Biblioteca cancelada

 

Pa’ la cultura, cultura, cultura

Pa’ la cultura tengo la cura,

bailo lo que me dura

David Guetta ft. Various artists

 

La cultura en la actualidad es un campo plagado de minas. Hay que ser extremadamente cuidadoso para no terminar saltando por los aires. La cultura siempre ha sido terreno resbaladizo. Pero pocas veces el camino ha estado tan plagado de buenas intenciones (como las que llevan al infierno); por parte de los que han de heredar todo esto.

 

Cancelled: serie filmada con un teléfono móvil durante el confinamiento y estrenada en Facebook. 

 

Que cada generación quiera enmendarle la plana a la precedente es (o debería ser) señal de evolución. Y los denominados millennials o generación Z están repitiendo el patrón, que desde que se sacralizara la juventud allá por los 60: han hecho los boomers, los X, los Y y cualesquiera otra etiqueta con la que se han estereotipado las características de cada nueva camada.

A los que les toca ahora representar ese papel (los nacidos entre finales de los 90 y la primera mitad de los 2000): la foto de grupo les sale favorable en conciencia medioambiental, igualdad de género, libertad sexual, justicia social, capacidad de movilización y consumo responsable. Claro que, también en estas franjas de edad, se sitúan muchos votantes de partidos populistas y extremistas. Pero, pese a sus actitudes y modos, no son estos jóvenes adscritos a discursos apolillados los que más deberían preocupar.

 

En la portada de enero de 1939 de ‘Flechas y Pelayos’, la publicación infantil de Falange Española: un bebé aprende a formar palabras con el nombre de Franco.

 

El verdadero peligro se encuentra entre ese sector de jóvenes concienciados con su tiempo. Entre ese grupo de jóvenes que abogan por hacer progresar la sociedad hacia valores más justos e igualitarios. Esos jóvenes en los que los mayores, que se creyeron el espejismo de una España moderna en los 80: les gusta verse reflejados. Ellos son los llamados a reformular, en términos prácticos, lo que entonces eran meras fórmulas estéticas.

Pero la polarización extrema en los principales medios a los que recurren para informarse (las redes sociales): les lleva, en demasiadas ocasiones, a tejer el tapiz de un mundo ideal que por los extremos se les va deshilachando.

La información, el consumo cultural, los discursos… se han fragmentado como las casillas de una ruleta. Un círculo bien compartimentado en el que la bola de la polémica va botando hasta caer aleatoriamente. No por casualidad la ficción más consumida en estos tiempos son las series de televisión. Narraciones troceadas ideadas para inducir la fidelidad.

En el Festival de cine de San Sebastián, el presidente del jurado, el cineasta Luca Guadagnino presentó su serie para HBO: We are who we are. El retrato de unos jóvenes estadounidenses que viven en una base militar en Italia. Respecto al consumo de series, Guadagnino, declaraba lo siguiente en una entrevista en ‘El Español‘:

«El problema es la fruición. Es el modo en que vemos una película y en el que vemos una serie de televisión. La unidad de visión que permite gozar de una película de cine, no pertenece a la experiencia televisiva, porque en una tele se ve un episodio separado del otro.» 

Vasos de Duralex: nostalgia para los que fueron a la EGB. Tras 75 años cierra la mítica marca de vajillas. ‘Mi mundo en desaparición’ que cantaba Fangoria. 

Historias por entregas, cual folletines decimonónicos, que administran la acción según estricta posología. Un consumo cultural que cuanto más se globaliza, más se atomiza. Como un vaso de Duralex estrellado en el suelo de la cocina.

En el documental de moda sobre las redes sociales, The social media (2020), diversos exdirectivos de Facebook, Twitter, Instagram y demás adictivos digitales: entonan el mea culpa por el daño que sus empresas están generando en la sociedad y la democracia.

No es casualidad que el término al que se recurre para describir la implicación de muchos internautas con los valores progresistas que defienden sea el de la cancelación. Al igual que a una serie: ahora a cualquiera nos pueden cancelar. Condenar al ostracismo social, vía digital, sin posibilidad de otra respuesta que no sea la contrición pública.

En los últimos meses se suceden artículos sobre la cultura de la cancelación (otro concepto proveniente del mundo anglosajón que, como tantos, se ha adoptado sin reticencias). Y curiosamente uno de los análisis más certeros se publicó en una revista de moda. Como las plataformas de streaming cuando una serie no da los datos de audiencia deseados, en las redes, se cancelan personas o trayectorias como si fueran personajes de ficción.

Una serie que, dificilmente, será cancelada por su productora es la adaptación de la novela Patria por parte de HBO. Su estreno acapara todos los titulares que amablemente dejan libres los políticos y sus peleas en plena pandemia. Pocas veces, al menos en estos tiempos de consumos fragmentados, había concitado tanto revuelo una adaptación literaria a la pantalla pequeña.

En el caso de Patria, la novela y su adaptación, es muy probable que se conviertan en objeto de estudio y precedente de futuras apuestas similares. El poder de la ficción como herramienta didáctica para abordar un trauma nacional. Un proceso de debate sobre un tema delicado que se abrió audiovisualmente, a través del humor, en la amable Ocho apellidos vascos (2014). Su taquillazo allanó, en cierto modo, el camino para abordarlo ahora desde el drama.

El impacto de la novela, en un país con bajos índices de lectura, pese a convertirse en best seller, y hasta ser recomendado por la influencer de sobremesa Belén Esteban: tenía sus limitaciones. Pero al traducirse a imagen la identificación de los espectadores con esa realidad, aún tan tristemente cercana, se multiplica.

El elogiado debut literario de la joven promesa de las letras estadounidenses: Camonghne Felix.

En palabras de la joven escritora estadounidense Camonghne Felix: «la cancelación […] es una forma de que las comunidades marginadas afirmen públicamente sus sistemas de valores a través de la cultura pop». Hasta ahí suena bien. Lo peligroso es cuando se convierte en un movimiento de justicieros solitarios que, cada día, entran en las redes dispuestos a cobrarse nuevas piezas.

No fue el pop del que habla Felix, sino el rock radical vasco, el que ejerció de banda sonora en los años más duros del conflicto vasco. Pero el concepto de cultura de la cancelación se podría aplicar igualmente a lo que entonces aconteció. Una parte de la sociedad ‘cancelando’ a los que no comulgaban con su sistema de valores.

La inquisición bien entendida empieza por uno mismo. Kate Winslet, que parte como favorita en la temporada de premios cinematográficos, ha abjurado de Woody Allen y Roman Polanski sin que nadie se lo pidiera. Un arrepentimiento por haber trabajado en sus películas, cuando las acusaciones que pesan sobre ellos, eran de sobra conocidas. 

 

Si las bibliotecas consiguieran una presencia realmente trascendente en redes: serían canceladas desde los más diversos frentes. Las bibliotecas defienden los matices, las opiniones contrapuestas, abordar discursos dañinos para extraer las enseñanzas necesarias para desactivarlos. Pero si esta cultura histérica de la cancelación se agudiza o se agota de pescar siempre en los mismos caladeros: ¿cuánto tardarán en exigir que se ‘cancelen’ en las bibliotecas las obras de J.K. Rowling, las películas de Allen y Polanski o las de Pérez Reverte (diana favorita en nuestro país)?

En las zonas ideadas para jóvenes, que últimamente proliferan en el orbe bibliotecario, se destaca su apuesta por dejarles su espacio; potenciar su capacidad de auto aprendizaje; de autonomía e independencia de criterio. Espacios seguros para que puedan desarrollarse y disfrutar de la oferta bibliotecaria según sus intereses.

En la descripción de objetivos que la Biblioteca Pública de Providence (Rhode Island) hace de su loft para jóvenes destacamos tres:

  • Apoyar el crecimiento y desarrollo de los jóvenes.
  • Construir relaciones y comunidad a través de la comunicación y la compresión.
  • Practicar la humildad cultural y abrazar la diversidad.

La zona para jóvenes de la Biblioteca Pública de Evanston (Illinois).

 

En su primera novela gráfica, Ilu Ros, aborda los referentes del pasado a través de sus conversaciones con su abuela.

Practicar la humildad cultural y abrazar la diversidad. No puede sonar mejor. No ya para los jóvenes sino para todos. La desconexión de los nacidos bajo el imperio de lo digital respecto a generaciones previas marca una distancia que puede acarrear muchos problemas. Sobre todo, cuando los propios adultos que provienen de una cultura mucho menos fragmentada: tampoco demuestran grandes habilidades protegiéndose de las manipulaciones y la infoxicación que todo lo enturbia.

