Tras este año de pandemia, en el que la cultura ha estado tan presente; en el que la cultura ha hecho tanto bien por la salud mental de la población (aunque no se le reconozca): ¿se puede seguir hablando de la cultura del ‘todo gratis’?
En un artículo publicado en ‘Business Insider‘ repasan las estrategias de éxito que Netflix ha seguido para, siempre según la publicación: desterrar la cultura del ‘todo gratis’. Revisando esas estrategias nos encontramos con cuatro puntos a destacar:
apostar por un storytelling propio: algo que se aplica sin cesar sea cual sea el sector del que se hable: construir el relato. Si en los 60 nació el culto al autor (‘Cahiers du cinema’ mediante); en los dosmiles es el relato lo que importa. Tal vez, sea por el influjo de las teorías de Yuval Noah Harari en Sapiens: sobre la ventaja evolutiva de nuestra especie por su capacidad para crear historias.
establecer un vínculo de cercanía con sus suscriptores gracias a la producción local.
capitalizar su profundo conocimiento de las audiencias para dotar al contenido menos mainstream, menos comercial, de «viajabilidad».
El artículo continúa con otras tantas loas a la estrategia seguida por Netflix. Y si bien, las bibliotecas sería más apropiado equipararlas a Filmin (por su perfil más cuidado en cuanto a calidad de contenidos; y porque parte de sus contenidos se ofrecen en eFilmonline): lo cierto es que los puntos positivos que subrayan en las tácticas de Netflix son perfectamente extrapolables al mundo bibliotecario.
¿A cuántas bibliotecas les resuena cual eco lo de construir el relato, lo de transmitir los valores e idea de la biblioteca pública a los usuarios? Otro tanto respecto a lo de establecer vínculos de cercanía. Ninguna otra institución cultural puede enmendarle la plana a las bibliotecas públicas en ese sentido. Y en cuanto a lo capitalizar su conocimiento de su audiencia habría que hacer un punto y aparte.
Ahora mismo el cine clásico, que otrora arrasaba en taquilla, está al mismo nivel que los productos más alternativos de la actualidad. ¿Qué diría el todopoderoso David O. Selznick si levantase la cabeza y viera que sus superproducciones ahora se publicitan al mismo nivel que el catálogo de productoras independientes? Si hay alguien que no discrimina entre taquillazos y obras para público minoritario (plataformas como Filmin aparte que, por cierto, nutre el catálogo de eFilmOnline): esas son las bibliotecas.
Con esto no queremos rebatir, ni mucho menos, el artículo de ‘Business Insider’. No se puede esperar que una publicacion dedicada al mundo empresarial vaya a tener en cuenta la aportacion de las bibliotecas. Pero no porque no sea temática propia de su linea editorial sino porque nadie, ni las propias autoridades de las que dependen, le reconocen la labor que llevan décadas realizando. Ya lo decíamos en Se vende biblioteca al respecto de las sucesivas campañas institucionales contra el pirateo en las que jamás se subrayó la alternativa bibliotecaria.
Pero evitemos un tono revanchista que no lleva a nada bueno. En la semana, en que se celebra el Día Mundial del Arte, aprovechemos para darle la vuelta a esa cultura del «todo gratis» reinvidicando a las instituciones englobadas en el acrónimo GLAM (Galleries, Libraries, Archives and Museum).
En Barcelona se ha publicado, y firmado por organizaciones como Médicos Sin Fronteras, Oxfam Intermón, Amnistía Internacional o Médicos del Mundo: una declaración a favor de la liberación de las patentes de las vacunas contra el Covid-19. El clamor por la liberación de las patentes de las vacunas sigue creciendo sin parar.
La cultura, de inmediato, no salva vidas (salvo si de cultura científica hablamos) pero sirve para vertebrar sociedades sanas y con futuro. Las instituciones GLAM llevan muchos años ‘liberando’ millones de creaciones para uso y disfrute de la ciudadanía.
Chase McCoy, el diseñador de productos, ingeniero de front-end y explorador de Internet que ha creado el metabuscador Museo.
El motor de búsqueda Museo permite localizar entre millones de imágenes libres de derechos de instituciones como el Instituto de Arte de Chicago, el Rijkmuseum, los museos de arte de Harvard, el Instituto de Arte de Minneapolis o la colección digital de la Biblioteca Pública de Nueva York.
Todo tiene su etiqueta. Y cuando se entra en una web de imágenes libres de derechos; lo primero que hay que hacer es buscar temas que te interesan. Hemos escrito ‘libraries’ y estas son algunas de las joyitas con las que nos hemos encontrado.
Imágenes «liberadas» (se siente un placer especial al escribir lo de liberadas) del concepto biblioteca a lo largo de los siglos:
Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com
La plataforma eFilm de contenidos audiovisuales ha lanzado esta semana un concurso en Twitter cara a Halloween de lo más cinematográfico-literario. Y de esta iniciativa de nuestra cuenta amiga, que dirían los cursis, se inspira este post que se recrea en la cara más lectora del Hollywood clásico.
En la edad dorada de Hollywood, tal vez el eslogan que más famoso se hizo a la hora de promocionar un estudio, fue el de la Metro Goldwyn Mayer: Más estrellas que en el cielo (título del programa que en los años 80 condujo en TVE el muy cinéfilo Terenci Moix).
Y no era para menos. En sus años de máximo esplendor el estudio contaba con auténticos dioses del cine: Greta Garbo, Clark Gable, Jean Harlow, Elizabeth Taylor, Katharine Hepburn… Iconos de una manera de hacer cine y vivirlo que nunca volvería a repetirse (como diría Gloria Swanson: la gente nos veía como dioses, y nosotros nos comportábamos como tales).
El Hollywood de aquella época no era especialmente valorado y querido por la intelectualidad del momento. El cine nació como una atracción de barraca de feria, pero en California se hizo industria, exprimiendo para ello el talento de muchos grandes escritores que sentían su talento prostituido al ponerse al servicio de los grandes estudios.
La cantina de Hollywood: durante la II Guerra Mundial, las estrellas atendían y animaban a los soldados en una cantina, donde bailaban con ellos, y por supuesto se fotografiaban. En la foto el afortunado soldado está flanqueado por: Lana Turner, Deanne Durbin y Marlene Dietrich.
William Faulkner, John Steinbeck, Scott Fitzgerald o Truman Capote fueron algunos de los grandes escritores que, en momentos de su carrera, se sintieron tentados por los brillos y, sobre todo, los honorarios que les ofrecían las grandes productoras. Aventuras que en la mayoría de las ocasiones terminaron en litigios o en grandes frustraciones artísticas.
Pero pese a la imagen de frivolidad y falta de cultura con que siempre se ha estereotipado a la fauna del cine de Los Angeles, frente a la vanguardista e intelectual Nueva York: lo cierto es que siempre han existido estrellas del celuloide que han cultivado intereses culturales.
Las fotos de la rubia explosiva por excelencia, Marilyn, leyendo a James Joyce, son todo un clásico. Pero también otras estrellas como Clark Gable, Edward G. Robinson o Burt Lancaster demostraron su interés por la cultura, con su apoyo decidido a la Biblioteca de las Artes Cinematográficas de la Universidad del Sur de California.
La biblioteca se fundó en 1929 gracias a una colaboración entre la Universidad y la Academia de las Artes y las Ciencias. En su fundación estuvieron implicados mitos del celuloide como Douglas Fairbanks, Mary Pickford, D.W. Griffith o Ernst Lubitsch. Entre otros muchos directores, guionistas o productores que apoyaron el plan de estudios de la facultad a la que pertenecía.
Se puede decir que la memoria de Hollywood (la creativa, industrial y cultural, no la de los chismorreos) se conserva en dicha biblioteca. Y no sólo la del cine. El gran enemigo de Hollywood en la década de los 50: la televisión, también pasó a formar parte de las impresionantes colecciones de esta biblioteca, que atesora la memoria audiovisual de los Estados Unidos; y por tanto, del resto del mundo.
Sean Connery, aka Bond, James Bond, fraguó su fama en el cine inglés. Pero también se convirtió en una estrella de Hollywood. Sirva de homenaje esta foto en el año de su muerte.
Y tras este breve capricho que nos hemos dado a cuenta de las conexiones biblio-cinematográficas de Hollywood cerramos con una exquisitez. La web Cinecinéfilos es un auténtico filón para cinéfilos mitómanos. Cada semana, en el estupendo espacio del canal 24 h presentado por Moisés Rodríguez: Secuencias 24 h: el escritor e historiador cinematográfico Guillermo Balmori recomienda alguna de las joyas accesibles en este portal web.
Un magnífico portal repleto de vídeos, imágenes e información sobre cine clásico. Un auténtico festín para cualquier cinéfilo del que tomamos, no por casualidad, un banquete repleto de estrellas. El del 25 aniversario de la Metro. Simplemente delicioso.
Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com
Que una película como Contagio (2011) se convirtiera en la más vista durante las primeras semanas de confinamiento se puede interpretar de dos maneras. Desde un punto de vista positivo: los espectadores que la eligieron querían indagar, a través de la ficción, en lo que suponía una pandemia. Y de una perspectiva menos constructiva, pero igualmente humana, que el morbo por lo apocalíptico forma parte de nuestro ADN. Y quien dice la cinta de Steven Sodenberg dice las numerosas selecciones de libros de ficción sobre pandemias.
Orgullo + prejuicios + zombies (2016)
El propio director, Sodenberg, declaraba recientemente que pese a haberse documentado sobre los escenarios posibles en una pandemia global: la realidad le ha sobrepasado. Pese a la inquietante fidelidad de la película con lo acontecido nueve años después: el director se ha visto sorprendido por la profunda irracionalidad de muchos de sus compatriotas. La realidad siempre superando a la ficción.
Pero en este post vamos a rescatar ¿del olvido? un fenómeno literario que precisamente coincidió cronológicamente con el estreno de la película de Sodenberg: la literatura mashup. Cuando se publicó el cómic Orgullo, prejuicio y zombis parecía un disparate de lo más divertido. Fue a principios de esta década cuando el concepto de los mashup infectó a la literatura.
Antes que nada habrá que aclarar qué es eso de la literatura mashup por si alguien no lo recuerda o sabe. Nosotros proponemos castellanizar el concepto traduciéndolo como Literatura infectada. Porque de eso se trata: de infectar a unos géneros con otros, de coger clásicos de la literatura y machacarlos, hacerlos añicos convirtiéndolos en historias de vampiros, zombis u hombres lobo.
El término, culturalmente hablando, proviene del mundo de la música. El bastard pop o mashup se concibe como un collage musical que mezcla dos (o más) piezas musicales. En tiempos recientes YouTube se ha llenado de temas pop hábilmente mezclados, en la mayoría de las ocasiones, como una manera de denunciar sospechosas inspiraciones que rozan el plagio. Como si la originalidad siguiera teniendo algún peso en la fábrica de salchichas de la mayoría de música comercial del momento.
Pero centrándonos en lo literario, la mayor damnificada/intervenida fue Jane Austen: desde Sentido y sensibilidad y monstruos marinos, pasando por el ya mencionado Orgullo, prejuicio y zombis o Emma y los vampiros. Pero ni Tolstói se libró del saqueo, y así la robótica enlazó con la heroína romántica por excelencia, en Android Karenina.
Y al cine, por supuesto, también llegó la moda con Abraham Lincoln, cazador de vampiros (2012) o Drácula la leyenda jamás contada (2014). Menos mal que a continuación, Spielberg estrenó su biopic sobre el mítico presidente.
Así al menos, cuando manden un trabajo escolar sobre la figura del presidente a los escolares estadounidenses, tienen un referente cinematográfico más fidedigno. Aunque dado el umbral de incredulidad superado con Trump: creer que un presidente ejercía como un Val Helsing de la política: resulta de lo más creíble. La realidad de nuevo superando a la ficción.
¿Qué artefactos culturales, qué mixturas insospechadas, surgirán de esta crisis sanitaria, económica y social? Un campo de experimentación son las bibliotecas.
En nuestra serie El ángel exterminador bibliotecario planteábamos un confinamiento cultural entre diferentes tipologías de usuarios. En esa ocasión lo hicimos para tomar el pulso a los consumos culturales de grupos muy diversos.Tal vez, con un poco de perspectiva, sería momento de retomar aquella idea y cruzarla con otra serie de este blog: Geopolítica bibliotecaria. Al menos la sospecha de plagio se anula.
The exterminating angel: la ópera del compositor inglés Thomas Àdes que adapta la película buñueliana.
Un post mashup entre El ángel exterminador bibliotecarioy Geopolítica bibliotecaria. Un cruce entre cómo se desarrollan los hábitos y comportamientos de los usuarios de bibliotecas con efecto zoom (escrito en inglés original con doble intención): de lo local a lo global. Pero para que se dé esta infección aún necesitamos algo más de tiempo. Quede como promesa.
Y mientras llega el momento volvemos a los orígenes, a donde nació el fenómeno mashup, a la música. En un post de Open culture nos hablan sobre si las generaciones son fenómenos naturales o construcciones culturales. Un debate apasionante pero para otro momento. Lo que enlaza con el fenómeno mashup es el proyecto que nos descubren de dos DJ de Chicago: The Hood Internet.
Estos dos DJ y productores, especializados en mashup y remixes, han elaborado una serie de vídeos en los que agrupan 50 canciones lanzadas en un solo año. Desde 1979 a 1988 (por el momento). Aquí elegimos el 86 como podíamos haber elegido cualquier otro. Un collage músico-nostálgico que según los gustos, estéticos y musicales, de cada uno puede resultar indigesto o una delicia.
Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com
[Nota: este post tiene su reflejo al otro lado del Atlántico a través de un telestroscopio. Para visualizarlo pincha aquí.]
La cultura es energía, nunca se destruye, siempre se transforma.
El actor de serie B, en horas bajas, que interpreta Leonado DiCaprio en la última de Tarantino, Érase una vez en Hollywood (2019): asume su participación en un spaguetti western italiano como el signo inequívoco del declive de su carrera. Años después, esos filmes rodados en Europa, alimentarían la cinefilia de un joven empleado de videoclub en Tennessee. Un joven llamado Quentin, que terminaría convertido, en uno los cineastas más influyentes de finales del XX y principios del XXI.
Los denostados spaguetti western de los que se nutrió Tarantino son la demostración de que la cultura se retroalimenta. No hay detritus, todo sirve de abono. Pero también son la prueba de que la cultura de masas que ha marcado al mundo se basa en momentos, en los que el talento europeo, se cruzó con el espíritu emprendedor americano.
En los años 30 y 40 del pasado siglo cientos de técnicos, artistas, escritores y cineastas, huyendo del nazismo: fueron a recalar en la incipiente industria del cine estadounidense. No por casualidad, lo que vino a continuación, se le conoce como la Edad Dorada de la meca del cine. Ninguna industria como la desarrollada en las colinas de Hollywood ha impregnado la imaginación de todo un planeta como lo hizo la industria hollywoodense.
Josef von Stenberg, Marlene Dietrich y Charles Chaplin: europeos en Hollywood.
Ernst Lubitsch, Josef von Stenberg, Alfred Hitchcock, Billy Wilder, Fritz Lang, Douglas Sirk, Greta Garbo, Marlene Dietrich, Ingrid Bergman, Rodolfo Valentino, Audrey Hepburn o Vivian Leigh. La lista se haría interminable. Europeos en América que ayudaron a configurar un olimpo cuyos ecos aún resuenan hoy día.
Y otro tanto pasó en los años 80, cuando la estancada industria del cómic estadounidense, recibió una invasión de guionistas y artistas ingleses. Alan Moore, Dave Gibbons, Neil Gaiman, David Lloyd, Eddie Campbell.., reformularon el discurso del noveno arte para lanzarlo al boom adulto que vive actualmente.
Watchmen de Alan Moore y Dave Gibbons: el cómic de superhéroes que lo cambió todo en los 80.
Con ese espíritu, el de inspirarse en lo fecundos que han sido los intercambios entre las dos orillas del Atlántico: nace el proyecto empresarial de Knovvmads.
Queremos que esos diálogos, ese trasvase productivo de experiencias y energías, se den también en el mundo bibliotecario. Cooperación bibliotecaria trasatlántica que nos enriquezca mutuamente, y partiendo de un país, España, que tantas conexiones tiene con la pujante comunidad latina de los Estados Unidos.
Y cuyas redes de bibliotecas, a diferencia de las de otros países del viejo continente, como Reino Unido: han sobrevivido los duros años de la crisis apostando por la innovación, el ingenio y la adaptación de espacios y servicios.
Knovvmads, con sede en Miami, aspira a trasladar al mundo bibliotecario estadounidense algunos de los proyectos que mejores resultados han tenido en la empresa Infobibliotecas.
Repensar las bibliotecas en la era digital, requiere cambiar los esquemas en cuanto a servicios y espacios. Para ello es necesario tener un profundo conocimiento de lo que son y han sido las bibliotecas. «Todo ha de cambiar para que todo siga igual»: que decían en El Gatopardo. Otro ejemplo del feedback Europa-USA en su adaptación al cine protagonizada por Burt Lancaster.
Porque los objetivos básicos de las bibliotecas no han caducado. Los principios recogidos en el Manifiesto de la IFLA/Unesco de 1994 sobre bibliotecas públicas siguen vigentes. Pero son los modos de hacer que se cumplan esos objetivos (y otros nuevos que reclaman los tiempos) los que han cambiado.
Knovvmads, es una empresa recién creada, pero lleva el equipaje de la experiencia acumulada, durante años, como empresa de servicios bibliotecarios integrales de Infobibliotecas.
