Bibliotecas para todos, aceras para peatones

 

Una de las noticias curiosas más recientes en torno a bibliotecas provenía, una vez más, de Canadá: concretamente de las bibliotecas de Montreal. Los pupitres con pedales con los que se puede leer al tiempo que se hace deporte parecieran un invento propio de la Teletienda, pero no, son una realidad en la red de bibliotecas canadienses.

A ver, mobiliario bonito para bibliotecas, no es.

Según la bibliotecaria de la Biblioteca Robert-Bourassa: el escritorio-bicicleta permite a los niños canalizar su energía pedaleando y así pueden concentrarse en la lectura. De algún modo habrá que compensar los espasmos del mono digital que puede provocar un rato de lectura sosegada, no solo en niños, sino en todas las edades.

El caso es que la lista de usuarios reservando pupitres con pedales se ha hecho enorme y, de paso, aporta otra nota curiosa sobre la idiosincrasia de las bibliotecas canadienses que tan buenos momentos nos están dando últimamente en la sección de noticias breves de cualquier foro bibliotecario.

 

 

Caída de bici el cómic de Étienne Davodeau.

Y como en la actualidad las noticias siempre se entrelazan: en la que fuera madre patria de los canadienses, Francia, el pasado 16 de noviembre se proyectó en una biblioteca parisina la película rodada sobre Angelle 2018. Con ese nombre (acrónimo de las localidades galas de Angers y La Rochelle) se resume el itinerario que llevaron a cabo más de 50 bibliotecarios del país que recorrieron dicho trayecto camino del Congreso de bibliotecarios que se celebraba en La Rochelle: a lomos de sus bicicletas. Cyclo-biblio, así se denomina esta iniciativa deportivo-cultural que ya va por su quinta edición.

Durante el recorrido los ciclistas-bibliotecarios visitan mediatecas y bibliotecas reforzando así el carácter reivindicativo de la acción. La vélorution des bibliothèques: algo así como la revolución a pedales de las bibliotecas. Dicho así no suena muy halagüeño: si la revolución de las bibliotecas va a pedales: apaga y vámonos. Pero nunca hay que quedarse en la literalidad de las traducciones, y menos aún, cuando se echa mano del Traductor de Google (ese cachondo).

 

 

Vélorution hace referencia a un movimiento internacional que busca promover formas de transporte no contaminantes. Partió de las movilizaciones de ciclistas que, más allá del proselitismo del deporte y la vida sana, comporta un activismo a favor del medio ambiente, las ciudades más amables en las que el coche pierda su hegemonía, y en conseguir un compromiso por parte de las autoridades en este sentido.

Según la Wikipedia (en ocasiones, al igual que el traductor de Google: otra cachonda) el término lo acuñó el filósofo libertario André Dupont cuando hizo una ‘no campaña electoral’ en 1974 sobre una bicicleta y declaró ser un ‘ciclodidacta’. El círculo se cerraba en forma de rueda de bicicleta anticipando esta vélorution des bibliothèques: activismo, ecología y la formación autodidacta que ofrecen las bibliotecas: tres en uno. Como el famoso aceite. Solo que, en ocasiones, la visión idílica de este continuo girar de ruedas: chirría.

 

La última edición de Criticona 2018 en León.

 

El movimiento francés por la vélorution se ha expandido por muchos países incluyendo a España. Bajo el nombre de ‘La Criticona’ (traducción de ‘masse critique‘ con que se denomina las concentraciones ciclistas alterglobalistas): en nuestro país se llevan celebrando desde el 2009 en distintas ciudades. Pero los bibliotecarios franceses deben tener mejor salud cardiovascular que sus colegas españoles porque, hasta el momento que sepamos, no se ha dado aún el cruce entre dicho movimiento y el mundo bibliotecario (actualización: afortunadamente nuestros lectores siempre vienen al rescate y Luis Miguel Cencerrado nos recuerda que los bibliotecarios universitarios de Valladolid participan en una ruta Bibliociclista como cuentan en este post). Y a una semana de que se celebre el IX Congreso Nacional de Bibliotecas Públicas: no creemos que ir a Logroño en bicicleta sea una opción a considerar salvo por los profesionales más intrépidos de La Rioja.

 

El que fuera líder de los Talking Heads y sus diarios de bicicleta.

 

Los encomiables objetivos de La Criticona o la vélorution chirrían como decimos cuando se topan, al menos en nuestro país, con el disputado espacio público común. En Madrid ya se han generado en las redes sociales movimientos como la Liga de Defensa de las Aceras o ‘la liga de los apartinetes’ (denunciando el peligroso entorpecimiento que suponen los malos aparcamientos de los patinetes).

El ministro del Interior, Grande-Marlaska, se ha manifestado sobre la necesidad de regular los seguros de los conductores de estos nuevos artilugios que han invadido las aceras en caso de accidentes. Y se acumulan varias noticias en los últimos años de atropellos por parte de ciclistas, o ‘peatones con ruedas’ (sean patinetes, monociclos, patines o cualquier otro artilugio similar): el enfrentamiento peatones-sobre ruedas está servido.

 

No, la novela de Llucia Ramis pese a su título, no tiene nada que ver con la ‘guerra por las aceras’ pero como retrato generacional sí que podría tener algo que ver con lo que hablamos en este post.

 

La adaptación de Crash (1996), con la que Cronenberg provocó no pocas deserciones de los cines. Excitación sexual por los accidentes de tráfico.

Cuando se ha visitado o vivido en alguna ciudad centroeuropea, uno se termina habituando a los carriles bici, y a la convivencia más o menos fácil entre peatones y ciclistas (salvo en Ámsterdam, donde el gran número de bicicletas en algunas zonas lo hace algo estresante). Y no deja de ser curioso que la reivindicación de la bicicleta, y otros medios de transporte más ecológicos, entre en conflicto precisamente con los más débiles: los peatones.

Si en un primer momento, tras el nacimiento de la industria del automóvil, tener un coche era símbolo de clase social: es paradójico que el único medio de transporte al que podían aspirar las clases humildes (con el inolvidable Ladrón de bicicletas de Sica siempre en mente): sea ahora el que avasalle al más desprotegido del hábitat urbano.

 

Una guerra política, comercial, ciudadana, arquitectónica y social se desarrolla cada día en nuestras calles. La comercialización de las plazas públicas con la masificación de terrazas de comercios privados a las que, algunos ayuntamientos, han tenido que poner freno para, simplemente, permitir la libre circulación de los viandantes. La brecha ya no es digital, es física, mecánica. Si la tecnología nos monitoriza hasta las relaciones íntimas vía apps para ligar: se necesita un nuevo elogio del peatón, imitando al libro de Marc Augé, y llevarnos de los walking dead a los walking readers.

Porque ya no estamos hablando simplemente de ir a pie o sobre ruedas: estamos hablando de qué sociedad, de qué ciudades realmente queremos.

 

 

Que el algoritmo del traductor de Google se equivoque en las traducciones y nos echemos unas risas: pero que no traduzcamos mal los movimientos foráneos a nuestro país. Si la Criticona quiere promover un mundo más ecológico, unas ciudades más humanas, más saludables, etc… paralelamente habrá que promover un civismo, un respeto por el espacio común (y de paso por el bien común) imprescindible si de verdad se quiere conseguir algo. Y para esa revolución las bibliotecas públicas, con pedales o no, son imprescindibles.

Bibliobicivismo, palabreja rara donde las haya que resume bien de lo que hablamos: fomentar las bibliotecas para, a través de ellas, educar en civismo. Porque sólo desde la promoción de la cultura, en su concepto más amplio, es posible coger velocidad sin atropellar a nadie por el camino.

 

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

¿Por qué lo llaman sexo cuando quieren decir biblioteca?

 

En la película sobre la reina Isabel II del Reino Unido, La reina (2006), la esposa del presidente Tony Blair, ironiza a costa de la fascinación que la reina ejerce sobre los hombres ingleses, como figura de autoridad materna. La actriz que interpreta a Cherie Blair lo constata al comprobar como su marido, pese a ser laborista, queda fascinado por la monarca.

 

La escena de The Queen (1995) en que Tony Blair conoce a la reina Isabel tiene una curiosa anécdota posterior a su estreno: la escena fue imaginada por los guionistas en su día, pero cuando el verdadero Blair escribió sus memorias años después: la reprodujo tal cual.

 

Otro inglés, el célebre periodista inglés Christopher Hitchens, en su muy recomendable libro de memorias Hitch-22: relataba una anécdota con Margaret Thatcher. Hitchens corrigió a la Dama de hierro sobre un dato que ella había dicho, una vez se comprobó que quien tenía la razón era la política: Thatcher le azotó con los papeles que llevaba en el trasero mientras le decía: bad boy (chico malo). Antes de que el periodista hubiera reaccionado, la Primera Ministra siguió su camino como si tal cosa, dejando a Hitchens estupefacto, no tanto por el azote, sino por lo sumisamente que él había aceptado la situación.

Visto lo visto está claro porque en el imaginario erótico-político de los tories y los whigs (y por lo tanto del resto de británicos) la afición por el travestismo y las dominatrix han truncado tantas carreras de gobernantes ingleses. Será herencia de la época victoriana, será la alimentación, será la explosiva combinación de extravagancia y flema que estereotipa a los británicos: pero puede que esa civilizada represión de los instintos haya perdido todo su poder afrodisíaco en la era digital.

 

 

Una señal de ello es la noticia de que la biblioteca de la, muy honorable, Universidad de Oxford haya decidido enseñar públicamente sus vergüenzas. La cosa ya empezó a salirse de madre en el 2009, cuando un grupo de estudiantes que se hacían llamar el Club de los cinco (nada que ver con Enid Blyton): decidieron estudiar desnudos de cintura para arriba en la biblioteca. Se empieza así y se termina organizando exposiciones como la que  estará hasta el 19 de enero de 2019 en la que se muestran aquellos fondos de la biblioteca que requerían de un permiso especial para su acceso dado sus contenidos, que en su momento, fueron considerados obscenos.

Bajo el hombre de Phi, la biblioteca oxfordiana, había preservado de la mirada de los más jóvenes un total de 3000 documentos entre libros, tratados científicos y escritos sobre antiguas civilizaciones. Una serie de procacidades y testimonios escritos e ilustrados de las más diversas formas de la sexualidad humana. Algo que, en pleno siglo XXI, cuando se tienen acceso a golpe de clic a todo tipo de escenas sexuales de una explicitud prácticamente clínica: ha perdido gran parte de su poder de provocación.

 

Poemas eróticos de Ovidio ilustrados: una de las obras que la biblioteca de Oxford expone.

 

El cuento basado en la hija de la estrella del porno Nacho Vidal en el que narra sus experiencias como niña transexual. Su padre ha concedido numerosas entrevistas abordando el tema y hablando de la necesidad de una educación sexual. ¿Paradójico o esperanzador?

La profesora española de literatura en la Universidad de California, Maite Zubiaurre en su libro: Culturas del erotismo en España 1898-1939 aseguraba que en España unimos mucho el humor con el sexo por pura vergüenza: por haber sido históricamente incapaces de asumirlo con naturalidad. Y ¿acaso podemos enmendarle la plana a los ingleses?