Por ello, esa tendencia a crear espacios propios para adolescentes y jóvenes en las bibliotecas, que tan bien puede venir para atraer a la población más difícil de seducir: debería ser compensada.

El siguiente paso sería potenciar, pensar, diseñar espacios, actividades, cruces intergeneracionales en la biblioteca. Si las redes, los medios tendenciosos (¿hay alguno que no lo sea? incluido este blog) se empeñan en separarnos: démosle la vuelta a su discurso y promovamos la interacción entre generaciones. El tinglado, tal y como está ideado, no lo soportaría.

Aún estamos a tiempo de aprovechar todo lo bueno, todo lo aprendido, todo lo ensayado. Todos los errores. Pero para eso hace falta capacidad de resistirse al ritmo que nos marcan (mos). Antes de que el Covid-19, u otra venganza de la naturaleza, nos cancele a todos: aprovechémonos del potencial de las bibliotecas, de la cultura sin dogmas, para lograr esa sociedad con la que no solo sueñan los jóvenes.

 

Página de ‘Estamos todas bien’ la novela gráfica con la que la ilustradora Ana Penyas ganó el Premio Nacional de Cómic (2018). Las abuelas de la autora como protagonistas de su relato.

 

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

¿Quién le canta a Cervantes?

Hace unos días saltaba a los medios la noticia sobre el hallazgo del que podría ser el primer ejemplar de una obra de William Shakespeare en España. La tragicomedia The Two Noble Kinsmen, escrita alimón entre John Fletcher y el bardo de Avon, fechada en 1634 ha sido localizada por el profesor John Stone entre los fondos del Real Colegio de los Escoceses de Salamanca.

 

Shakespeare y Cervantes unidos por los prodigiosos trazos de Fernando Vicente.

 

Casi de manera paralela, en la edición española ‘The conversation’, el catedrático de Literatura Española e Hispanoamericana, Manuel Ángel Vázquez Medel: denuncia el uso tendencioso e irrespetuoso de la herencia cervantina para apuntalar discursos contrarios a su espíritu. En su título hace expresa su denuncia: Cervantes no sirve para todo.

El caso es que la actualidad, una vez más, hace que los dos genios literarios del siglo XVII vuelvan a cruzarse más allá de la fecha de su muerte. En el 2016, la cultura y el mundo bibliotecario, en especial, vivió intensamente el aniversario de la muerte de ambos. Como no podía ser de otro modo, aquella efeméride, también tuvo su polémica. En nuestro país, claro.

 

El aniversario de Cervantes utilizado también para hablar de la pandemia y de paso atizar políticamente a los contrarios.

 

Una frase camino del tópico: «Si Shakespeare viviera ahora sería guionista de televisión»

Que si los homenajes a nuestro escritor más célebre no iban a estar a la altura; que si, una vez más, quedaba de manifiesto el desinterés por la cultura en nuestro país.

Nada nuevo bajo el sol. Para alimentar el pan nuestro de cada día de rifirrafes políticos: tanto vale una trama de espionaje financiada con fondos reservados que dos insignes literatos.Cuatro años después no vamos a hacer balance retrospectivo. Las polémicas interesadas caducan rápido: pero los autores del Quijote o Macbeth están por encima de todo ese ruido y furia.

Pero sí que vamos a compararlos. No sus obras, talento, ni trayectorias. Para eso ya hay excelentes estudios al respecto. Aquí siguiendo una tónica habitual marca de la casa nos preguntamos: ¿quién está más integrado en la cultura pop contemporánea: el inglés o el español?

 

El año del 400 aniversario de la muerte de ambos, el músico neoyorquino Rufus Wainwright lanzó su disco: Take All My Loves: 9 Shakespeare Sonnets. Lo hizo con la colaboración de otros cantantes y actores, que interpretaban y declamaban, los sonetos shakesperianos musicados y arreglados por él en colaboración con la BBC Symphony Orchestra. Y a raíz de esto nos preguntamos: ¿quién le canta a Cervantes?

Shakespeare está muy presente en la cultura popular del mundo anglosajón. La adaptación de sus obras al cine se mantiene de forma más o menos periódica, el espíritu de sus creaciones es invocado en muchas ficciones que arrasan o ha arrasado recientemente (Juego de tronos, Los Soprano, House of cards, El Rey León…): lo shakesperiano mantiene una vigencia que sigue ampliando su eco generación tras generación. Pero: ¿qué pasa con Cervantes? Siendo su Quijote la novela moderna por antonomasia: ¿se puede decir lo mismo del mundo cervantino?

 

Shakespeare-patito de goma para el baño

 

A Shakespeare lo hicieron pop nada más surgir la cultura de masas que definiría el siglo XX, y sigue resonando en el XXI. Que la obra cervantina por excelencia ha inspirado ballets, óperas, musicales, zarzuelas, cine, series, dibujos animados, no lo vamos a descubrir aquí (más que nada porque en esta web del Centro Virtual Cervantes viene un resumen insuperable).

Las comparaciones son odiosas: pero ahí va la deducción de Perogrullo ¿podría ser que Cervantes fuera menos pop que Shakespeare? 

 

Cualquiera que haya parado en un bar de carretera de La Mancha, y haya visto los souvenirs quijotescos más kitsch imaginables atiborrando escaparates: podría acusarnos de plantear un debate que nace agotado. Pero precisamente por eso.

Mientras que el Quijote queda para souvenirs kitsch, Shakespeare da también para canciones pop y ficciones de rabiosa actualidad. ¿No será que no se ha profanado lo suficiente la obra cervantina?, ¿cómo es que el espíritu tan rabiosamente moderno de El Quijote no tiene más peso en la cultura tan superficialmente profunda, o profundamente superficial, de hoy día? La mayor falta de respeto a un clásico es que cada nueva generación no lo saquee alegremente. El bigote sobre la Gioconda que dibujó Duchamp fue el mejor ejemplo de la vigencia icónica del cuadro de Da Vinci.

 

 

Tal vez sea que aunque hayan alcanzado, como iconos globales, similares niveles de kitsch (souvenirs y demás atentados estéticos variados, mediante); el inglés tenga una dimensión más pop que Cervantes. El estereotipo quijosteco sigue siendo propiedad de la academia, de lo docto, de lo serio: lo cual ha hecho que su impronta en la cultura de masas actual no sea tan acusada.

Metidos en faena, sólo hay que comparar un poco los ecos de ambos en el pop de las últimas décadas para hacerse una idea.

Nada menos que The Beatles en 1967 ya “filtraron” El Rey Lear en su tema I am the Walrus; y desde ahí todo fue un sin parar: Elvis Costello,Lou Reed, Radiohead, The Smiths, Bob Dylan, o bandas que ya le homenajeaban desde su propio nombre:  Titus Andronicus o Shakespeare sisters.

En el repertorio pop cervantino nos encontramos otro tipo de intérpretes. [Inciso: a partir de aquí el texto está minado por enlaces de cuyos impactos al pincharlos no nos hacemos responsables. Pero sin cuyo visionado, aunque sea un fragmento, se pierde mucho de este post].

 

Desde nuestro galán latino por excelencia, Julio Iglesias, con su patriótico Quijote, con bandera gualda en frenético ondear de fondo; a grupos ochenteros efímeros como los franceses Magazine 60 y su inenarrable Don Quichotte en estilo high energy.

Seguimos subiendo de nivel. El astro adolescente británico Nik Kershaw, que mezclaba sin sonrojo alguno a Dalí con bailarinas de samba y flamenco alrededor de su sufrida versión del hidalgo; pasando por la cantante eurovisiva Dana Internacional  encarnando a una Dulcinea del Toboso de lo más diva.

Nos dejamos en el teclado muuuchas otras muestras, pero es justo terminar con algo más reciente, y algo menos chirriante como el homenaje de Coldplay (el de la banda rumana de hip hop Doc & Motzu y su Doc Quijote, deja tan mal cuerpo, que lo dejamos al criterio de cada cual).

El disco del inolvidable Drácula cantando el Quijote: insólito pero cierto

En los 70, los cantautores de la pana hicieron que, para muchos: los poemas de Machado, Miguel Hernández, Alberti o Lorca: se hicieran casi indisociables de las melodías que crearon para ellos.

Desde entonces, salvando casos aislados como Loquillo y sus trabajos con poemas de Luis Alberto de Cuenca o Gil de Biedma: la otrora fecunda simbiosis entre poesía y música pop no se prodiga mucho que digamos.

Visto lo visto, no sabemos si sería mejor abogar porque se siga leyendo a Cervantes; y no tanto porque se le cante.

