Actualizaciones disponibles para bibliotecas desfasadas

 

Actualizarse continuamente lleva a una vejez prematura. Estar al día se ha revestido de un halo de prestigio que, según en qué asuntos, hay que empezar a cuestionar. ¡Es una trampa!: que gritaría el comandante Ackbar de Star wars. 

Actualizarse como sinónimo de progreso, de no perder el tren, de no quedarse en la cuneta. Pero actualizarse, tras la revolución tecnológica de nuestro tiempo: no es más que otra esclavitud encubierta. Un sometimiento a la altura del protocolo SEO (Sumisión Electrónica y Obediencia). Actualización como eufemismo de dependencia: que no de evolución. El miedo a quedarse desfasado instalado en nuestros circuitos para alimento de nuestra ansiedad.

 

 

Dos ejemplos que tocan de cerca el negocio de este blog. En los dispositivos Kindle no se pueden leer los libros de la plataforma eBiblio. En los dispositivos Apple, con versiones superiores a iOS13, no se pueden visualizar, de momento, las películas de la plataforma eFilm. Dos actualizaciones de gigantes tecnológicos (aunque lo de Amazon con sus Kindle no sea propiamente una actualización) que ¡¡oh sorpresa! limitan servicios ofrecidos por las bibliotecas. ¿Nos ponemos conspiranoicos o ni nos tomamos la molestia?

 

El bueno de Scorsese dejando clara su opinión sobre lo que los algoritmos están infligiendo al cine como arte. 3, 2, 1… cuenta atrás para que alguien lo convierta en objetivo de la cultura de la cancelación.

 

Dejémoslo claro: postergar-ignorar-bloquear los incordiantes avisos de que hay actualizaciones disponibles para nuestro equipo no es procrastinar. Es uno de los pocos e insignificantes placeres que aún podemos permitirnos. Los dispositivos, los sistemas, las aplicaciones se actualizan. Los profesionales nos reciclamos. Como una botella de PET o un tetra brick. La polisemia de las palabras nunca es inocente. El contenedor amarillo, verde o azul para bibliotecarios puede que esté a la vuelta de la esquina.

¿Es posible ajustar los tiempos en una biblioteca? Vamos por mal camino. Se empieza así, y se termina de negacionista de la pandemia o pontificando desde el púlpito sobre las fuerzas del mal con el brazo irritado aún por la vacuna.

 

Victoria Abril y Miguel Bosé en Tacones lejanos (1991): lejanos los tacones, y lejanas las teorías de la conspiración a la que se abonarían, 30 años después, sus protagonistas.

 

En ‘Genbeta’ nos hablan de una manera con la que podemos bloquear a las grandes multinacionales en nuestro equipo. Usando la extensión para navegadores Big Tech Detective, desarrollada por el colectivo estadounidense Economic Security Project, tanto Google, Facebook, Amazon como Microsoft: desaparecen de nuestro equipo.

Más que una medida para independizarnos de las prácticas monopolistas de estas megaempresas, Big Tech Detective, es una perfomance digital. Es una manera de concienciarnos sobre el poder absoluto, que para sí hubieran querido los absolutistas ilustrados del XVIII, que estas grandes tecnológicas tienen sobre nosotros. Si lo aplicamos, nuestro equipo, se convertirá en el Marty McFly digital del mundo de los ordenadores.

 

Pero más allá de los inventos para concienciarnos: centrémonos en cuestiones prácticas. Hace unas semanas, la Open Library Foundation, ¿actualizaba? mejor digamos que renovaba su junta directiva. La Open Library Foundation promueve el desarrollo, la accesibilidad y la sostenibilidad de proyectos de códigos abierto por y para bibliotecas.

Tom Cramer, bibliotecario universitario de la Universidad de Stanford, ha sustituido a David  Carlson como presidente de la Junta. El presidente saliente ha declarado que:

«La Open Library Foundation se fundó con la visión de ser un hogar, una especie de refugio seguro, para proyectos de software abierto que cumplieran la misión de las bibliotecas. […]  estamos listos para que más proyectos se beneficien de las oportunidades que presentan los proyectos de código abierto.»

En 2016 se creó la Open Library Foundation como organización imparcial e independiente. El software que se desarrolla bajo su amparo está disponible gratuitamente para uso personal, institucional o comercial. El movimiento promovido por esta fundación no tenido excesivo predicamento, al menos hasta ahora, en nuestro país. Pero ya hay antecendentes.

 

La periodista Alba Correa señalando con el dedo a la lógica logarítmica.

