Bibliocondría: patologías bibliotecarias

 

Cada profesión, cada trabajo tiene unas patologías. La revolución industrial del XIX acarreó enfermedades asociadas al trabajo que la mejora en las condiciones ha logrado erradicar en muchos casos. No es que la revolución digital del XXI no lleve consigo la carga de nuevos riesgos laborales, es sencillamente, que aún estamos en fase de experimentación de dolencias futuras.

La digitalización que ha confundido la vida privada y la laboral ha uniformado las dolencias de numerosas profesiones: molestias oculares, trastornos de sueño, dolores lumbares, contracturas en hombros, cefaleas, pérdida de visión… Riesgos laborales todos ellos que no se encuadrarían dentro de lo que aquí bautizamos como bibliocondría.

La bibliocondría es una afección que puede manifestarse de muy diversas maneras y abierta a las aportaciones que cualquiera que se mueva en el ámbito bibliotecario quiera añadir. Una afección que se desarrolla en el ámbito de lo psicológico:

  • bibliocondría es lo que padecen los estudiantes que ven como cambian las bibliotecas y llenan buzones de reclamaciones y redes sociales con sus quejas exigiendo un silencio perenne
  • bibliocondría es el vértigo que sienten, aún a estas alturas, algunos profesionales de bibliotecas ante las transformaciones que cuestionan procesos y hábitos adquiridos
  • bibliocondría es la sensación de salto al vacio cuando se sale de lo rutinario para experimentar con fórmulas nuevas
  • bibliocondría, ampliando el espectro, es también lo que sienten las multinacionales de contenidos digitales ante la perturbadora presencia de unas instituciones antidiluvianas. Unos servicios que sobreviven y plantean anomalías en las relaciones entre productores y consumidores de cultura al no moverse en pos de beneficio económico
  • bibliocondría es la resistencia a perder las esencias olvidando que las esencias siempre han sido volátiles y fáciles de contaminar
  • bibliocondría, en definitiva, no es más que miedo. Una hipocondría aplicada al cuerpo bibliotecario que puede afectar tanto a profesionales como a público.

Superar los miedos, tras casi dos años de pandemia, ha perdido estatus como frase hecha. El debate que se está planteando a raiz de sucesos trágicos como el suicidio de la actriz Verónica Forqué ha puesto en primer plano, por fin, el asunto de la salud mental. El escritor británico Matt Haig declaraba recientemente que la buena terapia y el arte buscan una especie de verdad.

Haig habla desde la experiencia. Tras años como DJ, con 24 años, había llegado al límite. Drogas, alcohol y una profunda depresión le llevaron a pensar en el suicidio frente a un acantilado ibicenco. Y decidió pisar el freno. Años después el británico volcó en la escritura sus experiencias con libros que han sido best sellers bordeando, pero sin llegar a caer de lleno, en la autoayuda. Su novela La biblioteca de la medianoche se nutría también de su experiencia con la depresión pero en este caso desde la literatura.

 

 

Su protagonista, Nora, despierta tras ingerir una sobredosis de pastillas en una biblioteca infinita. Allí se encuentra con la que fuera la bibliotecaria de su colegio: la señora Elm. Una mujer amable que le informa de que mientras se encuentre en la biblioteca estará libre de la muerte. A partir de ahí, cada libro de la biblioteca se convierte en una puerta abierta a las posibles vidas que Nora podría haber vivido. Una variación argumental que, muy propio para estas fechas, invoca ecos del clásico navideño dickensiano. Al final la protagonista tendrá que tomar una decisión. Una decisión que, si la adaptación es fiel, servirá también de final para la próxima serie que está montando Netflix con el escritor como productor ejecutivo.

Adaptación de la novela infantil de Matt Haig para Netflix.

Como sostiene Haig en la citada entrevista «Los libros y las bibliotecas son el lugar donde encontramos otras versiones de nosotros mismos”. Y algo de verdad hay más allá de la ficción reconfortante de sus novelas a tenor de una de las últimas noticias que llegan de su país de origen.

Desde hace treinta y ocho años la empresa Ipsos Group dedicada a la investigación de mercados realiza un análisis sobre la percepción que la ciudadanía tiene respecto a diferentes profesiones. Pues bien, los resultados en Reino Unido, han dado una alegría para el gremio bibliotecario.

Que en un país donde en los últimos años se ha vivido una auténtica masacre bibliotecaria en presupuestos, cierres de centros y recortes salvajes: el 93% de quienes han respondido a la encuesta hayan situado a la bibliotecaria como una de las profesiones en las que más confian: es para celebrarlo.

Tras el gremio de enfermería, la profesión bibliotecaria obtiene el segundo puesto en un listado que prosigue en los siguientes puestos con el cuerpo médico, el profesorado y curadores de museos.

 

El éxito es aún mayor porque es la primera vez que la profesión bibliotecaria aparece en el ranking de credibilidad a nivel mundial. ¿Cuánto tendrá que ver en esta súbita percepción la enorme labor que las bibliotecas han desarrollado durante esta pandemia? Sin lugar a dudas mucho. Pero la encuesta arroja otros datos curiosos: las mujeres bibliotecarias se perciben más fiables que sus colegas masculinos: 92% frente al 62%. En las personas con estudios se incrementa la confianza en la profesión en un 96% frente al 85% (ni tan mal) de la población con nivel más bajo de estudios.

Y tal vez lo más meritorio de todo: tanto personas con ideas políticas conservadoras como progresistas coinciden en la fiabilidad de la profesión bibliotecaria con porcentajes (95-94%) prácticamente iguales. Datos que son la mejor terapia para cualquier tipo de bibliocondría.

Y si Sheldon Cooper y su visionaria hipocondría, vistos los tiempos que vivimos, encabeza este post concluyamos con otro personaje de serie. El nunca suficientemente ensalzado Tony Soprano. Un personaje, una serie, perfecta, magistral. Una obra maestra. Las escenas de sus terapias con la psiquiatra son tan míticas como cualquiera de las escenas con diván del mismísimo Woody Allen. Pero en un registro muy distinto.

 

 

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Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

El diccionario viajero

En Italia acaba de concluir la gira de un diccionario. Cual estrella del pop el diccionario de la editorial Zanichelli ha compartido espacio con el resto de mobiliario urbano. Dentro de una campaña bajo el hashtag #cambialalingua un Zingarelli (el diccionario histórico de la editorial) enorme se ha instalado en sucesivas calles y plazas de seis ciudades italianas.

 

 

El diccionario interactivo e itinerante ocupa el espacio público reivindicando la importancia de la lengua y el uso que hacemos de ella. Una campaña de publicidad de impacto de la que es posible sacar buenas ideas para el ámbito bibliotecario. El objetivo es mostrar la evolución del lenguaje, cómo se transforma, o mejor dicho: cómo lo tranformamos quienes hacemos uso de esa lengua. Cómo la hacemos cambiar, evolucionar (al gusto o disgusto de cada cual): y cómo esa evolución, y ser conscientes de la misma: nos muestra con claridad la evolución de la sociedad en la que nos movemos.

Por eso es tan importante el tamaño del diccionario: el libro te acoge, te incita a interactuar con él; te obliga a salir de tu rutina urbana  para tomar conciencia de algo tan cotidiano y por eso, muchas veces, inconsciente como es el uso que hacemos de la lengua. El diccionario Zingarelli (¿tendrá algo que ver con el nomadismo de los zíngaros?) es como el pez viejo de la fábula de David Foster Wallace: nos obliga a preguntarnos en qué elemento nos desenvolvemos, gracias al lenguaje, con su simple presencia en mitad de la calle.

 

Fuente: Acttualitté

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Biblioteca para un mundo que no existe

 

En una reciente entrevista de ‘El País’ el creador del famoso (y temido en España) informe PISA sobre educación, el alemán Andreas Schleicher, señalaba que el sistema educativo español prepara en muchos casos a los estudiantes para un mundo que ya no existe.

Ilustración del dibujante Josán González de su cómic: The future is now.

 

Menos mal que en el resto de la entrevista aporta otros argumentos algo más amables para nuestro entorno. Pero no es sobre el informe PISA de lo que habla este post. Nos apropiamos desde el mismo título de la reflexión de Schleicher para plantearnos cuántas cosas no estaremos haciendo pensando en un mundo que ya no existe. Y, como no puede ser de otro modo: cuántas cosas se hacen desde las bibliotecas.

Dime, Rusty…¿Dónde puedo conseguir una de esas cosas?

En un documental, los decoradores de la serie Mad Men, hablaban de cómo representar los cambios de década (la serie empieza en los 60 y llega hasta los 70). Una serie no es una película. El largo recorrido cronológico requiere cambios sutiles. No se puede pasar de golpe de las lámparas de lava a las plataformas en los zapatos. Los cambios deben ser graduales. Los puntos de fuga de pasado y futuro convergen en el presente. Pero no siempre somos capaces de discernirlos.

