El concepto de biblioteca sin muros lleva décadas formulado en los manuales de Biblioteconomía. Podría pensarse que surgió al socaire del torrente digital que todo lo invade, pero no: de la biblioteca sin muros ya se hablaba en los años 90: mucho antes de que Internet la hiciera posible en virtual. Tal vez por ello la asignatura pendiente es convertirla en algo real: dejar de hablar de biblioteca sin muros y pasar a hablar de bibliokupaciones.
Para la bibliokupacion («dícese de la ocupación de un espacio extraño al recinto habitual de una biblioteca por servicios bibliotecarios») de la que nos hacemos eco en esta ocasión no podíamos elegir imagen más ilustrativa que la portada del magnífica novela gráfica: El Nao de Brown. La cultura centrifugándote el cerebro. Y es que de lavanderías y cultura va la cosa.
Cartel de la Bibliothèque sans frontières para los campos de refugiados.
Una buena ocasión para recuperar esta estupenda película de un primerizo Stephen Frears.
La organización Bibliothèque sans Frontières es responsable de algunas de las iniciativas más estimulantes de los últimos años cuando se trata de llevar la oferta bibliotecaria a cualquier lugar y latitud. La Caja de ideas que el célebre diseñador Philippe Starck creó para que, en campos de refugiados o zonas de lo más recónditas del planeta, pudieran montarse bibliotecas: conoció gran difusión en blogs y medios profesionales hace unos años. Su último proyecto en su afán por «colonizar» lugares con prestaciones bibliotecarias, según nos informan en ActuaLitté les universes du livre, huele a suavizante y detergente.
Wash & Learn (Lava y aprende) bajo este nombre la organización desarrolló, durante el último verano en el neoyorquino barrio del Bronx, un programa para sobrellevar los tiempos de espera en las lavanderías mediante cultura. Se instalaron equipos informáticos que permiten el acceso a contenidos culturales y educativos. Precisamente las lavanderías son muy utilizadas por personas con recursos escasos o transeúntes sin domicilio fijo en claro riesgo de exclusión social. Tras el exitoso rodaje que supuso en una de las zonas más deprimidas de Nueva York: el Wash & Learn también se puso en marcha en la ciudad de Detroit.
Cronópolis, la novela de ciencia ficción de J. G. Ballard, sobre la degradación de una gran ciudad que pareciera la crónica de la muerte anunciada de la ciudad de Detroit.
Que Detroit se ha convertido en ciudad-símbolo de la decadencia capitalista e industrial: es un hecho reflejado en numerosos documentales, películas y libros. El Día Internacional del Trabajo resultó una buena elección para celebrar el «Día libre de lavandería»: lavados gratuitos, conciertos, aperitivos y talleres para niños. Mientras los «KoomBook», que así se denomina la conexión WiFi para acceder a libros y contenidos educativo para todas las edades, se extienden por las lavanderías de la ciudad: la bibliokupación que lava más limpio va ganando más y más adeptos.
Aprovechar los tiempos de espera para introducir de rondón a las bibliotecas no es nada nuevo. Dos ejemplos no muy lejanos en el tiempo han sido: la máquina Shortédition, ideada por el editor Quentin Plepé, que permite imprimir más de 600 relatos y lleva dos años ayudando a sobrellevar las esperas en las salas de e¡spera de los hospitales y centros de salud de Grenoble; o el programa que pusieron en marcha las autoridades de Costa de Marfil para alfabetizar a las mujeres montando pequeñas bibliotecas en los salones de belleza. Los elaborados peinados africanos requieren de mucho tiempo: tiempo perfecto para que los motores económicos de sus comunidades (las mujeres) accedan a la cultura.
Pero no queda aquí el lavado programado para este post. El sector de las lavanderías y la lectura cuenta con otro episodio más allá del proyecto de la ONG francesa. En nuestro país la empresa de lavandería y servicios hoteleros Ilunion ya puso en marcha, en junio de 2015, una colaboración con la Biblioteca Marcel·lí Domingo de Tortosa (Tarragona), donde se ubica su sede, para montar una pequeña biblioteca en sus instalaciones y así fomentar el hábito de la lectura entre sus empleados.
El duo electrónico Matmos dedicó su disco Ultimate Care II a música experimental basada en sonidos de lavadoras. Sus conciertos resultan de lo más pulcros como puede verse en Youtube.
La promoción de la cultura en estos tiempos no entiende de remilgos: hay que arremangarse y no tener miedo a mancharse chapoteando en los vertederos culturales que cada día amenazan con sepultarnos. Pero eso no quita para que todos aspiremos a lucir de lo más pulcros. El affaire lavanderías-bibliotecas no entiende de lavados cortos.
Lo que resulta más extraño es que no haya surgido un eslogan a juego con la de juego que han dado los detergentes y las lavadoras en la publicidad. «Si no quieres que te laven el cerebro ven a la biblioteca». Simplón pero, precisamente por eso, efectivo.
Que la biblioteca actúe contra los lavados, continuados y reincidentes, de cerebro con que nos asaltan a cada minuto: es obligado. Pero que mantenga limpios, hasta donde sea posible sin cargárselos, los libros también es de agradecer. Quedarse mirando la ropa dando vueltas en la lavadora es algo que todos hemos hecho alguna vez. Algo de esa fascinación hay en la contemplación del túnel de lavado para libros (Depulvera se llama) de la Biblioteca Pública de Boston. No sabemos si resultará tan desinfectante como la botella de alcohol y el trapo con que cuentan en más de un mostrador de préstamo de algunas bibliotecas: pero sí mucho más hipnótico.
Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com
En el hemisferio en el que se cuece (literalmente) este blog: es verano. Y una de las tradiciones seculares del verano hasta hace no tanto: eran las canciones del ídem. Esas tonadas facilonas, de letras sonrojantes la mayoría de las veces, con ritmos básicos y a ser posible acompañadas de coreografías propias de una fiesta de fin de curso de parvulario. Por mucho que digan que la omnipresente Despacito de Luis Fonsi es la elegida para este 2017, no es cierto: la canción se publicó el 12 de enero y lleva triunfando en las listas desde entonces.
El cambio climático lo está trastocando todo. En el tiempo de la posverdad, el calentamiento global y las redes sociales: el dejarse mecer por un ritmo tontorrón y por letras simplonas ha perdido la estacionalidad. Ahora la canción del verano es la banda sonora de todo el año como las, antaño, serpientes de verano (esos culebrones informativos con los que se entretenía al personal mientras daban cabezadas): reptan por las redacciones y, sobre todo, por Internet durante los 12 meses sin interrupción. De hecho las canciones y serpientes de verano han ido emparejadas desde sus orígenes. Por eso no es de extrañar que el inevitable Despacito posea, según los expertos, lo que se denomina: gusano de oído.
Tuit del músico, productor y compositor Nahúm García en la que explica el secreto del éxito del tema de Luis Fonsi y Daddy Yankee. En la web musical Jenesaispop lo explican en detalle.
Son las conclusiones de Jessica Grahn, neurocientífica de la Universidad de Ontario, que recientemente concedía una entrevista a la BBC para tratar de explicar, científicamente, la razón por la cual determinados temas conocen un impacto global y consiguen arrasar por encima del resto. Un intento (vano) más por conseguir la fórmula del éxito.
Nada que reprochar. Será el calor, será el goteo incesante del tema de Fonsi y Daddy Yankee, será que los gusanos se han convertido en serpientes y nos colonizan el cerebro: que en este post nos rendimos a lo facilón, a la rima fácil, a la gracieta de adolescente. Lo cual no quiere decir que en el resto de posts no lo hayamos hecho: la diferencia es que aquí es de manera consciente. Después de todo ¿no aspiran las bibliotecas también al éxito masivo? De ahí que demos a todos los palos con este texto tutti frutti: en un intento por lograr ese estribillo redondo que siempre se escabulle .
Como cada verano diferentes administraciones ponen en marcha las campañas de verano a través de los bibliobuses. En la ciudad india de Naihati no cuentan con bibliobuses pero cuentan con el empeño y las buenas piernas de Alamgir Hossain Shrabon. Empeñado en hacer llegar la lectura hasta la última aldea: este profesor pedalea transportando un carrito de los que se usan como puestos ambulantes de comida repleto de libros.«Quiero erradicar la pobreza a través de la educación» declara Shrabon, que además, ha creado dos centros de formación para mujeres, así como talleres gratuitos para formar en el uso de nuevas tecnologías.
Pero de la edificante historia del profesor hindú, aparte de con su arrojo, nos quedamos con el carrito. Los jóvenes ya no tienen memoria de los clásicos carritos de helados o de comida que antaño circulaban por las ciudades. Salvo los puestos ambulantes que desfilan previos a alguna cabalgata o procesión: la venta ambulante de helados y alimentos es cosa más bien del pasado. Vivimos en la eclosión de los food trucks o furgonetas de comidas. Pero aquí y ahora apostamos por lo clásico.
¿No sería una buena idea rescatar uno de esos carritos de helados para prestar libros? Prestar libros y vender/regalar helados si alguna marca tuviera la visión comercial suficiente para promocionarse en alianza con la cultura. Puede que alguno de los libros terminase como los que aparecen en una de nuestras cuentas de Instagram favoritas: Ice Cream Books: pero el impacto que se conseguiría haría que mereciera la pena.