Si nos atenemos a las impactantes campañas publicitarias con que lleva anunciándose el Salón Erótico de Barcelona durante los últimos tres años pareciera que, al menos, el debate está abierto. En 2015 fue el manifiesto de Nacho Vidal, en 2016 la denuncia de la hipocresía social protagonizado por Amarna Miller, en el 2017 fue la defensa de la diversidad , y en ese 2018 ha sido la reivindicación de un porno feminista y de una educación sexual.

Nadie le puede negar el don de la oportunidad a la agencia Vimema, responsable de las campañas del Salón Erótico barcelonés; no es de extrañar que se alzara con un León de Plata en el prestigioso Festival Publicitario de Cannes.

 

Imagen del spot de 2018 para el Salón Erótico de Barcelona reivindicando una educación sexual para todos.

 

Pero talento publicitario aparte surge la duda: ¿la industria del porno dinamitando la hipocresía de nuestra sociedad amparándose en la legitimidad que le da enseñarlo todo? ¿o se trata de un discurso de lo más cínico para vender como libertaria a una industria que manufactura el erotismo, cosifica a los cuerpos y perpetúa estereotipos sexistas según los preceptos más salvajes del capitalismo?

Eva Perea, licenciada en Derecho con másteres en sexología y terapia sexual que forma parte del equipo de la Fundación Sexpol, publicó un post en el blog de dicha Fundación que hacía un repaso a las vergüenzas, no eróticas, sino políticas y educativas en las que incurre nuestro país a cuenta de la educación sexual. Desde que en 2013 la LOMCE eliminara todo contenido sobre sexualidad en el currículum académico español: la educación sexual se imparte, o no, según el ideario, interés o presupuesto de los propios centros, y esto, como indica Perea:

«a pesar de que en el artículo 5.a) de la Ley Orgánica 2/ 2010, de 3 de marzo, de salud sexual y reproductiva y de la interrupción voluntaria del embarazo, se afirma explícitamente que “los poderes públicos en el desarrollo de sus políticas sanitarias, educativas y   sociales   garantizarán:   la   información y la educación afectivo sexual y reproductiva en los contenidos formales del sistema educativo»

 

La maravillosa Isabella Rossellini en Green porn, un libro y una serie de vídeos cortos, en los que aborda la sexualidad animal desde el humor más divertido.

 

El sexo es puro instinto animal, es la cultura la que lo convierte en erotismo, la que nos distancia de lo animal y lo hace humano. Y si las instituciones culturales de atención primaria, según hemos dicho más de una vez, son las bibliotecas: ¿por qué en las bibliotecas no se organizan más actividades en torno a la educación sexual y al erotismo? ¿O dejamos que sean los salones eróticos y la pornografía los que sigan cubriendo esas lagunas del sistema educativo español?

Estamos inmersos en la apoteosis de lo pornográfico. Y no nos referimos a la sobreabundancia de referencias al sexo sino a la pornograficación de todo en general. El exhibicionismo sentimental de los realities, la obscenidad de algunos políticos, la apelación a los instintos más básicos en cierto tipo de periodismo, el guirigay de las redes sociales, la exaltación de los cuerpos anabolizados y recauchutados. Nada, prácticamente, queda a salvo de esta glorificación de la pornografía. De hecho, en comparación, el porno dentro de ese contexto resulta de lo más naíf, y en ocasiones, lo más honesto.

El bucle eterno de la pornografía, con sus mecánicos del placer ajeno representando sin descanso los movimientos de la maquinaria del sexo, es el triunfo absoluto del capitalismo sobre la parcela más privada que le quedaba al ser humano: su deseo, su líbido, su intimidad erótica.

 

Homer Simpson escandalizado al abrir un libro de Robert Mapplethorpe en una biblioteca.

 

La magnífica Shame (2011) o cuando el sexo se convierte en un infierno.

En los años 70 la revolución que supuso una película como Garganta profunda (1972), venía impregnada de los aires contestatarios de los años 60. El porno se presentaba como un revulsivo contra el aburguesamiento cultural, y recurría al humor para presentar en sociedad la sexualidad de manera abierta y libre, como nunca antes se había mostrado.

En el contraste entre aquella Linda Lovelace o John Holmes, ingenuos en su tosquedad pornográfica, y el porno industrializado y en serie que eclosiona con Internet: se cifra el conservadurismo de una industria que exacerba los estereotipos a gusto del consumidor. No es de extrañar que vayan surgiendo figuras, aquí y allá, que desde dentro de la industria busquen un cambio de orientación.

 

Dibujo de algunos de los protagonistas de la excelente película Boogie nights (1997): que retrata la industria del porno en los 70. Ilustración de Alexander Wells.

 

Por eso, instituciones como la biblioteca pueden ejercer un papel para recuperar el erotismo como elemento clave de la salud física y mental de los ciudadanos desde la cultura. Pero surge la pregunta: ¿cómo afrontar un asunto así desde una biblioteca pública que atiende a todo tipo de público sin herir ninguna sensibilidad?

Una comedia sobre la adicción al porno y la ardua reconquista del erotismo.

La solución, como en tantas otras ocasiones, es saber en qué espacio hacer según qué cosas, y a qué público dirigirlas. Ya repetimos cual papagayos que la biblioteca del siglo XXI puede y debe hablar de todo, y por lo tanto, también debería colaborar en esta reconquista del erotismo desde la cultura. Como decíamos en otro post: «que su única contribución fuera la de proveer de obras tipo Cincuenta sombras de Grey a los ciudadanos, francamente y sin juzgar los gustos de nadie, sería empobrecer algo tan interesante y necesario.»

Y para cerrar, un tema de Cass McCombs que parece hecho a medida de esta reivindicación de lo sensual. Medusa Outhouse nos muestra la parte trasera de la industria del porno, se acerca a sus protagonistas para observarlos como algo más que cuerpos. No los fragmenta, ni los muestra como máquinas bien engrasadas para alienar a su público, sino que les deja espacio para que se muestren vulnerables, frágiles; y una vez confiados, robarles una simple caricia. Probablemente, el gesto más subversivo que se puede hacer en una fábrica especializada en mecanizar al deseo.


Cass McCombs – «Medusa’s Outhouse» from Anti Records on Vimeo.

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Bibliotecas wannabe

 

El lanzamiento el pasado 2 de noviembre de 2018 del segundo disco de la cantante Rosalía: ‘El mal querer’ es la culminación de una de las campañas de marketing más exitosas que se recuerdan en nuestro país y que, es más que probable, será estudiada y puesta como ejemplo (o al menos deberían) en las escuelas de negocios al igual que hace años se estudiaba la carrera de Madonna.

No sabemos si llegarán a crearse en los ambientes académicos universitarios más inquietos unos Rosalía Studies como se han desarrollado los Madonna Studies en muchas universidades internacionales (la más reciente en la de Oviedo): pero las lecturas de la nueva estrella de pop aflamencada se pueden extraer, sin duda, son de lo más jugosas. Y si las empresas y escuelas de negocios se fijan en las estrategias de las estrellas del pop: ¿cómo no lo hacen también las bibliotecas si tanto han adaptado conceptos empresariales como el marketing?

 

El fotógrafo Filip Custic, los vídeos de la productora Canadá, las coreografías de Charm La’Donna, los diseños de Palomo Spain, el cameo en la próxima de Almodóvar, las colaboraciones cool con Rossy de Palma: todo parece diseñado con tiralíneas de manera impecable para envolver el producto.

 

Ha conseguido conectar con el público ofreciendo: tradición y renovación, novedad y clasicismo, ambición y rigor. El componente escándalo tan determinante, en el caso de Madonna, no ha hecho falta forzarlo: la pudibundez y mojigatería cultural, tan de este siglo, en torno al apropiacionismo cultural: se lo ha servido sin ni siquiera tener que recurrir a religión o sexo (agotados tras tanta discípula de la ambición rubia) como en el caso de la estadounidense. Impecable.

Pero lo más sorprendente, lo más desconcertante: es que haya conseguido que los millennials alucinen con algo tan, en principio, poco comercial como es el cante jondo: y todo envolviéndolo en ropajes actuales. Hace meses alabábamos la falta de prejuicios al consumir cultura de los millennials; y lamentábamos su, en ocasiones, falta de curiosidad por el pasado. El éxito de Rosalía es el reverso positivo: mil referentes del pasado reelaborados con sonidos del presente.

¿Alguien duda de que sea pertinente fijarse en lo que hacen las estrellas del pop desde las bibliotecas ¿Qué llevan haciendo en los últimos tiempos sino intentando no perder los trenes tecnológicos, culturales o sociales que se cruzan en su camino para seguir, en realidad, vendiendo lo mismo?

Se habla mucho de las bibliotecas como instituciones culturales pero no tanto como locales de entretenimiento. Tal vez por eso el reciente vídeo realizado por el videoblogger Nas Daily para promocionar las bibliotecas de Toronto incurre de forma bienintencionada en determinados tópicos sobre las bibliotecas que pueden provocar cierto efecto rebote.

 

 

Evelio Martínez Cañadas en su post En defensa de la biblioteca «aburrida» celebra lo bien que, a tenor del vídeo, están innovando las bibliotecas de Toronto: pero matiza con una idea que se desliza de rondón demasiadas veces a la hora de intentar convencer de que las bibliotecas del siglo XXI son otra cosa:

 

«Insistir en que la biblioteca ahora ya no es aburrida porque ya es no es sólo libros es profundizar en la asociación entre la lectura y el aburrimiento, algo que francamente creo que no necesitamos»

 

Y esto, sorprendentemente (bueno no: en este blog ninguna conexión resulta ya sorprendente): entronca con las estrellas de la música.

El experimental e icónico Omega de Morente&Lagartija Nick.

Solo el tiempo dirá si la fiebre Rosalía da lugar a una artista con una trayectoria sólida, interesante y perdura en la cultura popular, española e internacional, o se diluye en el recurrente ‘tú antes molabas’ que tanto gusta en las redes. Sea como sea, una vez superado el impacto inicial, el mejor activo que posee Rosalía, aparte del talento que cada uno quiera reconocerle: es apoyarse en algo tan asentado, respetado (por sus aficionados) e incontestable como es el flamenco.

Todo su discurso renovador se  ha demostrado necesario, hábil e inteligente a la hora de proyectarlo a públicos ‘no usuarios’ de este estilo musical: los ropajes, los adornos pasarán de moda pero, mientras no se despegue de esa base de tradición, venda más o menos, tendrá más posibilidades de proseguir su carrera.

 

Martirio en los 80: dando una vuelta irónica, posmoderna y muy anclada en su momento de la copla. Décadas después su respeto a la copla y el jazz le han permitido seguir desarrollando su carrera una vez apeada de los accesorios más llamativos.

 

Y es que la obsesión por modernizarse a toda costa puede desembocar en el ridículo. El diccionario de la RAE entre las acepciones del término clásico, incluye aquello que “se tiene por modelo digno de imitación en cualquier arte o ciencia”. Hace décadas, las creaciones aspiraban a alcanzar algún día la categoría de clásico; ahora va todo tan deprisa que no da tiempo a que nada se asiente el tiempo suficiente.

