de Cómic) en el que recreaba la vida adulta de Tintín como reportero de cotilleos en Hollywood, y entre otras cosas, perdiendo la virginidad con Catherine Deneuve. Todo muy francófono. En el CCBIP constan 8 redes de bibliotecas donde este polémico homenaje a Tintín sigue de cuerpo presente para quien quiera disfrutar de la blasfemia.
Cuando se enarbola la bandera de alguna causa social se requiere del suficiente poso cultural para no confundir los términos y no caer en maniqueísmos que desbaraten lo justo de nuestras reivindicaciones. Por eso la esperanzadora tercera ola feminista que estamos viviendo y a la que, cada vez, van sumándose más chicas jóvenes, y afortunadamente, también chicos: no debería caer en planteamientos inquisitoriales tales como volver a cuestionar a Nabokov por Lolita. Como si a estas alturas no se tuviera el suficiente criterio para no confundir el discurso creativo con el hecho de estar haciendo apología de la pedofilia o la violación como sucedió, más recientemente, con la obra de Hernán Migoya: Todas putas.
Viñeta de ‘El violador’ uno de los cuentos ilustrados incluidos en la adaptación al cómic por parte de 15 autoras del libro de relatos de Migoya: Todas putas.
En 2014 la novela de Migoya, que a punto estuvo de ser prohibida en pleno siglo XXI, conoció una versión cómic por parte de 15 artistas femeninas que no sabemos si supuso una absolución feminista, pero sí al menos una brecha a ese discurso monolítico de corrección política que tantos estragos puede acarrear. En este 2018, de ilusionante eclosión feminista, el Todas putas de Migoya sigue accesible en 17 redes de bibliotecas según el CCBIP: y en formato de novela gráfica ilustrado por mujeres en 9 redes de bibliotecas.
Sorprende que tras las trágicas consecuencias que tuvieron las caricaturas de Mahoma en Dinamarca, o la posterior matanza en la redacción de ‘Charlie Hedbo’ en París, en nuestro país un juez se decidiera a secuestrar el número 1573 de la revista satírica ‘El jueves’ que, en 2007, caricaturizaba a los actuales monarcas españoles en pleno acto sexual. El recientemente fallecido Forges manifestó en aquel entonces, como tantos otros, su total oposición a dicho secuestro judicial. Forges sabía bien de lo que hablaba.
La portada de la primera edición de la ‘Historia de aquí’ de Forges «desaparecida en combate».
En 1980 una de las portadas de la primera edición del coleccionable Historia de aquí (uno de sus grandes éxitos) «desapareció» en posteriores reediciones por sus claras referencias al Opus. Gracias a que el DJ Renatus Semper posee el coleccionable original, con motivo del fallecimiento de Forges, publicó en sus redes la portada escamoteada durante tantos años reparando así una censura que, en su momento, es probable que pasase más que desapercibida.
La Historia de aquí de Forges está presente en prácticamente todas las redes de bibliotecas, según la preceptiva búsqueda que hemos hecho en el CCBIP, pero es imposible saber, a través de este medio, si realmente alguno de los ejemplares conserva la portada original que, gracias a Renatus, ahora está accesible en la red.
Lo que sí que es más que probable es que la portada del nº 1573 de ‘El jueves’, con los entonces príncipes de Asturias en postura tan comprometida, esté disponible en alguna de las 12 redes de bibliotecas en las que se incluye la veterana publicación satírica según el CCBIP.
También en las 13 comunidades en cuyos catálogos de bibliotecas públicas aparece la revista satírica ‘Mongolia’: se podrá consultar la parodia que publicaron del torero Ortega Cano como un alienígena. Una caricatura que ha provocado la imposición de una multa por vulnerar el derecho al honor del diestro de 40.000 euros: lo que compromete seriamente la continuidad de la publicación. No hay mucho que comentar al respecto más allá de las propias declaraciones de los responsables de la revista:
«Tenemos un grave problema con la libertad de expresión en este país. Si una revista satírica no puede utilizar la figura de un personaje público condenado que acaba de salir de la cárcel, si no puedes utilizar que haya cumplido menos tiempo y que nos parezca marciano, si eso no es satirizable, cerramos. Que cierre El Intermedio, El Jueves, Mongolia…”. Y añaden: “Esto demuestra en el país en el que estamos viviendo”.
Y aquí dejamos las búsquedas en el CCBIP. Podríamos seguir con los discos de Def con Dos que hay en las bibliotecas públicas de nuestro país, o los de los Chikos del Maíz, en los que hace featuringPablo Hásel, o los discos de Valtonyc: pero ya es suficiente.
