Lecturas en el gotelé

 

No solo los políticos. De todos, con mayor o menor intensidad, quedará un retrato de lo que hemos hecho, sentido y vivido durante estos tiempos de pandemia. Sea público o a nivel privado. Cuando esto pase, si hemos aprendido algo en positivo, individual o colectivamente: ya será otro cantar.

 

Pero también muchas empresas están aprovechando para retratarse, en sentido positivo, en tiempos tan inciertos. Y si hay un sector empresarial que está fortaleciéndose, aún más, ese es de las grandes plataformas de telecomunicación. ¿Qué sería de este confinamiento sin el acceso a las tecnologías de la información? Una suerte vivir una pandemia en tiempos de Internet…para quien tiene acceso a Internet, claro.

Mucho, y poco al mismo tiempo, se está hablando de la brecha digital. Compañías como Telefónica, Cisco, IBM o Vodafone han lanzado campañas para facilitar la conexión a estudiantes con pocos recursos y otros colectivos desfavorecidos. Vodafone ya forró las paredes de las escuelas rumanas hace cinco años con bibliotecas digitales.

 

Pared empapelada por Vodafone en una escuela rumana.

 

La empresa empezó con este proyecto con motivo del Día Internacional de la Alfabetización. Se empapelaron los pasillos de los colegios rumanos con estanterías unidimensionales. Los estudiantes pueden descargarse los libros gracias a códigos QR.

Pero no sólo las escuelas, también en centros comerciales, estaciones de tren o autobuses: la compañía empapeló las paredes.  El siguiente paso, iba a ser permitir que los propios usuarios diseñaran los papeles con libros de su elección. Así luego podrían empapelar hasta las paredes de sus hogares.

Lo que no sabemos es si estos papeles servirán para forrar los libros de texto y las carpetas de adolescente, todo un clásico de instituto. Sería todo un invento: llevar la biblioteca a cuestas impresa en la carpeta del colegio. Aunque mucho nos tememos que sería moda pasajera, tras la novedad, emergerían cual caras de Bélmez los rostros de Bad Gyal, Justin Bieber, BTS o el ídolo de masas púberes del momento.

 

La ‘SuperPop’ y sus pósteres: un clásico para forrar carpetas en los 80.

 

Repulsión (1965) de Polanski: una película muy apropiada (o todo lo contrario) para un confinamiento. ¿Tenía gotelé el apartamento de la protagonista?

No sabemos cómo cotiza el gotelé en los hogares rumanos en estos tiempos. Pero es más que probable que tras estas semanas de encierro: se tomen muchas decisiones sobre la decoración de los hogares. Y es más que probable que, si acaso la economía lo permite, el gotelé tenga los días contados.

Ni los que viven solos tendrán el consuelo de esas paredes rugosas para aliviar los picores repentinos en la espalda. Ni nadie instruido en la lectura en Braille, podrá recrearse en los crípticos mensajes que escondían las paredes.

Desde que las caras de Bélmez demostraron que los suelos (y quien dice suelos, dice paredes) podían enviarnos mensajes: todo nos llevaba al gotelé, y su infinito poder para sugerir formas. Paredes proletarias o pequeñoburguesas, puede, pero repletas de historias para quien acierte a levantar la mirada de las pantallas.

Las paredes lisas y la resurrección del papel pintado, han terminado por darle el toque de gracia. La burda, pero eficaz, pericia del gotelé para disimular defectos, no tiene cabida con las superficies aceradas y asépticas que exige lo digital.

Y no deja de ser paradójico, porque si algo no está dejando claro esta crisis, es lo defectuosos y vulnerables que somos como especie.

 

Las caras de Bélmez: un clásico de lo paranormal cañí.

 

«Las caras de Bélmez quisieron hablar, la prensa amarilla las hizo callar sin más…» que cantaban Alaska y Dinamara en uno de sus temas más esotéricos. La pareidolia o fenónemo psicológico por el cuál un estímulo difuso es percibido erróneamente como una forma reconocible, tenía un campo abonado en el gotelé; pero parece ser que pese a nuestros augurios catastrofistas, también pervive en lo digital.

Algo tan siglo XXI, tan digital, aséptico y alejado de la España profunda de Bélmez (y del gotelé) como los Google Maps, llevan años registrando «caras» en la geografía terrestre. Tanto es así, que hasta existe una web, Google Faces, que reúne algunas de las formas más caprichosas de la naturaleza a la hora de semejar señales de las que tanto gustan en programas tipo Cuarto Milenio.

 

En estos días vemos muchas imágenes de ciudades vacías. Pero ¿cómo se verá realmente el mundo sin nosotros? Sin necesidad de agudizar la vista, los libros, sea leyéndolos, o esculpiéndolos, como hace el artista sudáfricano Wim Botha al que dedicamos la galería en este post: siempre nos desvelan mil formas e ideas en las que recrearnos.

¿Se nos quedará realmente Facebook (cara de libro) después de esta pandemia? ¿Qué resultados arrojarán las estadísticas de préstamos de bibliotecas? ¿Cómo se verán de alteradas las cifras del Barómetro de Lectura y compra de libros de la Federación del Gremio de Editores? Hay gráficos que nos angustian cada día. Los de la evolución del Covid-19. Y solo queremos verlos decaer, derrumbarse, hasta llegar a 0. En cambio, otros nos alegran los días: los gráficos de los préstamos digitales de bibliotecas. 

Que cuando todo esto acabe, las curvas de esos gráficos, no dejen de crecer y crecer. Será señal de que después de esta pandemia, al menos culturalmente, algo habremos sacado en positivo.

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Arquitectura de un confinamiento cultural

 

No deja de resultar paradójico que sea precisamente un virus el que nos haya abocado a lo digital con más fuerza que nunca. La supervivencia informativa, cultural, comunicativa y asistencial depende más que nunca de la tecnología. Por exceso, la hiperconexión contínua, o por defecto, en aquellos casos en los que la brecha digital se está evidenciando más que nunca.

 

El virus LSD

 

El Covid-19 es un virus que afecta a seres vivos. Pero las huellas que va a dejar en el mundo digital y, por tanto, en la cultura: también condicionará nuestra relación con la tecnología.

La frivolidad/maldad a la hora de compartir informaciones falsas: se ha revestido de un halo aún más grave del que ya tenía. Pero lo más siniestro de todo han sido los ciberataques con el virus NetWalker a sistemas informáticos sanitarios. ¿Qué mentes enfermas pueden haber detrás de algo así? Humanos y máquinas estrechando lazos a través de nuestra vulnerabilidad. Una conexión hombre-tecnología a través de sus virus.

 

El virus Crash

 

Pero, en realidad, esa conexión existe desde hace mucho. En The Malware Museum se recopilan algunos de los virus malignos que se propagaron por los PC, de todo el mundo, allá por los ochenta y los noventa. Algo así como entrar en el historial médico de la informática.

Antes de que los troyanos, los Conficker o los Netsky fulminasen discos duros, existían virus con nombres como Crash, Virdem o Marine: que descubrieron que las máquinas podían enfermar y contagiarse. Gracias a este museo, es posible no solo repasar cómo eran estos achaques cibernéticos, sino además, experimentarlos en nuestros equipos sin peligro de contagio.

 

El virus Virdem

 

 

Tras la irrupción de Internet, salvo que tengas un Mac, la obligatoriedad de la profilaxis informática vía antivirus, se hizo obligada: demostrando que la supuesta perfección mecánica tampoco existe. Hal 9000 o Roy Batty ya nos lo vaticinaron en sus respectivas películas.

En 2016, dos investigadores en computación interactiva del Instituto Tecnológico de Georgia (Estados Unidos) diseñaron el sistema Quixote. Uno de los proyectos pioneros, a través del cual, los robots podían aprender valores humanos a través de la lectura. La idea no podía ser más simple: la lectura sirve a los niños para socializarse, empatizar y asimilar comportamientos y valores. Así pues, ¿por qué no han de servir para que los robots avancen en su inteligencia gracias a fábulas y cuentos?

 

 

Como señalaban los investigadores, la comprensión de las historias por parte de los robots podría eliminar cualquier riesgo psicótico. Y, de ese modo, hacerles cumplir la primera ley robótica formulada por Asimov: «un robot no hará daño a un ser humano, o por inacción, permitir que un ser humano sufra daño«. Cuatro años después, un inconveniente de lo más simple, se ha cruzado en el camino: el noveno arte.

Según otro estudio, pero en esta ocasión, de unos investigadores de la Universidad de Marylan, la IA no entiende los cómics. Tras cargar en la memoria de la IA más de un millón de viñetas: la máquina no era capaz de interpretar la secuencia de lectura que rige el lenguaje de los cómics. Nosotros, tras el post Bibliotecas para imbéciles, no podemos más que acordarnos del ministro ruso de cultura cuando pronuncio su famosa frase en la última Feria del libro de Moscú: «leer cómics es para imbéciles«.

 

13 Rue del Percebe+Biblioteca Regional de Murcia = un cruce que cobra un doble sentido en estos días y en este post.

 

Suena tendencioso dicho por quien esto firma, y lo es, pero otra razón más para promover la creación de comictecas en las bibliotecas públicas. Como decía, hace unos años, el Premio Nacional de Cómic, Pablo Auladell: «La ilustración se ha convertido en el elemento diferenciador del producto libro de papel frente al libro digital«.

Otro interesante ensayo sobre arquitectura y viñetas.

Y es que en la dieta cultural de estos días los libros y las películas copan el protagonismo en las ofertas digitales que ofrecen las bibliotecas públicas.  Pero los cómics, pese a que están igualmente disponibles en modo digital, no terminan de implantarse con tanta fuerza entre los lectores.

