Biblioteca bizarra (#bibliobizarro)

 

Toda biblioteca de pro que tenga presencia en Twitter debe incluir entre las cuentas que sigue a la de Pulp librarian. De lo contrario denotará una falta de sintonía con los tiempos que le señalará como viejuna por mucho que lance tuits a destajo (¿se puede sonar más cargante e irritante? La duda ofende. Quienes continúen leyendo después de este arranque podrán confirmarlo).

 

 

Pulp librarian luce como carta de presentación una foto en la que se asemeja bastante al padre del cine basura John Waters, sí el que dijo esa célebre frase de que: «si vas a casa de alguien y no tiene libros, no folles con esa persona«. Con ese aspecto la cosa queda clara desde el principio. Pulp librarian publica deliciosas portadas de literatura pulp (ya saben el equivalente a las novelas baratas de quiosco españolas) con temática, o no, bibliotecaria; o directamente tuneadas para llevarlas al mundo bibliotecario.

Susan Sontag en sus Notas sobre lo camp (incluidas en su ensayo Contra la interpretación) ya analizó en los años 60 la fascinación que despierta la cultura popular en las mentes cultivadas (o al menos a medio arar):

«me siento fuertemente atraída por lo camp, y ofendida por ello con intensidad casi igual»

Camp un término más bien en desuso en la actualidad para referirse a lo que explica en su definición la RAE: «que recrea con desenfado formas estéticas pasadas de moda». El término alemán kitsch o el significado francés del término bizarre, le han ganado terreno a lo que popularmente también se ha definido en nuestro país como simplemente hortera.

 

La mansión de Jane Mansfield apoteosis del kitsch

 

Entre la muchachada desde hace ya tiempo triunfa el término bizarro, pese a la oposición de la RAE que ve como la acepción de «extraño, raro, divertido o chocante» (que significa bizarre en francés e inglés) le come terreno al significado como «valiente, generoso, espléndido» con el que aparece definida la palabra en el diccionario de la lengua española. Pero los académicos deberían replantearse seriamente añadir esta tercera acepción porque después de todo resulta de lo más complementaria. ¿Acaso para ser bizarro y desafiar los cánones estéticos no hace falta ser valiente y generoso? Pero no nos perdamos en disquisiciones semánticas cuando este artículo tiene un objetivo marcado desde el principio.

Programas de televisión como Cachitos de hierro y cromo llevan años explotando la vena nostálgica (o vintage porque muchos seguidores no tienen edad para recordar lo que sale de ese pozo sin fondo que son los archivos de TVE) de aires hipster que se maravilla con la alegría de lo hortera. Los 60 y, sobre todo, los 70 son un filón musical, cinematográfico y televisivo para rescatar, y reivindicar.

 

La incombustible Raffaella hace poco recuperada desde un producto cultural con pedigrí como la película  La gran belleza (2013), y precisamente conductora de la gala de TVE en su 60 aniversario.

 

Una de esas joyas que se encuentran perdidas por las estanterías de algunas bibliotecas, o que llegan por donaciones de particulares.

Justo ahora que Raffaella Carrà ha anunciado un giro en su carrera televisiva, es buen momento para apreciar y agradecer lo que de bueno tenía ese mundo de zooms mareantes, pantalones acampanados, efectos estroboscópicos e impagables decorados. Una alegría de vivir, una feliz transgresión de cualquier canon del buen gusto y hasta del decoro estético que incita a la fiesta.

En nuestros días, lo choni, que en un momento dado podría llegar a confundirse como lo equivalente a aquel colorismo desatado: no resulta tan amable ni ingenuo como para que en el futuro alguien lo reivindique con cariño. Le falta amabilidad, deseo de agradar y divertir, y en cambio le sobra grosería y agresividad estética sin finalidad alguna. Biblioteca bizarra sí, biblioteca choni, decididamente no.

Lo kitsch, lo camp, lo bizarro está a la vuelta de cualquier estantería de cualquier biblioteca. Búscalo y compártelo con #bibliobizarro

Escultura de Mark Ryden

 

Lo bizarro tenía su éxito asegurado en nuestro país porque sin necesidad de exportar ningún extranjerismo ya estaba presente con ese significado en las pinturas de Goya, en las películas de Buñuel, en el esperpento nacional de Valle-Inclán, o en las películas de Bigas Luna o Almodóvar. Referentes que las academias han ido aceptando ante la fuerza de unas creaciones que deformaban la realidad para devolver la imagen más precisa y exacta, a fuerza de exageración, en la que reflejarnos.

Lo kitsch, lo camp, lo bizarro, o simplemente lo hortera hace mucho que accedió a los museos por la puerta grande con figuras como Jeff Koons, y no paran de surgirle herederos como Mark Ryden o los diseños de la marca Artefacto Madrid. Eso en los museos, pero es que en las bibliotecas (al menos en las públicas) su presencia ha estado desde hace mucho y, lamentablemente, sin explotar. Por eso queremos ponerle remedio, y copiar (en el mundo de la bizarría lo que no es tradición no es plagio, es simplemente regeneración) a Jim Linderman.

 

Las vajillas de la marca Artefacto Madrid

Un clásico de toda la vida: las figuras de Lladró que han encontrado un filón para expansionarse gracias al mercado ruso.

 

Este bibliotecario y archivero estadounidense lleva años recopilando postales, libros, partituras, discos, objetos y mil cosas más de esa cultura bastarda, cursi y desconcertante que se forma en los aledaños de la cultura oficial. A través de varios blogs  ha ido mostrando sus hallazgos, que incluso le han llevado a publicar varios libros. Coleccionista compulsivo, Linderman, deja clara su vocación pop-bizarra cuando manifiesta que al no tener dinero para coleccionar Warhols, se decidió por perseguir los Warhol de los pobres.

Por todo ello desde aquí lanzamos un reto a las redes. Hemos creado el hashtag

#bibliobizarro

para que bibliotecarios, usuarios, o quien quiera sumarse: compartan portadas de libros, carátulas de películas,discos, cómics, postales, pósteres u objetos extraídos de los fondos de una biblioteca que entrarían dentro de la categoría de bizarros y los publiquen con dicho hashtag.

Hay auténticas joyas kitsch, camp, bizarras o como quieran llamarse en las bibliotecas, y no queremos que sigan en la sombra. Bien sea por la pátina de tiempo que las ha vuelto tan anacrónicas que las hace deliciosas, o bien porque ya nacieron siendo producto de desvaríos estéticos y mentales considerables: queremos que gracias a #bibliobizarro se reúna en las redes el mayor catálogo de aberraciones/maravillas (ahí depende del criterio de cada uno) que atesoran las bibliotecas.

No te lo guardes para ti, compártelo. Estando tan cerca de la Navidad, hagamos una loa al espumillón frente a los adornos elegantes, a las lucecitas histéricas que hermanaban por unos días a los cuartos de estar de los hogares con los puticlubes de carretera frente a los asépticos LEDs.

Y si bien es cierto que para disfrutar en todo su esplendor de estas estéticas, es necesario previamente tener otros referentes culturales que permitan apreciar la fuerza provocativa de lo hortera o lo bizarro desde la ironía: que nadie vea desdén alguno en ello. Todo lo contrario.

 

 

 

Queremos demostrar que las bibliotecas públicas fueron pioneras en romper los diques entre alta/baja cultura al abrir sus puertas a lo que los ciudadanos, sin distinciones, les pedían para su uso y disfrute. Y por eso ahora no pueden dejar de estar presentes en este cultivo de la cultura de masas como signo de distinción. Hagamos justicia, y sobre todo, disfrutemos sin complejos de la alegría de vivir de lo hortera.

 
 

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Carta navideña de biblioteca

Muchas veces trabajar en bibliotecas requiere de la fe de un niño en los Reyes Magos o Papá Noel. Puede que el Droide BB-8 de Star Wars con Force Band no esté bajo el árbol navideño el próximo 6 de enero, pero eso no le quitará las ganas de seguir jugando. Algo similar sucede con los sufridos bibliotecarios, puede que este año tampoco haya presupuesto para las nuevas estanterías de la sección infantil: pero eso no hará que dejen de imaginar mejoras.

 

Infobibliotecas es una revista que forma parte de ARCE (Asociación de Revistas Culturales de España)

 

Hay que ser absolutamente moderno que decía el poeta, y en Infobibliotecas te lo queremos poner fácil con una revista para la biblioteca del siglo XXI. Puede que no trabajes en la Biblioteca Pública de Nueva York, pero eso no quita para que te sientas en el centro del universo bibliotecario. Por eso lanzamos una promoción para que nos tengan en mente a la hora de las suscripciones del 2017:

 

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Porque vivimos lo digital sin renunciar al placer del papel: incluye a Infobibliotecas entre los deseos para tu biblioteca en el próximo año.

 

Más información en: Quien habla de bibliotecas, termina hablando de todo

 

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Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Pulsiones grafómanas

Impulso o tendencia instintivos. Así define la RAE a la palabra pulsión, y por su propia definición es natural que se asocie a actos irreflexivos, a emociones más que a pensamientos. Pero no siempre tiene porque ser es así.

 

 

Muchas veces la ansiedad por dar rienda suelta a un pensamiento, una idea, una sensación hacen que un acto tan aparentemente racional como es la escritura se manifieste casi como un reflejo de nuestro sistema límbico (esa parte de nuestro cerebro en la que se alojan las emociones). Algo así le pasó a la neoyorquina Elena Zaharova cuando contempló las bellas tonalidades con que el otoño pinta a los árboles de Central Park.