Cuando Andrés Trapiello lanzó hace unos años una edición de El Quijote modernizado que reabrió el viejo debate sobre lo idóneo, o no, de adaptar a la actualidad, obras inmortales. Desde académicas como Soledad Puértolas, o premios Nobel como Vargas Llosa, defendieron estas actualizaciones frente a voces como la de Alberto Manguel, que en un interesante artículo de ‘El País’: sostenía que estas adaptaciones no son más que muestras de pereza intelectual.

Tal vez, el mejor argumento para situarse en el punto medio en este debate, sea recurrir a las razones que Italo Calvino daba de ¿Por qué leer a los clásicos? Entre el listado de argumentos de su delicioso ensayo, quizás la razón número 13 que daba el inolvidable literato italiano nos resulte la más adecuada:

«es clásico lo que tiende a relegar la actualidad a categoría de ruido de fondo, pero al mismo tiempo no puede prescindir de ese ruido de fondo»

 

Las canciones y vídeos de Rosalía están llenas precisamente de ruidos de fondo e imaginería que resitúan una música tradicional en un entorno inequívocamente contemporáneo, pero a su vez, mantienen el respeto de base hacia la esencia de los palos del flamenco. Y en eso están también las bibliotecas.

Bibliotecas wannabe, porque con ese término se denominaba a las aspirantes al trono pop que desde los 80 ha ocupado Madonna: en el caso de las bibliotecas estas aspiraciones no son las de alcanzar ningún espacio sino de preservarlo. Como todo veterano del show business sabe: lo difícil no es tanto llegar como mantenerse.

El último ensayo del filósofo de moda (sí en todo hay modas) Byung-Chul Han aborda el asunto del entretenimiento. The show must go on que cantaba el recordado Freddie Mercury (ahora por cierto revivido en una versión algo disneyzada de su carrera): y dicho lema es igualmente aplicable a las bibliotecas. Como advierte el filósofo coreano:

«Hace ya tiempo que el entretenimiento se ha hecho también con la «realidad real» […] Para ser, para formar parte del mundo, es necesario resultar entretenido. Solo lo que resulta entretenido es real o efectivo

 

Seamos entretenidos, formemos parte de la industria del entretenimiento cultural, sea con maker spaces, videojuegos, robots, plataformas online o enseñando a cocinar sushi como en Toronto: pero por el camino no perdamos de vista esa bibliotecidad de la que hablaba José Pablo Gallo. De ese modo las bibliotecas conseguirán mantenerse al igual que, por ejemplo, Silvia Pérez Cruz dio otro giro al flamenco y a otros estilos, y sin tanto marketing como Rosalía, ahí sigue desarrollando su carrera.

 

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Bibliotecas, librerías y otros comercios de proximidad

 

Tal vez será nuestra tradición católica que nos hace más pudorosos en eso del mercadeo en según que asuntos. Y pese a la herencia fenicia de nuestro pasado no podemos compararnos a los anglosajones cuyo calvinismo les exime de toda culpa a la hora de convertir en objeto de consumo lo que sea.

El caso que en nuestro país lo de unir instituciones culturales y comercio no termina de estar bien visto. En contraste el concepto de industrias culturales se ha implantado sin problemas: pero persiste una cierta idealización de la cultura que choca con que, por otro lado, seamos de los países con más piratería de contenidos culturales.

 

La tienda compacta de la Biblioteca Pública de Seattle.

 

Por eso atendiendo a nuestro negociado, el de las bibliotecas, no es habitual que una biblioteca tenga una tienda como sí pasa en los museos u otro tipo de centros culturales. En la BNE, es una librería la que cumple esta función, pero lejos del merchandising que explotan en los citados museos. ¿Será que hay que mantener a los mercaderes fuera del templo? No decimos ni que sí, ni que no: pero no deja de ser una pena por partida doble. Por un lado por la asociación de biblioteca con templo (inmovilismo) y, sobre todo, porque sería un alivio presupuestario contar con algo de calderilla si esos ingresos revierten en la propia biblioteca. En cambio en el mundo anglosajón bibliotecario ni se lo plantean: y ya están con la campaña de Navidad como si de unos grandes almacenes se tratase.

 

La tienda de la Biblioteca Pública de Seattle abierta.

 

Gemelos inspirados en Hamlet.

En la tienda online de la British Library ya han colgado los adornos para esta próxima Navidad. Y como fetichistas culturales que somos no podemos dejar de echar un ojo a su escaparate para maravillarnos/horrorizarnos con algunas de sus propuestas en forma de souvenirs. En algunos casos lo de que se comercie con la cultura en bibliotecas no está mal visto por el hecho en sí de comerciar, sino por las afrentas estéticas que ofrecen en forma de homenajes a los libros. Pero es que estamos hablando de un país en el que lo más distinguido se da la mano con lo más hortera: sin que nada altere lo más mínimo su famosa flema británica.

 

Jersey bibliotecario solo para valientes.

Para tu yo futuro: escríbetelas ahora, léelas en el futuro.

Kit personal de biblioteca: el kit definitivo para ser bibliotecario a la antigua usanza. Esto lo ponen a la venta en Toys»R»us y se agotan.

 

Este modelo de camiseta no la venden en la tienda de la British Library, sino en la de Nueva York, pero no gusta tanto que no podíamos dejar de ponerla.

Las bibliotecas deben inmiscuirse en su comunidad: es una exigencia básica que toda biblioteca que aspire a perdurar debe cumplir. Pero lo bibliotecario tiene muchos modos y formas de entrometerse en la vida comercial de sus comunidades.

Ya hemos hablado, en otros posts, de la iniciativa que las autoridades de Costa de Marfil pusieron en práctica, hace unos años, de llevar libros a las peluquerías y salones de belleza para fomentar la alfabetización de las mujeres. Pero si la práctica puesta en marcha en la ciudad alemana de Bad Sooden-Allendorf prospera: puede que dentro de poco en las librerías y bibliotecas, en vez del olor a libro, que tan poéticamente embelesa los sentidos del letraherido: sea el aroma de unos buenos embutidos lo que termine por seducir a la clientela en pleno auge del veganismo.

 

Las leyendas bibliófilas más morbosas siempre han hablado de los libros encuadernados con piel humana. Según el gran bibliófilo George Holbrook Jackson el tacto, en caso de ser cierta esta leyenda, sería similar a la piel de cerdo. En el caso de este libro forrado de jamón serrano (cual Lady Gaga en una entrega de premios) faltaría saber si es de pata negra el jamón, y sobre todo, el contenido.

 

Todos estamos obligados a innovar y reinventarnos. Si las bibliotecas se reconvierten en bares en Inglaterra, y hasta en cabarés, en la librería Frühauf de la citada ciudad alemana el crossover bibliotecario fue primero con una panadería, y ahora como no podía ser de otro modo en Alemania, es con una carnicería.

El eslogan de la estupenda librería La Casquería (en el mercado madrileño de San Fernando): «un libro debe fabricarse como un reloj y venderse como un salchichón» se ajusta como un guante a la propuesta de la librería alemana. ¿Qué será lo siguiente? El caso es que la idea surgió más de la necesidad que de un afán por unir salchichas y libros.

 

 

La familia propietaria de la librería, durante más de un siglo, estaba asistiendo al progresivo cierre de comercios en la plaza del mercado en la que se encuentra ubicada. El cierre de la panadería fue un mazazo para los vecinos de esta población de marcado carácter rural, muchos de avanzada edad, que se vieron desabastecidos de repente de uno de los comercios de proximidad que más comunidad ayudan a crear. Los propietarios de la librería lo tuvieron claro: y sin pensarlo un momento, hicieron hueco entre las estanterías de libros para poder ofrecer también pan.

Como relata ‘The New York Times‘ la iniciativa fue todo un éxito. Tanto es así que el panadero pudo salvar su trabajo, aunque no tuviese un establecimiento propio, pero sí un punto de venta de lo más peculiar: una librería.

Cartel anunciando la librería-ultramarinos. Fotografía de Gordon Welters para The New York Times.

La cosa fue yendo a más y el propietario de la librería ha terminado habilitando un espacio gourmet con productos alimenticios de la zona: y así tanto vende el último de libro de Carmen Korn (cuya trilogía Zeiten des Aufbruchs lleva miles de copias vendidas en Alemania) o una exquisita salchicha o embutido local.

Una iniciativa muy celebrada desde la Asociación Alemana de Ciudades y Municipios que han visto, como en las últimas décadas: poblaciones rurales y pequeños comunidades, se veían comercialmente asfixiadas por las grandes superficies. De este modo se consigue mantener ese comercio de proximidad que cohesiona los barrios y favorece las relaciones vecinales. Al autismo digital al que quieren abocarnos las nuevas tecnologías le salen resistencias por todas partes.

 

La recién estrenada adaptación de la novela de Mary Ann Shafer y Annie Barrows: sigue un poco la estela de ‘La librería’ de Coixet en lo que se refiere a unir mundo rural y libros. Lo único que nos inquieta de este recrearse en el amor por la lectura en entrañables comunidades es su adscripción al pasado. 

 

Pero si hay alguien que está al tanto de las evoluciones del mundo de las librerías y la cultura, dentro y fuera de nuestro país, es Txetxu Barandiarán. Bien como codirector de la revista ‘Texturas’, en su trabajo como consultor para pymes e instituciones del sector del libro, o como bloguero en su siempre interesante blog ‘Cambiando de tercio’: si se quiere saber cómo respira el mundo de las librerías se hará bien en seguirlo en las redes. Eso es lo que hacemos en Infobibliotecas y, por ello, rescatamos un fragmento de las impresiones que Barandiarán recogió en su viaje por tierras mexicanas en su post Librerías en proceso de reinvención constante. Concretamente las ideas que han puesto en marcha en la Librería del Ermitaño de la capital mexicana:

 

«Desde un principio supimos que como librería independiente de barrio dedicada al 100% a la venta exclusiva de libros no la íbamos a hacer. Incorporamos por tanto el servicio de cafetería […] decidimos hacer un nuevo esfuerzo y convertir la librería en un espacio que provea al pequeño consumidor, además de libros, de toda la gama de servicios que de manera conjunta ofrecemos: impresión, encuadernación artesanal e impresión en gran formato (plotter). […]  Incorporaremos artículos de particular interés para esas comunidades especializadas cercanas a nosotros.»

 

Cartel para el Día de las librerías 2018 que sugiere otro posible crossover librero entre librería y floristería.

 

Todos estos cruces, injertos, crossovers (sí otra vez el dichoso anglicismo) sirven sobre todo para desacralizar la cultura, desvestirla de esa solemnidad que muchas veces la ha alejado de determinados públicos. El aura del que hablaba Walter Benjamin ya es irrecuperable. Pero siempre habrá formas de convertir un objeto cultural en uno de consumo sin por ello degradarlo, desvirtuarlo. Una vez que críticos e intelectuales han perdido el peso que tenían antes: el gusto del consumidor marca la diferencia sea en libros, salchichas o panes. Y ese criterio de buen consumidor se ejercita en muchos más sitios que antes, pero hay uno que resiste y persiste: el supermercado de la cultura que librerías y bibliotecas, pese a todo, siguen representando. Y escuchando la locución del vídeo con el que cerramos no hay más que dejarse llevar y deambular por entre las estanterías. Señores clientes les damos la bienvenida a…

 

 

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Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Biblioteca insecticida

 

La actualidad bibliotecaria engarza posts en este blog como en un rosario o en un collar de perlas (según se prefiera). Si en el que precede, cerrábamos con Barbara Gordon, alias Batwoman, como bibliotecaria superheroína en los 60: este se abre con murciélagos como si de una nueva aventura del hombre ídem se tratase. Pero aún hay más. Curiosamente se nos cruza por las redes esta foto de una Batwoman de 1905. Una asombrosa antepasada del misterioso superhéroe creado por Bob Kane y Bill Finger en 1939. Pero pese a lo que pueda parecer no vamos a hablar de superhéroes otra vez en este post: pero sí de murciélagos e insectos.