Es curioso que lo digital, que tan buen maridaje hace con lo audiovisual, no termine de convencer en lo que a los cómics se refiere. La composición de una pagina, más allá de las viñetas aisladas, imprime una orientación, una línea visual a la que se habitúa con facilidad el ojo humano. Y que, en cambio, parece que desorienta a las máquinas.

La arquitectura de las viñetas que se titula un estupendo ensayo de Rubén Varillas que ahonda en las diferencias entre el lenguaje del cómic respeto a los del cine o la literatura. Colmenas narrativas, que aisladas unas de otras, pierden sentido: pero que unidas dan sentido a la historia. ¿Cabe representación más potente para el momento que estamos viviendo?

El virus nos aísla pero también nos une. En los cubículos de nuestros hogares, en los recuadros de las videollamadas, en nuestras ventanas, en nuestros balcones…Y gracias a la cultura, bibliotecas mediante, hace que nos sintamos algo menos solos. Protegidos en nuestra fragilidad.

 

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Tiempo estimado de lectura

 

«¿qué es lo más valioso que las bibliotecas pueden ofrecer al público? Algo obvio una vez dicho lo anterior: simplemente tiempo.»

 

Esto decíamos en este blog, hace tres años y medio, en el post El tiempo en nuestras manos. Ciertamente la gestión del tiempo sigue siendo una necesidad, una exigencia: pero de manera harto distinta a como la planteábamos entonces. Ahora puede que lo más valioso que pueden ofrecer las bibliotecas sea precisamente eso que tanto hemos desprestigiado en ocasiones: silencio.

No en las bibliotecas en sí, que están sumidas en el silencio de la casa deshabitada: sino en las redes. «And now my life has changed in oh so many ways» (Ahora mi vida ha cambiado tanto) que cantaban The Beatles mientras pedían auxilio en Help! Un himno que podría ser el equivalente global al Resistiré de nuestro Dúo Dinámico.

Puede que Bill Gates sea el Paul Mccartney del mundo digital: el aburguesado, el conservador. Pero por muy de cool que fuera Steve (Jobs) el Imagine del mundo digital lo compuso Bill. Windows, visto lo visto, resulta un nombre mucho más visionario que Apple o Mac. Todos estamos asomados a las ventanas, salgamos o no a las 20 horas a aplaudir; estamos rodeados de ventanas por todas partes. En el portátil, en la televisión, en el móvil, en la tablet.

 

Bill Gates en la charla TED que dio en 2015 y en la que vaticinó el riesgo de una próxima pandemia.

 

Y ante la ingente cantidad de noticias, recuentos desalentadores, datos deprimentes, manipulaciones, verdades sesgadas, mentiras, bulos y maldades sin tapujos: las que siguen proveyendo de un tiempo propio: son las bibliotecas a través de sus servicios digitales. Ahora más que nunca proveen de silencio, del silencio necesario para leer, ver una película o escuchar música. Eso sí, la manera en que cada uno negocie el silencio doméstico con el resto de habitantes del hogar, es un asunto, en el que las bibliotecas no tienen competencia.

Precisamente en ese post de El tiempo en nuestras manos hablábamos del flamante estreno de la plataforma eFilm en el municipio de Torrelodones. Tres años y medio ya. Y en poco menos de un mes de estado de alerta ¿cuánto se habrán incrementado las estadísticas de uso de la plataforma? Esta soberanía cultural, esa capacidad de elección es de lo poco que queda cuando nuestra movilidad está condicionada al máximo por ley.

Y en estas circunstancias la estimación del tiempo de lectura aplicado, cual posología a los textos, pierde todo el sentido ¿quien necesita que le administren las lecturas cuando el tiempo corre vertiginoso en datos pero tan exagerantemente lento en nuestros encierros?

Los tochos, si enganchan, ahora, son más deseados que nunca. Como las series o las películas de tres horas y media. Pero dejemos esto antes de que parezca una justificación encubierta de lo laaaaargos que son los posts en este blog. Quedémonos con lo que dijo la crítica de arte, comisaria de exposiciones, autora de cómics y baterista la estupenda Mery Cuesta:

«Mantengamos vivo el espíritu antisistema de hacer cosas inútiles y dejar escapar el tiempo entre las manos»

Lo único antisistema que se puede hacer cuando se está confinado es, precisamente, dejar escapar el tiempo entre las manos. Rentabilizar el tiempo, someterlo a las mismas exigencias de cuando éramos libres: es una claudicación que no deberíamos permitirnos. Sale más a cuenta salir fortalecidos culturalmente de esta crisis que el que se nos arruine la operación bikini.

Por muchas previsiones que se hagan no sabemos qué panorama nos espera cuando finalmente superemos esta situación de emergencia. Qué va a cambiar realmente en nuestros quehaceres cotidianos. Por el momento tan solo podemos observar, y más importante: observarnos. El gran patio comunal repleto de ventanas que nos rodea estos días está repleto de imágenes curiosas.

El monumental ensayo gráfico que Daniel Torres hizo sobre la evolución del hogar a lo largo de la historia podría sumar un nuevo capítulo tras el Covid-19.

La Mediateca de Mirecourt (Francia) publicó una infografía recopilando todas las acciones que iban a desarrollar a través de teletrabajo al cerrarse el centro. Fuente: ActuaLitté

De repente hemos irrumpido en hogares ajenos. El voyerismo digital ha alcanzado otra dimensión. Nos asomamos a las porciones de intimidad de periodistas, científicos, políticos, artistas… Y esos encuadres que eligen para que les sirvan de decorado en ocasiones resultan de lo más elocuentes. De hecho, incluso a veces, dicen más que lo que están diciendo a través de sus palabras.

My house is out of the ordinary‘ (Mi casa está fuera de lo ordinario) que cantaban los Talking Heads, Y ahora más que nunca estamos rodeados de talking heads por todos lados.

Cabezas parlantes que, en muchos casos, eligen de fondo a sus bibliotecas personales para revestirse de ¿interés? ¿autoridad? ¿conocimiento? ¿prestancia? Lomos de libros de papel para enmarcar sus interesantes, intrascendentes o convincentes discursos. ¿La cultura como ornamento? o ¿la cultura como salvavidas ante la incertidumbre? Tanto da.

Lo que queda claro es que la cultura, pese a los que tildan de titiriteros a muchos de los que se dedican a ella, se ha convertido en necesidad, en artículo de primera necesidad para la supervivencia mental. Y en medio de tanta mala nueva es una buena noticia.

En estos días muchas bibliotecas están dando la talla esforzándose por llegar a los ciudadanos de las maneras más ingeniosas. Pero no hay que agobiarse, no hay que rendirse sin más a esa nueva esclavitud del siglo XXI que es el teletrabajo: hay mil distracciones. Es inútil dejarse la piel en descollar en medio de tanto frenesí digital.

 

La invasión de las cabezas parlantes.

 

El 29 de marzo fue trending topic durante unas horas el hashtag #Confinamientolector y a más de un bibliotecario se le caería la lagrimita de emoción. La calma juega a favor de las bibliotecas. Lo más valioso que las bibliotecas siguen ofreciendo ahora es tiempo y silencio: los requisitos necesarios para disfrutar de la cultura en casa. Ahora más que nunca que le den a las apps que miden el tiempo estimado de lectura.

Solo hay una oportunidad que sería una pena desperdiciar: conseguir que más ciudadanos descubran todo lo que ofrecen las bibliotecas. ¡Qué oportuna sería ahora esa campaña por parte del Ministerio de Cultura dando publicidad a las bibliotecas de la que hablábamos en Se vende biblioteca! Mientras tanto sigamos en casa rodeados de cabezas parlantes pero gestionando nuestros tiempos.

 

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Autocorrector bibliotecario

 

En estos días el autocorrector se ha convertido en una inesperada metáfora de nuestro tiempo. ¿Cuántos entrecejos contraídos estará provocando la aletoriedad del autocorrector al corregir los millones de WhatsApp que circulan? A todos, y a todo, nos están aplicando el autocorrector en estos días.

 

 

Un ensayo exprés para tiempos exprés.

Autocorrector linda con autocorrectivo. Tenemos que corregir hábitos, comportamientos, planificaciones, y puede que, hasta planteamientos de vida. El escritor superventas Paolo Giordano ha cogido la delantera, en plena cuarentena mundial, para erigirse como el primero en publicar un libro sobre la crisis del coronavirus. Puede que el mundo se haya parado, pero la urgencia oportunista por subirse a los carros que pasan: no.

La necesidad de cambiar hábitos, de replantearnos cómo se organiza nuestro mundo. Un discurso que se repite en artículos y reflexiones de insignes, y no tan insignes, firmas. Pero el caso es que las formas (seis días ha tardado Giordano en escribirlo) no parecen predicar con el ejemplo. Hemos levantado el pie del acelerador a la fuerza, encerrándonos en nuestras guaridas: pero nuestras vidas digitales corren, invaden y se aceleran con más fuerza que nunca.

En No tengo Facebook, Twitter ni Instagram: el desgarrador testimonio de una biblioteca en directo: citábamos el ensayo de Remedios Zafra: El entusiasmo: precariedad y trabajo creativo en la era digital. Y ahora, no solo los creadores, todos estamos sujetos a la esclavitud del teletrabajo. Se derribaron todas las barreras de la intimidad que antes eran coto de concursantes de realities televisivos. No hemos terminado de engullir la tostada y el café cuando ya le estamos dando al botón de encendido del portátil casero.