La Biblioteca Newberry de Chicago está especializada en colecciones sobre religión. Entre los 80.000 documentos que conforman sus fondos se encuentran no pocos textos sobre brujería, magia o espiritismo. Pero pese a lo antiguo de los fondos que allí se conservan: sus responsables han demostrado estar firmemente asentados en nuestros días. Ahora que tanto se habla de que los usuarios intervengan en la toma de decisiones de los centros bibliotecarios: la Biblioteca Newberry ha publicado en el portal Transcribing Faith tres manuscritos sobre magia para que cualquier internauta, que se vea capacitado, les ayude a transcribirlos, corregirlos y comentarlos. Un trabajo colaborativo para acometer una de las tareas, hasta ahora, más especializadas y celosamente reservadas por el gremio bibiotecario y archivero.
La gran Lola siempre adelantada a su tiempo.
Es lo que se lleva: presupuestos participativos, toma de decisiones asamblearias, la necesaria transparencia del sistema. Todo razonable, democrático, políticamente correcto y con la bendición que se le presume siempre a lo consensuado. Pero en tiempos en que prima el descrédito de la opinión docta y la desconfianza hacia todo lo que provenga de la academia: hay que estar bien alerta ante los inventos que puedan surgir de este afán por el igualitarismo a ras de tierra.
Como ejemplo el reciente anuncio de la RAE aceptando el uso de iros por idos: un necesario triunfo del uso popular de la lengua, que en las redes, se ha traducido en un nuevo linchamiento contra la labor de la RAE por tener un pasado machista. Una manera de mezclar churras con meninas (ya puestos a amoldar el lenguaje a nuestro gusto: ancha es Castilla) y es que «si me aconvenzo, si me aconvenzo…» las cosas son como yo quiero que sean y se acabóque cantaba María Jiménez.
Cuando allá por el verano del 2001, la pareja formada por las tuneadas Sonia y Selena, copó las listas de éxitos con su tema Yo quiero bailar: no faltaron los comentarios insidiosos tildando a las esforzadas cantantes de parecer salidas de una de esas películas, que en los videoclubes, solían esconderse en los rincones más discretos del local. Y si hay un gremio que puede comprender mejor que ninguno lo injusto que resulta el que te cataloguen estéticamente en un estereotipo ese es, sin duda, el bibliotecario.
Algunos de los bibliotecarios retratados por Kyle Cassidy en su libro-homenaje a las bibliotecas y los bibliotecarios.
No sabemos si el último libro de la fotógrafa Kyle Cassidy va a incidir de alguna manera en que evolucione la imagen del gremio; pero incluye algunas reflexiones que nos gustan mucho. This is what a librarian looks like: a celebration of libraries, communities, and access to information (Esto es lo que parece un bibliotecario: una celebración de las bibliotecas, las comunidades y el acceso a la información) es el resultado de los viajes por los Estados Unidos de Cassidy fotografiando bibliotecarios y recogiendo sus opiniones e ideas en torno a su trabajo. Aunque se pueden seguir estableciendo ciertos criterios estéticos comunes entre algunos de los retratados: también hay disidencias estéticas que rompen el estereotipo. ¿Quién sabe? puede que dentro de poco el canon estético de Sonia y Selena termine asomando en futuros retratos del gremio.
Pero más allá de la apariencia, que por algo estamos hablando de bibliotecas, nos quedamos con las declaraciones de una de las bibliotecarias retratadas. Jaina Lewis, bibliotecaria juvenil en la Biblioteca de Westport, describe sus tareas de una forma con la que más de uno podrá identificarse:
«Por la mañana, soy una estrella de rock en una habitación llena de niños en edad preescolar; a mediodía, soy una trabajadora social ayudando a buscar recursos para la búsqueda de empleo; por la tarde soy una educadora que lleva a los niños a un taller de ciencias. Los bibliotecarios servimos para muchos propósitos y usamos distintos sombreros, pero todos sirven para lo mismo: cambiar vidas.»
El verano también es tiempo para nostalgias: ahí estaba el Dúo Dinámico, otros clásicos del repertorio veraniego, con su tema El final del verano. Pero no parece que haya sido ese tipo de nostalgia la que haya incidido en la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos para publicar un libro en el que recupera el olvidado arte de los catálogos de tarjetas.
La estupenda encuadernación de The Card Catalog.
The Card Catalog: books, cards and treasures literacy (El catálogo de fichas: libros, tarjetas y tesoros literarios): en el que se reúnen algunas de las tarjetas que, durante décadas, sirvieron para recoger los datos de las publicaciones y para dejar fe del buen pulso de los catalogadores a la hora de completar las fichas. El libro deja constancia de los esfuerzos de los bibliotecarios por intentar organizar unas colecciones que crecían sin parar; e incluso se hace eco de las rivalidades que se establecieron entre bibliotecarios a la hora de imponer sus criterios.
La glaciación digital arrasó con todo ello, pero dejó algunas situaciones curiosas que el libro recoge: sobre el modo en que algunas bibliotecas se despidieron de sus viejos ficheros. En una biblioteca de Maryland ataron las fichas a globos llenos de helio y las lanzaron al cielo; otras celebraron incluso funerales en homenaje a sus entrañables catálogos de fichas.
Hoy día lo digital deja poco margen para imprimir un toque personal en un trabajo tan reglado como es la catalogación. La personalización se margina a los tejuelos, y como mucho, a los códigos de barras. ¿Los códigos de barras? Pues sí: los códigos de barras son como las caprichosas marcas que el bañador o los anillos (en caso de practicar el nudismo) dejan en la piel bronceada: una inesperada demostración de que la diferencia está en los detalles. Es una pena que la falta de tiempo no permita «customizar» los códigos de barras de las bibliotecas. Podría dar lugar a comentarios gráficos sobre la temática de los documentos tan estimulantes como estos que provienen (cómo no) de Japón:
Y hasta aquí llegó el repaso a algunas de las posibles tonadillas de verano con aires bibliotecarios. Quedan en el tintero éxitos potenciales como MARCarena de Los del Río, Sólo se registra una vez de Azúcar Moreno o Ven, catalógame otra vez de Lalo Rodríguez. Pero toda tontería tiene un límite. Es hora de desconectar y dejar que la audiencia relaje oídos y vista.
En los programas de entretenimiento de la televisión estadounidense se ha puesto de moda improvisar canciones con las estrellas que van de invitados. Estos sketches musicales son el equivalente frívolo a los conciertos unplugged (desenchufado) que tan en boga estuvieron hace un tiempo. Así pues vamos a desenchufar durante unas semanas este blog con un tema muy apropiado: el Holiday de Madonna cantado en el show de Jimmy Fallon: ¡Holiday! ¡Celebrate!
Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com
Si hay un asunto que ha capitalizado los más encendidos debates en el ámbito de la biblioteconomía durante las últimas décadas (incluso aún más que las apasionantes discusiones sobre la posición correcta de los tejuelos o las encendidas disquisiciones en torno a si forrarlos es una afrenta estética a los libros o una optimización de recursos): ese asunto ha sido, sin duda, el de la presencia de las revistas del corazón en las bibliotecas.
¿Cómo? ¿qué es la primera noticia al respecto? Bien, puede que hayamos exagerado un poco. Pero si vamos a hablar de publicaciones que hacen del bulo, la exageración y las informaciones sesgadas su razón de ser: habrá que contemporizar desde el principio, ¿no?
Marcello Mastroianni y Anita Ekberg en La dolce vita (1960) la película de Fellini en la que se acuñó el término paparazzi.
Terenci Moix, uno de los pocos literatos que se atrevió a abordar abiertamente el mundo rosa en títulos como Garras de astracán o su novela Chulas y famosas.
Si lanzamos una búsqueda en el catálogo de la Biblioteca Nacional encontramos todas las cabeceras clásicas de este tipo de publicaciones (Lecturas, Semana, Diez minutos, Pronto, y por supuesto ¡Hola!). En el caso de la BNE es lógico que se integren en sus colecciones; pero muchas de estas publicaciones también lucen en las hemerotecas de bibliotecas sin responsabilidad patrimonial alguna. De hecho cada vez es más fácil que la prensa del corazón llegue a una biblioteca: exista, o no, suscripción de por medio.
Cuore, Love, QMD! o In Touch son algunas de las nuevas incorporaciones de bajo coste de este tipo de publicaciones que se regalan junto a la suscripción de algunos periódicos. Así pues la decisión sobre si se desechan nada más llegar o se ofrecen a los lectores: recae por entero en el bibliotecario.
En muchas ni se plantean despreciarlas cuando, en muchas ocasiones, son la única razón por la que algunas vecinas del barrio se acercaban a la biblioteca (al menos hasta la invasión absoluta del espacio televisivo por lo rosa). Pero pese a todo: la doble moral, como en tantas otras cosas, campa a sus anchas cuando de prensa del corazón se trata. Desde que en 1940 iniciara su andadura la más longeva de las revistas del corazón, Semana, la prensa rosa no ha hecho más que ocupar más y más espacio en los medios de nuestro país ofreciendo pingües beneficios.
Puede que las revistas del corazón no existieran en la Antigua Roma (tal y como simula esta imagen de la cuenta de Twitter: Antigua Roma al día): pero los cotilleos y rumores son un puntal de la civilización y, según expertos como Robin Dunbar, hasta de la evolución.
La serie Historia de la vida privada de George Duby y Philippe Aries.
