En una reciente entrevista de ‘El País’ el creador del famoso (y temido en España) informe PISA sobre educación, el alemán Andreas Schleicher, señalaba que el sistema educativo español prepara en muchos casos a los estudiantes para un mundo que ya no existe.
Menos mal que en el resto de la entrevista aporta otros argumentos algo más amables para nuestro entorno. Pero no es sobre el informe PISA de lo que habla este post. Nos apropiamos desde el mismo título de la reflexión de Schleicher para plantearnos cuántas cosas no estaremos haciendo pensando en un mundo que ya no existe. Y, como no puede ser de otro modo: cuántas cosas se hacen desde las bibliotecas.
En un documental, los decoradores de la serie Mad Men, hablaban de cómo representar los cambios de década (la serie empieza en los 60 y llega hasta los 70). Una serie no es una película. El largo recorrido cronológico requiere cambios sutiles. No se puede pasar de golpe de las lámparas de lava a las plataformas en los zapatos. Los cambios deben ser graduales. Los puntos de fuga de pasado y futuro convergen en el presente. Pero no siempre somos capaces de discernirlos.
Lo que servía en los tiempos A.I. (antes de Internet) no tiene nada que ver con lo que sucede ahora. Puede que en decoración las cosas no vayan tan frenéticas; pero en muchos otros ámbitos, la cosa no da tregua. Bibliotecas para un mundo que no existe sirve para una doble interpretación. Un mundo que no existe porque ha desaparecido por falta de sincronía con nuestro tiempo y no nos hemos enterado. O un mundo que no existe porque no acaba de llegar. Se intuye, se supone, se presume. Pero no acaba de concretarse.
En el clásico de Hollywood Cruce de destinos (1956), Stewart Granger consolaba a la afligida mestiza interpretada por Ava Gardner diciéndole que «los únicos que aceptan la realidad son los que no tienen el valor suficiente para escapar cuando la ven llegar». Una oda al escapismo que en nuestros días millones de internautas hacen suya en su día a día digital. Vivimos en mundos cada vez más impermeables entre sí. Lo cual no quiere decir que no existan. Hay quienes dicen no interesarse por la política. Pero la política existe; como el cambio climático o la Covid: y condiciona, quieran o no, su realidad.
Generacionalmente, hay mundos que forzosamente coexisten. Y no necesariamente, quienes peinan canas, representan la pervivencia de ideas del pasado por haberlo vivido. El progreso no entiende de edadismo. Quienes hacen avanzar la maquinaria son las mentes que tienen la suficiente perspectiva para vislumbrar el camino. Tengan la edad que tengan.
Volviendo a la pregunta implícita en el título de este post: ¿cuántas cosas hacemos para un mundo que no existe? Y más específicamente, ¿cuántas cosas se hacen desde las bibliotecas para un mundo que ya desapareció o aún no ha llegado? Se nos ocurren unas cuantas. Pero pensando, no literalmente en un mundo que no existe pero sí en un mundo bajo clara amenaza de extinción; se nos ocurren al menos tres:
- Suena ingrato porque lo es. Tras los servicios prestados la CDU o la Clasificación de Dewey deberían tener un mayor respeto. Y lo tienen porque siguen luciendo como criterios de ordenación en las estanterías de la mayoría de bibliotecas del mundo. Pero, ¿tiene sentido perder ni un segundo en hacer elaboradas notaciones en los registros bibliográficos de una biblioteca pública? Por no hacer sangre en el revisionismo ideológico al que ha estado sometida últimamente la clasificación de Melvil Dewey por asuntos extrabibliotecarios. Pero no nos desviemos del tema. ¿Realmente una clasificación, y en esta ocasión hablamos de la CDU, en la que el número auxiliar -055.3 ha aglutinado a «personas de sexo dudoso» junto a homosexuales, lesbianas, bisexuales, transexuales y pervertidos sexuales y sádicos: ¿puede considerarse vigente en el siglo XXI salvo en Hungría o en el ideario de algún que otro partido político conservador? A este respecto es una delicia la lectura de la ponencia que Mª Antonia Morán Suárez y Blanca Rodríguez-Bravo publicaron sobre La imagen de la mujer en la Clasificación Decimal Universal. Más vigente ahora si cabe que en enero de 2001 cuando la publicaron.
