Guerra cultural C: pequeñas bibliotecas libres vs. gnomos de jardín

 

Hay que actuar como un sioux, hacer el indio lo que haga falta para rastrear los indicios que nos indiquen (en nuestro caso) por dónde irá la cultura en estos tiempos inquietos (e inquietantes). Y para eso hay que huir de medios generalistas o redes saturadas de distracciones. Hay que centrarse en la letra pequeña, en la sección de sucesos de medios locales, en el día a día de esos ciudadanos a los que queremos seducir desde las bibliotecas.

 

En Greater Victoria en Canadá este mes han estrenado 150 pequeñas bibliotecas libres.

 

Gnomo pertrechado de bazuca para destruir pequeñas bibliotecas libres.

Durante los últimos años el movimiento de las pequeñas bibliotecas libres (PBL a partir de ahora aunque coincida con las siglas de Aprendizaje Basado en Problemas) ha alcanzado la muy respetable cifra de 65.000 unidades extendidas entre Estados Unidos y Europa y sigue su imparable ascenso.

Las PBL han ido colonizando jardines de clase media arrumbando otros hitos de la decoración de exteriores. El hecho de anidar libros en su interior las inviste de un aura cultural que las hace respetables. Tanto es así que Incluso, en la ciudad inglesa de Rochester, la propia biblioteca pública amplió su red mediante la instalación de PBL con el programa Neighbors Read (Vecinos que leen).

Ante este poderío ni las toscas reproducciones de la Venus de Milo, ni los remedos en terracota de los leones de la Alhambra,  ni siquiera las columnas-maceteros estilo dórica-dórica–jónica-jónica–corintia-corintia-corintia… (perdón pero el hit de Las Bistecs regurgita cuando menos te lo esperas): han podido frenar su avance. Solo un clásico incontestable como los gnomos de jardín han intentado resistirse a su ofensiva. Hasta ahora.

 

Parada de gnomos nazis en Nuremberg creada por Ottmar Hoerl

 

Con la app Gnomify AR ya es posible ver gnomos allá donde uno quiera. 

Como bien se sabe los ingleses son muy forofos de los jardines. Así que no es de extrañar que haya sido en la sección dedicada a jardinería del rotativo «The Telegraph» en donde se informe del lento declinar de los gnomos de jardín. Parece ser que la venta de gnomos durante la última década se ha reducido y solo quedan cinco millones en Gran Bretaña (¿conseguirá revertir la situación el Brexit?). Sin duda un mazazo para todo connossieur de lo kitsch.

Desde la década de los 70 en que empezó su apogeo, hasta ahora, los gnomos han conseguido convertirse en todo un símbolo. El equivalente pequeñoburgués de las suntuosas estatuas que adornaban los palacios aristocráticos. La aparición de las PBL ha sido probablemente el tiro de gracia para los entrañables gnomos que probablemente las boicoteen en su secreta y frenética vida nocturna. Y, pese a todo, tanto gnomos como PBL comparten muchos puntos en común. La escalada de noticias inquietantes al respecto es constante.

 

En 2014, en la ciudad inglesa de Durham, la policía «reclutó» a diez gnomos para repartirlos por la ciudad y concienciar sobre la prevención de robos y otros delitos.

 

El 6 de abril de 2017 hasta un centenar de gnomos, que decoraban el Kingsbury Water Park en la ciudad inglesa de Sutton Coldfield: amanecieron brutalmente decapitados. Pero este es solo el último de los sucesos más recientes de un fenómeno delictivo que acumula un largo historial.

En 2013, según relataba el medio local «Gloucestheshire», el matrimonio de jubilados formado por Bernard y Bond Cath, residentes en la ciudad balneario de Cheltenham: tuvieron uno de sus más amargos despertares al encontrar una docena de sus amados gnomos salvajemente mutilados, decapitados, desmembrados e incluso hechos añicos, de manera que fue imposible cualquier intento de reanimación mediante pegamento de contacto. Volviendo a la actualidad, hace unas semanas en Santa Barbara, California, un bibliotecario escolar retirado denunciaba, ante las cámaras de una televisión local, el robo de la PBL que había diseñado y construido junto a su hijo durante los últimos dos años.

 

Pequeña biblioteca libre calcinada en Minneapolis junto con un cartel ofreciendo recompensa a quien diera información sobre los posibles vándalos. Hasta un total de ¡¡5.000 dólares!! se ofrecían según indicaba la noticia.

 

La inolvidable pareja formada por Georges y Mildred en Los Roper.

Noticias soñadas por esos reporteros, todo simpatía y jovialidad, de televisiones locales: que lo mismo relatan cómo se cocina un caldo con pelotas que muestran la desolación de los propietarios de gnomos y PBL destrozados. ¿Por qué tanto odio? se preguntan vecinos que podrían pasar por unos Roper del siglo XXI mirando a cámara.

El profesor de filosofía alemán Thorsten Botz-Bornstein podría dar el pego como nieto intelectual de George and Mildred Roper. En un artículo publicado en el magazine digital británico «Quartzy» el profesor se pregunta ¿Cuándo desarrolló el mundo tan mal gusto? : en el que, por supuesto, cita a los gnomos de jardín.

Según los profesores de sociología Ruth Holliday y Tracey Potts, «estamos a punto de ahogarnos en el kitsch«: y Botz-Bornstein encuentra una explicación a todo ello en un narcisismo galopante que se sustenta, en parte, en una pérdida de identidad cultural elevado al cubo por la cultura del yo que promueven las redes sociales.

 

Hinchable de Hulk de Jeff Koons expuesto en el Museo Belvedere de Viena.

 

Pero no aspiramos a hacer lecturas tan profundas y certeras como las del filósofo alemán: ni tan siquiera a épater les bourgeois que dirían los franceses. Lo nuestro es más a ras de césped: pero hay detalles que saltan fácilmente a la vista con poco que se observe. Los gnomos pueden representar el epítome de lo kitsch pero las PBL no le andan a la zaga por mucho que contengan libros. Si en Hoteles para ricos, bibliotecas para pobres: se buscan disidentes hablamos del interés que los nuevos ricos manifestaban por las bibliotecas como meros ornamentos de estatus social; es comprensible que los pequeñosburgueses los emulen como hicieran en su día con los gnomos.

En la localidad estadounidense de Whitefish Bay los promotores inmobiliarios incluso celebran la proliferación de las PBL por el valor añadido que aportan a las propiedades. Gentrificación adorable a costa del concepto biblioteca.

Shakespeare-patito de goma para el baño: los representantes de la alta cultura en merchandising.

En 1874 la primera exposición de los impresionistas en París escandalizó y desafío el orden académico establecido. Décadas después sus, entonces, subversivos cuadros se convirtieron en los preferidos para decorar las cajitas en las que vender pastas de té. La cultura será kitsch o no será.

La lectura como elemento decorativo, al que los tiempos digitales, han recubierto de una pátina entrañablemente vintage. Una vez desactivada la carga explosiva de la auténtica literatura, de los pensamientos menos conformistas y del poder inquisitivo de la filosofía: las PBL equiparan los antaño inaccesibles libros al nivel de los gnomos de jardín. La cultura domesticada, amable, respetuosa con lo establecido. Tantas décadas de cultura Reader’s Digest tenían que dar sus frutos.

Pero ningún triunfo sale gratis. Las PBL ya están recibiendo las primeras críticas razonadas y documentadas por parte de algunos estudiosos. En Toronto, Jane Schmidt, bibliotecaria de la Universidad de Ryerson, y Jordan Hale, geógrafo y especialista de referencia de la Universidad de Toronto: publicaron un estudio al respecto de las PBL que indaga en el lado menos amable del fenómeno. Entre sus observaciones plantean cuestiones como:

  • ¿por qué para crear una Little Free Libraries es necesario pagar a una organización sin ánimo de lucro que cobra por usar el nombre y distribuir su merchandising?
  • contrariamente a lo que se sostiene de que las PBL sirven para llevar la cultura a barrios menos abastecidos culturalmente: lo cierto es que la mayoría de PBL se han instalado en barrios ricos y aburguesados que ya disponen de biblioteca pública.

Libro del ilustrador Daniel Rotsztain con todas las bibliotecas públicas de Toronto. Daniel fue dibujándolas, una a una, como una manera de reivindicar el gran papel que juegan en la ciudad. Y luego publicó este libro para colorearlas.

 

  • el movimiento de las PBL vende la idea de «construcción de comunidad» a través de la cultura. Pero, según constatan Schmidt y Hale, los propietarios de las PBL eluden las interacciones con extraños. La PBL se convierte en símbolo de estatus y amor por la cultura: pero sin ánimo de compartir más allá del entorno más local y conocido. Algo así como las enciclopedias a juego con la tapicería, la pantalla de cine doméstica con sonido envolvente o el salón de juegos en el sótano: signos de estatus social cara a la galería.
  • y por último, los investigadores se preguntan: ¿por qué no recurren a las bibliotecas públicas si tanto deseo tienen de mejorar su entorno a través de la cultura?

 

 

Instrucciones para sobrevivir a un ataque de gnomos de jardín.

En el magnífico cómic de Brectch Evens Los entusiastas: un artista plástico capitalino viaja hasta una pequeña población que celebra su primera feria de arte contemporáneo para guiar a los vecinos en la construcción de lo que será la gran obra de la feria: un gnomo de jardín gigante (por cierto perderse este cómic debería penalizar de algún modo).

Pero, por jocoso que pueda resultar, ninguno estamos muy lejos de los entrañables pueblerinos entusiastas de un arte que no comprenden pero al que aspiran. Warhol encumbró la cultura popular a objeto de deseo: y Jeff Koons ha llevado lo kitsch a otro nivel. Tenemos el apocalíptico subido pero lo cierto es que las bibliotecas no podían quedar a salvo.

Pese a todo aún hay conductos de ventilación en los que arrojar el disparo certero que haga explotar en mil destellos la Estrella de la Muerte de la Cultura con mayúsculas. Puede que las PBL estén llamadas a sustituir a los gnomos como representantes del orden cultural más burgués: pero también cabe la posibilidad de que pese a haber nacido en el mismo entorno, escondan en sus tripas la semilla de la subversión, de pequeñas revoluciones que puede que un día lleguen a ser grandes.

Hace unos años, cuando empezaron a proliferar las PBL en la ciudad estadounidense de Portland, algunas voces las acusaron de promover un neo-socialismo que atentaba contra los pilares profundamente capitalistas de la sociedad norteamericana. Porque ¿quién dice que nuestro afable vecino no sea un peligroso librepensador, que aprovechando las pequeñas bibliotecas libres, decida intercalar entre los libros de jardinería, de cocina o los best sellers de moda, por ejemplo: los Ensayos de Montaigne, La peste de Camus, El antiCristo de Nietzsche, la Teoría King Kong de Despentes, o el subversivo Steal this book (Roba este libro) de Abbie Hoffman?, ¿y que una idílica comunidad termine transformándose en una barriada antisistema?

 

La cadena de comida rápida McDonald’s apropiándose del fenómeno de las pequeñas bibliotecas libres.

 

Quien juega con libros juega con fuego y nunca se puede saber por dónde colgará la mecha de alguna mente inquieta dispuesta a dejarse prender. Las PBL presentan la apariencia de casitas de primoroso colorido. Pero ¿quién sabe? Puede que en realidad actúen como caballos de Troya repletos de libros-bomba listos para detonar provocando ideas en cadena. Como bien nos enseñaba el exquisito rey del mal gusto, John Waters, en Serial mom (1994): nunca hay que fiarse de las apariencias.