 

En la cuenta de IG Postales de cuarentena se publican postales simulando viajes por los rincones de nuestros hogares. Hay otros mundos pero están en nuestro hogar. El publicista Álvaro Palma y el ilustrador Álvaro Bernis están detrás de esta idea. Dos proveedores de mundos, como las bibliotecas, para este encierro.

 

Se impone la necesidad de replantearnos el funcionamiento de las cosas; de valorar lo importante. Y asistimos a esos propósitos de enmienda en medio de un fuego cruzado de ofertas culturales, promoción de servicios y altruismos varios que dejan poco tiempo para esa reflexión y sosiego de la que tanto nos hablan.

Como dice César Rendueles en ‘Babelia‘:

«si alguien que nunca hubiera oído hablar de la pandemia, observara mi cuenta de Twitter estos días, probablemente llegaría a la conclusión de que “coronavirus” es el nombre de alguna clase de corriente artística caracterizada por la bulimia cultural.»

Atiborrándonos de entretenimiento y cultura como sucedáneos de la vida que se nos ha estancado. Pero que en realidad nunca tuvimos. Y las bibliotecas, frenéticas hormiguitas, aplicándose para no perder la oportunidad. Habrá que rendir cuentas ante jefes y usuarios. En Bibliotecas en los balcones hablábamos de que era el momento de fomentar la labor prescriptora de los bibliotecarios como profesionales de la cultura que son. Pero ¿quién prescribe a los prescriptores?

Automedicarse está muy mal visto. Pero autoprescribirse lecturas, películas y música no contraviene ningún mandato de la OMS ¿Por qué no computan como horas de teletrabajo las lecturas, películas vistas y música escuchada en este encierro? Si hay que poner en valor más que nunca el papel de intermediarios que desempeñan los bibliotecarios entre la enorme oferta cultural y los usuarios: ¿no tendrán que saber de lo que hablan para poder ofertarlo?

 

 

Estado de excepción cultural: funcionarios leyendo, viendo cine o escuchando música como trabajo. ¿Hace falta más leña para ciertos discursos? Si transigimos con una app que reinterpreta, corrije y distorsiona nuestras palabras: ¿porqué también vamos a ceder la soberanía de corregirnos a nosotros mismos? En estos días al escribir un blog, como éste sin ir más lejos, hay que cuidarse mucho de que no parezca que estás leyendo la cartilla. Pontificando aquí y allá sobre lo que deberían, o no, hacer las bibliotecas y bibliotecarios. Más que nunca dame hechos, no deseos.

Por alusiones, uno de nuestros bibliotecarios de cabecera: @ferjur, nos citó de rondón en un tuit con el que no podemos estar más de acuerdo:

«La teoría nos la sabemos tod@s. Creo que necesitamos menos recomendaciones teóricas (de 0.60 que diría @infobibliotecas) y más equivocaciones prácticas. Sin error no habrá #biblioteca (ni en casa ni fuera de ella).»

 

 

¿Se llevará este virus la verborrea bienintencionada, pero muchas veces hueca, de lo que deben hacer las bibliotecas? ¿dejaremos (y aquí los primeros) de dar vueltas como un perro que se quiere morder el rabo sobre los mismos propósitos? Si algo sacamos en claro de esta crisis es que son los funcionarios (científicos y sanitarios) los verdaderos protagonistas de esta crisis. Y que como señalaba Antonio Muñoz Molina en ‘El País‘:

«Por primera vez desde que tenemos memoria las voces que prevalecen en la vida pública española son las de personas que saben; por primera vez asistimos a la abierta celebración del conocimiento y de la experiencia, y al protagonismo merecido y hasta ahora inédito de esos profesionales de campos diversos»

Y eso hace que nos guste más saber de iniciativas como las que está desarrollando la Biblioteca Pública Municipal de Valdelacalzada (Badajoz) que forma parte de la red CV19_Makers_Extremadura. Florencia Corrionero nos ha contado cómo, el Espacio Read Maker de esta biblioteca, lleva días produciendo viseras y máscaras de protección en su impresora 3D con destino a proteger al personal sanitario. Mucho se hablaba del potencial de los espacios makers en bibliotecas: pero no sabíamos aún hasta qué punto podían llegar a ser útiles.

Ahí tenemos un caso concreto: no una hipótesis o elucubración teórica. No un ‘hay que hacer…’ sino un ‘hemos hecho…». Y mientras, no nos agobiemos más de lo que nos agobia ya de por sí la actualidad.

 

Automediquémonos con cultura y acumulemos errores y experimentos con gaseosa. No hay porque estar todo el rato justificándose para que el responsable político de turno mantenga brillante su imagen en el escaparate de esta crisis. La profesión bibliotecaria tiene la suerte de poder ser cobaya de los medicamentos que prescribe, Leer, ver y escuchar: puede que no contabilicen como horas fichadas. Pero la curiosidad intelectual siempre computa en la cuenta de resultados de una biblioteca.

 

Postales desde una cuarentena.

 

Y si abrimos con WhatsApp bien está que cerremos con WhatsApp. Estos días se ha hecho viral un mensaje, a través de este medio, con un poema fechado en 1800. Firmado por una tal K. O’Meara que al parecer lo escribió con motivo de la epidemia de la peste de hace dos siglos. Y como tantas cosas, en estos días, ha resultado ser una verdad/mentira a medias.

Kitty O’Meara, en realidad, es una profesora jubilada de los Estados Unidos que ha escrito dicho poema con motivo de este confinamiento mundial de 2020. Pero, por lo que fuera, quedaba más romántico ubicarlo en el pasado.

«Y la gente se quedó en casa. Y leyó libros y escuchó…» Así empieza el poema. Y no deja de ser irónico que sea un poema involucrado en una fake news intrascendente (de esas noticias falsas a las que las bibliotecas deben ayudar a combatir): el que resuma la actitud con la que mejor podemos autocorregirnos en este encierro.

 

 

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Bibliotecas en los balcones

 

En su relato El vocabulario de los balcones, la escritora Almudena Grandes, narraba la historia de amor entre dos vecinos. Dos jóvenes que se descubrían mutuamente al observarse desde sus balcones. Ese diálogo de miradas y gestos entre dos, desde hace unos meses, en países como Italia o España: se ha convertido en un lenguaje entre millones de personas.

 

Windows of New York el proyecto del ilustrador José Guizar obsesionado con las ventanas de Nueva York.

 

Sophia Loren asomada a la ventana en Una jornada particular (1977)

Y ese vocabulario de los vecinos enamorados, del Jimmy Stewart de La ventana indiscreta (1954), o de Loren y Mastroianni en el patio de vecinos de Una jornada particular (1977): se ha extendido al ritmo del confinamiento al que nos arrastra el Covid-19. Después de esto nada será igual.

Hay voces que aventuran consecuencias positivas, a la larga, de esta traumática experiencia global. Sería demasiado temerario confiar en ello. Por lo que queda aún por superar, y por la propia naturaleza de la especie a la que está castigando esta plaga. Pero que habrá cambios parece innegable. Y las bibliotecas no quedarán indemnes.

Los ciudadanos confinados nos asomamos a ventanas, balcones y terrazas. Y en esos momentos las bibliotecas también se han asomado pero a las ventanas digitales en las que nos reflejamos todos. Pero demasiadas veces sin vernos realmente. Las plataformas como eBiblio y eFilm, las bibliotecas digitales, y por supuesto, las redes sociales: se han convertido en los alféizares en los que se apoyan las bibliotecas para seguir ofreciéndose a sus usuarios.

 

 

Y de las estrategias que las bibliotecas jueguen en ese panóptico digital depende el que puedan llegar a mucho más público del que llegaban antes de esta crisis. Decisiones tan sencillas como facilitar el darse de alta a cualquier ciudadano vía digital, ampliar número de préstamos en dichas plataformas digitales, buscar alianzas o suspender sanciones: juegan a favor de ese compromiso de la profesión por resultar útil en una situación así.

La labor prescriptora es esencial. Ahora más que nunca se pone a prueba el bagaje de esos profesionales de la cultura que son los bibliotecarios. De esos perfiles que se cincelan a base tecnología en los planes de estudios arrinconando, muchas veces, a las humanidades. Esas humanidades que ahora tanto ayudan para tener criterio. Saber escarbar más allá de las series de Netflix o Amazon (que todo el mundo ha visto); o de esos best sellers que todo el mundo conoce incluso sin haberlos leído. Y que tanto pueden ayudar a la hora clubes de lectura, cinefórums u otras actividades virtuales.

 

 

Venga lo que venga. Fortalezas y debilidades de los sistemas bibliotecarios van a quedar más subrayadas que nunca. El Institute of Museum and Libraries Services ha recopilado muchas de las iniciativas que diferentes centros de los Estados Unidos han estado preparando para dar respuesta a esta emergencia sanitaria, social y económica.

 

El edificio de la Wuhan Huashan Library aguarda el regreso de sus usuarios.

 

Las bibliotecas de los países por los que la pandemia ha provocado estragos han tomado medidas similares. En China, origen de esta crisis mundial, en pleno epicentro de la epidemia: bibliotecas y librerías se unieron para construir minibibliotecas. Los hospitales temporales, que se veían crecer vertiginosamente en los noticiarios de medio mundo fueron provistos, además de con material sanitario: con miles de libros.

En Corea del Sur, la Biblioteca Municipal de Simin y la Joongang Metropolitana de Busan, pusieron en funcionamiento un servicio de préstamo y devolución de libros drive-thru (como si de comprar una hamburguesa sin bajarse del coche se tratara). Tal cual como se han realizado las pruebas del coronavirus a la población. Una de las medidas que más éxito ha tenido en frenar el contagio en el país.