«Se amontonan en la ventana las hojas que caen
Las hojas rojas y doradas de otoño»

 

Pero Elena no vio los labios del amado, ni los besos del verano que es como sigue la famosa canción de The Autumn Leaves (Hojas de otoño). En medio de esa hojarasca de tonos rojizos y dorados no podía atisbar nada poético porque el triunfo electoral de Donald Trump le quitaba cualquier lirismo a este otoño neoyorquino. Por eso, antes de caer en la depresión recurrió a lo que tenía más a mano: a esas hojas de otoño, a esas hojas que se amontonan en la ventana.

 

 

86 hojas en las que la diseñadora, con paciente caligrafía, fue escribiendo una a una: poemas, fragmentos de literatos americanos y rusos. Después las fue desperdigando por la ciudad, dejando que el viento las arrastrase por el centro de la Gran Manzana, con la esperanza de reconfortar a alguien con ellas. #leavespoetry es el hashtag con el que Elena busca ampliar la acción por las redes.

Las calles de Manhattan son especialmente ventosas por el fenómeno túnel que provocan los altos rascacielos; y así que no sería tan extraño que alguna de estas hojas algún día llegue volando hasta la mismísima Trump Tower. Claro que lo más probable es que alguno de los emigrantes que mantienen limpio el edificio la barriese de inmediato.

 


El delicioso corto Paperman (2012): viento y papeles para una historia de amor entre los rascacielos de Nueva York

 

De la capacidad terapéutica de la escritura ya se ha hablado mucho, y en algunos casos más que una pulsión se convierte en una auténtica necesidad fisiológica, como la de vomitar. No otra cosa hizo el cantante Nick Cave, que aprovechó sus continuos viajes en avión durante su gira de 2014 para escribir un libro de poesías, canciones y reflexiones con lo que tenía más a mano: las bolsas para vomitar de los aviones. Con semejante material el título del libro no puedo ser otro que The Sick Bag Song (La canción de la bolsa del mareo).

 

El libro de Nick Cave con las bolsas de mareo de los aviones escritas de su puño y letra y pegadas en cada uno de sus ejemplares.

 

El post Tatuaje bibliotecario: orgullo de biblioteca a flor de piel que publicó hace cosa de un año en este blog nuestra compañera Carmen Rodríguez García, ha sido de los que acumulan más visitas e interacciones. La piel como material escriptóreo suponía todo un compromiso a la hora de elegir lo que iba marcar para siempre nuestro cuerpo.

En la película del barroco cineasta Peter Greenaway The pillow book (1996), la protagonista, hija de un calígrafo japonés, cada cumpleaños era obsequiada por su padre con un bello carácter escrito sobre su piel. Una vez adulta y convertida en modelo, Nagiko que así se llama: no puede disociar el placer de lo sensual del placer de la escritura sobre su cuerpo desnudo.

El esteticismo de Greenaway logró aunar erotismo y escritura en algunas de las imágenes más bellas de su carrera. Pero nada de eso parece haberse conservado tras el boom de los tatuajes que explotó a mediados de los 90, y que ha convertido al hecho de tatuarse en algo puramente ornamental.

 

Picasso firmando sobre el pecho de una mujer

 

Pese a todo esta moda de los tatuajes, las escarificaciones o adornarse el cuerpo en Occidente, pareciera un acto de revancha poética para tanta cultura indígena aniquilada, cuyos signos atávicos, reviven ahora en las pieles de los descendientes de los que les invadieron. Si desde Marcel Duchamp, la firma del artista es lo que da valor al objeto más anodino, en esta cultura de la celebridad y el famoseo, era cuestión de tiempo que el rasgo más personal al que pueda aspirarse, sea la firma de un famoso en tu piel.

 

Un dólar convertido en único por llevar la firma del ‘ávida dollars’ de Dalí.

 

La inglesa Zoe Wade lleva 9 años coleccionando autógrafos de celebridades en su piel, que posteriormente convierte en tatuajes. Puede que su cuerpo sea el producto genético de la unión entre su padre y su madre, pero quienes le han otorgado relevancia artística a sus brazos o espalda han sido Debbie Harry, Angelina Jolie, Kylie Minogue, Lionel Ritchie, The Edge (guitarrista de U2), Grace Jones o Penélope Cruz, entre otros. Todos fueron asaltados por esta fan, y accedieron a estampar su firma en su piel, ignorantes de la trascendencia que un acto tan mecánico para ellos, iba a tener en esta ocasión.

 

Grace Jones firmando la espalda de Zoe, quizás sin saber que la marcaba de por vida.

Zoe Wade y su cuerpo «tatuado» por famosos

 

Este singularizarse/despersonalizarse pareciera el culmen del ideario pop warholiano. En la aséptica era de Internet, dudamos que las firmas digitalizadas vayan a conseguir lo mismo. En la última Feria del Libro de Madrid, la multinacional Amazon ofrecía la posibilidad de conseguir un autógrafo personalizado de autores como Vargas Llosa, Isabel Allende, Camilla Läckberg o Lars Kepler para los lectores en dispositivos Kindle que se descargasen alguno de los títulos escogidos de estos autores.

 

Memento (2000) de Christopher Nolan, el escribirse la piel como cuestión de supervivencia.

 

El autógrafo digital de Vargas Llosa en un Kindle.

Pero pese a este empeño por trasladar toda experiencia analógica a lo digital, al menos a este respecto nos quedamos con lo que dijo el escritor Lorenzo Silva cuando se empezó a hablar de estos autógrafos digitales:

«la dedicatoria tiene dos valores, el de lo que personalmente te diga el autor, y el de la tinta y la mano del autor [..] esto me parece intentar hacer servir las cosas para lo que no sirven. Si quieres un recuerdo de alguien, cómprate un libro de ese alguien”

Y no podemos estar más de acuerdo. Lo digital proporciona prestaciones magníficas, pero que se olvide de querer suplantar lo que nunca estará a su alcance. Un libro dedicado es un fetiche, cada huella dáctilar de su autor le añade valor; y su rúbrica, lo hace único entre la tirada de miles de ejemplares que se imprimieron.

Como escribió Paul Valery: “la piel es lo más profundo que hay en el hombre”, y el papel y la tinta son la piel y la sangre para el autógrafo de un escritor. Y sino, que se lo digan a la tatuada Zoe Wade.

 

 

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Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Biblior, la cultura está en el aire

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Según relatan los medios (así como de oídas no vaya a interpretarse que hemos mancillado nuestra mirada cultureta en canales generalistas) en las secciones dedicadas a televisión: uno de los éxitos más inesperados de la última temporada es el programa First dates (en inglés para disimular ese pelo de la dehesa que no se cae) presentado por Carlos Sobera en Cuatro.

Nunca se debe subestimar el afán exhibicionista del personal. No existe otra explicación 3yfha09mcuando aplicaciones como Tinder o Grindr te permiten ligar sin necesidad de someterte al escarnio televisado en caso de ser rechazado; y aún más en muchos casos, cuando resultas ser elegido. Pero allá cada uno a la hora de buscar pareja, que ya se sabe que la cosa no está fácil. El caso es que Tinder parece cada vez más posicionada para hacerse con el mercado del ligoteo digital; haciéndole frente a Grindr, la app que en realidad nació primero. Y es que los gais llevan décadas de adelanto al mundo hetero en eso de encontrar sexo (bueno quien quiera que ponga amor) en plan rápido.

 

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Recientemente Tinder anunciaba que va a incluir más opciones para designar el género de los usuarios en su aplicación. Así sus usuarios podrán elegir la opción de transgénero o cualesquiera otra que vaya surgiendo: el caso es que ningún roto quede sin descosido; y de paso ir comiéndole terreno a Grindr. Por el camino de explotar el ligoteo digital quedaron aplicaciones como Spotted, que hace unos años alguna revista femenina promocionaba como la app para ligar en la biblioteca, para féminas hartas de los especímenes clonados en gimnasios a imagen y semejanza de infumables programas televisivos. Pero cuando hasta el Vaticano lanza una app para localizar el confesionario más cercano y así ganar feligreses: lo de apps para bibliotecas se ha quedado ya corto, hay que dar un paso más allá.

 

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Ya lo decíamos en Little Big data en bibliotecas, habría que explotar más en detalle los datos que atesoran en sus bases de datos las bibliotecas. [Alerta de ida de olla con posibilidades reales]. Debería ver a luz: Biblior, la aplicación para conectar gracias a gustos culturales: una app que combinase geolocalización con los gustos que delata el historial de usos que tenga el carné de los usuarios de la biblioteca.

Tanto los clubes de lectura, como los talleres o demás actividades pueden estar bien para relacionarse y conocer gente, pero si las bibliotecas se adaptan a todo lo que está surgiendo en el mundo digital: ¿no lo van a hacer también en este aspecto?

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Bon Iver+Blankets = combinación infalible para seducciones culturetas

Indudablemente tendría muchas ventajas. En el caso de una filtración masiva de datos como la que aconteció no hace tanto con el famoso portal Ashely Madison: las coartadas serían mucho más respetables. Que los motivos para ser infiel hayan surgido por encontrar a alguien que adora leer las novelas gráficas de Craig Thompson mientras escucha temas de Bon Iver: ¿dónde va a parar? De eso cualquiera puede hacerse cargo.

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Unos cuernos culturales motivados por la combinación Blankets+For Emma de Bon Iver: ¿duelen menos que unos por la combinación 50 sombras de Grey+Enrique Iglesias? Puede que incluso duelan más, pero al menos nuestro buen gusto «cultural» al elegir pareja queda indemne.

 

Pero mientras alguien se decide a tomarse en serio lo de crear algo similar a Biblior, pero477757_10150661282908357_1257499363_o a ser posible dándole un nombre mejor, la app para bibliotecas que demuestra que el amor por la cultura está en el aire: tomemos nota de la biblioteca pública de la ciudad australiana de Mount Gambier.

