La biblioteca como puente intergeneracional

 

Febrero 2021. Elon Musk está a punto de enviar turistas al espacio; la comunidad científica internacional, en un esfuerzo sin precedentes, ha conseguido vacunas para combatir una pandemia, la Inteligencia Artificial ha resucitado a Lola Flores para anunciar cervezas; en el congreso de los diputados de España se debate una ley trans. Mientras, las bibliotecarias, siguen usando gafas antiguas, llevando cárdigans grisáceos y teniendo una vida aburrida.

Si eres bibliotecaria y has llegado a los 50 tu vida tiene que ser un asco. Equivalencias perennes en el relato audivisual contemporáneo.

La adaptación cinematográfica de la novela gráfica Days of the Bagnold Summer (no publicada en castellano) estrenada en la plataforma Movistar+ recupera la imagen más canónica de la profesión. Menos mal. No fuera a ser que, entre tanta distracción, a la generación zeta se le pasara perpetuar una iconografía con tanta solera.

Para los nacidos desde la mitad de los 90, Bertín Osborne y el gremio bibliotecario, deben formar parte de un pack indisociable a ese pasado mítico, oscuro y troglodita en el que no existía Internet.

Pero vamos al meollo, es decir, a la sipnosis de la película. El argumento, basado en el precedente gráfico del cómic de Joff Winterhart, retrata el verano que tienen que pasar juntos una madre y un hijo adolescente. El hijo heavy y depresivo (no necesariamente en ese orden) confiaba en pasar las vacaciones con su padre recorriendo Florida en un descapotable. Pero, por inconvenientes sobrevenidos, se ve obligado a pasarlo con su madre: una introvertida bibliotecaria de 52 años que se esfuerza por encontrar pareja de nuevo. El personaje de la madre cumple con todos los preceptos de la ranciedad estética y vital más estricta.

¿Un heavy como representante de la juventud millennial? Lo anacrónico e intergeneracional para Joff Winterhart, un boomer, son figuras de estilo. Sin duda. En su segunda novela gráfica, Driving short distances, incide en la temática ahora con contraste entre modelos de masculinidad.

 

La más reciente novela gráfica de Joff Winterhart se centra en la relación entre un joven aprendiz y su jefe. Un prototípico ejemplar de hombre de mediana edad chapado a la tradición.

 

Según reza Wikipedia, la teoría sociológica de la brecha generacional, surgió en los 60. Fueron los boomers los que cuestionaron todo el establishment cultural, político y de valores de sus padres. Desde entonces la juventud baila (como rezaba el programa de television de los 80) en la publicidad, el consumo y las modas. Mientras que en el mercado de trabajo, vivienda e independencia económica: la pista de baile se queda vacía.

La segregación por generaciones, más allá del entorno familiar, es uno de los proyectos más exitosos del capitalismo. Los ámbitos y espacios de interacción intergeneracional, más allá de los vínculos familiares, se han ido reduciendo sistemáticamente desde hace décadas. Divide y manipularás mejor. Un panorama que esta crisis sanitaria no ha venido más que a acentuar.

 

 

Del desconfinamiento por edades al «Tu fiesta me va a matar»: ahora llega el momento vacuna con «Tú Moderna y Pfizer, y yo AstraZeneca». La brecha, la insolidaridad, la lejanía se hacen más y más profundas. Pero donde menos, y cuando menos lo esperas, va C Tangana y hace un guiño a la Campanera de Joselito, mediación mediante de Manolito Gafotas: que la incrustó en la memoria de los que eran niños en los 90. Y Lola Flores, invocación digital de por medio, se convierte en referente del ideario millennial condensado en un eslogan publicitario para vender cervezas.

En la joya cinematográfica Looper (2012), un maduro y escarmentado Bruce Willis, coincide con su yo joven y tiene que disuadirlo de tomar decisiones que marcarán trágicamente su futuro.  Atención spoiler: no funciona.

Para superar lo que los tiempos se han empeñado en separar desde los años 60 del pasado siglo: no basta con advertencias. Hacen falta espacios comunes. Y ese espacio, físico y mental, puede y debe ser la cultura.

 

 

En la revista ‘Vanity Fair’ publicaba hace unos días un artículo sobre el club de lectura creado por la mítica casa de modas Chanel. La encargada de inaugurarlo ha sido Carlota Casiraghi. El titular elegido para encabezar el artículo deja claro el target al que se dirige la publicación: Carlota Casiraghi debuta en el club de lectura de Chanel con dos ‘looks’ sobresalientes. Y es cierto, la hija de Carolina de Mónaco, luce espectacular y terriblemente chic con sus dos conjuntos de Chanel. Pero donde termina de deslumbrar es cuando habla de Rilke, Baudelaire o lee fragmentos de Lou Andreas-Salomé.

¿Qué separa a la bibliotecaria protagonista de Days of the Bagnold Summer y a la heredera del trono del glamur monegasco? ¿La belleza, el estilo, el chic, la edad, el dinero, la clase social, la fama…? Desde luego, que como autores de juegos de encontrar las 7 diferencias: no tenemos precio. Y ¿si nos fijamos mejor en lo que, teóricamente, las une? Los libros.

La bibliotecaria interpretada por Monica Dolan trabaja rodeada de libros; y según el testimonio de Carlota, ella vive también rodeada de libros. En la aparentemente abismal brecha que separa ambas mujeres (dejando aparte que una es de ficción y otra, suponemos, porque no la conocemos, real): hay un puente hecho de libros.

 

Carlota, que tiene 34, es millennial por la punta de arriba. Y si tenemos que creer a Sabina: las niñas ya no quieren ser princesas desde los 80. Tal vez por eso, Carlota, licenciada en Filosofía por La Sorbona, se ha convertido en estrella de encuentros literarios como el pasado Hay Festival de Segovia; y escribe libros de filosofía junto a Robert Maggiori.

Mientras, desde el otro mundo que la reclama, el de la moda: la diseñadora de la colección de prêt-à-porter de la casa Hermès: Nadège Vanhee-Cybulski declara para ‘El País’:

«En los últimos 30 años todo en la moda ha girado en torno a la juventud: en los próximos 10 años lo hará sobre la diversidad  la inclusión.»

 

Sin salir de Francia, el alcalde de la villa gala de Rouez (Sarthe), ha promovido con la colaboración de la Fundación Le Grou la construcción de una biblioteca pública dentro de la residencia de ancianos de la localidad. Y prosiguiendo con este afan por crear espacios comunes en los que las generaciones interactúen entre ellas, el siguiente paso, ha sido la creación de un comedor para que escolares y ancianos coman juntos.

Ludovic Robidas, que así se llama el político, ha colaborado para la creación de dos de los espacios públicos donde, de la manera más natural, mejor se sortea la brecha generacional. Libros y gastronomía como puente entre los más jóvenes y mayores de la comunidad.

Como subraya el, también francés, arquitecto Eric Cassar: «la arquitectura intergeneracional implica repensar nuestros hábitos. La pandemia de coronavirus es un recordatorio de que se necesita una mayor solidaridad». Y por ello el arquitecto ha concebido un concepto de residencias que promuevan la mezcla intergeneracional.

El blog de arquitectura galo en el que se promueve un hábitat urbano ecológico, solidario e intergeneracional.

 

Cuando todo esto pase (frase que, a estas alturas, es más rogativa divina que frase hecha): las bibliotecas pueden/deben convertirse en los espacios públicos propicios para captar las ganas de interacción que tendremos. Frase que advertimos, ante previsibles quejas, que va a ser letanía en este blog a partir de ahora: que esa interacción sea más intergeneracional que nunca para compensar tanto tiempo (y vidas) perdidas.

Nos tocará construir los puentes. ¿De desvencijadas maderas y sogas como el de Indiana Jones y el templo maldito o el Golden Gate de San Francisco? Uno de Calatrava, mejor no, que resbalan y a ciertas edades, bibliotecarias, son un peligro para las caderas.

Y cerramos con lo que empezamos. La banda sonora de la película sobre la bibliotecaria aburrida y el hijo heavy viene firmada por el grupo Belle and Sebastian. Pero no, no vamos a cerrar con un tema de la BSO. Elegimos un clásico de su repertorio porque su título lo dice todo: Wrapped up in books (Envuelto en libros). Tal cual como la bibliotecaria de la peli y Carlota Casiraghi.