 

Sorprendente antecesora de Batman en 1905 que hemos descubierto gracias al Twitter del crítico de cómics de ‘El País’: Álvaro Pons.

 

Hace unos días el Ministerio para la Transición Ecológica distribuía un meme con la curiosa noticia de que hay bibliotecas que utilizan murciélagos para que acaben con las polillas que amenazan sus valiosas colecciones. Y publicado por el Ministerio y corroborado desde Francia. Casi al mismo tiempo (y dudamos mucho que se pusieran de acuerdo) la web ActuaLitté, les universidad du livre nos hablaba de la antigua biblioteca de la Universidad de Coimbra (Portugal) donde además de usuarios, bibliotecarios y demás fauna bibliotecaria: se permite que aniden los murciélagos.

No sabemos lo que esta noticia ayudará a que la imagen de las bibliotecas como lugares vetustos y sombríos evolucione. Pero nos da igual. Puede que queramos ir de muy modernos pero, por favor, que nunca desaparezcan estas maravillas. El caso es que no solo es en la biblioteca universitaria coimbrense donde al anochecer salen a la caza los murciélagos entre sus baldas: en la biblioteca del Palacio Nacional de Mafra la tradición se repite.

 

En España la Universidad Complutense es una de las instituciones que participa en el mayor proyecto de preservación digital: la Hathi Trust Digital Library. O lo que vendría ser lo mismo: buscando los murciélagos de la era digital.

 

En el canal de televisión brasileña Globo dedicaron un reportaje hace dos años a esta curiosa costumbre. En los manuales de conservación y preservación de las colecciones nunca se mencionó esta exótica tradición, y es una pena, porque aúna respeto medioambiental y protección del patrimonio. El programa del canal brasileño se debe a sus índices de audiencia: así que el tono y las imágenes refuerzan el lado más siniestro y misterioso del relato. La historia daba pie a ello y hasta resulta algo digno de nuestro reto #bibliobizarro.

En este caso el punto de sensacionalismo se comprende y hasta se agradece. Y sorprendentemente establece un insospechado punto de conexión entre murciélagos y bibliotecarios, no vía Batman, pero sí en relación con el papel que los profesionales de las bibliotecas pueden ejercer hoy día combatiendo bichos dañinos en otros ámbitos menos venerables.

 

 

Si hablábamos de insectívoros beneficiosos ahora nos pasamos a las aves de rapiña. En el clásico del cine francés, El cuervo (1943), unas misteriosas misivas, firmadas bajo el seudónimo de ‘El cuervo’, despiertan los recelos y las sospechas entre los vecinos de un pequeño pueblo francés. La película se convertía en una inteligente metáfora del ambiente de delación, represión y persecución que había propiciado la ocupación nazi de Francia. Pero 75 años después, la película de H. G. Clouzot, resulta perfecta para retratar un mundo que le quedaba lejísimos: el generado en torno al día a día de las redes sociales.

No vamos culpar a Twitter, sobre todo, de haber inventado el mal rollo en los medios de comunicación. El amarillismo viene de lejos. Ni tampoco al pobre Yellow Kid, inocente protagonista de la tira cómica por la que lucharon encarnizadamente las dos grandes cabeceras de la prensa estadounidense a finales del XIX (el ‘New York World’ de Joseph Pulitzer y el ‘New York Journal’ de Williams Randolph Hearst ) y que dio otro término para referirse al sensacionalismo inspirándose en el color amarillo del pijama del inocente crío.

 

‘The Yellow Press’  de L.M. Glackens (1910): ilustración conservada en la Library of Congress.

 

En determinados espacios de noticias, sobre todo de cadenas privadas, el espacio que antes cedían a la cultura: ahora lo ocupan las últimas ocurrencias o polémicas del Twitter o Youtube. «Si no pasa nada, tendremos que hacer algo para remediarlo: inventar la realidad«. Esta frase atribuida al magnate William Randolph Hearst sigue vigente: pero realidad se puede intercambiar por polémica, que es lo que realmente da beneficios.

La letra de la canción de un grupo que, en los 80, era todo lo contrario a la rebelión juvenil: provocando el escándalo entre los millenials.

A los creadores del concurso-reality de OT les ha salido muy bien con el debate abierto en torno a la palabra mariconez en una canción de Mecano. El conflicto intergeneracional que tratábamos hace un año en El ángel exterminador bibliotecario IV (alevines versus séniors) ejemplificado de manera impecable.

Que los jóvenes cuestionen a generaciones previas es requisito imprescindible de ser joven, y por tanto saludable, lo inquietante es la intransigencia a la hora de admitir opiniones que disientan de su criterio.

¿Será la crisis y el futuro tan incierto el que motive un descrédito tan feroz de cualquier opinión expuesta por un mayor de 25? ; ¿o simplemente es el histerismo inherente al no debate que alimenta las redes cada día? ; ¿se encuentra más pronunciada que nunca la brecha cultural entre generaciones?

La estupenda fotografía que Mary Ellen Mark realizó para su serie ‘La nueva España’ en la década de los 80. Los hijos de aquellos punkis ahora son los que siguen OT.

El principal error de estos jóvenes indignados por el uso de una palabra homófoba en una canción de hace 30 años es medir las obras y hechos del pasado según el baremo que rige ahora. Un baremo basado en el respeto a las opciones vitales de cada uno, en la no discriminación, en la conciencia ecológica y otros valores de lo más esperanzador, en muchos casos, pero cuya falta de cuestionamiento y matizaciones puede terminar convirtiendo en algo monstruoso.

¿El espíritu del Mayo del 68 reencarnado en digital vía Twitter? No sabemos, pero bajo la pantalla del smartphone o las teclas del ordenador, más vale que no esté la arena de esa playa que reivindicaban bajo los adoquines de París. El romanticismo, en determinados casos, choca con el buen funcionamiento de los dispositivos.

 

‘Teresa soñando’ obra de Balthus que intentaron censurar en el Met de Nueva York.

 

¿Cómo se juzgarían determinadas obras o sucesos culturales a la cruda luz que arrojan las redes hoy día? Lolita de Nabokov ya generó gran agitación en los años cincuenta en que se publicó: pero ahora sería un linchamiento que opacaría la magistral creación de Nabokov. ¿Podría el Marqués de Sade haber expuesto sus obras a unas redes que, en nombre de la tolerancia y el respeto a la diferencia, son más implacables que la propia guillotina que a punto estuvo de acariciar su cuello en el siglo XVIII? ; ¿cómo recibirían los oídos acostumbrados a décadas y décadas de música comercial, que no pasa de los cuatro acordes, la Consagración de la Primavera de Stravinski? ; ¿qué ataques habría recibido Tod Browning por explotar las taras físicas de sus actores en su obra maestra La parada los monstruos (1932)?

 

En los albores de la televisión se hablaba mucho de su poder como herramienta educativa: casi un siglo después el poder educativo de las redes es quien acapara el debate.

 

Hemos confundido las redes con la televisión y hemos querido asignarle el poder de debate abierto y pausado, que un principio, algunos quisieron ver en el nuevo medio: y nada más lejos. Solo hay que contrastar (para quienes tengan la suficiente edad y memoria): un debate del programa ‘La clave’ con uno de ‘La Sexta noche’. Pero es que también en los 80: Antonio Escohotado hablando junto a madres de drogodepedientes, en un programa de máxima audiencia, sobre el uso recreativo de las drogas: era mezclar churras con merinas. Esperar un debate reflexivo en Twitter viene a ser lo mismo: pero sin el atenuante del dolor de esas madres de drogadictos que recriminaban a Escohotado sus opiniones.

Siempre pueden existir refugios, cuentas seguras, espacios libres de haters donde de verdad lo que se pretenda sea el libre y civilizado intercambio de ideas. ¿Qué cuáles pueden ser esos lugares?. Es obvio para quien conozca un poco este blog.

De ahí esa analogía murciélagos-bibliotecarios. Si los alados nocturnos que revolotean al atardecer por entre los pasillos de las antiguas bibliotecas portuguesas acaban al vuelo con las plagas que amenazan a los manuscritos y libros: los bibliotecarios tienen una nueva misión en este mundo digital: acabar al vuelo digital con los insectos que amenazan la cultura en las redes. Cierto que no hace falta ser Batman, pero qué duda cabe, que puede convertirse en un superpoder para la profesión en nuestros días.

 

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Perpetuando estereotipos, destrozando bibliotecas

 

Durante los últimos años, cómics y videojuegos, alimentan la maquinaria del Hollywood más comercial, bueno de Hollywood a secas, que antes se nutría principalmente de lo literario y el teatro. Y curiosamente este devenir en la industria del entretenimiento masivo por antonomasia (al menos hasta que la industria de los videojuegos le haya superado en volumen de negocio) tiene mucho que ver con el devenir de las bibliotecas en su proceso de adaptación a los nuevos tiempos.

El filón de los superhéroes en el cine estadounidense, lejos de remitir, se afianza con más y más adaptaciones de los, en otros tiempos, denostados comic books. En la pugna entre el cine de autor que enarbolaron cineastas como Coppola, Scorsese o Cimino en los 70; y el cine de entretenimiento y efectos especiales que representaron compañeros de generación como Georges Lucas, Steven Spielberg o Joe Dante: está claro quien terminó decantando la balanza de la industria a su favor.

 

La serie ‘Superflemish’ del fotógrafo francés Sacha Goldberger recrea a los superhéroes como pinturas del siglo XVII. Baja cultura con el aspecto de alta cultura: un símil perfecto de la asimilación de los cómics en las bibliotecas.

 

Por eso no es de extrañar que los espectadores y creadores que aspiran a disfrutar y crear narraciones audiovisuales con contenidos más adultos se hayan terminado refugiando en la pujante televisión por cable. La edad de oro de la televisión, series mediante, es la revancha del cine de autor de los 70. Y no es que haya nada malo en las películas de superhéroes, todo lo contrario, algunas son auténticas obras maestras (las dos últimas de Christopher Nolan sobre Batman, por ejemplo, o el segundo Batman de Tim Burton): lo malo es que parezca que no hay cabida, en el cine comercial hollywoodense, para otra cosa que no sean los superhéroes.

Las bibliotecas en cambio no renuncian a nada. Lo literario, las series, el cine, el cómic y los videojuegos siguen presentes, y ganando presencia en sus ofertas, y ahora además podrían tener un beneficio colateral con el que no contábamos.

 

 

Barbara Gordon, bibliotecaria de día, Batgirl de noche.

