Pa’ la cultura, cultura, cultura
David Guetta ft. Various artists
La cultura en la actualidad es un campo plagado de minas. Hay que ser extremadamente cuidadoso para no terminar saltando por los aires. La cultura siempre ha sido terreno resbaladizo. Pero pocas veces el camino ha estado tan plagado de buenas intenciones (como las que llevan al infierno); por parte de los que han de heredar todo esto.
Que cada generación quiera enmendarle la plana a la precedente es (o debería ser) señal de evolución. Y los denominados millennials o generación Z están repitiendo el patrón, que desde que se sacralizara la juventud allá por los 60: han hecho los boomers, los X, los Y y cualesquiera otra etiqueta con la que se han estereotipado las características de cada nueva camada.
A los que les toca ahora representar ese papel (los nacidos entre finales de los 90 y la primera mitad de los 2000): la foto de grupo les sale favorable en conciencia medioambiental, igualdad de género, libertad sexual, justicia social, capacidad de movilización y consumo responsable. Claro que, también en estas franjas de edad, se sitúan muchos votantes de partidos populistas y extremistas. Pero, pese a sus actitudes y modos, no son estos jóvenes adscritos a discursos apolillados los que más deberían preocupar.
El verdadero peligro se encuentra entre ese sector de jóvenes concienciados con su tiempo. Entre ese grupo de jóvenes que abogan por hacer progresar la sociedad hacia valores más justos e igualitarios. Esos jóvenes en los que los mayores, que se creyeron el espejismo de una España moderna en los 80: les gusta verse reflejados. Ellos son los llamados a reformular, en términos prácticos, lo que entonces eran meras fórmulas estéticas.
Pero la polarización extrema en los principales medios a los que recurren para informarse (las redes sociales): les lleva, en demasiadas ocasiones, a tejer el tapiz de un mundo ideal que por los extremos se les va deshilachando.
La información, el consumo cultural, los discursos… se han fragmentado como las casillas de una ruleta. Un círculo bien compartimentado en el que la bola de la polémica va botando hasta caer aleatoriamente. No por casualidad la ficción más consumida en estos tiempos son las series de televisión. Narraciones troceadas ideadas para inducir la fidelidad.
En el Festival de cine de San Sebastián, el presidente del jurado, el cineasta Luca Guadagnino presentó su serie para HBO: We are who we are. El retrato de unos jóvenes estadounidenses que viven en una base militar en Italia. Respecto al consumo de series, Guadagnino, declaraba lo siguiente en una entrevista en ‘El Español‘:
«El problema es la fruición. Es el modo en que vemos una película y en el que vemos una serie de televisión. La unidad de visión que permite gozar de una película de cine, no pertenece a la experiencia televisiva, porque en una tele se ve un episodio separado del otro.»
Historias por entregas, cual folletines decimonónicos, que administran la acción según estricta posología. Un consumo cultural que cuanto más se globaliza, más se atomiza. Como un vaso de Duralex estrellado en el suelo de la cocina.
En el documental de moda sobre las redes sociales, The social media (2020), diversos exdirectivos de Facebook, Twitter, Instagram y demás adictivos digitales: entonan el mea culpa por el daño que sus empresas están generando en la sociedad y la democracia.
No es casualidad que el término al que se recurre para describir la implicación de muchos internautas con los valores progresistas que defienden sea el de la cancelación. Al igual que a una serie: ahora a cualquiera nos pueden cancelar. Condenar al ostracismo social, vía digital, sin posibilidad de otra respuesta que no sea la contrición pública.
En los últimos meses se suceden artículos sobre la cultura de la cancelación (otro concepto proveniente del mundo anglosajón que, como tantos, se ha adoptado sin reticencias). Y curiosamente uno de los análisis más certeros se publicó en una revista de moda. Como las plataformas de streaming cuando una serie no da los datos de audiencia deseados, en las redes, se cancelan personas o trayectorias como si fueran personajes de ficción.
Una serie que, dificilmente, será cancelada por su productora es la adaptación de la novela Patria por parte de HBO. Su estreno acapara todos los titulares que amablemente dejan libres los políticos y sus peleas en plena pandemia. Pocas veces, al menos en estos tiempos de consumos fragmentados, había concitado tanto revuelo una adaptación literaria a la pantalla pequeña.