Index Librorum Prohibitorum: nombre de un personaje manga entre cuyos poderes está el haber memorizado miles de libros prohibidos. Index para los amigos.
Es más que suficiente para constatar que las bibliotecas públicas sin necesidad de alharacas, ni adherirse a manifiestos de un bando u otro: son las garantes de la salud democrática de un país, las instituciones públicas que mejor protegen la libertad de expresión y la diversidad de pensamientos. La presencia de esos libros, revistas, discos o de cualquier otra obra o documento que haya sufrido censura ahora o en el pasado: no supone en ningún caso que se esté refrendando ni apoyando lo que en ellas se pueda exponer. Simplemente es la demostración de la madurez de una sociedad: la sociedad de los usuarios de bibliotecas públicas.
Ni la censura paternalista de quienes dicen hacerlo para protegernos; ni la censura políticamente correcta en nombre de un concepto de libertad que no empieza donde acaba la de los demás. Que los guardianes de la moral ajena, de un signo u otro, se relajen: que ahí siguen las bibliotecas para que quien quiera pensar por sí mismo pueda hacerlo.
Sara Montiel dando de comer a los censores durante el franquismo.
El cantante David Byrne (líder de los venerados Talking Heads) expresó sus disculpas públicas recientemente con motivo de la publicación de su último disco. El motivo: que entre los colaboradores que reclutó para su nuevo trabajo no se incluye ninguna mujer. En fin, que alguien como Byrne tenga que recurrir a una disculpa pública por algo así da idea de los estragos que puede provocar el irse a los extremos en un sentido u otro. No sabemos entonces lo que pensará del divertido video del tema que hizo con The BPA hace casi una década. Tanto da porque a nosotros nos viene de perlas para cerrar este post.
Ni mordazas en las bocas, ni tiras negras en los cuerpos. Quien no quiera verlo que no mire, quien no quiera saberlo, que no lea.
Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com
Este artículo está basado en hechos reales. Los nombres propios y localizaciones han sido convenientemente omitidos para respetar la privacidad de las personas e instituciones implicadas en los hechos que aquí se narran.
En los Estados Unidos (que nadie se preocupe, no nos vamos a ir tan lejos para hablar de bibliotecas, nos vamos a quedar mucho más cerca) es ya un clásico lo de publicar el listado de obras censuradas por diversas razones en las bibliotecas públicas. La ALA publica el listado en el blog Intellectual Freedom.
En nuestro país no exista tal costumbre, pese a tener menos recorrido democrático tenemos tan interiorizado lo de la libertad de expresión que ese listado sería impensable. En España la pluralidad de ideas, de expresiones artísticas, de discursos es respetada en todos los ámbitos, y todavía mucho más en las bibliotecas… Pero mejor nos centramos un poco, que la deriva hacia la fantasía de este artículo es preocupante, máxime cuando acaba de arrancar prometiendo basarse en hechos reales cual telefilme de sobremesa en Antena 3.
Es posible que algún profesional del gremio pudiera narrar alguna sugerencia velada (o sin velo alguno) a la hora de seleccionar obras para su biblioteca, diseñar actividades o distribuir sus exiguos presupuestos para beneficiar a algún literato afín al político de turno. Pero en cualquier caso, sin duda, sería la excepción que confirmaría la regla. No hablamos de Estados Unidos, ni vamos a hablar de nuestros políticos: la peor censura, la más dañina, la que provoca que luego vengan todas las demás, la que puede constreñir el libre ejercicio del criterio bibliotecario hasta estrangularlo es la dictadura del cliente, del usuario, del ciudadano.
Sí, ese ser al que tanto se mima, se estudia, se aspira a satisfacer. Una de cal y otra de arena. Si otras veces hemos defendido que hay que «dejarse hacer», «dejarse intervenir» por los ciudadanos; aquí vamos a hablar de los límites de ese intervencionismo. Y cumpliendo con lo prometido nada mejor que unos cuantos hechos reales para ilustrarlo [radar cotilla bibliotecario en modo ON]:
Hace unos años en la revista de la biblioteca X, se publicó un artículo que, a modo de cenefa, se decoraba con las estupendas tiras que sobre la historia de la humanidad dibujó el genial Milo Manara, y que anteceden a este párrafo. Pese a que el tamaño de las mismas era ciertamente pequeño, una usuaria las escudriñó con detalle; y una vez hecho, denunció a la biblioteca ante el Instituto de la Mujer por haberlas publicado. El motivo esgrimido era que en la crónica histórica dibujada del artista italiano se incluían hechos denigrantes hacia las mujeres como violencia sexual.