Para cerrar, sin ningún ánimo de enfrentar al genio inglés con nuestro genio patrio, es justo que cerremos rizando el rizo con un clásico del pop autóctono a costa de la obra del bardo de Avon.

Todo un vídeo digno del programa Cachitos de hierro y cromo que deja claro que en esto del dislate pop ningún inmortal queda indemne.

 

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Biblioteca remix

De todas las disciplinas, la música, es la más libre. Incluso en la fábrica de salchicas musicales que domina el mercado: la música sigue siendo el arte más inmediato para practicar de manera rápida y contundente la experimentación.

Hace unos meses la innovadora/cansina, sublime/intensa, emocionante/redundante Björk, icono de la experimentación en lo musical y visual desde los 90: recitó un poema de Antonio Machado en el último disco, KiCk i arca (2020), de la ultramoderna Arca. La cantante y productora venezolana, precisamente en su último trabajo, deconstruye un reguetón hasta convertirlo, musical y visualmente, en un puzle irresoluble. Trabajo en el que, por cierto, también colabora la ubicua Rosalía.

 

 

La música electrónica, frente al conservador rock o al efervescente, pero sumiso al estribillo, pop: es uno de los géneros más proclives a la experimentación. Pero términos como freestyle, jam session o avant-garde se conjugaron, musicalmente hablando, en el jazz. Frente al academicismo pautado de la música blanca, la población negra estadounidense en los albores del XX: dio forma a una música libre, sin cánones fijos, ni normas: que está en la base de la música occidental contemporánea.

Conjugar estilos, improvisar, mezclar estilos, deconstruir tradiciones para volverlas a ensamblar, tantear nuevos territorios sin miedo a la disonancia. Conceptos todos que se asocian al jazz pero que igualmente se pueden conjugar con las bibliotecas.

A principios de este raro, raro, raro 2020, en la ciudad francesa de Montluçon, se reinauguró la Mediateca Boris Vian.

Que el forzoso parón al que nos está sometiendo esta pandemia supone una oportunidad para replantearse servicios y, si se puede, remodelar espacios: ya lo hemos dicho en algún que otro post. Si esta situación está acelerando los cambios de la revolución digital: otro tanto se puede decir de las bibliotecas.

Boris Vian, el escritor, músico, ingeniero, poeta, dramaturgo, periodista… adoraba el jazz. Su afección pulmonar le obligó a retirarse de su pasión por la trompeta. Pero ejerció de cicerone de Miles Davis en su visita trascendental al París de los 50. Ese París en el que se daba más que nunca esa mezcla francesa entre lo foráneo, lo novedoso, lo talentoso extranjero y la creatividad permeable gala. Y que tan bien retratan Salva Rubio y Sagar en el exquisito cómic Miles en París (2019).

 

Juliette Gréco y Miles Davis: una historia de amor fugaz en el París más vanguardista.

 

Con ese nombre, la Mediateca de Montluçon, no podía ser acomodaticia. Y aprovechando estas circunstancias tan desfavorables en tantos sentidos: han remodelado su oferta cultural. El centro ha ampliado sus servicios ofreciendo una biblioteca de arte, una sala para videoconferencias o un espacio de realidad virtual.

La biblioteca de arte o artoteca incluye entre 200 y 250 obras especialmente orientadas a los jóvenes. Ante el auge definitivo de las videoconferencias y demás eventos virtuales a los que nos ha abocado la situación: la mediateca ha optado por crear una sala para videoconferencias para todo tipo de públicos (empresas y asociaciones incluidas).

Se trata de habilitar los espacios para que nuestra vida digital no se desarrolle solo en nuestros hogares o móviles: sino que merezca la pena moverse para desarrollarla también en la biblioteca. Puede que nuestra atención esté en Matrix pero nuestro físico en la biblioteca. De ahí que también hayan habilitado un espacio de realidad virtual. De ese modo los jóvenes (y no tan jóvenes) a través de los cascos de realidad virtual: podrán, por ejemplo, perderse en un cuadro de Van Gogh o visitar el Palacio de Versalles.

 

¿Qué es una canción? , ¿qué es una biblioteca? Versionémoslas las veces que haga falta. Es tiempo para experimentar, reinterpretar, arriesgar. Cada cual según sus capacidades y circunstancias. Salga lo que salga, prospere más o menos nuestra idea sobre lo que queremos para las bibliotecas: más raro que lo ya tenemos no va a ser.

¿Alguien podía imaginar un escenario más extraño que las salas de las bibliotecas llenas de catenarias delimitando circuitos cual puertas de embarque en un aeropuerto? ; ¿sillas y estanterías clausuradas con las cintas que se usan para acotar la escena de un crimen? ; ¿mamparas dificultando la comunicación entre usuarios y bibliotecarios? Después de esto la capacidad de nuestro público para aceptar lo insólito con total naturalidad estará más que ejercitada. Versionemos como hace la youtuber Hildegard von Blingin.

 

Lady Gaga en estilo medieval.

 

La youtuber toma su nombre de Santa Hildegarda de Bingen (1098-1179) una de las primeras mujeres compositoras. Y ha ganado relevancia en redes por versionar algunos de los hits más célebres de las últimas décadas al gusto medieval. Lana del Rey, Dolly Parton, Radiohead o Lady Gaga ya tienen algunos de sus temas adaptados a la instrumentación y modos de los cortesanos del siglo XII.

Esta ilustradora y diseñadora de películas es una entusiasta de la ficción histórica y de la fantasía de inspiración medieval. De su amor por la Edad Media y sus estudios de canto clásico nace su proyecto. Un proyecto que no se limita a versionar musicalmente los temas sino que modifica los textos para adaptarlos al tiempo que recrea.

 

 

Pero para cerrar este post sobre versiones musicales y bibliotecarias no nos quedamos en la Edad Media. Nos quedamos con una mirada diferente a un género algo menos clásico. Justo lo que pretendemos hacer con las bibliotecas: observarlas desde todas los ángulos posibles para descubrirles perspectivas insospechadas.

Lidia García, más conocida en redes como The Queer Caní Bot, se define en su perfil de Twitter como: «bollera, coplera y de clase obrera» Esta investigadora desarrolla su tesis doctoral en la Universidad de Murcia sobre estética kitsch, imaginario cañí y género en la cultural visual digital. Sus podcasts ¡Ay, campaneras! demuestran las infinitas lecturas que duermen en géneros muchas veces despreciados o siempre abordados desde los mismos puntos de vista. 

The Queer Cañí Bot disecciona desde el amor por la copla todo ese universo de pasiones desatadas, conservadurismo, marginalidad y papel cuché. Y con ello nos inspira a que hagamos otro tanto con las bibliotecas públicas. Esas folclóricas de la cultura que cada vez, afortunadamente, demuestran menos verguenza a la hora de mostrarse.

 

 

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Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Seis grados de separación bibliotecarios

Kevin Bacon se convirtió en los 90 en el nodo central del juego de salón basado en la teoría de los seis grados de separación. Unos estudiantes ociosos tomaron unas declaraciones suyas y lo convirtieron en el nombre a partir del cual establecer relaciones con otros astros de la pantalla. El fenómeno fue a más y ya se ha constituido como juego de mesa.

 

En Nómadas del conocimiento: bibliotecarios en busca de respuestas concluíamos que:

«Puede que el entorno y las circunstancias que separan a un profesional de la información de Wisconsin de uno de Madrid o Florencia aparenten ser muchas: pero si se observan de cerca las diferencias desaparecen.»

Por eso en este post, como se adivina por el título, indagamos en esos seis grados de separación que pueden separar a un bibliotecario de Texas de uno de Almendralejo o el Peloponeso.

La teoría de los seis grados de separación acumula ya un largo recorrido desde que en 1930 el escritor Frigyes Karinthy la planteara en una novela. Según este teoría cualquier persona de la Tierra está conectada con otra persona del planeta a través de una cadena de conocidos que no alcanza más allá de cinco intermediarios. Lo que sumaría en total unos seis enlaces.

 

En la biblioteca John J. Burns de Boston pusieron en marcha un juego de seis grados de separación rastreando en sus fondos. Tomando con punto de partida la ciudad de Boston consiguieron enlazar a la reina Isabel II con el director de la biblioteca. Todo en seis pasos.

Desde entonces algún que otro psicólogo, sociólogo, matemático y hasta la mismísima Facebook: se han empeñado en demostrar esta teoría de manera empírica. Pero la cosa ha quedado más en el ámbito de la cultura popular que en el de cualquier ciencia. Justo en el ámbito en el que mejor nos desenvolvemos en este blog.