 

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Viento en popa a toda biblioteca

 

Muchos de aquellos que se lo pueden permitir han tomado la decisión de trasladarse, o permanecer tras el verano, en sus segundas residencias en la costa. En nuevo año que arranca oscuro, la cercanía al mar, pareciera una promesa de normalidad y seguridad. Si en este blog tendiéramos al lirismo, que no es el caso, podríamos jugar literariamente con el ansia marina como una nostalgia del pasado. Pero si aplicásemos el oído a una caracola lo más seguro es que acabásemos con un cangrejo de pendiente, tal cual, como en un tebeo de Bruguera.

¿Trasantlántico o ballena?: la Bibliotheater de Shanghái. Fotografías de Jonathan Leijonhufvud

 

Esta evocación marina viene al hilo de que el post de la semana anterior lo dedicamos a las bibliotecas del Titanic; y en este, hablamos de bibliotecas y ballenas. Háblame del mar, bibliotecario. Que desde mi ventana no puedo yo verlo…

El campus de la Escuela Internacional Qingpu Pinghe en Shanghái ha estrenado recientemente la Pinghe Bibliotheater: una biblioteca, un teatro y un cine. Todo en uno. Por su forma exterior, algunos la llaman el transatlántico, mientras otros: la ballena azul. Puestos a elegir preferimos la segunda. Antes Moby Dick (aunque fuese blanca) que Titanic. Por el clásico de Melville; pero también porque fue una ballena la que dio cobijo a Jonás. Tal como hacen las bibliotecas: aunque no por precepto divino.

El estudio arquitéctonico OPEN, artífices del edificio, fundamentan conceptualmente esta biblioteca-teatro en la idea de que la lectura y el pensamiento, como componentes críticos de la educación: deben expresarse a través de representaciones. Algo de lo que suelen adolecer los sistemas educativos.

 

La Bibliotheater es un archipiélago bibliotecario, cultural y educativo conformado por varios edificios. En ellos se distribuyen: la biblioteca, un cine con 500 plazas, el teatro para 150 espectadores y un café. En el vientre de esa biblioteca, cualquier amante de la cultura, querría pasar mucho más días de los que el profeta pasó en el de la ballena.

Y desde China también nos llegó la red social que copa la actualidad en los últimos tiempos: TikTok. Su nombre originario es el de «Douyin» (sacudir la música en chino) pero ha dado su salto internacional con las dos sílabas que recuerdan: tanto al sonido de las manecillas de un reloj como al de un metrónomo marcando el ritmo.

Una de las últimas modas en la susodicha red son las canciones marineras. Bajo el hashtag #seashantytok los usuarios de la red comparten vídeos musicales cantando, en directo o playback, algunas de las tonadas clásicas que, con gusto, entonaría la tripulación del capitán Ahab.

Este auge repentino ha llevado a British Library Publishing a adelantar la publicación del libro ilustrado: Sailor Song: The Shanties and Ballads of The High Seas. Una recopilación de canciones y baladas marinas llevada a cabo por el cantante y profesor universitario Gerry Smith y que está profusamente ilustrado por dibujos de Jonny Hannahy e imágenes pertenecientes a los fondos de la British Library.

 

 

Algo se ha hablado de TikTok en bibliotecas. Pero su uso  aún no se ha extendido demasiado. Como recogía Fernando Gabriel Gutiérrez, en Infotecarios, hay varios pros y contras que sopesar. Pese a ello algunas bibliotecas ya se han decidido y empiezan timidamente a poblar una red colmada por coreografías y memes continuos. Una de las últimas, la Biblioteca Pública de Calgary, en Canadá. Y tras 8 meses de recorrido ya pueden hacer un pequeño balance que igual sirve de ayuda para aquellas que se lo estén planteando.

En tiempos de pandemia el equipo de Calgary ha conseguido conectar con el público potencial de la red: los adolescentes. Han tirado de lo cómico, como no podía ser de otro modo: para transmitir desde recomendaciones sobre el uso de las mascarillas, a comportamientos incorrectos en las instalaciones de la biblioteca; manualidades o, por supuesto, recomendaciones de libros. El resultado ha sido una gran difusión de sus vídeos entre el público objetivo al que iban destinados.

 

Dos técnicos de la plantilla de bibliotecarios se ocupan de alimentar la red en la que colaboran hasta 20 compañeros: dando sugerencias, haciendo guiones o filmando vídeos.

Entre las campañas que han puesto en marcha se encuentra la del canoodling (besuqueo en inglés): para advertir a los jóvenes que acuden a la biblioteca que besarse con mascarilla (como ha sucedido en sus instalaciones): no es una práctica que cumpla, precisamente, con los protocolos sanitarios de la Covid-19.

Igual los bibliotecarios confundieron la motivación de los jóvenes; y en realidad, lo que estaban haciendo era emular a Los amantes de Magritte.

Y para cerrar la travesía de este post que arrancó surcando los mares para terminar surcando las redes: nada mejor que rescatar la banda sonora de la película Vida acuática (2004). No es muy propia de TikTok. Seu Jorge versionando clásicos de Bowie en modo bossa nova. Y precisamente por eso la elegimos. Porque sosiega tanto el ánimo como perderse mirando el mar.

 


Crédit photo : Jonathan Leijonhufvud

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La biblioteca del Titanic

 

Los aires apocalípticos de estos últimos tiempos están dando para muchos memes y chascarrillos. Es cuestión de tiempo que la prolífica industria del manga lance alguna serie dedicada a la pandemia del Covid-19. Hasta puede que ya lo hayan hecho y no lo sepamos. Pero estamos tranquilos. Tarde o temprano Yordi biblioteca la localizará y nos lo hará saber.

Hay mangas para los asuntos más peregrinos. Y la cultura japonesa tiene el gen apocalíptico hipertrofiado en su ADN. Este fin del mundo necesita de onomatopeyas y líneas cinéticas al estilo nipón. Ahora que Iker Jiménez se ha vuelto un periodista riguroso hace falta, más que nunca, alguien que guionice el juicio final que se nos avecina. Por el momento, una de las series manga centrada en retratar tiempos oscuros en bibliotecas: se acerca a su fin.

Library wars. Love & War Beesatsu-hen de Kiiro Jumi anuncia que arranca su arco final. Lo cual no es decir mucho. El chicle se puede estirar, cual Sr. Fantástico de Los 4 fantásticos, con numerosas secuelas. De hecho, esta Beesatsu-hen, se trata de una continuación de Library wars. Love & Peace, la serie original que se publicó desde el 2007 al 2014. Una secuela como el 2021 parece ser del 2020.

El caso que esta historia, sobre un régimen autoritario que dicta una ley para limitar la libertad de expresión, en el 2019, y que provoca la creación de una unidad militar para defender los libros de las bibliotecas: encara su tramo final. Biblioteca y hecatombe siempre combinan bien en las tramas de cualquier tipo de ficción.

El último número de la veterana revista ‘Dirigido por…’ dedica un amplio dosier al denominado cine de catástrofes. Un género que conoció su punto álgido allá por la década de los 70 del pasado siglo; pero que en medio de esta sucesión de catástrofes: tiene el terreno abonado para resurgir.

 

La Biblioteca Pública de Nueva York en dos imágenes de El día de mañana (2004): cine catastrofista con el cambio climático de excusa.

 

En la selección de 25 películas por cada año que el Archivo Nacional de la Biblioteca del Congreso de Washington conserva para la posteridad: no han incluido ni La aventura del Poseidón; ni El coloso en llamas; ni tan siquiera alguna de la serie Aeropuerto. Ninguno de los títulos emblemáticos del género o subgénero. La única que se ha incluido es la de Titanic de James Cameron. Pero el taquillazo de los 90 no es representativa de los años dorados del sonido sensurround

Un pequeño fallo en el listado. No por la cuestionable calidad de las películas en sí (aunque las producidas por Irwin Allen no se pueden desdeñar pese a lo estereotipado de la fórmula): sino porque son altamente representativas de un momento histórico concreto.

 

Detalle del cartel de ‘La aventura del Poseidón’ (1972).

 

El modo en que la sociedad de un periodo representa su fascinación por el desastre, por la catástrofe, por la aniquilación: no se puede dejar pasar si queremos un retrato lo más completo posible. Igual que los años 60-70 españoles quedarían cojos si junto con las películas de autores como Carlos Saura: no tuviéramos en cuenta las españoladas de Alfredo Landa o Paco Martínez Soria.

