El ángel exterminador bibliotecario I

 

«De alguna manera, la cultura en general (principios, valores, normas de conducta) es un modo eficiente de reducir la libertad a la que nos vemos abocados desde nuestro nacimiento. La cultura dota de valor al mundo y lo regulariza. La cultura en sí misma es dogmática…»

Sociologia del moderneo. Iñaki Domínguez (Melusina 2017)

 

EL ENCLAUSTRAMIENTO

 

¿Cómo hablar desde un blog cultural del asunto catalán sin pisar callos a nadie? Siendo soporíferamente correcto y diciendo algún lugar común que incite al bostezo como que: convivir y/o compartir cama-hogar-celda-trabajo-territorio-mundo-universo… siempre ha sido complicado. Pero si hay algo a evitar al hablar de bibliotecas es precisamente las frases de 0,60 que dirían los Ojete Calor. Por eso puestos a hablar de convivencia en territorios (más o menos grandes) lo mejor será tirar de biblio-ficción.

Jacob Fiscus es un fotógrafo del Condado de Carroll. Su web está repleta de fotos de familias, parejas, recién nacidos, paisajes u objetos retratados con aires artísticos. Lo que viene siendo el típico fotógrafo local de bodas y bautizos. Una buena forma de promocionarse y proyectar una imagen de compromiso con la cultura ha sido la sesión People of the Library: con la que ha querido mostrar el lado más humano de la biblioteca pública del condado. Según aclara el propio Fiscus (no por casualidad presidente de los fideicomisarios de la biblioteca): se trataba de poner cara y voz a las simples estadísticas de préstamos, de visitas, de usuarios dados de alta en la base de datos de la biblioteca. Y hacerlo a través del arte para establecer una conversación, un diálogo que consiga que la gente hable y piense de manera innovadora.

 

People of the library: las fotografías de Jacob Fiscus sobre los usuarios de la Biblioteca del Condado de Carroll

 

El resultado bascula entre lo entrañable (inciso que no viene a cuento: a Katharine Hepburn siempre le chirrió que la describieran con esa palabra),  lo divertido y lo cercano. Todas las edades, condiciones y usos de la biblioteca quedaron representados en la susodicha sesión: sumando otra visión bienintencionada y amable de la labor comunitaria que ejercen las bibliotecas. Retratos perfectos para cualquier campaña publicitaria orientada a productos para familias de clase media. Pero como el próximo 16 de diciembre se cumplen 55 años del estreno de la película de culto de Luis Buñuel: El ángel exterminador (1962) hagamos  biblio-ficción. Vamos a imaginar qué pasaría si el escenario en el que se desarrollase la surrealista trama de la cinta buñueliana fuera el de una biblioteca del siglo XXI.

 

Dos imágenes de El ángel exterminador (1962): al inicio de la velada y tras varios días de encierro.

 

El clásico cortometraje de Antonio Mercero: La cabina (1972)

En la cinta de Buñuel los que quedan inexplicablemente atrapados en una mansión: son los representantes del poder, las clases altas, que sin saber qué les sucede: se ven obligados a convivir provocando que salten por los aires las máscaras sociales que todos nos ponemos para relacionarnos.

Exceptuando quizás los hospitales, las bibliotecas públicas, son las únicas instituciones que son habitadas por prácticamente todas las clases sociales (tal vez los que menos las frecuenten sean las clases poderosas y así nos va). Imaginemos pues que en uno de esos días en que la biblioteca está de bote en bote: suena la megafonía avisando del cierre del centro: usuarios y bibliotecarios, sin saber el porqué, no consiguen cruzar el umbral hacia la calle. ¿Qué pasaría?

 

Escena de El amanecer del planeta de los simios (2014) en la que uno de los humanos enseña a leer a un orangután gracias a la novela gráfica Agujero negro de Charles Burns. La cultura como ¿evolución o futura cárcel?

 

En un primer vistazo los que se mostrarían menos angustiados por este encierro sobrevenido serían las personas en riesgo de exclusión social. Las personas sin hogar, ni recursos agradecerían tener un techo sobre sus cabezas, no más viajes a centros de acogida en busca de un catre, o en su defecto, arrostrar los peligros de pernoctar en jardines o cajeros. Partirían con ventaja puramente física frente al resto.

En este sentido el VII Encuentro Bibliotecas y Municipio promovido desde la Subdirección de General de Coordinación Bibliotecaria que se celebrará en unos días: versará sobre el valor social de las bibliotecas y su impacto en las comunidades en las que se ubican. Seguro que las personas en riesgo de exclusión serán protagonistas de más de un debate; y el propio lema elegido se ajusta como un guante a la situación que aquí describimos: Territorios de convivencia.

 

 

Por cuestión de días, el Encuentro de Bibliotecas y Municipio, no coincide con otra iniciativa que se desarrolló no muy lejos geográficamente del auditorio en donde se celebra el Encuentro: el mercadillo solidario de la Fundación Dalma, que trabaja por la integración social de personas en riesgo de exclusión, y que ocupó los exclusivos jardines del lujoso Hotel Ritz.

Sobre los mercadillos solidarios en entornos de lujo sobrevuela siempre una sombra de caridad compensatoria para lavar conciencias (esa idea antigua de las damas de beneficencia a las que cantaba Nacha Guevara allá por los 70 o las señoras chochocentristas a las que cantan Las Bistecs en nuestros días).

Pero visto el amplio espectro ideológico en el que se ubican los protagonistas de las noticias más recientes sobre paraísos fiscales: tildar de hipócritas o comprometidos en esto de la conciencia social, per se, a ninguna clase social o ideología resulta absurdo. Nada más igualitario que el dinero para «bien entender» la caridad.

 

El restaurante Albert del Hotel EMC2 de Chicago.

 

Una de las creaciones del diseñador de bibliotecas exclusivas Tatcher Wine.

Y hablando de bistecs, y por seguir con los privilegios de clase, el pasado mes de mayo se inauguró el restaurante-librería del Hotel EMC2 en Chicago. El lujoso restaurante está decorado con más de 12000 viejos libros de ciencia y matemáticas a los que se sumaron libros sobre arte, literatura y otras materias para provocar contrastes que divirtieran a los comensales. De este modo 40 ejemplares de The Joy of Sex (El juego del sexo) se entremezclan con tratados sobre termodinámica en pos del chiste decorativo.

Viene a afianzar una tendencia que ya apuntábamos en Hoteles para ricos, bibliotecas para pobres: la biblioteca como decorado y signo de distinción. Una moda esta, la de las bibliotecas pijas en las que el contenido se convierte en ornamento, que siempre habrá que reconocerle al diseñador neoyorquino Tatcher Wine: que ha llevado a otro nivel lo de seleccionar libros por el juego que sus lomos hacen con el color de las tapicerías.

 

La artista Cindy Sherman lleva años fotografiándose para interrogarse sobre lo glamouroso y  supuestamente femenino. Su serie de autorretratos con maquillajes exagerados y poses estereotipadas casarían bien para las protagonistas de este ángel exterminador bibliotecario. 

 

Pero seguimos encerrados en una biblioteca pública. Uno de los placeres perversos de la película de Buñuel era contemplar cómo se iban descomponiendo los maquillajes sociales de sus burgueses conforme avanzaban las horas. Pero en nuestros días, pese al aniversario de la Revolución de Octubre: la estética bling-bling, la fama y el lujo más hortera siguen deslumbrando como el oro en las cúpulas de las iglesias rusas.

El grado de cinismo alcanzado es tal que los (presumiblemente escasos) representantes de las clases poderosas que pudieran haber quedado súbitamente atrapados no tendrían porqué ser los primeros en descomponerse ante lo absurdo de la situación (no hay que olvidar que muchos de sus miembros, gracias a la crisis, acumulan una amplia experiencia en gestionar encierros en establecimientos públicos aunque sean de índole penitenciaria y no cultural). En este encierro, pese a que este primer capítulo lo protagonicen los sin techo y los poderosos: la lucha no va de clases sociales, sino de clases culturales.

 

El buenrollismo de Mr. Wonderful versus la youtuber Soy una pringada: usuario soñada para que formara parte de este encierro bibliotecario.

 

La antítesis de Mr. Wonderful: Mr. Wonderfuck.

Es más que probable que los fans de la autoayuda, el mindfulness y el pensamiento positivo se convirtieran en las primeras víctimas en las primeras tensiones de convivencia forzosa. El pensamiento buenrollista, esa visión disneyzada de la realidad que guía la vida de muchos: actuaría como los corderos, que milagrosamente, cruzan el umbral de la mansión, en la película de Buñuel, para ser devorados por los burgueses ya convertidos en unos salvajes a fuerza de pasar hambre y sed.

Las primeras víctimas no lo serían tanto por su estatus social como por sus gustos culturales. Y a partir de ahí vendría lo demás. Como apuntaba la cita del ensayo de Iñaki Domínguez del principio: la cultura no deja de ser una cárcel por imposición o por elección: y este ángel bibliotecario puede que lo único que vaya a exterminar no sea más que nuestros prejuicios. Pero todo se irá viendo conforme pasen las horas, los días, las semanas….

 

 

The exterminating angel: la ópera del compositor inglés Thomas Àdes que adapta la película buñueliana.