Lo que servía en los tiempos A.I. (antes de Internet) no tiene nada que ver con lo que sucede ahora. Puede que en decoración las cosas no vayan tan frenéticas; pero en muchos otros ámbitos, la cosa no da tregua. Bibliotecas para un mundo que no existe sirve para una doble interpretación. Un mundo que no existe porque ha desaparecido por falta de sincronía con nuestro tiempo y no nos hemos enterado. O un mundo que no existe porque no acaba de llegar. Se intuye, se supone, se presume. Pero no acaba de concretarse.

 

 

En el clásico de Hollywood Cruce de destinos (1956), Stewart Granger consolaba a la afligida mestiza interpretada por Ava Gardner diciéndole que «los únicos que aceptan la realidad son los que no tienen el valor suficiente para escapar cuando la ven llegar». Una oda al escapismo que en nuestros días millones de internautas hacen suya en su día a día digital. Vivimos en mundos cada vez más impermeables entre sí. Lo cual no quiere decir que no existan. Hay quienes dicen no interesarse por la política. Pero la política existe; como el cambio climático o la Covid: y condiciona, quieran o no, su realidad.

Generacionalmente, hay mundos que forzosamente coexisten. Y no necesariamente, quienes peinan canas, representan la pervivencia de ideas del pasado por haberlo vivido. El progreso no entiende de edadismo. Quienes hacen avanzar la maquinaria son las mentes que tienen la suficiente perspectiva para vislumbrar el camino. Tengan la edad que tengan.

Volviendo a la pregunta implícita en el título de este post: ¿cuántas cosas hacemos para un mundo que no existe? Y más específicamente, ¿cuántas cosas se hacen desde las bibliotecas para un mundo que ya desapareció o aún no ha llegado? Se nos ocurren unas cuantas. Pero pensando, no literalmente en un mundo que no existe pero sí en un mundo bajo clara amenaza de extinción; se nos ocurren al menos tres:

  • Suena ingrato porque lo es. Tras los servicios prestados la CDU o la Clasificación de Dewey deberían tener un mayor respeto. Y lo tienen porque siguen luciendo como criterios de ordenación en las estanterías de la mayoría de bibliotecas del mundo. Pero, ¿tiene sentido perder ni un segundo en hacer elaboradas notaciones en los registros bibliográficos de una biblioteca pública? Por no hacer sangre en el revisionismo ideológico al que ha estado sometida últimamente la clasificación de Melvil Dewey por asuntos extrabibliotecarios. Pero no nos desviemos del tema. ¿Realmente una clasificación, y en esta ocasión hablamos de la CDU, en la que el número auxiliar -055.3 ha aglutinado a «personas de sexo dudoso» junto a homosexuales, lesbianas, bisexuales, transexuales y pervertidos sexuales y sádicos: ¿puede considerarse vigente en el siglo XXI salvo en Hungría o en el ideario de algún que otro partido político conservador? A este respecto es una delicia la lectura de la ponencia que Mª Antonia Morán Suárez y Blanca Rodríguez-Bravo publicaron sobre La imagen de la mujer en la Clasificación Decimal Universal. Más vigente ahora si cabe que en enero de 2001 cuando la publicaron.

Melvil Dewey otra figura alcanzada por la cultura de la cancelación. Foto ilustración de Slate

 

  • La catalogación exhaustiva moviliza el recurso más valioso de una biblioteca pública: el tiempo de sus profesionales. Pasan las décadas, pero pese a los avances, nuevas necesidades o escenarios posibles para el concepto biblioteca: la catalogación sigue absorbiendo esfuerzos que debían derivarse al rediseño de espacios, la programación de actividades y la implicación con la escena creativa local. La catalogación en una biblioteca pública es como un taller de cocina gourmet: placentero para quien guste de minimalismos culinarios pero innecesario cuando hay platos preparados con suficiente valor nutritivo.

 

  • Las colecciones audiovisuales. A las enciclopedias y demás obras de referencia les llegó su hora hace tiempo. Pero ¿y a las colecciones audiovisuales físicas? El libro en papel sigue conservando acólitos pese a ese futuro totalmente en digital que nos vendían. Pero los documentos sonoros y audiovisuales (si exceptuamos la moda de los vinilos, de difícil acomodo en una biblioteca de préstamo) no viven su mejor momento. Y no parece que por mucho revival nostálgico que haya alcanzado a los casetes: la reinvindicación del CD o DVD vaya a marcar el ritmo en los próximos años. Tras la debacle del mundo de la música en la era digital: ¿asistiremos a una recuperación del aura perdida de la que hablaba Walter Benjamin? A tenor del furor por las actuaciones musicales en vivo así podría parecerlo. Sobre todo ahora, que tras la pandemia, los conciertos son obligadamente tranquilos, exigen la atención del público, la escucha activa y no una simple excusa para el botellón con música en vivo de fondo. Pero mucho nos tememos que no sea más que un espejismo.

Que existan bibliotecas para un mundo que no existe no es responsabilidad de la profesión. Ni mucho menos. Las apariencias engañan y mucho. La tersura de la piel no se corresponde necesariamente con la idea de evolución. El futuro no tiene porqué significar avance. Y ahora mismo cunden los ejemplos en muchos ámbitos que así lo demuestran. Por recurrir a modismos de lo que es posible que nadie se acuerde en unos años: muchos millennial o zeta son más retrógrados que muchos boomers.

Esos boomers que ahora tendrán que resistir más años en sus puestos de trabajo para tener acceso a una jubilación digna. En unos años, si no cambia la percepción social respecto a las bibliotecas, se avecinan concursos de traslados para boomers exhaustos, que frisan los 70, y quieren concluir plácidamente su vida laboral en una. Tiempo al tiempo.

 

Dua Lipa la rutilante estrella del pop de la generación Z cuyo último disco llevaba un título muy significativo: Future nostalgia.

 

Para la profesión bibliotecaria la idea de biblioteca con el único fin de servir como sala de estudio ni se contempla en su idea de futuro. En cambio, para el público estudiantil que solo las utilizan como tal: no es que siga vigente: es la única forma en que las conciben. Vivimos realidades paralelas. Dentro de las propias bibliotecas. Matrix a cada vuelta de estantería.

Y por no hablar de los que nunca han pensado en las bibliotecas como opción cultural y de ocio. Los que les sonaba como a galaxia lejana hace décadas y les sigue sonando igual en la actualidad. Esta biblioteca/s para un mundo/s que no existe bien puede merecer más capítulos. Pero no será en este post (los mundos se extinguen pero este blog prosigue feliz con sus posts anacrónica y tozudamente laaaargos): por ahora nos quedamos con una noticia que viene a cuento de lo que hablamos.

 

Unas jovencísimas Isabelle Huppert, Isabelle Adjani y Marie-France Pisier como las hermanas Brontë en la película dirigida por André Techiné en 1979.

 

Desde Reino Unido (precisamente ese país que, paradójicamente, ha decidido diseñar su futuro queriendo volver al pasado): nos llega una demostración práctica de que, como decía Paul Éluard: hay otros mundos pero están en éste. Un consorcio de bibilbiotecas y museos se han organizado para evitar que una de las bibliotecas privadas más importantes del país se disperse en la subasta que va a realizar Sotheby’s.

La Biblioteca Honresfield, reunida por los industriales Alfred y William Law a inicios del siglo pasado, en la que se conservan auténticas joyas bibliófilas que van desde documentos inéditos y correspondencia privada de las hermanas Brönte pasando por un  Quijote editada en 1620 en Londres; más de 500 manuscritos; epistolarios o cuidadas ediciones de Homero o los hermanos Grimm.

Una movilización sin precedentes por preservar una de las bibliotecas privadas inglesas más importantes que se creía perdida.

Los Friends of the National Libraries (FNL) promueven esta recogida de fondos públicos y privados para salvar la biblioteca de un mundo que no existe. Porque preservar a las hermanas Brönte, a Walter Scott, Cervantes, Ovidio u Homero es pensar en el futuro. Forman parte del legado imprescindible para construir un camino con referentes sólidos basados en la memoria, que no, en las trampas de la nostalgia. Solo así la biblioteca, la cultura, podrá resultar verdaderamente útil para los mundos que existen o puedan llegar a existir. Después de todo, vivimos siempre en un permanente estado provisional.

 

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Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Y ahora, ¿hacia dónde miramos? Bibliotecas y políticos

 

En el siglo pasado, los españoles, se miraron en los espejos de otros países con una mezcla de admiración y aprensión. Admiración por los avances extranjeros; y aprensión por una autoestima que, ni el discurso patriotero del franquismo, fue capaz de levantar. El espejismo del año 92 maquilló una década en la que la carcoma siguió corrompiendo, como de costumbre, esa superficie de bonanza. Y ahora, con muchas de las verguenzas al aire: ¿dónde se puede mirar?