Titanic, la de DiCaprio, es de 1997 y recrea un desastre acaecido en 1912: así que poco aporta a las posibles lecturas que del género de catástrofes se podrían hacer. Y dejando el romanticismo kitsch hiperdigitalizado del mamotreto de Cameron aparte: mucho se habla de los músicos del Titanic; pero bien poco de las bibliotecas del infortunado trasatlántico.

En las siguientes fotografías se pueden ver lo que podrían ser salas de lectura del buque de lujo. La primera corresponde a la primera clase; y la segunda, se identifica como la biblioteca dispuesta para la segunda clase. A la categoría que le correspondía al personaje de Leo no le correspondería biblioteca alguna.

 

 

No hemos podido confirmar que fueran consideradas propiamente como bibliotecas. Pero estamos hablando del género de catástrofes: no dejemos que la verosimilitud más estricta nos malogre la historia.

Melancolía (2011) de Von Trier: el fin del mundo para cinéfilos de pro.

Al inicio de esta pandemia también sonaron voces proclamando que el virus actuaba como un gran igualador. Que no discriminaba entre ricos y pobres. Una tontería como cualquier otra. Y no solo por las diferencias sociales y económicas.

Llevándolo a nuestro terreno, el bibliotecario, también suena falso. En las bibliotecas públicas no hay primera, segunda ni tercera clase. Pero eso no quiere decir que no corran peligro de naufragar aún sin icerberg de por medio.

No, no va a ser lo mismo para una biblioteca grande, con más personal y recursos; que para una biblioteca pequeña. No será lo mismo para una biblioteca de gran ciudad que para una biblioteca rural. Pero esas desigualdades, injusticias o simples diferencias: no tienen porque ser coartada para regodearse en el lamento y la autoconmiseración. Y por lo tanto en la inactividad.

En medio de este panorama, la biblioteca que ha saltado a los medios, que ha merecido un reconocimiento desde la instituciones europeas, que ha convocado el aplauso unánime: ha sido una biblioteca pequeña con solo tres trabajadores en plantilla. La biblioteca de Soto del Real. Una chalupa, según la tormenta, tiene más posibilidades de sobrevivir que un trasatlántico. Y en ello tiene mucho, pero que mucho que ver, su tripulación

 

 

Y para cerrar un post que se podría clasificar dentro del género catastrofista nada mejor que volver la mirada a los clásicos. Si hay un infierno literario de referencia ese es el Infierno de Dante. Ahora, gracias a una exposición virtual de la Galería de los Uffizi, podemos disfrutar de una joya bibliográfica única con motivo del 700 aniversario de la muerte del poeta.

Las ilustraciones que Frederico Zuccari llevó a cabo sobre la obra de Dante, inspirado, tras un viaje a España entre 1586 y 1588. Ochenta y ocho grabados que pasaron de pertenecer a la familia Orsini a los Médici antes de terminar en la coleccion Uffizi en 1738. De la serie dibujada por Zuccari solo once ilustraciones de las ochenta y ocho están dedicadas al cielo. Está claro que el Infierno, el apocalipsis, siempre ha resultado más fotogénico.

 

Una colección de dibujos que ha sido apreciada por muy pocos ojos. Se mostraron en público solo en 1865, con motivo del 600 aniversario del nacimiento de Dante. Y ahora, gracias a la tecnología, se pueden disfrutar con un nivel de detalle asombroso. Según el director de la galería Uffizi, Eike Schmidt, la iconografía del averno que surgió, gracias a las ediciones ilustradas de la obra del poeta, ha impregnado la imaginación apocalíptica de los siglos posteriores.

Y en esas seguimos, imaginando cómo será el fin del mundo. En La hora final (1959), una muestra de cine de catástrofes, podríamos decir que de «autor» (Stanley Kramer), Gregory Peck y Ava Gardner aguardan, en Australia, a que les alcance la radiación nuclear que ha aniquilado al resto del mundo. Mientras esperan esa hora final se dedican a reconciliarse con su pasado. Y es que si llega el fin del mundo, tal y como decía Picasso a cuenta de la inspiración, que nos pille haciendo cosas. Porque, ¿y si no llega?

 

 

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Esta Navidad, Mr. Scrooge somos todos

 

La programación habitual de la televisión generalista (término feo donde los haya, sin duda, promovido por las plataformas de streaming para hacer que pases por caja) por estas fechas unificaba generaciones. Mujercitas, Mary Poppins, ¡Qué bello es vivir! y, sin duda, alguna de las versiones del Cuento de Navidad de Charles Dickens. En este último caso, casi siempre en formato telefilm; porque la versión de 1951 ya solo la recuerdan los boomers. Televisión generalista y boomers: dos términos generacionales ideados para arcaizar los restos del siglo XX.

 

Jeff Benzos como el Tío Gilito creado por el dibujante Carl Barks para Disney como estereotipo del capitalismo.

 

Pero centrémonos un poco. Este año repetir de manera formularia los deseos de felicidad navideños sin mención a lo que hemos vivido, y estamos viviendo, en este 2020: se hace imposible. Esta Navidad todos somos Mr. Scrooge, el ávaro anciano protagonista del clásico de Dickens. No porque necesariamente seamos unos usureros egoístas, allá cada cual con sus circunstancias: sino porque, tal como le sucedía al viejo misántropo: nuestras Navidades pasadas parecen haber transcurrido casi en otras vidas.

Pero quien lleva años ganándose a pulso el título de nuevo Mr. Scrooge, de manera plena, es Jeff Benzos. Al menos desde perspectiva bibliotecaria.

En estas últimas semanas, bibliotecarios de todas las comunidades, no han despegado el auricular de sus orejas resolviendo dudas, reclamaciones e incidencias que se han planteado a raíz del cambio de la plataforma eBiblio. Como si de un fantasma del pasado reciente fuera: el asunto de la incompatibilidad del dispositivo Kindle con la plataforma ha resurgido en más de una ocasión. Es cambiar algo para que, cuestiones que se creían asumidas, resuciten como nuevas.

 

 

Mientras, en los Estados Unidos, las bibliotecas siguen batallando para no ser marginadas del mercado de los libros electrónicos. Las declaraciones del director de la biblioteca del condado de St. Mary en Maryland, Michael Blackwell, resumen bien el espíritu con el que los bibliotecarios estadounidenses se plantean dar batalla frente a las prácticas monopolistas de gigantes como Amazon:

“No debería necesitar una tarjeta de crédito para ser un ciudadano informado. Es esencial que los libros sigan siendo una fuente de información y que estos libros se descubran democráticamente en las bibliotecas ”

La industria del libro debe seguir generando beneficios; pero esa obviedad no se contradice con que las bibliotecas puedan poner al alcance de todos los libros digitales. El grupo de defensa ciudadana especializado en tecnología, Fight for the Future, ha conseguido 15.600 firmas para que se entablen acciones legales contra la negativa de vender a bibliotecas.

Que la pandemia ha incrementado el poder de Amazon sobre el orbe entero es notorio. Más allá de las cuentas de resultados que los medios airean de vez en cuando: sobre todo por las resistencias que desde diversos ámbitos le surgen al gigante comercial.

 

Imagen de la campaña promovida por el gobierno de la Región de Murcia bajo el lema ‘Devolvamos la sonrisa al comercio’. Una campaña en la que la indirecta a Amazon no puede ser más directa. ¿Apropiacionismo del logo?

 

Si en una licencia literaria le concediéramos personalidad, más allá de la jurídica, a Amazon: el fantasma de las Navidades pasadas le mostraría ciudades llenas de vida, de comunidad, de relaciones humanas; gracias al pequeño comercio. El fantasma de las Navidades presentes le enseñaría cómo tenderos, libreros, artesanos, creadores o bibliotecarios: se organizan para librar batallas por su supervivencia.

Es el caso de la plataforma para comercio digital de los libreros independientes estadounidenses Bookshop.org; o plataformas como la catalana la Zona, impulsada por la cooperativa de economía social catalana Opcions, que aspira a favorecer el comercio local, ecológico y sostenible. O políticos, como los franceses, que optan por combatir abiertamente al gigante con declaraciones como las de la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, alentando a sus conciudadanos a que no compren en Amazon.