Se desconoce los conocimientos en historia de la ciudadana ofendida, pero se empieza así y se termina como ciertos regímenes totalitarios: purgando personajes caídos en desgracia de las fotografías de los próceres de la patria. Afortunadamente la denuncia en cuestión no prosperó pese a que se abriera una investigación.
La de maravillas que habrían hecho en la época de Stalin de haber existido el Photoshop. En la segunda imagen hasta parece más esbelto, y es que una buena purga siempre viene bien.
En junio 2014 el blog de la biblioteca Y publicaba un post a cuenta de la plataforma Mecenable, la prometedora plataforma de crowdfunding para financiar proyectos en bibliotecas. Pues bien, en dicho post se aprovechaba para reflexionar sobre la conveniencia de que la iniciativa privada colaborase con lo público. El post, y la reacción de unos pocos usuarios (todo hay que decirlo) a través de las redes fueron de lo más ofendidas.
Según clamaban era indignante e intolerable que en el blog de una institución pública se insinuara siquiera la posible colaboración con el sector privado, plantear algo así suponía abrir las puertas a la consiguiente privatización de los servicios culturales. La ponderación a la hora de sopesar pros y contras a que aspiraba el post en cuestión no era un elemento a considerar, era necesario zanjar desde el principio ninguna posibilidad de debate o reflexión al respecto. Una vez más la mesura se impuso en otros tantos usuarios que sin dejarse llevar por la encendida soflama contra un simple post, compartieron sus opiniones a favor y en contra sobre el tema en cuestión.
En la biblioteca W se programó una actividad con salones de belleza de la ciudad en la que se ubica. Dicha actividad consistía en crear pequeñas bibliotecas en peluquerías del centro, y dentro de la programación se incluyó una sesión de maquillaje y peluquería en la propia biblioteca.
La sorpresa para los usuarios que, además de llevarse como regalo un libro con un título tan apropiado como Las guapas deben morir, salían maqueados, peinados y maquillados de la biblioteca: resultó de lo más divertida y original.
Pero nada comparable con la sorpresa que recibieron días después en la biblioteca al presentarse dos inspectores de industria con una denuncia por, supuestamente, estar ofreciendo servicios gratuitos de peluquería y belleza en los sótanos del centro.
Una vez disipado lo absurdo de la denuncia en cuestión, la idea de tener peluquerías clandestinas en los sótanos de una biblioteca, es un argumento que alguien debería retomar para alguna película. El género podría ser entre la comedia y la ciencia ficción.
En la biblioteca Z se expuso en su sección de cómics un panel de una exposición que hacía un recorrido a la historia del noveno arte. Nada hacía pensar que ninguno de los paneles expuestos pudiera provocar problema alguno, pero nunca se debe subestimar la capacidad del público para sorprenderte. En un panel bajo el título España, viñeta blanca de mi esperanza se recurría a lo que ya es más que un lugar común: definir a la dictadura franquista como una época grisácea y triste. Pues bien, un ciudadano presentó sus quejas por haber descrito de este modo a un tiempo histórico que él recordaba con añoranza, y en el que las cosas le fueron muy bien.
[radar cotilla bibliotecario en modo OFF] En un servicio público que atiende a un público tan heterogéneo y amplio como es una biblioteca, este tipo de cosas pueden pasar, y pasan. Pero más allá de la anécdota (no dejan de ser hechos puntuales) lo que se puede interpretar de ellos es algo más preocupante y peliagudo. La deriva populista del discurso público está teniendo consecuencias, y no distingue entre izquierdas, derechas, ni centro. La versión 3.0 del populismo de las folclóricas del siglo XX, el «me debo a mi público», el «España no echarme» de los realities de Telecinco, convertido en instrumento de decisión en el XXI.
Y que no se malinterprete, salvo probablemente el señor nostálgico de esa España, viñeta blanca de nuestra esperanza: la mayoría (o eso queremos pensar) estamos a favor de una democracia participativa, en la que la voz de los ciudadanos sea tenida en cuenta más allá de votar cada cuatro años (perdón, que eso era antes, ahora se vota cada pocos meses). Pero ¿qué consecuencias puede tener una delegación absoluta de la capacidad de tomar decisiones en los ciudadanos?