No es que tengan ninguna app para el asunto que nos ocupa, pero su programa Singles Mingle cumple las mismas funciones trasladando la mecánica del programa First Dates a las instalaciones de la biblioteca. La biblioteca de la segunda ciudad más poblada de la Australia meridional lleva años organizando eventos nocturnos que incluyen cena, bebidas, juegos y música en vivo para amenizar las ya de por sí amenas citas rápidas entre adultos. La confidencialidad impide saber si las conversaciones se centrarán en los gustos culturales de los participantes como criterios de selección, pero sería lo propio.

 

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El Singles Mingle de la Biblioteca de Mount Gambier en todo lo suyo.

 

No podemos saber si fue el caso de Dee y Simon, usuarios de la biblioteca, que gracias a estos encuentros terminaron casados. Además su historia de amor, adornada o no, es de esas que siempre quedan estupendas para contar: los dos sintieron una conexión inmediata pero olvidaron tomarse los datos. Más tarde tuvieron que recurrir al personal de la biblioteca para volverse a ver.

Bibliotecarios casamenteros, otra vía de futuro para la profesión. El caso es que el día de su boda, los dos enamorados no pudieron más que incluir en su tour fotográfico a la biblioteca: el lugar en el que todo empezó.

 

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Dee y Simon haciendo el álbum de la boda

 

friend_speed_dating_sign_4Y no sólo en Australia, donde las grandes distancias puede que hagan más necesario propiciar los encuentros para emparejarse; también en otro país con grandes distancias como es Canadá: se practican estas citas rápidas en las bibliotecas.

Concretamente en la Biblioteca Pública de la ciudad de Kitchener en Ontario, en la que incluso han publicado toda una guía de lo más detallada para quienes quieran poner en práctica algo parecido en sus centros. En la crónica que hizo de la experiencia Karissa Alcox, bibliotecaria de Kitchener, detallaba algunos puntos a tener en cuenta:

  • incluir juegos que sirvan para romper el hielo
  • en su caso se dirigió a jóvenes de 20/30 años que suelen tener más dificultades para hacer nuevas amistades una vez abandonan la universidad
  • por supuesto incluir café y algo para tomar
  • organizar la rotación de los asistentes para que todo el mundo coincidiera con todo el mundo
  • el resultado no puedo ser más satisfactorio: 29 jóvenes de entre 20 y 30 años, muchos de los cuales nunca habían participado en actividades de la biblioteca, y que intercambiaron teléfonos para seguir reuniéndose.

 

¿Consejos interesantes a poner en práctica el próximo 14 de febrero? Habrá a quienes organizar este tipo de eventos en una biblioteca les chirríe, pero si tanto se postulan como alternativa al mundo digital, como centros para la socialización, para la interconexión entre personas: ¿por qué no ejercer de celestinas? Eso sí, celestinas culturales.

La ONG Sandy Hook Promise acaba de lanzar una campaña que se ha hecho viral gracias a su vídeo titulado Evan. Lo tiene todo para complementar lo que aquí contamos: se narra una historia de amor en una biblioteca. Nada nuevo en principio. Pero un giro argumental al final nos hace pensar que tal vez, pese a las reticencias que algunos puedan albergar: promover este tipo de actividades en las bibliotecas haría que ciertas cosas no pasasen, y tuviéramos más finales felices.

 

 

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Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Little Big Data en bibliotecas

 

Tras cada congreso, curso, jornadas o simposio queda la satisfacción de haber descubierto (con suerte) cosas nuevas, avances, horizontes de futuro para las bibliotecas y la profesión. Los profesionales realmente inquietos vuelven a su día a día con la cabeza repleta de posibles adaptaciones de lo que han oído a sus centros. Y al regresar a sus bibliotecas, les aguarda la realidad.

 

Little Nemo despertando de uno de sus maravillosos sueños.

Little Nemo despertando de uno de sus sueños: ¿una metáfora para muchos bibliotecarios después del congreso?

 

En breve se celebrará otra de esas ocasiones para llenarse la cabeza de ideas (o de pájaros según cada cual). Será el 14 de diciembre en la 9ª Jornada de la Red de Bibliotecas del Instituto Cervantes, en esta ocasión centradas en Bibliotecas y empoderamiento digital. Sin duda lo que plantean promete:

«filosofía del empoderamiento digital en campos como la comunicación, la educación y las mujeres»

 

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Dustin Hoffman protagonista del extraño western de los 70: Pequeño gran hombre.

Confiemos en que lo que allí se hable termine fructificando en mejoras en alguna biblioteca. Pero no es de eso de lo que habla este post, más bien parte de hace dos años, concretamente de la 7ª Jornada de la RBIC que en 2014 versó sobre la relación entre el Big Data y las bibliotecas.

Quedará poca gente que no haya al menos oído mentar eso del Big Data, pero por si acaso, vaya aquí la definición que más nos ha gustado:

«Big Data es como el sexo en la adolescencia: todo el mundo habla de él, nadie sabe cómo hacerlo, todos creen que los demás lo están haciendo y, claro, todos dicen que lo hacen»

En fin, puede que esta definición del catedrático neoyorquino de psicología y economía conductual Dan Ariely, sirva para cualquier asunto candente de esta hoguera de las vanidades digital en la que estamos inmersos: pero en el caso de las bibliotecas aún más. La recopilación masiva de datos, su almacenamiento y posterior tratamiento para sacar conclusiones que nos permitan diseñar estrategias y planificar nuestras campañas, que sería una definición algo más canónica: no es desde luego nada extraño al mundo bibliotecario.

 

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Ilustración de Nieves González de la Universidad de Sevilla que habló en el último Congreso de su tesis: La rentabilidad de la Biblioteca en la Web Social

 

En la 7ª Jornada RBIC, entre otros asuntos, se habló de la perspectiva de futuro que se abría para el profesional de la información gracias al Big Data, y su posible especialización como científico de datos. Y rápidamente dicha figura se ha customizado en lo que se ha dado en llamar Bibliotecario de Datos: otra función más que añadir al largo rosario cuyas cuentas repasábamos en Una verdad (bibliotecaria) incómoda: community manager, social media manager, animadores socioculturales, dinamizadores de clubes de lectura, especialistas en marketing de contenidos, creadores de narrativas transmedias……………………………………….

 

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Definición de lo que sería un Bibliotecario de Datos presentada por Fernando Ariel López, director de la Biblioteca de la Universidad Metropolitana (Argentina) en el Congreso Internacional sobre Metadatos celebrado el pasado junio en la Universidad Nacional Autónoma de México

 

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El profesional de bibliotecas pequeñas ante los retos que les exige el siglo XXI.

Celebremos que surjan nuevos perfiles profesionales para el gremio, pero con cuidado de no pedir peras al olmo. Que lo de bibliotecarios multi-orquesta está muy bien, que vale que los bibliotecarios sean los superhéroes de la cultura y los acróbatas del tejuelo. Pero media un abismo entre estos cuasi cíborgs bibliotecarios de los que se habla y los bibliotecarios de barrio o municipales que han tenido que cogerse días libres para asistir al congreso, ante la incomprensión del concejal o responsable de turno que no alcanza a comprender ¿para qué?: si lo suyo es hacer que guarden silencio los niños, y mantener el orden de los libros en los estantes.

Por eso, aunque lo del Big Data suene muy potente, de momento aquí vamos a centrarnos en el Little Data que viene a ser lo mismo pero en zapatillas de andar por casa.

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Novela romántica post 50 sombras de Grey

Little Data es Loli la hija del Anselmo, a la que le volvían loca las novelas de Johanna Lindsey hasta que descubrió a Amanda Quick y las pide a la bibliotecaria de su barrio; o Rojina que nació en Calcuta, y antes de venirse a España con su nueva familia, sólo había visto la película de Superman de los 70, y ahora devora cómics de superhéroes en la biblioteca del pueblo manchego que ya es el suyo; o Alberto, que después de un año de erasmus en Londres, recurre a los patrones de los viejos Burda que conservan en la biblioteca de su barrio para su proyecto sobre moda y geolocalización con el que piensa presentarse en la escuela de Saint Martins; o Fina, cocinera en la guardería municipal, que se presta las revistas de cocina enganchada como está a la moda Master Chef.

 

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Y aquí ponemos esta imagen vintage de una biblioteca que resulta adorablemente costumbrista, y predispone a lo sentimental.

 

¿Qué?, ¿suena lo suficientemente entrañable? Si es que nos ponemos y nos montamos en dos párrafos un anuncio navideño que no lo superan ni los de Campofrío y la Lotería Nacional juntos. No hay nada como un poco de sentimentalismo bibliotecario barato; ensalzar la figura del sufrido profesional que lleva adelante cada día la biblioteca en un barrio o en un pueblo para obtener más retuiteos y Me gusta que un tuit de El Rubius. Pero no va por ahí la cosa, que el Big Data o el little data no da para tanto almíbar.

Si las grandes empresas (Facebook, Google, Twitter, Amazon, etc…) comercian con nuestros datos para hacernos previsibles y vendernos mejor, sin entrar en otro tipo de espionajes: ¿por qué las bibliotecas no podrían hacer lo mismo para dar servicios personalizados a sus usuarios? Ya lo hacen esos bibliotecarios de barrio o pueblo en analógico, simplemente charlando con ellos a pie de mostrador.

 

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Mr. Robot, la fascinante serie sobre hackers y democracia a la que inevitablemente tendremos que volver más de una vez.

 

Pero en las ciudades, en dónde se pierde lo de Y tú ¿de quién eres?: bien se podrían explotar los historiales de préstamos para ofrecer sugerencias a los usuarios. La labor prescriptora bibliotecaria de la que tanto se habla sustentada en la explotación de la base de datos del centro. Y que cada vez que se compre un documento o se programase una actividad que entrara dentro del ámbito de intereses de un usuario: se les enviase una sugerencia. ¿Podría considerarse intromisión en la intimidad de las personas?