 

CONTINÚA en El ángel exterminador bibliotecario II

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Look chic book

Quienes vivieron las Semanas Santas de los 60, 70, por no hablar de las décadas previas, recordarán lo difícil que era escapar de esa España católica, apostólica y romana por mucho que, desde el 78, la Constitución dijera que vivíamos en un país laico. La televisión, los cines cerrados, la omnipresente religión tomando las calles. En 2017 pase lo que pase en el mundo, salvo que sea en la puerta de tu casa: hay tantas evasiones vía redes sociales y demás sonajeros digitales que es posible practicar la estrategia del avestruz casi de forma ininterrumpida. Pan, circo y boogie, boogie, que cantaba el visionario Fabio McNamara. Hasta que el panorama se pone intenso.

 

Diseño de la marca inglesa Rooby Lane especializada en fabricar prendas por encargo según los gustos literarios de sus clientes.

 

Otro de los diseños de Rooby Lane.

Ante determinadas situaciones no cabe evadirse, hay que afrontarlas, informarse, trabajarse una opinión propia, en una palabra: posicionarse. Desde un blog cultural como éste, que parte del mundo de las bibliotecas; y que publica para celebrar el #DíaDeLaBiblioteca 2017 un tuit con una frase-eslogan tipo «porque quien habla de bibliotecas termina hablando de todo» (que para sí hubiera querido Coelho): ¿es coherente abstraerse de la actualidad más inmediata? Afortunadamente siguen estando ahí las redes para echarte una mano.

Entras en Facebook y te encuentras con que uno de nuestros editores favoritos, Txetxu Barandiarán de Trama Editorial, comparte un micropoema de la imprescindible poetisa Ajo. Y todo cobra sentido:

A la que te descuidas
la actualidad
te acaba robando
el presente.

 

 

Y para evitar que nos roben nada vamos a permitirnos ser frívolos en mitad de este guirigay. La frivolidad, bien entendida y ejercida, puede ser la mejor respuesta ante los dogmáticos, aguafiestas, solemnes e intolerantes que exigen monopolizarnos el presente. Una cultura alcanza cierto grado de sofisticación intelectual cuando puede permitirse cultivar la frivolidad sin pedir permiso. Y con la línea de complementos para la temporada Otoño 2017 de la diseñadora Olympia Le-Tan podemos procastinar y deleitarnos sin cargo de conciencia alguno. Le-Tan está especializada en complementos de moda con continuas referencias literarias y cinematográficas. Bueno, de hecho es que ha convertido los libros en bolsos.

 

Pese a lo que pueda parecer no son libros: son bolsos de la temporada invierno 2017 de Olympia Le-Tan

 

Que la moda se inspire en los libros, el cine, la música o el arte no es nada novedoso. Lo que es más original es crear una colección que aplique en sentido estricto el refrán de ir hecho un cuadro. La marca de alta costura Viktor & Rolf lo hizo en 2015 lanzando una colección con la que se podía llevar, literalmente, el museo a cuestas. Para presumir hay que sufrir, sostienen los fashion victims (o insiders según nos recomiendan por las redes), y en este caso la exhibición del amor por la cultura requería de un auténtico sacrificio para portar dichas prendas.

 

 

No sabemos si la colección tuvo un gran éxito de ventas pero nos recuerda a algunos de los diseños de la recién galardonada con el Premio Nacional de Diseño de Moda 2017: Ágatha Ruiz de la Prada. En el colorista mundo de la diseñadora española es posible encontrar más de una referencia a la literatura, el cómic, el cine o la pintura: pero su protagonismo en este post no va a ser, contrariamente a lo que sería previsible, por sus diseños sino por lo que dijo en una entrevista hace unos años:

 

 

No estaría mal que Ágatha hiciera unas prácticas en alguna biblioteca para, seguro, apasionarse aún más por las bibliotecas al descubrir que los bibliotecarios hacen cosas muchísimo más interesantes que ordenar los libros. Pero sea como sea son de agradecer sus palabras.

 

Diseños de Agatha Ruiz de la Prada inspirados en la música y el surrealismo.

El revisionismo al moderneo está de moda.

 

Todo movimiento contracultural que se precie, sigue un patrón evolutivo más o menos ajustado a estas fases: irrupción espontánea tras una cocción subterránea, a continuación, objeto de culto para minorías que reafirman su identidad gracias a compartir el secreto. Y si llega a superar esta segunda etapa, lo siguiente será su eclosión en los medios, tras lo cual, solo queda el estereotipo, la parodia y el repudio de muchos de sus seguidores iniciales para que quede refrendado el éxito.

Una vez desactivada cualquier carga subversiva: será motivo de exposiciones, estudios académicos, memorabilia, merchandising, y lo más importante: inspiración para colecciones de alta costura, que terminarán clonadas por Zara, Mango o H&M para consumo de postureos varios.

Distinguirse a través de la apariencia cuando la moda se ha democratizado hasta niveles propios de la clonación: es misión imposible. Hipsters, indies, gafapastas o cualquier otra especie cultureta que pueda surgir lo intentan en vano: nadie podrá superar nunca a los bibliotecarios. Tanto da cómo se vistan o maqueen. Los bibliotecarios no precisan lanzar mensajes de su amor por la cultura en su apariencia externa porque lo llevan en su interior, pegado a su cuerpo, en contacto directo con lo más privado de su intimidad. Solo hay que ver esta colección de ropa interior con frases motivacionales bibliotecarias para que, ni la mismísima Anna Wintour, se atreviese a criticar tamaño alarde de buen gusto.

 

Nunca juzgues un libro por su portada.

Los bibliotecarios lo hacen por los libros.

Sí, soy bibliotecario. No, no puedo quitarte las multas por retraso.

Soy bibliotecaria infantil. ¿Cuál es tu superpoder?

Me gustan los libros grandes, no puedo mentir.

Los bibliotecarios lo hacen un montón.

Los bibliotecarios lo hacen tranquilamente.

 

Y para cerrar volvemos a los bolsos-libros de la diseñadora Olympia Le-Tan. El cineasta Spinke Jonze rodó un maravilloso corto tomando como protagonistas a sus creaciones que bien merece la pena rescatar para cerrar, cual traje de novia, este desfile-post:

 

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

La biblioteca de Twin Peaks

 

¿Estaremos viviendo en una película de David Lynch y nadie nos avisó? Cuando la actualidad se vuelve absurda: refugiarse en la cultura y el arte se convierte en un acto de soberanía personal. Al menos los creadores se esfuerzan por comprender y por hacer que nos comprendamos. En este sentido, Lynch, tal vez uno de los autores más alabado/criticado por surrealista, dijo hace unos años:

¿Por qué razón debería tener sentido el arte
si la vida no lo tiene?

 

Twin Peaks 2017

 

Fiel a su pregunta retórica Lynch ha culminado una nueva entrega de su mítica serie Twin Peaks (25 años después). Recién acabada la emisión, una vez más, el director de Terciopelo azul ha desconcertado, intrigado, asqueado y maravillado a muchos. A raíz de este regreso al mainstream (esto con muchas, muchas comillas) en algunos medios han repasado las inquietudes que han mantenido absorto a Lynch durante estos últimos años: diseñador de muebles, videoartista, músico, pintor o escultor: tal es el torrente creativo de esa eraserhead que tiene sobre los hombros.

Pero, salvo error por nuestra parte, no recordamos que haya recreado ninguna escena en una biblioteca. Es raro (adjetivo que debería estar prohibido hablando de Lynch) que un cineasta especializado en ambientes inquietantes y malsanos no haya recurrido nunca al espacio de una biblioteca: con lo que tiene de lugar común en tantas intrigas cinematográficas.

 

Mueble diseñado por Lynch

 

Se ha hablado mucho de sus influencias pictóricas (Francis Bacon, Lucien Freud, Edward Hooper…) pero no tanto de las literarias. Lynch es un creador eminentemente de imágenes: dentro de sus inquietudes no aparece por ningún sitio un especial interés por lo literario (lo cual no quiere decir que sus mundos no rebosen de influencias literarias). En cambio fue a través del lenguaje publicitario como se aproximó a la literatura allá por la década de los 80.

Sus anuncios televisivos para Calvin Klein se basaron en obras de grandes escritores: desde Scott Fitzgerald a Ernest Hemingway pasando por D.H. Lawrence. Veintitantos años después, los spots para perfumes de Lynch, siguen dando ejemplo de buen gusto ante tanto empalagoso manierismo que rebosa este género publicitario:

 

Lynch practica la meditación desde hace años. En este libro recoge sus experiencias y reflexiones al respecto.

 

Pero el talento multidisciplinar de Lynch no entiende de dedicaciones exclusivas. Su sello personal se nota en sus muebles con aires a lo Bauhaus, en sus cuadros o música. Ese aire de extrañeza que rodea toda su obra, y que como en el caso de tantos otros creadores muy personales, ya roza el cliché. Ante la perplejidad de los espectadores Lynch siempre ha mantenido que si sus obras se visionan con la actitud de un niño, sin apriorismo: es cuando mejor se experimentan y asumen sus creaciones.

Si Spielberg apelaba al niño que llevamos dentro por la vía sentimentaloide, Lynch apela a la falta de prejuicios vía sensitiva.

Sin necesidad de que hable con un leño: ¿qué biblioteca no tiene (o ha tenido alguna vez) un usuario que pareciera salido de Twin Peaks?

 

Después de todo: ¿realmente son tan extravagantes sus personajes? Si recogiéramos muchas de las anécdotas que acumulan los profesionales que trabajan en las bibliotecas en su día a día: dejarían de resultarnos tan extraños los mundos de Lynch. Todos somos muy, pero que muy raros, si se nos observa con detenimiento.