 

El libro de Stallman, un clásico en la defensa del software libre, que se puede descargar gratuitamente (como no podía ser de otro modo) en la red.

Las bibliotecas gallegas, en virtud de la Agenda Digital de Galicia 2020 y del Plan de Softwar Libre 2017, optaron por la implantación de Kohabib: un sistema integral de gestión bibliotecaria basado en el software libre Koha.

Un proceso que arrancó en 2016; y que este pasado mes de enero, se ha visto reforzado con la integración de 30 bibliotecas más. La red bibliotecaria gallega se ha convertido así en el ejemplo más preeminente, por número de bibliotecas y población atendida: en el uso de software libre en nuestro país.

Sería un buen momento para que alguien se decidiera a retomar, y actualizar, el Mapa del Software Libre en España que, el Grup de Treball de Programari Lliure per als Professionals de la Informació:  presentó en las XIII Jornadas Españolas de Documentación, allá por el 2013. El uso del software libre, en las bibliotecas de nuestro país, es un melón que aún no se ha abierto del todo.

La filosofía del software libre ¿nos libraría de la esclavitud o nos hace más esclavos? Sin un fuerte y duradero plantel informático detrás: aventurarse en esa jungla se vislumbra complicado. Pero la libertad siempre ha conllevado un precio; y hay que sopesar bien si estamos dispuestos a pagarlo. Y no hablamos solo de dinero.

 

 

También en 2013, el profesor de la Universidad Complutense de Madrid, Manuel Blazquez: presentó el primer sistema integrado de gestión bibliotecaria íntegramente desarrollado en nuestro país: Colibrí. Un proyecto esperanzador, en parte por haber sido realizado por bibliotecarios para bibliotecarios: pero que quedó varado por falta de apoyos económicos.

 

El tema del software libre, lejos de perder vigencia: sigue ahí. Soterrado, quizás, entre tanto ruido: pero persistente. En el blog de la empresa de servicios informáticos, TechJockey, acaban de publicar un artículo con un ranking de los 10 mejores sistemas de código abierto para bibliotecas.

El ranking lo encabeza Koha para a continuación enumerarse otros recursos de código abierto como Evergreen, OPALS, Openbiblio, Invenio, PMB, NewGenLib, CodeAchi, Librarian y BiblioQ. El repaso a los diez sistemas recoge sus principales características, y  a modo de conclusión, termina repasando algunos pros y contras que, a juicio de TechJockey: tiene el producto en cuestión.

 

Étienne de La Boétie dando lecciones al siglo XXI desde el XVI.

 

Datos y reflexiones con las que entretenerse, una vez que, tras meses de postergarlo, nos aventuramos a pulsar el botón de actualizaciones disponibles. Durante minutos, con suerte, nuestro equipo nos rechaza ensimismado en su renovación. Y una vez concluye de autosatisfacerse, nos vuelve a acoger, pero ahora bajo nuevas normas. El ABC del BDSM: ¿quién posee a quien? ¿el amo o el esclavo?

No, que no vamos de luditas. Vamos de que, puestos a cuestionar/nos: cuestionemos también el que haya que estar cambiándolo todo. Las bibliotecas, pese a sus deficiencias remoras o limitaciones, siguen estando vigentes en muchas cosas. Que la actualización sea un deseo real, no impuesto, de mejora. No dejemos que ese ansia por actualizarnos haga que nuestra autoestima, profesional o personal, se tambalee. En definitiva, darle al botón de la actualización debería ser siempre un acto soberano. ¿O tal vez no?

About Vicente Funes

Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Tráfico aéreo de libros en hora punta

El hombre-bala, otra forma de envío en la postal de librerías mexicanas Gandhi

Ni en Dragones y mazmorras, ni tan siquiera en Juego de tronos, se les hubiera ocurrido algo parecido a la noticia de la que nos hacemos eco en este post.

Hace pocos días, en ‘Xataka‘, nos contaban el proyecto de aeropuerto para drones que se quiere abrir en Reino Unido. Queda por saber en qué terminará todo, pero solo faltaría que además de los atascos y las bicicletas por las aceras, se sumen al caos urbano: miles de drones cual moscardones tecnológicos, llevando pedidos de una punta a otra de la ciudad.

Un dron de Amazon volando con el pedido hacia un domicilio.

Ahora que las pequeñas y medianas librerías se están movilizando para hacer frente a la apisonadora de Amazon: es el momento de recuperar la respuesta que una librería francesa planteó en su día. Si el enemigo ataca con drones, las librerías de toda la vida se defienden con catapultas, y mucha coña marinera.