- La catalogación exhaustiva moviliza el recurso más valioso de una biblioteca pública: el tiempo de sus profesionales. Pasan las décadas, pero pese a los avances, nuevas necesidades o escenarios posibles para el concepto biblioteca: la catalogación sigue absorbiendo esfuerzos que debían derivarse al rediseño de espacios, la programación de actividades y la implicación con la escena creativa local. La catalogación en una biblioteca pública es como un taller de cocina gourmet: placentero para quien guste de minimalismos culinarios pero innecesario cuando hay platos preparados con suficiente valor nutritivo.
- Las colecciones audiovisuales. A las enciclopedias y demás obras de referencia les llegó su hora hace tiempo. Pero ¿y a las colecciones audiovisuales físicas? El libro en papel sigue conservando acólitos pese a ese futuro totalmente en digital que nos vendían. Pero los documentos sonoros y audiovisuales (si exceptuamos la moda de los vinilos, de difícil acomodo en una biblioteca de préstamo) no viven su mejor momento. Y no parece que por mucho revival nostálgico que haya alcanzado a los casetes: la reinvindicación del CD o DVD vaya a marcar el ritmo en los próximos años. Tras la debacle del mundo de la música en la era digital: ¿asistiremos a una recuperación del aura perdida de la que hablaba Walter Benjamin? A tenor del furor por las actuaciones musicales en vivo así podría parecerlo. Sobre todo ahora, que tras la pandemia, los conciertos son obligadamente tranquilos, exigen la atención del público, la escucha activa y no una simple excusa para el botellón con música en vivo de fondo. Pero mucho nos tememos que no sea más que un espejismo.
Que existan bibliotecas para un mundo que no existe no es responsabilidad de la profesión. Ni mucho menos. Las apariencias engañan y mucho. La tersura de la piel no se corresponde necesariamente con la idea de evolución. El futuro no tiene porqué significar avance. Y ahora mismo cunden los ejemplos en muchos ámbitos que así lo demuestran. Por recurrir a modismos de lo que es posible que nadie se acuerde en unos años: muchos millennial o zeta son más retrógrados que muchos boomers.
Esos boomers que ahora tendrán que resistir más años en sus puestos de trabajo para tener acceso a una jubilación digna. En unos años, si no cambia la percepción social respecto a las bibliotecas, se avecinan concursos de traslados para boomers exhaustos, que frisan los 70, y quieren concluir plácidamente su vida laboral en una. Tiempo al tiempo.
Para la profesión bibliotecaria la idea de biblioteca con el único fin de servir como sala de estudio ni se contempla en su idea de futuro. En cambio, para el público estudiantil que solo las utilizan como tal: no es que siga vigente: es la única forma en que las conciben. Vivimos realidades paralelas. Dentro de las propias bibliotecas. Matrix a cada vuelta de estantería.
Y por no hablar de los que nunca han pensado en las bibliotecas como opción cultural y de ocio. Los que les sonaba como a galaxia lejana hace décadas y les sigue sonando igual en la actualidad. Esta biblioteca/s para un mundo/s que no existe bien puede merecer más capítulos. Pero no será en este post (los mundos se extinguen pero este blog prosigue feliz con sus posts anacrónica y tozudamente laaaargos): por ahora nos quedamos con una noticia que viene a cuento de lo que hablamos.
Desde Reino Unido (precisamente ese país que, paradójicamente, ha decidido diseñar su futuro queriendo volver al pasado): nos llega una demostración práctica de que, como decía Paul Éluard: hay otros mundos pero están en éste. Un consorcio de bibilbiotecas y museos se han organizado para evitar que una de las bibliotecas privadas más importantes del país se disperse en la subasta que va a realizar Sotheby’s.
La Biblioteca Honresfield, reunida por los industriales Alfred y William Law a inicios del siglo pasado, en la que se conservan auténticas joyas bibliófilas que van desde documentos inéditos y correspondencia privada de las hermanas Brönte pasando por un Quijote editada en 1620 en Londres; más de 500 manuscritos; epistolarios o cuidadas ediciones de Homero o los hermanos Grimm.
Una movilización sin precedentes por preservar una de las bibliotecas privadas inglesas más importantes que se creía perdida.
Los Friends of the National Libraries (FNL) promueven esta recogida de fondos públicos y privados para salvar la biblioteca de un mundo que no existe. Porque preservar a las hermanas Brönte, a Walter Scott, Cervantes, Ovidio u Homero es pensar en el futuro. Forman parte del legado imprescindible para construir un camino con referentes sólidos basados en la memoria, que no, en las trampas de la nostalgia. Solo así la biblioteca, la cultura, podrá resultar verdaderamente útil para los mundos que existen o puedan llegar a existir. Después de todo, vivimos siempre en un permanente estado provisional.
About Vicente Funes
Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com