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El caso Snowden en un magnífico documental.

Cierto, hay que ser cuidadosos con estas cosas, sobre todo ahora que quien más, quien menos, enseña su vida en las redes y deja que los bibliotecarios vengativos de la CIA (vengeful librarians, así se denomina al personal de la agencia de inteligencia norteamericana que se ocupa de rastrear internet) o cosas peores: les puedan seguir la pista en cualquier momento.

Seguro que a más de uno le molestaría mucho que su bibliotecario supiera de sus gustos, pero ni se inmuta ante lo que cuenta Snowden en el imprescindible documental Citizenfour (2014).

En fin, que de plantearse algo así, habría que tener siempre en mente lo que dijo Judith González de la Agencia Española de Protección de Datos en las Jornadas sobre Big Data y bibliotecas del Instituto Cervantes: «que los usos de los datos de los usuarios sean para la finalidad por la que cedieron dichos datos

Por ejemplo, desarrollar una app tipo Tinder o Grindr desde la biblioteca que permita conectar (ligar) a nuestros usuarios en base a sus intereses culturales. ¿Tal vez Biblior? Rima con amor ¿No sería bonito? Bien, esto se está saliendo de madre.

 

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«Algo pequeñito, algo chiquitito» Pero, WTF? y perdón por la ordinariez aunque sea en inglés, pero parece mentira que una vez elevado el tono del post con esas referencias tan cool a Mr. Robot y Citizenfour nos salga una canción de Eurovisión. Pero es lo que tiene vivir tanto en digital, que las conexiones neuronales empiezan a deteriorarse de manera irreversible.

En fin, volviendo a coger las riendas de este texto para dirigirlo hacia su final, nos quedaremos con lo que defiende Martin Lindstrom que trabaja como consultor para varias multinacionales, es autor del libro Small Data, y ha recorrido medio mundo entrevistando a la gente para conocer cómo son. En una reciente entrevistaque debería ser lectura obligada en toda biblioteca y por supuesto en toda facultad,(no tiene desperdicio lo que cuenta sobre la Asociación de Libreros Americanos o la anécdota sobre el dueño de IKEA, entre otras) soltaba auténticos titulares tan aplicables al mundo bibliotecario como que:

 

«estamos tan obsesionados con el Big Data que se nos olvida la creatividad. El Small Data, que defino como observaciones aparentemente insignificantes que se identifican en la casa de los consumidores, se refiere a todo […]

 

Amazon acaba de abrir su primera tienda física en Seattle […] ¿Por qué cree que lo hicieron? Por lo que sé, las ventas de libros se están desacelerando en Amazon, e incluso las ventas del Kindle no están creciendo mucho. El Big Data les está diciendo que la interacción personal es necesaria […]

 

el Small Data está impulsado por las experiencias en las compras, el sentido de comunidad, de los sentidos, todo lo que no se puede replicar en línea […]»

 

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Martin Lindstrom dibujando el flujo de la Buyology: o la ciencia de porqué consumimos lo que consumimos

 

Miles de entrevistas, de estudios, de análisis de datos, de elaboradísimos informes para llegar a la conclusión de que las emociones humanas siguen marcando la pauta en este mundo hipertecnificado. ¿Conclusión?: que las bibliotecas de barrio, las pequeñas bibliotecas, que el little data bibliotecario a pie de mostrador va por buen camino. Que la estrategia es la adecuada, que toda innovación suma siempre que se aplique sin perder el norte bibliotecario; y que por muchas pesadillas digitales que puedan inquietarnos hasta hacernos caer de la cama, lo mejor está por llegar.

¿Qué? ¿hemos tocado ya fibra sensible o añadimos música de violines? Esto de enternecer a bibliotecarios bregados en mil batallas es muy difícil, así que dudamos mucho que lo consiga tampoco el cantautor neoyorquino Jascha Hoffman. Pero como su vídeo para el tema Some hungry guy resulta tan apropiado para cerrar el post, nos da igual lo empalagoso que pueda quedar. Nos encanta el Little Nemo de Winsor McCay, no hace falta decir más. Si acaso, dulces sueños.

 

 

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Posverdades bibliotecarias

 

En el recién finiquitado VIII Congreso de bibliotecas públicas sólo sonó una vez en el auditorio de Toledo; pero era algo casi inevitable que la palabra que el Diccionario Oxford ha elegido como palabra del año: estuviera presente de algún modo en el encuentro. Es el primer logro de Donald Trump, incluso antes de llegar a ser presidente, y ni siquiera lo ha inventado él: la posverdad (post-truth).

 

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Mark Zuckerberg ha anunciado siete medidas para evitar la proliferación de bulos en su red social

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El fantástico documental de Welles sobre el falsificador Elmyr de Hory: la mentira hecha arte.

 

Tan sólo hace dos posts hablábamos de Una verdad (bibliotecaria) incómoda, pero ahora recurrimos a la posverdad que es mucho más cómoda, confortable y acogedora para quienes estén dispuestos a aceptarla, y un infierno para el resto.

Nadie podrá negarle al del peluquín que pese a un look al que ni siquiera se le puede adherir lo de viejuno (su estética va más allá): ha sabido rentabilizar como nadie el espíritu que redes sociales y demás medios digitales han ido fraguando durante estos años pasados.

 

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La futura biblioteca presidencial del cuadragésimo primer presidente de los Estados Unidos

 

Pero no vamos a ponernos a analizar la figura de Trump. Inevitablemente es algo que va a ser omnipresente a partir de ahora; pero como es lógico sí que estaremos pendientes de lo que su irrupción va a suponer para el mundo bibliotecario. En Esta biblioteca mata fascistas nos reíamos pensando en una futura biblioteca presidencial Donald Trump, y la sonrisa se nos congeló en la boca. (¡ZAS! en toda la boca que dirían los millenials). Un primer indicio, una primera pista, nada sorprendente por otro lado, pero que hay que consignar: han sido las declaraciones de la periodista de la cadena FOX (que tanto ha hecho por aupar a Trump) Greta Van Susteren en las que sostenía que ya no es necesario construir más bibliotecas.

 

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La periodista de Fox entrevistando a la próxima primera dama de los Estados Unidos; rodeada de unos dorados que para sí quisieran en el programa Los Gipsy kings.

 

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El maravilloso Pinocchio de Winshluss, extraviado en un  mundo corrompido de mentiras.

Ok. Si no puedes con el enemigo no te unas a él: mejor estúdialo, detecta cuáles han sido las razones de su éxito y úsalas a tu favor. Si el brexit, Trump y tantos otros inquietantes movimientos han consagrado la posverdad, no nos resistamos a la corriente, aceptémosla sin complejos e inventémonos titulares machacones que saturen los medios.

Por ejemplo que por cada euro invertido en bibliotecas se da un retorno de la inversión de 3,49 euros a la sociedad; o que las bibliotecas ayudan a combatir las desigualdades y colaboran en la integración de colectivos con riesgos de exclusión; o que según recientes estudios científicos la lectura aumenta la esperanza de vida, además de reportar otros beneficios para nuestra salud.

Pero un momento…, la falta de pericia en esto nos está jugando una mala pasada. Todo lo enumerado no son posverdades, sino verdades a secas sin necesidad de prefijo alguno. Mejor ensayamos de nuevo a ver si atinamos más:

 

¿Qué tal lanzar la noticia (sustentada en el estudio de alguna universidad de exótico nombre) de que la concentración de pulpa en las bibliotecas genera una condensación atmosférica que contrarresta el cambio climático compensando la deforestación?

 

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Instantánea del montaje de una exposición del pintor hiperrealista Ran Ortner, centrada en el océano. Parece toda una metáfora de lo que le espera al medio ambiente si Trump cumple su negación del cambio climático. 

 

¿o que el hecho de que las víctimas de violencia de género vivan cerca de una biblioteca aminora el riesgo de ser agredidas por sus exparejas; o que la presión fiscal afecta en menor grado a ciudadanos de países con redes bibliotecas potentes; o que el flujo migratorio es absorbido positivamente por sociedades dotadas de buenos servicios bibliotecarios, evitando la radicalización de sus miembros?

 

Mejor no sigamos que a algunas de estas posverdades está a punto de caérseles el prefijo de lo bonitas que suenan. Muchas de ellas están basadas en los asuntos con que mejor han sabido manipular estos nuevos populismos versión 2.0. A aquellos que se resisten a crearse ideas propias y prefieren que otros piensen por ellos. ¿Hay que culparles? El mundo se ha vuelto demasiado complejo, para todos sin excepción, de ahí que la gente prefiera soluciones fáciles. Y quien esté libre de pecado que tire el primer tejuelo.

 

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¿Acaso el gremio bibliotecario no buscaba también respuestas sencillas ante el futuro de vértigo que acucia a sus instituciones? Otra cosa es que según la exigencia de cada uno se conformase con ellas. En un exceso de condensación se podría decir que las verdades poscongreso se resumen en una frase: la biblioteca debe reinventarse, y los bibliotecarios van en el lote. Pero eso ya se sabía. Es uno de esos mantras que llevan años repitiéndose. Lo interesante, lo práctico son los matices de esa reinvención. A saber, extrayendo sólo unos pocos fragmentos de las conclusiones nos encontramos con que:

  • la biblioteca debe mostrarse como un escaparate de las necesidades de las personas, interactuando con la ciudad en que se ubica
  • el espacio virtual es tan importante como el físico. No hay líneas divisorias entre ambos (¿biblioteca virtual o biblioteca física? ¿y qué más da?: biblioteca al fin y al cabo)
  • hay que generar comunidad para crear inteligencia colectiva
  • en las redes sociales es necesario otro contenido, otro lenguaje y otro tono para conectar con nuevos usuarios

 

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Uno de los famosos tuit de la etapa de Carlos Fernández en la Policía

 

Esta última conclusión viene a cuento del que se convirtió por derecho propio en el showman del Congreso 2016. El ex community manager de la Policía Nacional, actualmente en Iberdrola: Carlos Fernández Guerra. Su intervención fue el necesario revulsivo que puso un espejo en el que el gremio podía mirarse y reflexionar sobre las estrategias a adoptar.