Desde suministro de fondos documentales, en cualquier idioma y formato, así como plataformas tecnológicas para el préstamo online de ebooks, audiovisuales y revistas: que se adaptan a las necesidades y sobre todo, capacidad presupuestaria, de cada institución. Con más de 20.000 e pubs en los que destacan los cómics y el aprendizaje de idiomas; más de 9.000 revistas de todas las temáticas; y miles de audiovisuales.
La biblioteca desde tu sofá: una excelente manera de luchar con la piratería de contenidos digitales. Y paralelamente un enfoque que reconsidera el concepto de biblioteca pública como espacio físico, como centro social y cultural.
El escritor alemán Bernhard Kellermann, en 1914, publicó una de las novelas más exitosas de principios del siglo XX: El túnel. ¿Su argumento?: la construcción de un túnel transatlántico que uniera Europa con los Estados Unidos. Un verdadero best seller que fue llevado al cine, y cuyo éxito, corroboraba esa fascinación mutua entre continentes.
Casi un siglo después, el artista británico Paul George, creó un telectroscopio y situó: uno, bajo el puente de Brooklyn, en Nueva York; y otro, junto al Puente de Londres.
A través de este ingenioso artefacto habitantes de ambas ciudades podían interactuar en tiempo real y enviarse mensajes. Un espejismo de ese gran túnel que uniese a los habitantes de ambas orillas del Atlántico.
El telectroscopio construido junto al Puente de Londres. Foto de David Parker.
Knovvmads nace con vocación umbilical que se nutre en ambos sentidos. Un túnel trasatlántico de la cultura y las bibliotecas. El telectroscopio bibliotecario con el que otear el nuevo panorama que han provocado las nuevas tecnologías de la comunicación y la información. Y para ello: quiere generar debates, reflexiones, intercambios que parten del inconformismo para no apoltronarnos.
La presentación en sociedad de un proyecto tan ilusionante tiene que terminar donde ha empezado: en esa fábrica de sueños que forjaron la creatividad europea y el espíritu emprendedor americano. Como decía la inolvidable Bette Davis de Eva al desnudo (1950): «Abróchense los cinturones» en esta travesía con Knovvmads empieza la tormenta de ideas para bibliotecas.
Bette Davis como bibliotecaria insobornable en Storm center (1956).
[Nota: este post tiene su reflejo al otro lado del Atlántico a través de un telestroscopio. Para visualizarlo pincha aquí.]
Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com
Biblioteca del jet privado diseñado por el estudio inglés Winch Design. ¿Serán libros huecos o libros de verdad?
En los 70 no existía Internet, ni por lo tanto, redes sociales, móviles y demás golosinas digitales. El cine y la televisión seguían conservando todo su poder adormidera. En Hollywood, la edad dorada de los estudios ya había acabado, y en el pequeño margen que se dio entre el cine de autor (Coppola, Scorsese, Cimino…) y el cine espectáculo que terminaría ganando la partida (Georges Lucas, Spielberg: ): tuvo como bisagra al género catastrofista.
Inauguró el filón la película Aeropuerto (1970). Un plantel de estrellas del Hollywood dorado (Burt Lancaster, Dean Martin, Jean Seberg…) pasándolas canutas en catástrofes aéreas cada vez más aparatosas. Básicamente lo que se hace ahora con las estrellas en decadencia en los realities televisivos. El caso es que poniéndonos apocalíptico-conspiranoicos, algo que tanto nos gusta, la saga de desastres aéreos fue un magnífico instrumento de control social. Viendo como los pudientes, que podían permitirse viajar en avión, vivían el horror de un desastre aéreo: el miedo a volar entre las masas, hundidas por la crisis del petróleo, actuaba de estupendo elemento disuasorio.
Lo mejor del género de catástrofes aéreas de los 70: cuando llegaron las parodias con ‘Aterriza como puedas’.
El auge de un determinado cine de género siempre tiene su correlato con la situación social. El ensayo de Ramonet no habla de cine, pero sí, del escenario propicio para el catastrofismo de ficción.
Tras los revolucionarios 60, un poco de miedo que cortase las alas, no venía nada mal. Pero ¿aún seguimos creyendo que las ficciones ejercen algún efecto sobre la realidad?
Estar despiertos en la era de los espejismos digitales se hace difícil. Pero si hay un lugar en el que todos procuramos evadirnos (por miedo o simple aburrimiento) es en los aviones.
Por eso la noticia de que la compañía de vuelos de bajo coste EasyJet ha provisto de bibliotecas a sus aparatos para disfrute de su clientela: es de esas noticias que no podíamos dejar de comentar.
La «Flybrary», creada en colaboración con la editorial HarperCollins, ofrece desde el 15 de julio: 60.000 textos para niños y adolescentes de 3 a 11 años en siete idiomas.
Un medio de transporte de pasajeros, sobre todo si el trayecto es de varias horas, es uno de los momentos/espacios en los que la estrofa de Serrat: «niño, deja ya de joder con la pelota». Un asunto, que tiempo de ofendidos por doquier, también tiene su debate ad hoc según recogía un artículo de ‘eldiario’ con este titular: Un hilo en Twiter aviva el debate sobre el ruido infantil: ¿irresponsabilidad de las familias o sociedad para adultos?Los bibliotecarios, sobre todo los que trabajan en las secciones infantiles y/o juveniles, tendrían mucho que decir al respecto. Pero, siendo como son expertos en la materia, nadie suele invitarlos en estos debates.
Lógicamente la compañía aérea publicita a la Flylibrary recurriendo a lo obvio: hay que dejar volar la imaginación de los niños. Pero en la web de viajes italiana SiViaggia dan la noticia diciendo a las claras lo que más de uno piensa orillando cualquier poesía: «no más niños gritando a bordo.»
Mientras tanto, en la ciudad boliviana de Cochabamba, se ha concedido el premio de ‘Biblioteca del año’ al Biblioavión. Situado en una céntrica plaza de la ciudad, un avión que operó durante la Segunda Guerra Mundial, se reconvirtió en una biblioteca infantil hace ahora 17 años. Con este premio el Colegio de Profesionales en Ciencias de la Información de Bolivia (Cpcib) reconoce la labor desarrollada en este atípico espacio bibliotecario en el que se imparten talleres, clubes de lectura y numerosas actividades dirigidas a los menores de edad. Una iniciativa, la de convertir viejos aviones en bibliotecas, que también se anunció en la ciudad mexicana de San Blas, en el estado de Nayarit, hace unos años. Pero, que en este caso, nunca llegó a despegar.
El también biblioavión mexicano Gervasio, en la isla de Cozumel, que sí ha llegado a funcionar.
El alcalde que lo promovió terminó su mandato entre acusaciones por robo, extorsión y torturas, y el biblioavión, camino del vertedero. Sin duda el político mexicano (el alcalde que «robó poquito«, según sus propias palabras) llevó al extremo una forma de hacer política con puntos en común con la de algunos de nuestros políticos. La diferencia es que en España, en vez de reconvertir aviones desahuciados en bibliotecas, nos podemos permitir el lujo de reconvertir aeropuertos enteros.
Escultura de Juan Ripollés en el aeropuerto de Castellón: durante muchos años ejemplo del pelotazo urbanístico.
Interior del biblioavión boliviano.
En Aeropuerto 75 (la segunda de la saga) el choque de una avioneta contra un Jumbo provocaba la catástrofe, y aquí, la fricción entre la noticia de la biblioteca en EasyJet y el biblioavión boliviano: actúan de pedernal para encender la mecha que termine por dinamitar este post.
Si algo distingue a las bibliotecas de altos vuelos (por muy humildes que puedan ser) de las que son simples expendedoras de soma cultural: es que están por encima de lo que siempre se ha dado en llamar ‘literatura de aeropuerto’. Nada hay de malo, al contrario, en apaciguar a los niños en los vuelos a través de la lectura. Al igual que los adultos se apaciguan con la adormidera en que puede convertirse el consumo compulsivo de series.
Pero lo que diferencia a la biblioteca del avión de EasyJet, del biblioavión boliviano: es muy easy de ver: es la diferencia entre la lectura/cultura como simple objeto de consumo y la lectura/cultura como elemento imprescindible de progreso social.
‘Comicmanía’ una nueva revista para estar al día de las novedades y de todo lo que se mueve en el mundo del cómic.
La periodista cultural Elisa McCauslan publica una columna en el nº 1 de la nueva revista ‘Comicmanía’ que expresa muy bien de lo que hablamos:
«En ocasiones, me siento sobrepasada por este presente obsesionado con la ficción como brújula moral, como manual de instrucciones de vida, como forma de terapia a problemas que hemos convertido en traumas […] nos dejamos llevar por etiquetas apaciguadoras que sedan nuestras conciencias, en vez de cuestionar la precariedad de las imágenes, la inconsistencia de los discursos, la banalidad de los textos.»