 

Ilustración homenaje a la ola de Hokusai de la artista nipona Yuko Shimizu.

 

En cada crisis humanitaria que ha castigado a algún país, en los últimos tiempos, siempre han estado las bibliotecas presentes. El terremoto y el tsunami que devastaron Japón en 2011 superó a cualquier coronavirus pero, claro está, no afectó a todo el planeta. Hideaki Kawabata, en 2011, tenía una empresa organizadora de eventos; y el desastre natural le llevó a implicarse a fondo con sus compatriotas.

Pueblos enteros surgieron de la nada, con barracones temporales, para resguardar a la población. Kawabata empezó a donar artículos de socorro para mitigar la situación de los evacuados. Pero fue cuando supo del deseo expresado por los supervivientes de poder leer: cuando se lanzó a donar libros, cómics y demás materiales para los refugios. Y una cosa llevó a la otra.

Kawabata terminó fundando Everyone’s libraries (Bibliotecas para todos), una organización que fue fundando bibliotecas en las prefecturas que resultaron más afectadas. Puede que las viviendas fueran temporales, pero Kawabata supo ver que la manera de mitigar la sensación de desamparo: era creando un lugar en el que la comunidad tomase conciencia de sí misma, y estrechase sus lazos. Y ¿qué lugar podía ser ese más que una biblioteca?

El artista Mark Reigelman creó este ‘Nido para lecturas’, como metáfora de la acogida que dan las bibliotecas, a las puertas de la biblioteca de Cleveland.

 

Tras los devastadores efectos del huracán Sandy en Nueva York, en 2013, el escritor, periodista y crítico de arquitectura de ‘The New York Times’ Michael Kimmelman publicó un artículo sobre el asunto. En él, planteaba soluciones para un desarrollo urbanístico capaz de afrontar cataclismos en entornos urbanos. Siete años después, Next time, Libraries Could Be Our Shelters From The Storm (La próxima vez, las bibliotecas podrían ser nuestros refugios de la tormenta): sigue plenamente vigente.

Entonces la solución de arquitectos e ingenieros pasaba por construir más espacios comunitarios: y las bibliotecas ocupaban el primer lugar. El sociólogo Eric Klinenberg, observó que los numerosos fallecimientos en barrios deprimidos de Chicago, tras la ola de calor de 1995, no se repartían por igual. En aquellas zonas donde contaban con locales públicos, como bibliotecas, el número de muertes disminuía considerablemente.

 

 

Biblioteca-nido, biblioteca-refugio, biblioteca-paraguas. Ahora más que nunca el texto con el que se ha lanzado la empresa filial de Infobibliotecas en los Estados Unidos, y que da también nombre a la revista, ‘Knovvmads‘ cobra doble sentido:

«Somos Knovvmads (acrónimo inglés entre know, conocimiento, y nomads, nómadas) porque creamos en cualquier lugar. Somos itinerantes, dinámicos e innovadores comprometidos con las comunidades a las que servimos»

Puede que el confinamiento haya dejado en suspenso temporal la itinerancia en el sentido más físico. Pero la creatividad, el compromiso y el servicio a las comunidades gana más valor que nunca en esta crisis mundial Covid-19. Nómadas de conocimiento asomados a las múltiples ventanas, físicas y digitales, que se nos abren para comunicar, y sobre todo, conectar a través de la cultura.

 

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Mujeres que nos gustarían como bibliotecarias [5]: Loola Pérez

 

Loola Pérez. Fotografías Miguel Sotomayor

Un año después, tras un nuevo 8-M, retomamos la serie que iniciamos el año pasado. Figuras femeninas ajenas al mundo bibliotecario, pero cuyos discursos creativos, científicos o de pensamiento: abren debates y perspectivas siempre interesantes.

Es algo incuestionable que el movimiento social que más profundamente ha modificado la sociedad occidental, desde finales del XIX, ha sido el feminismo. La lucha por la emancipación y la igualdad de derechos entre hombres y mujeres se ha erigido en un elemento de cambio y avance que trasciende fronteras.

Llegados a este punto son más necesarias que nunca voces que discrepen, cuestionen y desmonten los discursos únicos que puedan fosilizar al movimiento reduciéndolo a dogmas y eslóganes. Y en ese incómodo, pero honesto, punto se posiciona la quinta de nuestras bibliotecarias en potencia.

Loola Pérez, con esa doble O que actúa cual anteojos que amplían la realidad para no perder detalle, graduada en Filosofía, integradora social, sexóloga educativa y, actualmente, estudiante de Psicología: es una voz disonante con algunos de las posturas más asentadas del discurso feminista. Y esa discrepancia, ese cuestionamiento, esa llamada a la reflexión serena y al debate saludable: es algo que siempre debe encontrar refugio en las bibliotecas.

 

LOOLA PÉREZ

 

Arranquemos hablando de gustos culturales. ¿Qué te ha influido más: la lectura, la música, el cine o, dado que has crecido en plena eclosión de Internet: el mundo digital?

Sin duda, la lectura. Desde muy pequeña me ha gustado leer y es una afición que conservo a día de hoy. Tuve muy buenos profesores en Lengua y Literatura y eso fue un extra de motivación. Cuando era adolescente me decantaba más por la novela, ahora es difícil sacarme del ensayo. Lo último que he leído ha sido El liberalismo del miedo de Judith Shklar. También es cierto que lo que más leo ahora son artículos de investigación. Es una de las cosas positivas de seguir estudiando, que te obliga a estar actualizada.  

En tu reciente ensayo ‘Maldita feminista: hacia un nuevo paradigma sobre la igualdad de sexos’ (Seix Barral, 2020) dices una frase que resulta simpática y esperanzadora: «Pensar nunca será un titular en la portada de ‘Forbes’, pero soy lo suficientemente joven y repelente como para seguir reivindicándolo«. ¿Crees que la curiosidad intelectual, el aprendizaje continuo, son imprescindibles para que ese espíritu no se pierda con los años?

Por supuesto. El triunfo actual del sensacionalismo nos lleva a la especulación y alimenta las teorías de la conspiración… Esto fomenta la desconfianza entre la ciudadanía. Hay como una vuelta al relativismo, a la idea de que la verdad no existe… 

La figura del tertuliano, que no es más que el cantamañas de toda la vida, está siendo más rentable que nunca. Coincide, además, en una época donde se hace más difícil el periodismo de investigación: y se ha devaluado profundamente la Filosofía. En tiempos de impúdica irracionalidad hay que poner la Filosofía en el centro del saber, reestructurar su currículo en la etapa educativa. Y hacer de las facultades espacios de aprendizaje mucho más atractivos y prácticos.

Cuando la gente ignora lo que es un argumento, no sabe evaluar una prueba, no conoce cómo fundamentar un juicio crítico o en qué profesionales puede apoyarse: se vuelve mucho más permeable al dogmatismo ideológico, las pseudociencias o el populismo político. Vale que todas las personas pueden tener una opinión: pero los hechos son los hechos. 

 

Las bibliotecas públicas estadounidenses se han convertido, en muchas ocasiones, en objetos de deseo para movimientos de derechos sociales que ven en ellas escaparates idóneos. ¿Crees que pueden jugar un papel como instituciones que sirvan para acoger un debate abierto y sosegado?

Creo que las bibliotecas públicas pueden ser una alternativa a los espacios de debate universitario, especialmente ahora que muchas universidades se prestan al juego de la censura como pasó en la Universidad de La Coruña a propósito de unas Jornadas sobre trabajos sexuales y derechos o en la Universidad Pompeu Fabra con una intervención sobre transexualidad del profesor Pablo de Lora.

Además, las bibliotecas públicas son mucho más cercanas a la ciudadanía que las universidades, las cuales continúan arrastrando cierta fama de elitistas. No sería mala idea convertir las bibliotecas públicas en el estandarte del libre pensamiento. 

Hace muy poco se ha reeditado en nuestro país el ensayo de Camilla Paglia ‘Sexual personae’. En tu ensayo reconoces enfrentarte a los libros de Paglia desde el amor y el odio. Te remueven, te cuestionan, te hacen replantearte las cosas. ¿Figuras incómodas como Paglia son ahora más necesarias que nunca para no caer en dogmatismos?

Paglia es un huracán. Es una mujer inteligente, llena de fuerza, una especie de heroína moderna que huye del victimismo y la mojigatería. Pero también, como autora, llega a ser en ocasiones muy intensa y esencialista. Supongo que eso es lo que me gusta y admiro de ella: que no hace falta que piense como yo para reconocer que es una tía intelectualmente arrolladora.

Su disidencia es necesaria en el movimiento feminista. Argumenta contra los excesos del feminismo hegemónico, celebra la belleza, evade el constructivismo, reconoce la importancia de la biología en los sexos…. No se la puede comparar con un trol de internet ni con un extremista de ultraderecha. Tiene estilo propio y no se deja influir por la presión social que, a veces, el feminismo hegemónico ejerce en personas que trabajan en el ámbito académico. 

En un panorama tan polarizado ideológica y políticamente como el actual: ejercer la disidencia supone asumir riesgos. ¿Te preocupan más los ataques de aquellos sectores que defienden una visión única del feminismo; o el apropiacionismo distorsionado que de tu discurso puedan hacerse medios o grupos en las antípodas de tu pensamiento?