Fernández Guerra hizo de la irreverencia y el cachondeo su primer arma para fabricar una imagen de marca que rompiera los estereotipos en torno al cuerpo de una institución tan seria como es la policía. Y ello le llevó al estrellato digital. ¿Están dispuestos (preparados) los bibliotecarios a entrar en ese juego? ¿no siguen atenazándoles un exceso de corrección política? ¿una visión de la biblioteca que cada vez se desvanece más a golpe de clic?

 

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Fernández Guerra recurrió en su charla al famoso selfie colectivo con Hilary Clinton para constatar cómo ha cambiado todo. Ahora la noticia no es el famoso, es el espectador. La protagonista ya no es la biblioteca, ni el bibliotecario: es siempre el usuario. Algo de lo que ya hablábamos en Egobiblio, narcisismo y bibliotecas en la era del selfie.

 

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La última adaptación cinematográfica de Jane Austen aborda con tino la eterna vigencia de la frivolidad.

Empecemos la cuenta atrás para darle contenido al concepto de Biblioteca canalla (no vamos a desvelar quien lo dijo, lo que pasa en los congresos entre canapé y canapé, se queda en los congresos): una biblioteca a la que aburre mortalmente lo de alta/baja cultura, una biblioteca que asume sin complejos la frivolidad en sus estrategias sin renunciar a nada, y sin que ello tenga que pasar forzosamente por los gatitos, y los powerpoints de paisajes con frases de Coelho. Porque la frivolidad bien entendida es uno de los más altos logros de la humanidad. Como ya se dijo en otro sitio:

Un síntoma de que una cultura ha alcanzado cierto grado de sofisticación intelectual, es el hecho de que pueda permitirse cultivar la frivolidad. La pregunta sería, ¿a partir de cuándo la dosis de frivolidad aconsejable se excede y tiene efectos secundarios?

 

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El arte de la mentira: posverdad política en la era de las redes sociales

Un gran poder conlleva una gran responsabilidad, ¿no? Pues a los bibliotecarios les corresponde demostrar su talla elevando el nivel de esa frivolidad en las redes, y aprovecharla para vender su «marca».

La mejor manera de desactivar esa posverdad tal vez no sea como hemos sugerido al principio: creando posverdades bibliotecarias paralelas, sino practicando una ironía inclusiva, no agresiva, que desarme a tanto pobre ignorante. Para quien no lo sepa en este blog hasta creamos un hashtag ad hoc: #bibliotecasvstrolls, que ahora se podría customizar como #bibliotecasvsposverdad

Quizás así se vayan creando comunidades digitales o físicas (tanto monta, monta tanto) en las que las posverdades se desmoronen con sólo rozarlas. A las bibliotecas les corresponde buscar la genealogía de nuestro presente e ir suministrándola a través de las redes:

la verdad os hará libres, la posverdad os hará esclavos

 

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Miedo, el apocalipsis de la posverdad.

 

No es muy probable que ese hombre blanco, de mediana edad o anciano, con escasa formación académica y de tintes racistas, xenófobos y homófobos que ha hecho triunfar al brexit en Reino Unido, y a Trump en los Estados Unidos: se sintiera impelido por ese eslogan. Pero al menos se podría ir desmontando su mundo de referencias al recordarle que ese himno que entona tan virilmente emocionado en el estadio o el pub ante cada éxito de su equipo: procedía de un hombre que representaba lo opuesto al mundo al que quieren abocarnos con sus votos.

 

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Freddie Mercury triunfante sobre Lord Darth Vader: dominando el lado oscuro de la Fuerza.

 

Esta semana se cumplen 25 años de la muerte de Freddie Mercury. Y puestos a elegir himnos para encorajarnos ante estos tiempos inciertos no aspiramos a ser los campeones, preferimos con mucho lo que proclamaba el inigualable Freddie en su I want to break free.

El líder de Queen supo hacer de su capa un sayo desde el principio: ‘macho man’ e icono gay, estrella histriónica y tímido de manual. Su sombra se alarga sobre muchas de las estrellas actuales y se erige junto con Bowie, Prince o Cohen (¡que se acabe ya este 2016!): en ese tipo de figuras que han legado un sustrato cultural de tal impacto que hace inviable esa Edad Media digitalizada a la que algunos están empeñados en arrastrarnos. 

 

 

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Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Quien habla de bibliotecas termina hablando de todo

En el delicioso cortometraje ganador del Goya en 1993, El columpio, dos desconocidos (interpretados por Coque Malla y Ariadna Gil) esperan en una estación de metro cerca de la medianoche. La tensión sexual entre ambos va in crescendo mientras oímos sus pensamientos a través de sus voces en off.

 

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En un momento dado, el chico, intentando cargarse de valor para entrarle a la chica se repite mentalmente:

«autoconfianza, esa es la clave […] Yo puedo estar muy seguro de mí mismo, pero ellas ¿cómo lo notan? ¿será una cuestión de electricidad? si fuera así esa tía estaría achicharrándose»

 

Pues bien, en Infobibliotecas vamos cargados de autoconfianza respecto a nuestra revista: pero sus potenciales lectores ¿cómo lo notan? Si fuera una cuestión de electricidad estarían todos achicharrándose. Por eso antes de seguir hablando vaya por delante el siguiente vídeo. Una vez visto podremos continuar:

 

 

Si tanto hablamos de la reinvención de la biblioteca, si tan pendientes estamos de los nuevos tiempos y de lo que nos depararán: una revista como Infobibliotecas es el escaparate perfecto en el que recrearse en ese desfile continuo de ideas. Por diseño (nadie que haya tenido en sus manos un ejemplar podrá negárnoslo) y por contenido.

Quizás no cuestionemos el orden establecido de manera tan airada como lo hacían los cachorros de la Nouvelle Vague en Cahiers du cinéma; ni seamos tan iconoclastas como la Rolling Stone en los 60; ni resultemos tan excitantes como Marilyn Monroe desnuda sobre terciopelo rojo en la mítica portada de Playboy (aunque nadie pueda negarnos nuestra cuota de sex appeal). Pero es que no lo necesitamos. Infobibliotecas ha nacido en el siglo XXI: es nativa digital, se publica en papel y habla del futuro de las bibliotecas. Con esas credenciales ¿quién necesita de alharacas para lucir personalidad propia? 

 

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Siempre queremos lo que no tenemos, añoramos lo que ni siquiera hemos vivido, por eso los nativos digitales sueñan con leer en papel, como los androides soñaban con ovejas eléctricas. No es una boutade, lo dicen las últimas encuestas sobre el papel versus digital. El éxito de publicaciones como Jot Down dejan claro que la experiencia de la lectura reflexiva cada vez se refugia más en las revistas en papel, sin renunciar a lo digital. Lo inmediato, lo instantáneo, la última hora tienen su mejor caldo de cultivo en las pantallas; pero una vez engullida tanta información la mejor manera de reposarla y digerirla sigue siendo el papel.

Debe ser que estamos mal hechos, pero mientras nos sigan fabricando de carne y hueso anhelamos algo de ritual, de fetiche, de lo físico. Pero sea en el medio que sea, seguiremos necesitando medios independientes, libres, que nos ofrezcan un relato transversal de lo que está pasando alrededor nuestro. Huyamos de los lugares comunes, salgamos de nuestras áreas de confort (pese a lo confortables que son muchas bibliotecas), arriesguemos. Porque en ello nos va la supervivencia.

 

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Por eso Infobibliotecas es ante todo una revista cultural integrada en ARCE (Asociación de Revistas Culturales de España): porque quien habla de bibliotecas termina hablando de todo. Porque todo les concierne. El fomento de la lectura está caduco, lo que la biblioteca del siglo XXI debe aspirar es a fomentar la cultura, en toda la extensión del concepto. Sin límites, sobre todo mentales.Y para eso te necesitamos.

 

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No queremos que nadie se quede como Coque Malla en el andén (atención spoiler): viendo pasar lo que más deseaba. No queremos que nadie pierda el último tren. Con Infobibliotecas queremos implicarte en nuestra visión de lo que deben ser las bibliotecas y la cultura en estos tiempos revueltos; y que tú nos impliques a nosotros en la tuya. Llévanos a tu biblioteca, suscríbete, ayúdanos. Síguenos en digital: prometemos darte muchas sorpresas en papel.

 

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Una verdad (bibliotecaria) incómoda

 

No aspiramos a emular el documental sobre la lucha de Al Gore contra el cambio climático del que tomamos prestado el título. No es comparable. El medio bibliotecario no es equiparable al desastre medioambiental; por mucho que la especie bibliotecaria sea incluida en la lista de las llamadas a extinguirse por el impacto del meteorito digital. Pero no por eso deja de resultarnos una verdad incómoda de la que preferiríamos no tener que hablar, pero como decía la gran Chus Lampreave interpretando a una portera: sólo podemos decir la verdad, solo la verdad y nada más que la verdad.

 

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El extraño mundo del futuro: el día en que los bibliotecarios desaparecieron

 

Los artículos, estudios, estadísticas e informes varios sobre el futuro del profesional de la información llevan varios años siendo un debate habitual en los medios especializados. Lo más reciente la XVIII Jornada de Gestión de la Información organizado por SEDIC en la Biblioteca Nacional, centrada en Empleo y desarrollo profesional de los profesionales de la información.