Los mundos artificiales que venden este tipo de publicaciones son desdeñados, menospreciados, pero no por ello, desaprovechados. En cierto modo con la prensa rosa se opera igual como con la pornografía: se desprecia de manera oficial, pero se aprovechan sus beneficios de manera oficiosa.
Los medios que se reconocen como legitimados para hacer el relato veraz (¿?) de la actualidad: camuflándola bajo el epígrafe de Sociedad (y como se ha dicho regalando ejemplares en sus ediciones de fin de semana); y las bibliotecas, no sin cierta mala conciencia, exponiéndolas entre las National Geographic, las Muy interesante o el XL Semanal. Al final va a resultar que las únicas honestas en este sentido son las peluquerías.
Pero por centrar algo la cuestión: dado que la prensa rosa, por muchas mutaciones a las que la estén sometiendo la televisión, primero; y las redes sociales, segundo: parece que va a sobrevivir a futuras glaciaciones culturales: ¿por qué no convertirla en aliada? Auguramos un gran éxito (aunque sea en exotismo) a la primera biblioteca que se anime a poner en práctica la blasfemia bibliotecaria definitiva que aquí ofrecemos: un club de lectura de prensa rosa.
Bien, una vez relajada la ceja o el labio superior que se han alterado en gesto de desagrado a más de uno: procedemos a matizarla o al menos a argumentarla, que no a justificarla.
Cría cuervos (1075) de Carlos Saura: epítome del cine de autor.
Si repasamos cinematográficamente la España de los 60-70 (época en la que la prensa rosa conoció un auge que no haría más que incrementarse en los siguientes años): ¿que sirve mejor para hacerse una idea rápida de la escala de valores, estéticas y cambios que estaba experimentando la sociedad española? ¿Acaso el cine de autor que cultivaban Carlos Saura, Juan Antonio Bardem, Gonzalo Suárez, Basilio Martín Patino, o más adelante, Manuel Gutiérrez Aragón? ¿o las menospreciadas «españoladas» protagonizadas por Alfredo Landa, José Luis López Vázquez, Paco Martinez Soria o Florinda Chico?
José Sacristán y Gracita Morales en ¡Cómo está el servicio! (1968)
Celebrity (1998): Woody Allen ya abordaba la cultura de la celebridad antes de arrancar el nuevo siglo. No podía prever que aquello no era nada para lo que estaba por venir.
Lo popular, aún con sus deformaciones grotescas, termina capturando muchas veces con mayor precisión el inconsciente colectivo de un momento histórico; que las elaboradas elucubraciones de mayor enjundia artística e intelectual. Pero el retrato más exacto, o al menos más interesante, será el que surja de las fricciones entre esas «españoladas» y ese cine de autor. Y por ahí van los tiros cuando hablamos de fundamentar un club de lectura en la prensa rosa.
Dado que el cotilleo es un avance evolutivo como sostiene el antropólogo y biólogo Robin Dunbar: ¿por qué no explotarlo bibliotecariamente hablando? El guilty pleasure (disculpen el anglicismo, saturados como estamos, pero se entiende incluso más rápido que lo de «placer culpable») del cotilleo puro y duro se reviste de seriedad si acudimos a argumentos sociológicos y antropológicos. A continuación algunas sugerencias en adecuado rosa chicle:
¿No resultaría interesante buscar paralelismos entre el exquisito mundo de Guermantes que Proust describía tan pormenorizadamente en su obra magna y las élites que aparecen en (aquí hacemos algo de trampa, porque empezamos con un ejemplo que se desmarca cualitativamente del resto) Vanity Fair? En este caso las comparaciones no serían odiosas, sino necesarias, para observar cómo han evolucionado las clases dirigentes durante los últimos dos siglos.
El mundo de Guermantes frente a frente a la princesa Grace de Mónaco en Vanity Fair (que no por nada incluye el famoso cuestionario Proust).
Edith Wharton y su perspicaz disección de la sociedad neoyorquina de principios del siglo XX: ¿no ampliaría su potentísima carga irónica si se la acompañamos de una comparativa con las declaraciones, aspiraciones y sueños prefabricados que expresan muchas de las celebridades protagonistas del ¡Hola!?
Solo hay que repasar el discurso cursi, relamido y profundamente reaccionario con el que la publicación ha ensalzado a las élites desde el franquismo: y constatar como ahora ese mundo de Sissi Emperatriz se deshace a cada nueva imputación, condena o encarcelamiento de sus, otrora, intachables protagonistas.
La cañera Teoría King Kong de Virginie Despentes frente a frente al posado veraniego de Ana Obregón.
¿No resultaría esclarecedor, a la vez que muy divertido, plantear un club de lectura basado en la Teoría de King Kong de Virgine Despentes; e intentar ubicar en qué tipo de mujer de las que plantea la autora («feas, viejas, camioneras, frigidas, mal folladas, infollables, histéricas, taradas […] mujeres a las que les gusta seducir, que sepan casarse, que huelan a sexo o a la merienda de los niños») se pueden clasificar a algunas de las protagonistas de Pronto, Lecturas o Semana?
Las amistades peligrosas de Choderlos de Laclos en versión de Stephen Frears: la maledicencia hecha arte.
El fallecido Terenci Moix, cuyas novelas Garras de astracán o Chulas y famosas se nutrían de la prensa rosa para dibujar el esperpéntico retrato de la España de los 90: en una ocasión comparó, probablemente obnubilado por el influjo de su amistad con ella, a Isabel Preysler con las damas que reinaban en los salones de la Francia del siglo XVIII.
Una comparativa que chirría a más de uno. Pero tenemos excusa: fue cosa de Terenci Moix.
Para quienes hayan disfrutado de ensayos tan deliciosos como Madame du Deffand y su mundo: con su crónica de las veladas en las que se reunían los enciclopedistas y grandes pensadores de la época, gracias a mujeres con la talla intelectual de Madame du Deffand o Madame de Staël: la comparación no puede más que chirriar.
Al menos si hubiese comparado a la peletera Elena Benarroch, íntima de la Preysler y de Moix, y experta en reunir en su salón a las figuras más dispares de la vida cultural e intelectual de nuestro país: la cosa habría sonado algo menos forzada.
Eso no resta curiosidad hacia la figura de una mujer, a priori nada estimulante intelectualmente al menos, que ha encandilado a figuras como Miguel Boyer o Mario Vargas Llosa. Si su figura sirve para montar un club de lectura sobre las grandes damas de los salones del XVIII francés: ¡qué viva la Preysler!
Lola Montez, la bailarina y actriz amante de Luis I de Baviera frente a frente a Bárbara Rey.
Cuando El País dedicó su portada a «la princesa del pueblo»: algunos de sus lectores se escandalizaron porque la prensa seria se hiciera eco de los gustos de la plebe.
¿Acaso autores como Shakespeare, Balzac, Galdós o Wilde hubiesen desdeñado lo que se puede extraer del revolucionario espacio Sálvame de Telecinco? Obviamente no por su veracidad o interés narrativo; sino por su capacidad para manejar los recursos de un culebrón infinito, chusco y grotesco del que se pueden extraer jugosas reflexiones sobre valores, principios, y ausencia de los mismos, de nuestro tiempo.
Como declaraba el directivo de Mediaset Paolo Vasile: Telecinco ha inventado la televisión circular. Un microcosmos que se autoabastece a sí mismo para generar un relato lleno de ruido y de furia sobre el vacío más absoluto. ¿Estará en un rincón del plató de Sálvame el Aleph del que hablaba Borges?
Y para cerrar este texto saturado de rosa chicle: una tonelada de dulces. En la película checoslovaca de 1966: Las margaritas, dos chicas jóvenes concluyen que el mundo está corrompido por lo que deciden corromperse ellas también entregándose a todos los excesos posibles (en este vídeo además con el añadido del tema Honey del grupo de aires psicodélicos Alien Tango). Y es que como en Las criadas de Jean Genet o la última cena de Viridiana: el servicio/los parias han tomado posesión de las estancias de los señores y no parecen dispuestos a abandonarlas. La fama se ha abaratado tanto, que en breve, la única distinción posible pasará por el anonimato. Y por la cultura, y si no, tiempo al tiempo.
Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com
Cualquiera que haya aguantado sin dormir la siesta un documental de la 2: sabrá que las mamás pingüinos distinguen a la perfección el graznido de sus crías entre los miles de pingüinos que cubren las costas de las Islas Georgias.
La voz es de los sonidos más característicos y personales. Y tal vez sea por eso que en plena era digital una forma de cultura tan ancestral como la oral está abriendo nuevas vías de negocio al mundo editorial. Ironías de la evolución: si la escritura surgió como un paso adelante en la transmisión de la información, ahora que los soportes son cada vez más volátiles, es la voz la que reclama su protagonismo podcasts o audiolibros mediante.
Los próximos 20 y 21 de mayo la Biblioteca Nacional Francesa se transformará en una Biblioteca parlante. Voces carismáticas como las de las actrices galas Isabelle Adjani, Fanny Ardant o Amira Casar se unirán a la de escritores y diversos artistas para compartir momentos de lectura de viva voz.
Y los franceses que siempre han sabido incorporar lo mejor de cada cultura ajena hasta hacerla parecer como propia: también han incluido sesiones de audición de grandes voces del siglo pasado como Apollinaire, Camus, Cocteau o Duras en una siesta literaria organizada en las tumbonas de la terraza del centro.