 

El multipremiado documental El año del descubrimiento (2020) sobre el año 1992 como punto de partida de la debacle social, política, ética y económica que vendría después.

 

Electrodomésticos Miele el sueño doméstico de origen alemán.

En los años del desarrollismo, los españolitos ensalzaban los electrodomésticos alemanes («para el mundo del hoy y del mañana»: rezaba el eslogan de los codiciados frigoríficos Miele en los 70); la altura intelectual y política de los británicos («nostalgia por este europeo magistral»: escribía Fernando Savater a cuenta de la figura de Churchill); el afán emprendedor de los estadounidenses («américanos os recibimos con alegría»); o el savoir faire cultural de los franceses («envidio la fidelidad del público francés con su cine»: que declaraba Carmen Maura).

Pero tras el fraude de Volkswagen, el Brexit, el asalto al Capitolio o la quema de bibliotecas en Francia:  ¿qué espejo queda para mirarse? ¿Qué imagen aspiracional nos puede servir como estímulo para mejorar? Caidos del guindo puede que la autoestima se recomponga no por mejora propia sino por devaluación del resto. Consuelo de tontos, en cualquier caso.

En el mundo bibliotecario español siempre hemos mirado hacia los países del norte de Europa y, of course, a los EEUU. Pero en la serie Geopolítica bibliotecaria ya dábamos pistas de que el ombliguismo nunca es bueno. Ni el eurocentrismo, ni el occidentalcentrismo (¡toma ya!). Nada que resulte céntrico. Porque las afueras, los suburbios, los aledaños: son los que exigen su lugar en el siglo XXI. Son la única oportunidad real de progreso en Occidente. Y si no, ahí está China para desplazar el eje cultural del planeta.

Pese a todo, hay detalles que seguir observando, con envidia no necesariamente sana: en los EEUU. La convención anual de la ALA (Asociación Estadounidense de Bibliotecas) se celebra del 23 al 29 de junio; y el encargado de dar el discurso de clausura no será otro que el cuadragésimo cuarto presidente de los Estados Unidos de América: Barack Obama. El expresidente se reunirá con Lonnie G. Bunch III, el primer afroamericano en convertirse en secretario del prestigioso Instituto Smithsonian.

Cierto es, que Obama, sigue de gira de presentación de su autobiografía Una tierra prometida. Pero no hay que sospechar de intereses meramente promocionales. Ya en 2016, en un congreso de la IFLA, Obama participó y ensalzó el papel de las bibliotecas.

Pero volviendo a lo del espejo en el que mirarnos (un símil no especialmente inspirado pero mejor que incurrir en lo de las comparaciones odiosas): ¿sería posible imaginar a un  Felipe Gonzalez, un José María Aznar o a un Rodríguez Zapatero yendo a clausurar un congreso de bibliotecas en España?

 

Pedro Sánchez en la presentación del plan España 2050. Foto: EFE

 

‘Yo, mentiroso’ la tercera entrega de la magnífica trilogía egoista que han llevado a cabo Antonio Altarriba y Keko. En este caso centrada en la corrupción política más reciente de nuestro país.

Pedro Sánchez inaugurando el próximo congreso, noviembre 2021, en Las Palmas de Gran Canaria: sería todo un gesto. Un expresidente es como un regalo barroco de la abuela que los nietos, de gustos minimalistas, nunca saben dónde ubicar. Pero estando en el cargo: la cosa cambia. De ese modo, podría compensar lo poco que la palabra «biblioteca» aparece en la Agenda 2050 para España que se lanzó recientemente.

Si, como se dice en dicha agenda, las bibliotecas, deben convertirse junto con museos, industrias culturales, empresas y entidades comunitarias en agentes educadores en los que se apoyen las escuelas. ¿Qué mejor que apoyar a las bibliotecas inaugurando su congreso? Y hasta aquí el capítulo de sugerencias a políticos. Un terreno siempre movedizo por el que es mejor no recrearse mucho.

Abundando en ese complejo de inferioridad que tan bien retrató Berlanga en los españolitos: volvamos de nuevo la mirada al extranjero. Hecho el propósito de enmienda nos podemos permitir pecar, una vez más, y mirar de nuevo a los EEUU con arrobo. Retomamos en cierto modo un asunto que ya tocábamos en Un serie de catastróficas desdichas con final bibliotecario. En ese post era Kamala Harris, la primera vicepresidenta afroamericana, la que se convertía en adalid de la lucha por la exactitud de los encabezamientos de materia en las bibliotecas.

 

Quien clasifica el mundo, ordena el mundo. Y ese cometido, de manera modesta pero implacable, lo lleva ejerciendo el gremio bibliotecario desde el principio de los tiempos. Puede que no cuele como excusa para lo del occidentalcentrismo del que hablábamos: pero lo cierto es que USA, con su sociedad multicultural y poliédrica, viene sirviendo como sociedad cobaya para el resto. El caso del encabezamiento de materia de los «ilegal aliens» es un claro ejemplo.

Change the subject (Cambia la materia) es un documental de 2019 en el que se recoge la lucha por modificar un encabezamiento de materia de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos. Con menos de eso Netflix te monta una serie. La película recoge la lucha de los estudiantes del Dartmouth College por cambiar la entrada de materias «ilegal aliens» (extranjeros ilegales) por la de: «inmigrantes indocumentados».

Todo empezó en 2013, cuando la estudiante de orígenes mexicanos Melissa Padilla y su compañero, Óscar Rubén Cornejo: descubrieron el encabezamiento de «ilegal alien» sin que los registros en los aparecían se refirieran, para nada, a la saga de películas sobre el famoso depredador que persigue a la teniente Ripley. Padilla y Cornejo sintieron que la elección de este término criminalizaba los esfuerzos de sus padres por proveerles de un futuro mejor. Junto con otros estudiantes se movilizaron para conseguir que la entrada fuera sustituida en el Catálogo de Autoridades de la Biblioteca.

 

Change the subject: un documental sobre etiquetas, bibliotecas y activismo.

 

La suntuosa, canalla y underground crónica de la España más reciente y corrupta de la mano de Magius.

En un primer momento, la Biblioteca del Congreso desestimó su petición. Pero más adelante lograron el apoyo de la ALA y otras organizaciones que respaldaban sus reivindicaciones. Tras varios debates y solicitudes, en marzo de 2016, la biblioteca tomó la decisión de sustituir «extranjeros ilegales» por «no ciudadanos» e «inmigración no autorizada». Pero la polémica llegó hasta el Congreso. En eso los políticos, sean de un país u otro, no se diferencian a la hora de detectar asuntos con potencial para subrayar sus discursos más groseros.

Los representantes republicanos de la Cámara se opusieron firmemente a la sustitución. A través de una disposición legal, la senadora Diane Black, logró bloquearla. Y de ese modo, los «ilegal aliens», a día de hoy, siguen apareciendo en la lista de encabezamientos de materia de la biblioteca que actúa como faro para el resto del planeta.

Fue la primera vez que el Congreso estadounidense intervenía para legislar en torno a una modificación en los encabezamientos de la biblioteca. Un hito, triste para los estudiantes, pero esperanzador si se observa desde el punto de vista de la relevancia que las bibliotecas aún pueden llegar a tener en una sociedad.

Pero pese al fracaso de los estudiantes del Dartmouth College: numerosas bibliotecas locales modificaron el encabezamiento en sus sistemas locales ignorando el magisterio de la nave nodriza. Y todavía, en la actualidad: siguen presionando para que la LC haga lo mismo.

 

 

Merecía la pena mirar el ombligo estadounidense. Las pelusas xenófobas, racistas e involucionistas se cobijan bien en él; pero también los recursos higiénicos para eliminarlas. Tiempos de contrastes, tiempos de scratching (mover los discos hacia delante y hacia atrás para generar sonidos). Será cuestión de encontrarle el ritmo a tanto avance y retroceso. Volviendo a nuestro país para acabar nos encontramos con la última polémica política en torno a vacunas y fútbol.

El representante español de Eurovisión se queja en redes de que se vacune a la selección española de fútbol y a los representantes de la cultura, no. Según quien y cómo se mire  puede que no le falte razón. Los más exquisitos argüirán que, precisamente, Eurovisión no es el mejor ejemplo de cultura española. Pero, curiosamente, la última edición (en la que el orgullo patrio siguió por los suelos) la ganó un grupo de glam rock (estilo de origen británico) cantando en italiano.

