«Volver la vista atrás es bueno a veces, uhh uhhh» que cantaba Karina allá por los 60. Y de eso va este post, de volver la vista atrás pero sin un ápice de nostalgia. Fue en esa década, la de los 60 del pasado siglo, en la que la irrupción de la cultura anglosajona, vía música, cine, cómics y moda; se hizo tan patente que ya nada volvió a ser igual.
Yé-yé, aún siendo una corriente musical pop que nació en Francia, para extenderse por Italia, España, Alemania e incluso Argentina; fue un término que triunfó más allá de la música, al menos en nuestro país, para calar en el vocabulario de la calle para referirse a algo más amplio. Lo yé-yé fue la manera de desactivar la lascivia de la lengua de los Rolling Stones, de domesticar a los melenudos que surgían por doquier imitando a The Beatles, de infantilizar cualquier mensaje subversivo que pudieran transportar de estraperlo el rock y el pop que, desde el mundo anglosajón, estaban ganándole terreno a las folclóricas.
Nada mejor que la pizpireta Conchita Velasco, que también quiso ser beatnik (pero no prosperó, quizás porque lo de beatnik era demasiado, para la falta de paladar inglés de los españoles), pero que triunfó a lo grande siendo chica yé-yé: para representar esa juventud inofensiva que españolizaba cualquier contaminación foránea para tranquilidad del régimen.
El carácter contestatario de los cantautores de los 70, mirándose en el reflejo de los franceses; ya supuso un cambio. Pero habría que esperar a los 80, y su famosa Movida, para que la importación de cultura pop anglosajona se españolizase para bien, sin afán de desactivar la provocación, sino todo lo contrario.
De este modo, Miguel Mihura, Jardiel Poncela, Luis García Berlanga, Lola Flores o Sara Montiel se revolvieron con Siouxsie and the Banshees o Los Ramones entre mil referencias más para el cóctel de Alaska y los Pegamoides (y aprendida la lección, tomaron carrerilla, y así a Fangoria se les encuentran no pocas semejanzas con los Pet Shop Boys); similares referencias sumando a Buñuel se confundían con John Waters, John Cassavetes o Andy Warhol en el caso del cine almodovariano; y los toros con la España más castiza se entremezclaban con The Clash, Sex Pistols o The Cure para Gabinete Caligari. Un «totum revolutum» con mucho estilo, y sobre todo, toneladas de actitud con que disimular las carencias.
Por no hablar de otras figuras, que se «inspiraron» con mayor o menor vergüenza torera en figuras foráneas: Mari Trini como la Juliette Grecó española, Miguel Bosé como el Bowie torero, Marta Sánchez como la Madonna mojigata, o la mejor de todas, la simpar Lola Flores proclamándose ya en el ocaso de su carrera, como la Tina Turner gitana cantando rap (¡Ay Alvariño! ponme la mano aquí, que la diño)
Pero dado que este blog habla de bibliotecas cabría preguntarse como el Plácido de Berlanga: ¿qué hay de lo mío? En el mundo de las bibliotecas el influjo anglosajón fue y sigue siendo fundamental. Pero, ¿hay algo con denominación de origen española, algo que podamos reconocer como propiamente autóctono?, o adaptándolo a términos más propios del desarrollismo y las suecas en Benidorm: ¿hay algo typical spanish en el mundo de las bibliotecas públicas?
Pretender responder sesudamente a esa pregunta excede de lo que se puede hacer en este blog, pero ahí queda el desafío para quien quiera recogerlo, y llevar a cabo algún trabajo de mayor calado académico. Aquí de momento, nos centramos en un clásico como es la Historia de las bibliotecas de Hipólito Escolar (1987), que releemos rastreando esa huella autóctona en el pasado, que nos descubra otro enfoque desde el que mirar nuestro presente.
En el siglo XVIII, tanto en Inglaterra y sus colonias americanas, como en nuestro país; fueron dos religiosos los que sacudieron el mundo bibliotecario. El reverendo Thomas Bray creando las bibliotecas parroquiales, cuya intención era la formación de párrocos, pero que terminaron extendiendo su uso al resto de habitantes de las colonias inglesas.
Y en nuestro país, el benedictino fray Martín Sarmiento, instigador de un prematuro plan de bibliotecas para todo el país, que en una carta dirigida al bibliotecario Juan de Iriarte se lamentaba:
«es cosa vergonzosa que algunos lugares populosos tengan teatro público para comedias, plaza formada para corridas de toros, casas públicas de todo género de juegos y aun sitios públicos en que se ejercite la ociosidad, y no haya alguna casa pública en que se ejercite la racionalidad y la juventud»
Pero es el siglo XIX el que ve surgir las bibliotecas públicas en los Estados Unidos e Inglaterra. La Revolución industrial requiere mayor formación, y emerge la burguesía como clase social que aspira a la cultura que hasta entonces poseían la aristocracia y la Iglesia. No fue un camino fácil, el del acceso de las clases populares a la alfabetización; figuras como la del coronel Charles Sibthorp ya sostenían que a la gente, más que bibliotecas se le hacía feliz con el juego del tejo, el peón o el fútbol…De poder leer la mente de más de un político de nuestros días, veríamos hasta qué punto las palabras del coronel siguen vigentes.