Tras la irrupción de las nuevas tecnologías ningún gremio ha quedado indemne. ¿Quién podría pensar que hasta los taxistas verían amenazada su supervivencia por lo digital? Pero de nada sirve enterrar la cabeza cual avestruz entre CDU, Reglas de catalogación y Encabezamientos de materia: si una especie no se adapta se cumplirá la inexorable ley de la evolución, y desaparecerá. Palabra de Darwin, te alabamos Señor.

 

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El sufijo -teca ha demostrado su capacidad de supervivencia sobradamente, se va acoplando a cada nuevo formato (biblioteca, videoteca, comicteca, fonoteca, ludoteca…) sin periodo alguno de adaptación. Pero la raíz biblio- es posible que termine cuestionada, sustituida, anulada cuando de lo que se trata es de instituciones que fomentan no ya la lectura, sino la cultura. En cualquier caso, la llamen como la llamen, lo que se entiende hoy día como biblioteca, de un modo u otro, es muy posible que sobreviva, pero su fauna autóctona no lo tiene nada claro.

 

ereader_retro_01¿Y si los bibliotecarios fueran simples máquinas portadoras del gen de la cultura? Tal y como sostiene Richard Dawkins en su revolucionario ensayo El gen egoista, los seres humanos no somos más que un medio de transporte para las auténticas estrellas de la evolución: los genes, que nos usan y desechan sin miramientos. Stephen Hawking se sumaba desde otro prisma recientemente para incidir en lo prescindibles que somos en esto de la evolución. Según el científico más pop (con permiso de Einstein, y el últimamente reivindicado Tesla): el desarrollo de la Inteligencia Artificial puede terminar por desechar el factor humano.

 

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La evolución del bibliotecario: del primate al amanuense pasando por la bibliotecaria con moño y gafas hasta llegar al profesional de la información.

 

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Smart monkey, el delicioso cómic mudo sobre la teoría de la evolución

¿Por qué han de ser diferentes los bibliotecarios? Si atendemos al listado de nuevas aptitudes que se les exigen en la era digital tenemos para aburrirnos: community manager, social media manager, animadores socioculturales, expertos en tecnologías varias, monitores en makerspaces, dinamizadores de clubes de lectura, especialistas en marketing de contenidos, creadores de narrativas transmedias, formadores en nuevas tecnologías, asistentes sociales…, todo ello sin descuidar ninguna de sus atribuciones anteriores. Si a esto unimos el envejecimiento del funcionariado que estos años de crisis (con la ausencia de ofertas de empleo público y el cese de miles de interinos) podría dar lugar a una gentrificación de las bibliotecas, y en un país en el que no se considera a la cultura con la suficiente entidad para tener un ministerio propio:

 

¿no sería más sencillo contratar directamente especialistas en cada uno de estos campos y prescindir de los bibliotecarios?

 

Una vez soltado el anatema, vamos a conjurarlo centrándonos en datos concretos que arrojen algo de esperanza.

Según la web Qué estudiar y dónde en la Universidad del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, tres son las universidades cuyos titulados en Información y Documentación presentan las mejores tasas de inserción laboral. La primera, la Universidad de Barcelona con un 70% a nivel de Grado, y un 83% a nivel de Máster, le siguen la Universidad Carlos III de Madrid, y la Universidad de Valencia. A tenor de estos datos, nos decidimos a espantar a la bicha de la mejor manera posible: llamando a la Facultad de Biblioteconomía y Documentación de la primera universidad del ranking y pidiéndoles que nos contaran cómo percibían ellos el panorama. Y tuvimos mucha suerte porque dimos con dos estupendas profesionales.

 

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Por un lado Pilar Gené, responsable de la Secretaría de Estudiantes y Docencia, nos confirmó que el número de nuevas matrículas en este 2016 ha sido de 52, nueve menos que el año pasado. Según Gené, el número de matriculados se mantiene estable durante los últimos años, y el repunte hasta los 61 del 2015 pudo deberse al hecho de que se celebró el centenario de la Facultad, lo cual probablemente atrajo a más estudiantes el año pasado.

Por su parte, la jefa de estudios del Grado en Información y Documentación, Marina Salse nos ofreció una panorámica de primera mano de lo más interesante. Salse sostiene que siempre se va a necesitar un gestor de la información tanto en bibliotecas, centros de documentación o archivos, como en empresas, y nos lo demostró con ejemplos prácticos. En las jornadas sobre salidas profesionales que organiza de forma conjunta con los profesores de la asignatura Introducción a los Sistemas de Información y Documentación. nos destacó dos casos que le resultaron especialmente motivadores:

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  • la companía Aviation island, ofrece servicios tecnológicos para líneas aéreas, su plantilla está integrada en gran parte por graduados en Información y Documentación (alrededor de unos 9 procedentes de la Facultad barcelonesa y el resto de la Universidad de Zaragoza). Un claro ejemplo de una empresa que conoce el potencial de los profesionales de la información y el juego que pueden dar por su perfil formativo dentro del ámbito empresarial.
  • otro ejemplo llamativo fue el de una graduada en la Facultad que actualmente desarrolla funciones relacionadas con la ciberseguridad en otra empresa del ramo.

Un alivio comprobar que los estudios formativos sí han sabido adaptarse a los requerimientos del mercado laboral, y que el perfil tan plural del profesional de la información va abriéndose a nuevos caminos. Pero tanto en la Universidad de Barcelona como en la de Granada (gracias en esta última a la información proporcionada por Luis Gerardo Fernández), que fueron las que amablemente nos atendieron y proporcionaron datos: coincidieron en el desconocimiento de los nuevos estudiantes respecto al contenido de los grados en Información y Documentación.

 

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Ilustración de los años 50 sobre cómo sería la educación en el futuro. No andaban tan desencaminados, cuando los webinars y MOOC están cuestionando también la supervivencia de las universidades como centros formativos. Que aquí nadie se salva.

 

Si bien en la Universidad de Granada el número de nuevas matriculaciones se mantiene estable en los últimos años (entre 50 a 60) nos manifestaron que la mayoría de estudiantes optan por la carrera, y una vez iniciada, les gusta: pero antes de elegirla no tienen ideas claras sobre en qué consiste exactamente. Vamos igualito que pasa cuando se trata de vender lo que puede dar de sí una biblioteca en el siglo XXI a la mayoría de responsables políticos.

La necesidad de un mensaje claro y definitorio que permita vender a la primera en qué consiste exactamente eso de ‘profesional de la información’ sigue pendiente. Los datos proporcionados por estas dos universidades al menos nos permiten ver la luz al final del túnel (símil desafortunado donde los haya).

LOS BIBLIOTECARIOS HAN MUERTO ¡¡¡VIVAN LOS BIBLIOTECARIOS!!!

Pero que vivan aquellos que arriesgan, aquellos que dentro de sus posibilidades siguen luchando por innovar, aquellos que no se dejan funcionarizar (en el sentido despectivo, e injusto, que arrastra el término funcionarizar). El concepto de biblioteca gentrificada a punto de ser formulado en uno, dos, tres: pero no por elitismo o aristocratización, sino por la peor acepción de este término inglés que también hemos importado.

 

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La biblioteca del futuro vista desde la década de los 50 del pasado siglo.

 

Gentrificación como sinónimo de aburguesamiento intelectual, cultural, laboral; como síntoma de pereza mental. Para los que favorezcan esa gentrificación bibliotecaria (que los hay) ni un mísero responso por su desaparición. Después de todo puede que los bibliotecarios sean como las ratas y las cucarachas y ni una deflagración atómica, ni siquiera los devastadores efectos del desastre medioambiental que denunciaba Al Gore: sean capaces de extinguirlos.

Por el momento nos vamos con un cierre energético. El monólogo inicial de la película Trainspotting está volviendo a la actualidad a consecuencia del inminente estreno de la segunda parte. Los heroinómanos encabezados por Ewan McGregor 20 años después: eso sí que es supervivencia. Precisamente en 1996 que es cuando se estrenó la primera, las universidades españolas estaban abriendo escuelas de Biblioteconomía y Documentación a lo largo y ancho del país.

 

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Trainspotting veinte años después

 

Es de suponer que más de uno de los jóvenes que entonces estudiaban la carrera, y ahora ocupan puestos en la plantillas de muchas bibliotecas, se identificaron con el discurso antiburgués que declamaba McGregor en el arranque de la historia. Obviando la parte en que revela su decisión de no elegir la vida, de refugiarse en la heroína, y quedándose con el inconformismo del discurso, y con esa lujuria por la vida (por la cultura) que canta por debajo Iggy Pop. Y desde ahí, posicionarse ante los retos que les exigía la vida adulta en plena crisis de los 90.

Pues bien, si vamos a espantar esa sombra de gentrificación, ese anquilosamiento en el que esperemos que ninguno de aquellos jóvenes hayan caído en su madurez, no está de más cerrar recordándolo. Lust for life, lust for culture, lust for libraries.

 

 

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Bibliotecas tribales, bibliotecas globales

 

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Halloween según la incisiva visión de Pedro Vera en su cómic Ranciofacts

 

La ilustración de Pedro Vera con la que abrimos el post resume bien de lo que va. Si en Biblioteca yé-yé (o de lo typical spanish en bibliotecas) rastreamos algo que tuviera denominación de origen española inequívoca en el mundo de las bibliotecas; ahora volvemos de alguna manera al mismo asunto, pero desde un prisma totalmente distinto.

Entre los neologismos que están proliferando al socaire de las redes sociales hay varios que nos encantan por su precisión a la hora de atrapar y condensar lo que muchas veces pensamos, pero no sabemos explicar con exactitud: viejoven es uno de ellos (¿qué tal Ojete calor?) pero hoy nos centramos en cosmopaletadas, porque define a la perfección de lo que hablamos aquí.