Sin dar nombres, ni lugares podemos dar fe de que en alguna biblioteca se han vivido desde trances místicos en directo, a intentos de controlar la vida de una expareja a través del uso de su carné de biblioteca, a reclamaciones por estar envenenado al público mediante los productos de limpieza de los baños, a denuncias por tener peluquerías clandestinas en el sótano, intentos de montar una agencia de contactos utilizando las instalaciones de una biblioteca, y así un largo etcétera que callamos por discreción y confidencialidad.

 

Cuadro de David Lynch

 

En definitiva, que no te guste el mundo de Lynch es algo totalmente respetable. Pero que esa falta de interés sea porque no nos guste su estilo, obsesiones, o incluso, porque buscamos en la ficción el sentido y el orden que nos faltan en la vida real: pero no porque se le acuse de absurdo. Solo hay que mirar alrededor para confirmar que, en ocasiones, su cine es lo más cercano al momento que estamos viviendo.

 

Una de las inquietantes bibliotecas de Marc-Giai Miniet.

 

Nos sabemos si Lynch conoce la obra del artista francés Marc-Giai Miniet: pero sus mundos tienen más de un punto en común.

Las obras de Miniet recrean pequeños universos cerrados en cajas en las que las bibliotecas suelen tener un lugar preferente. Las arquitecturas que recrea son decadentes, 13 rues del percebe con un punto inquietante, las tripas al aire de edificios al borde del desahucio.

Y en casi todas estas construcciones las bibliotecas y los libros coronan la estructura: a veces iluminando, otras, invocando historias truculentas, fantasmas y secretos inconfesables.

Una biblioteca puede ser luminosa por ayudarnos a no caer en dogmatismos, en prejuicios, en ideas precocinadas para consumo masivo; pero también puede ser oscura, servir para manipular, tergiversar, confundir y enfrentar.

Tal vez un día deberíamos ahondar en ese lado oscuro de las bibliotecas.

Por el momento con los edificios ruinosos de Miniet y las atmósferas cargadas gentileza de Lynch: ya tenemos la dosis justa de inquietud que nos trastoque la realidad sin llegar a aterrorizarnos (¿o no?).

 

 

 

 

Y para cerrar este post lleno de flecos que cada uno puede interpretar como mejor le venga: nada mejor que el último tema del que fuera líder de los Samshing Pumpkins: William Patrick Corgan. The Spaniards (Los españoles) así se llama esta canción con críptica letra a la que el vídeo que la acompaña no ayuda a hacer más inteligible. En él, un joven soldado herido en la guerra es acogido por unos extraños personajes (los españoles): que le llevan a un mundo fantástico en el que se convierte en un guerrero invencible. Eso sí, en esta interpretación tomada de la web Jenesaispop (que es donde hemos descubierto el vídeo) no queda claro ni en qué bando se posiciona, ni cual es la finalidad de su lucha.

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Déjà vu de biblioteca

 

«Yo soy grande, es el cine el que se ha hecho pequeño»

Norma Desmond en El crepúsculo de los dioses (1950) de Billy Wilder

 

El pasado convertido en presente y viceversa en una joya de la ciencia ficción reciente.

Nos están escamoteando el presente. La industria de la nostalgia funciona a plena máquina desde hace unos años: y las bibliotecas actúan como antídoto y veneno, al mismo tiempo, de esa explotación mercantilista del pasado.

Yo fui a la E.G.B., la serie-homenaje a los 80 Stranger things, los vídeos de La bola de cristal, la reedición de los cómics de Esther y su mundo, la celebración de los 20 años de series como Al salir de clase o incluso de los 15º aniversario de Operación Triunfo. Si en los 80 un grupo prefabricado como La década prodigiosa vendía discos a costa de la nostalgia de los que habían sido jóvenes en los 60, los 70, y más adelante, hasta en los 80 (lo que da una idea de lo rentable que les ha salido): ahora la nostalgia ya se fomenta hasta en los que tienen 15 años con respecto a cuando tenían 10.

 

El póster de la serie Stranger things convenientemente avejentado por Netflix para reforzar su aire nostálgico.

 

En una entrevista reciente el escritor Antonio Orejudo, ante el lanzamiento de su novela inspirada en Los Cinco de Enid Blyton, decía que «la nostalgia en literatura acaba corrompiéndose y oliendo mal«. Y aquí añadimos que no solo en literatura. Se empieza idealizando los 50, los 60, los 70 o la época a la que correspondan los años de juventud: y se termina con lo de que cualquier tiempo pasado fue mejor. El presente va tan acelerado que el único valor seguro parece el pasado: y ahí están al quite los guardianes de las esencias, que en el mundo son, para convencernos de que les votemos y así recuperar ese tiempo perdido sin que pinte nada Proust en todo esto.

Si la juventud es el valor supremo de la sociedad de consumo desde los 60, una vez superada la franja de edad (cada vez más ensanchada) de los años que se identifican con la juventud: lo que te toca es vivir en un permanente revival que nos reafirme en que ya no se hace ni música, ni literatura, ni cine, ni arquitectura, ni televisión (bueno en esto último, para bien y para mal, es verdad) como la de antes. La memoria nos engaña y gracias a esta industria de la nostalgia nos hace vivir en un continuo déjà vu.Y es aquí donde deben entrar las bibliotecas. Pero antes: un inciso para el recuerdo.

 

El personaje de Julieta Serrano en el clásico Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988): enajenación mental, nada transitoria, por el pasado.

 

En el blog Centuries of sound su creador, James Errington, se ha propuesto crear recopilaciones de sonidos que sirvan para identificar los años de todo un siglo. El proyecto es ambicioso. Partiendo del año 1859 Errington va publicando en el blog sus montajes sonoros en los que combina, no solo músicas célebres de los años elegidos, sino también sonidos urbanos, discursos, diálogos, anuncios publicitarios y archivos sonoros de lo más dispar que sirven para situarse sonoramente en el año seleccionado. Por ahora lleva publicadas nueve recopilaciones: las que van de 1859 a 1893 y la de 2016. Poco a poco irá completando los años que quedan en medio:confeccionando así un atlas histórico sonoro de siglo y medio.

 

 

Tal vez la sonora, junto con la olfativa, sea el tipo de memoria que más rápidamente nos ubica en el pasado, en un momento concreto que hemos vivido o hemos creído vivir. Nunca hay que ignorar los muchos trampantojos que los sentidos urden para confundir nuestros recuerdos.

«Una noción de que un periodo de tiempo diferente, es mejor que el que estamos viviendo. Es una falla en la imaginación romántica de esas personas, que encuentran difícil lidiar con el presente.»

 

La maravillosa película El pasado (2013) de Asghar Farhadir.

Con esta frase el protagonista de la deliciosa comedia de Woody Allen, Medianoche en París (2011), asume que su deseo de vivir en otro tiempo no es más que una excusa para huir del presente. Nada hay más triste que alguien mayor de 40 se refiera como a «su época» como los años de juventud. Mientras estemos vivos es nuestra época y si bien las obligaciones, los problemas y las responsabilidades nos dejan menos tiempo para nuestras aficiones: no por eso estamos obligados a dejarnos llevar por la apatía.

Pero no seamos cínicos, en las bibliotecas la explotación de la nostalgia da muy buenos rendimientos en las estadísticas de préstamos. Como contrapartida es de justicia que sean también las bibliotecas las que ayuden a actualizarse a sus usuarios. Si el día a día no te da respiro para seguir atento a nuevas músicas, literaturas o cinematografías: para eso están las bibliotecas. Renovarse o morir culturalmente. That is the question. Y como no podía ser de otro modo desde la Biblioteca Pública de Nueva York llega una iniciativa muy estimulante.

 

Si hace poco hablábamos de fanzines y lo que pueden estos aportar a una biblioteca: en la biblioteca de NY han creado un fanzine, Library Zine!, hecho por los propios bibliotecarios de la red de la ciudad. El «Háztelo tú mismo» por un lado que preconizan los fanzines, y la inmediatez y libertad de contenidos en formato bibliotecario.

La montaña de nuevas funciones con que los tiempos está sobrecargando a la profesión (que si community manager, que si animadores socio-culturales, que si monitores de makerspaces, que si creadores de narrativas transmedias… y así hasta el infinito) se podría resumir en una sola denominación: profesional de la cultura. ¿Qué cómo se define eso? con la misma laxitud que muchas de esas otras denominaciones.

En definitiva de lo que se trata es de estar (y ser) inquieto culturalmente, no solo en tecnología, sino en la materia con la que se trabaja cada día: la cultura. Para luego saber transmitirlo mediante productos diseñados para los usuarios. El Library Zine! neoyorquino nace con la idea de explorar y experimentar para mejorar los servicios de las bibliotecas a través de la creatividad: ojalá lo consiga y genere nuevas formas de interacción con los usuarios.

Y en un alarde de incoherencia marca de la casa: cerramos con una de las exaltaciones del recuerdo y la nostalgia más bellas que se hayan filmado jamás. Se trata del final de la magnífica adaptación de Los muertos de James Joyce por John Huston en su película Dublineses (1987). Y atención a partir de aquí no se puede llamar spoiler: es que directamente reventamos la película a cualquiera que no la haya visto.

Tras una fiesta de Navidad en casa de las tías de su marido, la protagonista interpretada por Angelica Huston, se queda absorta al escuchar una música cuando se dispone a marcharse. Su marido intrigado, una vez de vuelta en su hogar, le pregunta el porqué de su ensimismamiento tras escuchar la canción. Entonces su esposa le revela una historia de amor trágica que vivió en su juventud, que nunca había desvelado, y que guardaba en lo más íntimo. Una vez dormida su esposa, el marido mira por la ventana mientras nieva, y su voz en off nos transmite toda la belleza y tristeza del paso del tiempo y de los recuerdos silenciados.