Pero el primer rasgo de originalidad, o de desmarque autóctono frente a la corriente mayoritaria, habría que cifrarlo en la procedencia de gran parte de los fondos de las bibliotecas públicas en nuestro país. Mientras que en el área anglosajona fue la Iglesia la que estuvo presente en el germen de lo que serían las bibliotecas públicas; en nuestro país, fue la incautación de los bienes de la Iglesia con la desamortización de Mendizábal, lo que favoreció precisamente la creación de bibliotecas abiertas al pueblo.
La revolución de 1868 que destronó a Isabel II terminó de dar el empujón definitivo, se impulsó la creación de bibliotecas populares en cada distrito universitario; poniendo a maestros al frente. Pero claro, aquí también entró el en juego el oportunismo de los políticos de turno, que solicitaban bibliotecas en sus distritos por motivos electoralistas, para después dejarlas abandonadas, e incluso con las cajas de libros sin abrir. ¿No sigue sonando todo demasiado actual?
Pero es en el siglo XX, en el que podemos encontrar rasgos propios de ingenio bibliotecario genuinamente español ( a ser posible, por edad, léase esto último con el tono ampuloso y enfático del locutor del NODO)
Más allá del Reglamento para el régimen y servicio de las bibliotecas públicas del Estado de 1901 (que Escolar califica como el empeño legislativo más ambicioso en estos asuntos); de las Instrucciones para la redacción de catálogos de 1902; o de los enormes avances que durante la II República aportaron las Misiones Pedagógicas, habrá que esperar a que termine la Guerra civil para encontrar algo original en la piel de toro bibliotecaria cañí:
- la aparición de las casas de la cultura, que surgen a raíz del éxito de la Biblioteca Francisco Villaespesa de Almería fundada en 1947, y que resultó ser un buen modelo para una biblioteca pública. En palabras de Escolar:
«las casas de la cultura trataron de modernizar los servicios bibliotecarios […] ampliaron la acción del libro mediante la organización de actividades culturales (exposiciones, conciertos, audiciones grabadas, proyecciones cinematográficas, representaciones teatrales, recitales, cursos y conferencias) que servían, también, para atraer a la lectura a sectores más amplios de la población, al mismo tiempo que se brindaba un local social y de reunión»
- la Biblioteca de Iniciación Cultural creada en los años 50, consistía en enviar lotes de libros por correo a unos 9000 centros, principalmente escuelas rurales y de suburbios de grandes poblaciones. Llegó a enviar unos 10 millones de libros por correo en 12 años de funcionamiento; y murieron de éxito, ya que desvelaron la necesidad de crear bibliotecas escolares. Un asunto, el de las bibliotecas escolares, que como tantos, siguen pendiente de que alguien se lo tome en serio. Fue un invento con patente española, y supusieron un gran impulso para la alfabetización de niños y adultos.
A estos dos rasgos de originalidad bibliotecaria en nuestro país durante el siglo XX, a Hipólito Escolar se le olvidó añadir dos que son incontestables. Por un lado, el hecho de que una de las musas más heavy del destape de los 70, Susana Estrada, empezara su carrera como bibliotecaria del Ateneo Jovellanos de Gijón («Soy una experta en foliar mamotretos, y aquí hay de todo, códices, palimpsestos, tumbos…»); y los índices de lectura tan bajos, que nos aportan una originalidad respecto de los países de nuestro entorno, que mejor no destacar.
¿Y en el siglo XXI?, si hablamos de identidad cultural, ya es casi imposible discernir las materias primas que la conforman. Reclamar el copyright o la originalidad de una idea, en el mundo de los Creative Commons, requiere de sesudas investigaciones. Por eso, si de verdad queremos reivindicar algo como propio, reivindiquemos la idea de las casas de la cultura.
Como ya decíamos en Léeme, soy community manager:
«Ninguna otra institución cultural, como la biblioteca pública, está tan capacitada para hablar de todo; porque todo le concierne. En los museos o filmotecas se refugian las artes plásticas o el cine; pero las bibliotecas lo abarcan todo».
Y cuando tanto se habla de repensar a las bibliotecas como centro culturales, que se refuercen como lugares de encuentro, abiertos a todo tipo de manifestaciones artísticas; que no se queden en fomentar la lectura, sino en fomentar la cultura: ¿no estamos hablando de una casa de la cultura del siglo XXI? Un espacio polivalente, abierto a la participación activa y al servicio de las cambiantes necesidades de los ciudadanos.
Cuando el sufijo -teca revalida su vigencia añadiéndose a cada nuevo servicio que se suma, mientras la raíz biblio- se va quedando como una más de las posibilidades en una biblioteca; es momento de reivindicar las cosas de nuestro pasado que nos enlazan con el futuro.
Así pues sigamos atentos al Library Journal, a las novedades que publique la web de la ALA, y a toda innovación venga de donde venga; y adaptémoslas sin problemas. Pero no seamos como Alfredo Landa corriendo tras de una sueca en bikini, y sin necesidad de golpes de pecho patrioteros, revaloricemos lo que ya teníamos.
About Vicente Funes
Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com