Y en medio de este tráfico aéreo cultural los bibliotecarios como auxiliares de vuelo, que no comandantes, para no incurrir en dirigismo cultural. Pero eligiendo dónde situarse: si como simples camellos de ficciones que proveen a sus usuarios de lo que las multinacionales les hacen desear; o como profesionales de la cultura que ejercen de mediadores promoviendo el pensamiento crítico y las ideas propias para cada unopueda volar por su cuenta.
Como dice el eslogan de este vídeo sobre Bibliotecas pijas vs. bibliotecas públicas: «La cultura en las bibliotecas públicas nunca es un adorno. Es una necesidad.»
Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com
La memoria histórica más dramática está en las cunetas, pero la memoria histórica también está en las bibliotecas: y desde muy diversas posturas ideológicas hay voces que pugnan por censurarla.
No hace falta incidir en la censura del cuento de Caperucita, y otros tantos libros infantiles, en una biblioteca escolar catalana en nombre de una purga por sexismo: que ha dado numerosos titulares. Ya se ha dicho casi de todo al respecto. Pero siempre viene a cuento señalar la involución que supone juzgar obras del pasado desde valores del presente. Una práctica que acumula un largo y absurdo recorrido en los últimos tiempos. Y en ocasiones, no con formas tan groseras y evidentes como en el caso de Caperucita: sino desde enfoques mucho más sutiles y aparentemente inocuos.
Como está feo señalar, en lugar de poner una ficción española ambientada en el pasado, en la que no sabes si estás en Madrid, Nueva York o Chicago: optamos por una más fidedigna musicalmente con el tiempo que retrata. La crónica de la estancia de Ava Gardner en el Madrid de los 50 de: Arde Madrid.
Acierte o no con sus películas: pocos podrán negarle a Álex de la Iglesia que su imaginario no se nutra de una tradición cinematográfica, televisiva y literaria Made in Spain.
Está muy feo señalar, pero en numerosas ficciones televisivas españolas en las que se recrean épocas pretéritas, sonroja bastante que en el Madrid de los 50 o 60 del siglo pasado: sonasen más los hits del rock y el jazz estadounidense que Antonio Machín, Imperio Argentina o Lola Flores. Que en una película reciente sobre gánsteres en la Barcelona de los años 20 todo se asemeje demasiado al Chicago de la ley seca.
La despersonalización del cine y la ficción televisiva españolas (salvo honrosas excepciones, gusten más o menos, como Álex de la Iglesia, Almodóvar y poco más): es una claudicación a ese gusto estándar con el que las nuevas tecnologías no dejan de avasallar. Y un brindis envenenado a la desmemoria.
El Hollywood clásico recreaba la Alejandría de Cleopatra o la España de ElCid según esquemas de cartón piedra. Pero al menos tenían la excusa de que nadie vivo podía cuestionarles más allá de los escrito en los libros. Pero cuando día sí, día también, se practica el falseamiento del mismo presente en el que vivimos: ¿qué no se podrá hacer con el pasado más inmediato?
A pocas horas de saberse del devastador incendio que destruía Notre Dame, en las redes (¿dónde si no?): ya se hacían lecturas relacionándolo con la decadencia de Europa. Y hasta mentes calcinadas de dogmas reclamaban su segundo de atención celebrando la ruina de un símbolo heteropatriarcal. Querer enmendar el pasado poniendo el contador a cero es asegurarse cometer los mismos errores de los que se huye. En Francia se queman bibliotecas (intencionadamente) y monumentos (accidentalmente): buscar explicaciones, razones o reflexiones al respecto es algo natural y necesario, el resto, no es más que literatura barata devenida en cliché.
La reconstrucción pasará, más allá de lo audiovisual, por la consulta de libros y documentos conservados en bibliotecas y archivos parisinos. Siempre hay hueco para la memoria y la esperanza en las baldas de las bibliotecas. Y por contraste con el triste incendio de la catedral parisina, en la Biblioteca de la Universidad de Copenhague, llegó la noticia de un hallazgo que engrandece la importancia de perseverar en la defensa y protección del patrimonio cultural.
La novela de Vicente Muñoz Puelles sobre Hernando Colón vuelve a la actualidad a la luz del descubrimiento del Libro de los Epítomes.
Dentro de las colecciones de dicha biblioteca se ha localizado el manuscrito, muy bien conservado, del Libro de los Epítomes de Hernando Colón. Tal y como lo ha definido el Dr. Edward Wilson-Lee, académico de Cambridge: una ventana al mundo perdido de libros del siglo XVI. En dicho manuscrito se reúnen hasta más de 2000 resúmenes de los libros que componían la biblioteca del gran bibliófilo Hernando Colón. El hijo ilegítimo del descubridor de América consagró su vida intentando crear la biblioteca más grande del mundo. De los más de 15000 volúmenes que la componían, actualmente, solo se conserva una cuarta parte de dicha biblioteca en la Catedral de Sevilla desde 1552.
El hallazgo del Libro de los Epítomes en la biblioteca danesa permite obtener muchos datos sobre qué se leía hace 500 años y, sobre todo, tener noticias de muchos libros que formaron parte de esta impresionante biblioteca y que desaparecieron hace siglos. Para el 2020 se espera que se pueda publicar la relación completa de obras que aparecen resumidas en este tesoro bibliográfico que ya se ha empezado a digitalizar.
Volviendo al presente cabe preguntarse cuál sería el Libro de los Epítomes digital. ¿Acaso The Internet Archives; el Archivo Mundial del Ártico o la biblioteca lunar de la Arch Mission Foundation? Una de las muchas incertidumbres que el director galo Olivier Assayas convierte en temas de discusión para los protagonistas de su última cinta: Dobles vidas.
Una película que, como ya hemos dicho en un tuit, recomendamos a cualquier profesional de la cultura o persona a la que, simplemente, le guste ver expuestas en pantalla grande las grandes cuestiones que sobre nuestro presente y futuro nos atosigan. Enredos sentimentales entrelazados con jugosas conversaciones en torno a los libros, las bibliotecas, lo digital, las redes sociales, los e-books (así se iba a titular en un principio), los escritores y la cultural en general.
Guste más o menos la película de Assayas, los temas que aborda, dan para mucho cinefórum posterior. Y darían para un puñado de posts en este blog sino fuera porque son los asuntos sobre los que llevamos hablando desde que se creó. Assayas habla de grandes asuntos pero desde la más prosaica de las cotidianidades. Parte de los detalles más insignificantes, o más trascendentales, porque atañen a los sentimientos, para ironizar y reflexionar sobre el momento que estamos viviendo.
En las largas y divertidas conversaciones entre los personajes de ‘Dobles vidas’ se tocan todos los asuntos de mayor actualidad cultural, entre ellos, los audiolibros.
Assayas podrían haber engolado el tono y ponerse apocalíptico o integrado a la hora de hablar del estado de la cosa cultural pero, en vez de eso, opta por la comedia, la trágica dicotomía entre biblioteca o barbarie a la que hemos recurrido en el título no tiene porque consumarse en modo tan extremo (spoiler: por mucho que el personaje de la película más pro-digital sentencie a muerte a las bibliotecas). Y es que nada suele ser tan tajante o grandilocuente como era antes. Lo épico gusta mucho en Juego de tronos pero nadie lo quiere en su día a día. Y al final, lo más seguro es que la cosa quede entre medias: ni en biblioteca, ni en barbarie.
Nos adentramos en el siglo XXI y ni siquiera tenemos coches fantásticos. El futuro nunca es tan deslumbrante como nos lo pintan.
En este mismo post se puede corroborar. Hace unos días un colega bibliotecario nos comentaba que el último vídeo del grupo Ladilla rusa igual nos inspiraba para un post de este blog. Dejando aparte la imagen que debemos proyectar para que nos recomienden dicho vídeo (¿a quién vamos a engañar?: nos la hemos ganado): una vez superado el primer impacto la cosa fluyó sola.
Viéndolo es posible que alguien no entienda cómo se puede partir de algo así y terminar hablando de memoria histórica, la biblioteca de Hernando Colón y el devenir de la cultura en la era digital. Pero como bien dice el protagonista de la última de Almodóvar, cuando en la mesa de operaciones el cirujano le pregunta si su próxima película será comedia o drama: eso nunca se sabe al empezar a escribir una historia. Tal cual como el futuro de las bibliotecas.
Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com
Durante los últimos años, cómics y videojuegos, alimentan la maquinaria del Hollywood más comercial, bueno de Hollywood a secas, que antes se nutría principalmente de lo literario y el teatro. Y curiosamente este devenir en la industria del entretenimiento masivo por antonomasia (al menos hasta que la industria de los videojuegos le haya superado en volumen de negocio) tiene mucho que ver con el devenir de las bibliotecas en su proceso de adaptación a los nuevos tiempos.
El filón de los superhéroes en el cine estadounidense, lejos de remitir, se afianza con más y más adaptaciones de los, en otros tiempos, denostados comic books. En la pugna entre el cine de autor que enarbolaron cineastas como Coppola, Scorsese o Cimino en los 70; y el cine de entretenimiento y efectos especiales que representaron compañeros de generación como Georges Lucas, Steven Spielberg o Joe Dante: está claro quien terminó decantando la balanza de la industria a su favor.