Un ejemplo más de que el XXI será diverso o no será. Por muchos muros físicos o en forma de discursos que retrógrados conservadores o progresistas (los tiempos hacen que retrógrado y progresista no suene a oxímoron sino a sinónimo en muchos casos) se empeñen en levantar: la deslocalización es imparable. Si la geolocalización nos fiscaliza cada trayecto: volvamos loco al algoritmo con nuestros afectos culturales.

«The history book on the shelf is always repeating itself. Waterloo, I was defeated, you won the war» (El libro de historia en la estantería siempre se repite. Waterloo, yo fui derrotado y tú ganaste la guerra)

 

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Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Control de autoridades Jagger

 

El 18 de abril de 2021 desaparecían entre las llamas cerca de 95.000 libros y 3.500 vídeos y cintas de una de las colecciones documentales más importantes de África. La biblioteca Jagger de Ciudad del Cabo reunía testimonios únicos sobre la cultura y la historia africana; sobre todo, porque conservaba una visión documental verdaderamente africana del continente. Un retrato escrito, dibujado y filmado por los propios africanos: no por la mirada europea.

 

El incendio acontecía en un momento en el que las reivindicaciones, desde muy diversos ámbitos, por descolonizar los relatos de culturas y colectivos que, hasta hace poco, no tenían voz propia: es imparable. Como decía recientemente la empresaria española de origen africano, nacida y criada en Valencia, Bisila Bokoko en una entrevista :

«Cuando era niña, mis padres me mostraron África a través de los libros […]  siempre quisieron darme una identidad de raza. No querían que yo no entendiera las dificultades con las que me iba a encontrar siendo negra, e hicieron mucho hincapié en todo el tema de la raza, del panafricanismo y de cómo África se ve a sí misma. […]  cuando eres niño tú quieres ser como todo el mundo […] Al final me di cuenta de que esto era una oportunidad, el entender las diferencias y no separarme de ellas, sino integrarlas y acogerlas.»

 

Gracias a esos libros que sus padres se esforzaron porque leyera, Bokoko, se ha convertido en una exitosa empresaria y filántropa que ha fundado modernas bibliotecas en aldeas africanas a través de su proyecto African Literacy Project. Precisamente para que los niños africanos pudieran sentirse identificados con historias autóctonas sin mediatizar por una mirada ajena a su realidad más inmediata.

Si el incendio de una biblioteca es triste, el de la biblioteca Jagger, es doblemente triste: por la fragilidad de la historia escrita que el continente africano ha generado por sí mismo. Dos meses después de la tragedia, numerosos investigadores se están movilizando para reconstruir la biblioteca. Un esfuerzo a nivel global está localizando a expertos e investigadores que posean fotografías, documentos digitalizados de cualquiera de las obras que se conservaban en la biblioteca Jagger.

La alianza internacional de bibliotecas académicas y de investigación (SPARC) se está encargando de centralizar todas las referencias que puedan existir sobre las colecciones de la biblioteca devastada por el fuego. Y las redes sociales se han convertido en un medio que ha facilitado algunos hallazgos.

Redes sociales y bibliotecas. Hace tres años en «No tengo Facebook, Twitter ni Instagram»: el desgarrador testimonio de una biblioteca en directo calibrábamos/ironizábamos sobre la «esclavitud» de las redes sociales y sobre la presencia de las bibliotecas en ellas. Por mucho que haya tímidas campañas seduciendo con la idea de que otras redes son posibles: lo cierto es que transcurridos estos años las redes no han cambiado, aparentemente, en cuanto a contenidos. Séniors en Facebook, broncas en Twitter, postureos en Instagram, youtubers (valga la redundancia) en Youtube y gansadas varias en Tik Tok.

 

Y aunque creamos haberlo visto todo siempre surge algo que, como poco, nos hace enarcar una ceja. Durante la pandemia, con las bibliotecas cerradas, se intensificó una moda que había ido ganando adeptos en Youtube durante los últimos tiempos: ver a gente estudiando. Uno de los usos, con peor prensa entre el gremio, que se hace de bibliotecas convertido en fenómeno viral.

Un acuario en un salón: relaja y decora. Una persona estudiando en una pantalla: motiva. Monkey see, monkey do. Es un estímulo que apela a uno de los instintos más primigenios de los mamíferos: la imitación. Aprendemos imitando, somos colectivos, gregarios. Por mucho que los invisibles muros digitales nos separen: rastreamos simulacros de comunidad al menor descuido. Tras la fidelidad a realities, series, o al Sálvame late el deseo por la compañía, por la costumbre, lo conocido, lo previsible. Ese deseo de identificación (o desavenencia pero doméstica) es algo ha escudriñar, o mejor dicho, estudiar en algún post futuro.

Pero pese a la superficie monótona que, desde lejos, pueden dar las redes algunos de los divulgadores con más tirón de la actualidad están naciendo en ellas. En un planeo apresurado y totalmente parcial e insuficiente, nombres como Jaime Altozano en música; Javier Santaolalla en ciencias; Ernesto Castro en filosofía; o canales como A toda leche o Pero eso es otra historia sobre historia: son un demostración práctica de ese «otras redes son posibles».

 

 

E incluso la figura más relevante en las redes de nuestro país en los últimos años, el streamer Ibai Llanos, supone una evolución en la limitada figura del youtuber de primera, segunda y tercera generación. Para empezar porque el reino de Llanos se ha forjado en una red nueva, Twitch, y porque su postura en la polémica sobre los youtubers andorranos: le hizo ganarse el respeto de muchos medios tradicionales. Esos medios a los que Llanos está mirando ya cara a cara.

En el recorrido que hace unos meses hacía por la mansión en la que «convive/trabaja» con otros gamers y youtubers además de piscina, salones, jardines y demás frutos del pelotazo digital: había una pequeña biblioteca o rincón para la lectura. Una biblioteca en una mansión gamer. Las conexiones entre bibliotecas y el mundo redes puede que estén más cerca de lo que tópicos y esterotipos nos quieren hacer creer.

 

Ibai Llanos en la zona de lectura de la mansión para gamers: cómics y libros de Harry Potter y El señor de los anillos.

 

Aunque atendiendo a la última demostración de poderío mediático de Llanos no parece que las conexiones por ese lado vayan pronto a fructificar. La velada de boxeo, organizada y comentada por el propio Llanos, con otros famosos youtubers como púgiles fue un verdadero acontecimiento en la red. Una convulsión en la fuerza. El combate más celebrado fue el protagonizado por el youtuber Mister Jägger. El fichero de autoridades Jagger se nos va completando. Pero no, desde luego, no es por ahí por donde vendrá el crossover bibliotecas/streamer.

Para el final dejamos al Jagger más veterano y mundial. Puede que para los posmilénicos el Jagger famoso sea ahora el youtuber. Pero Mick, el auténtico, lleva cinco décadas trascendiendo (que gusta decir ahora) a golpe de rock y meneos. Ahora, junto al también veterano, pero menos, Dave Grohl hablan sobre teorías conspiranoicas, mascarillas, vacunas y los bailes estúpidos de Tik Tok.

Eazy sleazy, algo así como «sordidez fácil», nos viene a recordar que para sintonizar con los tiempos no hay que dejarse llevar por la corriente. Todo lo contrario. Hay que ejercitar el espíritu crítico en todas direcciones. Hacia fuera y hacia dentro. Y para eso las bibliotecas, se supone, deberían estar preparadas.

 

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Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Hagan juego, señores… pero lejos de la biblioteca

 

Antes de arrancar habría que hacer un aviso para navegantes. Por el comienzo del título se podría pensar que este post va sobre gamificación. Pero no. No vamos a hablar de algunas de las brillantes propuestas de Ana Ordás. Que si ya eran necesarias antes del parón del 2020; tras este terremoto pandémico: van a convertirse en auténticos salvavidas para dinamizar y repensar las bibliotecas. Va de juego, sí, pero no de aprendizaje.

 

La baraja Library Lovers Playing ilustra sus cartas con carteles bibliotecarios para el fomento de la lectura de principios del siglo XX. Proyecto de un bibliotecario inglés apasionado por los juegos y la lectura. La baraja se lanzó como un proyecto de crowfunding a través de Kickstarter.

 

Hace nueve años, en la isla británica de Man, un medio local celebraba en una noticia el acuerdo al que había llegado el Departamento de Educación e Infancia con la empresa de juego PokerStars. El futuro de las bibliotecas públicas de la isla quedaba a salvo, durante los años siguientes, gracias a la inversión que la, entonces incipiente empresa, haría en la red de bibliotecas isleñas.