En un gremio como el bibliotecario, probablemente, no sería demasiado complicado encontrar esos seis grados de separación. Pero nos ahorramos la demostración de la teoría. La biblioteca como concepto ya supone de por sí una proximidad que no es necesario medir por grados.

Desde el año 2002 el programa NAPLE Sisters Libraries lleva hermanando bibliotecas a lo largo del continente europeo. Un proyecto tan, o más consolidado, que el concurso de Eurovisión: pero sin alianzas por parte de los países del este para votarse entre sí.

Pero ajustemos el enfoque a casos concretos. Entre Soto del Real (Madrid) y Melbourne (Australia) distan 17309 km. Pero entre Juan Sobrino, bibliotecario del municipio madrileño, y Lisa Dempster, directora ejecutiva de participación ciudadana de las bibliotecas de Yarra Plenty: puede que los grados de separación no lleguen ni a 4.

El bibliotecario de Soto del Real porque, desde que empezó todo esto del Covid-19, ha sustituido sus visitas mensuales a las residencias de ancianos del municipio: por llamadas telefónicas, cada viernes, para narrarles un cuento. Y los bibliotecarios de Melbourne coordinados por Lisa: porque al tener que cerrar las bibliotecas por el confinamiento: localizaron a todos los mayores de 70 años, que eran socios de las bibliotecas, para llamarles y saludarles al tiempo que se ofrecían para prestarles ayuda.

Aquí citamos a Soto del Real o a Melbourne, como podríamos citar otras muchas bibliotecas que han puesto en marcha iniciativas iguales o similares. Los objetivos de las bibliotecas públicas varían poco en esencia: son las circunstancias e idiosincrasias propias de cada territorio y sociedad las que aportan los matices.

 

El bibliotecario de Soto del Real (Madrid) leyendo cuentos por teléfono. Foto: El País.

 

En la ciudad piamontesa de Ivrea (Italia) llevan15 años hablando de construir una biblioteca municipal, y entre tensiones políticas de unos grupos y otros: los cerca de 25.000 habitantes de la localidad siguen sin disfrutar de la nueva biblioteca. Mientras tanto, en Haiti, los estudiantes optaron por métodos más expeditivos al boicotear la inauguración por parte de las autoridades de la nueva Facultad de Ciencias humanas. Barricadas, hogueras y piedras para expresar su indignación por la corrupción política y la ausencia de una biblioteca.

Está claro que podríamos seguir rastreando puntos calientes a lo largo del orbe sobre la cuestión bibliotecaria. Proyectos, injusticias, sucesos o iniciativas que demostrarían, bibliotecariamente hablando, esos seis grados de separación. Puntos de conexión entre bibliotecarios en las antípodas geográficas que no en las profesionales. O en las puramente personales.

 

Es el caso de Jaber Abubaker, que trabaja como bibliotecario en el Al-Maktoum College of Higher Education de Hillside Drive (Escocia). El bueno de Jaber fue detenido por conducir envuelto en un nube de cannabis por carreteras de Dundee e Invergowrie. Según declaró a los agentes de la policía: los medicamentos que tomaba para la ansiedad se le quedaban cortos (¿estará a cargo de la sección para adolescentes en su biblioteca?). Francamente agobiado, Jaber, decidió a recurrir al cannabis.

En este caso no vamos a indagar en los grados de separación que lo unen con otros profesionales de bibliotecas en similares circunstancias. Tampoco es necesario entrar en detalles tan personales.

 

 

Hasta ahora hemos hablado de grados de separación geográficos: pero hay también de otro tipo. Por ejemplo, generacionales. En un reciente artículo publicado en ‘El País’ a cuenta del estreno de la última de Christopher Nolan, Tenet (2020), la película llamada a reflotar a los cines tras la pandemia, Jaime Lorite hacía una reflexión de lo más afilada:

» una guerra intergeneracional –los jóvenes concienciados pidiendo cambios a unos mayores que no vivirán para ver los efectos de su modo de vida insostenible [y] ahora es a los jóvenes (el futuro), entre quienes la covid-19 tiene una tasa de letalidad mucho más baja, a quienes se pide que sean responsables para proteger a sus mayores.»

 

En El ángel exterminador bibliotecario IV: alevines versus séniors suspirábamos porque los séniors aprendiesen de los jóvenes su falta de prejuicios a la hora de disfrutar de la cultura; y en sentido contrario: que los jóvenes aprendieran de los mayores a tener más referentes para que nos les vendieran lo mismo una y otra vez.

Si extrapolamos este versus al ámbito bibliotecario: no sabemos si los susodichos 6 grados de separación pasarán a 12 o 24. Pero el hecho es que el conficto intergeneracional en el gremio bibliotecario, que no en las bibliotecas, está en marcha desde hace tiempo.

Como hemos visto encontrar puntos de conexión entre profesionales del gremio no cuesta demasiado. Pero ¿pasará lo mismo entre los que ejercen como bibliotecarios en la actualidad y los que se están formando ahora mismo para, se supone, hacerse cargo de estas instituciones una vez se jubilen los que ejercen en el presente?

A este respecto, el curso 2020/2021 en la Facultad de Comunicación y Documentación de la Universidad de Murcia (UMU), incluye un nacimiento y un aviso de necrológica:

La atípica (en la carrera de Will Smith) y excelente película: Seis grados de separación (1993)

Como puede observarse en el cuadro de grados encuadrados dentro de las Ciencias sociales y jurídicas: el grado de Información y Documentación se encuentra en plenos estertores y, situado sobre él, cual recién nacido en la incubadora, luce el concebido para sustituirlo: Gestión de Información y Contenidos Digitales.

De ese modo se afianza la tendencia por extinguir los estudios que hasta ahora daban la formación necesaria para integrar las plantillas de bibliotecas, archivos y centros de documentación en las universidades españolas.

Tras años con faltas de ofertas de empleo público, con cierres de bibliotecas, y con una crisis económica galopante que ahora la pandemia promete espolear: ¿se puede hablar de relevo generacional al frente de las bibliotecas? Hace décadas que no se da.

Los becarios, los contratados en prácticas o cualesquiera otro ardid administrativo para contar con mano de obra barata que hayan sobrevivido a tanta purga: no entrarían en la categoría de alevín como no fuera en una federación de petanca.

Que los flamantes graduados en Información y Contenidos Digitales formados, en lo que se da en llamar ‘economía digital’: constituyan el relevo sería lo natural. Como advierten en el texto de presentación: ‘un título con una importante tecnificación pero enmarcado dentro del área de las Ciencias Sociales‘. Confiemos en que los estudios complementarios que requieran para enriquecer su formación no pierdan de vista a las humanidades. Al menos para los que se decanten por el Bloque B: Bibliotecas y archivos.

Sería el complemente adecuado para encontrar el equilibrio perfecto entre las generaciones de profesionales de bibliotecas que les precedieron, y que generalizando, perfilábamos hace dos años y medio en Biblioteca con subtítulos:

«Las plantillas bibliotecarias actuales se distribuyen a grosso modo: entre los licenciados en carreras de Letras que, en los 80, opositaron para bibliotecas como una solución a la falta de salidas profesionales a sus estudios, y que tras hacer un loable intento por actualizarse en destrezas informáticas, no lo compaginaron con una reinvención de lo que debía ser una biblioteca; y los diplomados/licenciados de los amenazados estudios de Biblioteconomía y Documentación, que surgieron en la década de los 90, y que recibieron una formación basada en conocimientos técnicos sin incentivar la curiosidad intelectual, y el perfil humanístico, que se requiere ahora para compensar tanta maravilla tecnológica vacía de contenido.»

Asistir al choque generacional que se producirá, en los próximos años, entre esos diplomados en los 90 y los millennials y posmillennials: aparte de resultar un espectáculo digno de guionistas que supieran estar a la altura (dará para una serie de Netflix por lo menos): vendrá a refutar la teoría de los seis grados de separación.

En el mundo bibliotecario más inmediato los seis grados de separación puede que de geográficos pasen a interestelares. Las distancias pueden ser insalvables pese a que la separación física no vaya más allá de los dos metros en los que nos está adiestrando esta pandemia.

Puede que las dependencias bibliotecarias terminen como la cantina de Star wars (la primera, es decir, la IV si lee esto uno de la generación Z): repletas de seres de distintos planetas. Sea como sea promete dar para una buena saga.

Y qué mejor final para superar cualquier grado de separación que la música. La directora y escritora Paula Ribó, bajo su seudónimo Rigoberta Bandini, nos deja este delicioso tema en spanglish para que cada cual le busque el sentido como cierre de este artículo sobre conexiones y distancias geográficas, generacionales y/o culturales.