Bueno, el apropiacionismo distorsionado es previsible, pero no me quita el sueño. Yo soy muy clara y también expreso en Maldita Feminista cómo me preocupa la amenaza de la ultraderecha. La gente que me sigue sabe perfectamente cuáles son mis valores, ideas y compromisos. Que alguien pueda decir que yo le hago las palmas a la ultraderecha me parece de risa. Solo un buen idiota puede decir eso cuando mis referencias provienen de otras autoras feministas, y mi visión, es indisociable de los derechos humanos.  Así que…

Me preocupa más la visión única del feminismo porque, siendo un movimiento sumamente transformador y de importancia vital en las democracias, está perdiendo su esencia y convirtiéndose en una parodia. Por ejemplo, las mujeres son las principales perjudicadas en un sistema sexista, pero reducir la posición social de estas a un estado perpetuo y atemporal de victimización no contribuye a la emancipación sino que, por el contrario, despoja a las mujeres de su capacidad de agencia, de su derecho a equivocarse, de su resiliencia, de la posibilidad de ser malas… 

Como integrante de esa generación que se ha dado en bautizar como millennial las redes sociales son un ámbito en el que te desenvuelves con soltura. Tu cuenta de Twitter, en la que apareces como @DoctoraGlas, es muy activa en todos los sentidos. Lejos de rehuir la confrontación respondes siempre argumentando y razonando tus posturas.

¿Piensas que un intelectual en el siglo XXI puede inhibirse del estruendo mediático continuo de las redes sociales? ¿Estar en ellas, es condición imprescindible para analizar nuestra realidad más inmediata?

Bueno, cada persona tiene diferentes expectativas y motivaciones al respecto. Las redes sociales no son toda la realidad, pero sí una parte de nuestro mundo y estar ahí hace que tu mensaje puede llegar a mucha gente… Muchas personas, tanto de España como de fuera de nuestro país, me escriben a menudo para confesarme que gracias a mis puntos de vista y reflexiones se han reconciliado con el feminismo. Eso me da mucha energía.

A veces no es fácil estar en Twitter, pero discutir a través de ese medio hace que practique la agudeza, que fortalezca mi seguridad personal a la hora de exponer mis convicciones y conocimientos, ejercer mayor control de mi temperamento, aprender nuevas ideas o incluso, hace que me enfrente a lo que Ovejero llama ‘chatarra retórica’. También tengo mis límites, aunque a veces me los salto (risas). No me gusta discutir con quien me da órdenes, cuando el error se convierte en falta, cuando se distorsiona con mala fe aquello que expreso o si el insulto precede al argumento. 

Paglia, en Vamps & Tramps, decía que el inmenso underground del cómic ha escapado a la policía del pensamiento feminista. Figuras como Eric Stanton, con sus cómics sadomasoquistas; o el cineasta Russ Meyer, con sus heroínas supervixens, se dirigían a un público masculino. Y paradójicamente, para excitar a los hombres, creaban mujeres  independientes, poderosas y fuertes.

¿Se elude la complejidad de la sexualidad, tanto masculina como femenina, para ajustarnos a las exigencias de un discurso biempensante?

¡Me encantan las supervixens! No solo es que transmitan esos valores de independencia, poder o fuerza también representan la exuberancia, la libertad sexual, lo salvaje… En lo que no estoy de acuerdo es en la idea de que la representación de esas figuras femeninas explícitamente sensuales y sexuales tuviera el único objetivo de excitar a los hombres. Al contrario, creo que expresa el deseo femenino sin necesidad de pedir perdón o de justificarlo a partir de elementos románticos. Son personajes independientes de la mirada masculina y por ello escapan de la cosificación.

La verdad que ver hoy una película de Meyer en La 2 sería imposible: lo cual sirve para pensar sobre si estamos ante una vuelta al puritanismo. Es injusto que uno de los cineastas que más ha contribuido al erotismo en el cine fuera calificado por algunos sectores feministas como viejo verde, y hoy, condenado al olvido por el auge de la mojigatería. Posiblemente hay más estereotipos de género en series como Cómo conocí a vuestra madre que en las películas de Meyer.

 

 

Ahora, no me cabe la menor duda, de que tanto en el ámbito privado como social, pese a estos titubeos, hay una mayor libertad sexual. Eso es un triunfo del feminismo. Vivimos la sexualidad con menos tabú. Sin embargo, me preocupa que en nombre del feminismo se descalifique el hecho de que haya mujeres que puedan disfrutar del sexo de una sola noche con desconocidos; que puedan tener fantasías políticamente incorrectas o que les guste la pornografía. ¿Con qué derecho esas feministas de pacotilla le dicen a otras mujeres cómo deben gestionar su vida sexual para no ofender un supuesto ideal igualitario?

Decía la actual Directora del Instituto de la mujer que ‘hay que follar con empatía’ y a mí, personalmente, me daba la risa. Cuando muchas mujeres hemos tenido sexo de una sola noche no hemos pensado en la empatía sino en el consentimiento, en el respeto y en el placer. Es curioso porque la misma generación que años atrás reivindicó el ‘amor libre’ y el ‘sexo sin compromiso’ viene ahora a decirnos a muchas jóvenes que follamos mal. Porque lo hacemos con gente sin empatía y que eso es algo así como una traición al feminismo. ¡Es de locos!

Ese discurso biempensante sobre la sexualidad acabará empobreciendo nuestras experiencias eróticas. Sin ir más lejos, me provoca mucha tristeza que una ministra como Irene Montero, se atreva a decir que con su proyecto de ley de libertad sexual, “serán las mujeres las que decidan hasta dónde llegar”. Es estúpido. Las mujeres ya decidimos lo que queremos y lo que no en nuestras relaciones. Me cuesta mucho entender esta tendencia de la izquierda actual a hablar de España, que es un país sumamente seguro y avanzado en políticas de igualdad, como si fuera Irán. El peligro de la violación está ahí, pero eso, por insensible que pueda parecer, no va a solucionarlo una ley como la que propone desde el Gobierno. 

Y es que uno de los problemas que tenemos como sociedad a la hora de pensar sobre la violación es que creemos que se enmarca como una relación de poder. Yo no pienso eso, creo que se trata más bien de una compleja relación entre el poder y el sexo. Para las feministas hegemónicas, las cuales han hecho del texto Contra nuestra voluntad de Susan Brownmiller una bandera, la violación es un acto de poder. Yo rechazo que la cultura socialice a los hombres para la violación, lo cual no significa que no haya estereotipos o ideas preconcebidas sobre la violación.

Sí es cierto que muchos hombres utilizan la violencia para conseguir aquello que quieren: atención, sexo, objetos… Pero insisto en que en la mayoría de las violaciones prevalece una motivación sexual. Por ello, no son pocos los violadores que se ponen preservativo, fuerzan a las mujeres a prácticas que no tienen que ver con la penetración, eligen mujeres que les atraen sexualmente… Pensemos en un caso de violación. Chico y chica se conocen en una discoteca, tontean. El chico quiere tener sexo, pero ella dice no. Entonces el chico la fuerza y abusa de ella. ¿Cómo entendemos esto? ¿En un primer momento él actuaba porque quería sexo y luego cuando ella no quiere: su motivación cambia y se inscribe exclusivamente como un acto de poder?

Y ya que hemos hablado de cómics y de cine sigamos con música. ¿Qué te parecen las listas prohibiendo canciones de determinados cantantes o la demonización del reguetón por sus letras? ¿Qué lecturas haces de figuras como Bad Gyal, La Zowi, o Miss Nina que, desde el denostado reguetón, exhiben la misma desinhibición sexual que sus colegas masculinos? ¿Podría entroncar con ese feminismo putón que reivindican feministas como Itziar Ziga?

Aborrezco la censura y reivindico que las personas tienen derecho al mal gusto, ya sea porno malo, música hortera o literatura fast food. Me preocupa más este boom de influencers hablando de sexualidad y feminismo sin tener ni idea, es decir, pasando como saber un conjunto de rabietas infantiles o tratando de relanzar su carrera: que un espectáculo de La Zowi donde sus bailarinas bailan en tanga.

Me parece súper divertido ver a la gente que va de moderna y progre escandalizada por el sacrosanto sexo. ¡Al igual que los grupos ultra-religiosos!

Toda esa generación mimada que está creciendo en la burbuja de Operación Triunfo, donde de todo lo políticamente incorrecto se hace un dramita, autoconvenciéndose de que tienen derecho a no ser ofendidos… Un espectáculo para adultos no debería ser juzgado como si estuviéramos delante de un teatro infantil.

No sé si esto podría entroncar con el feminismo putón que encontramos en feministas como Ziga. Lo que sí sé es que me gusta la provocación y ella va sobrada de esto. Pero también hay algo más profundo en sus reflexiones, que es su reivindicación de las mujeres a usar la libertad, sin miedo al que dirán. 

Figuras como Patti Smith, Nina Hagen, Grace Jones, Peaches, Siouxsie Sioux, Chrissie Hynde o, desde lo más comercial, Madonna: no enarbolaban banderas, pero con su actitud, lanzaban mensajes muy poderosos. ¿Se podría señalar el rótulo feminista de Beyonce como el momento en el que el feminismo se hizo mainstream? ¿Le resta fuerza al convertirlo en complemento de moda, al reducirlo a eslóganes, o compensa por haber llegado a más público?

Ese neón de ‘Feminist’ que acompañaba a Beyoncé en el año 2014 durante los MTV VMAs refleja, en cierto sentido, un antes y un después en la percepción del feminismo en la cultura de masas. Expone un mensaje sumamente explícito, pero vapulea en cierto sentido la lucha social al presentar la reivindicación de una forma tan despolitizada. No tengo claro si compensa, pero sospecho que cuando lo estético cobra más importancia que lo ético: el mensaje en pro de la igualdad se desvirtúa.