 

 

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Síndrome de Estocolmo bibliotecario

 

Síndrome de Estocolmo bibliotecario: «Dícese del peligro de contaminación intelectual inherente al hecho de visitar una biblioteca. Se concreta en posibles efectos devastadores sobre las propias creencias por el hecho de vagar de manera errática entre sus colecciones. Puede dañar seriamente la capacidad para sostener discursos únicos y puntos de vista acérrimos.»

 

Antonio Banderas y Victoria Abril en Átame (1989): el síndrome de Estocolmo como un cuento de hadas romántico.

 

Patricia Hearst ha conocido una segunda vida pública como actriz en las películas de John Waters. En Cry baby (1990) interpretaba a la convencional madre de Traci Lords.

Cuando la rica heredera neoyorquina Patty Hearst saltó a los medios por su secuestro allá por los 70 del siglo pasado: el público no estaba tan familiarizado como ahora con lo que significaba el síndrome de Estocolmo. En el caso del Síndrome de Estocolmo bibliotecario no existe violencia alguna ejercida por terceros sobre nuestro criterio, pero sí rapto. Rapto en el sentido de arrebato, de impulso, de revelación, sino ya mística, que sería demasiado, sí al menos intelectual.

En la hiperinflación de ideas, opiniones, teorías, posverdades o paranoias en las que vivimos lo que más se cotiza es el espejo de la madrastra de Blancanieves. Un espejo en el que mirarnos una y otra vez hasta convencernos de que llevamos la razón: y para eso acudimos a los medios que sabemos que piensan como nosotros, escuchamos a aquellos que dicen lo que nos gustaría decir a nosotros, y nos rodeamos de quienes sabemos que no nos llevarán la contraria. Y lo cierto es que la atomización de la información que proporcionan las redes, lejos de poner difícil este ombliguismo, cada vez lo hace más fácil.

 

La dictadura de Kim Jong-un en emoticonos.

 

Vivimos en la dictadura de los emoticonos (o emojis según la edad). Todo tiene que ser emocional, visceral, sentimental, inmediato. Y así la pausa que se necesita para reflexionar se esfuma; y vamos poniéndoselo un poco más fácil a los robots: que serán los que se ocupen de gestionar lo racional con la eficacia de un algoritmo.

Jobcalypse: el fin del trabajo humano y cómo los robots nos reemplazarán. 

Y hablando de algoritmos. En la web Will Robots Take My Job? (¿Me quitarán mi trabajo los robots?) se puede introducir la profesión sobre la que se tenga dudas sobre su futuro; y en pocos segundos la web devuelve un informe completo sobre las probabilidades que dicha profesión tiene de ser suplantada por robots, basándose en un estudio que analizó más de 700 trabajos.

Por supuesto, al saber de la existencia de esta web, lo primero que hicimos fue introducir en su buscador «librarian» y el resultado fue de un 65% de probabilidades de que los robots dejen en el paro a la mayoría de bibliotecarios actuales. Nada se dice de las bibliotecas, que como sosteníamos en Una verdad (bibliotecaria) incómoda: puede que lo tengan más fácil para sobrevivir que los propios bibliotecarios.

 

Dibujo publicado en el periódico The Moscow Times de la bibliotecaria Natalia Sharina durante el juicio en el que se le acusa de promover el odio étnico.

 

Pero algo habrá que hacer con ese 35% que dejan los robots para la supervivencia de la profesión bibliotecaria. Y la bibliotecaria moscovita Natalia Sharina, a su pesar, lo está haciendo.

Póster diseñado por la Asociación Ucraniana de Bibliotecas para pedir la libertad de Natacha Sharina.

Sharina ha sido, antes de que la destituyeran fulminantemente, la responsable de la Biblioteca de Literatura Ucraniana de Moscú. Actualmente Sharina se enfrenta a un juicio por crímenes de odio porque los libros que se custodiaban en dicha institución (la mayoría en acceso restringido) no concuerdan con la versión oficial que el régimen ruso quiere implantar sobre la realidad ucraniana.

Entre las acusaciones se encuentra: la de no filtrar, ni destruir aquellas obras que pudieran considerarse contrarias al discurso gubernamental. Trump acusa a los medios a través de su cuenta de Twitter, su homólogo ruso Putin: ni siquiera necesita de redes sociales para aplicar el algoritmo de la represión. Lo hace a la vieja usanza, como siempre se ha hecho.

La batalla legal que ha envuelto a esta bibliotecaria rusa peca de rancia, como todo lo que últimamente proviene de la tierra de Tolstoi, Dostoyovski o Chejov. Pero hay debates más contemporáneos, pero tan estúpidos que parecieran provenir de otros tiempos, en los que la libertad cultural sigue poniéndose en entredicho. Es el caso del apropiacionismo cultural.

 

El último caso de apropiacionismo cultural. Chanel convierte en objeto de lujo uno de los símbolos de los aborígenes australianos, el bumerán, y los defensores de la pureza étnica cultural atacan de nuevo.

 

El excelente libro de relatos breves de Antonio Pereira.

Ese nuevo/viejo exceso del discurso políticamente correcto cuyos efectos, de propagarse, pueden llegar a equipararse a los del calentamiento global, según el cual: es necesario preservar la pureza original de toda creación cultural impidiendo que sea desvirtuada por individuos ajenos al entorno en que se generó.

Si bien el debate o la polémica (mucho mejor polémica: ¿qué sería de un texto digital hoy día sin que incluya como reclamo la palabra en cuestión?) se ha centrado en representantes mainstream de la cultura de masas. La última crónica sobre apropiacionismo cultural se generó hace dos meses en el Museo Whitney de Arte Americano de Nueva York.

La polémica (otra vez) corre a cuenta de la obra que la pintora Dana Schutz dedicó a Emmett Till, un adolescente negro asesinado por coquetear con una mujer blanca en la década de los 50. La denuncia sobre el racismo que lleva implícita la obra no fue del agrado de determinados colectivos precisamente por el color de piel de la autora: blanco. Las protestas no exigieron solo la retirada de la obra en cuestión, sino incluso su destrucción.

 

«El espectáculo de la muerte negra»: el mensaje/denuncia en forma de camiseta frente al cuadro acusado de apropiacionismo por estar pintado por una blanca.

Houellebecq, probablemente, sea el único secuestrado que induce el síndrome de Estocolmo en vez de sufrirlo él.

Todo este debate aún puede sonar lejano en nuestro país, pero dada la celeridad con que exportamos los peores hábitos foráneos (y obviamos muchas veces los mejores) será cuestión de estar alerta ante esta exigencia de pureza étnica cultural. Esto del apropiacionismo cultural es como un bumerán (de Chanel a ser posible) que si te descuidas te golpea en la cara dándole la vuelta a tus propios argumentos.

No en Australia, pero sí en otras costas bañadas por el Índico, en esa India a la que autores como Rudyard Kipling (que hoy, pese a haber nacido en Bombay, estaría bajo sospecha por ser de padres ingleses) popularizaron en Occidente: se puso en marcha uno de los mejores antídotos contra la intolerancia y un ejemplo perfecto de síndrome de Estocolmo bibliotecario.

 

Fue el pasado 22 de abril cuando se celebró por primera vez en la India, concretamente en la ciudad de Hyderabad: una biblioteca humana con 20 candidatos «a ser leídos». El proyecto de origen danés de The Human Library, que promueve encuentros entre personas para compartir experiencias de vida  lleva desde el año 2000 promoviendo conexiones que desmonten nuestras pequeñas visiones del mundo. Como interpelaba el eslogan para anunciar la celebración de esa primera Biblioteca humana hindú: ¿Cuál es tu prejuicio?

En marzo fue Valencia la que vivió la experiencia de una Biblioteca humana dentro del Festival Internacional de Cortometrajes y Arte sobre Enfermedades. Desempleado, gitana, trabajadora sexual, hombre gay seropositivo, cuidadora con escasos ingresos, persona con trastorno mental y persona con diversidad funcional: fueron los siete libros humanos para experimentar el saludable síndrome de Estocolmo que las bibliotecas propician con sus ejemplares impresos, digitales o de carne y hueso.

 

Abrimos con Cry baby de John Waters y cerramos con Cecil B. Demente (2000) del mismo Waters (en la que Patricia Hearst hacía un cameo).  Un director de cine independiente rapta a la rutilante estrella hollywoodense para obligarla a protagonizar su próxima producción en contra del sistema. La estrella termina fielmente entregada a la causa antihollywoodense.

 

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Greta Garbo en los tiempos de Instagram

 

Greta Lovisa Gustafsson, la divina, la esfinge, la mujer que no reía, con sólo 36 años, en el culmen de su fama, dijo aquello de «quiero estar sola«. Se quitó su disfraz de Greta Garbo, e intentó llevar una vida anónima sólo profanada por los teleobjetivos de algún que otro paparazzi. En el siglo XXI, sería mediáticamente imposible que pudiera existir otra Garbo. Si nuestra Pepa Flores/Marisol también lo consiguió, es porque su retiro fue cuando internet estaba en pañales, y las redes sociales, ni se podían avistar.

David Bowie aprendiendo actitud de la diva Elizabeth Taylor.