 

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Nómadas del conocimiento: bibliotecarios en busca de respuestas

Viajando sin salir de casa. Maravillosa ilustración de Martin Tognola.

 

Para hacer un buen viaje es importante marcarse un itinerario. Pero para hacer un gran viaje lo importante es no ponerse destino. No vamos de Ulises. Pero si algo nos ha enseñado el trayecto que nos ha llevado desde Infobibliotecas hasta Knovvmads: es que perderse siempre trae recompensas. Durante las semanas de confinamiento que el mundo ha vivido por el COVID-19, los que teníamos conexión a internet, en mayor o menor medida, hemos ejercido de turistas accidentales.

En la novela de Ann Tyler, El turista accidental, su protagonista escribe guías de viajes para gente que no le gusta viajar. Turistas que transitan por ciudades, y solo quieren recrear lo que les es familiar, impermeables a cualquier encanto local. Justo lo opuesto a lo que aspiramos nosotros.

La Biblioteca Móvil Infantil de Mongolia lleva libros a comunidades de pastores nómadas del desierto de Gobi. Fotografía de Jambyn Dashdondog

 

Somos, y queremos, nómadas del conocimiento. Viajeros, desde nuestros dispositivos o a bordo de cualquier medio de transporte, que huyen de los lugares comunes porque aspiran a descubrir(se) horizontes nuevos. Pero ¿y si estamos condenados a ser turistas accidentales? Todo parece llevarnos a ello: la fragmentación de las fuentes, la inflación de oferta cultural e informativa no ha desembocado en una sociedad real del conocimiento. Si acaso de la evasión (y de las más tonta por cierto en la mayoría de los casos).

Cuando en 2017, el escritor Patrick Ness, se alzó con dos Carnegie Medals (galardones concedidos por los bibliotecarios británicos) hizo unas declaraciones que merece la pena recordar:

«librarians are tour-guides for all of knowledge» (los bibliotecarios son guías turísticos de todo el conocimiento)

Toda una responsabilidad la de ser guías de un continente tan inabarcable como es el conocimiento. Pero en la biblioteca del siglo XXI ¿queremos turistas o viajeros? O incluso más importante, como profesionales de bibliotecas: ¿somos turistas o viajeros?

 

 

En el portal de viajes TripAdvisor publican cada año un informe sobre las tendencias en viajes. Según el informe de 2019 el ranking lo coparon los viajes familiares, seguido por los viajes para aprender, que incluyen experiencias inmersivas; viajes de bienestar o relax; experiencias culturales y temáticas; actividades al aire libre; viajes deportivos o gastronómicos. El informe de tendencias del 2020 es presumible que arrojará un ranking harto diferente dadas las circunstancias.

Pero reparando en cuál fue el viaje con experiencia inmersiva que acumuló más reservas, al menos para los estadounidenses: ese fue un curso en una escuela de gladiadores (sic). Un 94% de las reservas fueron para aprender a convertirse en gladiador tipo Maximus en la película de Ridley Scott. Seguido por clases de salsa en San Juan, de surf en Sydney o de cerámica camboyana.

¿Dónde quedan las figuras de un Lawrence Sterne, un Alexander von Humboldt, una Ida Pfeiffer, un Lord Byron, un Henry James o un Stendhal, entre otros?

 

Escuela de gladiadores de Roma.

 

En el siglo XIX se desató un auténtico furor viajero. Los avances científicos, el colonialismo y la moda orientalista alentaron el deseo occidental por conocer mundo. Tras varios siglos de aventuras marítimas y terrestres en busca de nuevos mercados y continentes que esquilmar y anexionar: en el XIX, la ciencia, el conocimiento, alentaron muchas de esas aventuras. Un halo de romanticismo fijó el daguerrotipo que de esos tiempos nos hacemos. Pero que el bonito tono sepia no nos despiste de la verdad.

Las numerosas expediciones científicas de la Royal Geographical Society y demás Sociedades Geográficas, buscaban el conocimiento, sí, pero sobre todo el beneficio económico. Y ese ansia de conocimiento llevó aparejado numerosos genocidios, extinción de especies y sentencias de pobreza para muchos territorios.

Inmersos en un siglo que se atisba no menos apasionante que el pasado: más que nunca estamos impelidos a seguir viajando en pos del conocimiento. De un conocimiento que aporte beneficio económico, sin duda, pero no a costa de unos sacrificios que son insostenibles.

 

Viajeros europeos en torno a 1910 en Birmania. Fotografía tomada por Vincent Clarence Scott O’Conner perteneciente a la biblioteca de la Royal Geographical Society. 

 

El citado portal de viajes TripAdvisor ha servido para popularizar, aún más, conceptos como el de ‘economía de la reputación’. En su lado positivo: la opinión del consumidor como instrumento de control de la sociedad de consumo (mucho más inmediato que el voto que metemos en la urna cada cuatro años). En su lado negativo: barra libre para la maledicencia.

Afortunamente, bibliotecas y bibliotecarios, cotizan alto en la economía de la reputación ( no tanto en la de la popularidad): pero ahora más que nunca no hay que dormirse en los laureles. Aunque fueran los laureles del propio Julio César. Y esta referencia, aunque metida con calzador, no es del todo gratuita porque volvemos a esa Escuela de gladiadores que ostenta el record de reservas en el informe TripAdvisor 2019.

El conocimiento, por muy inmersivo que sea, no se obtiene disfrazándose de romano antiguo y emulando una película de Hollywood. En ‘Los pilares de la sabiduría’ de Thomas Edward Lawrence (aka Lawrence de Arabia) la Sabiduría lanzaba una llamada a los incautos para que visitaran su casa. Y es que ser incauto, no tener cautela, es muchas veces necesario para poder alcanzar, sino la sabiduría, sí al menos el conocimiento.

El filósofo Juan Arnau Navarro publicó hace unos meses un fantástico artículo sobre ‘Cosmopolitas sin salir de casa‘ en ‘El País’ del que extraemos este fragmento:

«Se puede ser cosmopolita sin salir de la biblioteca (Borges lo fue) y provinciano sin dejar de viajar.»

 

El último ensayo de Juan Arnau, reacciona contra el actual pensamiento algorítmico que tiende a la uniformización del pensamiento: reinvidicando la imaginación.

 

Todos, en algún momento, incurrimos en lo mismo. Somos como turistas accidentales que navegamos por internet buscando apuntalar nuestras creencias. Hostiles a todo lo que contravengan las ideas con las que partimos. La antítesis del conocimiento, vaya.

Por eso Knovvmads nace del deseo por ampliar horizontes pero con rumbo definido. Cuando más inciertos son los tiempos más imperativo se hace asegurar las velas para que la travesía sea exitosa. Y Knovvmads parte con unos antecedentes que disipan cualquier temeridad. El éxito, durante más de una década, de la empresa de servicios bibliotecarios Infobibliotecas son los avales para Knovvmads.

Se trata de situar a las bibliotecas, como centros culturales y sociales, al mismo nivel que el resto de industrias culturales. Si los espacios, servicios, profesionales, usuarios, productos y ofertas de las bibliotecas se han ido adaptando a las nuevas necesidades: los medios que reflejen esas nuevas realidades tienen que estar a la altura.

Puede que el entorno y las circunstancias que separan a un profesional de la información de Wisconsin de uno de Madrid o Florencia aparenten ser muchas: pero si se observan de cerca las diferencias desaparecen. Todos nos movemos con un único objetivo: indagar, de la manera más fidedigna posible, sobre el mundo en que nos movemos. Y en Knovvmads, como nómadas del conocimiento que somos, tenemos una ventaja.

La ventaja de contemplar el horizonte desde un mirador privilegiado: las bibliotecas.

Suscripciones a Knovvmads en este enlace.

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Ejército de salvación bibliotecario

 

Bibliotecarios voluntarios uniformados en París, 1919. Entre 1917 y 1920, durante la Primera Guerra Mundial, el Servicio de Guerra de la ALA estableció campamentos de apoyo bibliotecario y recaudó fondos. Fotografía de los archivos de la Universidad de Illinois.

 

Cuando Barack Obama, en 2013, centraba los esfuerzos de su política interior en montar un sistema de seguridad social para los estadounidenses: uno de los principales escollos fue cómo difundir la información a los ciudadanos. Conocer los detalles para formalizar el seguro médico requería de un auténtico ejército de colaboradores, en una de las campañas sociales más ambiciosas, que se había llevado a cabo en el país.

Cuando el Obamacare parecía una realidad.