La última barricada levantada a la expansión salvaje de Amazon ha unido a libreros con Correos. Según informa ‘El País‘, el Ministerio de Cultural ha llegado a un acuerdo con Correos para rebajar el precio que pagan los clientes de las librerías por el envío de libros a domicilio.

 

El ensayo de Carrión se ha convertido en el manifiesto definitivo de la resistencia contra el gigante comercial

La resistencia al gigante amazónico se está organizando, cada vez más, para evitar que la visita del fantasma dickensiano de las Navidades futuras nos muestre un panorama de infinitas colmenas habitadas por laboriosos consumidores aislados.

Sin otros espacios urbanos que no sean los de tránsito. Ciudadanos sin otra ciudadanía que la del consumo: empobreciéndose, unos a otros, al gastar los rendimientos de su trabajo en aras de un ente lejano y omnipotente que lo domina todo.

Pero puede que el fantasma de esas Navidades futuras haya visitado anticipadamente a Benzos.

Un portavoz de su compañía aseguraba recientemente estar en negociaciones con la Biblioteca Pública Digital de América. Según sus palabras: «Creemos que las bibliotecas tienen un propósito vital para las comunidades de todo el país y nuestra prioridad es hacer que  los libros de Amazon Publishing estén disponibles de una manera que garantice un modelo viable para los autores«. ¿Se concretarán estas palabras en acuerdos concretos en el 2021? Algo más para sumar a los buenos propósitos de año nuevo.

Y para cerrar nos quedamos con una franquicia con tintes de multinacional: Star wars. El éxito de la serie The Mandalorian ha inspirado a la ALA (American Library Association) para un cartel en el que el personaje de Baby Yoda invita a la lectura. Tal vez el gigante de Jeff Benzos podía tomar nota. El combo multinacional Disney-LucasFilm, que está detrás de este spin off de Star Wars: ha cedido los derechos para que la ALA pudiera convertir al pequeño Yoda en aliado de la lectura.

 

 

Un ejemplo de que el futuro tiene que basarse en alianzas y colaboraciones más que en estrategias comerciales abusivas. Precisamente, ficciones como Star wars, promueven la resistencia ante los abusos imperialistas en sus argumentos. Lo coherente sería llevar esos principios a la práctica por parte de los imperios que realmente dominan la galaxia. Que nadie olvide que antes de Amazon, Netflix, Disney o HBO: las bibliotecas estaban dando cabida a todos sin dejar por el camino a nadie.

Dicho lo cual solo nos queda concluir este cuento de Navidad peculiar deseando, desde Infobibliotecas, unas ¡¡Felices fiestas y un 2021 lleno de cultura!!

 

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PosBrexit, pospandemia, posbiblioteca

En todos los obituarios a raiz del fallecimiento de John Le Carre se ha resaltado su perfil de analista literario del panorama geopolítico resultante de la II Guerra Mundial. Le Carre creó escuela para bien: por sus mejores novelas; y para menos bien, por la cantidad de best sellers baratos que intentaban copiarlo en los quioscos de aeropuertos.

 

John Le Carre en su biblioteca en Cornwall. Fotografía de Emily Whitfield-Wicks.

 

Hemos quedado huérfanos de un cronista para un futuro tablero mundial posBrexit, pospandémico (ojalá); posTrump (¿o será solo un impasse?); y tal vez ¿posbiblioteca? Según el político conservador inglés Mike Bird la necesidad de las bibliotecas tras la pandemia es un asunto a abordar. Bird, concejal en la ciudad inglesa de Wallsall, plantea una pregunta de una lógica aplastante (según su lógica) como respuesta a la pregunta sobre la reapertura de las bibliotecas en su ciudad:

«Estamos revisando la situación en este momento […] estamos considerando un enfoque por fases. Creo firmemente que si no hemos usado algo durante los últimos cuatro o cinco meses, ¿realmente lo necesitamos?»

Si WordPress permitiera añadir efectos sonoros a las palabras, esta última pregunta al aire del concejal inglés: la habríamos recargado bien de ecos y reverberaciones. ¿De cuántos servicios, espacios y comercios hemos podido prescindir, forzosamente, durante los últimos cuatro o cinco meses? ¿Cuántos años ha existido la población de Wallsall ‘sin necesitar’ las gestiones de este concejal?

Pero más allá de la duda que Bird ha querido sugerir, como quien no quiere la cosa, a sus conciudadanos, lo cierto, es que tras esta crisis sanitaria mundial los hábitos de la población condicionarán la supervivencia o adaptación en los más diversos ámbitos. Puede que el Covid-19 juegue el papel que jugó el meteorito para los dinosaurios. Ahora falta saber si las bibliotecas serán como los pájaros, única especie superviviente que evolucionó desde los dinosaurios; o quedarán como el Tyrannosaurus Rex, muy impresionantes, pero fósiles.

 

La biblioteca central de Walsall en Reino Unido.

 

Como escribe la periodista Alison Flood en la crónica sobre Bird y las bibliotecas en ‘The Guardian‘:

«creo que quienes albergan sospechas de las bibliotecas generalmente buscan socavar la noción de un público bien educado y de pensamiento libre […] Aquellos que buscan socavar las bibliotecas buscan socavar nuestras libertades intelectuales»

Pero Bird (pájaro en inglés como los supervivientes de los dinosaurios) también fue noticia reciente por las quejas de la comunidad mulsulmana de la ciudad. El abusivo control que, según los líderes de dicha comunidad, ejerce el concejal sobre los funerales celebrados en la mezquita municipal. La sombra de la islamofobia del político proBrexit planea sobre la noticia.

El protagonismo indiscutible del virus ha opacado cualquier otra amenaza de las que alimentaban las crónicas de los medios occidentales. El terrorismo yihadista ha emergido exigiendo su cuota de atención a través de los atentados en los últimos meses en Francia o Austria; pero también lo hizo a principios del 2020 en Londres; o lo hace ahora en Nigeria. No olvidemos que el terrorismo yihadista golpea con más fuerza, pero menos eco mediático, más allá de Occidente.

 

En 2014 se sentenció a Mudhar Hussein Almalki, conocido como el Bibliotecario de Al Qaeda, que difundía a través de internet material de exaltación del terrorismo yihadista y manuales.

 

Y mientras en la cuna de las bibliotecas públicas se cuestiona su necesidad para el futuro: en el autodenominado Estado Islámico cuidan con mimo la suya. Gracias a un reportaje de la BBC sabemos de la existencia de la Caliphate Cache: la biblioteca del terrorismo yihadista. Expertos del londinense Instituto de Diálogo Estratégico, nombre que agrupa a investigadores especializados en estudiar la progresión de los extremismos: detectaron a raiz de la muerte del líder del Estado Islámico, El Abu Baku al-Baghdadi, la existencia de una gran biblioteca oculta entre los callejones más sombríos de la red.

 

Según las investigaciones del Instituto de Diálogo Estratégico la biblioteca Caliphato Caché habría recurrido al hackeo de cuentas de fans de estrellas como Justin Bieber para propagar sus mensajes terroristas.

 

Consistiría en una biblioteca digital con más de 90.000 documentos y con más de 10.000 visitantes mensuales que repone continuamente material extremista en la red. Su erradicación se hace tarea harto dificil puesto que no almacena sus datos en una única ubicación.

Se trata de la compilación más completa sobre los diferentes atentados terroristas que el yihadismo se ha adjudicado; con recomendaciones e indicaciones prácticas para planificar y ejecutar acciones criminales. Redes sociales y bots se convierten en aliados para la propagación del material de esta biblioteca Caliphate Cache.

En Creative Commons bibliotecarios repasábamos algunos de los «préstamos» que del concepto biblioteca se han hecho desde lo más diversos ámbitos. Un apropiacionismo , como gusta decir ahora, que han practicado desde grandes superficies comerciales a clubes de striptease pasando por armerías.

La idea de biblioteca no algo bueno per se. Si bien sus orígenes fueron de lo más nobles, al menos si seguimos el desarrollo de los acontecimientos que nos hace Irene Vallejo en su delicioso El infinito en un junco: como todo invento humano está sujeto al uso que se le da.

Las bibliotecas nacieron en Oriente para evolucionar como instituciones al servicio de toda la sociedad en Occidente. La tensión entre Oriente y Occidente vertebra la historia de nuestras civilizaciones. Por eso resultan tan peligrosas las voces que, desde los países que se dicen democráticos, azuzan la desaparición de las bibliotecas. Mientras que sus enemigos explotan la utilidad del concepto para organizarse y atacarles.