En el caso de Patria, la novela y su adaptación, es muy probable que se conviertan en objeto de estudio y precedente de futuras apuestas similares. El poder de la ficción como herramienta didáctica para abordar un trauma nacional. Un proceso de debate sobre un tema delicado que se abrió audiovisualmente, a través del humor, en la amable Ocho apellidos vascos (2014). Su taquillazo allanó, en cierto modo, el camino para abordarlo ahora desde el drama.
El impacto de la novela, en un país con bajos índices de lectura, pese a convertirse en best seller, y hasta ser recomendado por la influencer de sobremesa Belén Esteban: tenía sus limitaciones. Pero al traducirse a imagen la identificación de los espectadores con esa realidad, aún tan tristemente cercana, se multiplica.
En palabras de la joven escritora estadounidense Camonghne Felix: «la cancelación […] es una forma de que las comunidades marginadas afirmen públicamente sus sistemas de valores a través de la cultura pop». Hasta ahí suena bien. Lo peligroso es cuando se convierte en un movimiento de justicieros solitarios que, cada día, entran en las redes dispuestos a cobrarse nuevas piezas.
No fue el pop del que habla Felix, sino el rock radical vasco, el que ejerció de banda sonora en los años más duros del conflicto vasco. Pero el concepto de cultura de la cancelación se podría aplicar igualmente a lo que entonces aconteció. Una parte de la sociedad ‘cancelando’ a los que no comulgaban con su sistema de valores.
Si las bibliotecas consiguieran una presencia realmente trascendente en redes: serían canceladas desde los más diversos frentes. Las bibliotecas defienden los matices, las opiniones contrapuestas, abordar discursos dañinos para extraer las enseñanzas necesarias para desactivarlos. Pero si esta cultura histérica de la cancelación se agudiza o se agota de pescar siempre en los mismos caladeros: ¿cuánto tardarán en exigir que se ‘cancelen’ en las bibliotecas las obras de J.K. Rowling, las películas de Allen y Polanski o las de Pérez Reverte (diana favorita en nuestro país)?
En las zonas ideadas para jóvenes, que últimamente proliferan en el orbe bibliotecario, se destaca su apuesta por dejarles su espacio; potenciar su capacidad de auto aprendizaje; de autonomía e independencia de criterio. Espacios seguros para que puedan desarrollarse y disfrutar de la oferta bibliotecaria según sus intereses.
En la descripción de objetivos que la Biblioteca Pública de Providence (Rhode Island) hace de su loft para jóvenes destacamos tres:
- Apoyar el crecimiento y desarrollo de los jóvenes.
- Construir relaciones y comunidad a través de la comunicación y la compresión.
- Practicar la humildad cultural y abrazar la diversidad.
Practicar la humildad cultural y abrazar la diversidad. No puede sonar mejor. No ya para los jóvenes sino para todos. La desconexión de los nacidos bajo el imperio de lo digital respecto a generaciones previas marca una distancia que puede acarrear muchos problemas. Sobre todo, cuando los propios adultos que provienen de una cultura mucho menos fragmentada: tampoco demuestran grandes habilidades protegiéndose de las manipulaciones y la infoxicación que todo lo enturbia.
Por ello, esa tendencia a crear espacios propios para adolescentes y jóvenes en las bibliotecas, que tan bien puede venir para atraer a la población más difícil de seducir: debería ser compensada.
El siguiente paso sería potenciar, pensar, diseñar espacios, actividades, cruces intergeneracionales en la biblioteca. Si las redes, los medios tendenciosos (¿hay alguno que no lo sea? incluido este blog) se empeñan en separarnos: démosle la vuelta a su discurso y promovamos la interacción entre generaciones. El tinglado, tal y como está ideado, no lo soportaría.
Aún estamos a tiempo de aprovechar todo lo bueno, todo lo aprendido, todo lo ensayado. Todos los errores. Pero para eso hace falta capacidad de resistirse al ritmo que nos marcan (mos). Antes de que el Covid-19, u otra venganza de la naturaleza, nos cancele a todos: aprovechémonos del potencial de las bibliotecas, de la cultura sin dogmas, para lograr esa sociedad con la que no solo sueñan los jóvenes.
About Vicente Funes
Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com