En 2021 no tenemos noticia de cómo sigue, si es que acaso ha seguido: el entendimiento entre dos sectores tan lejanos como un gigante del juego online y el ramo bibliotecario. El altruismo de PokerStars se ve matizado cuando se descubre que la empresa tiene sedes en la isla, sobre todo, por las facilidades de cara a las licencias de juego y el régimen fiscal. Beneficios, los fiscales, suponemos incrementados a raiz de la generosidad empresarial con la cultura local.

Visto en perspectiva, y desde un país como España que padece una auténtica fiebre de locales de apuestas a ritmo de los índices de paro y sucesivas crisis económicas: las relaciones entre casinos (virtuales o físicos) y bibliotecas se antojan improbables. Pero nunca se sabe. Si se buscan conexiones: se encuentran.

 

 

Por ejemplo, este burdo spot publicitario que la empresa Apuestas de Murcia (no por nada la comunidad autónoma con la mayor tasa de locales de apuestas de España) lanzó hace unos años. Un anuncio que pese a lo cutre que es: tiene una intrahistoria. La empresa Apuestas de Murcia no patrocina bibliotecas, no, lo que patrocina es a equipos de baloncesto pertenecientes a la Universidad Católica San Antonio de Murcia.

Esa universidad, cuyo presidente, proporcionó en bandeja la canción de verano al programa de humor de La Sexta, El intermedio, con su discurso al más puro estilo Bosé: sobre microchis insertos en vacunas y fuerzas del mal. El grado de surrealismo va in crescendo.

Pues bien, en un derroche de sutileza y marketing afinado, rodaron un spot en las instalaciones de la biblioteca de dicha universidad. La idea, como exigen las leyes de la publicidad: sencilla; el eslogan: directo. Y el resultado: un bochorno que haría que Don Draper se pasara del güisqui a las drogas duras de haberlo realizado su equipo.

 

 

¿Quién necesita un libro, una biblioteca o una educación teniendo un local de apuestas cerca? Desde luego que la emoción (ludópata) no entiende de lógica ni del más mínimo interés por las bibliotecas.

Afortunadamente, desde diferentes comunidades, se está empezando a regular legalmente esta incitación publicitaria constante a la ludopatía. Y en la noticia más reciente al respecto se cita expresamente a las bibliotecas.

El pleno del Ayuntamiento de Barcelona ha aprobado una normativa para regular los locales de juegos de azar que se quiere pionera en el comunicado: pero que luego veremos no lo es tanto. Para empezar se quiere restringir las autorizaciones para la apertura de nuevos locales. Y entre las medidas adoptadas se incluye la exigencia de que la distancia entre un local de juegos y un centro educativo pase de 100 a 800 metros. Y en cuanto a equipamientos sociales (y es aquí donde se cita expresamente a las bibliotecas): la distancia ha de ser de 450 metros como mínimo.

La legislación valenciana de este asunto le saca 50 metros a la catalana. 850 metros son los exigidos en Valencia entre un local de apuestas y un centro escolar. Pero la distancia de esta noticia a la siguiente sobre juego y bibliotecas se mide en kilómetros. Concretamente los 15.744 kilómetros que separan a España de Sydney (Australia).

 

 

En Fairfield, al suroeste de Sydney, están preparando el programa Bibliotecas después del anochecer (que suena a la película de Robert Rodríguez sobre vampiros; pero no). El programa, que ya está operativo en ciudades como Victoria; consiste en ampliar el horario de las bibliotecas en horario nocturno para ayudar a combatir la ludopatia.

En Fairfield más del 30% de la población vive en hogares con bajos ingresos familiares. Por contraste, es la zona donde se generan las recaudaciones más altas en locales de juego y apuestas. La vulnerabilidad social de las poblaciones como incentivo para las cuentas de resultados de estas empresas. El programa Bibliotecas después del anochecer es viable gracias, como señala la alcaldesa de la localidad de Darebin, Susie Rennie, al cambio que las bibliotecas públicas han experimentado:

 

«Las bibliotecas han cambiado enormemente durante la última década. Hay muchas actividades allí (grupos de conversación, grupos de manualidades, ajedrez, noches de cine), por lo que los libros son solo una pequeña parte de lo que se ofrece»

 

Cabecera del videojuego en línea: Library of ruina. Un juego en el que los jugadores apuestan y luchan contras los bibliotecarios. Y los que pierden se convierten en libros y así la biblioteca sigue creciendo.

El clásico de Frank Miller.

 

Y para cerrar un post ludópata-bibliotecario nada mejor que un último viaje a la ciudad del pecado (Sin city). Así se conocía a Las Vegas. Pero para los jóvenes de las generaciones actuales no queda nada de ese halo mítico que tantas películas recrearon. Una aburrida ciudad de plástico y neón, en la que las opciones de futuro: les llevan a huir como si de un pueblo de la España vaciada se tratara.

Entre 2006 y 2019 el censo de jóvenes de Las Vegas pasó de 3300 a 2300. Las opciones son escasas si se tienen aspiraciones más allá de los casinos o el alcohol. Y algunos jóvenes de origen mexicano han decidido organizarse durante el pasado año, marcado por la pandemia: para luchar por cambiar las cosas y que apetezca quedarse en su ciudad.

Este grupo de millennials han colaborado en la elaboración del censo de Las Vegas, desarrollando negocios locales e involucrándose con el gobierno de la ciudad. Su objetivo:  lograr financiación para libros en las escuelas, bibliotecas, carreteras y demás servicios sociales.

Si en la ciudad del juego, por excelencia, surgen propuestas así: puede que a LeoVegas se le empiece a caer la melena. Las Vegas y sus bibliotecas. Un asunto que bien merece una investigación para algún post futuro.

Por ahora: hagan juego, señores. Pero lejos de las bibliotecas.

 

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Biblioteca bizarra (#bibliobizarro) 4º aniversario

 

Se han cumplido 4 años desde que en este post, de cara a la Navidad de 2016, lanzamos el reto #bibliobizarro. Un hashtag creado para compartir en redes algunas de esas joyas documentales que reposan, en tantas y tantas bibliotecas: y que requieren de una sensibilidad adiestrada para ser detectadas y convenientemente interpretadas.

 

 

En un rastreo apresurado por Twitter constatamos que el hashtag ha dado señales de vida hasta marzo de 2019. Con menos se le concede el estatus de clásico a según qué cosas. El caso es que la segunda temporada del 2020 (según acertada definición del escritor Miguel Ángel Hernández en un tuit) ha empezado trepidante y no parece que vaya a darnos mucha tregua. Por eso, por conjurar un poco tanto augurio inquietante: apostamos por arrancar el año en este blog con algo ligero.

Además, hace muy pocos días, desde la cuenta de Twitter de la RAE, nos llegaba una buena noticia. Estamos a punto de dejar de estar en pecado, lingüístico, con el uso alevoso y reincidente que llevábamos haciendo del término bizarro:

 

 

El vocablo que ya pasó el prueba del algodón académico en 2017 fue el de postureo. «Actitud artificiosa e impostada que se adopta por conveniencia o presunción«. Así lo describe su entrada. Y se ajusta bastante al uso que del concepto se hacía en sus orígenes angloparlantes. Proviene de poser, una palabra que en inglés venía a describir a aquellos que adoptaban las pintas, perdón, el look de determinadas tribus urbanas sin tener ni idea del discurso que había detrás.

Algo mal visto allá por los 80, cuando lo de la autenticidad aún se tenía en cuenta. Pero cuando, hasta los que entonces se llamaban pijos, llevan camisetas de Los Ramones o del Ché Guevara: está claro que lo de acoplar estética con discurso está más desfasado que decir carroza para referirse a viejuno. Viejuno, por cierto, un término camino de caer en desuso antes incluso de que la RAE inicie los trámites de adopción.

 

 

Precisamente, allá por los 80, la ahora renqueante industria del disco tuvo una de sus épocas gloriosas.  Aún no se atisbaba en el horizonte lo que aquellos simpáticos ordenadores terminarían haciendo con la música, primero. Y las películas, los taxis, las agencias de viajes, los libros y que cada uno sume lo que se le ocurra a la lista: después. Pero como todo vuelve (menos las hombreras como pistas de aterrizaje): los DJ, por un lado, y los (ahora también agotados) hipsters, por otro: han hecho que los vinilos regresen, y cada vez, se vendan más.

Según recientes noticias de la industria del disco, por primera vez en la historia, el vinilo supera al CD en ventas en los Estados Unidos. Una tendencia que ya se dio en el 2019, y que en el año de la pandemia, en el año en que el consumo digital se ha elevado a cifras jamás alcanzadas: se consolida.

 

 

¿Hacemos una lectura oportunista? Este ansia por la fisicidad de la cultura ¿tendrá algo que ver con el ansia por el contacto físico? ¿Necesitamos lo tangible después de tanta comilona digital? ¿Estamos precisados de abrazos culturalesfiúuuuuu Esto último es un intento de onomatopeya para representar el sonido que hace un vinilo cuando se raya por un golpe imprevisto en la aguja. Una distorsión, una disonancia. Como la de citar en el mismo post la cursilería de «abrazo cultural» junto al concepto de bibliobizarro.

