El veraneo, entendido como un tiempo de asueto y relax en algún enclave natural: remonta sus orígenes al siglo XIX y a los monarcas europeos. Algo difícil de creer si atendemos a los vídeos de jubilados corriendo en Torrevieja sombrilla en ristre a la conquista de un rectángulo de arena.
El rey Alfonso XIII y su esposa Victoria Eugenia serían los grandes propulsores de Santander, a principios del siglo XXI; o el rey Jorge IV de la ciudad británica costera de Brighton; la reina María Cristina de San Sebastián o la única familia que podría calificarse como real de los Estados Unidos, los Kennedys, poniendo en el mapa del veraneo exclusivo a la localidad de Martha’s Vineyard. Últimamente, los ricos, parecen decantarse más por el turismo espacial. La Marbella del siglo XXI, por diferentes motivos, puede que tenga una atmósfera tan irrespirable como la de Jesús Gil.
Pero para sentirse parte de un club exclusivo ya no es necesario reservar suite a 900 euros la noche en el hotel Martínez de Cannes. En realidad, la exclusividad, en la actualidad pareciera consistir más en no hacer que en hacer. Según el Barómetro Jóvenes y Tecnología 2021 que lleva a cabo el Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud: el 2020 ha provocado un verdadero empacho digital entre las generaciones más alienadas por las nuevas tecnologías. Aunque estamos incurriendo en una segmentación de lo más injusta. El Barómetro se centra en adolescentes y jóvenes pero la alienación tecnológica atañe, prácticamente, a cualquiera sea cual sea su edad.
Durante este año y medio de pandemia el espacio del ocio se ha mezclado con el del trabajo de manera inesperada y agobiante hasta para los más proclives a lo digital. Por eso, no es de extrañar que hasta un 47% de los jóvenes afirmen desear la desconexión digital. Ni mucho menos en sentido absoluto sino más bien gestionar/administrar mejor los tiempos para vivir también en modo offline.
A riesgo de resultar reiterativos y cansinos volvemos a subrayarlo una vez más: las bibliotecas tienen una oportunidad única para atraer esa necesidad de «vida real». Bibliotecas como centros de desintoxicación digital. Llevamos años, cuando no décadas, insistiendo sobre la reconversión de las bibliotecas públicas en centros sociales; en centros culturales que «deformen» la estrecha horma con la que tantas veces se las constriñe.
En la Red de Bibliotecas Públicas de San Javier (Murcia), en agosto de 2020, lanzaron al respecto una declaración de intenciones mediante una Terapia de Desconexión Digital en forma de mochilas. Inmersos en la tercera ola del Covid era imposible plantearse «vender» a las bibliotecas como centros sociales en torno a la cultura. Pero estas terapias sonaban a deseo de tiempos mejores que, a tenor de que un año después seguimos nadando en sucesivas olas pese a las vacunas: veremos a ver si se concretan en un otoño más prometedor.
En todo caso, las Terapias de las bibliotecas de San Javier, nos tienen ganados por haberse inspirado para una de ellas en uno de los posts más queridos de este blog: La arruga es subversiva.
Pero retomando esos veraneos aristocráticos con los que iniciábamos el post. En el artículo Saber desconectar del Especial Tecnología de ‘El País’ mencionaban el concepto de aristocracia digital:
«Un aristócrata digital no se distingue por su pedigrí […] no es un mandato genético. Usted puede estudiar, aprender cómo funciona este mundo y, con un poco de empeño, convertirse en uno de ellos.»
En el pasado las clases menos favorecidas aspiraban al lujo y esplendor de la aristocracia. Será cuestión de mirarse ahora en los que ostentan el poder. Ya hemos hablado más de una vez de la estricta dieta digital a la que los popes de la tecnología someten a sus vástagos. Si en tiempos no tan lejanos las aspiraciones de progresar emulando a las élites pasaban por las figuritas de Lladró, la casita en la costa o el suelo de parqué. Hoy, esa emulación pasa por apagar los dispositivos.
El exquisito y esteticista director italiano Luca Guadagnino se debería plantear revisionar El Gatopardo a la luz de los mundos en desaparición a los que nos está llevando la tecnología. El príncipe de Salina bien podría ser interpretado ahora por un Burt Lancaster revivido a través de la tecnología del deep fake y pronunciar su famosa máxima: «todo tiene que cambiar para que todo siga igual» con voz metálica y robótica.
La aristocracia no es disponer de la última versión lanzada por Mac, ni tan siquiera de la tecnología más puntera y vanguardista. La aristocracia digital consiste en poder permitirse ser dueño de tu tiempo. Poder administrar y controlar el uso de las nuevas tecnologías. Da igual que sea en Saint-Tropez que en Benidorm. Algo en lo que más de uno estamos. Buscando con afán salir del proletariado digital que te exige entrega en cuerpo y alma las 24.
En este blog a partir de hoy vamos manejarnos cual marqueses, condes o príncipes. Tanto nos da el escalafón nobiliario. Vamos a poner en práctica uno de los mayores lujos que puede uno permitirse en estos tiempos: dedicarnos a la vida offline. Quien salga el último que apague, por favor. Nos vemos en septiembre. ¡Feliz desconexión!
About Vicente Funes
Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com