 

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Bibliotecas de género fluido

 

Convertirse en tradición en estos tiempos es algo francamente difícil. Pero que una empresa de embutidos lo haya conseguido habla de una de las estrategias publicitarias más geniales que se han visto jamás de los jamases por estos lares. Desde el 2011 con ese homenaje a los que nos han hecho reír en tiempos difíciles hasta la campaña para la Navidad de 2017 en torno al independentismo: Campofrío (por si acaso advertimos que este blog no tiene sponsor alguno) ha provocado adhesiones, rechazos, y suponemos, que un incremento en las ventas de sus productos.

 

El retrato de Chiquito de la Calzada que aparece en el famoso anuncio de Campofrío.

 

El eslogan de amodio acuñado en el anuncio dirigido por Isabel Coixet para definirnos se ha convertido en trending topic por lo certero que resulta. Amor y odio como señas de identidad: lo malo es cuando bajo esas querencias o repulsas lo único que late, y nos unifica, no es más que el miedo. Miedo al otro, a perder los privilegios, a lo diferente, a la verdad. En una reciente entrevista en El País el director de «The New York Review of Books» (la revista neoyorquina más prestigiosa sobre crítica de libros), Ian Buruma, lo corroboraba en una frase: «el miedo va ganando en un mundo cada vez más polarizado«. Y eso los políticos, y los poderes en la sombra, lo saben perfectamente.

 

Patria de Aramburu será la primera serie que desarrolle la filial de HBO en España. El miedo como eje central de la historia de una novela encumbrada por público y crítica.

 

Dos políticos: Trump y Erdogan lo han dejado claro en los últimos días. La prohibición del mandatario estadounidense a la agencia de salud nacional del uso de palabras como: diversidad, vulnerable, transgénero o expresiones como «con base en la ciencia« no ha hecho más que mostrar su miedo más arraigado: a la verdad. Y la censura implacable a la que está sometiendo el presidente turco a las bibliotecas de su país, con más de 140.000 libros retirados de ellas (entre otros: títulos de Althusser, Camus o Spinoza) no camufla otro miedo que el que siente cualquier régimen totalitario: el temor al conocimiento.

Por eso en este post vamos a repetir cual mantras varias de las palabras prohibidas por Trump para que calen como cala una lluvia fina y persistente. Lo que sea con tal de contravenir a los dos presidentes y defender la libertad de las bibliotecas como refugio para la diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad, diversidad…

 

Bancos en forma de libros de autores turcos frente al Bósforo en Estambul. ¿Los prohibirá también Erdogan?

 

Como la campaña de los embutidos incluye una web para hacer el test que nos diagnostique cuánto amodio padecemos: empezaremos con la frase de «con base en la ciencia». Concretamente con el estudio sobre psicología social que publica el «European Journal of Social Psychology» llevado a cabo por investigadores de Yale a través del cual se preguntó en línea a 300 residentes en los Estados Unidos sobre cuestiones como: el aborto, los derechos LGTBIQ (en breve harán falta unas siglas para abreviar tanta sigla), el feminismo o la inmigración. La idea era constatar cómo el miedo y la sensación de seguridad afectan al posicionamiento político de los ciudadanos.

«Antes de que lo sepas: las razones inconscientes de que hagamos lo que hacemos»: el libro de John Bargh sobre las motivaciones de nuestro comportamiento.

Antes de someterlos al test se separó en dos grupos a los participantes y se les pidió que imaginaran dos situaciones: poseer el don de volar y ser inmune a cualquier daño físico. Entre el segmento de encuestados que imaginaron poder volar sus variaciones ideológicas a la hora de responder al test no variaron de lo que se esperaba. En cambio, en el grupo que imaginó sentirse inmune a cualquier daño físico: las diferencias en las respuestas entre demócratas y republicanos fueron mínimas y terminaron acercándolos ideológicamente.

Según concluye el psicólogo social John Bargh, que encabeza el equipo de investigadores: es necesario reconocer cuánto influyen motivaciones tan básicas como el miedo y la seguridad en nuestros posicionamientos ideológicos. Los políticos (de cualquier signo lo saben) y nos manipulan apelando a tan potentes sentimientos. Bargh aboga por conocer nuestros impulsos para que nuestras opiniones se basen en el conocimiento y no en sentimientos irracionales. Y para eso ¿dónde acudir? Muy previsible por nuestra parte: a las bibliotecas.

 

 

Sentirnos vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, vulnerables, nos hace manipulables. Tal vez por eso Trump la quiere prohibir. No porque vayamos a dejar de sentirnos vulnerables sino porque seamos conscientes de ello y queramos ponerle remedio. Y de sentirse vulnerable, frágil, desamparado y de cómo superar ese miedo habla el magnífico cómic La levedad de Catherine Meurisse.

El 7 de enero de 2017 Meurisse se despertó tarde, hundida como estaba tras su último fracaso sentimental, y por esa razón llegó tarde a su trabajo como dibujante en el semanario satírico francés «Charlie Hebdo». Por escasos minutos Catherine se libró de la terrible suerte que corrieron sus compañeros a manos de los terroristas: y lo que nos cuenta en La levedad es el proceso que tuvo que seguir durante los meses siguientes para recuperar el equilibrio tras el desastre.

 

 

¿Cómo recuperar la levedad que nos permite vivir sin sentirnos permanentemente en carne viva? ¿cómo superar las secuelas de un hecho traumático?  En las campañas de Campofrío abogan por el humor; y Catherine optó por recurrir a una terapia de choque a base de cultura y belleza para, poco a poco, reanimar un estado de ánimo catatónico que la llevó a viajar hasta Roma en pos de un síndrome de Stendhal que la sanase.

Un auténtico desfribrilador en viñetas que le sirvió a la autora para volver a latir gracias a la cultura; y que reanima a quien lo lee del embotamiento con que nos entumece los sentidos tanta crónica ruidosa del día a día.

 

 

Uno de los collages de la artista expuesto en Francia.

Y precisamente en Francia se está celebrando el cuadragésimo aniversario del Centro Georges Pompidou a través del proyecto itinerante Traversees ren@rde. Este proyecto aglutina múltiples actividades en las que se abordan los movimientos estéticos y micropolíticos que agitan nuestra actualidad. Y en la exposición que, hace unos días, se inauguró en Bourges participa la española Roberta Marrero con algunos de sus collages.

Hace poco más de un año la artista plástica  publicó su primera novela gráfica: El bebé verde: infancia, transexualidad y héroes del pop. En este primera incursión en el mundo del cómic, Marrero, se volcó en relatar su infancia como mujer transexual. El relato que de su infancia hace la artista afecta a cualquiera que alguna vez se haya sentido diferente por cualquier motivo: tanto da que sea heterosexual, homosexual, transexual, polisexual o transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero, transgénero.

Dictadores: la obra en que Roberta Marrero intervino los retratos de sátrapas célebres al estilo Hello Kitty. En este caso la venganza se sirve fría y pop.

En tiempos en que la identidad se fragmenta, se diluye, se hace líquida (Bauman one more time): el relato en primera persona de cómo Roberta construyó la suya a través de la cultura convierte a su primera novela gráfica, no solo en un auténtico libro de artista: sino en un manual que debería incluirse en las secciones infantiles y juveniles de las bibliotecas por su valor para abordar temas tan candentes como: el bullying, el respeto a los demás, el feminismo o la LGTBIQfobia.

En Dejando atrás el lado salvaje: bibliotecas por la inclusión social ya hablamos de mujeres transexuales en bibliotecas. Y Marrero cautiva a cualquier amante de las bibliotecas con el primero de los mandamientos que prescribe en un momento del libro para ser feliz: «lee, lee, lee«.

La artista reconoce su deuda con la lectura como primer peldaño en la construcción de su identidad. Pocas veces las bonitas (y vacuas por manidas) palabras con que se suele convencer de los beneficios de la lectura habían tenido una aplicación práctica más efectiva que la exhortación de Marrero en su novela gráfica.

 

La Campaña por los Derechos Humanos, en colaboración con la artista Robin Bell, proyectó palabras como «feto» y «transgénero» en el Trump International Hotel en Washington, DC, como una manera de protestar por las «recomendaciones» dadas por la administración Trump sobre el uso de estos términos

 

Cisgénero, transexual, género fluido, género no binario…, si hasta en un programa tan poco minoritario como OT 2017 estos términos están a la orden del día; llegan hasta el Congreso de los Diputados; y muestran una juventud (que la hay) que pese a tantas etiquetas aspira a vivir sin dejarse constreñir por ellas: el recuerdo que Felicidad Campal hacía de la célebre frase de Bruce Lee (Be water, my friend) en su estupendo artículo sobre lo que aportan las bibliotecas a los objetivos de la ONU: da pie para dar un paso más allá y proclamar: Be water, my library.

Roberta se construyó a sí misma gracias a sus héroes del pop, y resulta que las bibliotecas son las reinas del glam: todo cobra sentido.

 

Acrónimo de Galleries, Libraries, Archives and Museums: el proyecto que aglutina a las instituciones culturales para preservar el patrimonio a través del acceso digital y permite la colaboración con el sector de la cultura libre.

 

Reinas de un GLAM que poco tendría que ver con el movimiento estético y musical  que en los 70 enarbolaron figuras como Marc Bolan, Gary Glitter, o por supuesto, David Bowie: pero que en realidad está muy conectado. Quizá cueste verlo, si nos quedamos en el estereotipo del bibliotecario/a; pero hay que procurar ir más allá. Si lo que caracterizó al movimiento glam, fue la ambiguedad, el disfraz, y lo divertido: ¿no es acaso esta imagen la que persiguen hoy día las bibliotecas?  Ambiguas entre lo impreso y lo digital, maquilladas para seducir al público, bulliciosas cual centros comerciales de la cultura y el ocio.

Tilda Swinton en la portada del magazine de estilo transversal Candy.

Bibliotecas de género fluido (o travesti, según el caso: protagonistas inminentes en la revista especializada «Candy»). Ya lo dijo el erotómano Luis G. Berlanga al respecto del rechazo a la parafernalia típicamente femenina por parte de un feminismo mal digerido: «los taconazos, las medias, los ligueros, los corseletes […] Si no es por los travestis […] las generaciones venideras llegarían a olvidar que existió la seducción»

Es en este sentido, en el que las bibliotecas se travisten con ropajes lúdicos, divertidos, llamativos y renovados que llamen la atención a un usuario infoxicado y asaltado por miles de estímulos, que cual cantos de sirena, lo aturden y le hacen carne exclusiva de best sellers, blockbuster o trending topics.
Sólo de esta manera, aunque sea de estraperlo, preservarán un concepto de cultura más rico, libre y desprejuiciado en esta civilización que entre prohibiciones, polémicas y enfrentamientos nos hace olvidarnos, en ocasiones, de que seguimos siendo humanos, demasiado humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos, humanos,humanos, humanos, humanos.

 

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

El ángel exterminador bibliotecario V

 

[Continuación de El ángel exterminador bibliotecario IV]

 

TEDEUM DIGITAL

 

Un ángel de Hollywood visitó el rodaje de Buñuel en busca de un paraíso menos artificial que el de la Meca del cine.

 

En el clásico buñueliano que llevamos cinco semanas fusilando desde prisma bibliotecario: los dignos representantes de la burguesía son liberados por el ángel una vez han perdido toda dignidad.