Lo cierto es que hasta Netflix le está viendo las orejas al lobo. Lejanas, pero visibles, vacuna mediante. Las ganas acumuladas, reprimidas, confinadas (al menos por parte de los que cumplimos con las recomendaciones sanitarias) por salir de la estricta dieta digital que estamos llevando amenaza con provocar una caída de suscripciones. Y como decíamos en Teletrabajo, telebiblioteca: ahí deberían estar las bibliotecas: capitalizando ese deseo, esa necesidad.

 

 

El caso es que la liturgia del vinilo, el fetichismo de su diseño, todo aquello que los que vivieron los 80 (y décadas previas) reconocían como el placer del melómano, ha vuelto. Una reacción a la falta de respeto con que se consume la música. Pero como todo en este tiempo, este revival no está exento de postureo.

Según un estudio realizado en el Reino Unido, hace unos años: el 48% de las personas que compraban vinilos tenían tocadiscos pero no lo usaban; y el 7% ni siquiera tenía tocadiscos, ni pensaba adquirir uno. Sorprendente, ¿no? Bueno depende de cómo se mire, según el mismo estudio, las razones provienen del placer de disfrutar del diseño de los discos, de su valor como objetos bellos; y por otro lado, su simple afán de coleccionar.

 

 

Tras la muerte de Umberto Eco, circuló por las redes un vídeo en el que una cámara le seguía mientras recorría todo el piso que había consagrado a su biblioteca. Un placer para cualquier bibliófilo, y un sueño/pesadilla para cualquier bibliotecario que tuviera la suerte de recibir tan impresionante legado en donación. ¿Se habría leído todos los libros que atesoraba en su biblioteca el gran Eco? En su caso, nadie se atrevería a hablar de postureo, dada su talla intelectual. Pero, ¿cuánto de fetichismo habría en ese coleccionar libros y libros sabiendo que, probablemente, no llegaría a leérselos todos?

Un libro, por miles que se tengan, siempre es susceptible de ser leído: un disco sin tocadiscos, es un absurdo. Pero siempre se puede interpretar como algo positivo, y sobre todo, muy humano.

 

 

Es la añoranza por un cierto ritual, por alguna forma de liturgia (comprar el disco, desprecintarlo, colocarlo con cuidado en el plato, coger la aguja, ponerla en el surco, y escuchar las primeras notas mientras se contempla las fotos del interior, se leen las letras, y los más apasionados, hasta los créditos). Es, en cierto modo, una nostalgia de pequeñas ceremonias de las cuales, lo digital, nos ha ido privando. Y ahora, hasta los nacidos en un tiempo sin tocadiscos, añoran algo que no vivieron y compran vinilos.

Los datos sobre la cultura en pandemia son demoledores. Pero en medio del desastre, el libro ha mantenido el tipo más que honrosamente. Deseando estamos ver el Barómetro de Hábitos de Lectura y Compra de Libros del 2020. Va a resultar de lo más jugoso. De hecho, cuando se convierta en trending topic, deberíamos exigir que a las bibliotecas se les reconozca de, una vez, el papel decisivo que han jugado en esos datos.

¿Se mantendrá la tendencia cuando se alcance la anhelada inmunidad de rebaño? Como dicen los metereólogos a cuenta de Filomena: no hay precedentes. Pero los datos apuntan muy, muy prometedores. Y además, por parte de los David del mundo del libro. Según la información que proporcionan las librerías reunidas en la plataforma Todostuslibros.com: la adquisición de libros en papel en librerías le planta cara al Goliat de Amazon. Los datos pintan halagüeños.

¿Será un efecto rebote pospandémico? ¿En el fondo somos conservadores a la hora de consumir música (y por eso añoramos los vinilos), y a la hora de leer? No, simplemente es que los cambios, pese a lo vertiginosos que puedan parecer, no son tan fulminantes como algunos predicen. Algo negativo en según qué casos; pero en cambio, positivo cuando hablamos de cultura.

Según relataba Bob Stanley, en su estupendo ensayo Yeah, yeah, yeah, la historia del pop modernoEn 1978, como reacción al éxito que tenía la música disco en las listas de éxitos, medios como la revista Rolling Stone (guardiana de las esencias del rock) anunciaba en sus páginas camisetas con frases como «Muerte a la música disco«, «Mata a los Bee Gees«.

Ese mismo año,  en un estadio de beisbol, incluso se llegó a celebrar un «derby de demolición de la música disco«. Hordas guardianas de las esencias del rock contemplando la explosión de un contenedor con 10.000 discos mientras los espectadores gritaban: ¡El disco da asco!

Aquellos espectadores que, cual asaltantes del Capitolio musical del momento: defenestraban la música disco: entrarían en depresión al comprobar que, cuarenta años después, Future nostalgia de Dua Lipa, arrasa reivindicando ese género. Never say never again. Por eso recuperamos el hashtag #bibliobizarro en el primer post del 2021. Probablemente sea el adjetivo que mejor lo vaya a definir ahora que la RAE parece dispuesta a ampliarlo con el significado de extraño, extravagante.

 

Portada del disco Future Nostalgia de Dua Lipa. Tenía que suceder. La industria de la nostalgia lo ha llevado todo tan al extremo que los millennials añoran un futuro de aires retro.

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Esta Navidad, Mr. Scrooge somos todos

 

La programación habitual de la televisión generalista (término feo donde los haya, sin duda, promovido por las plataformas de streaming para hacer que pases por caja) por estas fechas unificaba generaciones. Mujercitas, Mary Poppins, ¡Qué bello es vivir! y, sin duda, alguna de las versiones del Cuento de Navidad de Charles Dickens. En este último caso, casi siempre en formato telefilm; porque la versión de 1951 ya solo la recuerdan los boomers. Televisión generalista y boomers: dos términos generacionales ideados para arcaizar los restos del siglo XX.

 

Jeff Benzos como el Tío Gilito creado por el dibujante Carl Barks para Disney como estereotipo del capitalismo.

 

Pero centrémonos un poco. Este año repetir de manera formularia los deseos de felicidad navideños sin mención a lo que hemos vivido, y estamos viviendo, en este 2020: se hace imposible. Esta Navidad todos somos Mr. Scrooge, el ávaro anciano protagonista del clásico de Dickens. No porque necesariamente seamos unos usureros egoístas, allá cada cual con sus circunstancias: sino porque, tal como le sucedía al viejo misántropo: nuestras Navidades pasadas parecen haber transcurrido casi en otras vidas.

Pero quien lleva años ganándose a pulso el título de nuevo Mr. Scrooge, de manera plena, es Jeff Benzos. Al menos desde perspectiva bibliotecaria.

En estas últimas semanas, bibliotecarios de todas las comunidades, no han despegado el auricular de sus orejas resolviendo dudas, reclamaciones e incidencias que se han planteado a raíz del cambio de la plataforma eBiblio. Como si de un fantasma del pasado reciente fuera: el asunto de la incompatibilidad del dispositivo Kindle con la plataforma ha resurgido en más de una ocasión. Es cambiar algo para que, cuestiones que se creían asumidas, resuciten como nuevas.

 

 

Mientras, en los Estados Unidos, las bibliotecas siguen batallando para no ser marginadas del mercado de los libros electrónicos. Las declaraciones del director de la biblioteca del condado de St. Mary en Maryland, Michael Blackwell, resumen bien el espíritu con el que los bibliotecarios estadounidenses se plantean dar batalla frente a las prácticas monopolistas de gigantes como Amazon:

“No debería necesitar una tarjeta de crédito para ser un ciudadano informado. Es esencial que los libros sigan siendo una fuente de información y que estos libros se descubran democráticamente en las bibliotecas ”

La industria del libro debe seguir generando beneficios; pero esa obviedad no se contradice con que las bibliotecas puedan poner al alcance de todos los libros digitales. El grupo de defensa ciudadana especializado en tecnología, Fight for the Future, ha conseguido 15.600 firmas para que se entablen acciones legales contra la negativa de vender a bibliotecas.

Que la pandemia ha incrementado el poder de Amazon sobre el orbe entero es notorio. Más allá de las cuentas de resultados que los medios airean de vez en cuando: sobre todo por las resistencias que desde diversos ámbitos le surgen al gigante comercial.

 

Imagen de la campaña promovida por el gobierno de la Región de Murcia bajo el lema ‘Devolvamos la sonrisa al comercio’. Una campaña en la que la indirecta a Amazon no puede ser más directa. ¿Apropiacionismo del logo?

