Este post es un ejemplo de endogamia bloguera y por lo tanto puede que nazca tarado desde el principio. Pero como la endogamia no ha sido impedimento para que estirpes de reyes sean absueltas: confiemos en que al final la absolución también sea aplicable en este caso.
Sus referentes son obvios: de Estadística creativa para bibliotecarios soñadores toma la vuelta de tuerca a un clásico bibliotecario basado en las matemáticas: si allí fue la estadística aquí es la Clasificación Decimal Universal (CDU para los colegas); y de 50 sombras bibliotecarias retoma y profundiza en un trampantojo bibliotecario en forma de nuevo reto: el de #crucedeportadas.
Pero vayamos por partes que para eso estamos hablando de sistemas de clasificación. Hace unos días Sofía Moller presentaba en Bibliogtecarios, su proyecto final de grado en Información y Documentación que busca salvar las rigideces que presenta la CDU como sistema de organización de colecciones en las bibliotecas. Su propuesta de organización por ámbitos temáticos resulta de lo más interesante y vuelve a poner en cuestión la amigabilidad de la CDU de cara al usuario.
La sombra de Dewey (Otlet y La Fontaine mediante) ha sido alargada y provechosa desde el siglo XIX en el mundo de las bibliotecas.
Con justo sentido reivindicativo y reparador por las injusticias que contra ellos se cometieron: se habla mucho de lo que internet y la sociedad de la información le deben a figuras como Alan Turing o Nikola Tesla. Pero tampoco estaría de más hacerle un hueco a Dewey, Otlet y La Fontaine en esos reconocimientos.
Hace año y medio Google hizo un homenaje en forma de doodle a lo visionarios que fueron estos dos últimos con motivo de los 120 años de su ambicioso Mundaneum. Es justo, por tanto, reclamar también ese estatus de estrellas del rock que le están otorgando a Turing o Tesla para estos audaces profesionales de la información.
Como declaró el cineasta Michael Moore a raíz del movimiento bibliotecario que a principios de este siglo se opuso a la censura de sus libros en los Estados Unidos:
“Mucha gente los ve (a los bibliotecarios) como ratoncitos maniáticos obsesionados con imponer silencio a todo el mundo, pero en realidad lo hacen porque están concentrados tramando la revolución a la chita callando”
¿Y qué otra cosa hizo Dewey sino ordenar el mundo para facilitar que la información se pudiera compartir? A nadie se le ocurriría negar el impecable servicio que su clasificación, o la CDU, llevan prestando desde hace décadas en las bibliotecas. Pero puede que ahora ese mundo que aspiraba a ordenar Dewey sea más difícil que nunca de clasificar.
Sofía Moller con su organización por ámbitos temáticos se suma a las alternativas que, cada cierto tiempo, desabrochan un corchete más del ceñido corsé con que la CDU alinea el mundo bibliotecario.
La Dewey-free clasification, como una teología de la liberación organizativa, se desarrolló a partir de los 80 como un primer paso hacia la liberación de los dogmas numéricos; y desde entonces ha sido un no parar de centros de interés que han surgido, aquí y allá, como una manera hacer más amables las colecciones de cara a los usuarios.
¿Tiene la clasificación de Dewey los días contados? (¿y la CDU? añadimos nosotros). Se preguntaban ya en 2012 en la portada de la publicación especializada School Library Journal. No creemos que el recorrido del invento de Dewey ni de su remake europeo de la CDU esté totalmente agotado, pero si es cierto que los tiempos han cambiado y el mundo necesita que alguien los vuelva a narrar/organizar. ¿Tiene algún sentido que la notación de la CDU siga visualizándose para los usuarios en los registros de algunos opacweb? Precisamente en ese número de School Library Journal se hablaba de Metis, la clasificación post-Dewey que la biblioteca de la Ethical Cultura Fieldston School de Nueva York había desarrollado para simplificar la localización de sus fondos.
No sabemos si es la reinvención o la jubilación lo que se cierne sobre la CDU pero no va a ser este post el que la ejecute. Precisamente ahora que muchos hablan de cambiar el mundo pero aspiran a hacerlo con moldes muy viejos: es el momento de explotar el poder que a la chita callando como decía Moore, poseen los bibliotecarios a la hora de hacer la revolución.
Fue allá por 2013 que surgió la noticia de que una biblioteca australiana había cambiado los libros sobre el ciclista Lance Armstrong de la sección de deportes a la de ficción: a raíz del escándalo de su dopaje. Al final la noticia resultó ser falsa, pero no nos vamos a poner exquisitos en plena era de la posverdad: la noticia ilustraba muy bien el poder que los bibliotecarios poseen a la hora de poner las cosas en su sitio. «Un gran poder conlleva una gran responsabilidad» que le decía su tío a Spiderman. Pero ¿qué pasaría si los bibliotecarios se tomaran la justicia por su mano?
No, no nos referimos al meme de Chuck Norris, ni al clásico Conan the librarian: hablamos de otro tipo de justicia, de una justicia poético-bibliotecaria a través de la cual los profesionales de las bibliotecas se tomasen la revancha.
La CDU como instrumento de disidencia, como discurso contestatario que provocase estanterías alteradas y por ende: un nuevo orden ¿mundial? ¿serán los bibliotecarios los illuminati de la cultura?
Así por ejemplo, los demandados libros de autoayuda que ahora ocupan el 159 correspondiente a psicología migrarían al 29 de movimientos espirituales modernos: por esa pseudomística que roza el batiburrillo ideológico de algunas sectas. Desde luego en el 1 de filosofía no conseguirían infiltrarse ni de tapadillo: Sócrates, Aristóteles, Platón, Nietzsche, Heidegger, Schopenhauer o Savater los echarían a patadas por las noches.
A algunos de los títulos de los economistas más prestigiosos que jugaron a profetas de la última crisis se les desterraría desde el 33 de economía, que habitan habitualmente, al 133 de ciencias ocultas; o también al 64 de economía doméstica en el que igual aprendían valiosas lecciones de las amas de casa.
Los libros sobre arte y artistas contemporáneos tipo Damien Hirst o Jeff Koons: ¿no deberían abandonar el 73 de artes plásticas para pasar al 793 donde se clasifica el ilusionismo; o al 658 de técnicas comerciales?
Los dedicados a las nuevas estrellas del firmamento pop ¿deberían mudarse del 78 también al 658 de marketing? o ¿los escritos por personajes del papel cuché, influencers o youtubers del 929 de biografías (o del número en el que estén) al 008 de civilización, cultura y progreso: dado que son el testimonio más fiable de hacia dónde ha evolucionado nuestra cultura?
Podríamos continuar hasta alterar todas las estanterías pero mejor dejarlo aquí. Aún no queremos terminar de perfilar este nuevo orden mundial bibliotecario que tantas alegrías puede darnos.
Quedan materias muy jugosas, como el 32 correspondiente a política, pero es tan amplio el abanico de números que se nos ocurren dónde podríamos reubicarla que mejor lo dejamos a la imaginación de cada uno. ¿Y el 4? ¿qué hacer con ese agujero negro en mitad de las estanterías¿ qué ha de surgir para que se llene ese vacío? ¿estará en el 4 el Aleph de Borges? Que cada uno haga sus cábalas, y que cada cual se ordene el mundo y lo haga, como dice la canción: a su manera. Pero mientras, ¿y tú? ¿a qué o a quién le aplicarías un poco de justicia poético-bibliotecaria?
Sid Vicious – My Way (version by Gary Oldman from the movie Sid & Nancy) from Max Pirovano on Vimeo.
About Vicente Funes
Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com