La adaptación al cómic de la película de Wim Wenders sobre dos ángeles más compasivos que exterminadores.

En nuestra versión de la historia no serían las necesidades básicas, ni siquiera los espacios compartidos los que provocarían la ruptura del contrato social. En el siglo XXI lo que llevaría realmente al límite la convivencia sería el momento en el que el ángel exterminador cortase por lo sano toda posibilidad de acceso a la tecnología digital. Entonces el mundo sí que se vendría abajo: tanto para ricos como para pobres, frikis, hipsters, jóvenes, maduros o cualquier otra tipología de usuarios que pudieran quedar encerrados en una biblioteca.

Y el final sería aún más contundente que el del nuevo encierro en la iglesia tras el tedeum con que Buñuel concluyó magistralmente su película. Cuando finalmente nuestro ángel exterminador levantase su maldición y los dejase marchar: serían las fuerzas de seguridad las que acordonarían la biblioteca para impedir que saliesen. Las autoridades sanitarias lo justificarían como una medida preventiva ante los síntomas detectados de una extraña infección que les obligaba a tenerlos bajo estricta observación. Nada como una alerta sanitaria para acallar cualquier crítica.

 

Entre el aluvión de telefilmes nórdicos que TVE compró a saldo para sus sobremesas se emitió hace poco el telefilm alemán: La dieta digital (2016). La historia de una madre que somete a una severa dieta digital a su familia. Cuando  las historias basadas en hechos reales dejan paso a las nuevas tecnologías para mecer nuestras siestas de sofá: es que algo grave está pasando.

 

Elogio del papel: contra el colonialismo digital. Roberto Casati blasfemando en papel.

Y es que tras semanas de convivencia offline, tras días de mirarse a la cara sin mediar pantallas de por medio, tras entretenerse, aprender y comunicarse sin redes sociales, correos electrónicos, ni dispositivos móviles: se habrían convertido en disidentes digitales, en prófugos del discurso único de las maravillas de la tecnología, en herejes del culto en masa al Dios de Silicon Valley. Y eso, el statu quo digital en el que vivimos, no podría aceptarlo sin someterlo a cuarentena.

Sería como una confirmación de lo que pregonan agoreros como el periodista canadiense David Sax que recientemente publicaba en «The New York Times» un artículo sosteniendo que Nuestro romance con lo digital se ha terminado. Sinceramente no creemos que Sax tenga razón al ser tan taxativo en su titular, ni tampoco querríamos que ese romance se terminase.

Puestos a mantener los pies en el suelo en nuestro enamoramiento con las nuevas tecnologías nos convencen más argumentos como los de la socióloga estadounidense Amber Case: «La tecnología nos está desconectando y esclavizando» y su apuesta por las calm technologies como parte de la solución. Esa tecnología que «informa pero no exige nuestra atención» que en1995 definieron Mark Weiser y John Seely Brown como «tecnología calmada»: no parece que goce de gran predicamento en nuestros días. Ahora todo son moscardones digitales zumbando alrededor las 24.

 

 

Así que abonarse a teorías como las que plantea el músico e ideólogo Ian Svenonius en su ensayo Te están robando el alma (Blackie Books) se convierte en algo menos loco de lo que su contenido sugiere en la contracubierta. En la que varias de sus aseveraciones afectan indirectamente a las bibliotecas:

«Te aconsejaron que te afeitaras el vello púbico para que fueras más insensible y mecánico. Te dijeron que abrazaras Apple para arrebatarte todas tus posesiones. Te obligaron a trabajar gratis en Wikipedia como trabajaron otros esclavos en las pirámides. Te engancharon a series de HBO para que solo quisieras comprar y mirar. Nunca crear.»

 

Apple, Wikipedia o series son asuntos que atañen al mundo bibliotecario. Lo de la depilación púbica a primera vista no se puede asegurar pero seguro que también. Con estos mimbres ¿cómo no íbamos a quedar rendidos los creadores de un reto como el de #bibliobizarro (que a punto está de cumplir un año) a las teorías de Svenonius? Para más inri, al rematar en su última página, nos apela directamente:

 

 

EN 1971 el activista Abbie Hoffman vio publicado su obra: Roba este libro. Un manifiesto en toda regla del ideario contracultural del momento; y un libro problemático en principio para tener en una biblioteca sin suficiente presupuesto para reposiciones. El caso es que si Hoffman quería inspirar a los jóvenes para que se rebelaran contra el gobierno y las grandes empresas: Svenonius aspira a hacer lo mismo promoviendo, más que el hurto, el que se escondan sus libros en las bibliotecas. Pero se equivoca en una cosa (al menos en lo que atañe a las bibliotecas): las bibliotecas (públicas) son una anomalía del sistema.

Las bibliotecas forman parte de la disidencia pese a haber abierto de par en par las puertas al nuevo régimen digital: no excluyen a nadie al procurar pértigas con las que cualquier ciudadano puede salvar la brecha digital; y además, proporcionan asilo a cualquiera que desee desentumecerse los sentidos desenchufándose. 

No hace falta (al menos en nuestro país) meter ningún título de Svenonius de contrabando en las estanterías de las bibliotecas porque en una búsqueda en el catálogo colectivo de bibliotecas públicas aparece hasta en 13 redes de bibliotecas el anterior ensayo de Svenonius: y si el más reciente, Te están robando el alma, no aparece: es más por lo reciente de su publicación (octubre) que porque no vaya a estar presente en más de una.

Leyendo la diatriba de Svenonius contra Apple no puede uno más que pensar en las bibliotecas:

«Apple ha puesto el mundo patas arriba al convertir las posesiones en un símbolo de pobreza, y el hecho de no tener nada como signo de riqueza y poder ¿Por qué tener una estantería cuando Google ha robado todo el contenido mundial de libros para difundirlo? […]  Los libros son pesados, sucios, polvorientos y se desintegran en tus pulmones. ¿Por qué debería haber enciclopedias cuando existe un mundo wiki? Y así sucesivamente. ¿Por qué debería haber tiendas de discos, librerías, […] cines, teatros, óperas, bibliotecas, colegios, parques […] Los espacios públicos, los mercados y la interacción entre las personas son primitivos, propensos a los gérmenes y peligrosos. Al fin y al cabo todo se puede hacer en línea. ¡Ni que fuéramos primates!»

 

El show original de televisión sobre acumuladores de cosas.

 

Para reforzar su teoría Svenonius hace referencia al programa de televisión Hoarders (Acumuladores de cosas): un pseudoreality sobre personas al borde de sufrir el síndrome de Diógenes que ya emite en nuestro país el canal Discovery. Una manera de degradar socialmente al que persiste en su amor por lo físico al tildarlo de enfermo, de pobre, de cutre. Apple, según Svenonius, le tiene miedo a los «acaparadores». Como sostiene: «el acaparador posee ‘cosas’, artículos como libros y discos que constituyen pistas sobre un pasado en el que esta clase de cosas eran una reserva de conocimiento, indicadores, tótems de significado.»

Steve Jobs que estás en los cielos santificados sean tus productos: el fundador de Apple como un dios en la portada de The Economist.

Las bibliotecas entrarían claramente en la categoría de «acaparadores»: es decir de los que dan miedo a los señores de Internet. Nos lo creamos o no, tanto da, nos encanta.

Si Steve Jobs aspiró a convertir la tecnología en una religión, con legiones de conversos, iluminados y devotos seguidores: cuando una religión evangeliza y hace proselitismo a gran escala: lo primero que ha de procurar es arrojar al foso oscuro del paganismo a las que la precedieron.

No es de extrañar que las religiones ancestrales, ante tamaño intrusismo, le planten cara al nuevo culto.

 

Es el caso del Día Nacional del Desenchufado que se celebrará por noveno año consecutivo promovido por Reboot, una organización dedicada a promover los valores judíos, sus tradiciones, cultura y formas de vida. Para ello invita a todos sus seguidores a desconectar móviles, dispositivos, ordenadores y demás artilugios los próximos 9 y 10 de marzo de 2018. El proyecto se incluye dentro del Manifiesto Sabbath: una adaptación de los rituales de los antepasados judíos para reservar un día a descansar, desconectarse, relajarse, reflexionar, salir al aire libre y conectarse con sus seres queridos. Y para facilitarlo hasta distribuyen fundas para guardar los diferentes gadgets y no caer en la tentación.

 

La última novela de Ray Loriga: una vuelta al mundo feliz de Huxley en la sociedad de la transparencia promovida por las nuevas tecnologías.

 

Nadie puede discutirle a la religión las estrategias de marketing más exitosas de la historia. Su pompa, sentido del espectáculo y puesta en escena han intentado ser superados por regímenes totalitarios, estrellas del pop, y espectáculos deportivos: pero ninguno ha alcanzado su maestría. Las multinacionales se esfuerzan por vendernos estilos de vida, valores y maneras de ver el mundo a través del consumo: y erigen centros comerciales como en el medievo se erigían catedrales.

En ese contexto las bibliotecas y sus acólitos serían los herejes, los paganos, los primitivos que siguen rindiendo culto tanto a dioses analógicos como digitales: y se resisten al monoteísmo cultural practicando el sincretismo. Podría decirse que están a medio camino entre las iglesias (por el silencio) y el centro comercial (por la oferta). Pero aún guardan un as en la manga que apela a los instintos más básicos: el rito.

Coger un libro de una estantería en una biblioteca requiere de un ritual, de un acto físico, de una cierta liturgia: elegir, hojear, tocar, abrir, incluso olerlo como quien se persigna – en caso de que sea novedad, de lo contrario, mejor no olerlo – llevarlo hasta el mostrador de préstamo, mostrar el carné de biblioteca como quien exhibe la oblea, y orgullosamente, entregárselo al funcionario para que se complete el sacramento de una cultura pública y gratuita. Está claro que la narrativa desaforada y conspiranoica de Svenonius nos ha impregnado hasta el tuétano.

 

El fundador de Facebook avejentado y cambiado de sexo gracias a la aplicación Face App.

 

Si la tecnología digital llega a arrumbar a sus predecesores en la cuneta del progreso será porque consiga lo que ningún otro invento humano ha logrado hasta la fecha: que sintamos la experiencia de ser otro (ni egoísta sexo virtual, ni las maravillas de la realidad inmersiva, ni robots, ni IA) sentirse, físicamente, en piel ajena. Si la difusión del conocimiento gracias a la imprenta ayudó a que la humanidad pudiera entender algo mejor a sus semejantes: el invento de Gutenberg será derrocado definitivamente por el byte cuando este consiga ampliar el conocimiento convirtiendo la empatía no en un estado mental sino en una realidad física. Y así hombres o mujeres, oprimidos u opresores, viejos o jóvenes, ricos o pobres: alcanzarían otro nivel de evolución hasta el momento desconocido.

Los burgueses que protagonizaban la película de Buñuel no pareciera que hubiesen aprendido mucho de su encierro. Los grupos de usuarios que hemos mantenido enclaustrados durante estas últimas semanas en nuestra adaptación bibliotecaria: tampoco podemos estar seguros de que lo hayan hecho. Apostaríamos a que sí, pero como no podemos estar seguros, nuestro final también es abierto.

 

 

Like an angel passing through my room (Como un ángel atravesando mi habitación): el tema de ABBA habría sido un dulce y preñavideño final sobre que el poner la palabra FIN. Pero resultaría poco honesto. En cambio, Angel de Massive Attack, y sobre todo su vídeo abierto a mil interpretaciones ajustadas al sentido de lo que hemos contado: es lo que nos pedía esta historia. Seguir la senda o salirse de ella; escapar o darse la vuelta y encarar lo que venga; marcar el camino o que te lo marquen.