Las estrellas en la era del Instagram (pese a los intentos de alguna como Lana del Rey, que tanto empeño pone, o la cantante que ha decidido escamotear su rostro a las cámaras: Sia), no pueden aspirar ni por asomo a ese misterio, a esa aura inalcanzable del que divas como la Garbo, la Dietrich o la Callas hicieron marca de fábrica. Hace años Bowie, visionario en todo, avanzaba una idea, mucho antes de las redes sociales, que hoy cobra toda su vigencia: 


«realmente creo en la idea de que hay un nuevo proceso de desmitificación entre el artista y la audiencia»


Ya apuntábamos en Bibliotecas en el candelabro que la fama se ha abaratado tanto, que en breve, la única distinción posible pasará por el anonimato. Donde antes había misterio, dosificación y distancia: ahora hay cotidianidad, cercanía y una apariencia imposible de normalidad. Gloria Swanson (última cita, prometido) se describió a sí misma y al resto de estrellas que reinaban en los años del Hollywood dorado con esta frase: «nos veían como dioses y nosotros nos comportábamos como tales«. Pero ¿quién necesita a unos dioses domésticos?  

 

Gloria Swanson consciente de su divinidad, y de la vulgaridad del mundo moderno, en El crepúsculo de los dioses (1950)

El rumor como sustento de la fama a través de la historia en este ensayo de Hans-Joachim Neubauer.


En una reciente editorial de la web de música y cultura pop Jenesaispop se extrañaban de que algunos medios, al hablar del atentado durante el concierto en Manchester de la pasada semana, tuvieran que explicar a sus lectores quién es Ariana Grande.

Para una web de música dirigida a un público potencialmente joven: el hecho de que los medios desconozcan a una cantante con millones y millones de seguidores en Instagram: es tan extraño que les lleva a preguntarse si acaso la cultura importa cada vez menos.  Desde esferas culturales alejadas del mundo pop (literatura, músicas alternativas, danza, artes plásticas, en definitiva, todo lo que no sale de Hollywood o de la industria pop) no deja de resultar divertido constatar que, los antaño fenómenos de masas, están viviendo la misma fragmentación de audiencias y público que el resto.

Y es que la sobreexposición de todo, y de todos, no lleva a mayor reconocimiento, simplemente aboca a la saturación. Las redes sociales han troceado la fama y los que son famosos para muchos son ignorados por el resto. Y de este modo nichos de popularidad impermeables entre ellos se suceden descuartizando las audiencias.

Según un reciente estudio, de esos que vienen tan bien para rellenar espacio en los medios (y en este blog): Instagram puede que sea la red social más adictiva. La Real Sociedad de Salud Pública en colaboración con la Universidad de Cambridge avalan esta investigación cuyos resultados alertan de la imagen distorsionada de la realidad que ofrece, y de fomentar el denominado síndrome FOMO: o lo que es lo mismo «el miedo a perderse algo».

 

Fray Guillermo de Baskerville en la lúgubre biblioteca de El nombre de la rosa (1986)

 

Bien, no vamos a contradecir a tan respetables instituciones, pero aquí tenemos otra teoría. En realidad lo que sucede con Instagram y demás redes sociales es que se pierde el misterio. Y al síndrome que produce la ausencia de un poco de misterio, de intriga, de secreto: aún no se le ha puesto nombre. Y ¿dónde se puede encontrar un poco de misterio, de secreto, de intriga en este mundo transparente y sobreexpuesto?

Ahora cabría esperar un texto con aires panegíricos ensalzando las virtudes de las bibliotecas en estos tiempos desmadrados, de su estatus como instituciones que aún guardan las esencias, la magia y los misterios insondables de la cultura y de mil lindezas más por el estilo: que provocaría escalofríos hasta en los que aún son capaces de soportar powerpoints con frases de autoayuda sin que les salga un sarpullido. Pero va a ser que no.

 

La Biblioteca de Stuttgart (Alemania) tratando de ganar algo de misterio con iluminación azulada.

 

Tras la expectación por Twin Peaks en 2017 no hay otra cosa que el deseo de que el misterio nunca se desvanezca.

Las bibliotecas, como las estrellas de cine o del pop, también perdieron el misterio hace mucho. Si se posee la suficiente capacidad para abstraerse de los tour operators: es posible que algún viajero consiga, con suerte, recrear algo del misterio que poseían esas bibliotecas antiguas, que siempre aparecen como las más bellas, en los listados que los medios publican cuando no saben con qué rellenar el hueco reservado a cultura. Pero en las diáfanas, brillantes, transparentes y futuristas bibliotecas de nueva planta de mediados del siglo pasado en adelante: buscar el misterio es como buscarle un sentido a Twin Peaks.

Tal vez por ello en muchos de estos espacios abiertos, límpidos y de salas con perspectiva: muchos lectores o estudiantes buscan los recovecos, los escondrijos, los espacios muertos entre estanterías, los rincones más alejados de esas panorámicas que tanto gustan a los arquitectos al proyectar los espacios de una biblioteca: y se refugian en ellos. ¿Será en busca de un poco de ese misterio, de ese recogimiento que se respiraba en las bibliotecas antiguas?

Repasando las tendencias en mobiliarios de bibliotecas de última generación, inauguradas recientemente, que recoge el Library Journal: se diría que esa idea se corrobora.

 

Sillones Ziva Lounge en las bibliotecas de Lone Tree de Douglas County

El Privée sofá de la Hewitt Public Library.

Sillas de bola estilo Eero de la Biblioteca Evans del Instituto de Tecnología de Florida. Los espacios de esta biblioteca son tan grandes que los estudiantes incluso preguntan si pueden reservarlas. 

El autobús de la zona infantil de la Biblioteca Metropolitana de Columbus no es que invoque ningún misterio, ni ansia de anonimato; pero da igual, es tan chulo que no íbamos a dejar de ponerlo. 

 

Paradojas de este tiempo: por un lado se busca la transparencia, la exhibición continua; y por otro, se despierta ese anhelo de aislamiento, de intimidad, en definitiva, de misterio. Y a este río revuelto es al que las bibliotecas tienen que acudir a pescar. Por un lado, preservando pequeñas islas de recogimiento en medio de, sus cada vez más, futuristas espacios; y por otro, estableciendo lazos entre esos nichos de popularidad que las redes multiplican, al tiempo que impermeabilizan, aislando a las audiencias. No van a recuperar el misterio, la liturgia, el aura de la que hablaba Walter Benjamin; pero al menos si que tendrán más piezas para moverse en el tablero en el que se está jugando todo hoy día.

 

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Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Lectura por grupos musculares

 

Todo va tan rápido que ignoramos las señales hasta que el choque es inevitable. Los cierres de bibliotecas en Reino Unido de los últimos años estaban creando el caldo de cultivo perfecto para el triunfo del brexit. ¿Qué otra cosa más que la cerrazón intelectual y reflexiva (independientemente de lo que se opine sobre la UE) se podía prever del debate público en un país que ha pasado de crear  instituciones como las bibliotecas públicas a cerrarlas a mansalva?

Y las señales, bueno no, las evidencias prosiguen día a día. La última: la amenaza de cierre de bibliotecas en el distrito sur de Londres, concretamente: de la biblioteca de Carnegie en Herne Hill y la de Minet en Myatt’s Fields. Según las autoridades municipales de Lambeth para reconvertirlas en gimnasios. Buena idea, así los hooligans tendrán más sitios donde ejercitarse, y cuando viajen de nuevo a Madrid por un partido de la Liga de Campeones; en lugar de tomarse un relaxing cup of coffee in the Plaza Mayor: humillarán con más brío a indigentes y camareros.

 

 

Aunque hay que ser justo. Activistas londinenses (nos gustaría pensar que de ese 48,1% que votaron contra el brexit) se han movilizado en la campaña Defend The Ten que persigue impedir a las autoridades esta reconversión gimnástica de las emblemáticas bibliotecas del barrio. Tienen argumentos en los que apoyarse: según las estadísticas de 2015 ambas bibliotecas mejoraron en número de visitas, nuevos socios, préstamos y colecciones.

La última acción de esta plataforma Defend The Ten ha sido rodear las citadas bibliotecas con las cinematográficas cintas policiales que señalan el escenario de un crimen. La mayoría, afortunadamente, sabemos de estas cintas por las películas y confiamos en no tener que verlas en la vida real; pero la protesta no puede resultar más elocuente. ¿A cuántos lugares no nos gustaría envolver con las fotogénicas cintas? Pero las autoridades municipales del distrito londinense tienen antecedentes en convertir bibliotecas en gimnasios a pocos kilómetros.

 

La biblioteca de Carnegie en Londres escenario del crimen.

 

En el más céntrico y también cinematográfico barrio de Notting Hill (aquel en donde un modesto librero enamoraba a una estrella de Hollywood): una orgullosa placa en los números 206-208 de la calle Kensington Park Road anuncia The library. Por el aspecto externo podría serlo, y una vez dentro sus salones y espacios dejan claro que allí hubo una biblioteca de verdad: pero la maquinaria que ahora ocupa el espacio del patio central evidencia que hace tiempo se transformó en un exclusivo centro deportivo.

 

The library, el gimnasio inteligente en Notting Hill.

 

Tanto la imaginería que utiliza este exclusivo club, como la terminología que aplica a sus diferentes servicios y actividades, explota el mundo bibliotecario. La pena es que una vez entras en secciones de su web con nombres tan prometedores como The reading room lo que te encuentras es una selección de revistas, artículos y capítulos de libros en PDF sobre alimentación, moda, o por supuesto, deporte.

Nada que objetar, salvo su falta de ambición. Si has creado un gimnasio que parece una biblioteca, si se autodefinen como «el gimnasio inteligente»: ¿por qué no recuperar, aunque sea un poco, el espíritu de la Academia griega?, ¿no resultaría mucho más innovador integrar la oferta propia de una biblioteca a las rutinas para mantenerse en forma?