La serie ‘Superflemish’ del fotógrafo francés Sacha Goldberger recrea a los superhéroes como pinturas del siglo XVII. Baja cultura con el aspecto de alta cultura: un símil perfecto de la asimilación de los cómics en las bibliotecas.
Por eso no es de extrañar que los espectadores y creadores que aspiran a disfrutar y crear narraciones audiovisuales con contenidos más adultos se hayan terminado refugiando en la pujante televisión por cable. La edad de oro de la televisión, series mediante, es la revancha del cine de autor de los 70. Y no es que haya nada malo en las películas de superhéroes, todo lo contrario, algunas son auténticas obras maestras (las dos últimas de Christopher Nolan sobre Batman, por ejemplo, o el segundo Batman de Tim Burton): lo malo es que parezca que no hay cabida, en el cine comercial hollywoodense, para otra cosa que no sean los superhéroes.
Las bibliotecas en cambio no renuncian a nada. Lo literario, las series, el cine, el cómic y los videojuegos siguen presentes, y ganando presencia en sus ofertas, y ahora además podrían tener un beneficio colateral con el que no contábamos.
Barbara Gordon, bibliotecaria de día, Batgirl de noche.
Esa industria del entretenimiento de la que hablábamos explota a conciencia los estereotipos para así poder fijar con más fuerza esa eterna lucha entre el bien y el mal que caracteriza a las, hasta no hace tantos años, esquemáticas tramas de videojuegos y cómics de superhéroes. El cine clásico de Hollywood puede que se sustentara más en lo literario: pero no por eso ha variado en su representación de lo bibliotecario. Una idea que no evoluciona a tenor de la reacción que dos youtubers, con gran tirón en nuestro país, como son Soy una pringada y King Jedet, tienen en este vídeo que confronta esa idea venida de lejos con lo que son las bibliotecas hoy en día:
A cada profesión le toca su sambenito y algo habrán hecho los bibliotecarios para merecer la imagen que tienen. En las películas de superhéroes y en los videojuegos tampoco faltan las referencias bibliotecarias: y casi siempre son para convertirlas en escenarios de algún atropello. Pero eso, por increíble que parezca, puede que juegue a su favor.
Un ejemplo de hasta qué punto los estudios de cine están estirando el chicle superheróico son las dos series que, en poco más de diez años, se han dedicado a contar la historia de Spiderman. En la segunda entrega de la segunda trilogía (abortada en su tercera entrega): su creador Stan Lee hacía una de sus habituales apariciones. Cual Alfred Hitchcock, el guionista, editor, creador de Spiderman, Los cuatro fantásticos o los X-Men, acostumbra en cada película de alguna de sus criaturas, a efectuar un cameo, y en el caso de este nuevo episodio del enmascarado arácnido aparecía como bibliotecario.
La escena era lógicamente breve pero no se requiere mucho tiempo para ponerse en situación. En plena batalla destructiva entre el Hombre Lagarto y el Hombre Araña, el afable y tranquilo bibliotecario escucha música clásica y se mantiene en su burbuja de paz y tranquilidad.
La escena de la biblioteca en el videojuego de Gears of war justo antes de saltar por los aires.
Si hay un requisito que todo espectáculo palomitero debe cumplir es la destrucción de bienes e instituciones. Debe existir alguna lectura sociológica o psicológica en la que no vamos a entrar: pero también en los videojuegos las instituciones culturales, tipo museos o bibliotecas, casi siempre son excusas para una buena escena de destrucción. Pero esta tendencia puede que se revierta a partir de ahora.
Este otoño se lanza Unmemory, el videojuego que se anuncia con uno de esos eslóganes que ya nos engancha desde el principio: «un juego que se lee, una novela que se juega«.
Es leerlo y pensar en que deberían haber contado con la gran Ana Ordás como asesora. De ese modo nos aseguraríamos de que el crossover (anglicismo obligado hablando de superhéroes) entre videojuego y biblioteca se completaría hasta el último nivel.
El juego ha sido desarrollado por Daniel Calabuig y su socia gracias a una campaña de crowfunding que se llevó a cabo a través de la plataforma Kickstarter. Según detallan en su web Unmemory se anuncia como una nueva forma narrativa, un escape book (otro punto en común con últimas tendencias en bibliotecas: las escape room de las que ya hablábamos en Escapando de la biblioteca, escapando de los bibliotecarios), como un juego de aventura basado en un texto o como una novela digital.
Partiendo de una trama de novela negra el argumento de este videojuego+novela+escape book pone a prueba al jugador+lector+escapista para que se sienta dentro de la trama y ‘experimente’ el relato. ¿Cuesta mucho pensar en las posibilidades que este tipo de proyectos pueden tener en las bibliotecas?
Una escena típica, en muchos relatos de aventuras, policíacos o de suspense, es la que se desarrolla en una biblioteca. Más allá de las clásicas intrigas tipo Agatha Christie de asesinatos de salón y biblioteca: las pistas para dilucidar y hacer avanzar la trama se encuentran en los libros. El siguiente paso de los creadores de Unmemory debería pasar por integrar a las bibliotecas físicas en el periplo del juego narrativo.
Si tanto se promueve la vida sana, se fomenta el ejercicio para contrarrestar el sedentarismo que acarrean las nuevas tecnologías, y cada vez más se recurre al ‘grillete’ que mide tus constantes vitales, los pasos que das y vibra para que te levantes: ¿por qué no aunarlo todo dentro de esa experiencia inmersiva de la que hablan los desarrolladores de Unmemory? Se nos va la cabeza, cierto, pero las posibilidades que surgirían del tándem entre las bibliotecas físicas y este tipo de juegos: no deberían ser desaprovechadas si de verdad estamos hablando de reinventar las bibliotecas. Una oportunidad única de darle la vuelta a los estereotipos bibliotecarios explotándolos a conciencia.
Escena en la biblioteca del juego Bloodborne diseñado por Hidetaka Miyazaki.
En una entrevista en ‘El País’, Hidetaka Miyazaki, creador de algunos de los videojuegos más exitosos de los últimos años hacía unas declaraciones en 2015 que merece la pena rescatar:
«No me intereso mucho por lo que hacen los demás diseñadores. No me gusta basarme ni en videojuegos ni en películas. La inspiración para crear mis mundos siempre viene de los libros. De un esfuerzo de imaginación».
«Me encantaba leer libros que aún no podía comprender del todo. Las partes que no entendía porque era demasiado joven me obligaban a usar mi imaginación para rellenar esos huecos y crear mi propia versión de lo que había leído. Es lo que sigo haciendo ahora»
En la crónica que hicimos de la locura por los videojuegos que se desató en la Biblioteca Regional de Murcia en el GameMaker48h. (Nunca ‘Game over’ en la BRMU) decíamos que uno de los objetivos era desarrollar en vivo y en directo un videojuego, muy sencillo, con referencias bibliotecarias. Pues bien, dicho videojuego ya está disponible para su descarga gratuita desde la plataforma Google Play.‘Palas, guardia del saber’ es un videojuego protagonizado por la lechuza Palas que remite a la cultura clásica por inspirarse en la lechuza, símbolo de la diosa de la sabiduría griega, Palas Atenea, y en la nueva cultura representada en la inteligencia artificial: al ser representada como un robot. Para alcanzar esa sabiduría, Palas, tiene que engullir los logos de los distintos servicios de la biblioteca; y evitar al monstruoso Lepisma que amenaza con devorarle como hace con el papel de los libros.
Palas está claramente inspirada en la versión que el mago de los efectos especiales artesanales, el gran Ray Harryhausen, hizo de la lechuza de Palas Atenea en la primera versión de Furia de titanes (1981): y curiosamente este cruce entre lo artesanal de Harryhausen y lo digital de los videojuegos tiene que ver con el papel de las bibliotecas en este momento.
Todas las maravillas digitales que existen y existirán no serán nada si no consiguen sacudirnos de alguna forma, si no nos conmueven, nos hacen pensar, nos hacen evolucionar de algún modo. La infantilización de la cultura se mitiga dotando de contenido al artificio. Por eso las bibliotecas son las indicadas para aportar ese contenido, esa artesanía cultural necesaria para que las luminarias digitales no se queden en simple pirotecnia que se extingue sin dejar rastro una vez se apaga el dispositivo.
Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com
No solo de superhéroes vive el cine. Las bibliotecas y los libros también parecen estar de moda en las películas pero sin necesidad de tanto efecto especial e hipertrofia muscular.