 

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Imagen de la cuenta de Twitter de @Cosmopaletation

 

Lo de cosmopaletadas expresa bien la reconversión del hortera de toda la vida pasado por el tamiz del ladrillazo, el enriquecimiento rápido y los programas de Telecinco que han proliferado a lo largo de estos años de crisis. Un must para cualquier cosmopaleto (como se puede comprobar aquí siempre predicamos con el ejemplo) es el uso y abuso de anglicismos que te hagan quedar como más cool.

El mundo de la moda fue pionero en esto de absorber anglicismos como si no hubiera un mañana en un ansia por parecer cosmopolitas (¿no era mucho más bonito Pasarela Cibeles que la Mercedes-Benz Fashion Week?) y los influencers fashionistas han terminado contagiándolo todo. En My library is sooooo cool (Blog de la BRMU) montaron una entrada de lo más ilustrativa a cuenta de este hiperinflacción de extranjerismos.

En este sentido, la única esperanza que nos queda es que la generación Erasmus empiece a ocupar su puesto en la sociedad, y así alcancemos lo cosmopolita de verdad, sin paletadas, ni relaxing cup of café con leche in Plaza Mayor. Aunque las crecientes estadísticas de jóvenes que emigran en busca de trabajo, no prometen darnos muchas alegrías en un futuro inmediato.

 

 

Pero, ¿a qué viene tanta resistencia a la americanización si no es nada nuevo? La identidad cultural de cualquier internauta está tan hecha tanto de rasgos autóctonos como de gustos que nada tienen que ver con el lugar en el que nació. Y en las nuevas generaciones (y no tan nuevas) la balanza es más que probable que se incline hacia lo segundo. ¿Alguien recuerda el Rascayú de Bonet San Pedro (con lo propio que queda en el Día de Todos los santos) cuando el Thriller de Michael Jackson se repite hasta la náusea en estas fechas?

La guerra de Todos los Santos versus Halloween pinta aún peor para el equipo local que la de los Reyes Magos versus Papá Noel, por mucho que la Iglesia haya lanzado el Holywins instando a los niños a vestirse de santos. Los tuiteros, siempre al quite, han recurrido rápidamente al santoral para lanzar propuestas tan espirituales como el despellejado San Bartolomé, el aseteado San Sebastian (disfraz recuperable para el Orgullo gay) o la santa de pechos mutilados Santa Águeda. Estos y otros tantos santos, dejan claro que cuando se trata de ponerse gore la Iglesia le lleva muchos siglos de ventaja a las payasadas importadas de Halloween.

 

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Ideas para #Holywins en Twitter

 

Pero, ¿ y las bibliotecas?. La biblioteca como escenario gótico siempre ha sido recurrente, por eso el doodle que Google ha ideado para celebrar el Halloween 2016 consiste en un juego en el que un gatito con poderes se dedica a matar fantasmas. El primer nivel del juego en cuestión, como no podía ser de otro modo, se desarrolla en una biblioteca.

En las bibliotecas nunca han tenido problemas en dejarse contaminar. Es más, la biblioteconomía moderna no se entendería sin el magisterio que nos imparten desde las bibliotecas anglosajonas. El duelo Halloween-Holywins, probablemente se resuelva en muchas bibliotecas con una convivencia sin prejuicios entre zombis y vampiros con ánimas de Becquer, y convidados de piedra de Don Juan. No podía ser de otro modo, cuando la cooperación bibliotecaria ha sido uno de los pilares desde siempre del mundo bibliotecario.

 

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El doodle de Halloween 2016 de Google ambientado en la biblioteca

 

En el imprescindible estudio Prospectiva 2020: Las diez áreas que más van a cambiar en nuestras bibliotecas en los próximos años, presentado en el VII Congreso de Bibliotecas Públicas (2014) la segunda tendencia que auguraba sostenía que «Se incrementará la cooperación». Pero atendiendo a lo que ha acontecido durante estos años de crisis, salvo las estadísticas crecientes de préstamos interbibliotecarios, la cooperación no ha tenido el protagonismo que cabría esperar. En cierto modo, las bibliotecas han seguido la senda que está marcando lo digital: se han vuelto más tribales para así llegar a ser globales. Pero el riesgo de quedarse en lo tribal, en muchos aspectos, siempre está presente.

 

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‘Piensa globalmente, actúa localmente’ fue la frase del biólogo, botánico, activista medioambiental Patrick Geddes. Se refería a la protección de la naturaleza pero bien podría haberse formulado para lo que ha sido la cooperación bibliotecaria durante las últimas décadas.

 

En el anterior Congreso de Bibliotecas Públicas de 2012 se repasaron numerosos proyectos de digitalización para preservar la memoria local de las comunidades en las que se integran las bibliotecas. Todo esos proyectos son los que alimentan a Hispana, encargada de reunir los fondos digitales de las diferentes comunidades autónomas; que luego se suman al proyecto continental de Europeana. Siendo, como es, uno de los proyectos más ambiciosos e importantes que se haya puesto en marcha para preservar el patrimonio (y de los que más promueven la cooperación junto con el programa NAPLE Sisters de hermanamiento entre bibliotecas); en términos cooperativos no ha supuesto un cambio sustancial en los hábitos de trabajo de los centros implicados.

En algunas comunidades en vez de existir una sola biblioteca digital que lo aglutine todo, se han creado varias; estas duplicidades vienen a reflejar en digital la falta de cooperación o comunicación que muchas veces se da entre redes bibliotecarias que comparten territorios, pero depende de diferentes administraciones. Y ¿luego nos extrañamos tanto del Brexit británico?

 

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En fin, antes de meternos en jardines más espesos mejor atender a lo que dice toda una autoridad en esto de la colaboración bibliotecaria. Stephen Abram bibliotecario y director ejecutivo de la Federación de bibliotecas de Ontario, nunca ha sido de los que adoptan posturas acomodaticias. Ya en 2009, en pleno arranque de esta crisis, en una entrevista en la revista Collaboration librarianship de la Universidad de Denver bajo el sugestivo título: Una iconoclasta visión de la colaboración dejaba clara cuál era su opinión al respecto:

 

«La cooperación es sencilla; la colaboración es difícil ya que impacta en muchos de los puntos calientes del ser humano que generan intensidad emocional como son el territorialismo, el ego, la identidad […] por lo general la gente tiene más intereses comunes que diferencias [..] Hay que dar algo para llegar a cosas más grandes. Es duro. ¿Sabremos renunciar a los límites de nuestro sistema bibliotecario? ¿estaremos dispuestos a ceder el control?»

 

No es de extrañar que en el 2016 en su blog Stephen lighthouse (El faro de Stephen) se haga eco de las predicciones sobre bibliotecas de un visionario en toda regla. Se trata del director ejecutivo del DaVinci Institute, Thomas Frey, que se presenta como uno de los visionarios preferidos de Google, un Nostradamus digital autor de Communicating with the Future (que vaticinó que en 2030 más de 2000 millones de trabajos habrán desaparecido), y que también acaba de listar las 122 cosas que deberían hacerse en las bibliotecas en el futuro. No vamos a enumerar las 122, pero bien merece la pena señalar unas pocas que suenan de lo más plausibles, y alguna marcianada que tampoco pasaría nada si llegara a ser realidad:

 

Las bibliotecas deberán ser friendly (amigables, acogedoras con): mascotas – alimentos – eventos – negocios – los sin techo – los usuarios de paso

Deberán tener espacios para: reuniones privadas – clases de aerobic – tomar una ducha – dormir una siesta – preparar y consumir alimentos – enviar dinero o hacer pagos.

Que las bibliotecas dispongan de su propia flota de drones, que se abran a la cultura del videojuego con torneos, préstamos, talleres para creadores y eventos en torno al mundo del videojuego.

Que presten mascotas, drones, robots (y organizar torneos de robots), buscadores que gracias a la computación cuántica permitirán hacer búsquedas por olores, sabores o texturas.

Y por supuesto, disponer de espacios creativos con las herramientas suficientes para producir arte, música, juegos, podcasts o producir experiencias de realidad virtual.

 

Algunas de las propuestas de Frey, por mucha ciencia ficción que se haya leído o visto, cuestan de imaginar; pero otras denotan que no está demasiado al día, porque ya son presente en más de una biblioteca. Por el momento, mientras vemos cómo se van desarrollando los acontecimientos, lo que nos dejan claro tanto Abram como Frey: es la necesidad de levantar por un momento la mirada de nuestros monitores e intentar mirar mucho más lejos de lo que estamos acostumbrados. Será la mejor manera de prevenirnos de cualquier tipo de cosmopaletismo imaginable.

 

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Stephen Fry cual Rappel sin túnica

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Acróbatas del tejuelo: libertad de expresión en bibliotecas

 

Este artículo está basado en hechos reales.
Los nombres propios y localizaciones han sido
convenientemente omitidos para respetar la
privacidad de las personas e instituciones
implicadas en los hechos que aquí se narran.

 

En los Estados Unidos (que nadie se preocupe, no nos vamos a ir tan lejos para hablar de bibliotecas, nos vamos a quedar mucho más cerca) es ya un clásico lo de publicar el listado de obras censuradas por diversas razones en las bibliotecas públicas. La ALA publica el listado en el blog Intellectual Freedom.

 

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En nuestro país no exista tal costumbre, pese a tener menos recorrido democrático tenemos tan interiorizado lo de la libertad de expresión que ese listado sería impensable. En España la pluralidad de ideas, de expresiones artísticas, de discursos es respetada en todos los ámbitos, y todavía mucho más en las bibliotecas… Pero mejor nos centramos un poco, que la deriva hacia la fantasía de este artículo es preocupante, máxime cuando acaba de arrancar prometiendo basarse en hechos reales cual telefilme de sobremesa en Antena 3.