 

Hugh Grant, que encarnaba al tímido librero en la romántica Notting Hill (1999), también encarnó a Lord Byron en la cinta de Gonzalo Suárez: Remando al viento (1988). El poeta romántico por excelencia fue un gran nadador que, entre otras hazañas, cruzó en una hora el estrecho de Dardanelos en Grecia.

 

Con estas conexiones deportivas-literarias ¿por qué no incluir junto a la preceptiva tabla de ejercicios equivalencias literarias-musicales-cinematográficas-comiqueras….? Cultura por grupos musculares. Si el cerebro es el que hace moverse a los músculos ¿por qué se le utiliza tan poco en los entrenamientos? Promovamos un desarrollo integral. Hasta la tecnología se pone de nuestra parte: las últimas innovaciones en el campo del deporte son fácilmente explotables para nuestros propósitos:

 

Los auriculares Sony Walkman NWWS413

 

Sony acaba de lanzar un walkman resistente al agua dulce o salada, con memoria interna de 4 GB y con una autonomía de 12 horas. En pleno boom de los audiolibros ¿no resultaría estimulante escuchar el microrrelato Natación de Virgilio Piñera mientras se siente el agua discurrir por nuestro cuerpo a cada brazada? ; en un deporte al aire libre ¿no se recuperarían las fuerzas al escuchar que: “la verdadera libertad consiste en el pleno dominio de uno mismo” u otras tantas reflexiones igual de energizantes de Montaigne?

 

El Apple Watch Nike: ¿cuándo van a lanzar un reloj inteligente que, además de los pasos o las calorías, contabilice lo que lees cada día?

 

Apple ha lanzado un reloj en colaboración con Nike para cuantificar tanto el ejercicio que haces como lo que comes o duermes. Este afán obsesivo por monitorizarse, por registrar hasta las intimidades de tu organismo de manera voluntaria: va allanando el camino para que, cuando la Inteligencia Artificial nos rodee por completo, aceptemos su dictadura sin resistencia. Pero puesto que es algo que parece irremediable: ¿por qué no incluir en esas mediciones lo que leemos, vemos y escuchamos?

El casco para ciclistas Coros LINX Smart Cycling Helmet.

El Coros LINX Smart Cycling Helmet, así con bien de palabrejas que le den empaque anglófilo, es un casco para ciclistas que no sabemos muy bien si se ajustará a los preceptos de la seguridad vial. El caso es que permite escuchar música y comunicarnos con manos libres.

Sentir como nuestra cara corta el viento a cada pedalada, mientras nos recitan las deliciosas anécdotas que Miguel Delibes reunió en su librito Mi querida bicicleta: puede que no nos lleve a vestir el maillot amarillo pero el placer del paseo se incrementará a cada kilómetro.

Pero volviendo al gimnasio. Si a Woody Allen al escuchar a Wagner le entraban ganas de invadir Polonia: ¿qué energías no insuflará el agarrar las mancuernas para hacer un press militar al ritmo de la obertura de Los maestros cantores de Nüremberg? Si Blake Edwards nos enseñó en 10, la mujer perfecta que el Bolero de Ravel servía para hacer el amor ¿cuántas calorías no se quemarían a su ritmo en la elíptica?

 

Nicki Minaj, todo elegancia y distinción promoviendo la estética del gimnasio como fábrica de clones a mayor gloria de Mediaset y medios afines.

 

¿Acaso la Primavera de Vivaldi, la Pequeña Serenata Nocturna de Mozart o un vals de Strauss no se avienen mejor al cuerpo y al espíritu que el Black Flame Remix del Anaconda de Nicki Minaj para los sprints, escaladas y pedaleos suaves que exige el spinning? , ¿qué imprevistas conexiones neuronales se activarán al identificar el placer de la música clásica con la rutina de los ejercicios?

 

 

¿Qué relatos serán los idóneos para ejercitar glúteos y femorales? ¿y los más indicados para acompañar el peso libre en el press banca o en las sentadillas? ¿qué autores acompañarían mejor las superseries de peck deck? Se excluyen a Chuck Palahniuk o Murakami por demasiado obvios.

 

Al final al mirarse en el espejo para comprobar los resultados de tanto esfuerzo no se quedaría en un hueco acto narcisista; porque esos bíceps desarrollados serían la consecuencia tanto de las mancuernas como de los microrrelatos de Andrés Neuman; esa espalda musculosa no sería solo por las dominadas sino también por las reflexiones de Marco Aurelio; y esos abdominales bien definidos se habrían logrado al ritmo de la prosa de Ricardo Piglia. El equilibrio entre mente y cuerpo sería una realidad y ese bienestar que pregonan las revistas de tendencias algo más que un mero eslogan.

 

 

La malcasada de Luis Alberto de Cuenca

 

Me dices que Juan Luis no te comprende,

que sólo piensa en sus computadoras

y que no te hace caso por las noches.

Me dices que tus hijos no te sirven,

que sólo dan problemas, que se aburren

de todo y que estás harta de aguantarlos.

Me dices que tus padres están viejos,

que se han vuelto tacaños y egoístas

y ya no eres su reina como antes.

Me dices que has cumplido los cuarenta

y que no es fácil empezar de nuevo,

que los únicos hombres con que tratas

son colegas de Juan en IBM

y no te gustan los ejecutivos.

Y yo, ¿qué es lo que pinto en esta historia?

¿Qué quieres que haga yo? ¿Que mate a alguien?

¿Que dé un golpe de estado libertario?

Te quise como un loco. No lo niego.

Pero eso fue hace mucho, cuando el mundo

era una reluciente madrugada

que no quisiste compartir conmigo.

La nostalgia es un burdo pasatiempo.

Vuelve a ser la que fuiste. Ve a un gimnasio,

píntate más, alisa tus arrugas

y ponte ropa sexy, no seas tonta,

que a lo mejor Juan Luis vuelve a mimarte,

y tus hijos se van a un campamento,

y tus padres se mueren.

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Del bodybook a la zumba poética: entrenamientos de biblioteca

 

El lapso entre la semana pasada y la presente en este blog es como el surco de un vinilo: sirve de pausa pero cuando empieza a sonar la siguiente pista el estribillo viene a ser el mismo. Cerrábamos con Nietzsche convertido en fetiche pop y abrimos con un cruce entre Nietzsche y Schwarzenegger gentileza del dibujante Godoy. Filosofía y fitness. Esa filosofía que se extirpa de los planes de estudio de los jóvenes, y ese fitness que triunfa entre los que aspiran al olimpo de algún reality de Telecinco.

En la Academia ateniense el cultivo de la mente y el cuerpo se complementaban en pos de un equilibrio. En las academias más concurridas de nuestro tiempo se preparan oposiciones para funcionario. Por eso la imagen halterófila del filósofo que reflexionó sobre el superhombre (el übermensch no el que vuela en pijama con capa) es la mejor entradilla para demostrar, aunque sea en este texto, que el cultivo de cuerpo y mente no son excluyentes, sino todo lo contrario.

Gimnasia para escritores de Eliza Clark

No sabemos el momento histórico exacto en el cual el cultivo de la mente y el cuerpo se deslindaron de tal manera: que el ejercicio físico y el intelectual parecieran casi antagónicos. Debió ser por la Edad Media con la demonización de la carne que trajo la Inquisición y la separación entre cuerpo y espíritu que tanto daño nos sigue haciendo. Pero lo cierto, es que entre el gymnasion griego, y el bodypump, el spinning, el bodybalance o la zumba de los gimnasios actuales: pocas similitudes se encuentran.

De ahí que la figura del intelectual siempre se asocie a un individuo de expresión interesante (si no fuma en pipa en la foto de la contraportada, que ya anda en desuso, sí al menos con gafas), para el que las cuestiones del ejercicio físico quedan muy lejos de sus intereses. Y como todo tópico, sólo hace falta repasar a algunos de las figuras literarias más relevantes, para que la figura de sedentarismo que se asocia a los escritores se desarme por completo.

El ejemplo más significativo, por actual, sería el de Murakami. El escritor japonés relaciona su gran afición por correr con la creación literaria en su obra: De qué hablo cuando hablo de correr. Para Murakami escribir es una labor física, y a la inversa, el ejercicio físico es algo espiritual. Si a lo largo de la historia no han sido pocos los creadores que han buscado abrir las puertas de su percepción a través de las drogas; el deporte, puede llegar a ser una mejor forma de abrir la mente a otros niveles.

Montaigne ya habló de la importancia del ejercicio físico, como parte indisociable del desarrollo personal. Y bien por seguir esta máxima, o por dar salida de manera física a tantos demonios internos: la relación entre los literatos y la práctica deportiva es más fecunda de lo que pudiera parecer.

Hemingway embelesado en lo macho que resultaba.

Jack Kerouac, atleta universitario.

Desde Hemingway que fiel a su exaltación de la virilidad se volcó en la práctica del boxeo; Julio Cortázar fue un aficionado al tenis; Milan Kundera rompió el estereotipo de intelectual enclenque al sumar a su ya de por sí envergadura física, la práctica del levantamiento de pesas; Jack Kerouac ganó una beca en la Universidad de Columbia para jugar al fútbol americano; o la mismísima Agatha Christie, fue pionera en practicar el surf en las playas de Ciudad del Cabo o Honolulu.

Claro que si hablamos del deporte rey, el asunto convoca a muchos más nombres (¡ojo! escritores que jugasen al fútbol, no que escribieran o les gustase, que eso daría para muchos capítulos) entre los más significativos estaría Albert Camus.