Los excesos de lo políticamente correcto pueden tener consecuencias nefastas. Y no estamos hablando de brexit, ni decisiones políticas en todos los ámbitos: no aspiramos a tanto, nos conformamos con centrarnos en los efectos de este afán consultivo y participativo sin fin en cuestiones de índole cultural.
Infografía de la ALA sobre cuáles son los motivos más habituales para la prohibición de libros
En varias comunidades autónomas se ha legislado para acabar con todo tipo de discriminación del colectivo LGTBI. Sin duda algo encomiable y necesario. En el caso de la mayoría de bibliotecas públicas, esta lucha está superada. Si hay una institución sensible a todos los colectivos esa es la biblioteca, así que en la mayoría de ellas dudamos que sea necesario hacer ningún esfuerzo en ese sentido. Y la pluralidad de sus fondos abarca tanto temática LGTBI como de cualquier otro sector de la población.
Lo curioso (vamos a llamarlo así) es cuando en un exceso de celo por resultar los más progresistas [radar cotilla bibliotecario en modo ON] en algunas administración que no habían oído hablar de la CDU en su vida, la han cuestionado como método clasificatorio de bibliotecas por no dar visibilidad lo suficiente a la causa LGTBI. [radar cotilla bibliotecario en modo OFF] No vamos a defender que la CDU no requiera reformas, o incluso terminar pasando de ella: pero salvo que se decida hacer un centro de interés LGTBI ¿qué es peor, dejar los fondos que aborden dicha temática junto al resto sin hacer distinciones, o apartarlos y así discriminarlos del resto de materias de una forma contra natura? (como calificaban a dicho colectivo los guardianes de la moral hasta no hace tanto tiempo)
Cartel de la biblioteca H para un centro de interés sobre biografías que fue censurado por la queja de un usuario
¡Ay de los conversos a la causa, y de los efectos perniciosos de lo políticamente correcto! (léase, si alcanza la memoria, con el tono de sermón propio de las voces en off de las españoladas de los 60).
Otra tendencia que pretende halagar el criterio ciudadano, consiste en lo que se ha dado en llamar los presupuestos participativos. Tomar el pulso también a lo que los ciudadanos quieren que se haga en cuestiones culturales, y por tanto, a dónde quieren que el dinero público vaya destinado. Atender los gustos de los ciudadanos es necesario, pero en un país con índices de lectura tan bajos y al que la OCDE califica negativamente en materia educativa año sí, y año también: ¿no es un poco temerario dejar que sean estos presupuestos plebiscitarios los que determinen el rumbo de inversiones en materia cultural?
¿No debería consultarse a los expertos en la materia para que también aporten sus criterios?, ¿si en el caso de padecer alguna dolencia aceptamos los consejos del especialista correspondiente, por qué cuando hablamos de cultura no tomamos en consideración al menos las sugerencias de los que bregan con la materia cada día? Y la comparación podrá tildarse de exagerada, pero no de inapropiada cuando estamos hablando de centros de asistencia primaria en materia cultural como son las bibliotecas.
Los guionistas de serie de ficción en España se quejan de la falta de riesgo de los directivos de las cadenas, que hacen que el tipo de serie para toda la familia lo invada todo. El querer contentar a todos y llegar a todos tiene estos peligros: la pérdida de los espectadores con más inquietudes culturales.
Lo del cliente siempre tiene la razón, ¿sirve también en lo que respecta a las bibliotecas? Demasiadas preguntas lanzadas al aire como para que esto no empiece a parecer un interrogatorio. Dejémoslo aquí, y mientras tanto:
¡¡¡SEÑORAS Y SEÑORES!!! Pasen y vean a los fabulosos acróbatas del tejuelo, a los contorsionistas de la desiderata, haciendo malabarismos para contentar a padres y a niños, a conservadores y a progresistas, a letraheridos y a chonis, a frikis y a hipsters, y a todo el que quiera asistir al espectáculo de cuatro pistas que cada día se escenifica en muchas de las bibliotecas de nuestro país.
Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com
uso de impresoras 3D, drones, redes sociales…, aspectos que, de vuelta a nuestra realidad, muchas veces nos resultan de lo más futuristas. Sin embargo, esta vez vamos a centrarnos en una iniciativa en la que la ciencia-ficción solo aparece dibujada en viñetas, en la que no se mira al futuro sino al pasado, a la recuperación de la memoria cultural desde las bibliotecas.