 

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Es posible que algún profesional del gremio pudiera narrar alguna sugerencia velada (o sin velo alguno) a la hora de seleccionar obras para su biblioteca, diseñar actividades o distribuir sus exiguos presupuestos para beneficiar a algún literato afín al político de turno. Pero en cualquier caso, sin duda, sería la excepción que confirmaría la regla. No hablamos de Estados Unidos, ni vamos a hablar de nuestros políticos: la peor censura, la más dañina, la que provoca que luego vengan todas las demás, la que puede constreñir el libre ejercicio del criterio bibliotecario hasta estrangularlo es la dictadura del cliente, del usuario, del ciudadano.

 

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Sí, ese ser al que tanto se mima, se estudia, se aspira a satisfacer. Una de cal y otra de arena. Si otras veces hemos defendido que hay que «dejarse hacer», «dejarse intervenir» por los ciudadanos; aquí vamos a hablar de los límites de ese intervencionismo. Y cumpliendo con lo prometido nada mejor que unos cuantos hechos reales para ilustrarlo [radar cotilla bibliotecario en modo ON]:

 

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Hace unos años en la revista de la biblioteca X, se publicó un artículo que, a modo de cenefa, se decoraba con las estupendas tiras que sobre la historia de la humanidad dibujó el genial Milo Manara, y que anteceden a este párrafo. Pese a que el tamaño de las mismas era ciertamente pequeño, una usuaria las escudriñó con detalle; y una vez hecho, denunció a la biblioteca ante el Instituto de la Mujer por haberlas publicado. El motivo esgrimido era que en la crónica histórica dibujada del artista italiano se incluían hechos denigrantes hacia las mujeres como violencia sexual.

Se desconoce los conocimientos en historia de la ciudadana ofendida, pero se empieza así y se termina como ciertos regímenes totalitarios: purgando personajes caídos en desgracia de las fotografías de los próceres de la patria. Afortunadamente la denuncia en cuestión no prosperó pese a que se abriera una investigación.

 

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La de maravillas que habrían hecho en la época de Stalin de haber existido el Photoshop. En la segunda imagen hasta parece más esbelto, y es que una buena purga siempre viene bien.

 

En junio 2014 el blog de la biblioteca Y publicaba un post a cuenta de la plataforma Mecenable, la prometedora plataforma de crowdfunding para financiar proyectos en bibliotecas. Pues bien, en dicho post se aprovechaba para reflexionar sobre la conveniencia de que la iniciativa privada colaborase con lo público. El post, y la reacción de unos pocos usuarios (todo hay que decirlo) a través de las redes fueron de lo más ofendidas.

Según clamaban era indignante e intolerable que en el blog de una institución pública se insinuara siquiera la posible colaboración con el sector privado, plantear algo así suponía abrir las puertas a la consiguiente privatización de los servicios culturales. La ponderación a la hora de sopesar pros y contras a que aspiraba el post en cuestión no era un elemento a considerar, era necesario zanjar desde el principio ninguna posibilidad de debate o reflexión al respecto. Una vez más la mesura se impuso en otros tantos usuarios que sin dejarse llevar por la encendida soflama contra un simple post, compartieron sus opiniones a favor y en contra sobre el tema en cuestión.

 

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En la biblioteca W se programó una actividad con salones de belleza de la ciudad en la que se ubica. Dicha actividad consistía en crear pequeñas bibliotecas en peluquerías del centro, y dentro de la prcartel-sesion-maquillaje-kela-y-colasrecortadaogramación se incluyó una sesión de maquillaje y peluquería en la propia biblioteca.

La sorpresa para los usuarios que, además de llevarse como regalo un libro con un título tan apropiado como Las guapas deben morir, salían maqueados, peinados y maquillados de la biblioteca: resultó de lo más divertida y original.

Pero nada comparable con la sorpresa que recibieron días después en la biblioteca al presentarse dos inspectores de industria con una denuncia por, supuestamente, estar ofreciendo servicios gratuitos de peluquería y belleza en los sótanos del centro.

Una vez disipado lo absurdo de la denuncia en cuestión, la idea de tener peluquerías clandestinas en los sótanos de una biblioteca, es un argumento que alguien debería retomar para alguna película. El género podría ser entre la comedia y la ciencia ficción.

 

 

En la biblioteca Z se expuso en su sección de cómics un panel de una exposición que hacía un recorrido a la historia del noveno arte. Nada hacía pensar que ninguno de los paneles expuestos pudiera provocar problema alguno, pero nunca se debe subestimar la capacidad del público para sorprenderte. En un panel bajo el título España, viñeta blanca de mi esperanza se recurría a lo que ya es más que un lugar común: definir a la dictadura franquista como una época grisácea y triste. Pues bien, un ciudadano presentó sus quejas por haber descrito de este modo a un tiempo histórico que él recordaba con añoranza, y en el que las cosas le fueron muy bien.

 

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[radar cotilla bibliotecario en modo OFF] En un servicio público que atiende a un público tan heterogéneo y amplio como es una biblioteca, este tipo de cosas pueden pasar, y pasan. Pero más allá de la anécdota (no dejan de ser hechos puntuales) lo que se puede interpretar de ellos es algo más preocupante y peliagudo. La deriva populista del discurso público está teniendo consecuencias, y no distingue entre izquierdas, derechas, ni centro. La versión 3.0 del populismo de las folclóricas del siglo XX, el «me debo a mi público», el «España no echarme» de los realities de Telecinco, convertido en instrumento de decisión en el XXI.

Y que no se malinterprete, salvo probablemente el señor nostálgico de esa España, viñeta blanca de nuestra esperanza: la mayoría (o eso queremos pensar) estamos a favor de una democracia participativa, en la que la voz de los ciudadanos sea tenida en cuenta más allá de votar cada cuatro años (perdón, que eso era antes, ahora se vota cada pocos meses). Pero ¿qué consecuencias puede tener una delegación absoluta de la capacidad de tomar decisiones en los ciudadanos?

Los excesos de lo políticamente correcto pueden tener consecuencias nefastas. Y no estamos hablando de brexit, ni decisiones políticas en todos los ámbitos: no aspiramos a tanto, nos conformamos con centrarnos en los efectos de este afán consultivo y participativo sin fin en cuestiones de índole cultural.

 

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Infografía de la ALA sobre cuáles son los motivos más habituales para la prohibición de libros

 

En varias comunidades autónomas se ha legislado para acabar con todo tipo de discriminación del colectivo LGTBI. Sin duda algo encomiable y necesario. En el caso de la mayoría de bibliotecas públicas, esta lucha está superada. Si hay una institución sensible a todos los colectivos esa es la biblioteca, así que en la mayoría de ellas dudamos que sea necesario hacer ningún esfuerzo en ese sentido. Y la pluralidad de sus fondos abarca tanto temática LGTBI como de cualquier otro sector de la población.

Lo curioso (vamos a llamarlo así) es cuando en un exceso de celo por resultar los más progresistas [radar cotilla bibliotecario en modo ON] en algunas administración que no habían oído hablar de la CDU en su vida, la han cuestionado como método clasificatorio de bibliotecas por no dar visibilidad lo suficiente a la causa LGTBI. [radar cotilla bibliotecario en modo OFF] No vamos a defender que la CDU no requiera reformas, o incluso terminar pasando de ella: pero salvo que se decida hacer un centro de interés LGTBI ¿qué es peor, dejar los fondos que aborden dicha temática junto al resto sin hacer distinciones, o apartarlos y así discriminarlos del resto de materias de una forma contra natura? (como calificaban a dicho colectivo los guardianes de la moral hasta no hace tanto tiempo)

 

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Cartel de la biblioteca H para un centro de interés sobre biografías que fue censurado por la queja de un usuario

 

¡Ay de los conversos a la causa, y de los efectos perniciosos de lo políticamente correcto! (léase, si alcanza la memoria, con el tono de sermón propio de las voces en off de las españoladas de los 60).

Otra tendencia que pretende halagar el criterio ciudadano, consiste en lo que se ha dado en llamar los presupuestos participativos. Tomar el pulso también a lo que los ciudadanos quieren que se haga en cuestiones culturales, y por tanto, a dónde quieren que el dinero público vaya destinado. Atender los gustos de los ciudadanos es necesario, pero en un país con índices de lectura tan bajos y al que la OCDE califica negativamente en materia educativa año sí, y año también: ¿no es un poco temerario dejar que sean estos presupuestos plebiscitarios los que determinen el rumbo de inversiones en materia cultural?

¿No debería consultarse a los expertos en la materia para que también aporten sus criterios?, ¿si en el caso de padecer alguna dolencia aceptamos los consejos del especialista correspondiente, por qué cuando hablamos de cultura no tomamos en consideración al menos las sugerencias de los que bregan con la materia cada día? Y la comparación podrá tildarse de exagerada, pero no de inapropiada cuando estamos hablando de centros de asistencia primaria en materia cultural como son las bibliotecas.

 

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Los guionistas de serie de ficción en España se quejan de la falta de riesgo de los directivos de las cadenas, que hacen que el tipo de serie para toda la familia lo invada todo. El querer contentar a todos y llegar a todos tiene estos peligros: la pérdida de los espectadores con más inquietudes culturales.

 

Lo del cliente siempre tiene la razón, ¿sirve también en lo que respecta a las bibliotecas? Demasiadas preguntas lanzadas al aire como para que esto no empiece a parecer un interrogatorio. Dejémoslo aquí, y mientras tanto:

¡¡¡SEÑORAS Y SEÑORES!!! Pasen y vean a los fabulosos acróbatas del tejuelo, a los contorsionistas de la desiderata, haciendo malabarismos para contentar a padres y a niños, a conservadores y a progresistas, a letraheridos y a chonis, a frikis y a hipsters, y a todo el que quiera asistir al espectáculo de cuatro pistas que cada día se escenifica en muchas de las bibliotecas de nuestro país.

 

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com