En el caso del cuadragésimo cuarto presidente de los Estados Unidos, las bibliotecas, siempre han sido uno de sus escenarios favoritos. Para mítines, fotos de juventud o en la implicación personal en el desarrollo de su biblioteca presidencial.

Por eso, cuando se pensó en profesionales que pudieran reclutarse para la ambiciosa campaña informativa que conllevaba la implantación del Obamacare: se pensó en los bibliotecarios.

Los equipos informáticos, los espacios, y sobre todo, los bibliotecarios formados para asesorar en diversas cuestiones eran los mejores “soldados”. Y así lo entendieron las autoridades del país.

Obama señalando el complejo diseñado para albergar la biblioteca presidencial de su mandato.

 

Lo que vino después ya es otra historia. La del cuadragésimo quinto presidente que desmanteló el Obamacare; negó una pandemia que acumulaba miles de muertos, se ha negado a llevar mascarilla; y después la enarbola como símbolo de patriotismo. En fin, cuando llegué Kanye West a la presidencia, y Kim sea primera dama, puede que lo de Trump gane en coherencia.

Al Capone lloraba en la ópera, Hitler se emocionaba con Wagner, y Kanye West ha hecho discos tan geniales como My beautiful Dark Twisted. La sensibilidad no está reñido con la maldad, ni el talento, en el caso de West, con la estupidez.

Pero en el país del autor de esa joya que es My Beautiful Dark Twisted Fantasy (¿su oscura fantasía era la presidencia?): los bibliotecarios están acostumbrados a movilizarse por las razones más, en principio, ajenas a su juramento hipocrático bibliotecario. Si es que acaso existiera tal cosa.

En la crisis de opiáceos que lleva varios años sacudiendo el país, los profesionales de bibliotecas como la McPherson Square, en Filadelfia, se tuvieron que formar en la administración de naloxona: el fármaco al que recurrir ante intoxicaciones por consumo de opiáceos.

Y ahora, con los Estados Unidos convertidos en centro de la pandemia del COVID-19: uno de los recursos en esta crisis sanitaria vuelven a ser los bibliotecarios. El sistema sanitario de la ciudad de Phoenix está al borde del colapso: y los responsables políticos han tenido que recurrir a empleados públicos fuera del ámbito sanitario.

Sin departamento propio de salud pública, el alcalde de la ciudad, atribuye la falta de recursos al manejo de la pandemia por parte del gobierno federal. Nada que nos suene especialmente lejano. Pero ¿en qué pueden ayudar los bibliotecarios ante una situación así? Y no hablamos de proporcionar cultura a la ciudadanía. En Phoenix los han derivado básicamente para apoyo logístico. Ayudan a completar formularios médicos, dirigen a los ciudadanos que acuden a hacerse las pruebas, y ejercen labores de limpieza.

 

Unas tareas que conllevan un riesgo para unos profesionales que no están, ni tienen porque estarlo, formados para este tipo de funciones. En el artículo que la web Book Riot dedica a este asunto: denuncian abiertamente los recortes que se llevan haciendo en sanidad o bibliotecas, y en cambio no en policía, y que ahora se hacen especialmente evidentes. De nuevo algo que nos suena tristemente familiar.

Las autoridades californianas, en cambio, también han recurrido a los bibliotecarios, pero no como auxiliares de clínica improvisados. Han optado por aprovechan las habilidades de investigación y acceso a la información por parte del gremio para que actúen como rastreadores.

 

El bibliotecario Henry Stokes ha publicado un post en el blog de la Comisión de bibliotecas y archivos de Texas ‘photoshopeando’ algunos viejos carteles de propaganda durante la guerra para adaptarlos al mundo bibliotecario actual.

 

En nuestro país, según las últimas informaciones, contamos con 3.500 rastreadores cuando deberíamos de contar con más de 8.000 para poder controlar la epidemia. Básicamente se trata de personal sanitario el que desarrolla esta labor, profesionales de enfermería, concretamente. ¿Sería plausible una medida como la que han adoptado en California? Parece harto improbable. Por un lado, la vocación social, y por otro, la larga tradición activista del gremio bibliotecario estadounidense: hacen que resulte más fácil de movilizar y adaptar a una situación de estas características.

En cualquier caso, pareciera que el ejército de bibliotecarios debe batallar por su comunidad en los más insospechados frentes. Sólo hay que ver cómo siguen sobreviviendo, pese a los tiempos que corren, y en vez de perder usuarios, los ganan aunque sea en la distancia.

Ese juramento hipocrático bibliotecario del que hablábamos antes no suena tan fantasioso. Lo más difícil, como siempre, sería determinar las cláusulas de un compromiso que todos estuvieran dispuestos a acatar. Más leña al fuego del debate en torno a lo que es, o debería ser, un bibliotecario en el siglo XXI.

 

Henry Stokes adaptando, gracias a Photoshop, el mensaje de los carteles antiguos para los nuevos tiempos.

 

 

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Lectura de posos de café

El Roto, profeta donde los haya, dedicó esta viñeta a las librerías. Tanto vale para las bibliotecas.

 

Estamos en verano y lo habitual es pensar en viajes. Pero en este 2020 todo es tan extraño que mejor no soñar demasiado. El futuro es pura incertidumbre (palabra candidata a ser palabra del año si ‘coronavirus’ lo permite). Cabría preguntarse si los ingresos de videntes, taroritas y demás amigos de lo adivinatorio han engrosado sus cuentas a costa de la pandemia. Lo que está claro es que ninguno de los que se adornan de bolas de cristal y túnicas: supo leer las señales.

En cambio, Bill Gates, sí se supo leerlas. Y por eso algunos, que fueron amantes bandidos o ejercen de presidentes de universidades católicas: sospechan de él por sus tratos con el demonio. La tecnología es la nueva bola de cristal. Y los gurús tecnológicos nuestros oráculos. Por eso este post va dedicado una vez más a la la lectura: pero la lectura de los posos del café. Un arte adivinatorio más tradicional y, seguro que más respetado, por amantes bandidos y presidentes universitarios católicos.

 

 

Si se ha viajado a algún país escandinavo, y entre visita turística y monumento, se tiene el vicio de perderse en algunas de las librerías que salen al paso: probablemente se habrá topado con alguno de esos establecimientos cálidos que propician los diseños del norte de Europa. Esos locales en los que es posible hojear libros, mientras se degusta un café o se come algo de repostería; a ser posible frente a un ventanal lluvioso, que venga a completar el idílico momento.

La alianza café-lectura-escritura es ya un lugar común. Allá por el 2015, ¡qué tiempos!, un informe sobre bibliotecas en Inglaterra ya recomendaba que las bibliotecas copiasen a los coffee shop. Y como bien vimos en Cabaret bibliotecario: la cosa ha ido a más.

En nuestro país los cafés literarios son todo un clásico. En un reciente artículo del ‘ABC cultural’ se rememoraba el papel que los cafés literarios han tenido en la vida cultural madrileña. Un ejercicio de añoranza en el que está permitido recrearse.

 

 

Según un estudio de la Universidad de Granada, el valor antioxidante de los posos del café es hasta 500 veces mayor que el de la vitamina C;  y no necesitamos estudio alguno que nos demuestre los efectos antioxidantes que la lectura tiene para el cerebro. Quizás sea por eso que a esos quirománticos, videntes y demás faunas televisivas de madrugada, les da por la Cafeomancia o la Teomancia.

Y tampoco en este caso, necesitamos de estudio alguno que nos confirme: que fiar nuestro futuro a lo que nos digan los restos de una bebida, por saludable que esta sea: lo único que denota es déficit de lecturas provechosas.

Afortunadamente, la ilustradora Maria A. Aristidou le da un uso a los posos de café mucho más interesante y vigorizante para su talento.

Sus retratos dibujados con café le hicieron ganar fama en la red; y algunos de ellos nos sirven para decorar el salón de té que hemos montado en este post. El agente Cooper de Twin Peaks, Bob Marley, soldados imperiales de Star Wars o la carismática Daenerys Targaryen de Juego de tronos, son algunos de los personajes que gusta de retratar con tan aromática sustancia.

Pero los alérgicos a la cafeína, que no sufran, también tenemos té.

El escritor best seller Laxman Rao en su puesto callejero de té, con el muestrario de sus novelas en el suelo y una mesa

 

«¿Un salón de té?, ¿un salón de té? con esa mala leche un salón de té» que cantaban los Radio Futura en su clásico Paseo con la negra flor. Y no sabemos si mala leche, pero sí mucho carácter, y buena mano para el té con leche, es lo que ha demostrado tener Laxman Rao de Nueva Delhi. El vendedor de té más famoso de la capital hindú siempre tuvo un sueño: llegar a ser un escritor de éxito, y lo consiguió.