Cuando nuestros enemigos se valen de nuestros conceptos, de nuestras ideas para anularnos: es momento de recuperar su razón de ser originaria y adaptarlas. Que la idea de posbiblioteca sea el siguiente paso evolutivo y no el epitafio de estas instituciones seculares. Como el paso evolutivo de los pájaros lo fue respecto a los dinosaurios.

 

De los dinosaurios a los pájaros. Ilustración de Davide Bonadonna.

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Biblioteca de las pequeñas cosas

 

Resulta asombroso cómo nos adaptamos a circunstancias sobrevenidas. Es uno de los pocos méritos indiscutibles de los sapiens. Tal vez sea por eso que acuñamos frases hechas para cada nueva situación con velocidad vertiginosa.

Cual Martita de Graná, la humorista que ha triunfado en redes a cuenta de sus frases del confinamiento, si nos ponemos a ello: seguro que conseguimos una recopilación de frases bibliotecarias poscovid. Frases hechas sobre la tristeza de ver vacías las salas, las estadísticas de préstamo, las ventajas/inconvenientes del teletrabajo, los plazos de cuarentena de los materiales o lo que haremos en la biblioteca cuando el virus nos dé tregua.

Las frases hechas son las alpargatas del lenguaje. Una vez te acomodas en ellas: la realidad, por dura que sea, se hace rutina. Y en tiempos sobrados de incertidumbres cumplen su papel como placebos de normalidad. Cuando pase todo esto (frase hecha donde las haya): que los imprevistos sean agradables para variar.

 

 

Para cuando, por fin, se pueda deambular libremente entre las estanterías, una manera de  reforzar la alegría del reencuentro con las colecciones de las bibliotecas puede ser la de recurrir a los book nooks. Una moda, de no hace mucho, que no ha tenido recorrido en bibliotecas.

Los book nooks vendrían a ser un cruce entre diorama y sujetalibros. Un pasadizo abierto entre las monótonas hileras de libros ordenados en las baldas que se rompe para dar paso a otro mundo. El origen se sitúa en los callejones laberínticos en los que se ramifican las calles de Tokio. Frente a la estandarización del espacio urbano que despersonaliza las ciudades a base de franquicias y grandes cadenas comerciales: el artista japonés Monde concibió estos homenajes en miniatura al callejero más clásico del urbanismo tokiota.

 

 

Ahora mismo, la mayoría de bibliotecas siguen con trabas para el acceso libre a sus colecciones por razones de seguridad sanitaria. Pero ¡qué buena idea a programar como actividad infantil de cara las Navidades! De hecho sería un aliciente estupendo aunque no se puedan disfrutar de inmediato. Organizar un taller casero para que los usuarios más pequeños de la biblioteca creen sus book nooks, sus pasadizos a la imaginación para su biblioteca: y cuando pase todo esto y, por fin, puedan deambular libres por sus estanterías vayan descubriéndolos.

 

Lisa Simpson disfrutando de las cajas de Joseph Cornell.

 

La superdotada Lisa Simpson representaba bien la fascinación que despiertan los mundos en miniatura cuando, en un episodio de la serie, iba con una amiga a visitar una exposición de Joseph Cornell. Reducir el mundo da siempre sensación de control, de seguridad. Las cajas de Cornell, los book nooks de Monde o las casas de muñecas son como las frases hechas de las que hablábamos al principio. Reducir el mundo para reducir los miedos, las ansiedades o sentirse omnipotente.

 

 

Tal vez esto último es lo que latía en la afición de María de Teck por las casas de muñecas. María, más conocida para la historia como la reina María de Reino Unido: recibió de regalo por parte de su prima, la princesa María Luisa: una bellísima casa de muñecas. Ideada por el arquitecto Sir Edwin Lutyens, la casa de muñecas de la reina, incluía todo lo que se podía esperar de una casa señorial en la década de los años 20. Joyeros, botellas de vino con vino de verdad en su interior o incluso un gramófono en el que se podía escuchar el himno nacional. Pero lo que más nos interesa aquí es la magnífica biblioteca de la casita.

Cerca de 600 libros en miniatura (muchos de ellos manuscritos e ilustrados) firmados para la ocasión por un catálogo de autores que da vértigo repasar. Desde el autor de Peter Pan, James Barrie, a Robert Graves, G K. Chesterton, W. Somerset Maugham, el mismísimo Arthur Conan Doyle o Rudyard Kipling: que escribió e ilustró exprofeso para la casa de muñecas real varios poemas.

 

 

El pasado mes de mayo la Britihs Library prosiguió esta tradición británica regia del gusto por las miniaturas. Desde la institución lanzaron una llamada a los niños ingleses para que escribieran libros para formar una «Biblioteca Nacional de Libros en Miniatura para el mundo del juguete» en línea. En la cuenta de Twitter @BL_Learning se fueron publicando las creaciones de los niños que se sumaban a la iniciativa.

 

El autor inglés de libros infantiles Philip Ardagh aportó al proyecto un libro que incluía su preceptiva ficha bibliotecaria para sellar.

 

En su novela de 1997 El dios de las pequeñas cosas Arundhati Roy escribía:
«Las grandes historias son aquellas que ya se han oído y se quiere oír otra vez. Aquellas a las que se puede entrar por cualquier puerta y habitar en ellas cómodamente. No engañan con emociones o finales falsos. No sorprenden con imprevistos. Son tan conocidas como la casa en la que se vive.»
Ese control, esa familiaridad, esa cotidianeidad es la que late, en parte, bajo el amor por las miniaturas. Y algo a lo que cualquier biblioteca querría aspirar; no por la falta de imprevistos de la que hablaba Roy, sino porque resulte tan conocida para sus usuarios como la casa en la que se vive.

 

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Teletrabajo, telebiblioteca

 

El estilo de este blog oscila entre la soflama de un telepredicador a la vehemencia entusiasta de un vendedor de teletienda. Sentencias tipo ‘las bibliotecas están legitimadas, históricamente, para reclamar su condición de pioneras en múltiples campos’: se avienen a ambos estilos según la entonación.

 

Mesa de trabajo para teletrabajo diseñada por Stem de Heatherwick Studio (Reino Unido). Forma parte de un proyecto artístico que retaba a diseñadores de varios países a idear su mesa ideal para trabajar en tiempos de pandemia.

 

Pero en esta ocasión no vamos a forzar la nota. Reclamar el copyright del teletrabajo sería excesivo. Pero lo cierto es que los bibliotecarios llevan décadas allanando, sin saberlo, el sustrato necesario para que el teletrabajo sea una realidad. La digitalización de los fondos, así como las comunidades virtuales y acceso remoto a las aplicaciones necesarias para gestionar los catálogos, plataformas de contenidos en streaming y procesos digitalizados: dan ventaja al gremio a la hora de plantearse el teletrabajo.

Para los profesionales de bibliotecas el teletrabajo, en muchos de los procesos, era una posibilidad desde hace tiempo. Pero, ¿y para las bibliotecas? ¿Puede existir la telebiblioteca? Sí, al menos en formato de obra de teatro.

 

 

The Telelibrary es una obra escrita por el actor Yannick Trapman-O’Brien pensada para representar telefónicamente. Cuando a mediados de marzo la pandemia nos dejó a todos con el paso cambiado, Yannick, dio rienda suelta a su creatividad poniendo en marcha su teatro telefónico personalizado.

El actor simulando una voz robótica propia de un contestador automático guiaba a su interlocutor a través de una serie de opciones. Y de manera gradual, dejaba que la parte humana se fuera desvelando a través de canciones, chistes, historias o conversaciones. El telebibliotecario interpretado por Yannick se nutre de las interacciones a través del teléfono de los que llaman; de manera que la obra siempre está en constante evolución. 

Lo que constató el actor al ir desarrollando su obra telefónica fue la necesidad de contactar, de comunicarnos a través de la imaginación y la creatividad. La telebiblioteca de Yannick podría verse como un equivalente de la Biblioteca de las personas de las que tanto se ha hablado en el mundo bibliotecario. Pero ¿es compatible perserverar en ese concepto de «Biblioteca de las personas» cuando, al tiempo, se promueve el trabajo a distancia?