 

Si en una licencia literaria le concediéramos personalidad, más allá de la jurídica, a Amazon: el fantasma de las Navidades pasadas le mostraría ciudades llenas de vida, de comunidad, de relaciones humanas; gracias al pequeño comercio. El fantasma de las Navidades presentes le enseñaría cómo tenderos, libreros, artesanos, creadores o bibliotecarios: se organizan para librar batallas por su supervivencia.

Es el caso de la plataforma para comercio digital de los libreros independientes estadounidenses Bookshop.org; o plataformas como la catalana la Zona, impulsada por la cooperativa de economía social catalana Opcions, que aspira a favorecer el comercio local, ecológico y sostenible. O políticos, como los franceses, que optan por combatir abiertamente al gigante con declaraciones como las de la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, alentando a sus conciudadanos a que no compren en Amazon.

La última barricada levantada a la expansión salvaje de Amazon ha unido a libreros con Correos. Según informa ‘El País‘, el Ministerio de Cultural ha llegado a un acuerdo con Correos para rebajar el precio que pagan los clientes de las librerías por el envío de libros a domicilio.

 

El ensayo de Carrión se ha convertido en el manifiesto definitivo de la resistencia contra el gigante comercial

La resistencia al gigante amazónico se está organizando, cada vez más, para evitar que la visita del fantasma dickensiano de las Navidades futuras nos muestre un panorama de infinitas colmenas habitadas por laboriosos consumidores aislados.

Sin otros espacios urbanos que no sean los de tránsito. Ciudadanos sin otra ciudadanía que la del consumo: empobreciéndose, unos a otros, al gastar los rendimientos de su trabajo en aras de un ente lejano y omnipotente que lo domina todo.

Pero puede que el fantasma de esas Navidades futuras haya visitado anticipadamente a Benzos.

Un portavoz de su compañía aseguraba recientemente estar en negociaciones con la Biblioteca Pública Digital de América. Según sus palabras: «Creemos que las bibliotecas tienen un propósito vital para las comunidades de todo el país y nuestra prioridad es hacer que  los libros de Amazon Publishing estén disponibles de una manera que garantice un modelo viable para los autores«. ¿Se concretarán estas palabras en acuerdos concretos en el 2021? Algo más para sumar a los buenos propósitos de año nuevo.

Y para cerrar nos quedamos con una franquicia con tintes de multinacional: Star wars. El éxito de la serie The Mandalorian ha inspirado a la ALA (American Library Association) para un cartel en el que el personaje de Baby Yoda invita a la lectura. Tal vez el gigante de Jeff Benzos podía tomar nota. El combo multinacional Disney-LucasFilm, que está detrás de este spin off de Star Wars: ha cedido los derechos para que la ALA pudiera convertir al pequeño Yoda en aliado de la lectura.

 

 

Un ejemplo de que el futuro tiene que basarse en alianzas y colaboraciones más que en estrategias comerciales abusivas. Precisamente, ficciones como Star wars, promueven la resistencia ante los abusos imperialistas en sus argumentos. Lo coherente sería llevar esos principios a la práctica por parte de los imperios que realmente dominan la galaxia. Que nadie olvide que antes de Amazon, Netflix, Disney o HBO: las bibliotecas estaban dando cabida a todos sin dejar por el camino a nadie.

Dicho lo cual solo nos queda concluir este cuento de Navidad peculiar deseando, desde Infobibliotecas, unas ¡¡Felices fiestas y un 2021 lleno de cultura!!

 

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Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

PosBrexit, pospandemia, posbiblioteca

En todos los obituarios a raiz del fallecimiento de John Le Carre se ha resaltado su perfil de analista literario del panorama geopolítico resultante de la II Guerra Mundial. Le Carre creó escuela para bien: por sus mejores novelas; y para menos bien, por la cantidad de best sellers baratos que intentaban copiarlo en los quioscos de aeropuertos.

 

John Le Carre en su biblioteca en Cornwall. Fotografía de Emily Whitfield-Wicks.

 

Hemos quedado huérfanos de un cronista para un futuro tablero mundial posBrexit, pospandémico (ojalá); posTrump (¿o será solo un impasse?); y tal vez ¿posbiblioteca? Según el político conservador inglés Mike Bird la necesidad de las bibliotecas tras la pandemia es un asunto a abordar. Bird, concejal en la ciudad inglesa de Wallsall, plantea una pregunta de una lógica aplastante (según su lógica) como respuesta a la pregunta sobre la reapertura de las bibliotecas en su ciudad:

«Estamos revisando la situación en este momento […] estamos considerando un enfoque por fases. Creo firmemente que si no hemos usado algo durante los últimos cuatro o cinco meses, ¿realmente lo necesitamos?»

Si WordPress permitiera añadir efectos sonoros a las palabras, esta última pregunta al aire del concejal inglés: la habríamos recargado bien de ecos y reverberaciones. ¿De cuántos servicios, espacios y comercios hemos podido prescindir, forzosamente, durante los últimos cuatro o cinco meses? ¿Cuántos años ha existido la población de Wallsall ‘sin necesitar’ las gestiones de este concejal?

Pero más allá de la duda que Bird ha querido sugerir, como quien no quiere la cosa, a sus conciudadanos, lo cierto, es que tras esta crisis sanitaria mundial los hábitos de la población condicionarán la supervivencia o adaptación en los más diversos ámbitos. Puede que el Covid-19 juegue el papel que jugó el meteorito para los dinosaurios. Ahora falta saber si las bibliotecas serán como los pájaros, única especie superviviente que evolucionó desde los dinosaurios; o quedarán como el Tyrannosaurus Rex, muy impresionantes, pero fósiles.

 

La biblioteca central de Walsall en Reino Unido.

 

Como escribe la periodista Alison Flood en la crónica sobre Bird y las bibliotecas en ‘The Guardian‘:

«creo que quienes albergan sospechas de las bibliotecas generalmente buscan socavar la noción de un público bien educado y de pensamiento libre […] Aquellos que buscan socavar las bibliotecas buscan socavar nuestras libertades intelectuales»

Pero Bird (pájaro en inglés como los supervivientes de los dinosaurios) también fue noticia reciente por las quejas de la comunidad mulsulmana de la ciudad. El abusivo control que, según los líderes de dicha comunidad, ejerce el concejal sobre los funerales celebrados en la mezquita municipal. La sombra de la islamofobia del político proBrexit planea sobre la noticia.

El protagonismo indiscutible del virus ha opacado cualquier otra amenaza de las que alimentaban las crónicas de los medios occidentales. El terrorismo yihadista ha emergido exigiendo su cuota de atención a través de los atentados en los últimos meses en Francia o Austria; pero también lo hizo a principios del 2020 en Londres; o lo hace ahora en Nigeria. No olvidemos que el terrorismo yihadista golpea con más fuerza, pero menos eco mediático, más allá de Occidente.

 

En 2014 se sentenció a Mudhar Hussein Almalki, conocido como el Bibliotecario de Al Qaeda, que difundía a través de internet material de exaltación del terrorismo yihadista y manuales.

 

Y mientras en la cuna de las bibliotecas públicas se cuestiona su necesidad para el futuro: en el autodenominado Estado Islámico cuidan con mimo la suya. Gracias a un reportaje de la BBC sabemos de la existencia de la Caliphate Cache: la biblioteca del terrorismo yihadista. Expertos del londinense Instituto de Diálogo Estratégico, nombre que agrupa a investigadores especializados en estudiar la progresión de los extremismos: detectaron a raiz de la muerte del líder del Estado Islámico, El Abu Baku al-Baghdadi, la existencia de una gran biblioteca oculta entre los callejones más sombríos de la red.

 

Según las investigaciones del Instituto de Diálogo Estratégico la biblioteca Caliphato Caché habría recurrido al hackeo de cuentas de fans de estrellas como Justin Bieber para propagar sus mensajes terroristas.

 

Consistiría en una biblioteca digital con más de 90.000 documentos y con más de 10.000 visitantes mensuales que repone continuamente material extremista en la red. Su erradicación se hace tarea harto dificil puesto que no almacena sus datos en una única ubicación.

Se trata de la compilación más completa sobre los diferentes atentados terroristas que el yihadismo se ha adjudicado; con recomendaciones e indicaciones prácticas para planificar y ejecutar acciones criminales. Redes sociales y bots se convierten en aliados para la propagación del material de esta biblioteca Caliphate Cache.

En Creative Commons bibliotecarios repasábamos algunos de los «préstamos» que del concepto biblioteca se han hecho desde lo más diversos ámbitos. Un apropiacionismo , como gusta decir ahora, que han practicado desde grandes superficies comerciales a clubes de striptease pasando por armerías.