 

 

FIN

 

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

En paradero conocido: la biblioteca

 

Del caudal de estupideces que llegan diariamente a través de las redes, el homicidio involuntario de una youtuber, es el que nos sirve de arranque para este post. Lo cierto es que hay mucho donde elegir a la hora de ponerse apocalíptico cuando se habla de redes sociales y del ansia de celebridad que han generado: pero en este caso las circunstancias lo hacen muy propicio para la temática de este blog.

Monalisa Pérez (con ese nombre probablemente desde pequeña pensara que su fin solo podía ser el de ser famosa) mató a su marido Pedro Ruiz de un tiro en el pecho a instancias del propio Pedro. Pero no se trató de ningún tipo de muerte asistida: los dos querían ganar más seguidores para su canal de Youtube. Y por este motivo, según cuenta la crónica, el joven marido convenció a la mujer de que le disparase en el pecho protegiéndose solo con el tomo de una enciclopedia: para luego difundir el vídeo en su canal.

 

Obras de la serie Book guns del artista neoyorquino Robert The.

 

¿Cuántas lecturas se pueden sacar de algo así? Sin duda la de la enciclopedia, no: pero no nos extrañaría que el tomo elegido se convirtiera en objeto de culto para algún necrófilo bibliófilo, o bibliófilo necrófilo, que tanto da. Estudiar la trayectoria que describió la bala, las entradas que atravesó, las páginas que perforó. ¿Qué científicos, literatos, artistas, filósofos o estadistas reventaron su gloria impresa para dejar expedito el camino a los 15 minutos de fama del youtuber? El tomo destrozado de esa enciclopedia será lo más cercano que estarán de la posteridad: Pedro y su mujer Monalisa. Las celebridades que ganaron su puesto en la enciclopedia por logros intelectuales, científicos o políticos seguirán intactas en los fondos de miles de bibliotecas: las únicas capaces de conservar los logros de quienes no necesitan de likes, followers ni retuiteos para perdurar intactos.

 

La ingeniosa campaña de la Biblioteca Nacional de Perú para recuperar libros robados de sus colecciones.

 

En esta cultura de la celebridad histérica en la que vivimos uno de los juegos más recurrentes cada cierto tiempo es el de: ¿Qué fue de…? La mayoría de las veces una excusa para consolar a esas mayorías silenciosas que tanto gustan a algunos políticos. Saber de las desgracias de los que un día fueron los elegidos y ahora tienen que malvivir, o vender sus miserias al mejor postor: es la picota medieval, la horca, la guillotina o el circo romano del siglo XXI. Así, una vez relajados tras el linchamiento mediático: uno vuelve reconfortado a su silenciosa mediocridad.

Pero he aquí, que las bibliotecas, esas locas milenarias empeñadas en maquillarse, operarse, recauchutarse y estirarse lo que haga falta con tal de seguir resultando lozanas: siguen obcecadas en dar munición al disidente, al librepensador, al que se niega a alimentarse culturalmente por lo que dictan las leyes del mercado.

 

Walt Disney congelado en la campaña #VivenenlaBRMU con la que, la Biblioteca Regional de Murcia, ha lanzado su cuenta de Instagram bajo el lema: «Que las leyes del mercado no impongan tu dieta cultural».

 

En Escaparatismo para bibliotecas recuperábamos la anécdota de cuando Dalí diseñó dos escaparates de la Quinta Avenida de Nueva York en 1939, y al descubrir que durante la noche los dueños de los grandes almacenes (escandalizados por el montaje) habían modificado su idea original: la emprendió a patadas con todo y terminó en el calabozo. Algo así hacen las bibliotecas con esa cultura de escaparate que obliga a que todo tenga una caducidad más corta que un yogur en mitad del Sáhara: darle de patadas con sus colecciones.

Pero seamos justos. Las modas culturales no son cosa solo de los mercados. Las fluctuaciones en los gustos de los críticos, del público y de los medios son continuos. Y las bibliotecas están alerta para rentabilizarlas.

 

Fotografía de Peg Entwistle junto al emblemático lugar que eligió para suicidarse.

 

En el último vídeo de Lana del Rey, Lust for life, se rinde un homenaje (sin acreditar) a la actriz británica Peg Entwistle: que, tras una carrera en Broadway, partió a la meca del cine para triunfar como estrella. Tras vivir la parte más amarga del sueño americano: Peg coparía los titulares tras arrojarse al vacío desde lo alto de la letra H del famoso cartel HOLLYWOOD que domina las colinas de Los Ángeles. Si Thomas Quincey escribió del asesinato como una de las bellas artes: ¿acaso este suicidio no merece un reconocimiento por su valor artístico?

La edición completa de las poesías del joven canario Félix Francisco Casanova.

Irène Némirovsky, John Kennedy Toole, Frances Farmer, Stieg Larsson, Lucia Berlin…son algunos de esos nombres que conocieron el reconocimiento póstumo. Otros como Chavela Vargas o La Lupe (vía Almodóvar), Huysmans (vía Houellebecq), Aldoux Huxley y su mundo feliz (vía Trump), Ed Wood o Margaret Keane (vía Tim Burton) o el joven poeta canario: Félix Francisco Casanova (vía Fernando Aramburu): han conocido un revival sobre su figura u obra a expensas del fulgor mediático de terceros.

Aunque puestos a elegir nos quedaríamos con el cantautor Sixto Rodríguez y su rocambolesco camino hacia la fama y el reconocimiento que se narra en el emocionante documental: Searching for the sugar man (2012).

 

 

La fama, el reconocimiento, la gloria siempre han sido esquivas, caprichosas y volubles. Pero, afortunadamente, en la mayoría de los casos, las obras que merecen la pena siguen disponibles en las bibliotecas. Los atrapados por los cantos de sirena del marketing seguirán, acaso, visitándolas como turistas de tour operator. Pero los que aún ejercen su libre albedrío serán como los viajeros que se toman su tiempo, y se pierden por los callejones que forman las estanterías, esperando ser ellos los que rescaten del olvido alguna joya. Nada, ni nadie, se encuentra en paradero desconocido en una biblioteca.

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Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Ciento volando: una historia de poliamor cultural

 

¿Es posible amar dos personas a la vez? ¿y a tres, y a cuatro, y a cinco? ¿Esto de qué va? ¿de comunas jipis en pleno siglo XXI? ¿del amor libre en tiempos de asepsia digital? No, en todo caso iría de poliamor: esa nueva etiqueta que ha surgido para renombrar cosas más antiguas que la nana pero que los tiempos han vuelto a poner en primera plana.

 

Jules et Jim o el poliamor en los tiempos de la Nouvelle vague

El trío de La trama nupcial: el poliamor de los 80

 

Por muchos autobuses, campañas o proclamas que lacen unos y otros a favor o en contra de que nos amemos los unos a los otros, o los unos sobre los otros: en definitiva en cuestiones de amores cada uno se las apaña como mejor puede. Así pues ¿por qué iba a ser diferente hablando de cultura?

Como lanzábamos hace unos días a las redes: si te gustan las librerías tanto como las bibliotecas ¿será que practicas el poliamor cultural? No es por quitar la ilusión: pero en vista de lo complicadas que siempre han sido las cosas en lo relativo al amor y al sexo: la mejor etiqueta a la que suscribirse es la de poliamoroso cultural. Toda una promesa infinita de placeres sin fin.

 

 

En el número 16 de la revista Infobibliotecas se abordaba el mundo de las librerías. Que una revista cultural especializada en el mundo bibliotecario se acerque a las librerías es algo que entra dentro de toda lógica. Librerías y bibliotecas se han desarrollado por vías paralelas y, en muchas ocasiones, hasta comparten problemáticas similares.

Los ménage à trois en cambio les han dado más de un disgusto. Editoriales egoístas que han recelado de las bibliotecas, o administraciones fulleras que se resisten a pagar a tiempo. De ahí que no sonara raro que en más de uno de los artículos que integraban ese número 16 de la revista: se incidiese en la valentía que demostraban aquellos que, aún en estos tiempos, se lanzan a la aventura de abrir una librería. Y como mirar los toros desde la barrera no es una opción cuando de apostar por la cultura se trata: el jueves 21 de marzo de 2017, en pleno corazón del madrileño barrio de Malasaña, emprendía su vuelo Ciento volando, la que ya alguno ha denominado «la librería de las bibliotecas».

 

 

Que esto tiene aires de publirreportaje no lo vamos a ocultar: pero siempre hay formas y formas para contar las cosas. Podríamos incidir en que es una librería que cuenta con un personal altamente cualificado, que aspira a servir a bibliotecas, pero por supuesto también a clientes de a pie, que incluirá un variada programación de actividades y eventos (sí eventos, antes eran actos, pero ahora son eventos) que atraigan a todo tipo de público.  Pero sería un panegírico que, por atractivo que suene, no resulta tan determinante como el juicio de uno de sus primeros clientes.

 

 

Su nombre es Nico y tiene 12 años. Su afición al fútbol le ha llevado a guardar obligadamente banquillo durante algunas semanas por culpa de una clavícula rota. Afortunadamente el grueso tercer volumen de las Memorias de Idhún de Laura Gallego, que le compraron en la flamante librería, le servirá para sobrellevar la lesión mucho mejor.

Fue él, quien al leer el nombre de la librería en el envoltorio de su regalo de cumpleaños exclamó: ¡qué buen nombre! Y si lo dice un joven de 12 años que apunta, además de habilidades futbolísticas, la promesa de ser un buen lector: ¿quién es capaz de contradecir al futuro?

 

El Nido de lecturas a las puertas de la Biblioteca de Cleveland

 

El último Nobel de Literatura cantaba que la respuesta estaba en el viento; y visto en perspectiva puede que el poliamor cultural ya estuviera en el aire hace tiempo.

En 2013 el artista estadounidense Mark Reigelman instaló a las puertas de la biblioteca pública de Cleveland su obra Nido de lecturas: una enorme estructura de maderas que conformaba un impresionante nido que jugaba con la idea de la biblioteca como refugio.

La arquitecta de origen hindú Anupama Kundoo, cubrió una plaza de Barcelona con libros cazados en pleno vuelo en 2014.

Y tres años después abre sus puertas Ciento volando en Madrid. ¿Casualidad? No lo parece. Algo flotaba en el aire, y no era el amor, era el poliamor entre bibliotecas, librerías y lectores.

 

 

Ciento volando, cultura y más. C/ Divino Pastor. Malasaña (Madrid)

 

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Siente un bibliotecario a su mesa

 

Si Hollywood decidiera un improbable remake del Plácido (1961) de Berlanga es más que posible que el resultado terminase inscrito bien en el género de zombis, superhéroes o vampiros.

Difícilmente lo adaptaría para que el eslogan («siente un pobre a su mesa») de la campaña navideña sobre la que gira la genial sátira berlanguiana sobre la España de los 50 (es del 61 pero las décadas no cambiaban tan rápido como ahora) incluyese a un bibliotecario salvo que fuera un bibliotecario zombi o vampiro, claro está. En cambio en estas fechas muchas familias comprueban lo bien que viene tener uno sentado a la mesa, sobre todo, a la hora de elegir los regalos.