Es de suponer que lo de siesta será por el horario no porque las audiciones persigan inducir al sueño. Aunque bien visto, una cabezada arrullado por las voces de grandes literatos siempre resultará más reparadora que adormecerse alterado por los guirigays de algunos programas televisivos vespertinos a este lado de los Pirineos.
La maravillosa Fanny Ardant eligiendo sus lecturas.
Este 2017 está previsto que sea el año en que el audiolibro irrumpa con fuerza en nuestro paísy algunas bibliotecas tienen los deberes más que hechos. El próximo 4 de mayo se celebrará en Madrid la entrega del Premio «Biblioteca y compromiso social» que desde el 2014 lleva concediendo la Fundación Biblioteca Social. El premio ha recaído en la madrileña Biblioteca Eugenio Trias por un proyecto dirigido a niños y adolescentes afectados de cáncer o patologías psiquiátricas hospitalizados en el Hospital Niño Jesús.
Y el accésit ha ido para el proyecto «Nosotros te leemos» de la Biblioteca Municipal «Pilar Barnés» de Lorca (Murcia). Dicho proyecto consiste en la elaboración de recursos sonoros para usuarios con discapacidad física o falta de hábito lector. La oralidad reclamando su sitio como un recurso más en las bibliotecas del siglo XXI.
La voz nos caracteriza y define, en cambio, mientras acudimos a gimnasios o clínicas de belleza para moldear nuestro cuerpo, a nuestra voz (salvo que seas cantante, actor o locutor) la dejamos en barbecho.
Cartel ficticio para La ley del deseo de Pedro Almodóvar.
De ahí lo ajena que la sentimos, si a través de algún medio de grabación, nos convertimos en oyentes de nosotros mismos. A todos nos gustaría que nuestro discurso ganase en poder de seducción entonando cual Constantino Romero, Manolo Otero(no perderse el video-recuerdo a Otero: un auténtico contenido digno de nuestro reto #bibliobizarro), Charo López o Nuria Espert (pinchando en cada nombre podemos recrearnos en sus voces).
Nuestro idiolecto, o lo que es lo mismo, nuestra forma característica de hablar, nos configura tanto como las palabras que utilizamos. Por eso, no es de extrañar, que imaginemos voces cuando estamos leyendo. A cada texto, a cada personaje, a cada mensaje, le asignamos una voz; y por eso muchas veces, al descubrir las voces reales de algunas estrellas de Hollywood, se nos cae el mito a los pies.
“Una palabra tuya bastará para sanarme”: ¿y acaso el relato de la corrupción nuestra de cada día no resultaría más llevadero si nos lo retransmitiera la voz sin igual deGracita Morales? No tiene maldita gracia la cosa, pero es tal la astracanada en la que estamos viviendo que las denominadas «españoladas» siguen siendo las únicas capaces de hacerle justicia (o los Morancos en su defecto).
En la web de humor CollegeHumor tenían claro el efecto que puede provocar una voz al leer un texto, y por eso crearon una recomendación para lectores que no tenía desperdicio: la Morgan Freeman Marks o Morgan Freemark.
«Uso: recordar a los lectores que pueden leer con la voz que quieran, pero que deberían leer estas palabras con la voz de Morgan Freeman. Ejemplo: «y entonces, Kevin tomó un gran trago de vodka, y se lanzó corriendo de cabeza contra la pared»
Poniéndole rostro a Pepe Mediavilla gracias a Marta Nael. El hecho de que haya doblado cine de aventuras y ciencia ficción: le ha convertido en toda una figura de culto entre los aficionados.
Situado junto a textos literarios aconsejaría imaginarlos en la voz del actor. En nuestro país en todo caso ese aviso no serviría de nada sin la gran voz de Pepe Mediavilla, que desde siempre ha sido el actor encargado de doblar, entre otros, a Morgan Freeman.
Mediavilla cuenta con un canal de Youtubeen el que durante los últimos años ha ido publicando vídeos en los que recita poesías; y aunque siempre dispuesto a visitar bibliotecas y teatros para recitales y conferencias: sus problemas de salud desafortunadamente le han hecho retirarse. ¿Quién le pondrá a partir de ahora la voz a Dios (Morgan Freeman ha hecho de Dios en varios filmes) para los millones de españoles que aún no son capaces de ver cine en versión original o huyen de los subtítulos?
En el …(post en obras) hablábamos de la importancia de «contar» nuestra biblioteca. No ya por aquello de saber contar cuentos (que también): sino de la importancia de construir un relato en torno a tu biblioteca, a lo que crees que debe ser una biblioteca en nuestros días, y alrededor de lo que es el día a día en tu biblioteca. Y aunque ese relato parta del profesional bibliotecario, siempre será un relato abierto en el que tienen que escucharse las voces de los usuarios.
Por mucho que cambien las cosas todos necesitamos que nos sigan contando historias. Avances tecnológicos aparte, lo que realmente se está jugando en el campo de batalla de las industrias culturales de este siglo XXI: es una guerra por los contenidos (como señalaba Frederic Martel en su ensayo de cabecera: Cultura Mainstream). ¿Y dónde están todos los contenidos del mundo? ¿En Google, en las redes sociales, en las bases de datos?
No y mil veces no. Los contenidos siguen estando en las bibliotecaspor la sencilla razón de que acumulan millones de contenidos en soporte impreso o audiovisual (muchísimos de los cuales aún no han sido digitalizados), y porque además ahora también proporcionan acceso a internet.
Joe Orton, en su domicilio en 1967, el mismo año en que moriría a manos de su pareja Kenneth Halliwell. El collage que cubre la pared era obra de Halliwell.
En 50 sombras bibliotecarias aún más oscuras abogábamos por el #crucedeportadas como una manera de ampliar (mediante el engaño) los gustos de algunos lectores que solo leen determinado tipo de obra. ¿Se podría encuadrar algo así dentro de la narrativa transmedia? En cualquier caso, no era nada original, de hecho estaba basado en hechos reales: concretamente en las fechorías que el dramaturgo Joe Orton y su colega y amante el escritor Kenneth Halliwell perpetraron allá por los 60 en la biblioteca de Islington (Londres).
Gary Oldman y Alfred Molina como Joe Orton y Kenneth Halliweel ,respectivamante, en la película de Stephen Frears.
Orton y Halliwell se dedicaron a robar libros de la biblioteca y a modificar sus portadas o solapas para después devolverlos una vez «intervenidos». Sus tropelías les acarrearon una pena de cárcel y una multa. Eran los días prometedores de sus inicios, cinco años antes de que Halliwell terminase matando a martillazos a un Orton en pleno éxito.
La película basada en la vida de Orton se tituló Ábrete de orejas (1987) y de eso trataba su travesura: de abrirles las orejas y los ojos a los adormecidos lectores de una biblioteca londinense en los 60. Algo similar a nuestra propuesta de #crucedeportadas. Es necesario tener bien abiertas las orejas para que podamos contar nuestras historias. Si Sherezade existiera en nuestros días habría pasado hace ya mucho del sultán y trabajaría en una biblioteca. No hay mejor lugar para seguir contando historias.
Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com
¿Es posible amar dos personas a la vez? ¿y a tres, y a cuatro, y a cinco? ¿Esto de qué va? ¿de comunas jipis en pleno siglo XXI? ¿del amor libre en tiempos de asepsia digital? No, en todo caso iría de poliamor: esa nueva etiqueta que ha surgido para renombrar cosas más antiguas que la nana pero que los tiempos han vuelto a poner en primera plana.
Jules et Jim o el poliamor en los tiempos de la Nouvelle vague
El trío de La trama nupcial: el poliamor de los 80
Por muchos autobuses, campañas o proclamas que lacen unos y otros a favor o en contra de que nos amemos los unos a los otros, o los unos sobre los otros: en definitiva en cuestiones de amores cada uno se las apaña como mejor puede. Así pues ¿por qué iba a ser diferente hablando de cultura?
Como lanzábamos hace unos días a las redes: si te gustan las librerías tanto como las bibliotecas ¿será que practicas el poliamor cultural? No es por quitar la ilusión: pero en vista de lo complicadas que siempre han sido las cosas en lo relativo al amor y al sexo: la mejor etiqueta a la que suscribirse es la de poliamoroso cultural. Toda una promesa infinita de placeres sin fin.
En el número 16 de la revista Infobibliotecas se abordaba el mundo de las librerías. Que una revista cultural especializada en el mundo bibliotecario se acerque a las librerías es algo que entra dentro de toda lógica. Librerías y bibliotecas se han desarrollado por vías paralelas y, en muchas ocasiones, hasta comparten problemáticas similares.
Los ménage à trois en cambio les han dado más de un disgusto. Editoriales egoístas que han recelado de las bibliotecas, o administraciones fulleras que se resisten a pagar a tiempo. De ahí que no sonara raro que en más de uno de los artículos que integraban ese número 16 de la revista: se incidiese en la valentía que demostraban aquellos que, aún en estos tiempos, se lanzan a la aventura de abrir una librería. Y como mirar los toros desde la barrera no es una opción cuando de apostar por la cultura se trata: el jueves 21 de marzo de 2017, en pleno corazón del madrileño barrio de Malasaña, emprendía su vuelo Ciento volando, la que ya alguno ha denominado «la librería de las bibliotecas».