Creo que conviene distinguir entre el hecho de que una artista se reconozca como ‘feminista’ y que se utilice el feminismo como un objeto mediático, como un objeto de consumo… Además de Beyoncé encontramos muchos más ejemplos sobre esta tendencia… Lo hemos visto con el anuncio de Campofrío o más recientemente con Gillete. 

 

 

Hemos hablado de libros, música y cine. Pero en estos tiempos el menú cultural parece incompleto si no se habla de series. ¿Alguna serie te ha resultado especialmente interesante desde las temáticas que abordas en tu trabajo? ¿Has visto Sex education?

Puede que a priori no esté muy relacionada con la temática feminista, pero Homeland ha sido una serie que me ha permitido pensar mucho a través de sus tramas en el debate sobre libertades y protección/seguridad, cómo es ser profesional (y madre) en un mundo de hombres o el resentimiento de los hombres blancos, el cual viene inspirado en el ascenso al poder de Donald Trump y sus adeptos. Sí, he visto Sex education. Es bastante fresca y divertida, pero resulta descorazonador que los guionistas llamen en multitud de veces a la vulva equivocadamente vagina… o que tengan que ser tan excéntricos para explicar situaciones o vivencias sobre sexualidad que se viven, generalmente, con naturalidad. 

Esta serie de Mujeres que nos gustarían como bibliotecarias la abríamos con Roberta Marrero. Roberta a través de su obra explora la diversidad afectiva y sexual. Es una mujer artivista como le gusta definirse. ¿La exclusión que se quiere hacer de las mujeres transexuales por sectores del feminismo reproduce los mecanismos de exclusión del patriarcado?

La exclusión hacia las personas transexuales responde a muchos intereses y, a priori, no lo compararía con los mecanismos de exclusión que tradicionalmente ha desarrollado el patriarcado. Desde los sectores del feminismo que excluyen a las personas trans, no se considera en ningún momento a las personas transexuales ‘inferiores’ ni se les impide votar o acceder a los ámbitos educativos. Cuestiones que, en cambio, sí se han enmarcado en los mecanismos de violencia y discriminación del patriarcado. Lo que observamos en los sectores del feminismo que excluyen a las personas transexuales es una revitalización del biologicismo y el uso de la mala fe para socavar su imagen pública.  La percepción que la sociedad pueda tener de este colectivo. 

Así, por un lado, el feminismo TERF, el que excluye a las personas trans, considera que ser mujer se basa en una genitalidad y pasa por alto las explicaciones biológicas de la transexualidad. No tienen en cuenta las complejidades del sexo genético, el sexo gonadal, el sexo genital y la identidad sexual. Por otro, muestra su odio y rechazo a las personas trans, comparándolas con proxenetas, alimentando la psicosis de que las mujeres trans son hombres disfrazados de mujeres para obtener beneficios en casos de violencia en la pareja o llegando incluso a afirmar de que son un lobby. Todo eso es cruel y guarda muchas similitudes con la xenofobia.

El hecho de que Izquierda Unida haya expulsado al Partido Feminista por su ideología transfóbica y rechazo a la ley trans me parece coherente, pero creo que llega tarde, dado que las proclamas contra las personas trans comenzaron a hacerse sin ningún tipo de pudor ya en 2017. Las mujeres trans son mujeres y, si hay un sector del feminismo que niega esto, merece que se ponga en duda su visión de los derechos humanos. 

En tu ensayo planteas que la igualdad solo puede llegar si además de los problemas de las mujeres, el feminismo tiene en cuenta los problemas de los hombres. Suena conciliador e integrador ¿Sería una manera de desactivar la confrontación a la que nos quieren abocar las posturas más extremas?

Deseo que lo sea. El capítulo titulado De los hombres no lloran a los chicos no importan es uno de mis favoritos de Maldita feminista. No entiendo la igualdad como un sentimiento de prepotencia hacia los hombres. El día a día está plagado de hombres que hacen un trabajo de fuerza brutal, en escenarios sumamente peligrosos… No entiendo como muchas feministas pueden despreciarles desde sus cómodos sillones institucionales o secundar bobadas como “es una guerra” o cosas así. Prescindir de ellos y no comprender sus demandas, necesidades y problemas solo genera un sentimiento de rechazo y hastío hacia los logros de las mujeres. 

Tu inconformismo intelectual, y el rigor y la pasión con el que lo ejercitas, son valores imprescindibles para la profesión bibliotecaria. «Bibliotecario sin curiosidad, biblioteca muerta» que reza un eslogan. ¿Se te ocurre alguna idea, por loca que te parezca, de cómo te gustaría que fuesen las bibliotecas públicas en el siglo XXI?

Me conformo con que no desaparezcan los libros en papel. En un mundo cada vez más digital, los libros evocan lo sagrado e incorruptible. 

 

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

La biblioteca como trama

 

En los últimos tiempos hemos tenido varios ejemplos de películas con las bibliotecas de protagonistas. Desde The public (2018) de Emilio Estévez a Ex Libris (2017) de Frederik Wiseman; pasando por La biblioteca de los libros rechazados (2019) o Escapando de la biblioteca del señor Limoncelo (2017). Y es que sea comedia, terror, drama o aventuras, las bibliotecas, dan para muchas tramas.

trama: 4. f. Disposición interna, contextura, ligazón entre las partes de un asunto u otra cosa, y en especial, el enredo de una obra dramática o novelesca. (Diccionario RAE)

 

 

La biblioteca Robert Desnos

«Chut…! (Silencio…!) (2020) es la última película en la que una biblioteca concentra, de nuevo, todo el protagonismo.

Aquí, en silencio, el futuro toma forma‘: así han subtitulado sus directores Alain Guillon y Philippe Worms este documental en el que recogen la vida cotidiana de la biblioteca francesa Robert Desnos de Montreuil (Seine-Saint-Denis). Y concretamente, la crónica del desarrollo de un proyecto de emancipación cultural.

No deja de resultar irónico el título de Chut…! cuando de lo que trata precisamente es del ruido que pueden llegar a hacer las bibliotecas en nuestras sociedades.

Todo surgió tras participar Alain Guillon en un taller de conversación para personas que no hablaban francés en la biblioteca. Tras descubrir de cerca la realidad y la labor desarrollada por los bibliotecarios, Guillon llamó a su colega Worms, y los dos, junto con sus equipos de filmación: pasaron a formar parte del día a día de la biblioteca durante todo un año.

Fabrice Chambon, director de la biblioteca de Robert Desnos, resumía en unas declaraciones lo que tanto fascinó a los cineastas:

«Para ser efectivos cada bibliotecario debería convertirse en el sociólogo de su territorio. Debemos dirigirnos a todos, asegurarnos de que todos los públicos se encuentren.»

Y esa labor de los bibliotecarios, las conexiones, relaciones y vivencias que conforman el día a día de las bibliotecas constituyen la trama de este documental. Desde los estudiantes de secundaria al vagabundo que se refugia junto a los muros de la biblioteca. Todos tiene su momento en la trama. Pero sobre todo, los proyectos y el trabajo de los equipos de la biblioteca: para atender a todas las demandas de su comunidad.

Una de las escenas cumbre es la fiesta de música electrónica que se celebró durante toda una noche. La frontera biblioteca-discoteca desvaneciéndose por completo. Y como complemento tras la fiesta: una programación de sesiones sobre historia de la música.

 

Con este cartel anunciaba la biblioteca Robert Desnos la fiesta de música electrónica que transformó, en 2017, a la biblioteca en una discoteca hasta las 5 de la mañana (hora en que se abre el metro). Djs, electro-lecturas, bebidas, comida, y baile, mucho baile, excepto entre las estanterías: así lo relataban en la crónica de ActuaLitté.

 

Un nuevo concepto de biblioteca se viene cociendo desde hace tiempo, no ya en Francia, sino en todo el mundo. Sin ir más lejos en nuestro país. Como concluyeron los directores, tras su convivencia con la comunidad bibliotecaria: «las bibliotecas son el lugar dónde se elabora un nuevo contrato social».

Por eso nos harían falta dos cineastas curiosos como Guillon y Worms que apostasen por convertir a las bibliotecas en protagonistas de sus películas. Y sino es en cine, que sea en televisión: ¿cómo de beneficioso seria un programa de Jordi Évole dedicado a desgranar la labor social que las bibliotecas están desarrollando en nuestro país: que tan escaso eco tiene en los medios? Y cuando lo tienen: siempre girando sobre los mismos cuatro tópicos.

En ocasiones dan ganas de emular a Bette Davis cuando publicó un anuncio en el periódico buscando trabajo:

 

Y publicar algo como:

Siglos de experiencia gestionando el conocimiento. Flexibles y adaptables a cualquier circunstancia social: más divertidas de lo que dicen. Se ofrecen como instituciones imprescindibles en la sociedad de la infoxicación, las fake news, las desigualdades sociales, las personas en riesgo de exclusión, y en mil frentes más. Referencias a usuarios satisfechos.

 

No es de extrañar que, pese a todo, en la siempre culta Francia: el Estado, las autoridades municipales y hasta la Mutua Nacional: hayan sufragado la mayor parte del presupuesto que conllevó el rodaje del documental de Guillon y Worms. En nuestro país, con lo mal vistas que están las subvenciones al audiovisual patrio, el documental se financiaría a base de hipotecar el patrimonio de los directores, e incluso, el de los bibliotecarios.