¿Qué libro le compro a tu tía?, ¿qué cómic hará que se enganche a la lectura tu sobrino?,¿qué película clásica le gustará recordar a la abuela?, ¿le compro un ereader o una tablet a tu hermano?, ¿qué cuentos son más educativos para la pequeñaja los de Peppa Pig o los de Las tres mellizas? Como asesores en aquellas familias que aún consideran a la cultura como algo digno de regalar, siguen siendo valiosos.

 

De los Estados Unidos de Norman Rockwell a las mesas de muchos hogares occidentales de hoy día.

 

Familia (1996) el interesante estudio familiar de Fernando León de Aranoa en su debut cinematográfico

Lo que ningún bibliotecario va a solucionar será las impertinencias si la familia incluye algún representante del cuñadismo, los conflictos soterrados que cual tragedia de Tennessee Williams afloran a la tercera copa de cava o los disgustos de la matriarca por algún comentario inoportuno del abuelo. Entre otras cosas, porque probablemente los bibliotecarios estén directamente implicados en algunas de estas escenas navideñas tan entrañables.

Si hay un ritual en Occidente en el que la institución familiar despliega todo su arsenal de virtudes y defectos ese es sin duda la Navidad. No nos consta ningún estudio sobre la evolución de los hábitos de las familias a la hora de celebrar estas fechas señaladas en rojo en el calendario.  Pero qué duda cabe que algo debe haber cambiado, la familia por mucho que le pese a algunos: ha evolucionado, ha mutado y no se sabe hasta dónde llegará su transformación.

En unas Navidades, como estas de 2016, en las que ha vuelto a la mesa de novedades, con categoría de clásico, el cuento Con Tango son tres: es buen momento para fijarse en el papel que las bibliotecas pueden jugar en esta normalización de esos nuevos tipos de familia que inevitablemente van a hacer que al menos, aparentemente, la imagen de estas fiestas sea menos uniforme.

 

La historia real de los dos pingüinos emperadores del zoo de Nueva York que recogieron un huevo abandonado, lo empollaron y se convirtieron en padres del pequeño pingüino: se convirtió en un canto a la tolerancia y el respeto a otros modos de familia que Justin Richardson y Peter Parnell transformaron en cuento ilustrado. Pero su fama proviene más bien del hecho de llevar años en el top del ranking de cuentos censurados en diferentes países. Pocas veces habían puesto tan fácil convertir la inclusión de una obra en los fondos de una biblioteca en un acto político y de defensa de los derechos sociales.

La fascinante novela autobiográfica de Angelika Shrobsdorff

En 2015 el trabajo final de grado de la titulada en Educación Primaria por la Universidad de Sevilla, Nieves Gallego Acosta: Familia y literatura infantil. Nuevos modelos para una nueva literatura, se incluye una selección de títulos que toda biblioteca, que quiera promover la aceptación social de esos nuevos modelos de familia, ha de tener en cuenta en su sección Infantil y Juvenil.

Hace poco más de un mes en la localidad valenciana de Quart de Poblet se estrenaba una «biblioteca de colores» dentro de la Biblioteca Pública Municipal Enric Valor. Promovida por la asociación Lambda, que lucha por los derechos del colectivo LGTBI, se materializó con una donación de fondos para la zona infantil y juvenil que sirvieran también para cuentacuentos en los que se trabajase la aceptación desde la diferencia entre los más pequeños.

Desde la proliferación de las Bibliotecas familiares públicas, de las que nos hablaba Elisa Yuste en su blog; pasando por la normalización de los nuevos modelos de familia: las posibilidades que se abren a las bibliotecas para revalidar y ampliar su labor de apoyo a esas extrañas estructuras sociales que son las familias: es prometedor.

 

Viggo Mortensen padre de una familia que no sigue las normas

 

El clan (2015) la aclamada cinta argentina sobre una familia de secuestradores

Si algún día, como algunos reclaman, llegase a España la posibilidad de educar en el hogar como de manera legal, se hace en otros países: las bibliotecas serían una institución imprescindible para proveer de materiales, y para ofrecer espacios de socialización para esos niños. Como no podía ser de otro modo en el mundo anglosajón llevan años fomentando el papel de las bibliotecas (y de los bibliotecarios) en las familias que optan por este tipo de educación fuera de los sistemas convencionales.

Y precisamente en la mayoría de los casos son padres con alto nivel educativo los que optan por este tipo de educación. La perfecta asociación: bibliotecas públicas y homeschoolers (que es como se denominan a estos estudiantes en el hogar) se titulaba un artículo de hace dos años en el blog de la Asociación de Bibliotecas Públicas norteamericanas.

Las biografías de hijos de famosos: un clásico del rencor filial.

 

¿Serán diferentes las Navidades para estas familias que optan por formas alternativas, bien de constituirse, como de educar a su prole? Es más que probable, pero considerando que están formadas igualmente por seres humanos: no cabe duda alguna de que los reproches, los afectos, los conflictos y las alegrías seguirán siendo protagonistas en sus reuniones.

Y confiemos en que las bibliotecas jueguen un papel principal como aliados en sus proyectos de vida: sienten o no a un bibliotecario en su mesa.

 

Pero volviendo al eslogan que Berlanga parodiaba en su película. No fue un invento del genio valenciano, en realidad provenía de una campaña real de la España franquista que quería promover la caridad cristiana. Un eslogan perfectamente adaptable a las bibliotecas desde siempre, pero aún más tras estos años de crisis: pero ya sin necesidad de caridad cristiana sino de justicia social. En las bibliotecas los pobres, como los ricos (aunque nos tememos que estos últimos mucho menos) se sientan en las sillas y en las mesas sin necesidad de que nadie les invite.

En breve se publicará el estudio íntegro que el profesor de la Universidad de Murcia, José Antonio Gómez Hernández, ha dirigido en colaboración con otros profesores de la misma Universidad sobre personas en riesgo de exclusión social y bibliotecas.

Los testimonios recogidos en el estudio, tanto provenientes del personal, como de los usuarios con riesgo de exclusión social, así como las conclusiones finales: reafirman el valor social de las bibliotecas públicas para aquellas personas que viven en situaciones de precariedad.

 

Vagabundos leyendo en bibliotecas californianas fotografiados por Fritz Hoffman para National Geographic

 

Fun home: una familia tragicómica. La novela gráfica autobiográfica de Alison Bechdel

Después de todo esto, queda claro que las ventajas de sentar a un bibliotecario a la mesa son variadas: son útiles a la hora de asesorar en cuestión de regalos, están abiertos a nuevos modelos de familia, y por lo tanto (aunque esto sea mucho suponer) deben ser buenos anfitriones; y por último, te excluyen de tener que acordarte a última hora de ser solidarios y comprometidos con los desfavorecidos por ser Navidad. No porque ya se tenga a un pobre sentado a la mesa teniendo a un bibliotecario (que hay que puntualizarlo todo); sino porque apoyando a los bibliotecarios (y se supone que por extensión a las bibliotecas aunque sea de boquilla) están demostrando sensibilidad hacia una de las instituciones que más ayudan a combatir las desigualdades sociales.

En definitiva: siente un bibliotecario a su mesa. Todo lo que puede pasar es que se exceda bebiendo, sea malo contando chistes o le dé por sacar a relucir trapos sucios familiares. Algo en lo que, sea cual sea nuestra ocupación laboral, ninguno estamos libres de caer.

 

 

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Rashomon bibliotecario: busque, compare y si encuentra algo mejor, léalo

 

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¿Estaría Lawrence Durrel influenciado por Rashomon al emprender su maravillosa tetralogía de Alejandría?

En 1950, el director japonés Akira Kurosawa deslumbró a la crítica mundial con su película Rashomon. El relato sobre una violación y posterior asesinato en un bosque se convirtió bajo la mirada del genial cineasta en un relato a cuatro voces entre los testigos del suceso. Tanto es así, que hasta dio nombre al Efecto Rashomon, o cómo distintos individuos pueden narrar un mismo hecho, e influidos por su percepción y subjetividad: dar relatos que difieren sin que ninguno se pueda calificar como falso.

No vamos a equiparar a las bibliotecas con un crimen (aunque el modo en que las maltratan algunos responsables políticos se pudiera calificar como tal) pero sí que es perfectamente aprovechable este Efecto Rashomon como perspectiva desde la que asumir las versiones que sobre una misma institución, pueden tener los diferentes sectores de la población.

¿Qué sería lo más cercano a un Rashomon bibliotecario? La primera respuesta se nos antoja obvia: un estudio de usuarios.

 

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Tabla de uno de los estudios recientes más completos que se han hecho sobre el valor de las bibliotecas en nuestro país: Estudio de Impacto Socioeconómico de las Bibliotecas de la Comunidad Foral de Navarra

 

En este sentido, lo más reciente sería el informe sobre bibliotecas Book Reading 2016 del Pew Research Center del que ya hablábamos hace dos semanas. Pero en esta ocasión no nos interesa tanto las expectativas que los usuarios tienen respecto de las bibliotecas, como las diferencias según edad, sexo, estudios, clase social que condicionan sus deseos al respecto. Lo que trasladándonos al ámbito publicitario denominarían target o mercado objetivo: el destinatario ideal de un producto y servicio.

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Luis Bassat, un referente hablando en publicidad en nuestro país.

Y ¿quienes son los destinatarios ideales de una biblioteca? He ahí la cuestión, que son tooooda la población. Así pues pongámonos elegantes, los caballeros con traje y corbata, las damas con tacones y faldas entalladas, fumemos como si no hubiera un mañana y sirvámonos copas del minibar. Si en el post previo citábamos la serie Mad men, en este post nos situamos directamente en el despacho del carismático Don Draper. Estamos una reunión de creativos y nuestros clientes son absolutamente todos.

¿Cómo diseñar una campaña lo suficientemente atractiva para seducirles? Si tantas cosas han absorbido las bibliotecas del mundo empresarial, ¿por qué no también las campañas publicitarias?

 

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«Hace que tu casa parezca más grande» «Piensa en pequeño»

 

Precisamente en 1960 se lanzó la revolucionaria campaña de Volkswagen en los Estados Unidos: «Think Small» (Piensa en pequeño). La agencia publicitaria DDB se enfrentaba a un gran reto, convencer a los norteamericanos coetáneos de Don Draper de que dieran una opción a los coches pequeños obsesionados como habían estado, desde siempre, con los coches grandes. ¿Cómo lo consiguieron? Siendo honestos y resaltando la característica que les diferenciaba: su tamaño.

¿Qué podría extraerse de esta campaña para las bibliotecas? Que no las vendamos como lo que no son. No son guarderías, no son centros educativos, no son museos, no son galerías de arte, no son cines, no son videoclubes, no son tiendas de cómics, no son cibercafés, no son centros sociales… Son todo eso, y mucho más. Olvidémonos de una vez de que fomentan la lectura, y defendamos que fomentan la cultura, así a lo grande. Un posible eslogan que le quite el miedo a los que no se acercan: no te adaptas tú a la biblioteca, la biblioteca se adapta a ti.

 

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«Ven donde está el sabor»

 

Las nuevas generaciones no recordarán la típica sintonía del hombre Marlboro. En el siglo XXI sería impensable un anuncio de cigarrillos en las televisiones; ni tampoco ninguna campaña publicitaria que recurriese al vaquero tipo John Wayne como modelo a imitar. Tras los metrosexuales, los ubersexuales, los andróginos, los tecnosexuales, o cualquier otra etiqueta que se quieran inventar para vender: es difícil (afortunadamente) que el estereotipo de virilidad se siga rigiendo por patrones propios del western.