Que esto tiene aires de publirreportaje no lo vamos a ocultar: pero siempre hay formas y formas para contar las cosas. Podríamos incidir en que es una librería que cuenta con un personal altamente cualificado, que aspira a servir a bibliotecas, pero por supuesto también a clientes de a pie, que incluirá un variada programación de actividades y eventos (sí eventos, antes eran actos, pero ahora son eventos) que atraigan a todo tipo de público. Pero sería un panegírico que, por atractivo que suene, no resulta tan determinante como el juicio de uno de sus primeros clientes.
Su nombre es Nico y tiene 12 años. Su afición al fútbol le ha llevado a guardar obligadamente banquillo durante algunas semanas por culpa de una clavícula rota. Afortunadamente el grueso tercer volumen de las Memorias de Idhún de Laura Gallego, que le compraron en la flamante librería, le servirá para sobrellevar la lesión mucho mejor.
Fue él, quien al leer el nombre de la librería en el envoltorio de su regalo de cumpleaños exclamó: ¡qué buen nombre! Y si lo dice un joven de 12 años que apunta, además de habilidades futbolísticas, la promesa de ser un buen lector: ¿quién es capaz de contradecir al futuro?
El Nido de lecturas a las puertas de la Biblioteca de Cleveland
El último Nobel de Literatura cantaba que la respuesta estaba en el viento; y visto en perspectiva puede que el poliamor cultural ya estuviera en el aire hace tiempo.
En 2013 el artista estadounidense Mark Reigelman instaló a las puertas de la biblioteca pública de Cleveland su obra Nido de lecturas: una enorme estructura de maderas que conformaba un impresionante nido que jugaba con la idea de la biblioteca como refugio.
La arquitecta de origen hindú Anupama Kundoo, cubrió una plaza de Barcelona con libros cazados en pleno vuelo en 2014.
Y tres años después abre sus puertas Ciento volando en Madrid. ¿Casualidad? No lo parece. Algo flotaba en el aire, y no era el amor, era el poliamor entre bibliotecas, librerías y lectores.
Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com
En Biblioteca yé-yé (de lo typical spanish en bibliotecas) indagábamos en busca de lo que se podría denominar como genuinamente español en el mundo de las bibliotecas. Se trataba de buscar una respuesta a la pregunta de si nuestro país había aportado algo original al mundo de la biblioteconomía. Y hasta donde fuimos capaces de llegar nos topamos con que esa aportación se centraba en un invento franquista como fueron las denominadas casas de la cultura. Una creación de lo más recuperable como opción de futuro en el siglo XXI.
Pero no hemos venido aquí ha hablar de pantanos (por aquello de mentar otro lugar común esgrimido por quienes quieren buscarle algo positivo al periodo dictatorial) o casas de la cultura. Estamos aquí para hablar de otro invento netamente español susceptible de exportarse al mundo bibliotecario global: la siesta.
Es un clásico en los medios (sobre todo en verano) hablar de inventos, a ser posible en Japón, en los que costumbres patrias arraigan en latitudes lejanas. La siesta es ya un clásico en ese sentido, y en el caso de las bibliotecas no iba a ser menos. Pero no hace falta irse hasta Japón, mucho más cerca, en la vecina Francia: habilitan las bibliotecas para que los estudiantes puedan desconectar durmiendo plácidamente y luego retomar el estudio con ánimos renovados.
Concretamente en la biblioteca de la Facultad de Medicina de la Universidad de Saint-Étienne es donde han habilitado un confortable cuarto de aires orientales (las Mil y una noches lo llaman) en el que los futuros médicos pueden experimentar los efectos reparadores de dar una cabezada.
No hemos hecho un estudio al respecto pero nos atrevemos a aventurar que en más de una biblioteca de nuestro país: el silencio de sus salas se habrá visto alterado, alguna vez, por un leve sonido, difícil de distinguir al principio, pero que finalmente ha desvelado su contundente naturaleza de ronquido con el consiguiente coro de risitas y murmullos alrededor.
Dicen que nunca se debe despertar a un sonámbulo cuando camina despierto, y ¿a un usuario de biblioteca cuando, con un libro acunado en su regazo, está dando una cabezada? Tampoco debería importunársele; puede que esté soñando con lo que ha leído y haciendo que germine en su cerebro. Por si acaso en la Universidad francesa entre las recomendaciones que regulan el uso de dicha sala se incluye la recomendación/exhortación de que las siestas no vayan más allá de unos 20 minutos. ¿Nos imaginamos salas así en nuestras bibliotecas?
En la mítica librería parisina Shakespeare & Co. son célebres sus residencias para escritores (tumbleweed se les denomina). Los afortunados con una de esas residencias pueden dormir en la propia librería.
Si queremos que nuestras bibliotecas se conviertan en el cuarto de estar de nuestras ciudades: tendremos que sopesar seriamente lo oportuno de servicios así. Sobre lo que no hay que pensar mucho es sobre la idoneidad de contar con otro espacio que en cierto modo también llama a la relajación y a los dulces sueños: las bebetecas.
No vamos a repasar aquí los numerosos estudios que glosan los beneficios de leerles a los niños desde bebés. Sólo atendiendo a los resultados del estudio que en 2014 publicó la Academia Americana de Pediatría: quedan claros los efectos que produce el familiarizar a los bebés con la lectura a través de las narraciones orales.
El estudio se centró en registrar, mediante resonancia magnética, la actividad cerebral de niños de 3 a 5 años mientras escuchaban relatos para su edad. Según los datos registrados los niños a los que sus padres les leían cuentos presentaban una mayor activación de la región del hemisferio izquierdo del cerebro que regula la integración multisensorial.
La bibliotecaria infantil estadounidense Debra J. Knoll publicó un libro el pasado año (Engaging Babies in the Library: Putting Theory Into Practice – ALA Editions) sobre la puesta en marcha de servicios de estas características en las bibliotecas. De entre los consejos que proporciona, los que resultan más adaptables y factibles en casi cualquier biblioteca, sea cual sea su tamaño, destacan dos:
Establecer acuerdos de colaboración con las unidades de maternidad de los hospitales cercanos.
Crear programas y actividades de interés para los padres y cuidadores. En este sentido asesorar a las parejas que vayan a ser padres proveyéndoles de material y actividades de interés.
No basta con dotar de libros-almohada, libros para la hora del baño, mullidos cojines, colores alegres y decoraciones acogedoras a la Bebeteca. Si realmente se está buscando fomentar la lectura desde la cuna: lo propio sería recibir a cada nuevo inquilino de este planeta con un libro cerca. Y quien dice un libro, dice una biblioteca.
En 2014 el saloncito vintage que crearon en la Biblioteca Regional de Murcia dio pie a situaciones tan especiales como las de esta foto. Begoña, que así se llama la orgullosa usuaria, posó embarazada y, meses después, lo volvió a hacer al ir a dar de alta a su bebé como usuario de la biblioteca.
Hace unos días el Ayuntamiento cántabro de Los Corrales de Buelna (Torrelavega), en colaboración con la Biblioteca Municipal, repartía libros de tela y el carné de la biblioteca a cada uno de los recién nacidos en la localidad durante los últimos seis meses. En total, durante el 2016, han sido cuarenta y dos los niños que han recibido este regalo de bienvenida al mundo. Aunque en esto de tener carné de biblioteca por el simple hecho de nacer los más ambiciosos fueron los escoceses que hace dos años presentaron un proyecto de ley por el que todo recién nacido tendría carné de biblioteca. ¿Se habrá hecho realidad?
Tal vez si más administraciones copiasen esta idea se pondría algo de freno al progresivo acoso y derribo al que está sometido la infancia en esta época. Un simple carné de biblioteca poco puede hacer por los niños que sobreviven en zonas de hambrunas y guerras; pero igual sí que serviría para frenar la indecente explotación que de la infancia se hace en los medios en nuestro entorno más cercano.
Susan Sarandon y Jessica Lange en la reciente producción televisiva Feud: en la que recrean la tormentosa relación entre Bette Davis y Joan Crawford durante el rodaje del clásico ¿Qué fue de Baby Jane?
El delicioso cómic sobre la vida de Joselito, el pequeño ruiseñor: un auténtico despliegue de inventiva visual al servicio de la atípica vida del niño prodigio.
No hemos tomado en vano el título de la película de Robert Aldrich: Canción de cuna para un cadáver (1964) para este post. Que nadie piense que estamos equiparando a la biblioteca con un cadáver, todo lo contrario. En este caso la biblioteca, estando presente desde la cuna, lo que hace es poner freno a ese adiestramiento de los niños en el exhibicionismo sentimental, y en la competitividad que exige la sociedad del espectáculo.
La protagonista de la película de Aldrich era la maravillosa Bette Davis, su alicaída carrera en los 60 revivió gracias al éxito de la previa ¿Qué fue de Baby Jane? (1962): en la que representaba, como solo ella podía hacerlo, la espeluznante decadencia de una antigua niña prodigio. En las bibliotecas no queremos niños prodigio, queremos niños, sin más. Que sueñen, que duerman, que las vivan, que las disfruten, que las carguen de futuro. Que las bibliotecas actúen de frontera contra esa mercantilización que de la infancia se está haciendo.
Porque por mucho que nos guste la nana siniestra de The Cure con la que ambientamos el post: la infancia puede que no sea un paraíso, pero tampoco tiene porque ser el principio de un mundo tan estandarizado que termine en pesadilla.
Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com
Mian Xianges el milenario arte chino de leer el rostro para conocer la personalidad. Aventurarse a indagar un poco sobre el Mian Xiang por la Red te aboca sin remedio a un periplo por webs repletas de signos del zodiaco, expertos que parecen extraídos de programas noctámbulos de tarot televisivo, y diseños webs estilo Geocities que amenazan seriamente con dañarte la retina.
Dado que este blog se desenvuelve en el mundo bibliotecario deberíamos demostrar algo más de rigor y no dar cancha a enseñanzas, que por muy milenarias que sean, puede que nos terminen convirtiendo en objetivo de blogs como No sin evidencia: el azote de las pseudociencias en internet. Pero después de haber lanzado desde este mismo blog un reto como el #bibliobizarro: ¿estamos en disposición de ponernos en plan erudito?
En esto de descifrar la personalidad a través de los rasgos del rostro nuestra pericia no alcanza siquiera a la morfopsicología; más bien se queda al nivel de lo de «con un seis y un cuatro hago la cara de tu retrato». Y es la osadía del que no tiene criterio la que nos empuja pese a todo a seguir las pautas del Mian Xiang. Pero eso sí, dotándolo de un cariz bibliotecario que nos redima un poco; una reformulación que conseguimos adaptándolo a la interpretación de nuestros rostros según lo que hayamos leído a lo largo de nuestra vida.
Si tenemos que creernos lo de que a partir de cierta edad cada uno tiene la cara que se merece: nuestro Mian Xiang bibliotecario será el test de belleza definitivo que ninguna crema por mucho ácido hialurónico, retinol, resveratrol o profetirol que incluya entre sus ingredientes va a poder superar.
Jean Cocteau dibujando el rostro de la actriz Ricki Soma con el bailarín Leo Coleman haciendo de portarretrato en una fotografía de Philippe Halsman
Lola Dupré artista escocesa cuyos collages escudriñan los rostros desde todos los ángulos posibles.
Haber leído mucho a Oscar Wilde puede provocar que nuestro labio superior manifieste una tendencia a elevarse al sonreír en una señal inequívoca de practicar la ironía. Cualquier peligro de incurrir en lo esnob, quedará atenuada si también se ha disfrutado del humor tal vez menos elegante, pero igualmente inteligente, de Tom Sharpe o Gerald Durrell.
Siguiendo estos razonamientos una mirada extraviada interrogando al horizonte puede deberse a muchas lecturas de Stendhal, Joseph Conrad o Jack London (o si es hacia el cielo nocturno, de Philip K. Dick, Ray Bradbury o Ursula K. Le Guin); un mentón decidido y un gesto airado sería por haber leído a Nietzsche a edades tempranas; o un casi imperceptible tic que nos haga guiñar un ojo, pese a que no haga sol, puede deberse a un exceso de suspicacia asimilado en tantos relatos de Raymond Carver, James Ellroy o Patricia Highsmith.
Para cada arruga, gesto o línea de expresión existirá una equivalencia literaria con algún autor u obra de cuyo análisis surgirá este Mian Xiang de baratillo que estamos practicando en este post.
Pero llegados a este punto, cabe preguntarse si las huellas literario-faciales serán iguales para los lectores entregados a la lectura digital (a los no lectores, por ser mayoría según las estadísticas, ni los contemplamos). Hasta ahora los libros envejecían con las personas existía una cierta sintonía oxidativa entre las arrugas de sus cubiertas, el amarillear de sus páginas, los desgastes de sus esquinas, y los rostros de sus lectores. Pero ahora: ¿qué signos aflorarán al resplandor de las pantallas?
Tal vez sean los rostros intervenidos, alisados y planchados de las celebridades. Prometemos por Orlan (la artista adicta al bisturí) que no criticamos el que uno quiera parecerse a la imagen que de sí mismo se ha forjado recurriendo a la ciencia. Pero lo cierto es que para lecturas digitales no puede haber mejores caras (según nuestro Mian Xiang literario) que las paralizadas a base de botox.
Orlan la célebre artista que lleva años interviniendo su físico como una manera de indagar sobre los cánones de belleza.
Tal y como es posible borrar un archivo de un ebook se intenta borrar el paso del tiempo en un rostro. ¿Daría este Mian Xiang o este tratamiento de belleza bibliotecario para idear alguna actividad en la biblioteca? Probablemente sea la pregunta más seria de todo el post. Es cuestión de reflexionar sobre ello y seguro que alguien da con la forma de sacarle provecho. «Lecturas que te ponen guapo/a«: ¿a qué esperan Lancôme, Biotherm, Clinique o Estée Lauder para aliarse con las bibliotecas en alguna campaña?
Pero volviendo a los rostros que copan portadas y pantallas: uno de ellos (que si tenemos que creer sus declaraciones no ha recurrido a la cirugía) es el que actúa como tótem en el denso vídeo que Massive Attack rodaron para su tema The Spoils; y que tan oportuno resulta en este caso. El rostro de Cate Blanchett convertido en una esfinge, en una dúctil máscara que se transmuta hasta quedar reducida a la inexpresividad más inquietante. Y a partir de ahí: todas las lecturas son posibles.
Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com
Hace unos años el presente se hacía pasado en lo que tardaba una pastilla efervescente en diluirse en un vaso de agua. Pero desde que el mundo se ha hecho digital el tempus fugit de los latinos se queda corto para transmitir esa sensación de vértigo en la que vivimos.
Por eso, más pronto que tarde, descubriremos que las señales de lo que está pasando ya estaban aquí desde hacía tiempo. Que el triunfo de los políticos populistas, el neomachismo, y por contraste, el resurgir del feminismo: ya se vislumbraban hace 6 años. El éxito comercial y mediático de la primera entrega de las 50 sombras de Grey (la novela) ya fue un aviso de un conservadurismo que se avecinaba vestido de gazmoña provocación. El estreno y taquillazo de la segunda adaptación cinematográfica de la saga solo vienen a confirmarlo.
Bettie Page musa de nuestro reto #bibliobizarro y precursora, hace muchas décadas, de un sadomaso light mucho más divertido que el de las 50 sombras.
Y precisamente en la semana en que se estrena esta producción destinada a perpetuar el tirón del braguetazo (¿se puede decir así?) comercial, que no literario, de E.L. James: una de las firmas de las 50 más célebres del mundo bibliotecario ha estado de actualidad. No se pueden comparar las dichosas 50 sombras con las 50 ideas que Carme Fenoll y Ciro Llueca legaron, hace una década, a la inspiración de las mentes más inquietas: pero si que se pueden contrastar.
Las deliciosas tiras cómicas de Peter de Wit a cuenta de los burkas.
El éxito del erotismo fast food de las 50 sombras entre tantas lectoras circunstanciales (mercadotecnia editorial aparte), tal vez pueda interpretarse como un logro del feminismo en Occidente, que ha conseguido que las mujeres se sientan los suficientemente libres, como para convertir la sumisión en una fantasía. En países con regímenes islamistas estrictos, no parece muy plausible que tuviera éxito esta historia: no se sueña con lo que se tiene en casa cada día.
La actualidad de las 50 ideas para bibliotecas públicas diez años después: es también un logro de las bibliotecas. Pese a los tiempos adversos que han tenido y tienen que afrontar: su pervivencia se debe a la combinación de ingenio y determinación de muchos profesionales a los que les han cambiado la baraja a mitad del juego, una vez más.
Eric Stanton: figura única del cómic erótico e instigador, sin pretenderlo, de un feminismo a latigazos.
Puede que a las conservadoras sombras de Grey les quede todavía algo de vida en las pantallas: pero lo que es en las bibliotecas han perdido mucho fuelle y a poco que su eco se diluya no estarán presentables ni para formar parte de nuestro reto #bibliobizarro (les falta gracia y desparpajo a esas pretenciosas portadas con aire de anuncio de perfume). En cambio las luminosas, y realmente sexis, ideas creadas al alimón por Fenoll y Llueca siguen señalando el camino para quienes quieran seguirlo.
En su idea número 22, Fenoll y Llueca ya aconsejaban un mes dedicado a lo erótico en la biblioteca. No tenemos noticia de que el boom del best seller citado haya provocado algo parecido en ninguna biblioteca de nuestro ámbito más cercano: más allá de algún tibio centro de interés. Pero aparte de reivindicar al erotismo en la biblioteca: lo que nos interesa ahora no son tanto los instintos básicos como el papel que los best sellers juegan en una biblioteca. Es momento, pues, de ir quitándonos los antifaces y las caretas: que aunque alguien pueda confundirse no estamos en una sesión de sadomaso.
Chistes bibliotecarios/libreros a costa de los best sellers hay a cascoporro que dirían los de Muchachada Nui. Aunque en este asunto de ironías a costa de gustos literarios nadie hila tan fino como las muy admiradas Libreras resoplantes.
Ayer visitamos al tipo que inventó los libros de youtubers.
Buenos días. Busco un libro que se acaba de estrenar.
La pregunta se impone: ¿realmente se saca todo el partido que podría sacarse a los best sellers, a los libros que-todo-el-mundo-ha-de-leer-que-todo-el-mundo-ha-de-conocer en las bibliotecas? ¿Cuántos de esos amantes pasajeros de la lectura que recalan en las bibliotecas arrastrados por los vendavales del marketing editorial son seducidos por los bibliotecarios para empresas de más enjundia? ¿Suena algo clasista? Bueno vale, puede ser, pero estamos en un blog dirigido a bibliotecarios no hace falta ser tan «bienqueda».