 

 

trama: 3. f. Artificio, dolo, confabulación con que se perjudica a alguien.

 

Y de chut (silencio en francés) pasamos a Silent library (bibliotecaria silenciosa) para una trama de espionaje que da para otra película de género totalmente opuesto al documental galo. Silent library es el nombre que recibe un grupo de hackers, con supuestas vinculaciones con el gobierno iraní, que han modernizado las técnicas de phishing para robar propiedad intelectual de los campus estadounidenses y europeos.

Los piratas en cuestión aprovechan la confianza que suelen inspirar las bibliotecas para perpetrar sus engaños. Lo hacen a través de correos electrónicos que se camuflan como servicios de las bibliotecas académicas. Estudiantes y profesores, que se acaban de incorporar a la comunidad educativa, suelen ser víctimas preferentes de estos hackers que han conseguido un altísimo grado de sofisticación al hacer pasar sus correos por mensajes de las bibliotecas.

Según la empresa de seguridad empresarial Proofpoint que está a cargo de las investigaciones, el grupo de hackers, ha llegado a robar más de 30 terabytes de datos desde 2013.

Ejemplo de correo que los hackers hacen llegar a los miembros de la comunidad educativa haciéndose pasar por bibliotecas.

 

La biblioteca como esperanza de futuro y la biblioteca como subterfugio. Todas las versiones, todas las tramas caben cuando de bibliotecas se trata. Pero puesto a elegir acepciones de ‘trama’ en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, tras la cuarta y la tercera, nos quedamos con la primera:

trama: 1. f. Conjunto de hilos que, cruzados y enlazados con los de la urdimbre, forman una tela.

 

Porque eso hacen las bibliotecas: tejer, enlazar y cruzar discursos, personas y realidades para urdir, entre todos, una historia que merezca la pena ser contada.

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Nunca fuimos a la Luna pero alcanzamos las estrellas

 

El gremio bibliotecario nunca fue a la Luna pero ha terminado alcanzado las estrellas. De tan bonito que suena da para una postal Mr. Wonderful: Día de la Biblioteca 2021. Pero este post no va de poesía (aunque nunca se sabe): en realidad va de bibliotecarios. Y concretamente de bibliotecarios aguafiestas.

 

Una de las experiencias más paranormales vividas en este blog acaeció en Triángulo de las Bermudas bibliotecario. No cabía esperar otra cosa. Allí glosábamos la vida de un bibliotecario estadounidense que nos abdujo como si de un platillo volante, en el citado Triángulo, se tratase.

Se trataba del increíble Lawrence David Kusche: piloto comercial, instructor de vuelo ensayista y bibliotecario. Kusche, al constatar la afluencia de jóvenes obsesionados con el célebre Triángulo que acudían a su biblioteca en los 70: terminó escribiendo la obra que demolió el mito en cuestión.

El Triángulo de las Bermudas resuelto se titulaba. Tras hundir en la miseria a los Iker Jiménez del momento, Kusche, prosiguió una delirante carrera literaria que requería de una investigación en profundidad. Pero quien quiere ahondar en ella, que vaya al post en cuestión, que aquí estamos para hablar de otras cosas.

 

Lawrence David Kusche, el primero de nuestros bibliotecarios aguafiestas.

 

Luis Alfonso Gámez azote de charlatanes y mentirosos.

Tras su logro, Kusche, entró a formar parte del Comité para la Investigación Escéptica. Y si hablamos de escépticos, en España y en nuestros días, ninguno como el periodista vasco Luis Alfonso Gámez.

Él solito, con su programa de ETB Escépticos o con su veterano blog Magonia: ha desenmascarado a más charlatanes que todos los polígrafos de Mediaset juntos.

El escepticismo, en tiempos de fakes news, se ha convertido en una prevención tan necesaria como las mascarillas ante el coronavirus. Aunque, según Gámez, no es tanto que ahora haya más noticias falsas sino que los medios para difundirlas son mucho más potentes. Pero tan peligroso es pecar de ingenuo como pasarse de escéptico. Y en eso incurrió el segundo bibliotecario aguafiestas (o todo lo contrario, según se mire) de este post: Bill Kaysing.

El filólogo y bibliotecario de Rocketdyne, la compañía que fabricaría el Saturno 5, ha pasado a la posteridad gracias a su ensayo-denuncia: Nunca fuimos a la Luna (1974). Según sostenía el incrédulo bibliotecario: todo lo de la Luna fue un auténtico montaje urdido por la NASA. Algo que hemos oído en muchas y variadas versiones: pero que partió del éxito que tuvo el libro de Kaysing.

 

 

La crónica que Gámez hizo de la vida y milagros de Kaysing en su artículo: Viaje  a la Luna: el ridículo origen de la conspiración: no tiene desperdicio. El principal argumento de Kaysing era que en las fotografías que se tomaron del alunizaje del hombre en la Luna: no se observan estrellas brillando en el firmamento. Y a partir de ahí, su teoría, se empeñaba en demostrar que, en realidad, todo fue filmado en un estudio montado cerca de Las Vegas. Una ubicación elegida por los encargados del engaño para así poder visitar los restaurantes, casinos, piscinas y disfrutar de beldades en bikini.

Lo cierto es que por mucho que el escéptico Gámez hunda en la miseria las teorías del no menos escéptico Kaysing: la versión del bibliotecario daba para una película/serie mucho más divertida.

Entre escépticos anda el juego. Pero Kaysing si hubiera tenido algo de paciencia, cincuenta años de nada, habría comprobado que, las estrellas que echaba en falta en las fotografías de la llegada a la Luna: brillarían en el único firmamento que importa en nuestros días: el de las celebrities.

 

Cinco celebridades con club de lectura propio: Emma Watson, Reese Whiterspoon, Sarah Jessica Parker, Oprah Winfrey y Emma Roberts.

 

La líder de Florence and the Machine amando los libros.

Aunque no sea propiamente una celebridad en nuestro país, Oprah Winfrey, es sabido que es una de la figuras más influyentes de los medios estadounidenses de las últimas décadas. Su club de lectura ha convertido en superventas, o revitalizado las ventas, de  autores que van desde Jonathan Franzen a Cormac McCarthy pasando por García Márquez, William Faulkner, Tolstoi o Toni Morrison.

Siguiendo su ejemplo, actrices como Reese Witherspoon, Emma Roberts, Sarah Jessica Parker, o cantantes, como Florence Welch: han creado sus propios clubes de lectura. Y precisamente Whitherspoon acaba de hacer un llamamiento de lo más curioso.

La ganadora de un Óscar por En la cuerda floja (2006) está buscando un bibliotecario residente (tal cual como los djs) para su club de lectura. Un bibliotecario que realmente ame los libros; tenga un gran sentido del humor; y sepa algunos movimientos de baile.

Esto último no sabemos muy bien porqué será uno de los requisitos. Pero tampoco es para ponerse pejiguera cuando se abre otro posible perfil profesional al gremio: bibliotecario de las estrellas. Desde Infobibliotecas, ya puestos, postulamos a una española: Irene Blanco. Que para eso fue nuestra corresponsal en Nueva York.

 

Pero Reese no es la primera estrella en recurrir a los servicios de un bibliotecario. Allá por 2013, la todopoderosa, Beyonce ya buscaba un bibliotecario personal. Pero en su caso fue por motivos algo más prosaicos que los de Reese.

La cantante guardaba más de 50.000 horas de grabaciones de actuaciones, entrevistas, apariciones en eventos… Y llegó un momento en que precisaba de alguien con los suficientes conocimientos para clasificar, catalogar y recuperar dicha información. ¿Qué habrá sido de ese bibliotecario/a de Beyonce?

El concepto ya estaba lanzado: personal librarian. Ya sabíamos de los personal trainers (deporte), los personal shopper (moda), o los life coaching (vida): pero no sabíamos de la existencia de los personal librarian.

Casanova bibliotecario personal del conde Waldstein.

Puestos a fantasear, ¿de qué estrella o celebridad nos gustaría ser bibliotecarios personales?, ¿a quién querríamos ordenarle los libros, catalogárselos, clasificárselos..? Aquí la imaginación se dispara, y cada uno tendrá su fantasía al respecto, algunas probablemente impublicables, así que mejor lo dejamos aquí.

Por nuestra parte, en las bibliotecas públicas se ofrece el servicio de bibliotecario personal desde siempre. Si nos comparamos con los gimnasios, donde si quieres realmente un buen entrenador, tienes que pagar: en las bibliotecas públicas no es necesario ni un euro más de lo que pagas con tus impuestos.

Para el gremio bibliotecario cada usuario/cliente es único, y a su disposición ponen todos sus conocimientos y esfuerzos para ayudarle. Ante esta evidencia, mejor que lo privado se quede para las estrellas o esnobs; y lo público,bien gestionado, nos haga sentir a todos realmente exclusivos.

Finalmente, las estrellas que le faltaban a Bill Kaysing, resultaron ser los bibliotecarios. Y después de esto, la postal Mr. Wonderful bibliotecaria con las estrellas y la Luna al completo: ya está terminada.

 

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Mimo mi biblioteca

Lo que se cuida se quiere. Así de simple. Y si hay algo de lo que adolece, en demasiados casos, nuestra sociedad: es de cariño hacia lo público.

Estos últimos días se ha abierto un pequeño debate por los corrillos bibliotecarios de Twitter a cuenta de las sanciones en bibliotecas. Las noticias, desde el otro lado del Atlántico, sobre bibliotecas que habían decidido eliminar su política de sanciones por retrasos: encendieron la mecha.