En su destartalado y célebre puesto de té callejero, Rao sirve su delicioso té con leche, y al mismo tiempo vende sus novelas en lengua hindi, que se han convertido en auténticos best sellers. El vendedor de té y escritor, fue un precursor de la autoedición muchas décadas antes de que Internet la convirtiera en la salida para tanto escritor aficionado, al que las grandes editoriales daban la espalda.

Hoy día, hasta Amazon India se enorgullece de poder distribuir la obra del vendedor de té superventas. Mientras Rao, fiel a sus infusiones, sigue sirviendo humeantes tazas de té en plena calle: al tiempo que atiende a los medios.

 

 

Según las recomendaciones más extendidas, el número de tazas de café aconsejables al día no debe de superar las cuatro. Pero como también entran en juego la variedad del café, así como el estado de alteración nerviosa del consumidor.

Escritores, músicos, cineastas, pintores, locos por el café, hay y habido muchos; pero tal vez el caso que ha llevado más al extremo esa relación sea el de la escritora canadiense Margaret Atwood. La autora de La mujer comestible, es una enamorada de los pájaros, y por supuesto del café.

«Ignoro por completo a los tés de hierbas, voy directamente a la verdad, al vil café. Nervios en una taza. Me anima a querer saber más»

 

La relación de Isak Dinesen con el café iba más allá de consumirlo. En la foto aparece con el personal de su plantación de café en Kenia

 

Y tanto es así, que en colaboración con la muy literaria marca de cafés Balzac’s, se lanzó al mercado la variedad de café Atwood Blend: una mezcla de granos procedentes de Sudamérica y Centroamérica que combina sabores a caramelo y cacao. Desarrollada en colaboración con la propia Atwood; la comercialización de esta variedad sirve para recaudar fondos para el Observatorio de Aves de la Isla de Pelee en Canadá.

 

Las bellos diseños para el café diseñado por Margaret Atwood

 

Pero la historia tras la marca de cafés Balzac’s, bien merece un inciso. Diana Olsen es la fundadora de esta marca de cafés, licenciada en Literatura francesa, fue en la universidad donde descubrió la pasión cafetera del prolífico autor de La comedia humana.

Hasta 50 tazas de café negro dice la leyenda que podía llegar a ingerir en un día, el genio de las letras francesas; no es de extrañar que en 20 años llegase a escribir hasta 85 novelas. El gran novelista del realismo francés del siglo XIX, defendía los beneficios que el café tenía para la creatividad: «el café es un gran poder en mi vida…que ahuyenta el sueño, y nos da la capacidad para ejercitar un poco más nuestros intelectos«.

Olsen tras graduarse marchó a París, dónde frecuentó los típicos cafés de la capital, y fue allí donde pensó en montar una cadena de cafés bajo el nombre de Balzac. En la actualidad la cadena Balzac es una de las más importantes en Canadá; y de las más estimulantes en su concepto y diseños (como los fantásticos pósteres que lucen junto a este texto).

Y del binomio escritores y café pasamos al de los libros y el café. En inglés, a los libros de gran, gran formato, imposibles de leer como no sea en un atril, o sobre una mesa, se les conoce como los coffee table books (los libros de la mesa del café).

Desplegar en un rincón de nuestro salón uno de los fastuosos tomos king size de la editorial Taschen, por ejemplo, puede tildarse de exhibicionismo cultureta. Pero sea por mero afán decorativo, o por sincero interés por la obra: para un amante del libro como objeto, el toparse con unos de esos monumentos impresos, es uno de los placeres equiparables al que provoca el aroma del café humeante en los café-adictos.

Carpeaux, las pin-up, Helmut Newton, Cartier-Bresson, Little Nemo, Caravaggio o el metalizado Sex de Madonna: obras XL para lucir en mesitas de café

 

La fotografía, el cine, la arquitectura, la pintura o la escultura suelen ser los principales asuntos que abordan estos mamotretos impresos a todo lujo. Y precisamente en Madrid se acaba de inaugurar la primera tienda Taschen en España. Ya sabemos que más de un bibliófilo, bibliotecario, biblioespecimen, en general, ya ha apuntado la visita a la exquisita librería para cuando se pueda viajar libremente (por verdadero placer) a la capital.

Mientras, consolémonos de la incertidumbre que nos depara este verano teniendo siempre cerca una taza de…… (que cada uno lo rellene con lo que mejor le viene en estas fechas): y un buen libro. Y para terminar un post que habla de cafés y libros: no podíamos dejar fuera el tercer elemento imprescindible en este tipo de establecimientos: la música. Música apropiada y con el punto justo de azúcar que no empalague.

 

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Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Sandokán hoy sería bibliotecario (bibliotecas siempre a flote)

 

El Tigre de Malasia, aka Sandokán, era un príncipe que se hacía pirata para vengar las afrentas sufridas por los invasores británicos. Con su barco, surcaba los mares del sudeste asiático, buscando venganza y justicia. Aunque, eso sí, decantándose en el terreno amoroso por una rubicunda inglesa antes que por una paisana.

Kabir Bedi, el Sandokán de la serie de los 70, uno de los culpables de que la frase: ‘queremos un hijo tuyo’ proliferase en los medios.

 

La historia, verídica, del secuestro que el capitán Richard Phillips sufrió en 2009 a manos de piratas somalíes.

Los piratas que aún surcan los mares de Indonesia poco tienen que ver con el romanticismo justiciero de las novelas de Salgari. Las redes de tráfico de armas, las  implicaciones con mafias con oscuros intereses políticos y conexiones con el terrorismo: hacen que la figura del pirata no haya manera de mitificarla.

Hoy día los piratas navegan a toda velocidad a bordo de lanchas cuyo mascarón de proa son potentes ametralladoras. Ningún viento mece las velas de los padekawang, la embarcación típica de la zona, en busca de aventuras con aires cortomalteses.

Pese a todo, los kapal padekawang sulawesi, que ese es el nombre completo de estas embarcaciones, siguen surcando las aguas indonesias cargándolas de romanticismo y cultura.

Sandokán luchaba por la liberar a sus compatriotas de la opresión de los colonos. Hoy, el intrépido pirata optaría por ejercer de bibliotecario y, a bordo de su embarcación, hacer llegar esperanza, en forma de libros, hasta los más reconditos rincones.

En Sulawesi del Sur, una exuberante y paradisíaca isla, han recuperado este barco tradicional gracias al programa Armada Pustaka Mandar. Dicho programa forma parte de una campaña cuyo nombre lo dice todo: Pustaka Bergerak. Es decir: biblioteca en movimiento. Y no hay nada que nos guste más que una biblioteca en movimiento.  La biblioteca padekawang arribó a tierra el pasado mes de diciembre cargada de libros para los más pequeños.

 

Las bibliotecas móviles indonesias del proyecto Pustaka Bergerak del emprendedor Mahammad Ridwan Alimuddin.

 

Los niños indonesios disfrutando de su botín recién llegado por mar.

Todo nace del empeño del escritor, periodista, documentalista y archivero Mahammad Ridwan Alimuddin. Él es el fundador de la biblioteca comunitaria Nusa Pustaka en el oeste de Sulawesi. Apasionado de la cultura marítima local, Mahammad, no dudó en lanzarse a la aventura de hacer llegar a bordo de este barco típico: un arsenal de libros destinados a promover la lectura entre los niños.

Empezó por relatarles los pormenores de su travesía, y una vez embelesada la audiencia: puso en práctica actividades en torno a la lectura. Recupera las raíces marineras para las nuevas generaciones al tiempo que fomenta la lectura. ¿Hay una manera más efectista de ganarse la atención de la audiencia que el animador a la lectura arribe en un barco antiguo tras surcar los mares del Sur?

 

El padekawang que atraca en cada puerto llevando lectura y alegría a los niños indonesios. Fotografía de Yusuf Wahil para ‘The Jakarta Post‘.

 

Siguiendo la carta de navegación de este post, cambiamos de latitud, pero seguimos a flote en torno a lugares únicos. Durante las primeras semanas del confinamiento con motivo de la pandemia una de las noticias que acapararon la atención, más allá de estadísticas de contagios y muertes: fue la de los efectos positivos de la paralización de la actividad humana.

Las imágenes de los canales de Venecia con el agua transparente y la vida marina retornando a la laguna: se hicieron virales. Habrá que ver por cuánto tiempo, una vez instaurada esta ‘nueva normalidad’, la transparencia de las aguas persiste en los canales. El tráfico fluvial se ha reanudado, y una parte de culpa en que las aguas anden más revueltas, la tiene el servicio de préstamo interbibliotecario.