En la biblioteca del Condado de Lackawanna (Pensilvania) han decidido tomar cartas en el asunto y «sacar de sus zonas de confort a sus lectores» lanzando su reto de lectura que incluye cuatro títulos a leer hasta el 31 de marzo. Es solo uno de los muchos retos de lectura que proliferan tanto en el mundo anglosajón. Aunque uno de los retos más jugosos no ha sido instigado desde una biblioteca.
Listado de condiciones a cumplir para conseguir completar el reto PopSugar de la red social Goodreads en 2016
Se trata del reto PopSugar promovido desde Goodreads, la red social para lectores de Amazon, que ha lanzado una nueva edición de su reto de lectura para este 2017. De entre las condiciones que incluyen en dicho reto la primera de ellas es que te comprometas a leer un libro recomendado por un bibliotecario. ¿Un dulce guiño de consideración y respeto hacia la profesión por parte de Amazon ya que se está apropiando de ofertas genuinamente bibliotecarias? Como más adelante dicho listado incluye condiciones tales como: leerse un libro en cuya portada aparezca un gato, o que vaya a adaptarse al cine este año: puede que queramos ver homenajes donde nos los hay.
¿Servirán cafés de la marca Balzac’s en los time cafe? Es lo menos que podían hacer apropiándose como se apropian de las actividades propias de las bibliotecas.
La competencia cada vez es mayor. En las cafeterías que se conocen como time cafe(aquellas en las que se cobra por el tiempo que estés no por lo que consumas) han recurrido a clubes de lectura, cuentacuentos, recitales y demás actividades genuinamente bibliotecarias para fidelizar a su público. Y la gente paga por ellas cuando las tienen gratis en las bibliotecas, como señalaba Mario Aguilera de la Red de Bibliotecas Públicas de Cornellá en el último Congreso de Bibliotecas Públicas.
¿Hay motivos para el desánimo? Todo lo contrario es momento de seguir adoptando medidas drásticas e imaginativas que promuevan la infidelidad de los lectores.
No contamos con un equivalente al portal Ashley Madison para fomentar el adulterio lector, pero contamos con las bases de datos de las bibliotecas que, hasta el momento, han demostrado ser mucho más discretas.
Para empezar se podrían intercambiar las camisas de los libros. Trileros-bibliotecarios en acción:
a Yo te quise más de Tom Spanbauer se le envuelve con la cáscara brillante de tonos pastel de una novela de Cecelia Ahern, a ¡Melisande! ¿qué son los sueños? de Hillel Hankin se le viste con el ropaje de un libro de Paulo Coelho; a Por si se va la luz de Lara Moreno se le recubre con una camisa de una novela de Megan Maxwell. Las combinaciones serían infinitas, pero por dejar aquí el timo, perdón, el intercambio: un poco de confusión ideológica. Al ensayo político Una nueva transición de Pablo Iglesias se le recubre con las soluciones para salir de la crisis del expresidente Aznar, o viceversa.
Esto daría para un reto en las redes con hashtag creado para la ocasión. Pero mientras lo vamos madurando cerremos con algo más convencional. Si hemos hablado de best sellers, erotismo, e intercambios (de portadas, que a nadie se confunda) no sería justo concluir sin citar una de las tácticas más exitosas que llevan practicando muchas bibliotecas a la hora de «sacar de sus zonas de confort lectora a sus usuarios».
Nos referimos a las Citas a ciegas con la biblioteca que básicamente consisten en aprovechar el 14 de febrero para envolver en papel de regalo, con los consabidos detalles romanticones, una selección de fondos de la biblioteca para que los usuarios se las lleven a ciegas en préstamo a domicilio. Una manera algo menos fraudulenta a la hora de hacerles abrirse a otras lecturas. En otras bibliotecas, como en la de Toronto, optan por celebrar el Anti-San Valentín. Todo es válido con tal de atraer público.
Flechazos con la biblioteca y camisas intercambiables: al final todo encaja. ¿Cuántas comedias románticas no cuentan con la consabida escena de la chica vistiendo la camisa del chico? Todo un clásico. Y es que por mucho que queramos revestirnos de ironía y desapego cultural para mantener los ojos bien abiertos: y no dejarnos manipular por los cantos de sirena del marketing consumista. A poco que nos rasquen con un poco de dulzura todos terminamos siendo unos sentimentales de lo más convencional.
Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com
Eleuterio Sánchez, el mítico Lute del tardofranquismo, relataba sus famosas fugas en sus memorias (El Lute. Camina o revienta, que luego Vicente Aranda llevaría al cine), pero más allá de lo arriesgado de las mismas no daba instrucciones para quien quisiera emularle. Todo lo contrario que el preso brasileño Brayan Bremer, que escapó hace unas semanas de la cárcel brasileña de Manaos, y se dedicó a retransmitirlo prácticamente en directo a través de selfies. ¿De qué sirve hoy día alcanzar la libertad y jugarse la vida si no se publica en las redes?
Por eso el vídeo con el que abrimos este post resulta una metáfora perfecta de lo que trata. Más que excavar túneles durante años con cucharas, más que pergeñar planes de fuga imposibles:el mejor salvoconducto a la libertad, en una sociedad perfecta debería pasar por la cultura. Pero mucho nos tememos que este simpático invento (cuyas instrucciones para fabricarlo vienen detalladas en esta web) que tanto nos remite a películas de misterio o terror, nunca formará parte de las tramas del género carcelario.
Aún existiendo webs donde se detallan las lecturas que las protagonistas de Orange is the new black (la serie carcelaria con más tirón de los últimos tiempos) toman prestadas de la biblioteca de la prisión: no parece que la cultura sea prioridad cuando se habla de reinserción social.
En Vis a vis, la que podría ser su equivalente española, aunque hay escenas en la biblioteca no hay webs que contabilicen sus lecturas. Tal vez por eso tuvo tan buenas críticas, por ajustarse a la realidad.
Orange is the new black
Y es que basándonos en los datos del informe que el Observatorio de la Lectura y el Libro llevó a cabo en 2011 bajo el título: «Las bibliotecas de instituciones penitenciarias en España», el panorama no pintaba nada favorecedor. Así que no es de extrañar que pese a que aquel informe señalaba que solo tres cárceles españolas tenía conexión a internet hace 5 años; en la actualidad solo un 3% de los presos muestran interés por la lectura. Un dato que recogía un artículo muy completo sobre bibliotecas y penitenciarías en nuestro país publicado hace unos meses en El Español.
«Primero fue el rock de la cárcel… ahora con el cambio de los tiempos y nuestra era tecnológica aparece el Blog de la cárcel […] un lugar de encuentro para sentimientos, ideas, pensamientos y todo aquello que, con la palabra, más nos aproxime a la libertad»
Este es el texto que figura en la cabecera de El Blog de la Cárcel, una bitácora digital (actualmente inactiva) que elaboraban de forma colectiva los internos del Centro Penitenciario de A Lama (Pontevedra). Un ejemplo de proyectos volcados en fomentar la formación y la lectura entre los presos aprovechando las herramientas digitales. En otros países, en cambio, la apuesta por las bibliotecas como auténticos instrumentos para la reinserción social a través de la cultura es tan decidida que no vendría mal copiarlos un poco.
Prison Book Program, programa que se desarrolla en las cárceles estadounidenses para promover el envío de libros a reclusos.
En 2010, la biblioteca de la prisión de Edimburgo se llevó uno de los Library Changes Lives Award (Premios a bibliotecas que cambian vidas). Lo consiguió transformando un depósito de libros en un espacio luminoso, confortable y con fondos variados que provocó que la población reclusa que retiraba libros pasase del 5% al 50%.
En Corrupteca: bibliotecas y corrupción, ya hablábamos del ejemplo brasileño que contempló en 2012 la reducción de penas a cambio de que los presos leyeran. 48 días menos por cada año de condena si leen al menos 12 libros al año. Pero hay un ejemplo más próximo en el tiempo del que nos apetecía mucho hablar.
El Programa BiblioRedes forma parte del Plan de Intervención en Recintos Penitenciarios puesto en marcha por la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos en colaboración con la Gendarmería de Chile. El pasado mes de diciembre se inauguró en el Penal de Puente Alto (con una población de 1200 internos) uno de los espacios bibliotecarios que este plan contempla ir inaugurando en toda penitenciaría en la que hayan más de 50 reclusos.
Desde el año 2012 lleva en marcha este Plan que, por un lado fomenta el uso de las herramientas digitales como una forma de inclusión social con los denominados Laboratorios BiblioRedes; y por otro, adecua espacios y dota de colecciones a las bibliotecas de las penitenciarías. Un total de 33 bibliotecas se han inaugurado desde el 2016 y aspiran a hacerlo en las 75 prisiones con mayor población reclusa. ¿La meta?: llegar a las cerca de 48.000 personas internadas en las cárceles chilenas.
Macanudo de Liniers, uno de los títulos recomendados para estar presentes en los talleres de fomento lector dentro del plan chileno.
Novelas gráficas, revistas, libros de historia, de filosofía, etc… La selección de obras se ha hecho por parte de grupos formados por psicólogos, asistentes sociales e incluso ex reclusos. El Plan incluye entre una de sus mejores bazas la implicación de los propios internos en el desarrollo del mismo.