 

 

En un reciente artículo de ‘El País’ se hablaba de la inesperada nostalgia de la oficina. Psicológicamente el teletrabajo pasa factura. El estereotipo de lo bibliotecario ha proyectado una imagen secular de aislacionismo; de recogimiento y hasta cierto punto, misantropía. Pero esa imagen a día de hoy no se sostiene ni en un remake de El nombre de la rosa. La biblioteca (al menos la biblioteca preCovid-19) será social o no será. ¿Y se puede ser social en la distancia?

Hay tareas bibliotecarias que se avienen a la perfeccion al teletrabajo:

  • la catalogación, clasificación e indización de los documentos modernos se puede desarrollar perfectamente mediante teletrabajo si se tienen los datos básicos de la obra a dar de alta en el sistema
  • la adquisición de fondos y gestión administrativa, en general. Y si se trata de agregar contenidos digitales a las plataformas digitales con más motivo todavía
  • la gestión de redes sociales y demás canales de comunicación de las bibliotecas con sus comunidades.
  • la labor prescriptora que se puede concretar en diversas publicaciones digitales
  • las actividades culturales adaptadas al medio digital

Todas ellas son tareas susceptibles de teletrabajo en una biblioteca. Pero quedan algunas de las más relevantes fuera de esta modalidad.

Últimamente los tiempos no dan tregua. La crisis del 2008 vino a banderillear el empuje de las bibliotecas, mermando recursos y plantillas: justo cuando se enfrentaban al incierto horizonte de lo digital. Esta nueva crisis pandémica ataca justo a otra línea de futuro que las bibliotecas se habían marcado en su hoja de ruta: la de su reinvención como centros sociales y ciudadanos. El teletrabajo no concuerda con la cercanía, la proximidad, la socialización y la vida cultural offline.

 

El escritor Miguel Ángel Hernández ha convertido sus siestas en objetos literarios. En su ensayo «El don de la siesta» escribe: «existe el peligro de que el teletrabajo introduzca definitivamente los ritmos de la oficina y la pulsión productiva en el ámbito doméstico, y eso desbarate del todo nuestra intimidad, convirtiendo el tiempo que teníamos para nosotros en tiempo para los otros”. Fotografía de Enrique Martínez Bueso.

 

Consuela, y no poco, el que los CEOs de algunas de las empresas más importantes sean reacios a un futuro único de teletrabajo para todos. Tanto los máximos responsables de Google, Microsoft como Netflix abogan por un escenario mixto en el que no se renuncie al trabajo presencial en ningún caso. De hecho, Reed Hastings, el CEO de Netflix no ve aspectos positivos al teletrabajo al escamotear algo tan básico en los equipos de trabajo: como es el compartir espacios físicos e interactuar personalmente. Lo ve como una merma para la creatividad.

No deja de resultar lógico que sean los jefes supremos de las redes sociales los que, en cambio, opten de manera absoluta por el teletrabajo. Tanto Facebook como Twitter apuestan por el trabajo remoto y la deslocalización. Plataformas pensadas, se supone, para socializar que se organizan para dispersar a sus trabajadores.

Como declaraba en una entrevista, Pirjo Kiefer, jefa de diseño de la empresa suiza Vitra, especializada en mobiliario de diseño para oficinas, viviendas y espacios públicos:

«La oficina se convertirá en una plataforma mucho más social. labores que exijan concentración individual o las tareas administrativas se realizarán principalmente en casa. La oficina será clave para facilitar reuniones […] Es como los museos, clubes, iglesias o restaurantes: la gente quiere ir a esos sitios para sentirse parte de un cierto grupo.»

A la diseñadora se le olvidó mencionar a las bibliotecas en esta última frase. Pero aquí estamos nosotros para incluirlas. 

 

Modelos de mobiliario de la marca noruega Buzzihub.

 

Cuando esto pase. Porque pasará. Habrá que aprovechar el ansia de reunión-celebración-comunicación interpersonal que surgirá como un tsunami. Las bibliotecas deben prepararse para capitalizar ese deseo, esa necesidad. Prosiguiendo con las declaraciones de Kiefer a cuenta de las oficinas; vaticina que habrá menos escritorios y sillas y más espacios para reunirse. Y otro tanto debería pasar en las bibliotecas: menos mesas y sillas para el estudio y más sillones y espacios amables para la lectura y las interacciones sociales.

¿Tendrá el trauma poscovid un efecto positivo para redefinir a las bibliotecas como centros culturales y sociales? La escritora Elvira Lindo reflexionaba a cuenta del teletrabajo y lo definía como: «una invasión de la vida íntima […] una maligna proliferación de trabajadores burbuja que eliminan de sus vidas el aspecto social y el reivindicativo […] un batallón de hormigas solitarias.» Tal vez estemos ante una oportunidad de conseguir que, por fin, la biblioteca sea un hormiguero, lleno de vida y ebullicion; pero sin distinciones entre obreras, soldados y reinas. 

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Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Una serie de catastróficas desdichas con final bibliotecario

 

El hecho de que el cuadragésimo quinto presidente de los Estados Unidos votase por su reelección en una biblioteca tiene algo de justicia poética. Que uno de los políticos al frente de la Casa Blanca que más ha promovido los recortes a las artes, las humanidades, y por supuesto, las bibliotecas: tenga su canto de cisne (un animal dificilmente asociable a su figura) en una de estas últimas no deja de resultar irónico.

Pero no hagamos leña del árbol caído. Si tanto nos quejamos de los linchamientos digitales, las fake news y demás plagas en redes que tanto ha fomentado el propio Trump: no caigamos en ello. No hace falta ensañarse. Es mejor centrarse en ejemplos como los de Reyna, MK y Jesmyn. Una mexicana y dos afroamericanos que, gracias a las bibliotecas, llevan Making America Great again desde hace años. Este post va dedicado a una serie de catastróficas desdichas que tienen un final feliz, es decir, un final bibliotecario.

 

Trump, feliz, camino de la urna en un hábitat extraño.

 

La vida de Reyna Grande en Los Ángeles, pese a la rimbombancia de su nombre, nada tenía que ver con alfombras rojas. Hija de emigrantes mexicanos, su infancia transcurrió en barriadas donde la violencia pandillera campaba a sus anchas, y el alcoholismo de su padre, hacía de su hogar un territorio tan hostil como las calles.

Cuando empezó a usar gafas, un familiar le dijo burlonamente que parecía una bibliotecaria, y no hubo mejor halago para ella. Fue el bibliotecario de la sucursal Arroyo Seco de la Biblioteca Pública de Los Ángeles, quien le fue recomendando lecturas, que alimentaron su ya innata afición por escribir. Finalmente Grande terminó alzándose con premios literarios por novelas como Across a hundred mountains o Dancing with butterflies.

 

En el otro extremo de los Estados Unidos, en Filadelfia, MK Asante, también se crió en una familia de las que los servicios sociales calificarían como desestructurada. Con un hermano encarcelado, asistiendo a una escuela que más bien parecía una cárcel, y buscándose la vida trapicheando con drogas.

La recomendación del clásico de Kerouac, En el camino, por parte de un profesor, fue el detonante de un cambio de rumbo que ha terminado por convertirle en un escritor de éxito, director de cine, profesor, y hasta músico de hip hop.

 

 

La historia de Jesmyn Ward acumula penurias propias de una película muda de Lillian Gish o Mary Pickford. Nacida al sur del Mississippi en una familia pobre y con padres separados, su historia acumula las muertes prematuras de varios de sus hermanos, intentos de violación y una desvencijada casa de madera, en la que la única escapatoria eran los mundos que le ofrecían los libros. El final feliz llegó con el National Book Award con el que fue galardonada su segunda novela: Salvage the bones.

En 2017 llegaría el segundo National Book Award por su novela Sing, Unburied, Sing. Más recientemente, en septiembre de 2020, su ensayo personal Sobre el testimonio y la reparación: una tragedia personal seguida de una pandemia se publicó en’Vanity Fair’. En él Ward abordaba la muerte de su marido, su duelo, la propagación del Covid-19 y el resurgimiento del movimiento Black Lives Matter.

 

 

Historias, vidas, ejemplos positivos que vendrían muy bien para soltar una nueva soflama (y van) sobre las bibliotecas como refugios ante la adversidad, como instituciones al servicio del progreso de los ciudadanos. Pero vamos a ahorrarnos la música de violines. Mejor nos centramos en dos noticias de actualidad que nos permiten, aunque sea por unos minutos, una tregua esperanzadora en la crónica de este agónico 2020.