Esa industria del entretenimiento de la que hablábamos explota a conciencia los estereotipos para así poder fijar con más fuerza esa eterna lucha entre el bien y el mal que caracteriza a las, hasta no hace tantos años, esquemáticas tramas de videojuegos y cómics de superhéroes. El cine clásico de Hollywood puede que se sustentara más en lo literario: pero no por eso ha variado en su representación de lo bibliotecario. Una idea que no evoluciona a tenor de la reacción que dos youtubers, con gran tirón en nuestro país, como son Soy una pringada y King Jedet, tienen en este vídeo que confronta esa idea venida de lejos con lo que son las bibliotecas hoy en día:

 

 

A cada profesión le toca su sambenito y algo habrán hecho los bibliotecarios para merecer la imagen que tienen. En las películas de superhéroes y en los videojuegos tampoco faltan las referencias bibliotecarias: y casi siempre son para convertirlas en escenarios de algún atropello. Pero eso, por increíble que parezca, puede que juegue a su favor.

Un ejemplo de hasta qué punto los estudios de cine están estirando el chicle superheróico son las dos series que, en poco más de diez años, se han dedicado a contar la historia de Spiderman. En la segunda entrega de la segunda trilogía (abortada en su tercera entrega): su creador Stan Lee hacía una de sus habituales apariciones. Cual Alfred Hitchcock, el guionista, editor, creador de Spiderman, Los cuatro fantásticos o los X-Men, acostumbra en cada película de alguna de sus criaturas, a efectuar un cameo, y en el caso de este nuevo episodio del enmascarado arácnido aparecía como bibliotecario.

La escena era lógicamente breve pero no se requiere mucho tiempo para ponerse en situación. En plena batalla destructiva entre el Hombre Lagarto y el Hombre Araña, el afable y tranquilo bibliotecario escucha música clásica y se mantiene en su burbuja de paz y tranquilidad.

 

 

La escena de la biblioteca en el videojuego de Gears of war justo antes de saltar por los aires.

Si hay un requisito que todo espectáculo palomitero debe cumplir es la destrucción de bienes e instituciones. Debe existir alguna lectura sociológica o psicológica en la que no vamos a entrar: pero también en los videojuegos las instituciones culturales, tipo museos o bibliotecas, casi siempre son excusas para una buena escena de destrucción. Pero esta tendencia puede que se revierta a partir de ahora.

Este otoño se lanza Unmemory, el videojuego que se anuncia con uno de esos eslóganes que ya nos engancha desde el principio: «un juego que se lee, una novela que se juega«.

Es leerlo y pensar en que deberían haber contado con la gran Ana Ordás como asesora. De ese modo nos aseguraríamos de que el crossover (anglicismo obligado hablando de superhéroes) entre videojuego y biblioteca se completaría hasta el último nivel.

 

 

El juego ha sido desarrollado por Daniel Calabuig y su socia gracias a una campaña de crowfunding que se llevó a cabo a través de la plataforma Kickstarter. Según detallan en su web Unmemory se anuncia como una nueva forma narrativa, un escape book (otro punto en común con últimas tendencias en bibliotecas: las escape room de las que ya hablábamos en Escapando de la biblioteca, escapando de los bibliotecarios), como un juego de aventura basado en un texto o como una novela digital.

Partiendo de una trama de novela negra el argumento de este videojuego+novela+escape book pone a prueba al jugador+lector+escapista para que se sienta dentro de la trama y ‘experimente’ el relato. ¿Cuesta mucho pensar en las posibilidades que este tipo de proyectos pueden tener en las bibliotecas?

Una escena típica, en muchos relatos de aventuras, policíacos o de suspense, es la que se desarrolla en una biblioteca. Más allá de las clásicas intrigas tipo Agatha Christie de asesinatos de salón y biblioteca: las pistas para dilucidar y hacer avanzar la trama se encuentran en los libros. El siguiente paso de los creadores de Unmemory debería pasar por integrar a las bibliotecas físicas en el periplo del juego narrativo.

Si tanto se promueve la vida sana, se fomenta el ejercicio para contrarrestar el sedentarismo que acarrean las nuevas tecnologías, y cada vez más se recurre al ‘grillete’ que mide tus constantes vitales, los pasos que das y vibra para que te levantes: ¿por qué no aunarlo todo dentro de esa experiencia inmersiva de la que hablan los desarrolladores de Unmemory? Se nos va la cabeza, cierto, pero las posibilidades que surgirían del tándem entre las bibliotecas físicas y este tipo de juegos: no deberían ser desaprovechadas si de verdad estamos hablando de reinventar las bibliotecas. Una oportunidad única de darle la vuelta a los estereotipos bibliotecarios explotándolos a conciencia.

 

Escena en la biblioteca del juego Bloodborne diseñado por Hidetaka Miyazaki.

 

En una entrevista en ‘El País’, Hidetaka Miyazaki, creador de algunos de los videojuegos más exitosos de los últimos años hacía unas declaraciones en 2015 que merece la pena rescatar:

«No me intereso mucho por lo que hacen los demás diseñadores. No me gusta basarme ni en videojuegos ni en películas. La inspiración para crear mis mundos siempre viene de los libros. De un esfuerzo de imaginación». 

«Me encantaba leer libros que aún no podía comprender del todo. Las partes que no entendía porque era demasiado joven me obligaban a usar mi imaginación para rellenar esos huecos y crear mi propia versión de lo que había leído. Es lo que sigo haciendo ahora»

 

En la crónica que hicimos de la locura por los videojuegos que se desató en la Biblioteca Regional de Murcia en el GameMaker48h. (Nunca ‘Game over’ en la BRMU) decíamos que uno de los objetivos era desarrollar en vivo y en directo un videojuego, muy sencillo, con referencias bibliotecarias. Pues bien, dicho videojuego ya está disponible para su descarga gratuita desde la plataforma Google Play. ‘Palas, guardia del saber’ es un videojuego protagonizado por la lechuza Palas que remite a la cultura clásica por inspirarse en la lechuza, símbolo de la diosa de la sabiduría griega, Palas Atenea, y en la nueva cultura representada en la inteligencia artificial: al ser representada como un robot. Para alcanzar esa sabiduría, Palas, tiene que engullir los logos de los distintos servicios de la biblioteca; y evitar al monstruoso Lepisma que amenaza con devorarle como hace con el papel de los libros.

 

 

Palas está claramente inspirada en la versión que el mago de los efectos especiales artesanales, el gran Ray Harryhausen, hizo de la lechuza de Palas Atenea en la primera versión de Furia de titanes (1981): y curiosamente este cruce entre lo artesanal de Harryhausen y lo digital de los videojuegos tiene que ver con el papel de las bibliotecas en este momento.

Todas las maravillas digitales que existen y existirán no serán nada si no consiguen sacudirnos de alguna forma, si no nos conmueven, nos hacen pensar, nos hacen evolucionar de algún modo. La infantilización de la cultura se mitiga dotando de contenido al artificio. Por eso las bibliotecas son las indicadas para aportar ese contenido, esa artesanía cultural necesaria para que las luminarias digitales no se queden en simple pirotecnia que se extingue sin dejar rastro una vez se apaga el dispositivo.

 

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Homo sapiens, Homo Deus, Homo byblos

 

El otoño literario de este 2018 está coronado, en cuanto a libros de no ficción, por el último ensayo del historiador estrella del momento Yuval Noah Harari. Sus 21 lecciones para el siglo XXI llevan semanas posicionadas en el número uno de ventas y nosotros nos alegramos. Voces interesantes, en cada momento y lugar, que arrojen una mirada lúcida sobre la actualidad puede haber muchas: pero que lleguen masivamente al gran público no tantas.

 

Obviamente que Obama o Bill Gates recomendasen Sapiens: de animales a dioses, el ensayo que lo catapultó, ha ayudado mucho a que así sea. Pero lo más valioso, se esté o no de acuerdo con todas las predicciones de Harari, es su apuesta por unos valores ilustrados adaptados al movedizo tiempo que estamos viviendo.

¿Tomará alguna idea Ridley Scott a la hora de adaptar el ensayo de Harari de la película de 1981 ‘En busca del fuego’ de Jean-Jacques Annaud: en la que sapiens y neandertales se enfrentaban por el fuego?

Si en Sapiens (deseando ver estamos qué adaptación al cine hace Ridley Scott) Harari cifraba el éxito del menos dotado evolutivamente Homo sapiens para prosperar, y hacerse dueño y señor del planeta, en su capacidad para construir un relato: y después en Homo Deus nos advertía del siguiente estado evolutivo que desechará al sapiens para, inteligencia artificial mediante, alumbrar al Homo Deus. Aquí, osados, nos adelantamos y sin intención alguna de enmendarle la plana a Harari aventuramos que también cabe la posibilidad del Homo byblos.

Si Darwin cifró en la adaptación al medio la evolución de los seres vivos en El origen de las especies; Richard Dawkins lo hizo en el egoísmo de nuestros genes en El gen egoísta; y Steve Pinker denunció las manipulaciones ideológicas sobre la naturaleza defendiendo el peso de la herencia al nacer en La tabla rasa: nuestra teoría en torno al Homo byblos no suena tan marciana (aunque eso sí: mucho más pobremente argumentada).

 

Darwin nunca podría haber predicho que su teoría de la evolución ‘inspiraría’ cosas como Hace un millón de años (1966) pero qué duda cabe que Raquel Welch como cavernícola era toda una evolución.

 

El Homo Deus al que nos abocan las predicciones de Harari se sustenta en la cultura, en el conocimiento acumulado por el Homo sapiens, que una vez evolucionado y alcanzada la divinidad, gracias a la cultura y el conocimiento, posibilita el advenimiento del siguiente paso evolutivo. No es la naturaleza, como en Darwin, la que marca el ritmo, ni siquiera la cultura: sino la tecnología. Y si los vituperados sapiens que somos no queremos perder el poder tan pronto (aunque visto lo visto sería hasta deseable): más nos vale ponérselo un poco más difícil al prepotente heredero que nos pisa los talones dándole cancha al Homo byblos.

De la palabra byblos deriva biblion origen de Biblia y biblioteca. Ahora que las religiones languidecen irremediablemente como vertebradoras del orden social (solo hay que ver sus estertores en la rabia yihadista que quiere morir matando): el último refugio sigue siendo la cultura. Claro que para eso el nuevo culto a la tecnología está haciendo muy bien los deberes para conseguir que los Homo sapiens vendamos barato y fácil nuestro futuro. Antes la posteridad se alcanzaba a través de logros culturales, pero ahora que la inmortalidad está a la vuelta de la esquina gracias a la biotecnología: ¿para qué va necesitar el Homo Deus lo que entendemos todavía por cultura?

The fuzzy (el equivalente en inglés a ser ‘de letras’) and the techie (el equivalente a ser ‘de ciencias’): porqué las humanidades gobernarán el mundo digital. El ensayo del pope Silicon Valley que habla de la necesidad de las humanidades en el mundo digital.

Si en 2017 la revista especializada holandesa ‘Intelligence’ publicaba un estudio que demostraba que nuestros antepasados de la era victoriana eran más inteligentes que nosotros; en 2018 un nuevo estudio publicado en Noruega en ‘Proceedings of the National Academy of Sciences’ vuelve a incidir en que el coeficiente intelectual humano ha caído 7 puntos en las últimas décadas.