La bibliotecaria de la Biblioteca Pública de Toronto, en 1955, llevando libros a los niños ingresados en el hospital local.

 

Pero el matiz que lo cambia todo es el hecho de que en las bibliotecas estadounidenses se multa, y en las españolas, no. Relacionar las sanciones de bibliotecas en nuestro entorno con las desigualdades sociales: tiene cabida en el caso de que esas sanciones fueran de carácter económico. Pero si lo que se pide es simplemente cortesía para el resto de ciudadanos, que también tienen derecho a disfrutar de esos bienes que son de todos: el debate se acaba pronto.

En las sociedades nórdicas, al menos esa es la impresión vistas desde la lejanía, el cumplimiento de las normas cívicas es algo que parece que no requiere de sobresfuerzos prohibitivos. El civismo y respeto a lo público va implícito en su cultura. De ahí que las bibliotecas en nuestro país pueden jugar un papel, diminuto cierto, pero papel, en educar en ese civismo, en ese respeto hacia lo que es de todos.

Hace ya más de 20 años, concretamente en 1998, la biblioteca donostiarra Koldo Mitxelena ya planteaba montar una exposición de documentos destrozados por los usuarios de la biblioteca.

Durante estos veinte años alguna otra biblioteca ha recurrido a una exposición de los horrores en que se pueden convertir los fondos de las bibliotecas en manos de algunos usuarios. Añadir cartelas con el precio (es decir: lo que todos hemos pagado) y el número de préstamos: ahonda en la labor de concienciación con este tipo de expo/denuncias bibliotecarias.

 

 

Pero también hay otras formas de concienciación que, casualmente, coinciden con movimientos muy en boga en los últimos tiempos. La ecología ha pasado de tendencia o moda hipster que daba fuste en semanarios y revistas a necesidad imperiosa.

Las idílicas postales de bienestar burgués que nacieron con la sociedad de consumo cada vez más se tiñen de sombras más siniestras. Reciclar y combatir la obsolescencia programada se ha convertido en imperativo, y las bibliotecas, no pueden quedar al margen.

 

Miguel Brieva se ha convertido en un autor especialmente incisivo en sus análisis ilustrados del mundo contemporáneo.

 

Como ya recogíamos en Bibliotecas recicladas, bibliotecas circulares: según el informe del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) sobre la economía circular de los libros: las bibliotecas son instituciones bastante competentes (o al menos tienen posibilidades para serlo) en cuanto a practicar una economía circular del libro. En uno de los puntos que destacábamos del informe se dice:

  • como espacios privilegiados a la hora de llegar a un público joven, las bibliotecas son lugares idóneos para fomentar y educar en la reutilización y el reciclaje, de todo en general, y de los libros en particular. A través de actividades lúdicas y atractivas practicar la pedagogía en torno a la ecología del libro en las bibliotecas.

Y en la Biblioteca Pública de Woodland (California) llevan tiempo poniendo en práctica este consejo del informe del WWF.

Los voluntarios de la Biblioteca Pública de Woodland demuestran tener sentido al humor al haberse bautizado con el nombre de una colección de libros de terror de los años 90.

Hasta un total de 10000 libros pertenecientes a sus fondos han sido restaurados por parte de voluntarios. La labor de estos voluntarios, denominados los «Spinetinglers», ha conseguido ahorrar miles de dólares a la biblioteca. Además, gracias a su trabajo, muchos libros imposibles de conseguir al estar descatalogados: consiguen una segunda, tercera o cuarta vida.

Dirigidos por una artista local, Marcia Cary, los voluntariosos ‘mecánicos de libros’ se reúnen semanalmente. Los talleres de restauración de libros se han convertido en una actividad ideal para programar en bibliotecas.

Un modo de implicar/concienciar a los usuarios de bibliotecas en el cuidado y respeto del bien público.

Unos talleres que se pueden poner en práctica para cualquier edad y que apelan a dos de los objetivos bibliotecarios fundamentales: ofertar actividades relacionadas con la cultura y promover la conciencia cívica.

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Unboxing bibliotecario

 

Desempaquetar, desembalar, desenvolver…¿realmente era necesario utilizar un anglicismo para titular este post? ¿No hay suficientes palabras en castellano para describir el hecho de abrir una caja o envoltorio? Obviamente las hay. Pero la mayoría de vídeos de Youtube que han popularizado el término tienen tan poco fuste que mantener el anglicismo se convierte en una venganza.

El castellano para lo respetable; el inglés para las chorradas. Clasismo lingüístico comme il faut.

 

Los orígenes del unboxing según cuentan se remontan a 2006 y nació con el desempaquetado de productos tecnológicos. Una metáfora impecable. La rudimentaria, arcaica, pero, todavía imprescindible caja de cartón: siendo destripada para dar a luz alguna maravilla de la tecnología. A partir de ahí, el unboxing se ha intensificado hasta acumular likes y visionados por millones.

Youtubers e influencers desempaquetan de manera compulsiva frente a las cámaras. A falta de rituales, en ausencia de ceremonias: los sacerdotes de nuestro tiempo ofrecen liturgias de desempaquetado. Igual que Áaron y sus hijos sacrificaban carneros ante Yavé en el Antiguo Testamento. Mientras, el dios Amazon sonríe complacido por la obediencia de sus fieles. ¿Se nos fue la mano en la comparativa? En lo literario puede ser, en el trasfondo, ni un poco.

 

La sonrisa de las cajas de Amazon y la sonrisa del Joker: ¿parecidos razonables?

 

Si el unboxing remite a algo es a otro rito asociado a una festividad de orígenes religiosos: los Reyes Magos. Esta moda lo que explota es la sensación de expectación y alegría al abrir los regalos junto al árbol navideño. Nos infantiliza y gratifica de inmediato. Y ese potencial no tiene porqué desperdiciarse desde un punto de vista del marketing bibliotecario.

Algunas bibliotecas acumulan ya experiencia en esto de explotar el efecto sorpresa o la emoción de enfrentarse a lo desconocido con total confianza. Ya en 2012, en la biblioteca pública de Seattle (Washington) pusieron en marcha las bolsas secretas diseminadas por sus estanterías.

Más adelante, llegaron las mochilas con contenidos secretos dirigidas a público infantil adaptadas por varias bibliotecas españolas. Y esta semana: más de una volverá a proponer citas ciegas con la biblioteca con motivo de San Valentín.

 

 

Pero si hablamos de unboxing, en sentido estricto, la última variante al respecto nos llega desde Francia. En la red de mediatecas de Pau, la capital francesa del Departamento de los Pirineos Atlánticos, llevan un tiempo ofreciendo el servicio de cajas literarias (Bouqu’in Box). Un paso más allá en la necesaria labor prescriptora sobre la que tanto se habla en el mundo bibliotecario.

Si el dios Amazon nos come terreno combatámoslo con sus mismas armas: cajas y recomendaciones a la carta. Se parte de un formulario en línea en el que el usuario que quiera usar el servicio va introduciendo datos: sus libros favoritos, sus gustos, el último libro que leyó… Y en 15 días puede pasar a recoger la ‘caja literaria’ en la sucursal en la que haya elegido. El plazo es un mes renovable por otro mes.

Lo que se echa en falta en estas cajas es que no fuesen solo literarias. Somos cansinos, sí, pero ya hemos dicho muchas veces que las bibliotecas promueven la cultura, no solo la lectura. Así que añadiríamos también cómics, películas o música. Tal cual como se hace en los Packs de préstamo de la BRMU, que en este 2020, van a vivir un relanzamiento. Aunque en este caso no se formen a partir de un formulario completado por los usuarios.

 

 

Lo que sí aprovechan los bibliotecarios galos es para incluir merchandising sobre la red de bibliotecas en las cajas. Y para concluir cada temporada de cajas literarias llevarán a cabo un sorteo, y quien lo gane, conseguiría una caja ‘premium’. En esta caja especial se añadirá a la obra seleccionada un producto fabricado por un artesano local.

De este modo los lazos de la comunidad a través de la cultura, y gracias a las bibliotecas, se refuerzan y tienen su proyección en las programaciones que diseñan las diferentes sucursales de la red.

El unboxing bibliotecario también puede conocer otra vertiente relacionada con las estrategias de comunicación en redes. Antes citábamos a youtubers e influencers, principales exponentes de este fenómeno del unboxing. Los booktubers no son ajenos a la tendencia: todo lo contrario. Por eso igual que iniciativas como las box littéraires se miran de tú a tú con Amazon; otro tanto se puede hacer desde las redes de las bibliotecas.

 

 

Poner en práctica el unboxing cada vez que llega un pedido a la biblioteca. Grabarse abriendo las cajas, comentando las novedades aprovechando para ‘venderlas’ a potenciales usuarios, y compartiéndolos bien en Youtube o en los stories de Instagram o Facebook.

No es algo que no hayan hecho ya en más de una biblioteca pero que no se explota lo suficiente. Y quien dice unboxing dice también a la hora de catalogarlo, o de tejuelarlo: cámara subjetiva a cuestas y comentarios en off del bibliotecario. El proceso para magnetizarlo mejor lo dejamos fuera del exhibicionismo de este trasunto de reality bibliotecario. No es cuestión de dar pistas sobre los sistemas antihurto de la biblioteca. Siempre es bueno mantener algo de misterio.

Y para terminar un post repleto de cajas, packs y redes sociales nada mejor que rescatar uno de los anuncios de la última campaña de Correos. ¿De qué hablarán las ordenadas cajas o packs bibliotecarios mientras esperan ser recogidos por sus usuarios?

 

 

Fuente: ActuaLitté, les univers du livre

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com