Según reza las directrices del Taller de mediación lectora y gestión cultura a desarrollar en los centros:
«el presente taller busca formar a los internos más asiduos a la biblioteca con respecto a nociones básicas de fomento lector, extensión cultural y difusión de las actividades generadas«.
Si en las bibliotecas sin rejas del siglo XXI es fundamental la implicación en la toma de decisiones de los usuarios, en las bibliotecas de las cárceles chilenas lo están poniendo en práctica. No hay mejor publicista de nuestros servicios que un usuario satisfecho.
El Lute junto a una de las componentes del grupo musical Boney M.
Y los datos hablan por sí solos, en el pasado año se realizaron un total de 11.500 préstamos en los centros dotados con estas remozadas bibliotecas, y las expectativas para el presente año esperan superar con creces dicha cifra. El ejemplo chileno hace que todas las buenas palabras sobre reinserción, alfabetización de población reclusa, reeducación o integración dejen de ser meras palabras para convertirse en una realidad cuantificable en datos estadísticos.
Ya tenemos a quien imitar, ahora solo hace falta un poco de voluntad política para desarrollar algo parecido en nuestro país. Un país que convirtió a un pobre delincuente en un diablo mediático en época franquista, y que luego asistió a la reinserción del mismo gracias a la lectura y la educación.
Uno de los espacios acondicionados en una de las prisiones chilenas integradas en este ambicioso Plan de fomento de la lectura.
En el título del post nos apropiamos del título de la biografía de El Lute porque nos daba juego, pero está visto que con buenas políticas culturales que incluyan a las bibliotecas, no hay que reventar nada, sino todo lo contrario. Como declaraba el propio Eleuterio desde su experiencia como persona que superó sus limitaciones gracias a la cultura:
«soy todo lo libre que nos permiten los mercados. La libertad es una entelequia, un sentimiento. La libertad no se da, la libertad se conquista, y yo he conquistado la libertad posible, la que hay.»
Y si empezamos el post con una biblioteca que escondía una salida, cerremos con una de las mejores escapatorias que tenemos a mano para escapar de las cárceles mentales que nos montamos cada uno: el humor.
Fue en 1993 que el entonces cineasta en ciernes Miguel Albaladejo, aprovechando que ejercía como ayudante de dirección del maestro Berlanga en su película Todos a la cárcel: rodó su cortometraje La vida siempre es corta. Una jocosa nota final que deja claro que por mucho que físicamente no se pueda, nuestra mente siempre sirve para evadirnos allá donde seamos más felices.
Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com
Impulso o tendencia instintivos. Así define la RAE a la palabra pulsión, y por su propia definición es natural que se asocie a actos irreflexivos, a emociones más que a pensamientos. Pero no siempre tiene porque ser es así.
Muchas veces la ansiedad por dar rienda suelta a un pensamiento, una idea, una sensación hacen que un acto tan aparentemente racional como es la escritura se manifieste casi como un reflejo de nuestro sistema límbico (esa parte de nuestro cerebro en la que se alojan las emociones). Algo así le pasó a la neoyorquina Elena Zaharova cuando contempló las bellas tonalidades con que el otoño pinta a los árboles de Central Park.
«Se amontonan en la ventana las hojas que caen Las hojas rojas y doradas de otoño»
Pero Elena no vio los labios del amado, ni los besos del verano que es como sigue la famosa canción de The Autumn Leaves (Hojas de otoño). En medio de esa hojarasca de tonos rojizos y dorados no podía atisbar nada poético porque el triunfo electoral de Donald Trump le quitaba cualquier lirismo a este otoño neoyorquino. Por eso, antes de caer en la depresión recurrió a lo que tenía más a mano: a esas hojas de otoño, a esas hojas que se amontonan en la ventana.
86 hojas en las que la diseñadora, con paciente caligrafía, fue escribiendo una a una: poemas, fragmentos de literatos americanos y rusos. Después las fue desperdigando por la ciudad, dejando que el viento las arrastrase por el centro de la Gran Manzana, con la esperanza de reconfortar a alguien con ellas. #leavespoetry es el hashtag con el que Elena busca ampliar la acción por las redes.
Las calles de Manhattan son especialmente ventosas por el fenómeno túnel que provocan los altos rascacielos; y así que no sería tan extraño que alguna de estas hojas algún día llegue volando hasta la mismísima Trump Tower. Claro que lo más probable es que alguno de los emigrantes que mantienen limpio el edificio la barriese de inmediato.
El delicioso corto Paperman (2012): viento y papeles para una historia de amor entre los rascacielos de Nueva York
De la capacidad terapéutica de la escritura ya se ha hablado mucho, y en algunos casos más que una pulsión se convierte en una auténtica necesidad fisiológica, como la de vomitar. No otra cosa hizo el cantante Nick Cave, que aprovechó sus continuos viajes en avión durante su gira de 2014 para escribir un libro de poesías, canciones y reflexiones con lo que tenía más a mano: las bolsas para vomitar de los aviones. Con semejante material el título del libro no puedo ser otro que The Sick Bag Song (La canción de la bolsa del mareo).
El libro de Nick Cave con las bolsas de mareo de los aviones escritas de su puño y letra y pegadas en cada uno de sus ejemplares.
El post Tatuaje bibliotecario: orgullo de biblioteca a flor de piel que publicó hace cosa de un año en este blog nuestra compañera Carmen Rodríguez García, ha sido de los que acumulan más visitas e interacciones. La piel como material escriptóreo suponía todo un compromiso a la hora de elegir lo que iba marcar para siempre nuestro cuerpo.
En la película del barroco cineasta Peter Greenaway The pillow book (1996), la protagonista, hija de un calígrafo japonés, cada cumpleaños era obsequiada por su padre con un bello carácter escrito sobre su piel. Una vez adulta y convertida en modelo, Nagiko que así se llama: no puede disociar el placer de lo sensual del placer de la escritura sobre su cuerpo desnudo.
El esteticismo de Greenaway logró aunar erotismo y escritura en algunas de las imágenes más bellas de su carrera. Pero nada de eso parece haberse conservado tras el boom de los tatuajes que explotó a mediados de los 90, y que ha convertido al hecho de tatuarse en algo puramente ornamental.
Picasso firmando sobre el pecho de una mujer
Pese a todo esta moda de los tatuajes, las escarificaciones o adornarse el cuerpo en Occidente, pareciera un acto de revancha poética para tanta cultura indígena aniquilada, cuyos signos atávicos, reviven ahora en las pieles de los descendientes de los que les invadieron. Si desde Marcel Duchamp, la firma del artista es lo que da valor al objeto más anodino, en esta cultura de la celebridad y el famoseo, era cuestión de tiempo que el rasgo más personal al que pueda aspirarse, sea la firma de un famoso en tu piel.
Un dólar convertido en único por llevar la firma del ‘ávida dollars’ de Dalí.
La inglesa Zoe Wade lleva 9 años coleccionando autógrafos de celebridades en su piel, que posteriormente convierte en tatuajes. Puede que su cuerpo sea el producto genético de la unión entre su padre y su madre, pero quienes le han otorgado relevancia artística a sus brazos o espalda han sido Debbie Harry, Angelina Jolie, Kylie Minogue, Lionel Ritchie, The Edge (guitarrista de U2), Grace Jones o Penélope Cruz, entre otros. Todos fueron asaltados por esta fan, y accedieron a estampar su firma en su piel, ignorantes de la trascendencia que un acto tan mecánico para ellos, iba a tener en esta ocasión.
Grace Jones firmando la espalda de Zoe, quizás sin saber que la marcaba de por vida.
Zoe Wade y su cuerpo «tatuado» por famosos
Este singularizarse/despersonalizarse pareciera el culmen del ideario pop warholiano. En la aséptica era de Internet, dudamos que las firmas digitalizadas vayan a conseguir lo mismo. En la última Feria del Libro de Madrid, la multinacional Amazon ofrecía la posibilidad de conseguir un autógrafo personalizado de autores como Vargas Llosa, Isabel Allende, Camilla Läckberg o Lars Kepler para los lectores en dispositivos Kindle que se descargasen alguno de los títulos escogidos de estos autores.
Memento (2000) de Christopher Nolan, el escribirse la piel como cuestión de supervivencia.
El autógrafo digital de Vargas Llosa en un Kindle.
Pero pese a este empeño por trasladar toda experiencia analógica a lo digital, al menos a este respecto nos quedamos con lo que dijo el escritor Lorenzo Silva cuando se empezó a hablar de estos autógrafos digitales:
«la dedicatoria tiene dos valores, el de lo que personalmente te diga el autor, y el de la tinta y la mano del autor [..] esto me parece intentar hacer servir las cosas para lo que no sirven. Si quieres un recuerdo de alguien, cómprate un libro de ese alguien”
Y no podemos estar más de acuerdo. Lo digital proporciona prestaciones magníficas, pero que se olvide de querer suplantar lo que nunca estará a su alcance. Un libro dedicado es un fetiche, cada huella dáctilar de su autor le añade valor; y su rúbrica, lo hace único entre la tirada de miles de ejemplares que se imprimieron.
Como escribió Paul Valery: “la piel es lo más profundo que hay en el hombre”, y el papel y la tinta son la piel y la sangre para el autógrafo de un escritor. Y sino, que se lo digan a la tatuada Zoe Wade.
Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com