Todo viene a refrendar la necesidad de ese Homo byblos pero, si así y todo, necesitamos todavía convencernos: la actualidad siempre viene a nuestro auxilio. Es el caso del experto e inversor en grandes compañías de Silicon Valley (el jardín del Edén tecnológico) Scott Hartley, autor del libro The fuzzy and the techie, que en una reciente entrevista en ‘Retina‘ defiende a las humanidades como tabla de salvación para no perder la partida frente a la apisonadora de la inteligencia artificial.

De forma intuitiva, como lo hacemos aquí todo, ya defendíamos hace dos años, en Léeme soy community manager, que había que promover «acciones formativas que sirvan para dar contenido cultural a tanta tecnología«. En ese mismo post recogíamos lo que el Foro Económico Mundial de Davos decía que iba a ser lo más importante en el mundo hipertecnologizado en el que estamos: el pensamiento crítico y la creatividad. Así que las palabras de Hartley solo vienen a refrendar la trascendencia de las humanidades en la actualidad.

 


Según un artículo en ‘Xataka’ la ventas de libros en papel lejos de desaparecer se mantienen. En este anuncio francés de hace 5 años ya decían claro: el papel nunca morirá.

 

Si a esto sumamos que, como nos desvelan en ‘Xataka’, que los libros en papel, lejos de perder la batalla contra los digitales, se mantienen e incluso prosperan: solo nos cabe decir que dos + dos = cuatro y que el Homo byblos que proponemos como alternativa no suena nada descabellado.

¿Estamos defendiendo una regresión? ¿vamos de luditas? Para nada. Lo que abogamos con ese Homo byblos es una aceptación de la tecnología desde un prisma humanista, desde una memoria de dónde venimos: y de donde venimos es de la cultura impresa, de la cultura escrita. Lo de que una sola imagen vale más que mil palabras es mentira: para interpretar una sola imagen correctamente antes han tenido que escribirse mucho más que mil palabras para poder nombrar y aprehender lo que en ella vemos.

 

El monolito de ‘2001 odisea en el espacio’ (1968) puede que fuera un smartphone. Fotomontaje de la revista ‘Hobby consolas’.

 

Harari en una entrevista, a raíz de su último ensayo, revelaba que los poderosos no tienen smartphones. En una sociedad en la que despreciamos nuestra privacidad en pos de visibilidad en las redes: los que de verdad mueven los hilos siguen marcando la diferencia y se protegen contra esos ladrones de tiempo que quieren captar y retener nuestra atención para que sintamos todo el tiempo y pensemos poco. Ellos serán los elegidos, los Homo Deus que agudicen esas desigualdades que ya no se sustentarán en la riqueza sino en el código genético.

Por eso si no queremos ser como los simios del principio de 2001, odisea del espacio (1968) ante el monolito reconvertido en smartphone; si no queremos que la soberanía del futuro pase de la ciudadanía ignorante a los algoritmos inteligentes como aventura Harariprogresemos sin desperdiciar lo que nos ha llevado hasta aquí. En la carrera por la evolución entre el Homo sapiens y el Homo Deus el combustible es la cultura, esa cultura que custodian las bibliotecas. La IA está dando clases de apoyo intensivas para superarnos: no cedamos tan fácilmente el testigo.

 

Una de las coreografías con robots de la española Blanca Li.

 

En la entrevista con Hartley se menciona a la bailarina Catie Cuan: que actualmente trabaja en el Laboratorio de Robótica, Automatización y Danza de la Universidad de Illinois. La bailarina está enseñando movimientos más gráciles y elegantes a los robots para (textualmente) «facilitar la interacción con los humanos y generar confianza». Nunca mejor dicho: para que nos confiemos.

Hace unos años la bailarina y coreógrafa española afincada en París, Blanca Li, indagó en la misma línea con sus coreografías compartidas con robots. Pero como confiamos en que, sea el que sea, el Homo que prevalezca: lo #bibliobizarro no se pierda nunca. Por eso, antes que con Catie Cuan o Blanca Li, preferimos cerrar con Dee D. Jackson y su hit de 1978 ‘Automatic lover’. Dudamos mucho que ninguna inteligencia artificial, por avanzada que esté, alcance a descifrar el significado de tamaño delirio cibernético-disco. El cortocircuito está asegurado.

 

 

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Lo cultural en los masa-media

 

La añorada Chus Lampreave, en uno de esos papeles secundarios en los que le hubiese robado el protagonismo a la mismísima Bette Davis: soltó una de esas perlas almodovarianas que han quedado para la posteridad: «es muy triste como están los masa-media en este país«. Era en Hable con ella (2002) donde Chus interpretaba de nuevo a una de esas porteras que, pese a lo entrometido, cualquiera querría tener en su portal. Dieciséis años después el veredicto sobre los medios de comunicación que el director manchego puso en boca de Lampreave no puede decirse que haya variado mucho.

 

Chus Lampreave y Rossy de Palma recreando sus papeles como madre e hija en La flor de mi secreto (1995) para un anuncio de pasta.

 

Podríamos entresacar frases inspiradores sobre libros, lectura y bibliotecas convenientemente rubricadas por personalidades de prestigio para definir lo que se puede englobar dentro del hecho cultural. Pero siempre es más interesante pararse a observar cómo se representa lo cultural (o esa idea de lo que se supone culto que, de forma difusa, hasta el más iletrado reconoce) en los masa-media a los que se refería la portera de la cinta almodovariana.

Para eso hay que mirar menos a los libros, sobre todo en un país donde se lee tan poco, y más a la televisión y sobre todo a esa forjadora de inconscientes colectivos que es la publicidad. Sin necesidad de alejarnos mucho en el tiempo, hace unos días, en prime time como dice la jerga televisiva: un show familiar como El hormiguero se acercaba a las bibliotecas. Pocas lecturas sobre la idea global de las bibliotecas se puede entresacar de este repaso a las bibliotecas más sorprendentes de China: pero al menos es un alivio constatar que no se incurrió excesivamente en ninguno de los tópicos habituales (salvo en que las bibliotecas sirven para estudiar: una idea que la cuadrilla de los #bibliotecariosgrafiteros llevan tiempo intentando erradicar). Y hablando de Almodóvar, qué casualidad que esa noche estuviese de invitada la que fuera su primera musa: Carmen Maura.

 

 

Carmen Maura acudió al programa de Pablo Motos para hablar sobre su regreso a las tablas del teatro con la obra La golondrina de Guillem Clua. Aunque la obra va sobre las heridas y traumas que provoca la barbarie del terrorismo: la pregunta de la cual parte el planteamiento de la trama nos viene de perlas para este post: ¿qué es lo que nos hace humanos? Desde el asunto que nos llevamos entre manos aquí lo tenemos claro: la cultura. Pero dejemos de ponernos intensos que estamos hablando de publicidad.

No todas las campañas que tiran de la cultura o los libros para publicitarse tienen que ver con empresas u organismos propiamente culturales: pero sin duda algunas de las mejores provienen de este ámbito. No es la primera vez, ni probablemente será la última, en que nos recreemos en las campañas para la cadena de librerías mexicana Gandhi. Algunos son tan buenos que, años después, han ‘inspirado’ muy sospechosamente campañas de productos muy alejados de los libros. Sin ir más lejos los de arroces precocinados. Y he aquí la comparativa:

 

 

Pero los creativos de la agencia mexicana de Pepe Montalvo que, durante muchos años, fueron los encargados de estas campañas que han catapultado a la popularidad a una cadena de librerías en un país como México, que según la Unesco, ocupa el penúltimo puesto en cuanto a índices de lectura: hicieron tal alarde de creatividad que aún quedan otros tantos anuncios que difícilmente ningún sector ajeno a la cultura podrá emular.

 

 

Dejamos de lado, por ahora, la televisión. En Sudáfrica, la agencia Lowe Johannesburg, ideó una campaña para medios impresos de lo más efectiva para la librería Pulp books. ‘Leer te hace interesante’: en la oficina, el bar o el restaurante. Y es que las lecturas que nos han ayudado a definirnos nos acompañan allá donde estemos.

 

 

Y muy al hilo de este cruce entre intereses empresariales e intereses culturales, un hotel en la localidad murciana de Molina de Segura, publicaba este tuit hace unas semanas:

 

 

Que un establecimiento hotelero tenga la buena idea de promover el uso del carné de biblioteca para que sus huéspedes tenga acceso a las plataformas de préstamos de libros electrónicos y de audiovisuales sin salir del hotel: habla muy a favor de los responsables de dicho establecimiento. Un ejemplo de inteligencia empresarial que más empresas deberían imitar.

Las bibliotecas, se usen o no, aún tienen la suerte de conservar una buena fama, una cierta aureola de prestigio: aliarse con la cultura siempre es una sabia decisión de cara a proyectar una imagen favorable cara a la clientela. Y si encima es totalmente gratis para el negocio: ¿qué más se puede pedir?

Pero volviendo a anuncios que nos han gustado especialmente. Los auriculares ideados por la agencia McCann Worldgroup India de Nueva Delhi, sugerían que con los audiolibros de Penguin Books: Shakespeare, Oscar Wilde y Mark Twain te susurran sus obras al oído. No es de extrañar que la campaña se hiciera con el León de Oro del mayor certamen de publicidad del mundo: el Festival Internacional de Publicidad de Cannes. La campaña impresa se lanzó en la India y consiguió aumentar en un 15% la venta de audiolibros en pocos días.

 

 

Pero hasta aquí las campañas con temática cultural para vender productos culturales. Resulta, tal vez menos gratificante, pero sí más interesante cuando son empresas ajenas a ‘lo cultural’ las que recurren a las convenciones en torno a los libros y las bibliotecas para vender sus productos. Es ahí donde mejor se pueden detectar las ideas preconcebidas y los prejuicios con que se representa la cultura en los masa-media.

La publicidad italiana de la marca de cervezas Heineken jugó ingeniosamente con la imagen del libro y la cerveza con un eslogan que asimilaba ambos artículos: «Una cerveza tiene mucho que enseñar». Ingenioso y respetuoso en su equivalencia: se refuerza la idea de libro como objeto valioso, que aporta cosas positivas, tan deseables, como una buena cerveza.

 

La película biográfica sobre el creador de la cadena de comida rápida McDonald’s.

 

Y sin salir de la industria alimentaria: no deja de resultar curioso que haya sido una cadena de comida rápida la que, en varias ocasiones, haya recurrido al símil con los libros. ¿Tal vez una necesidad de respetabilidad les llevo a asociar libros con hamburguesas?

En todo caso la relación entre la cadena de hamburguesas McDonald’s y la lectura viene de largo. Recientemente la Ronald McDonald House Charities (la ONG auspiciada por la empresa de comida rápida que cuenta con 336 casas de acogida por todo el mundo en las que buscan mejorar las condiciones de vida de los niños) ha patrocinado una donación de libros a las bibliotecas de York County en Filadelfia.

La duda que siempre nos asalta cuando leemos sobre el interés de promocionar la lectura entre los jóvenes por parte de una empresa de comida rápida es: ¿y si los niños leen y leen y al crecer deciden plantarse ante los abusos de las industrias cárnicas y abogan por una dieta sana y sostenible ecológicamente? En fin, será que somos muy retorcidos.

En la librería Bros de Santiago de Chile aprovechan su vecindad con la franquicia de cafés Starbucks para promocionarse.