Se trata de la “Semana de los libros prohibidos”, un evento anual impulsado por la American Library Association que facilita herramientas y recursos a las bibliotecas para visibilizar y acercar al público obras que en algún momento de la historia han sido prohibidas. El propósito es sensibilizar sobre la amenaza de la censura, hoy y siempre. Porque sigue existiendo, no lo dudemos.
Este año, la semana ha estado dedicada al mundo del cómic. La historia es fascinante: viajamos al EE.UU de los años 30, 40 y 50 del siglo pasado, la edad de oro del cómic americano que vio nacer a grandes superhéroes como Flash Gordon, El hombre enmascarado, Superman y Batman. Durante la II Guerra Mundial el género había crecido en popularidad gracias a los paquetes cargados con cómics que los soldados que luchaban en el frente recibían de sus familiares. Eran historias heróicas en las que siempre ganaba el bueno, justo lo que necesitaban los muchachos.
A pesar de que, de vuelta a casa, aquellos soldados curtidos en mil batallas trajeron consigo su gusto por las historietas, éstas seguían siendo percibidas en gran medida como lecturas para niños. Y con la entrada en la Guerra Fría y el creciente sentimiento de amenaza comunista la presencia de material adulto en estas historietas se percibía como altamente subversiva. La censura empezó a actuar.
El desencadenante fue la publicación de un libro del psiquiatra Frederic Wertham titulado “La seducción de los inocentes” (Seduction of the Innocent), en el que establecía con pruebas ahora desacreditadas el vínculo entre los cómics y… ¡la delincuencia juvenil! Su testimonio llegó a una comisión de investigación del Senado de EE.UU, y la presión política hizo el resto. Los editores de cómics crearon la Comics Code Authority (CCA) dedicada a la autocensura: todo por evitar la mala prensa y mantener la industria.
De la autocensura al underground
Para ello, crearon un sello de aprobación de los cómics destinados a venderse por los canales tradicionales que garantizaba que las historias no incluían contenido “inadecuado”. Los límites draconianos que impusieron no tienen desperdicio:
Siempre, en cualquier circunstancia, el bien debía triunfar sobre el mal, y los delincuentes debían ser castigados por sus fechorías.
La inclusión de historias en las que apareciera el mal solo se justificaba si se intentaba ilustrar una cuestión moral.
Ningún cómic podía utilizar en su título las palabras “horror” o “terror”.
Las blasfemias, obscenidades, groserías, el lenguaje vulgar, y las palabras o símbolos con un significado no deseable estaban prohibidos.
Bajo estas normas, solo cierto tipo de historias podían llegar al gran público: las que hablaban de superhéroes con nula ambigüedad moral, las que ilustraban castos romances, o las basadas en los personajes de Disney y en grandes clásicos de la literatura. Como diría Bart Simpson: ¡me aburro!El cómic para adultos se hacía underground, y encontraría un nutrido caldo de cultivo en la creciente cultura hippie de los años 60. La clandestinidad duró hasta los años 80. Tras la censura volvió el boom y una nueva explosión de géneros y, con ello, los cómics regresaron con honores a las bibliotecas. Hoy en día constituyen una de las colecciones con más crecimiento en ellas.
Y, sin embargo, sigue existiendo cierta censura en EE.UU, tanto para los cómics como para otros géneros, relacionada con lo que denominan “contenido adulto”, sexo, lenguaje utilizado…. El Comic Book Legal Defense Fund (CBLDF)– que ha colaborado con las bibliotecas en la creación de materiales para la Semana del Libro Prohibido- hace seguimiento y denuncia de los casos, y entre los más recientes sorprende, por ejemplo, la prohibición el año pasado del Persépolis de Marjane Satrapi para los alumnos de Séptimo de los colegios públicos de Chicago por considerarlo inadecuado para su edad y por contener “imágenes explícitas de torturas”.
Actividades en las bibliotecas
¿Y qué han hecho las bibliotecas estadounidenses para sensibilizar sobre los cómics prohibidos? Pues entre las actividades propuestas, además de clásicos como incluirlas en las programaciones de los clubes de lectura, en los boletines o blogs de las bibliotecas, o en las estanterías de “destacados”, nos han gustado, por ejemplo, las representaciones dramatizadas de las novelas gráficas ante el público de la biblioteca, con los lectores transformados en actores mientras se proyectan en pantalla las imágenes del cómic. Pero seguro que los cómics, y sobre todo los censurados, dan para mucho más, ¿no? El Manual elaborado por CBLDF para la Semana de los Libros Prohibidos aporta otras ideas de actividades.]]>
Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com