Pero en 1955, que fue cuando lanzaron dicha campaña, la imagen del macho como Dios (¿pero cual?) manda: seguía vigente aunque ya se insinuaran en el horizonte las orejas de la liberación femenina que todo lo iba a trastocar. Aunque en la España de los 80 aún quedaban ejemplares patrios, que guardaban las esencias.

 


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La idea era clara, el hombre libre, independiente, fuerte, aventurero. ¿Se puede rescatar algo de esta campaña para los hombres del siglo XXI? Sin duda, algunas estupideces se han renovado en versión 2.0. Por ejemplo la poca afición por la lectura que se hace patente en que el porcentaje de no usuarios de bibliotecas según el citado estudio de Pew Research Center, sean hombres. Y en esto no nos diferenciamos en nada de los estadounidenses, según el informe de la OCDE de 2015, los chicos son los que menos leen, y su déficit de lectura afecta a sus calificaciones; todo lo contrario que en el caso de las chicas.

Entonces, ¿qué lectura en clave bibliotecaria se puede hacer del hombre Marlboro? Que si se trataba de idealizar un estilo de vida, una vía de seducción para los jóvenes podría pasar por convencerles de que no hay mayor rebeldía que la lectura, que tal y como están las cosas es lo más contracultural que puedes hacer. Algo así como convencerles de que el James Dean, rebelde sin causa en el siglo XXI iría a la biblioteca; pero sin recurrir a James Dean, que ni les suena.

Y en el otro extremo, para los hombres que sí recuerdan la sintonía del hombre Marlboro: insinuándoles (con mucho tacto) que la cultura es lo único que aporta dignidad cuando el cuerpo se empeña en ir negándotela, que aporta un plus que evitará que nadie te trate como un niño, ni te llame abuelo sin ser tu nieto.

 

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Hot dudes reading (Tios calientes leyendo) una cuenta de Instagram en la que se publican fotografías de hombres pillados, supuestamente, a traición leyendo en espacios públicos. ¿Si realmente son pillados in fraganti, ninguno ha denunciado el uso de su imagen, o acaso están encantados?

 

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Peggy Olson ganando en color temporada a temporada de Mad men

En tiempos más cercanos, 2004, la campaña del jabón Dove bajo el eslogan «Belleza real», se ha erigido como una de las mejores campañas de todos los tiempos. Es emblemático de un tipo de publicidad que desde entonces no ha dejado de explotarse: detectar un tema especialmente sensible para un determinado target, y tratarlo abiertamente dándole la vuelta.

Peggy Olson, la pupila de Don Draper, y única creativa de la agencia de Mad men, habría estado entusiasmada con esta campaña (bueno en general todas las mujeres de Sterling Cooper, que así se llamaba la agencia). La reivindicación orgullosa del cuerpo femenino fuera de cánones impuestos, y corsés autoritarios de la industria de la moda, era un auténtico bombón para seducir a las mujeres.

 

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¿Qué enseñanza podemos sacar para vender las bibliotecas al target femenino? Pues resulta un poco irrelevante, porque precisamente si hay un público que apoya las bibliotecas, las usa, las visita y las celebra, según las encuestas: esas son las mujeres. Así que sólo hay que perseverar en lo que bueno que se ha ido haciendo, y seguir apostando por lo mismo que el jabón: la naturalidad. Ya recordábamos a través de Elvira Lindo, en Feminismo de gran almacén, la deuda que los literatos (y las bibliotecas) tienen hacia las mujeres en general como ávidas lectoras; y en particular hacia las amas de casa que se subieron al tren de la cultura cuando pudieron y cómo pudieron.

 

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No solo el jabón Dove, la empresa de cosméticos MAC quiso transformar a mujeres anónimas. Es el caso de Sharon Marcus, una bibliotecaria que se prestó para esta campaña de MAC.

 

En este caso tan sólo hay que perseverar en el empoderamiento femenino (palabreja fea, pero en boga, así que si estamos en modo publicitario no vamos a negar la mayor); pero siempre yendo más allá. Por ejemplo, buscando la complicidad de las mujeres no sólo como usuarias, sino como agentes activas de la promoción bibliotecaria entre el sexo opuesto. Es la enseñanza que podemos sacar de la jocosa campaña de la línea de productos para baño masculinos Old Spice, una de las más exitosas de los últimos años.

¿Cómo hacer que los hombres usen Old Spice? Seduciendo a sus mujeres que son las que mayoritariamente compran el gel de baño. Por ello, más de 180 vídeos dirigidos a las redes sociales protagonizados por apuesto galán bajo el título: «Tu hombre podría oler como él«, con versiones cada vez más divertidas que terminaron por seducir a mujeres y a hombres.

 

 

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Javier Montes y Andrés Barba, listos para una buena campaña de promoción de la lectura

¿Tendrían el mismo éxito una campaña protagonizada por literatos como Andrés Barba, Javier Montes, Jen Lapidus, Paul Auster o Javier Vela? Seguro que entre las féminas lectoras, sí; y poco a poco, igual el sex-appeal de lo literario calaba entre el género masculino.

El filón publicitario podría seguir infinito (¿Te gusta conducir? ¿Te gusta leer?, La Biblioteca te da alas, Préstatelo, préstaselo, Piensa diferente (ven a la biblioteca), Si lees, no conduzcas, Bienvenido a la república independiente de mi biblioteca) pero aparquémoslo por el momento aquí, no sin antes volver a beber de la sabiduría publicitaria de Don Draper.

En la web de la empresa de posicionamiento web Optimizaclick, dedicaron un artículo a resumir las 7 grandes lecciones que había legado Mad men al mundo del marketing. Sólo hace falta leerlas teniendo a las bibliotecas en mente, para comprobar cómo se ajustan como un guante a los objetivos propios de estas instituciones. ¿Quién sabe?, igual de existir un Don Draper en nuestros días, sería bibliotecario en vez de publicista.

 

  1. Toma como referencia las necesidades del cliente
  2. Aprende de tus errores
  3. Cautiva constantemente a tus clientes
  4. Da una vuelta de tuerca a tus estrategias
  5. Complace con ideas a través de emociones
  6. Evalúa tu trabajo y ayúdate de las experiencias personales
  7. No existen las individualidades, solo el trabajo en equipo

 

«Lo que tú llamas amor lo inventaron tipos como yo para vender medias»

Don Draper

» Lo que tú llamas cultura lo reinventaron tipos como los bibliotecarios para vender sus servicios»

Infobibliotecas

 

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Biblioteca capitalista. El musical

 

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Si en el post anterior cerrábamos con Banksy, este post lo abrimos con la instalación sobre el Monopoly, que hizo en Londres en una acampada anticapitalista.

 

Hace unos días la multinacional del juguete Hasbro lanzaba una noticia que promete revolucionar el futuro de esta industria. El juego del Monopoly, cuyos derechos le pertenecen, va a convertirse en un musical. Pero no sólo eso, además la empresa en la que nació Mr. Potato, quiere crear narraciones en torno a sus productos, para que así los clientes se sientan inmersos en la experiencia del juego.

Recuerda mucho a lo que hablábamos en nuestro #postenobras a cuenta de la narración transmedia, como herramienta para vendernos (y en eso da igual que seas una biblioteca que una línea de juguetes). Pero a lo que íbamos, el Monopoly, el juego de las finanzas, el entretenimiento que consiste en especular en el mercado inmobiliario, arruinar a otros, competir por enriquecerse a toda costa, y que lleva décadas enseñando a generaciones la filosofía del capitalismo más desaforado; ahora tendrá además banda sonora.

 

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El Tío Gilito disfrutando de un baño en su depósito de dinero. La felicidad del capitalismo en viñetas para niños.

 

Según lo que nos relataba un artículo de Yorokobu, parece que su creadora, la norteamericana Lizzie Maggie, creó este juego en 1904 para denunciar los excesos del capitalismo (El juego del terrateniente, se llamaba); pero como ejemplo perfecto de la capacidad del sistema en cuestión, para fagocitar toda disidencia: se terminó convirtiendo en el mejor instrumento para perpetuarlo lúdicamente. Y precisamente ha sido este verano, una estación tan propicia a los juegos de mesa, es cuando en la web Actualitté Literaire se alegraban de que finalmente llegue a Francia el BookoPoly, la versión literaria del Monopoly.

 

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Bookopoly, compitiendo por tener una biblioteca.

 

Su dinámica es similar, pero su espíritu francamente distinto. En lugar de especular con propiedades inmobiliarias, se trata de construir librerías, y si se acumulan los suficientes libros, llegar a tener una biblioteca. El castigo no es la cárcel, sino la televisión (deberían concretar en este caso: las series de HBO y demás plataformas similares pueden ser el paraíso para cualquier letraherido, en cambio Mediaset sí que equivaldría a un campo de trabajos forzados para que el que vaya de pureta); y la máxima aspiración es llegar a convertirse en el presidente del club del libro.

 

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Los creadores del Bookopoly tienen que revisar el reglamento. El castigo debe ser ver ininterrumpidamente un reality por ejemplo, pero no ver la televisión en general. Existiendo cosas como Mad men, no resulta creíble como castigo.

 

Pero de momento, el juego, a partir de los 8 años, puede venderse como una vuelta al adiestramiento en el capitalismo salvaje de su modelo original, para dirigirlo hacia el amor por la cultura. Después de todo, John D. Rockefeller empezó su carrera como bibliotecario a los 17 años en Cleveland: ¿cuánta de su determinación y astucia para los negocios se desarrollaría mientras ordenaba las fichas en los casilleros, u ordenaba los libros en las estanterías?

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Pennies from heaven (Dinero caído del cielo, 1981), el último musical con verdadero sabor clásico

En cualquier caso, el Money, money de Cabaret (1972) se quedará desfasado pronto como himno irónico capitalista; es de esperar que el musical de Monopoly nos deleite con nuevas melodías, que lo hagan aún más irresistible y pegadizo.

El público potencial de los musicales es de mediana edad para arriba, así que no parece que vayan a tener problemas con el hecho que alarmaba al diario económico Libre Mercado, hace unos días: el 51% de los jóvenes estadounidenses se opone al capitalismo.

Desde el liberalismo económico que defiende la publicación del grupo de Libertad Digital, con Federico Jiménez Losantos al frente: eso de que los jóvenes estén decantándose hacia la izquierda, les pone obviamente los pelos de punta. Pero ¿es algo que deba sorprenderles tanto? ¿en qué realidad viven?

 

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Biblioteca acorazada: la cultura hace que siempre tengas liquidez en tu patrimonio.

 

Pero es una noticia que sirve para desmontar más de un dogma. Por seguir con la música, en el ensayo La dictadura del videoclip: industria musical y sueños prefabricados, el sociólogo y artista plástico Jon Illescas, se esfuerza por denunciar los excesos de una industria musical, que inocula los valores capitalistas en las tiernas mentes juveniles, a través de las estrellas de la música. Aunque profusamente documentada y sustentada en argumentos biológicos, económicos, históricos y sociológicos; a tenor de ese 51% de jóvenes que se despegan de los preceptos del capitalismo, parece que el influjo de esas estrellas, ya no es tan determinante como asume Illescas. La realidad, cuando se obstina, aún tiene más fuerza que los sueños prefabricados.

 

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Ilustración de Miguel Brieva para el ensayo de Jon Illescas: La dictadura del videoclip

 

Parece que pese a los esfuerzos de Rihanna (uniendo sangre y sexo para reclamar sus ganancias), Kate Perry (aliándose con el Pentágono para inducir a los jóvenes sin futuro, a que sean carne de cañón), Shakira (defensora del filantro-capitalismo, como una manera de privatizar la educación), Pitbull o Britney Spears (que con su tema Work bitch, resume la filosofía capitalista a ritmo EDM): su brillo no consigue ocultar las miserias de un sistema depredador que lleva décadas robándoles un futuro mejor.