En ‘The New York Times‘ han publicado un perfil cultural de Joe Biden. No tanto de sus aficiones o gustos sino de su compromiso con la cultura a lo largo de su amplia trayectoria política. En el artículo lo definen como un consumidor medio de cultura, pero en cambio, varios responsables de entidades culturales lo reconocen como una figura que ha defendido la financianción gubernamental de las artes.

 

Ilustración del ganador de un Pulitzer Barry Blitt para ‘The New Yorker’. Recrea la futura biblioteca presidencial de Biden. Un ala dedicado a Kamala Harris, urnas con su dentadura de madera, su colección completa de una revista sobre ferrocarriles, la abrazadera para la espalda que usó después de cruzar el pasillo demasiadas veces o el holograma de un hipotético tatuaje de Cardi B en su pantorilla.

 

Pero si hablamos del futuro gobierno de los Estados Unidos y la cultura la que, una vez más (y probablemente muchas veces más a lo largo de la legislatura), roba el protagonismo es la vicepresidenta Kamala Harris. Recientemente la hasta ahora senadora demócrata dirigía una carta pública a la bibliotecaria del Congreso: Carla D. Hayden. ¿El motivo?: solicitar la modificación de un encabezamiento de materia. WTF? Perdón por la ordinariez. Pero que una política de primera fila se preocupe de un detalle así, visto desde perspectiva española, no puede más que arrastrarnos al exabrupto.

Cuando la otrora prestigiosa catalogación ha perdido muchísimos puntos en el ranking de lo cool bibliotecario: el debate político en torno a la idoneida de un encabezamiento de materias nos devuelve la importancia de los términos. Catalogar, clasificar, indizar es una forma de ordenar el mundo. Aparentemente pareciera algo mecánico. Pero la subjetividad, como el diablo, está en los detalles. Y entre escoger un encabezamiento de materia u otro puede hay una carga ideológica, histórica, sociológica y cultural que, en ocasiones, carga las tintas donde no debe.

 

Kamala Harris en 2004. Fotografía de Marcio José Sánchez.

 

El caso es que Harris, junto a otras figuras relevantes, ha escrito a la biblioteca del Congreso a cuenta del encabezamiento de materia que la Library of Congress asigna a las obras en torno a la persecución, hostigamiento y matanzas del pueblo armenio en Turquía entre los años 1915-1923. Hasta la fecha el catálogo de autoridades de la institución clasifica dichas obras dentro de la materia ‘Masacres armenias 1915-1923’. En la carta, Harris, argumenta prolijamente la razón por la cual esa entrada en su catálogo de autoridades debe modificarse y pasar a Genocidio armenio 1915-1923.

La exitosa novela de Varujan Vosganian sobre el genocidio armenio.

En su argumentario la senadora subraya la necesidad de que la Biblioteca del Congreso se rija por razonamientos académicos a la hora de definir sus clasificaciones; no por los criterios del Departamento de Estado reacio a admitir el término de genocidio.

Harris recurre al artículo de la Enciclopedia Británica al respecto, entre otras, además de diversas fuentes académicas de prestigio para reforzar la necesidad de que la Biblioteca actúe independiente a los criterios del poder ejecutivo.

Más allá de los pormenores, e incluso de los posibles intereses, la carta nos invita a reflexionar sobre la trascendencia que un simple encabezamiento de materia puede tener. Pero más que nada sobre el papel que las bibliotecas siguen jugando. Si bien estamos hablando de la Biblioteca del Congreso estadounidense, con su enorme capacidad de influencia en el orbe bibliotecario, eso no le resta alcance a la reflexión. ¿Cabe imaginarse algo parecido en nuestro país como no fuese porque beneficiase políticamente, de algún modo, a un bando u otro?

Y para cerrar un último ejemplo de relación bibliotecario-político. No hay que ser crédulos, ni creer en finales felices, menos si anda la política por medio, pero el hecho de que la misma Kamala grabase un vídeo para Los Amigos de la Biblioteca Pública de San Francisco: como poco resulta agradable. Y es que las bibliotecas, mal que le pese a algunos, matter too. Es decir, también importan.

 

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Bibliotecas surfeando en medio de la tormenta

 

En su famoso ensayo La tercera ola (1980) el sociólogo y futurólogo Alvin Toffler vaticinó:

“Un analfabeto será aquel que no sepa dónde ir a buscar la información que requiere en un momento dado para resolver una problemática concreta».

 

Biblioteca al aire libre en una playa australiana.

 

La que Toffler definió como la tercera ola es la revolución en la que estamos inmersos desde que a mediados de los 90 surgiera Internet. Pero, cuarenta años después de la publicación de su ensayo, la ola que nos arrasa es la segunda de una pandemia.

El poder antipatorio de Toffler no alcanzó, ni tenía porqué, al efecto de aceleración que podría ocasionar una pandemia global para que la ola tecnológica se dejara caer con más fuerza. El autor, también del ensayo El shock del futuro, situó acertadamente su tercera revolución   en la tecnología. Pero tampoco se olvidó del factor humano:

«La sociedad necesita personas que se ocupen de los ancianos y que sepan cómo ser compasivos y honestos. La sociedad necesita gente que trabaje en los hospitales. La sociedad necesita todo tipo de habilidades que no son sólo cognitivas, son emocionales, son afectivas. No podemos montar la sociedad sobre datos».

 

Estas palabras  resuenan si cabe aún más oportunas en este 2020 que los aciertos que supo adelantar sobre la sociedad de la información. No podemos montar la sociedad sobre datos. Pero estamos rodeados de datos. Datos sobre contagios, muertes y hospitalizaciones. Pero para algunos lo más estresante es quedarse sin datos en el móvil para poder enviar whatssapps y planear quedadas o consultar el Instagram.

Estamos sobre la segunda ola del Covid-19 y sobre la tercera ola de la revolución global. Y como dijo el mítico surfero Gerry Lopez: «surfear es bailar con las olas«. Así que no nos queda otra que bailar aunque sea con la más fea. La amenaza de nuevos confinamientos pende sobre nuestras vidas con su efecto paralizante.

 

La inquietante distopía futurista de Miguel Ángel Martín, en formato de novela gráfica, inspirada en Alvin Toffler.

 

Mientras, esos ancianos de los que hablaba Toffler precisan de más compasión y honestidad que nunca: el derecho (porque así lo reclaman) a la diversión de otros no entiende de solidaridad, ni civismo. Eso ha derivado en una estigmatización del ocio nocturno que amenaza con la ruina del sector. En este blog somos muy dados a glosar las virtudes de las bibliotecas y su potencial aún por explotar. Pero ni siquiera aquí tendríamos la osadía de presentar a las bibliotecas como alternativas a ese tipo de ocio (¡ejem!).

Si bien es cierto, que con fines diferentes al simple hedonismo, las bibliotecas han adaptado algunas de las propuestas que se pueden encontrar dentro de ese ocio nocturno. Según explicaba el lingüista aficionado Saul H. Rosenthal en su libro Todo el francés que usas sin saberlo: las palabras biblioteca, discoteca y disco (en este orden evolutivo) establecieron un auténtico baile desde su origen francés. En su peregrinar llegaron a colarse en el inglés y derivaron en el, globlamente aceptado, término de Disco para referirse a los hábitats naturales de los Travoltas de turno.

 

Discoteca silenciosa celebrada en el biblioteca de la Universidad de California.

 

Pues bien, poco antes de la pandemia, las Silent Disco en bibliotecas conocieron una revitalización a cuenta del censo electoral en los Estados Unidos. Fue exactamente en la Biblioteca Pública de Chattanooga en Tennessee. A raíz del programa de subvenciones de la ALA para impulsar los esfuerzos de divulgación del censo: las bibliotecas beneficiarias tenían que poner en práctica distintos proyectos. La de Chattanooga (con ese nombre venía rodado) optó por las fiestas de baile silenciosas en la biblioteca. Usuarios que bailan con los cascos puestos al ritmo de las melodías que escucha cada uno.

Con menos, la coreógrafa Blanca Li, te monta un ballet de lo más vanguardista. Y es que estas fiestas silenciosas en bibliotecas, vistas desde fuera, dan pie a interpretaciones de lo más variado. ¿Metáfora llevada al extremo del aislacionismo al que nos podían abocar las nuevas tecnologías según las visiones de Toffler? ¿Representación en movimiento del consumo cultural fragmentado al que nos hemos habituado?  En cualquier caso, siempre que se añadan mascarillas y se cumplan la distancia de seguridad: las Silent Discos son una alternativa en estos tiempos de escasez.