La idea de biblioteca no algo bueno per se. Si bien sus orígenes fueron de lo más nobles, al menos si seguimos el desarrollo de los acontecimientos que nos hace Irene Vallejo en su delicioso El infinito en un junco: como todo invento humano está sujeto al uso que se le da.

Las bibliotecas nacieron en Oriente para evolucionar como instituciones al servicio de toda la sociedad en Occidente. La tensión entre Oriente y Occidente vertebra la historia de nuestras civilizaciones. Por eso resultan tan peligrosas las voces que, desde los países que se dicen democráticos, azuzan la desaparición de las bibliotecas. Mientras que sus enemigos explotan la utilidad del concepto para organizarse y atacarles.

Cuando nuestros enemigos se valen de nuestros conceptos, de nuestras ideas para anularnos: es momento de recuperar su razón de ser originaria y adaptarlas. Que la idea de posbiblioteca sea el siguiente paso evolutivo y no el epitafio de estas instituciones seculares. Como el paso evolutivo de los pájaros lo fue respecto a los dinosaurios.

 

De los dinosaurios a los pájaros. Ilustración de Davide Bonadonna.

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Una serie de catastróficas desdichas con final bibliotecario

 

El hecho de que el cuadragésimo quinto presidente de los Estados Unidos votase por su reelección en una biblioteca tiene algo de justicia poética. Que uno de los políticos al frente de la Casa Blanca que más ha promovido los recortes a las artes, las humanidades, y por supuesto, las bibliotecas: tenga su canto de cisne (un animal dificilmente asociable a su figura) en una de estas últimas no deja de resultar irónico.

Pero no hagamos leña del árbol caído. Si tanto nos quejamos de los linchamientos digitales, las fake news y demás plagas en redes que tanto ha fomentado el propio Trump: no caigamos en ello. No hace falta ensañarse. Es mejor centrarse en ejemplos como los de Reyna, MK y Jesmyn. Una mexicana y dos afroamericanos que, gracias a las bibliotecas, llevan Making America Great again desde hace años. Este post va dedicado a una serie de catastróficas desdichas que tienen un final feliz, es decir, un final bibliotecario.

 

Trump, feliz, camino de la urna en un hábitat extraño.

 

La vida de Reyna Grande en Los Ángeles, pese a la rimbombancia de su nombre, nada tenía que ver con alfombras rojas. Hija de emigrantes mexicanos, su infancia transcurrió en barriadas donde la violencia pandillera campaba a sus anchas, y el alcoholismo de su padre, hacía de su hogar un territorio tan hostil como las calles.

Cuando empezó a usar gafas, un familiar le dijo burlonamente que parecía una bibliotecaria, y no hubo mejor halago para ella. Fue el bibliotecario de la sucursal Arroyo Seco de la Biblioteca Pública de Los Ángeles, quien le fue recomendando lecturas, que alimentaron su ya innata afición por escribir. Finalmente Grande terminó alzándose con premios literarios por novelas como Across a hundred mountains o Dancing with butterflies.

 

En el otro extremo de los Estados Unidos, en Filadelfia, MK Asante, también se crió en una familia de las que los servicios sociales calificarían como desestructurada. Con un hermano encarcelado, asistiendo a una escuela que más bien parecía una cárcel, y buscándose la vida trapicheando con drogas.

La recomendación del clásico de Kerouac, En el camino, por parte de un profesor, fue el detonante de un cambio de rumbo que ha terminado por convertirle en un escritor de éxito, director de cine, profesor, y hasta músico de hip hop.

 

 

La historia de Jesmyn Ward acumula penurias propias de una película muda de Lillian Gish o Mary Pickford. Nacida al sur del Mississippi en una familia pobre y con padres separados, su historia acumula las muertes prematuras de varios de sus hermanos, intentos de violación y una desvencijada casa de madera, en la que la única escapatoria eran los mundos que le ofrecían los libros. El final feliz llegó con el National Book Award con el que fue galardonada su segunda novela: Salvage the bones.

En 2017 llegaría el segundo National Book Award por su novela Sing, Unburied, Sing. Más recientemente, en septiembre de 2020, su ensayo personal Sobre el testimonio y la reparación: una tragedia personal seguida de una pandemia se publicó en’Vanity Fair’. En él Ward abordaba la muerte de su marido, su duelo, la propagación del Covid-19 y el resurgimiento del movimiento Black Lives Matter.

 

 

Historias, vidas, ejemplos positivos que vendrían muy bien para soltar una nueva soflama (y van) sobre las bibliotecas como refugios ante la adversidad, como instituciones al servicio del progreso de los ciudadanos. Pero vamos a ahorrarnos la música de violines. Mejor nos centramos en dos noticias de actualidad que nos permiten, aunque sea por unos minutos, una tregua esperanzadora en la crónica de este agónico 2020.

En ‘The New York Times‘ han publicado un perfil cultural de Joe Biden. No tanto de sus aficiones o gustos sino de su compromiso con la cultura a lo largo de su amplia trayectoria política. En el artículo lo definen como un consumidor medio de cultura, pero en cambio, varios responsables de entidades culturales lo reconocen como una figura que ha defendido la financianción gubernamental de las artes.

 

Ilustración del ganador de un Pulitzer Barry Blitt para ‘The New Yorker’. Recrea la futura biblioteca presidencial de Biden. Un ala dedicado a Kamala Harris, urnas con su dentadura de madera, su colección completa de una revista sobre ferrocarriles, la abrazadera para la espalda que usó después de cruzar el pasillo demasiadas veces o el holograma de un hipotético tatuaje de Cardi B en su pantorilla.

 

Pero si hablamos del futuro gobierno de los Estados Unidos y la cultura la que, una vez más (y probablemente muchas veces más a lo largo de la legislatura), roba el protagonismo es la vicepresidenta Kamala Harris. Recientemente la hasta ahora senadora demócrata dirigía una carta pública a la bibliotecaria del Congreso: Carla D. Hayden. ¿El motivo?: solicitar la modificación de un encabezamiento de materia. WTF? Perdón por la ordinariez. Pero que una política de primera fila se preocupe de un detalle así, visto desde perspectiva española, no puede más que arrastrarnos al exabrupto.

Cuando la otrora prestigiosa catalogación ha perdido muchísimos puntos en el ranking de lo cool bibliotecario: el debate político en torno a la idoneida de un encabezamiento de materias nos devuelve la importancia de los términos. Catalogar, clasificar, indizar es una forma de ordenar el mundo. Aparentemente pareciera algo mecánico. Pero la subjetividad, como el diablo, está en los detalles. Y entre escoger un encabezamiento de materia u otro puede hay una carga ideológica, histórica, sociológica y cultural que, en ocasiones, carga las tintas donde no debe.

 

Kamala Harris en 2004. Fotografía de Marcio José Sánchez.

 

El caso es que Harris, junto a otras figuras relevantes, ha escrito a la biblioteca del Congreso a cuenta del encabezamiento de materia que la Library of Congress asigna a las obras en torno a la persecución, hostigamiento y matanzas del pueblo armenio en Turquía entre los años 1915-1923. Hasta la fecha el catálogo de autoridades de la institución clasifica dichas obras dentro de la materia ‘Masacres armenias 1915-1923’. En la carta, Harris, argumenta prolijamente la razón por la cual esa entrada en su catálogo de autoridades debe modificarse y pasar a Genocidio armenio 1915-1923.

La exitosa novela de Varujan Vosganian sobre el genocidio armenio.

En su argumentario la senadora subraya la necesidad de que la Biblioteca del Congreso se rija por razonamientos académicos a la hora de definir sus clasificaciones; no por los criterios del Departamento de Estado reacio a admitir el término de genocidio.

Harris recurre al artículo de la Enciclopedia Británica al respecto, entre otras, además de diversas fuentes académicas de prestigio para reforzar la necesidad de que la Biblioteca actúe independiente a los criterios del poder ejecutivo.

Más allá de los pormenores, e incluso de los posibles intereses, la carta nos invita a reflexionar sobre la trascendencia que un simple encabezamiento de materia puede tener. Pero más que nada sobre el papel que las bibliotecas siguen jugando. Si bien estamos hablando de la Biblioteca del Congreso estadounidense, con su enorme capacidad de influencia en el orbe bibliotecario, eso no le resta alcance a la reflexión. ¿Cabe imaginarse algo parecido en nuestro país como no fuese porque beneficiase políticamente, de algún modo, a un bando u otro?

Y para cerrar un último ejemplo de relación bibliotecario-político. No hay que ser crédulos, ni creer en finales felices, menos si anda la política por medio, pero el hecho de que la misma Kamala grabase un vídeo para Los Amigos de la Biblioteca Pública de San Francisco: como poco resulta agradable. Y es que las bibliotecas, mal que le pese a algunos, matter too. Es decir, también importan.

 

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com