Leyendo el ensayo de Illescas, no se puede evitar empezar a sentirse culpable cuando tarareas la última melodía de moda, o ponerte un poco paranoico al percibir que estás, casi permanentemente, rodeado de mensajes hegemónicos capitalistas, hábilmente distribuidos en hilos musicales de casi cualquier espacio público.

 

La versión «censurada» del tema cargado de crítica social They don’t care about us (Ellos no se preocupan por nosotros) de Michael jackson. Según relata Illescas, el Rey del Pop tras este tema denuncia (del que existe una versión menos incómoda que fue la que se lanzó a los medios), no recibió financiación para su próximo disco. Otras estrellas aparentemente todopoderosas, que recibieron su castigo por salirse del discurso admisible, según la industria del entretenimiento, fueron Prince, o Madonna con la crítica a la guerra de Irak en American life.

 

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Prince con la palabra slave (esclavo) escrita en el rostro; y dejando clara su opinión sobre la industria musical.

 

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Secret project de Madonna, proyecto cargado de crítica social. ¿Lavado de imagen para una reina mainstream o auténtica conciencia social?

Pero pese a las reservas que se puedan tener a los planteamientos de este ensayo (en su listado de vídeos contrahegemónicos incluye a ¡¡David Bisbal!!, por su tema contra los niños soldados) hay que reconocer que lo cierto es que Illesca se moja.

Al final de su voluminoso estudio, Illescas ofrece su modelo alternativo para desmontar el actual sistema en el que vivimos. Que se hagan propuestas siempre es bueno, que se esté de acuerdo con ellas, ya es otro asunto.

Según su modelo, en la sociedad postcapitalista los ciudadanos que demuestren tener cualidades innatas para la creación musical: serían financiados por el sistema y tendrían que producir arte que ensalzara valores humanos. Su propuesta básicamente consiste en organizar algo tan esquivo como es la creación artística, una funcionarización de los artistas que remite a estructuras de regímenes totalitarios.

 

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Como dijo, David Lynch en una ocasión: «cuando estoy creando no me siento responsable socialmente«. El verdadero arte sólo puede nacer de la libertad individual, de la creatividad no sujeta a estructuras organizativas, porque entonces estaríamos poniendo el primer ladrillo de una nueva fábrica de creaciones manufacturadas, según una ideología. Por eso, ¿no es posible una vía intermedia entre ese capitalismo liberal que defiende a ultranza Libre Mercado, y esa sociedad en la que se termina funcionarizando al arte, que propone Jon Illescas? Ese sería un buen argumento para el día en que adapten el Bookopoly a musical de Broadway (bueno mejor del Off-Broadway que es más alternativo).

 

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César Rendueles, sociólogo y ensayista que aborda una historia crítica del capitalismo desde la óptica de aquellas novelas que le marcaron intelectual y emocionalmente

 

Después de un siglo tan sumamente polarizado como el XX, entre comunismo y capitalismo. Ver un documental de animales de la 2, es muchas veces como ver un tratado de economía del capitalismo salvaje; pero el capitalismo también ha propiciado el periodo de prosperidad más largo que se conoce, dando lugar a las clases medias. ¿No vamos a ser capaces de encontrar un discurso intermedio y más racional?

Mientras tanto, promocionemos al Bookopoly, no deja de ser un sucedáneo del juego capitalista por excelencia; pero al introducir la cultura como un activo para nuestros negocios, al convertir a los libros y a las bibliotecas en inversiones de futuro: puede que sea un buen adiestramiento para cambiar la perspectiva; y quedarse con lo mejor de cada sistema.

 

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Niño de Elche, sus críticas al capitalismo en forma de canciones se escabullen de lo panfletario. Y con esa portada, ¿candidato a compositor de un hipotético musical con el título de Biblioteca capitalista?

 

Dejémoslo aquí antes de incurrir en panfletos, que vamos bien servidos. El cortometraje Logorama es el resumen perfecto de lo dicho hasta ahora. Es brillante, tiene el poder de algunos de los diseños publicitarios más seductores, y nos ofrece un final de caos y destrucción, que en cambio resulta de lo más catártico. Data de 2009, pero pareciera hecho a remolque de esta crisis, de la que sólo parecen querer sacarnos dándonos a elegir entre cara o cruz; y la vida ya se sabe, casi siempre cae de canto.

 

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Pipas con sal, helados y #bibliotecas

Estos días se han difundido los resultados del estudio del Centro para la Comunicación Científica Directa de la Universidad de Lyon, según el cual hasta un 60% de los internautas no lee lo que retuitea, comparte y difunde a través de sus cuentas de redes sociales. Ya intuíamos que la teoría de la comunicación, tras la irrupción de internet, debería añadir el modelo diálogo de besugos; pero hasta ahora no había un estudio científico detrás que lo respaldara con tal contundencia. El postureo digital no conoce límites.

 

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Redes Sociales Panamá - Social Media Panamá - Ideando la expresión - Idearemos

 

En Egobiblio: narcisismo y bibliotecas en la era del selfie, se hablaba de masajearles el ego a los nativos digitales para atraerles a las bibliotecas; pero está claro que en esto de desplegar la cola cual pavos reales digitales, no se salva nadie (ni nativos, ni emigrantes). Vanitas vanitatum et omnia vanitas, que diría algún nativo digital que con suerte hubiera leído los cómics de Asterix; o como más gráficamente decía Harvey Keitel en un momento de Pulp fiction: «bueno, pero no empecemos a…»

Después de esto dan ganas de callarse, y dedicarse a la vida contemplativa digital, sin intervenir nunca. Pero Javier Cercas en su columna en El País de la semana pasada, acudía en nuestra ayuda recuperando unas palabras de Gabriel Zaid:

«el problema cultural de nuestro tiempo no lo provoca la gente que no sabe leer ni escribir, sino la que no quiere leer y no para de escribir»

Por eso, si queremos espantar la sensación de pertenecer a ese grupo de gente, aprovechemos el verano para llevarle la contraria a la encuesta del CIS, que como una sentencia implacable, cae sobre nuestras cabezas, demostrando fría y estadísticamente que los españoles aún leen menos de lo que leían. Sin duda, deben estar muy atareados compartiendo cosas por las redes sociales, sin saber de qué van más allá del titular.

 

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Pero seamos prácticos, no caigamos en el desánimo, ni el victimismo bibliotecario; es el momento de pasar a la ofensiva. Esto es la guerra, y si no puedes con tu enemigo, únete a él que dijo Sun Tzu. A partir de aquí el post va a fomentar la lectura compartiendo cosas que no requieran leer ni un poco. El 60% de internautas que comparten o retuitean sin leer lo que comparten, podrán hacerlo tranquilamente; y al 40% que según el CIS no han leído un libro en el último año, hasta puede que saliven viendo fotos de libros. ¿Qué más se puede pedir con este calor?

 

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Ice cream books es el nombre de la cuenta de Instagram en la que se combinan deliciosos helados con libros.

 

ice8Las imágenes de la cuenta de Instagram Ice cream books (que lucen cual muestrario de heladería literaria en el post), consisten en helados de los más diversos gustos y sabores, estrellados contra las cubiertas de libros, dejando que se derritan para fotografiarlos. No queda muy claro, si la intención es recomendar a los libros en cuestión añadiéndoles una cremosa y refrescante capacidad de seducción; o por el contrario, afrentarlos volviéndolos inservibles por pegajosos.

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Umbral sopesando si practicar el lanzamiento de libro a la piscina

Es conocida la anécdota (pura leyenda o una boutade a las que tan proclive era el literato) según la cual el escritor Paco Umbral, arrojaba a su piscina aquellos libros que comenzaba a leer, y rápidamente detestaba. Condenándolos así a una muerte acuática.

Pero viendo las fotos de helados de esta cuenta de Instagram, a lo que se puede jugar es a imaginar qué sabores estrellaríamos, cual tartas de cine mudo contra sus portadas, según los autores o títulos. Si la intención es ensalzarlos o despreciarlos, queda al criterio de cada uno.

 

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No, no es que tengamos una instantánea de cuando Paco Umbral lanzaba un libro malo a su piscina. Pero perfectamente podría pasar por uno de ellos. Se trata de una de las obras del artista Ki-Bong Rhee, libros sumergidos que parecen criaturas marinas.

 

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Una portada estupenda para engalanarla con helado derretido de café

Eligiendo algunos ejemplos al azar, a más de una de las novelas de Kazuo Ishiguro le iría bien un cucurucho de after eight, por aquello de que pese a ser de origen nipón, ha sido de los que mejor ha retratado lo eternamente british. A Sumisión de Houellebecq se le podría derretir tranquilamente una tarrina con dos bolas de menta y limón, por su capacidad para incidir en los asuntos más delicados de la manera más ácida.

La excelente novela Middlesex de Jeffrey Eugenides, combinaría a la perfección con un corte mitad fresa y mitad chocolate. La segunda parte de El club de la lucha de Palahniuk supone todo un hito por publicarse en formato de novela gráfica; su trama promete resultar tan excitante en viñetas como lo fue antes en letra impresa y película. Así que la opción es un poco obvia: helado de café a ser posible con granos triturados, que aún le aporten más carácter. Y ya si hablamos del helado de ron con pasas, más allá de Charles Bukowski, habría mil títulos y autores entre los que elegir.

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Helado de jamón ibérico

¿Y la vainilla?, ¿para quién reservamos la vainilla o la crema tostada?, ahí dejamos que la imaginación, las filias y las fobias lectoras de cada uno tomen la palabra. Un libro/autor y un sabor de helado, podría ser una idea aprovechable para alguna actividad bibliotecaria; o para lanzar un juego este verano en las redes.

Ahora que existen helados hasta de cocido madrileño o chorizo, habría dónde elegir tanto para lo bueno como para lo malo (#librosderretidos sería buen hashtag por si alguien se anima a iniciar el juego). Pero cambiemos de asunto veraniego.

 

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Para compensar la sempiterna encuesta del CIS con sus deprimentes resultados sobre lectores en nuestro país; podemos consolarnos como tontos, con la caída del consumo televisivo que también se da por estas fechas. En este sentido, y viendo que ya va sobrado de texto el post; y estamos incumpliendo la promesa de dotarlo de contenidos a compartir, sin tener que leer más de dos segundos (¡qué ilusos!): aquí va una campaña de UNICEF Indonesia de hace unos años. Su eslogan lo dejaba claro: Mira lo que puedes encender cuando la pantalla está apagada (See what you can switch on when the screen is off)

 

 

Esta campaña de Unicef era del 2010, hace seis años el apagar la televisión aún era sinónimo de fomentar la actividad física o intelectual en los niños; pero en pleno 2016, y con fenómenos tales, como el generado por el lanzamiento de Pokemon Go: ¿aún queda alguien tan ingenuo como para pensar que la pantalla a controlar sea la de la televisión?