 

 

Esperamos que los bibliotecarios de Chattanooga pudieran difundir la suficiente información sobre el censo (tan importante para las elecciones) entre los ensimismados danzarines. El agónico recuento podría ser una muestra de que los bailes se han terminado concretando en votos.

Otra opción de ocio nocturno, o al menos vespertino, son las escape room. Unos locales que han proliferado en los últimos tiempos en muchas ciudades. Las características en sí de este tipo de locales casan mal con las medidas de seguridad exigidas por la situación de emergencia sanitaria. Los escape room suelen representarse en espacios reducidos; en muchas ocasiones, laberínticos. Algo que no se aviene con la necesaria distancia de seguridad y la contención de aerosoles cuando se vive una trepidante aventura contrarreloj en grupo. Una pequeña ayuda para su supervivencia puede provenir de su alianza con las bibliotecas.

 

 

El entrañable (por su querencia a las entrañas) André de Lorde.

En la Biblioteca Regional de Murcia, con motivo de Halloween 2020, se organizó el segundo escape room en streaming aprovechando las instalaciones de la biblioteca.

La empresa local Mystery Motel Murcia en colaboración con el equipo del centro dieron forma a la aventura. Un cóctel de referencias literarias, cinematográficas con homenaje incluido al bibliotecario más sangriento: el gran André de Lorde (1871-1942). Las salas, depósitos, sótanos y espacios del centro sirvieron de laberinto para la humorista Raquel Sastre que, a través un directo de Instagram, seguía las indicaciones que le daban los seguidores (o no) de la biblioteca para ayudarla a escapar.

Obviamente, ni las discotecas, ni los locales de escape room pueden sobrevivir a esta situación por su simple alianza con las bibliotecas. Pero en estas circunstancias cualquier sinergia, cualquier alternativa, es una ayuda.

 

 

Surfear las sucesivas olas de la pandemia proyectando la biblioteca como centro de ocio digital gracias a las redes. Pero, tal vez, la limitación que más frustración provoca es la de no poder mitigar, con más determinación, la brecha digital que los cierres forzosos de bibliotecas están ahondando. En las bibliotecas del condado estadounidense de Orange han lanzado un programa para ayudar a solventar, en la medida de lo posible, esta situación.

 

Las OC Public Libraries han lanzado un programa de wifi sobre ruedas para atender a las barriadas y sectores de la población más desfavorecidos. Se trata de remolques con antenas que permiten la conexión wifi y se ubican en determinadas zonas dando acceso a unos 150 vecinos en un radio de cerca de 300 metros. Esta iniciativa ha proliferado no solo en el ámbito bibliotecario. Incluso empresas de transporte escolar han puesto en marcha este servicio.

 

«Wifi on wheels» (Wifi sobre ruedas) de la empresa de transporte escolar JFK Transportation en Santa Ana, al sur de Los Ángeles.

 

Según detalla la noticia del ‘Daily Pilot’ no se necesita mucho más que un pequeño router y una antena en el techo. En nuestro país hay 80 bibliobuses en diez comunidades autónomas: ¿resultaría muy costoso añadir este wifi sobre ruedas para dar conexión a Internet, en poblaciones o barrios desfavorecidos, durante determinadas horas del día? Estableciendo un horario fijo se lograría que, al menos los estudiantes, pudieran disponer de conexión para llevar a cabo sus trabajos escolares. Eso por no hablar de otro tipo de recursos que las administraciones podrían habilitar para facilitar este servicio a través de las redes de bibliotecas.

En definitiva, ideas, proyectos, iniciativas y experimentos (con gaseosa) con los que intentar afrontar un momento lleno de incertidumbres. Todos surfeamos como podemos esta situación, estableciendo alianzas nuevas o reforzando las existentes. Maneras de guardar el equilibrio mientras nos preparamos para salvar la próxima ola. Como escribió Virginia Woolf en su novela Las olas: «serán como las olas del mar sobre el cual flotaré».

 

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Más estrellas que en una biblioteca

La plataforma eFilm de contenidos audiovisuales ha lanzado esta semana un concurso en Twitter cara a Halloween de lo más cinematográfico-literario. Y de esta iniciativa de nuestra cuenta amiga, que dirían los cursis, se inspira este post que se recrea en la cara más lectora del Hollywood clásico.

 

En la edad dorada de Hollywood, tal vez el eslogan que más famoso se hizo a la hora de promocionar un estudio, fue el de la Metro Goldwyn Mayer: Más estrellas que en el cielo (título del programa que en los años 80 condujo en TVE el muy cinéfilo Terenci Moix).

Y no era para menos. En sus años de máximo esplendor el estudio contaba con auténticos dioses del cine: Greta Garbo, Clark Gable, Jean Harlow, Elizabeth Taylor, Katharine Hepburn… Iconos de una manera de hacer cine y vivirlo que nunca volvería a repetirse (como diría Gloria Swanson: la gente nos veía como dioses, y nosotros nos comportábamos como tales).

El Hollywood de aquella época no era especialmente valorado y querido por la intelectualidad del momento. El cine nació como una atracción de barraca de feria, pero en California se hizo industria, exprimiendo para ello el talento de muchos grandes escritores que sentían su talento prostituido al ponerse al servicio de los grandes estudios.

 

La cantina de Hollywood: durante la II Guerra Mundial, las estrellas atendían y animaban a los soldados en una cantina, donde bailaban con ellos, y por supuesto se fotografiaban. En la foto el afortunado soldado está flanqueado por: Lana Turner, Deanne Durbin y Marlene Dietrich.

 

William Faulkner, John Steinbeck, Scott Fitzgerald o Truman Capote fueron algunos de los grandes escritores que, en momentos de su carrera, se sintieron tentados por los brillos y, sobre todo, los honorarios que les ofrecían las grandes productoras. Aventuras que en la mayoría de las ocasiones terminaron en litigios o en grandes frustraciones artísticas.

Pero pese a la imagen de frivolidad y falta de cultura con que siempre se ha estereotipado a la fauna del cine de Los Angeles, frente a la vanguardista e intelectual Nueva York: lo cierto es que siempre han existido estrellas del celuloide que han cultivado intereses culturales.

Las fotos de la rubia explosiva por excelencia, Marilyn, leyendo a James Joyce, son todo un clásico. Pero también otras estrellas como Clark Gable, Edward G. Robinson o Burt Lancaster demostraron su interés por la cultura, con su apoyo decidido a la Biblioteca de las Artes Cinematográficas de la Universidad del Sur de California.

La biblioteca se fundó en 1929 gracias a una colaboración entre la Universidad y la Academia de las Artes y las Ciencias. En su fundación estuvieron implicados mitos del celuloide como Douglas Fairbanks, Mary Pickford, D.W. Griffith o Ernst Lubitsch. Entre otros muchos directores, guionistas o productores que apoyaron el plan de estudios de la facultad a la que pertenecía.

Se puede decir que la memoria de Hollywood (la creativa, industrial y cultural, no la de los chismorreos) se conserva en dicha biblioteca. Y no sólo la del cine. El gran enemigo de Hollywood en la década de los 50: la televisión, también pasó a formar parte de las impresionantes colecciones de esta biblioteca, que atesora la memoria audiovisual de los Estados Unidos; y por tanto, del resto del mundo.

 

Sean Connery, aka Bond, James Bond, fraguó su fama en el cine inglés. Pero también se convirtió en una estrella de Hollywood. Sirva de homenaje esta foto en el año de su muerte.

Y tras este breve capricho que nos hemos dado a cuenta de las conexiones biblio-cinematográficas de Hollywood cerramos con una exquisitez. La web Cinecinéfilos es un auténtico filón para cinéfilos mitómanos. Cada semana, en el estupendo espacio del canal 24 h presentado por Moisés Rodríguez: Secuencias 24 h: el escritor e historiador cinematográfico Guillermo Balmori recomienda alguna de las joyas accesibles en este portal web.

Un magnífico portal repleto de vídeos, imágenes e información sobre cine clásico. Un auténtico festín para cualquier cinéfilo del que tomamos, no por casualidad, un banquete repleto de estrellas. El del 25 aniversario de la Metro. Simplemente delicioso.

 

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