El autor de La peste o El extranjero, que de no ser por la tuberculosis que le atacó a los 17 años, estaba decidido a volcarse profesionalmente al deporte que era su pasión. Y del balompié extrajo muchas de las conclusiones morales y de comportamiento que conformaron el ideario ético que luego transmitió a través de sus obras.

Y tantos, y tantos otros literatos para los que el ejercicio creativo formaba y forma un todo con el físico, nutriéndose de ambos a la vez. ¿Cuándo se podrá de moda en los gimnasios el bodybook, o el reading en circuito, el pilates literario o la zumba poética? Más de uno nos abonaríamos a esas clases.

 

Sentadillas ilustradas con peso libre: el mejor ejercicio para tener unos glúteos firmes y una cabeza bien amueblada.

 

La mancuerna definitiva o el aprovechamiento infinito de los libros.

En el post De los walking dead a los walking readers: se hace camino al leer íbamos más allá del gremio literario a la hora de abordar las armoniosas relaciones que pueden establecerse entre ejercicio físico y mental. Pero, ¿y el gremio bibliotecario? ¿a qué dedica el tiempo libre?

Lo sentimos por dejar que se cuele esta cita a José Luis Perales pero, sobre todo, por no tener conocimiento de ningún estudio al respecto desarrollado por ANABAD, ni la IFLA, ni Fesabid. Tendremos que recurrir a otras fuentes, bueno más que a una fuente a un manantial: internet.

De bibliotecas que promueven el ejercicio tenemos el ejemplo magnífico de la Biblioteca de Castilla La Mancha que en cuestión de días celebrará su 5ª Carrera del Día del Libro y la 4ª Subida y bajada a los torreones de El Alcázar. Pero para demostrar que el gremio bibliotecario rompe una vez más con los estereotipos en que, pese a todo, se empeñan en confinarlo: nada como las bibliotecarias roller girls.

 

En nuestro ámbito la medalla de oro de bibliotecaria sobre ruedas (lleve puestos o no los patines) sería para Ana Ordás: que cuando no está gamificando aquí y allá ejerce como monitora de patinaje en Madrid. De celebrarse algún día unas olimpiadas bibliotecarias que incluyeran esta disciplina sin duda sería nuestra representante.

En los Estados Unidos donde está más extendido este movimiento de las derbrarians (cruce entre derbi y librarians) la última en organizar un Roller Derby femenino ha sido la Biblioteca Pública de Cumberland County (Carolina del Norte) el pasado 1 de abril.

Jessica Zucker, roller girl bajo el alias de Lápiz de labios bibliotecario.

 

No es pionera en esto de asociar ruedas y bibliotecas más allá de carritos portalibros o bibliobúses. Hace unos años la Biblioteca de Deschutes en Oregón llegó a ofrecer descuentos a través del carné de biblioteca para las participantes en el derbi de roller girls que promovieron; e incluso completaban la participación haciendo que las patinadoras promocionasen la lectura comentado sus libros favoritos.

No todo está perdido. El superhombre/ la supermujer de hoy día, para serlo, tiene que romper con las tradiciones, desmarcarse del rebaño, evitar el resentimiento: tal y como exigía el culturista Nietzsche a su superhombre. Para conseguir todo eso en nuestros días no existe mejor aliado que recurrir a la cultura y, por ende, a las bibliotecas. Y además según anuncian esos oráculos de nuestro tiempo que son las revistas de moda: se acerca la temida operación bikini. Ya no hay excusa para poner en práctica la filosofía & fitness.

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Las bibliotecas son el nuevo rocanrol

 

En el álbum Periodo glaciar de Nicolas de Crécy tras una brutal glaciación la humanidad ha perdido toda memoria sobre cómo era la civilización de sus antepasados. Un grupo de arqueólogos e historiadores cruzan un desierto helado hasta encontrar un edificio prácticamente sepultado bajo el hielo. En dicho edificio les aguardan algunas de las mayores obras de arte de la historia que ellos sin referencias: intentan explicar según las teorías más peregrinas.

Desde la Gioconda a la Victoria de Samotracia, pasando por la Venus de Milo o La libertad guiando al pueblo: y es que el edificio en cuestión no es otro que el museo del Louvre. Algo que lógicamente estos habitantes del futuro desconocen por completo. Y como la realidad siempre imita a la ficción: precisamente acaba de anunciarse estos días que se pondrá en marcha el Archivo Mundial del Ártico. Un búnker subterráneo en un lugar del Ártico noruego en el que se almacenará la información de la humanidad: para que en caso de apocalipsis los futuros habitantes/visitantes sepan quienes fuimos.

 

 

Alessandro Baricco en su ensayo nos impelía a aceptar lo inevitable: el cambio de paradigma cultural. Pero no desde el desánimo sino desde la aceptación. Los jóvenes «bárbaros» siguen necesitando referentes.

Pero por el momento no hace falta proyectarse tan lejos: aquí y ahora, sin apocalipsis alguno de por medio (al menos mientras que a Trump o Kim Jong-un no se les vaya la pinza del todo): para muchos nativos digitales descifrar códigos culturales previos a la ‘glaciación’ de lo digital es tarea prácticamente imposible.

¿Vamos a empezar con otro rosario de quejas sobre el sistema educativo, la abulia de las nuevas generaciones o la decadencia de la cultura en nuestros días? Todo lo contrario en todo caso vamos a darles la razón, y no es por ir de enrollados (el propio uso de la palabra «enrollados» ya abre un abismo generacional más grande que el Cañón del Colorado) es porque: ¿quién es capaz de soportar sobre sus espaldas siglos de cultura y no sentirse aplastado? Tal vez por eso el nuevo orden cultural que se está instaurando parte de un reseteo que no se sabe dónde nos llevará.

En la magistral La peste de Camus el funcionario Joseph Grand aprovecha sus ratos libres para escribir la novela perfecta. Grand es ambicioso, quiere escribir una obra maestra absoluta en la que cada palabra encaje de tal manera que ningún lector sea capaz de imaginar elección más acertada. Grand quiere ser grande, tan grande como los idolatrados literatos a los que aspira a emular. ¿El resultado?: que no consigue pasar de la primera frase.

 

Lucía Joyce, la atormentada hija del genial autor del Ulises.

 

La terrible historia de Hildegart Rodríguez, el asfixiante peso de la herencia materna llevado al extremo.

¿Cuántos hijos de grandes figuras han vivido existencias miserables incapaces de escapar del ejemplo paralizante de sus progenitores? ¿cómo se reinventa el mundo cuando ya parece estar todo inventado? Pero hasta los más irreverentes saben, aunque sea de manera inconsciente, que necesitan referentes.

El instituto coruñés O Mosteirón (Sada) es uno de los centros que acogen al proyecto europeo CinEd, Gracias a este proyecto los adolescentes descubren el cine europeo a partir de una selección de títulos que incluyen filmes de cineastas  como Godard, Erice o Käurismaki.

Enfrentar a los jóvenes abducidos por los blockbusters frenéticos de Hollywood a la cadencia de las imágenes de clásicos como El espíritu de la colmena o Pierrot le fou: es todo un reto. Limpiarles la mirada para que sean capaces de reubicarse de manera crítica en relación con la cantidad ingente de imágenes que engullen cada día. Proyectos así son los que pueden crear más Europa que cien tratados de comercio juntos.

 

Discoteca silenciosa en la Powell Library (Universidad de California) en 2013: bailar al son de una misma música compartida a través de los auriculares. Es música disco (el anatema del rock) pero es que aquí huimos de lo purista.

 

Ahora solo falta que se pongan en marcha programas similares que recuperen/integren la música, la filosofía, el cine, las artes plásticas, el cómic, la televisión (¿acaso no hay que desarrollar su espíritu crítico hacia lo que les es más inmediato?). Y mientras eso llega: ¿qué están haciendo las bibliotecas?

La mayoría de bibliotecas distinguen entre zonas infantiles/juveniles (de bebés a 14 años) y a partir de ahí zonas adultas. Pero esas segmentaciones de su oferta puede que estén más cuestionadas que nunca. Un reciente artículo de El País sostenía que los niños sí leen, al menos hasta los 13 años. Y ¿después? ¿es necesario caer enamorados de la moda juvenil, de los chicos, de las chicas, de los maniquís…?  El eterno reto bibliotecario que los tiempos están haciendo más perentorio que nunca.

 

Las adaptaciones a formato manga de grandes obras del pensamiento y la literatura de la editorial Herder.

 

Plataformas como eFilm permiten programar ciclos como los que TVE emitía hace décadas y que ayudaron a la formación cinéfila de tantos y tantos telespectadores. Y no solo cine, al incluir documentales, obras de teatro, series, conciertos, programas de televisión, etc… será posible seleccionar contenidos para diseñar acciones formativas desde las bibliotecas.

El libro Los nativos digitales no existen: cómo educar a tus hijos para un mundo digital ha puesto sobre el teclado la orfandad digital en la que viven los jóvenes pese a estar todo el día conectados. Si la educación sexual no se delega en la pornografía: ¿por qué para algo tan trascendental en sus vidas como es la tecnología no se planifica su aprendizaje?

En las bibliotecas escocesas se han puesto en funcionamiento hace poco los Clubes de Código: unos talleres para que niños y jóvenes a partir de los nueve años aprendan a programar y manejarse con las nuevas tecnologías.