En un repaso rápido (seguro que alguna se queda por el camino): El autor de Manuel Martín Cuesta ; La librería de Isabel Coixet ; The public de Emilio Estevez : Basada en hechos reales de Roman Polanski ; La última librería del mundo de Rax Rinnekangas ; Ex libros: The New York Public Library de Frederic Wiseman (aunque ésta sea un documental): todas con fecha de 2017 pero estrenadas este año. Y en este 2018 se incluirían las ya mencionadas en el post previo: Book club de Bill Holderman ; El taller de escritura de Laurent Cantet y la que se acaba de estrenar en los Estados Unidos: American animals de Bart Layton.
«Nadie quiere ser ordinario»: es la frase publicitaria que acompaña al cartel de la película.
American animals es definida en Filmaffinity como un drama criminal (aunque tiene aires más bien de comedia) basado en sucesos reales acaecidos el año 2004 en la biblioteca de la Universidad de Transilvania en Kentucky. Con motivo del estreno de la película, Betty Jean Gooch, la bibliotecaria víctima del suceso ha concedido una entrevista rememorando el trauma que supuso para ella sufrir un atraco en uno de los lugares donde menos te lo esperas: una biblioteca.
La comedia sobre ladrones y bajos fondos de Guy Ritchie.
La película dramatiza la historia de cuatro estudiantes de dicha Universidad que, inspirados por la película Snatch (2000) de Guy Ritchie, deciden robar ejemplares de las colecciones más valiosas de su universidad. La orgullosa bibliotecaria, Betty Jean (que en la película interpreta la actriz Ann Dowd cumpliendo todos los requisitos imprescindibles del estereotipo bibliotecario, que en este caso, ateniéndonos a las fotos de la Betty Jean real: se puede decir que se ajustan fielmente a la realidad), muestra los tesoros bibliográficos de su biblioteca a los estudiantes que forman parte de las visitas guiadas. Desde originales de obras como Birds of America de John James Audubon, pasando por el Hortus sanitatis de Johannes de Cuba o una edición original de El origen de las especies de Charles Darwin.
Ilustración de Birds of America del ornitólogo francés John James Audubon.
Miles de dólares en libros que despertaron la codicia de cuatro universitarios que burdamente disfrazados: maniataron y amenazaron a la pobre Betty Jean para después huir con las voluminosas obras que guardaron envueltas en mantas en la plantación de marihuana que cultivaba uno de ellos. Al intentar vender los libros a través de la famosa casa de subastas Christie’s, en Nueva York, fueron interceptados y detenidos por la policía.
Aceptamos las acusaciones por spoiler, pero en este caso, el suceso en sí no es lo más importante de la película. Si nos guiamos por las críticas (bastante favorables por cierto): lo interesante de la cinta se centra más bien en las motivaciones y acciones de cuatro jóvenes, de buena familia, que deciden dejar su huella en el mundo robando unas joyas bibliográficas.
Ilustración de Birds of America del ornitólogo francés John James Audubon.
Dibujos originales de Darwin, el Hortus Sanitatus, un salterio iluminado de 1432 y hasta dos voluminosos ejemplares de la obra del ornitólogo francés: tan voluminosos que los chapuceros ladrones tuvieron que dejarlos caer en su huida mientras les perseguía la directora de la biblioteca. Como si de un remedo de Atraco a las tres (la maravillosa película de José María Forqué): la película va desvelando la personalidad de los cuatro estudiantes mientras urden su plan. Un plan en el que la bibliotecaria se convierte en el principal obstáculo a superar.
Catorce años después la Betty Jean reconoce haber superado el trauma, en parte, gracias a la película que le ha servido como terapia. Y no sabemos si como parte de esa terapia o de su bonhomía natural interpreta las motivaciones de los chicos con un alarde generosidad que no todos estaríamos dispuestos a practicar: «Venían de buenas familias, querían emoción, querían ser conocidos por algo grande […] es un deseo muy humano querer destacar. Es difícil sentir comprensión pero estoy trabajando en ello.»
Los cuatro protagonistas de American animals burdamente disfrazados para cometer su crimen bibliotecario.
Las motivaciones de los cuatro pavos nos interesan menos que los objetos de sus deseos: los libros. Libros como joyas, libros como tesoros, libros capaces de despertar la codicia. Siempre estamos hablando de los libros como objetos capaces de despertar la codicia intelectual: así que no está de más que en este post nos centremos en repasar algunos de los casos en que los libros, las bibliotecas, han despertado el interés más prosaico y lucrativo.
Lo más reciente en el tiempo es el rocambolesco asunto de las dos cartas de Cristobal Colón que fueron sustraídas hace décadas de la Biblioteca Vaticana, de la Biblioteca Riccardiana de Florencia y de la Biblioteca de Cataluña y que, tras numerosas vicisitudes, han sido restituidas a estas bibliotecas una vez se ha descubierto que las copias que conservaban eran falsas.
Retrato del millonario bibliófilo y ladrón Farhad Hakimzadeh. Ilustración de Tom J Newell Header para la revista Dazed&Confused.
Entre los casos de las últimas décadas más propicios a servir de argumentos para una película de intriga y crimen: estaría el del supuesto investigador húngaro que, en 2009, desplegó toda una estrategia de hurtos por bibliotecas de toda España, que tenía convenientemente señaladas en un mapa. Bibliotecas de hasta 30 ciudades españolas se incluían en su plan maestro, antes de seguir ruta por bibliotecas portuguesas. Afortunadamente sus planes fracasaron cuando ya llevaba sustraídos 67 mapas y tratados de geografía de los siglos XVI y XVII de seis bibliotecas. Mientras, su novia dominicana, que le acompañaba en sus viajes, se dedicaba a hacer turismo.
Claro que si de tramas de intriga y misterio tipo Agatha Christie hablamos, no podía faltar una ambientada en la propia Inglaterra. El caso del millonario iraní Farhad Hakimzadeh, un respetabilísimo bibliófilo, director de la Iranian Heritage Foundation (organización destinada a preservar la historia y cultura iraní), que durante siete años llegó a sustraer hasta un total de 842 documentos, algunos de valor incalculable, y llegó a mutilar unos 150 pertenecientes a los fondos de la prestigiosa Biblioteca Británica, y de la Biblioteca Bodleiana de Oxford. Todos localizados por Scotland Yard entre los numerosos volúmenes de la extensa biblioteca de su lujosa mansión.
Según un estudio publicado hace unos años el libro más robado de las bibliotecas estadounidenses era el Libro Guiness de los Récords. En fin. Sin comentarios. Y nos consta (de primera mano) que en la Biblioteca Regional de Murcia, durante muchos años, uno de los libros más ‘desaparecidos en combate’ eran los libros de Regine Dumay: Cómo hacer bien el amor a un hombre y Cómo hacer bien el amor a una mujer. También sin comentarios. Pero no dejes de comentar tú: ¿qué libro/s has observado que marcan o han marcado tendencia en tu biblioteca entre los amantes del bien común? Tal vez entre todos podamos llegar a elaborar un ranking de ‘los más deseados’.
Pero no podemos terminar sin recordar uno de los misterios, que no crimen, más excitantes de los últimos años: la misteriosa escultora de papel de las bibliotecas de Edimburgo. Y decimos escultora porque hasta ahí el misterio se ha resuelto (e incluso concedió una entrevista a la BBC) porque al principio, allá por 2011, nadie conocía dato alguno sobre la persona que se dedicaba a diseminar filigranas escultóricas (en este punto se admiten opiniones discrepantes) hechas con papel por las bibliotecas y otros centros culturales de la, ya de por sí misteriosa, capital escocesa.
Las esculturas de libros escocesas tienen hasta una entrada en la Wikipedia. Fueron realizadas entre 2011 y 2013 tomando como material páginas de obras de célebres autores escoceses por una escultora (una Banksy literaria) cuya identidad sigue siendo secreta. La noticia sobre las esculturas ha ganado tanta repercusión que incluso llegaron a ser reunidas y expuestas en el Parlamento escocés, para posteriormente, emprender una gira por diversas bibliotecas del país.
En 2015, tras la entrevista a la BBC, la escultora lanzó un reto para realizar una escultura colectiva con todo aquel que fabricase mariposas en papel. Finalmente, en 2016, en el Festival del Libro de Edimburgo, se expuso El árbol de las mariposas y el niño perdido: el último proyecto conocido de la anónima escultora. Y en este caso es imposible hacer spoiler.
Para terminar el post nada mejor que la filigrana (aquí dudamos que quepan opiniones discrepantes al respecto) de vídeo del cantautor nipón Shugo Tokumaru en el que, lo que perfectamente podrían ser esculturas de papel, cobran vida al ritmo de la música. La papiroflexia elevada a la categoría de arte sino fuera porque en realidad estaban hechas con plástico. Pero no dejemos que la realidad nos fastidie lo que sería un bonito final para esta película.
Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com
En 2017 la supermoderna revista Dazed encargó a 10 artistas que diseñaran banderas alternativas a diferentes países. Ésta que luce aquí es la que la artista digital Alicia Rihko hizo para España.