Precisamente esa pantalla tantas veces vituperada, también ha dado brillantes momentos en defensa de la lectura. Un ejemplo, todos los spots publicitarios de la cadena mexicana de Librerías Gandhi, que nunca te cansas de alabar y compartir para que que nadie se quede sin verlos:

 

 

Y falta el último componente imprescindible de un verano como manda la tradición, que enumerábamos en el título del post: las pipas (a ser posible con sal). En este sentido no hemos localizado ninguna cuenta de Instagram con fotos de portadas de libros cubiertas de cáscaras de pipas. Tanto sea impresa como digital, lo de leer y comer pipas (con cáscara se entiende) requiere de cierta práctica, que no está al alcance de cualquiera. Las protagonistas del multipremiado corto Pipas de Manuela Burló Moreno, está claro que optan por descartar lo de leer, y volcarse en las adictivas pipas con sal.

Son las perfectas representantes de ese 60% que comparte cosas sin leer en las redes; y también forman parte de ese 40% que no ha leído un libro durante el último año (ni durante el anterior, ni el anterior, ni el anterior, ni el… bueno no en el 2012 igual sí, que publicaron las Cincuenta sombras).

 

 

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Trastorno bipolar bibliotecario en fase crítica

 

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Bibliotecarios en lucha contra el gigante Google: cambiando el paradigma cultural. Ilustración de Asaf Hanuka.

 

Hace unos días, una escritora y psicoanalista que recientemente firmó en la Feria del Libro de Madrid, compartía en su muro de Facebook, la foto del expositor instalado en la entrada de una biblioteca pública que había visitado.

El expositor en cuestión ofrecía una selección en la que se entremezclaban en alegre confusión, títulos de autoras tales como Danielle Steel, Nora Roberts, Johanna Lindsey, Stephanie Laurens, y perdida entre tanta portada con letras doradas en relieve, y musculosos maromos a pecho descubierto abrazando apasionadamente a féminas a punto del desmayo: un ejemplar de Sentido y sensibilidad de Jane Austen. El expositor se adornaba con caseros corazones recortados en cartulina, que no dejaban lugar a dudas de la temática del centro de interés en cuestión; pero por si acaso, un cartel lo coronaba ahuyentado cualquier duda, con el rótulo Novela Romántica.

 

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«Él era despiadado, hermoso y salvaje como el mar Caribe. Debía domar a esa niña y despertarla al éxtasis del amor» [Texto en cubierta de Pirata] «Él juró que jamás se casaría. Ella juró no dejarse atrapar por ningún hombre…» [Texto en cubierta de El juramento de un libertino]

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Muérdeme si puedes, una variante del género romántico: el paranormal romance

 

La escritora acompañaba la foto con un texto, en el que manifestaba su sorpresa y desagrado; y en el que se preguntaba si acaso los técnicos de biblioteca no tienen como función formar lectores, y no adaptarse a los gustos del mercado. A continuación sus seguidores comentaban reforzando los argumentos de la escritora, y sumando otro clásico en este tipo de debates, como son los libros de autoayuda.

Un debate tan viejo casi como las bibliotecas, sobre lo que debe o no deben ofrecer las bibliotecas y priorizar los bibliotecarios; pero, ¿realmente le corresponde a los bibliotecarios formar al público (un público adulto se entiende)?, ¿no deberían venir ya formaditos y exigir a la biblioteca que satisfaga sus demandas? Los artículos sobre la labor prescriptora de los bibliotecarios han proliferado durante los últimos años. Los bibliotecarios no deben actuar ya como intermediarios, sino casi como médiums que invoquen el espíritu de una cultura que muta cada segundo a golpe de clic.

 

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En el ensayo Música de mierda, el crítico cultural Carl Wilson aborda el peliagudo asunto del buen gusto y los prejuicios culturales. Si bien dicho ensayo está centrado en la música pop, sus reflexiones sirven para cualquier reflexión en torno a lo que se supone es el «buen gusto» (así repelentemente emparedado entre comillas no vaya a ser que se derrumbe un concepto tan baqueteado).

Wilson toma como figura central de su ensayo la música de Celine Dion (a la que al final hasta le coges cariño, por mucho que abomines de su música). Su compatriota canadiense parece encarnar el epítome de lo más vulgar e irritante de la música de masas; algo así como el equivalente a lo que en literatura representan las autoras cuyos libros se exponían en la biblioteca que tanto molestó a la escritora.

El texto que aparece en contracubierta resume a la perfección de lo que habla Wilson, y sirve para terminar de encuadrar de lo que se habla en este post:

«Lloramos con baladas de las que nos hemos burlado antes. Mentimos sobre lo que nos gusta para que nos acepten. Y decimos que los demás tienen muy mal gusto. Un ensayo maravilloso sobre el amor (a la música), el esnobismo como coraza y la capacidad de emoción en tiempos de cinismo»

 

La capacidad de emoción en tiempos de cinismo, una buena definición para la manera en que mucha gente consume cultura en nuestros días. Wilson en su ensayo se remite al estudio que el sociólogo Pierre Bourdieu llevó a cabo en la década de los 70, y que se publicó bajo el título de La distinción. Criterio y bases sociales del gusto. Wilson resume las conclusiones del sociólogo francés de este modo:

 

«El gusto es una forma de diferenciarnos de los demás, de perseguir la distinción. Y su producto final es la perpetuación y la reproducción de la estructura de clases […] el gusto es una herramienta […] que se usa para conseguir una ventaja competitiva. Y en una sociedad capitalista, esa competición se estructura (y se exacerba) según criterios de clase, para favorecer a la élite dominante […]

En términos de principios del siglo XXI […] la distinción se reduce a ser cool o no serlo. […] Las grandes empresas y los prescriptores culturales anhelan tanto como las personas individuales forjarse una imagen cool […] Por mucho que digamos, muy pocos de nosotros somos verdaderamente indiferentes a lo cool […] Ignorar lo que es cool puede traducirse en un descenso en el escalafón social en un momento en el que mucha gente pierde el tren de la clase media.»

 

lead_largeRepasar las historias de cualquier disciplina creativa es una demostración práctica de lo que señalaba Bordieu, entre los que defienden el canon cultural en el que están situados, y los que pugnan por crear uno nuevo que les favorezca. «Siempre hay alguien más joven y hambriento bajando las escaleras detrás de ti» que decían en esa obra magna del kitsch nunca suficientemente reivindicada como fue Showgirls. Y en medio de estas fluctuaciones continuas en el mercado cultural, ¿qué papel pueden jugar las bibliotecas?

La función de una biblioteca es proporcionar el acceso a la cultura a los ciudadanos, y eso pasa por intentar darle a cada uno lo que quiere. Una biblioteca debe considerar a sus usuarios personas adultas, aún por aberrantes que puedan parecerles sus gustos a algunos. Otra cosa es que luego potencie los fondos que considera de mayor calidad, según obviamente los criterios establecidos por las élites culturales, pero eso no va a hacer que los consuman quienes sólo quieren una determinada cosa de la biblioteca; y están en su derecho, porque la sostienen con sus impuestos, igual que los que tienen supuesto buen gusto cultural. Son las virtudes/efectos colaterales (según quien lo analice) de la democratización del acceso a la cultura.

El trastorno bipolar que esta pugna puede provocar en los bibliotecarios, lejos de remitir, se agudiza ante el inabarcable horizonte cultural que presenta el nuevo siglo.

 

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Highbrow, lowbrow y middlebrow (clase alta, clase baja, y clase media) tres conceptos provenientes del mundo anglosajón en lo que respecta a consumo cultural. Tanto el lenguaje corporal, la vestimenta, como el objeto de su interés describen a la perfección a las tres clases sociales en esta foto.

 

A principios del siglo XX, en el mundo anglosajón se establecieron las jerarquías sociales de acuerdo al consumo cultural. La escritora Virginia Woolf ya distinguía en su día entre highbrow, middlebrow y lowbrow, que vendrían a ser el equivalente a aristocracia, burguesía y pueblo (vistos más desde la perspectiva del nivel cultural que del económico, aunque las correspondencias se hagan inevitables).

Woolf, representante de los highbrow, mostraba su aprecio por los lowbrow, por su simplicidad y por servir para resolver esas cuestiones prosaicas del día a día, a las que los highbrow, desde sus torres de marfil, no podían atender. Por contra, abominaba de los middlebrow, esos advenedizos que se apropiaban de la cultura como un oropel sobre el que reforzar su ansiado ascenso social.

Para desgracia de la autora de Al faro, y alegría de muchos lowbrow, cuyas condiciones de vida mejoraron permitiéndoles evolucionar a middlebrow: la clase media se convirtió en el motor del progreso a lo largo del siglo XX; hasta la crisis actual que parece empeñada en aniquilarla. Y las bibliotecas públicas: ¿que son? sino la clase media del mundo de las bibliotecas. Por eso, ¿qué pueden hacer más que abrirse a todos los que quieran introducir cambios, estar atentos, sin excluir a nadie?

 

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Obra de la pintora Alison Rector, de la serie de cuadros que dedicó a las bibliotecas públicas del condado de Maine. Bibliotecas públicas al servicio de la clase media.

 

Difícilmente los amantes de las novelas de Steele, Roberts o Lindsey que tanto incomodaron a la escritora de la que se hablaba al principio; van a suponer ningún cambio de paradigma cultural, porque ya están más que instalados en su nicho cultural (o subcultural), pero si hay muchos frentes desde los que nuevos invasores (cómics, videojuegos, gastronomía, moda…) golpean el portón que un día protegía el concepto decimonónico de alta cultura.

 

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El brillante cómic mudo sobre el mundo del arte White cube. En esta página, obligado a elegir entre cómix o arte: el personaje se enfada, y toma el camino de en medio, harto de que aún no se admita al cómic dentro del canon cultural.

 

En medio de ese panorama, la biblioteca pública está más obligada que nunca a dar asilo a los refugiados de la cultura, a esas masas a las que el mercado zarandea apelando a sus instintos básicos, a esos lowbrow cuyas filas la crisis no cesa de engrosar. Los middlebrow, mientras puedan resistir en esa categoría social, ya disponen de medios para defenderse; y a los minoritarios, pero cada vez más atrincherados highbrow, lo de biblioteca pública casi debe sonarles a oxímoron.

En el reciente #postenobras se sostenía en plan eslogan que: La cultura es nuestro Dios, y Frankenstein (o Robocop) su profeta. Una manera de decir que la cultura en nuestros días está hecha de mil trozos, algunos de organismos nobles, y otros de materiales de derribo; pero cuyos costurones cada vez menos gente se preocupa en disimular. Lucirlos ostentosos es casi un mérito a la hora de simular tener criterio propio. Con dos pequeñas modificaciones, la frase en cuestión se puede reciclar sin problemas para este post:

La cultura pop es nuestro Dios,

y Vargas Llosa su (insospechado) profeta.

Nadie como el nobel (el corrector ha querido cambiarlo por noble, toda una señal) peruano para representar, sin pretenderlo, este momento que estamos viviendo. Él, que tan lúcidamente daba un repaso al deterioro progresivo del canon cultural propio de la primera mitad del siglo XX en La civilización del espectáculo: ha terminado representando en papel cuché la imagen perfecta de este guirigay cultural en el que estamos inmersos. Aunque pensándolo bien, tal vez sea una muestra de su integridad intelectual: el ¡Hola! puede que sea de lo poco que aún preserva intacto el concepto de clasismo para consumo de las masas, que caracterizó a siglos precedentes.

 

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Esto daría para otro debate, ¿deberían las revistas del corazón formar parte de la hemeroteca de una biblioteca? ¿no son acaso fuentes inagotables de estudio sociológico de nuestro presente y nuestro pasado? Pero la enjundia de tal asunto requeriría de tal densidad, que mejor relajamos tanta intensidad, y lo aplazamos para otro post.

 

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Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com