 

 

Las bibliotecas no pueden, ni deben, asumir los objetivos de un centro educativo: pero sí que pueden aprovechar esos déficits a su favor. Si entre los mandamientos del Manifiesto de la UNESCO se incluía promover la autoeducación: los tiempos lo están poniendo aún más fácil. Y esto implica, en nuestros días, el hacer liviano ese peso de la herencia cultural que recae sobre los hombros de las nuevas generaciones.

¿La cultura tipo Reader’s Digest como nuevo canon bibliotecario? No nos pongamos apocalípticos. Más bien un concepto de cultura tan abierto, plural, desprejuiciado, permeable, contaminado y mutante como el que exigen unas generaciones que, como todas, lo único que pretenden es encontrar un discurso que hacer suyo.

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La revolución empezará en la biblioteca

 

 

«No es saludable estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma»

Jiddu Krishnamurti

 

Entre 1904 a 1906 Winsor MCcay publicó la tira dedicada a Little Sammy Sneeze en el New York Herald. El estornudo del pequeño Sammy resultaba subversivo en su inocencia: era el grito huracanado e irrefrenable de un arte que aspiraba a romper la claustrofobia de las viñetas para volar libre y surrealista. Entonces llegaron los superhéroes con sus estéticas, entre ridículas y fascistas, y confinaron a lo que hoy se entiende como novela gráfica en los estrechos márgenes industriales de los comic books (o cómics de grapa).

Pero no vamos a hablar de cómics aquí, aunque lo parezca, en realidad de lo que queremos hablar es de libertad de expresión. Y concretamente de libertad de expresión en bibliotecas. Ya desgranamos casos reales de intentos de censura en Acróbatas del tejuelo; y aquí en cierto modo damos una vuelta de tuerca de nuevo al asunto.

Hace pocos días saltaba la noticia de que la Biblioteca Pública de Nueva York expondrá los archivos de Lou Reed. Como dijo su viuda la compositora Laurie Anderson resultaba de lo más lógico que la memoria de Reed quedase en una institución como la biblioteca y en mitad de la ciudad que tan intensamente vivió.

¿Pero habría sido algo así posible en los años en que vieron la luz canciones como Heroin, Venus in furs o incluso su éxito más reconocible por las masas: Take a walk on the wild side? ¿no se habrían elevado muchas voces denunciando que cantos a las drogas, el sadomasoquismo o la transexualidad no deberían albergarse entre las respetables paredes de una biblioteca?

Es cierto que el tiempo desactiva la carga explosiva de muchos productos culturales que en su día escandalizaron.  Pero también es cierto que como repite Pedro Almodóvar últimamente: sus películas levantarían aún más ampollas en estos tiempos que en los 80 en las que nacieron. Mirándolo bien estamos de enhorabuena: la exacerbada corrección política que todo lo ahoga está creando un caldo de cultivo de lo más fecundo para el éxito de la irreverencia.

En otros tiempos eran los artistas los que hacía uso de la irreverencia para arraigar sus discursos creativos en la sociedad. Ahora en cambio son personajes tan groseros como Trump los que triunfan gracias a que tanta gente se la coja con papel de fumar por miedo a pisar algún callo (el reciente artículo de Alfredo Álamo en Lecturalia sobre los «lectores de sensibilidad»  ponía los pelos de punta). Puede que estemos en los albores de movimientos que, como el punk en los 70, sacudan el vertiginoso en las formas, pero amuermante en los contenidos: panorama de este mundo hiperconectado. Una señal clara provendría del auge de fenómenos culturales alternativos como son los fanzines.

 

El reciente artículo publicado en Tentaciones de El País: ¿Por qué el fanzine vuelve locos a los nativos digitales? describía el auge de este tipo de publicación vocacionalmente marginal, underground, grosera y gratuitamente procaz entre las nuevas generaciones. Lo que fue un arma contracultural cuando no existían las redes sociales, ni el WhatsApp, ni siquiera el correo electrónico: está viviendo una posible segunda, tercera o cuarta edad de oro paralelamente al boom de la lectura digital. Y ¿cómo no? las bibliotecas están ahí.

En algunas de ellas se está haciendo un hueco cada vez más señalizado al fanzine. Bien de estraperlo entre las cada vez más numerosas secciones dedicadas al cómic y la ilustración; o directamente reclamando el sufijo -teca que tantos otros soportes, antes que ellos, se han ido adhiriendo. ¿Pero no puede ser un contrasentido que algo tan independiente, auto gestionado y crítico con el sistema se integre entre los respetables muros burgueses de una biblioteca? Cuenta atrás para el primer titular sobre la denuncia de un indignado ciudadano contra una biblioteca por tener una sección de Fanzinoteca.

El libro de Rafa Cervera sobre uno de los fanzines más célebres de la movida madrileña de los 80: Estricnina

Pero en realidad esto no sería nada sorprendente. Los que deberían, tal vez, estar más inquietos son los propios fanzinerosos.

¿Se puede preservar el vitriolo grapado que transportan algunos fanzines dentro de instituciones que dependen de políticos que sostienen al sistema que critican? ¿No actúan las bibliotecas como el vampírico señor Burns de Los Simpson: frotándose las manos ante la sangre fresca de esa juventud inquieta y creativa que puede asegurarles un poco más de vida?

Tan exagerado suena una cosa como la otra, pero hablando de fanzines: lo suyo es irse a los extremos para conseguir un retrato bastante realista de la situación.

 

Muro de la Biblioteca Central de Bristol en el que se conserva una intervención de Banksy. La frase sonriente que aprovecha las dos salidas de ventilación como ojos para proclamar que: «no necesitas pedir permiso para construir castillos en el aire»

Hace también unos días se inauguraba, junto al muro que Israel ha construido en Cisjordania, un hotel decorado por el artista urbano más famoso del planeta: Banksy. El que ya se conoce como el hotel con peores vistas del mundo es el último proyecto del misterioso grafitero que lleva años lanzando sus andanadas contra el sistema en forma de perfomances urbanas.

Pero no solo eso, Banksy es quizás el que ha puesto de manera más evidente sobre la mesa la eterna cuestión de si un movimiento artístico que nace para rebelarse puede integrarse en las instituciones. Su ya mítico documental Exit through the gift shop, además de divertido: planteaba la cuestión más peliaguda de todas: ¿hay un momento en que hay que dejar el underground y aspirar a la…

Así escrito, bien escandaloso y de sospechoso color marrón. El que te respeten está muy bien hasta que deja de estarlo. Cuando el respeto es un eufemismo para camuflar la falta de deseo puede resultar de lo más frustrante; y en este sentido las bibliotecas no quieren ser respetadas, es más, necesitan que les falten al respeto cada vez más. Que las intervengan, las cuestionen, las reinterpreten, las invadan, las revivan, las sacudan: en definitiva que alejen de ellas esa respetabilidad de damas decimonónicas con que algunos políticos las siguen imaginando. Esos responsables políticos que en cambio, sistemáticamente, les faltan groseramente al respeto, les hacen bulliying: recortándoles presupuesto, personal, horarios o actividades.

 

Fanzines literarios: porque no solo de gore, procacidades y escatologías vive el mundo fanzinero.

 

No es un fanzine: es el libro en el cual el profesor de Harvard Mark H. Moore presentaba en sociedad su concepto del «valor público».

A mediados de la década pasada el concepto de «valor público» se abrió paso entre los planteamientos de los laboristas ingleses cuando buscaban formas de mejorar los servicios públicos de su país.

Provenía del libro del profesor Mark Moore, de la Universidad de Harvard, titulado: Creando valor público. En esa obra el profesor de Harvard defendía la necesidad de que los funcionarios creasen «valor público» con su trabajo. Frente a la idea de que los trabajadores públicos están supeditados a los designios del  político de turno, debían preservar su independencia como garantes de las instituciones y desafiar los fines de la política. Ahí es nada.

Pero no deja de ser cierto: los cargos políticos pasan; los trabajadores públicos, con plaza fija, quedan. Y Moore puso como ejemplo perfecto la labor que desarrollaban algunos bibliotecarios para mejorar sus servicios.

Eso fue justo antes de que llegase la crisis y arrasase con todo (bibliotecas incluidas). Pero el germen de la idea del profesor Moore no se desvaneció, germinó en cierto modo, en las posteriores revueltas ciudadanas contra el cierre de bibliotecas en tierras inglesas. El espíritu iconoclasta e inconformista  de los fanzines no anda tan lejos de los ánimos reivindicativos que el activismo bibliotecario ha promovido en el mundo anglosajón.

En el fantástico cómic Los viejos hornos: jubilados terroristas y jóvenes antisistema okupan una residencia aristócrata en el centro de París desde la que planifican la revolución.

Si algo se puede aprender de todo esto es que la mejor manera de reformar el sistema es desde dentro. Hacen falta pequeñas palancas que desplacen milímetro a milímetro el tonelaje de unos servicios públicos amenazados. Pensar que unas endebles publicaciones con grapas, fotocopiadas y muchas veces mal impresas puedan cambiar algo: suena de lo más naïf. Pero ¿cuántas revueltas recurrieron a los pasquines y los libelos para propagarse?

Puede que Do it yourself (Hazlo tú mismo) sea el lema punki que inspira el movimiento fanzineroso, pero pocos profesionales públicos están más capacitados para interiorizar su significado que los bibliotecarios. Es el mantra que se repiten día a día al acometer sus tareas.

Los Depeche Mode se preguntan en su último single Where’s the revolution?   Aquí lo tenemos claro, si la revolución llega empezará en una biblioteca.

Dibujo explicativo del autor de cómics y fanzines Magius

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com