Los tópicos reconfortan, son acogedores para quienes los practican pero no los sufren, ahorran del esfuerzo de pensar; en ocasiones, hasta resultan simpáticos. Con esa simpatía tontorrona de lo ya sabido, del lugar común, lo malo es cuando alguien, del modo más inocente, se atreve a llevar la contraria a esos tópicos.
El músico James Rhodes se ha atrevido a contravenir los tópicos sobre España en una columna en ‘El País’: pero no los tópicos que llevan retratando a nuestro país desde hace siglos, es mucho más grave lo suyo: se ha atrevido a hablar bien de España y de los españoles. Y eso, eso es intolerable para algunos.
Rhodes destaca la amabilidad, simpatía, alegría, lo bien que se come en España, la forma de relacionarnos y tantas otras cosas que no difieren mucho de lo que Theóphile Gautier, Washington Irving, Ian Gibson o cualquier folleto de tour operator no dijeran antes de una forma u otra. Su falta ha sido el decirlo en un momento en que todo ha de ser negativo en torno a este país a riesgo de incurrir en apoyar un bando o a otro.
La ingenua y sincera admiración de Rhodes no cabe en ese puzle ideológico en el que parece que todos tenemos que posicionarnos. No hay sitio para matices: no vaya a ser que lo que nos quiere vender un bando triunfe sobre lo que nos quiere vender el otro.
Puestos a elegir los mapas por los que nos gusta movernos elegimos los de los escritores que se recogen en el delicioso atlas literario editado por Impedimenta.
Que Patria siga copando la lista de los libros más vendidos se podía esperar dada la calidad de la novela (aunque la calidad sea un requisito menor en esto de convertirse en best seller): pero sobre todo por lo oportuno de su temática y de su título. Será consecuencia de la falta de fronteras que promueve lo digital: pero no deja de ser curioso la revitalización que lo patriótico ha ganado en los últimos tiempos. En muchos ayuntamientos se organizan juras de bandera para los ciudadanos, una cantante pop emociona poniéndole letra al himno nacional; balcones y ventanas con banderas de un signo u otro (incluía la LGTBI) ondeando: una exaltación de lo patriótico que habría quedado perfecta en el NO-DO.
Uno de los mapas incluido en el fantástico atlas literario ‘Trazado’.
Que cada uno se adhiera y jure fidelidad a lo que quiera pero desde aquí promovemos juras de bandera a la cultura. Nos ha dado la idea la Biblioteca Swift Current en Canadá que cumple 100 años y para ello han optado por izar una bandera (blanca) conmemorativa de este feliz aniversario frente a la biblioteca. No es la primera biblioteca norteamericana que recurre al izado de bandera para celebrar un aniversario. Las banderas bibliotecarias tienen la ventaja de que no exigen exclusividad, se pueden compartir los afectos con cuantas banderas se quiera. Tal cual como un Sheldon Cooper emocionado por su canal de Youtube: Fun with Flags.
Sheldon y su novia sublimando sus deseos sexuales (al menos los de ella) con las banderas.
Pero el fetichismo funny (divertido) de Sheldon con las banderas se pierde cuando se convierten en trapos arrojadizos o en símbolos de dominio. Es sorprendente la polisemia que puede alcanzar un simple trozo de tela, pero cuando de una bandera cultural se trata: todo significado ofensivo se desvanece. En Nueva Zelanda, últimamente, saben mucho de esto.
Hace un mes los estudiantes y bibliotecarios de la Universidad de Auckland enarbolaron la bandera de la cultura y el arte y con ella ocuparon la biblioteca de la Facultad de Bellas Artes sobre la que pesa una amenaza de cierre. El asunto adquiere más resonancia viniendo de un país que hace solo dos años planteó un cambio de bandera para luego quedarse con la que tenía; que de nuevo saltó a los medios por ser el primer país que hacía ondear labandera del orgullo intersexual en su parlamento: y que hace poco, reclamaba que las múltiples islas que componen Nueva Zelanda no desaparezcan de los mapas.
El periodista y arquitecto Karl Sharro ha tenido eco en las redes por este mapa de Europa que publicó en su Instagram. Sharro aplica la misma lógica que las potencias coloniales aplicaron al continente africano en el siglo XIX: dividiéndolo artificialmente para repartirse el continente según sus intereses de riqueza. Sin atender a poblaciones, tribus, geografías ni recursos. Divisiones artificiales que traen como consecuencia las peores fronteras posibles: las mentales.
Que no te borren del mapa, preservar tu identidad, hacer que flamee tu bandera sobre una loma, una montaña o en edificio: el caso es marcar el territorio, proclamar tu pertenencia, remarcar tu diferencia. Reacciones instintivas al borrado de fronteras que llevan tiempo aplicando la globalización y la revolución digital. Pero ¿y si puestos a definirnos por algo tan accidental como es el hecho de nacer en un sitio reivindicamos el definirnos por aquello que elegimos conscientemente: por nuestras afinidades culturales? ¿Suena naif? En realidad todo lo naif resulta de lo más provocador ante tanta exaltación de la indignación con la que convivimos cada día.
Un ejemplo muy cercano de lo difícil que se hace poner bandera a la cultura en nuestros días aconteció solo hace dos días. El pasado lunes 28 de mayo se presentaba en la Biblioteca Regional de Murcia la plataforma de préstamo digital de contenidos audiovisuales eFilmMurcia (una plataforma, para quien no lo sepa, que ha desarrollado Infobibliotecas: con lo cual que nadie se inquiete si esto adquiere cierto tono publicitario. Eso sí, plenamente justificado por lo que se va a contar). Una vez que la noticia saltó a los medios y se fue expandiendo por las redes sociales: la cuenta de Twitter de la BRMU se llenó de usuarios entusiasmados con la idea. Un continuo tuitear y retuitear, de felicitaciones y celebraciones por contar con algo tan novedoso proviniendo de una biblioteca.
No vamos a contar aquí en detalle lo que está suponiendo esta puesta en marcha. Primero porque pensamos dedicar un post aprovechando que este blog lo puede contar de primera mano; y segundo, porque están siendo muchas las bibliotecas (y no solo bibliotecas) que están contactando con la BRMU para conocer cómo se está desarrollando el proceso. Pero dejemos pasar un poco de tiempo, que además, acabamos de contar la experiencia con los videojuegos en la BRMU, y ya iba a resultar cansina tanta murcianía.
Pero a lo que íbamos sobre banderas, cultura y fronteras. A menos de 48 horas desde que se lanzó la plataforma se habían efectuado 350 préstamos y más de 4000 personas habían accedido a la plataforma desde todo el mundo. Las solicitudes para darse de alta como usuario de la Red de Bibliotecas de la Región de Murcia alcanzaron hasta 300 peticiones a través de su web en solo 12 horas; los correos y llamadas de antiguos usuarios que habían dejado de usar sus carnés pero ahora quieren ponerse al día (por deudas pendientes) está siendo continua. Tanto es así que se están adaptando las condiciones y se va a restringir el alta online de nuevos usuarios; siendo necesario darse de alta personalmente en cualquiera de los puntos de servicio que componen la Red.
¿Se puede poner puertas a la cultura en digital? Es obvio que no. Los 12.800 audiovisuales (de total de 30.000) que ahora mismo están disponibles en eFilmMurcia han obrado el efecto llamada. Sí se puede controlar los accesos para que nadie abuse, y combatir la piratería gracias a iniciativas que provean de plataformas de contenidos digitales a las bibliotecas (eBiblio o ahora eFilm). Pero sea cual sea la bandera que ondee en las fachadas de esas bibliotecas: los usuarios que eviten que las bibliotecas se borren del mapa dándoles uso conformarán su identidad cultural sin atender a fronteras ni banderas. Solo a lo que de bueno y variado les sepan ofrecer en esas bibliotecas.
Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com
En ocasiones la actualidad te lleva de la mano. No hace mucho en El ángel exterminador bibliotecario nos recreábamos en la posibilidad de que grupos de usuarios quedasen enclaustrados en una biblioteca; y hace unas semanas, también nos hacíamos eco del vandalismo en una biblioteca parisina en Asalto a la biblioteca del distrito 18. En este arranque del mes de abril las líneas argumentales de estos dos posts se entrecruzan en esta Biblioteca apache.
El poder de los libros representado por el artista Mladen Penev.
El ensayo del sociólogo Denis Merklen: ¿Por qué se queman las bibliotecas?
El 5 de marzo la biblioteca pública del distrito de La Duchère, en Lyon, fue incendiada por unos delincuentes como represalia por el desmantelamiento de una red de tráfico de drogas que operaba en dicho distrito. Según el sociólogo Denis Merklen, autor del libro ¿Por qué se queman las bibliotecas?, se han registrado, al menos, 75 incendios intencionados de bibliotecas durante los últimos veinte años en Francia.
Merklen resalta el carácter simbólico que tiene el hecho de quemar bibliotecas como respuesta a problemáticas sociales latentes en la sociedad gala. La importancia y protección que en Francia se da a la cultura, es probable, que signifique a las bibliotecas como víctimas propiciatorias de ese ansia de destrucción contra los símbolos de una sociedad. En cambio, al otro lado de los Pirineos, podemos respirar tranquilos.