Lo que en cualquier otro lugar suena a exótico en Venecia se recubre con el aspecto de lo cotidiano. La Red de Bibliotecas del Municipio de Venecia tiene en marcha un servicio con el que sueñan muchas redes de bibliotecas de nuestro país: el préstamo en red. De modo que los venecianos pueden disfrutar de los fondos de cualquiera de las bibliotecas de la red, gracias a un sistema de préstamo interbibliotecario, entre el centro histórico y las islas de la laguna.

 

En el palacio de Ca ‘Farsetti tuvo lugar la presentación del nuevo barco para el préstamo interbibliotecario que recorrerá los canales llevando y trayendo cultura. Que en la ciudad que alberga una librería tan pintoresca como la librería Aqua alta sea un barco el encargado de proveer de lecturas a sus habitantes: es hacer barrio, es hacer comunidad, en torno a la cultura.

Otra de las primeras reacciones que surgieron, al menos en suelo europeo, en las primeras horas de la pandemia: fue la revitalización del arcaico, pero vigente, debate norte y sur. Los países del norte opinando displicentes, e insolidarios como en el caso holandés, sobre sus vecinos del sur a cuenta de lo que sucedía en Italia o España. Un tiempo de descuento para terminar aplicándose el cuento cuando el avance imparable de la pandemia alcanzó sus territorios.

 

 

Por eso, no deja de resultar paradójico, que sea en el norte en donde este plácido y bello crucero sobre bibliotecas a flote que estamos haciendo: termine en naufragio. En la avanzada y admirable, en muchos sentidos, Noruega un barco emblemático para el ecosistema bibliotecario autóctono puede que acabe en el desguace.

La biblioteca flotante Epos, que ha recorrido los fiordos del condado de Vestland desde 1964, dejará de llevar libros a las poblaciones a orilla de los fiordos por decisión política. Según los informes en los que sustentan los responsables culturales para desproveer de lecturas, vía fluvial, a los pequeños más alejados de grandes poblaciones: ha sido el ahorro. Lo más irritante, por ser finos, es que la noticia se hizo pública la misma semana que, en Oslo, se inauguraba la espectacular biblioteca Deichman Bjørvika. Una maravillosa biblioteca, que obviamente, ha costado millones de coronas.

 

La espectacular nueva biblioteca de Oslo.

 

¿Por qué nos suena tan familiar? No lo del barco-biblioteca. Nos recuerda a tantos proyectos culturales faraónicos que dejaron temblando las arcas públicas, en nuestro pais, para infraestructuras culturales básicas como son las bibliotecas. En fin, mi reino por un titular.

Afortunadamente la cancelación de la veterana biblioteca flotante noruega no les está saliendo gratis mediáticamente. Periodistas, escritores, y por supuesto, lectores han elevado protestas ante la pérdida de un servicio que llevaba 60 transportando la lectura en los meses más crudos del invierno noruego.

Está visto que en la civilizada Europa el romanticismo casa mal con la eficiencia que exigen los nuevos tiempos. La ensoñación, la promesa de aventuras sigue asociada, al menos en esta crónica, a los paisajes de siempre: el exótico sudeste asiático y la eterna Venecia.

Y como empezábamos con aires aventureros y lejanos: cerremos con algo de música optimista. Que no perdamos el brillo en la mirada y que nadie nos robe el sueño de pensar que las bibliotecas, pese a piratas de todo tipo, siguen a flote.

 

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Escuela de pensadores, escuela de superhéroes

 

En la reciente miniserie Hollywood estrenada en Netflix, el ubicuo Ryan Murphy lleva hasta las últimas consecuencias lo que Tarantino, con un estilo totalmente opuesto: ha puesto en práctica en algunas de sus obras más recientes.

 

Tanto en Malditos bastardos (2009) como en Érase una vez…Hollywood (2019): el director de Pulp fiction le enmendaba la plana a la realidad. A Hitler lo asesinaban antes de que pudieran seguir con su locura; y Sharon Tate nunca murió a manos de la infame secta de Charles Mason. Murphy lo ha llevado un paso más allá con la historia del Hollywood clásico.

En su serie la ha convertido en un cuento de hadas en el que la discriminación racial, la homofobia o el machismo son vencidos gracias al empuje de un grupo de soñadores. Una manera de enmendar el retrato más lúgubre y reciente que de la meca del cine ha proyectado el aún humeante, y real, caso Weinstein.

 

Hollywood de Ryan Murphy: revisionismo naif de la meca del cine.

 

Estas revisiones happy flowers de historias reales no dejan de entrañar sus riesgos dada la confusión informativa en la que se mueven las nuevas generaciones. Se empieza aplaudiendo que se derriben estatuas de Cristobal Colón; y se termina creyendo que Hitler no tuvo que ser tan ogro cuando resulta simpático en Jojo Rabbit (2019).

En los últimos tiempos, a juego con la fiebre superheróica que vive la industria del cine estadounidenses, los superhéroes sirven para todo. Los superhéroes y la filosofía (Blackie Books); La física de los superhéroes; Dioses, héroes y superhéroes; En la mente de los superhéroes (los tres de Ma non tropo); o Los superhéroes y el derecho (Tirant Lo Blanch). La lista de obras de divulgación que recurren a los superhéroes para explicar la filosofía, la ciencia, la mitología, la psiquiatría o las leyes: no tiene trazas de agotarse.

Conforman la mitología más elaborada de la cultura popular de nuestro tiempo. Y pese a su maniqueo y, aparentemente, simplista discurso: su éxito tiene su explicación. Definirse como librepensador en nuestra época, más allá de la mera etiqueta, requiere de un esfuerzo superheróico: ante el machaque de discursos únicos con que nos martillean los medios.

Aunque en la historia de la evolución la humanidad ocupa un tiempo tan diminuto, al homo sapiens le ha dado tiempo para acumular tal cantidad de conocimientos, que para cada nueva generación ponerse al día, requiere de un esfuerzo propio de un superhéroe. Tal vez sea por eso que los grandes medios de masas (la televisión, ahora internet): se vuelquen tanto al entretenimiento de encefalograma plano, desperdiciando su potencial divulgativo.

 

Por eso resultan prometedoras iniciativas como la de la londinense School of life que dirige el escritor, filósofo y bloguero Alain de Botton. El que, con motivo de su fundación, declarase que «la vida es demasiado corta para leer libros malos«.

La Escuela de la Vida es un organización con numerosas sedes que pretende ayudar a las personas a encontrar la perspectiva necesaria para afrontar la vida. Ahí es nada. Podría sonar a autoayuda de la barata. Pero lo cierto es que el material didáctico que realizan, con todas las críticas que se quieran hacer: resulta práctico para según qué conceptos.

 

Colección: Lecciones de vida de…., en la que se extraen reflexiones de filósofos útiles para diferentes aspectos de la vida. Editada por la Escuela de la Vida.

 

Las ideas más complejas se escenifican en vídeos animados de pocos minutos, con los que cualquier neófito en la materia puede hacerse una idea del pensamiento de figuras claves de la cultura occidental.

Desde la neurociencia, la teología, la filosofía moral a las teorías feministas; los vídeos ayudan a hacerse una idea rápida.

Que a los más academicistas es probable que no termine de convencer, dada la obligada sintetización de contenidos. Pese a las objeciones que puedan hacerse: acercar la historia de las ideas a las generaciones abducidas por lo audiovisual: es siempre un logro.

Este didactismo es precisamente al que deben volcarse las bibliotecas públicas en la actualidad más que nunca. Se dice desde hace mucho que las bibliotecas deben ser creadores de contenidos. Nadie mejor que los, bien adiestrados, profesionales bibliotecarios, para sintetizar los conocimientos, y servirlos de manera ágil, interesante y amena.

 

 

Sin referentes no somos nada. Por eso, engalanamos el post con la obra del fotógrafo Sacha Goldberger, que revistió a los superhéroes con aires de respetabilidad cultural. Sus retratos, al modo del siglo XVI, hacen que estos símbolos de la cultura de masas hollen, una vez más, las señas de identidad de la alta cultura.

Y cerramos con el reader’s digest en movimiento sobre el concepto de ‘amor fati’ de Nietzsche. Afortunadamente está subtitulado al castellano para que nadie se pierda nada. El filósofo alemán sostenía que los alumnos aprenden por repetición mientras no comprenden: cuando comprenden pasan al nivel siguiente. Si los superhéroes, y los vídeos tipo School of life, sirven de apoyo para saltar al nivel siguiente: bienvenidos sean.

 

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