El caso es que hace unos meses, el director del programa sobre bibliotecas y ciencias de la información de la Universidad del Sur de California, Gary Shaffer, declaraba en una entrevista concedida a la revista online de dicha universidad que hay 17000 bibliotecas públicas en los Estados Unidos: más que Starbucks o McDonald’s.

Precisamente Shaffer incidía en que «los bibliotecarios siguen siendo estereotipados en los medios de comunicación: y sin embargo los bibliotecarios modernos se ocupan menos de hacer callar y ordenar libros y mucho más de navegar por montañas de datos.» Shaffer concluía con una de esas frases que antes servían para arengar a las tropas: «Es un momento emocionante para ser bibliotecario

 

 

Y otra pregunta que nos asalta: si los libros son elegidos como símbolo positivo para compararlos con los productos que la publicidad quiere vendernos ¿por qué en cambio los bibliotecarios siguen apareciendo como rancios, aburridos y amuermantes?

Volvemos a esa propagadora masiva de estereotipos que es la televisión y nos enfrentamos a dos campañas que cumplen con todos los tópicos habidos y por haber. Silencio, aburrimiento, bibliotecarios grises, desvaídos y gruñones, y el poder del producto que se anuncia, como remedio para salvar toda esa ranciedad intrínsecamente asociada a la profesión.

 

 

‘Descaradamente diferente’ reza el eslogan del anuncio de golosinas. Y lo cierto es que lo descaradamente diferente en este caso hubiera sido presentar a la biblioteca como un sitio tan excitante como una bolsa de golosinas. Descaradamente diferente hubiera sido presentar a la bibliotecaria como alguien que tiene la clave para encontrar miles de historias, aventuras, fantasías y juegos que divierten tanto como tener la lengua llena de peta-zetas. Descaradamente diferente habría sido presentar un espacio cultural como algo apasionante para los niños, y no como un sitio amuermante y aburrido.

No por nada, Astrid Lindgren, la escritora creadora de Pipi Calzaslargas fue una mujer independiente, feminista y avanzada a su tiempo en muchos aspectos, que empezó a escribir sus célebres relatos para divertir a sus hijos, y amaba los libros y a las bibliotecas. No somos tan ingenuos como para esperar que la publicidad derribe estereotipos cuando son tan útiles para vender. Pero como bien cuenta Thomas Frank en su interesante ensayo La conquista de lo cool: las agencias de publicidad más míticas en los años 60 estadounidenses abrazaron la contracultura porque vieron que los tiempos estaban cambiando y que el público huía de los lugares comunes.

Si la publicidad actual busca la implicación emocional del consumidor, la empatía, la cercanía: empecemos por olvidarnos de tantos sambenitos. Ánimo, no cuesta tanto, y les va en ello el negocio.

 

 

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Creative commons bibliotecarios

 

Este blog puede que tenga los días contados tal y como es ahora mismo. Aún es pronto para saber cómo nos va a condicionar la nueva regulación de los derechos de autor que hace unas semanas se debatía en el Parlamento europeo. Pero lo cierto es que el espinoso asunto del copyright siempre va a plantear dudas en el escurridizo mundo digital.

Desde la más candorosa de las inocencias (nada más perverso que la inocencia para cuestionarlo todo): defenderíamos que en instituciones culturales como son las bibliotecas el compartir en sus blogs, redes y webs contenidos ajenos, siempre que se citen las fuentes y los autores, no debería tener demasiadas limitaciones. El hecho de que sean instituciones públicas, sin ánimo de lucro, cuya finalidad es la promoción de la cultura debería tenerse en cuenta por parte de los grandes de Internet a la hora de programar los temibles (y necesarios) filtros que rastrean posibles usurpaciones digitales. Pero esos gigantes de Internet ¿van a tener en cuenta las necesidades de esas hacendosas hormiguitas que son las bibliotecas?

 

 

En otra candorosa reflexión se nos ocurre que podrían hacerlo los propios autores. Que convencidos de la labor que hacen las bibliotecas e instituciones culturales exijan que se les dé un trato de favor. Pero cuando ha habido autores (y no señalamos a nadie porque no sabemos si Juan Manuel de Prada habrá cambiado de opinión) que equiparaban en 2011 las descargas ilegales con los préstamos de sus libros en la red de bibliotecas públicas del Estado: ¿qué no otras resistencias se encontrarán en la red?

Si en un espacio cultural digital se reproduce un texto ajeno (con las preceptivas comillas cuya ausencia tanto juego está dando políticamente), se incluye una imagen, se inserta un vídeo, o se musicaliza un vídeo de elaboración propia: con el ánimo de recomendar, prescribir, ensalzar u homenajear lo que se ha tomado prestado: ¿no cabría una mayor permisividad? En ese flower power limbo nos columpiábamos hasta que irrumpe el renovado (sic) debate en torno al apropiacionismo cultural.

 

Comparativa entre el vídeo de ‘Malamente’ de Rosalía y la parodia por parte de Los Morancos.

 

Rosalía, la nueva sensación del flamenco-pop-trap-choni……..(rellénese la línea de puntos con lo que cada uno distinga en su collage musical y propuesta estética), no sabemos si va a afianzarse como una gran estrella: pero ya ha conseguido uno de los requisitos imprescindibles para que así sea: que la imiten Los Morancos. Si no te imitan no eres nadie. Rosalía lo sabe: así que lo celebró retuiteando el vídeo en su cuenta de Twitter. El humor «plagiario» de Los Morancos podría considerarse también apropiación, jocosa, pero apropiación que igual no lo tendría tan fácil si prosperase la legislación más restrictiva.

A la cantante catalana se le afea que no tenga pedigrí flamenco, que no sea del sur, que haga suyos símbolos e imaginerías que no le corresponden y una serie de supuestas expoliaciones que Rosalía hace a la cultura calé. Algo que curiosamente no se les ha echado en cara al cantaor Miguel Poveda (también catalán sin raíces gitanas); o al iconoclasta Niño de Elche que recientemente ha versionado la Bomba gitana de Lola Flores, que por cierto, tampoco era gitana. Aunque a este último, quienes lo acaban de linchar han sido los críticos del ‘ABC’ y ‘El mundo’, tras su actuación en la Bienal de Flamenco de Sevilla.

 

El chino Can Wang encabeza la lista de admitidos al grado superior de Guitarra Flamenca del exigente Conservatorio Superior Rafael Orozco de Córdoba. Es un ejemplo de la pujanza de japoneses y chinos en el flamenco de la que nos hablaba ‘El País’ recientemente.

 

El apropiacionismo es uno de los discursos políticamente correctos que más estragos puede hacer en el criterio cultural despistado de algunos jóvenes millennials que faltos de referentes, y acostumbrados al continuo linchamiento de las redes: den por bueno un test de pureza que contraviene en esencia lo que debe ser la cultura.

A las generaciones que vivieron peligrosamente (o no) las décadas de los 30 a los 80 (aquellas en que Hollywood marcó a fuego el imaginario del mundo entero vía cine o televisión) que soñaron con la India de Narciso negro (1947); el África con tigres de las películas de Tarzán; o la Arabia suntuosa de El ladrón de Bagdad (1940): esto del apropiacionismo les pilla muy lejos. Si el bueno de Terenci Moix, que tanto disfrutó y ensalzó ese cartón piedra que le hizo enamorarse del Egipto real, levantase la cabeza: quedaría horrorizado de este test de virginidad al que se quiere someter a la cultura popular.

Hemos pasado del elogio del mestizaje, del buen rollo perroflautero de Manu Chao, del buenismo del ‘Contamíname‘: a exigir la prueba de ADN a la cultura en tiempos de la globalización. Nada más triste que un nacionalismo cultural que confunde el respeto a las raíces con el rechazo a la novedad. Nada que ver con los franceses siempre dispuestos a asumir como propio todo aquello que les deslumbra culturalmente.

La película española de Asghar Farhadi ¿se podría considera apropiacionismo por parte de un iraní?

En todo caso si alguien tuviera el hipotético derecho de ponerse flamencas en esto del apropiacionismo: esas serían las bibliotecas. Depositarias del copyright de la cultura por derecho propio: ¿cuántos escritores, artistas, creadores o pensadores han relatado agradecidos la deuda contraída con las bibliotecas que les acompañaron en su formación?

Puestos a reivindicar hasta podrían reclamar la exclusividad del sufijo –teca que con tanta alegría explotan aquí y allá revalidando la vigencia del concepto biblioteca. Ese concepto que algunos siguen empecinados en jubilar.

 

Los viejos archivadores de biblioteca inspiración para los vestidores diseñados por IKEA. Apropiándose hasta del mobiliario.

 

Solo hay que fijarse en algunas de las empresas más exitosas del planeta para constatar cuanta ‘inspiración’ siguen ejerciendo las bibliotecas. El caso más reciente, el de la multinacional IKEA, que en un claro ejemplo de apropiacionismo ha creado salas de lectura para sus clientes durante este verano en la tienda inglesa de Wembley. Y no solo para leer allí incluso para llevárselos prestados a casa.

La empresa sueca no tiene suficiente con haber uniformado la decoración de millones de hogares en todo el mundo; de convertirnos en esclavos del instinto IKEA (como declamaba el protagonista en la novela El club de la lucha: «personas que conozco que solían llevarse pornografía al baño ahora se llevan el catálogo del IKEA»); ni de publicar el libro más impreso del mundo (su famoso catálogo): ahora además se apropian del concepto biblioteca.

 

 

Gracias a un acuerdo con el British Booker Prize la empresa de muebles invitaba a sus clientes a reducir el estrés leyendo. Si los hogares ya no son el paraíso que eran por lo difícil que resulta desconectar con tanta tecnología intrusa en nuestra intimidad: ahí está IKEA para ofrecernos el remedio para desconectar a través de la lectura. Tié guasa la cosa que diría un flamenco.

Y ya puestos a usurpar el papel de las bibliotecas añadiendo el beneficio económico propio de toda empresa: en Francia, también IKEA, se puso a fomentar las donaciones de libros. Del 11 al 23 de junio, IKEA Francia, puso en marcha una campaña de recogida de libros usados a cambio de una tarjeta regalo de 10 euros. Tarjeta que los clientes podrían usar en compras superiores a los 50 euros. Posteriormente las donaciones serían entregadas a dos asociaciones.

 

 

Y sin salir de Francia, también este verano pasado, otra gran empresa como Carrefour tuvo su ‘momento biblioteca’. La cadena gala recurrió a una ilustración del blog pedagógico Mysticlolly para señalizar y adornar sus estanterías de literatura infantil.

El autor del dibujo es un profesor de secundaria que creó la ilustración bajo una licencia de Creative Commons para que se pudiera utilizar sin problemas por parte de sus colegas, instituciones educativas y cualquier otro centro cultural: pero no con fines comerciales. A través de Twitter denunció su utilización por parte de una empresa que genera millones de ganancias. No sabemos cómo ha acabado esa denuncia, porque según la noticia recogida por ActuaLitté les univers du livre, a finales de julio no había recibido respuesta alguna.

 

Biblioteca de las armas: nombre para una armería en los Estados Unidos. Un ejemplo de apropiacionismo del concepto biblioteca que no nos gusta ni una chispa.