Como comentaba el periodista del área de cultura de ‘El diario vasco’, Alberto Moyano, a cuenta de lo que planteábamos en Asalto a la biblioteca del distrito 18:
Un tuit que nos gustó, en primer lugar, por expresar su discrepancia (el primer paso para enriquecerse en un diálogo amable en la red); además ese «disparar en demasiadas direcciones» nos encanta para un post que se llama Biblioteca apache; y, sobre todo, por incidir en ese poder perturbador, en esa hostilidad que aún pueden llegar a provocar los libros (y por ende las bibliotecas) como símbolos. Si algo incomoda es que sigue ejerciendo un poder hasta en los que se creen más ajenos a su influjo. Algo que, pese a estar al otro lado de los Pirineos, también encontramos fascinante.
Christian Slater ya contaba con unos precoces antecedentes bibliotecarios por su papel en El nombre de la rosa (1986).
Y cambiando de latitud y escenario pero no de temática: el Festival de Cine de Santa Barbara en los Estados Unidos se inauguró el pasado 31 de enero con la proyección de la película dirigida por Emilio Estevez: The public (2018). En el reparto, entre otros, aparte del propio Estevez, estrellas como Alec Baldwin o Christian Slater.
The public se centra en un grupo de vagabundos y personas en riesgo de exclusión; y en las relaciones que establecen con los trabajadores de una biblioteca del centro de Cincinnati.
Una noche, tal cual como en nuestro ángel exterminador bibliotecario, suena el aviso de cierre de la biblioteca y un grupo de sin techo se niega a abandonar la biblioteca. Los refugios de la ciudad están atestados por una cruda ola de frío y la única opción es pasar la noche a la intemperie. A partir de aquí, el conflicto se complica cuando los bibliotecarios deciden apoyar a los okupas, y se posicionan frente a políticos y medios sensacionalistas: planteándose un acto de desobediencia civil que sirve para exponer algunos de los problemas sociales más candentes de la sociedad estadounidense (y por extensión de las sociedades occidentales).
La película de Estevez, no tiene aún fecha de estreno en nuestro país, pero promete convertirse en un título de referencia en el mundo bibliotecario. Al igual que el incendio de bibliotecas en Francia denota las tensiones sociales que se viven en el país vecino: de la película norteamericana se pueden sacar varias lecturas, pero en este caso, positivas.
Independientemente de la calidad de The public (atendiendo al tráiler parece que la acostumbrada competencia estadounidense en los aspectos visuales e interpretativos está asegurada) el hecho de que una biblioteca se convierta en escenario protagonista de una producción, independiente, pero rodada con medios y con estrellas en su reparto: ya es una buena noticia. Pero la biblioteca en la película es mucho más que un simple decorado: es todo un concepto. La plasmación en imágenes (en líneas de diálogo) de una frase que se repite afortunadamente cada vez con más frecuencia: las bibliotecas públicas como último bastión de la democracia. Las bibliotecas públicas, como indica el título, como máxima representación de lo público.
Emilio Estevez como bibliotecario al frente de la desobediencia civil de un grupo de excluidos del sistema.
El hijo mayor de Martin Sheen perpetúa la tradición demócrata de ese Hollywood comprometido en causas sociales que su padre (récord absoluto de detenciones por implicarse en protestas sociales: 66) ha representado públicamente desde la década de los 70. Muy alejado de su hermano, Charlie Sheen, que en cambio tanto se ajusta al estereotipo hollywoodense hecho de alcohol, drogas y sexo. Era previsible que, tan célebres representantes del progresismo estadounidense, tuvieran algo que decir sobre la sociedad que ha quedado tras una década de crisis culminada con la presidencia de Trump.
Que Alec Baldwin forme parte del reparto tampoco es casual. Aparte de haber renovado su popularidad gracias a la exitosa parodia que del actual presidente de su país hace en el mítico show de humor televisivo Saturday Night Live: Baldwin tiene un largo recorrido como santo patrón bibliotecario, o en otras palabras, como mecenas de bibliotecas en su país.
Alec Baldwin junto a su mujer y el también actor Edward Burns en la Author’s night for the East Hampton Library de 2015: un evento que sirve para recaudar fondos para dicha biblioteca.
Baldwin, aunque ha sido nominado, no ha ganado nunca un Oscar, pero de crearse alguna vez el Tejuelo de oro, sin duda, se lo llevaría de pleno en la mayoría de categorías. En 2011 el lenguaraz intérprete que nunca se ha cortado un pelo (su pelambrera pectoral atestigua que lo metrosexual nunca ha ido con él) a la hora de dar sus opiniones: donó 10.000 dólares para impedir que se cerrase la Biblioteca Adams Memorial en Rhode Island. Otros 250.000 dólares fueron a parar a la biblioteca de East Hampton, a la cual destinó los ingresos que obtuvo por diversas campañas publicitarias que había protagonizado.
Pero no acaba aquí su labor probiblioteca, también fue cofundador de la Noche anual de recaudación de fondos para la Biblioteca de East Hampton. Además, desde 2015, a través de la fundación que lleva su nombre y el de su esposa, The Hilaria & Alec Baldwin Foundation, el matrimonio financia numerosas iniciativas en torno al arte, la cultura o la salud pública.
Alec e Hilary posando en su mansión de los Hamptons.
Un joven Alec Baldwin participando en la campaña de fomento de la lectura de los 80 que lanzaron desde las bibliotecas estadounidenses: READ.
Que la biblioteca en la que Baldwin centra su altruismo esté situada en Los Hamptons: no resta valor a sus esfuerzos.
Situados en la zona este de Long Island, los Hamptons, constituye una exclusiva zona de vacaciones para la clase alta de Nueva York. Scarlett Johansson, Sarah Jessica Parker, Richard Gere, Jennifer López, Steven Spielberg, Robert de Niro o, por supuesto, el propio Alec Baldwin: poseen lujosas fincas en la zona. Un territorio en el que también viven personas de clase media baja, pero cada vez menos, dado que el alto nivel de vida de Los Hamptons les ha obligado a mudarse.
En los Estados Unidos no hay problema en defender públicamente un discurso progresista y a favor de los derechos sociales de la población (como hace Baldwin participando en The public): y por otro lado, pertenecer a la élite económica y cultural de esa sociedad. En nuestro país la defensa de lo público, en cambio, pareciera exigir un compromiso lindante con el voto de pobreza. Combinar lo público con lo privado (salvo que hablemos de cotilleo y prensa del corazón) suena casi a blasfemia. Un discurso harto maniqueo que, tal vez, una buena ley de mecenazgo cultural ayudaría a mitigar.
En una reciente entrevista en ‘El País’ la oncóloga Ruth Vera, presidenta de la Sociedad Española de Oncología Médica, señalaba la necesidad de incentivar la inversión privada a través de una ley de mecenazgo. Y declaraba no entender la polémica en torno a la donación que hizo Amancio Ortega para la lucha contra el cáncer. «¿Por qué tenemos que rechazar la inversión privada?» se preguntaba Vera.
Un fotograma de The public (2018): las fuerzas del orden irrumpiendo en la biblioteca (no se considera spoiler porque aparecen en el tráiler).
Disco de Jacques Brel en el que se incluía su satírica ‘La dame patronnesse‘ (Las damas de la beneficencia): título apropiado para la propuesta final de este post.
Hace un año se presentaron las 150 medidas que el actual Gobierno pretende poner en marcha durante esta legislatura y que se engloban dentro del Plan Cultura 2020. Entre ellas se incluía la reactivación de la postergada Ley de Mecenazgo Cultural. Un año después, Castilla-La Mancha ha anunciado la puesta en marcha de su propia Ley de Mecenazgo, mientras en el resto del país sigue la espera.
Entretanto las bibliotecas se convierten, o no, en objetos de deseo para mecenas con ganas de cuidar su imagen pública y aliviar su declaración de la renta, ya que hemos citado a la prensa del corazón, no estaría de más que nuestras celebrities patrias se quitaran complejos respecto a las estadounidenses apoyando eventos recaudatorios destinados a bibliotecas.
Antonio Banderas lleva varios años impulsando la Gala solidaria Starlite en Marbella cada verano. ¿Cabría esperar un séptimo de caballería proveniente del papel cuché? ¿Quién sabe? Igual a Isabel Preysler, Nati Abascal, Pitita Ridriduejo o a Carmen Lomana les da por lucirse con una excusa tan favorecedora y ponerlo de moda entre la beautiful people. Dejamos la pregunta envenenada para el final: ¿tendría escrúpulos el sector bibliotecario en aceptar este tipo de financiación?
Arrancamos viendo como quemaban bibliotecas en Francia y concluimos con acento francés gracias a las damas de la beneficencia de Brel. Otra cosa no, pero nadie nos podrá acusar de falta de coherencia.
Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com