 

No está bonito lucrarse con el trabajo ajeno. Eso no pasa con las bibliotecas. Las bibliotecas de por sí son generosas. Bibliotecas y bibliotecarios han sido pioneros en muchas cosas que, generación tras generación, se revisten con nuevos ropajes para venderlas como si fuera el último grito. Si Youtube está repleto de tutoriales: los bibliotecarios los hicieron antes para explicar cómo usar el catálogo; si El Corte inglés y otras grandes superficies ofrecen cuentacuentos: las bibliotecas los hicieron antes; si las nuevas tecnologías se basan en palabras claves y clasificaciones: las bibliotecas las llevan haciendo desde la Antigüedad: y así podríamos seguir.

 

Cartel en Las Vegas anunciando el club de striptease The library. Un club para caballeros que se anuncia con el eslogan: una experiencia de aprendizaje. En este caso el apropiacionismo, aunque sea solo por el morro que han tenido, al menos despierta una sonrisa.

 

En fin, que el concepto biblioteca sigue tan vigente, válido y necesario como siempre. Y si no que se lo digan a tantos como se arriman a él para potenciar sus negocios disfrazándolos (en muchos casos) como otra cosa. Pero las bibliotecas lejos de ser celosas de ese concepto: son todo generosidad y no pueden más que alegrarse de que cunda el ejemplo. Lo único que revienta es que todavía haya ciudadanos que se maravillen por lo que les ofrecen negocios que buscan su dinero y no aprovechen lo mismo teniéndolo gratis (gracias a los impuestos de todos) a pocos metros de su domicilio.

 

 

Debi Mazar como la Ava Gardner de Arde Madrid (2018) la serie de Paco León.

Y para terminar volvemos al flamenco (¿?). A cuenta de lo del apropiacionismo, precisamente hace poco, el director y actor Paco León: ha recibido no pocas críticas por interpretar a una mujer trans en la serie La casa de las flores (2018) en lugar de ceder su puesto a una actriz transexual. Un intento de coaccionar la libertad creativa de los creadores de la serie en función de unas reivindicaciones, las del colectivo de mujeres transexuales, por otro lado, perfectamente respetables.

Y el talentoso León también acaba de filmar, como director e intérprete, la serie sobre los años en que la inolvidable Ava Gardner vivió en nuestro país: Arde Madrid (2018). Hablando de apropiacionismo, kitsch, usurpaciones y delirios creativos varios: nada como cerrar con el fragmento en el que la gran Ava interpretaba a una bailaora flamenca española en La condesa descalza (1954). Todo parecido con el flamenco y lo gitano no es pura coincidencia es directamente imposible, y en cambio, eso no le resta ni un ápice de valor a esta maravillosa película.

 

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

La biblioteca como arma política

 

En un tuit de hace unos días, Felicidad Campal, sintetizó a la perfección lo que muchos pensamos al oír las insistentes noticias en torno a la polémica a cuenta de la tesis del presidente del Gobierno  Pedro Sánchez:

Que en el Congreso se hable de , de plagio, de investigación, de tesis, de Teseo , la base de datos de las tesis españolas… No está mal, aunque sea para acusarse unos a otros de lo mal que lo hacen todo. y más necesarios que nunca! O no?


Suelen ser tan escasas y estereotipadas las noticias que convierten a las bibliotecas en protagonistas de la actualidad para los medios de masas: que es inevitable que cualquier noticia al respecto sea bienvenida. Máxime cuando las favorece al presentarlas como instituciones a las que remitirse cuando se trata de arrojar algo de luz sobre la crónica de actualidad. Que en la biblioteca de la Universidad de Camilo José Cela se hayan formado colas de periodistas para acceder a sus fondos (bueno en realidad a un solo documento) ya es reseñable. El ‘tirar de hemeroteca’ que tanto gusta a la prensa.

Pero pese a lo importante que es estar en los medios (no íbamos a negarlo precisamente en este blog que va de exquisito (¿?) e hizo palmas con las orejas al ser recomendado hace unos días en el programa de Julia Otero: Julia en la onda) no está de más atender al discurso de trasfondo que se puede leer tras este súbito protagonismo de las bibliotecas.

 

Maqueta para la biblioteca presidencial del expresidente Obama. 

                                                     

El libro de John Street analizaba hace unos años las diferentes relaciones con la cultura según los posicionamientos ideológicos. Y hace poco en Xataka nos descubrían un estudio que demuestra que los de derechas e izquierdas optan por lecturas sobre ciencia muy diferentes. El encuentro parece imposible.

En Biblioteca contracultural (inciso: autocitarse sin previa disculpa pareciera incorrecto. Y es algo incomprensible. Según se ha recordado a raíz del affaire de la tesis de Pedro Sánchez un baremo de prestigio es el número de citas de tus escritos. Pues bien: las autocitas deberían puntuar positivamente: denotan coherencia en el discurso y ausencia de falsa modestia. Tal y como se está poniendo la normativa sobre derechos de autor, en breve, lo único que podremos hacer será autocitarnos): después de este inciso que más parece un injerto: decíamos que en Biblioteca contracultural defendíamos a la contracultura frente a la cultura.

La contracultura nace sin más expectativas que las de soltar un eructo a lo establecido. En cambio, lo que oficialmente se asume como cultural, se usa muchas veces como arma arrojadiza: «una cachiporra con que atizarse en el grand guinol de la política«. Vistas ahora estas palabras parecieran hasta proféticas. Pero ¿de qué cultura estamos hablando?


¿Hay un discurso positivo en todo este rifirrafe a cuenta de los másteres de los políticos? Tras los años de la crisis en los que el enriquecimiento rápido era la máxima aspiración: y la paciencia y el esfuerzo que requiere la formación académica deslucían ante la inmediatez de tanto pelotazo mediático: sería fácil interpretar que hemos aprendido la lección. Que la formación, la cultura, y por ende, las instituciones culturales cotizan al alza. Pero mejor no nos dejemos llevar por el espejismo. 

Este uso de la formación y la cultura como cachiporra política no es más que una nueva instrumentalización de la cultura para intereses que le son ajenos. No se trata de hablar de cultura como espacio común para intercambio de ideas, y por tanto, enriquecimiento mutuo: sino de cultura como arma política, como demérito, como vacuo ornamento.

 

Seis grados de separación (1993) una excelente, y no muy conocida pese a encabezarla Will Smith, película que retrata las diferencias de clase, ideológicas y culturales de manera brillante.

Blotch de Blutch: estupendo retrato de un pedante insoportable.


Desde determinadas posturas ideológicas la cultura se ha esgrimido muchas veces como un elemento para la exclusión y el clasismo. El descrédito y falta de predicamento que actualmente tiene la figura del intelectual tiene mucho que ver con ese apabullamiento de citas, referencias y engolados ditirambos con que los leídos del pasado (y algunos del presente) trufaban sus peroratas. La cultura como fuego de artificio intelectual, como puro exhibicionismo, como instrumento de opresión. No la cultura como lugar de encuentro, de diálogo, de aprendizaje: esa idea de cultura que promueven las bibliotecas públicas.


No se trata de una loa al igualitarismo sino de una defensa de la cultura como espacio para el disfrute desprejuiciado sin renunciar al juicio crítico. Algo que afortunadamente las nuevas generaciones (al menos al porcentaje al que le interesa la cultura) parecen practicar cada vez con mayor naturalidad.

 

 

En el nº 490 de la revista ‘Dirigido’, la crítica Anna Petrus, hacía una reflexión sobre un cambio de paradigma cultural a raíz de la mala acogida del último filme del cineasta Michael Haneke, Happy end (2018). Su análisis detecta y celebra un cambio en la mirada del espectador que empieza a reclamar menos crueldad y más humanismo y empatía en las creaciones. Petrus contrapone la cruda mirada de Haneke sobre sus personajes a la mirada cálida, de un humanismo renovador de películas como Verano 1993 (2017) de Carla Simón. Para la crítica, el movimiento feminista tan presente en nuestros días, sería corresponsable de este cambio de sensibilidad.

No estamos muy seguros de que enriquecer la cultura pase por renunciar a la mirada menos humanista (¿según qué baremos? ; ¿no es la crueldad un sentimiento tan humano como el amor?) de cineastas como Haneke, Lars von Trier o Verhoeven: o de escritores como Thomas Bernhard, Jim Thompson, Cormac McCarthy…

 

¿Cómo sería recibida hoy día la durísima, polémica y política ‘Saló o los 120 días de Sodoma’ (1975) de Pasolini? ¿cómo encaja la obra de autores como el Marqués de Sade en esa cultura de la empatía que algunos sostienen que está cambiando el paradigma?

 

Estemos más o menos de acuerdo con las ideas de Petrus lo interesante es constatar como las pugnas por redefinir el canon cultural en cada momento y circunstancia siguen vigentes, y en medio de todo, se sitúa la biblioteca. La biblioteca como territorio a ocupar, la biblioteca como arma política para construir la sociedad en la que cree cada uno. El activismo estadounidense nos lleva muchas décadas de ventaja en esto de tomar posiciones partiendo de las bibliotecas.

 

Una de los libros auspiciado por la organización Everylibrary: ‘Ganando elecciones e influencia política para financiación bibliotecaria’.

 

Everylibrary es una organización estadounidense centrada en conseguir apoyo electoral en favor de las bibliotecas. Públicas, escolares o universitarias. Desde su creación, en 2012, Everylibrary ha apoyado a las bibliotecas públicas locales cuando hay elecciones en sus circunscripciones. Para ello capacitan al personal bibliotecario y a voluntarios para planificar campañas efectivas de información; implican a la sociedad civil y a los activistas locales para que apoyen sus bibliotecas; y emprenden acciones para concienciar a los vecinos sobre el valor y la relevancia de sus bibliotecas y bibliotecarios.

Se trata de que las bibliotecas tengan un peso específico a la hora de ganar elecciones:  promover la manera más efectiva de que los partidos las incluyan dentro de sus programas electorales. Si les hacen ganar votos: las bibliotecas serán protegidas.

 

 

Su publicación periódica ‘The Political Librarian’ se centra en las conexiones entre bibliotecas locales, políticas públicas y políticas fiscales. Se trata de fomentar el debate en torno a asuntos legales, políticos y de financiación para las bibliotecas. Y algo que nos gusta especialmente: sus colaboradores exceden del campo bibliotecario para integrar expertos de todos los ámbitos posibles.

Como reza el eslogan de su web: any library initiative anywhere matters to every library everywhere (cualquier iniciativa bibliotecaria en cualquier lugar es importante para todas las bibliotecas de cualquier lugar).

 

¿Y en nuestro entorno más inmediato? ¿Suena plausible que en un país con índices de lectura tan bajos las bibliotecas tuvieran algún peso en lo que más preocupa a la clase política?: los votos.

El discurso políticamente correcto con las bibliotecas no hace distinciones entre profesionales y ciudadanos. Quien más quien menos ha caído en románticas loas y defensas estereotipadas de las bibliotecas cuando se han visto amenazadas o sometidas a recortes. Protestas poéticas, campañas de apoyo en redes, columnistas en los medios que rememoran su infancia en la biblioteca de su localidad, movilizaciones vecinales: todas y cada una de estas acciones son loables y reconfortantes. Pero dejando aparte posibles intereses partidistas y que recurran a las bibliotecas para atizarse políticamente: como de verdad, de verdad, se defiende a una biblioteca es dándole uso. No existe mejor apoyo posible.

 

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com