Catalivre, es el nombre con que bautizaron el expeditivo método de distribución de pedidos (cuya demostración práctica puede verse en este vídeo), la librería francesa de Delvaux, en la preciosa ciudad medieval de Provins. Según aclaraban, la catapulta lanza-libros, era capaz de distribuir pedidos hasta distancias de 220 metros. En qué estado llegaban los libros: eso ya era otro cantar (medieval a ser posible).

En Inglaterra, las librerías Waterstones, propusieron también, en su día, enviar los libros con búhos; en las librerías alsacianas optaron por una especie con amplia experiencia en esto de entregas a domicilio: las cigüeñas. A las pobres palomas mensajeras les salieron  más competidoras que en Los pájaros de Hitchcock.

 

Cigüeña en reparto librero

En Infobibliotecas, como amantes de otras especies que somos (y también para qué negarlo, por nuestro carácter algo rústico), optamos por lo expeditivo de la catapulta. ¿Cuántas bibliotecas soñarían con una catapulta para poder lanzar lejos, muy lejos, los best sellers desahuciados por haber pasado de moda? Una venganza en retrospetiva por tanta saturación.

En la película Los señores del acero (1985) de Paul Verhoeven, el mercenario medieval que interpreta Rutger Hauer: utiliza un trozo de carne contaminada de peste para catapultarla hasta el pozo del que bebe la población de un castillo asediado. Una escena que, en las circunstancias actuales, se revista de tétrica actualidad.

 

Diseño de la catapulta por Leonardo da Vinci.

Ni los griegos, ni los mongoles, ni el mismísimo Leonardo da Vinci, que tanto mejoró el invento bélico, podrían haber imaginado que el arma de guerra medieval por excelencia, iba a conocer semejante uso en nuestros tiempos. En cambio, para hacer llegar la lectura a nuestros usuarios, preferimos métodos menos lesivos. Desde los clásicos bibliobuses, las bibliobicis, los biblioburros colombianos o hasta unos patines; todo mientras esperamos a que llegue finalmente la teletransportación.

Y dado que estamos en con ganas de guasa, que hemos citado al imperio mongol, la teletransportación, y lo bien que nos vendrían unos buenos patines en esta situación: nos viene a la memoria un colofón musical que nos catapulta a otra dimensión.

El musical que más Razzies (los anti-Oscars) ha recibido en la historia: Xanadu. Olivia Newton-John, la ELO, efectos especiales ochenteros, coreografías en patines, para la historia de una sala de fiestas bajo el nombre de la mítica capital del Imperio mongol.

Ni los amplios márgenes de nuestra Biblioteca bizarra hubieran sido capaces de albergar tanto destello.

 

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Bibliotecas poliamorosas (no solo en San Valentín)

 

Cada generación inventa el mundo. Y es justo que así lo crean. Algunas lo tienen más fácil que otras. Nacer y crecer en medio de una revolución digital, en pleno in crescendo de la Inteligencia Artificial, la endogamia de las redes sociales y con el aditivo de una pandemia: a la larga, promete condicionar más tu visión del mundo que el haber lucido calentadores fosforescentes en los 80.

Que los nacidos en el siglo XXI crean estar inventado la rueda: tiene más pase que los que presumían de ser los reyes del mambo por haber ido a Woodstock. Pero el copyright del poliamor, por mucho Tinder o Grindr que ande por medio: ya se inventó en los 60. Si acaso, la versión 3.0, haya añadido una saludable fluidez en los géneros. Pero se haya puesto o no en práctica, el añadir elementos a la pareja: siempre ha existido. Aunque, eso sí, más de tapadillo.

 

Logo creado combinando la bandera del orgullo poliamoroso y el logo de la biblioteca pública.

 

Lo que tampoco han inventado los millennials, ni los centennial, es el consumo desprejuiciado de cultura. En un tiempo en el que cualquiera es experto en cualquier materia viendo cuatro tutoriales de Youtube: el valor para erigirse en líder de opinión pasa por hacer alarde, sin complejos, de lo que no se sabe. El efecto espejo basado en el gusto personal como único criterio con el que identificarse.

Youtube, tutoriales aparte, está repleto de reaction vídeos. Los vídeos en que adolescentes y jóvenes convierten el primer visionado de una actuación musical; la primera escucha de un disco; o la visión de una película en un espectáculo. Por no hablar de los gamers y sus reacciones la primera vez que prueban un nuevo videojuego. Like a virgin, que cantaba Madonna, en los años en que se estilaban los calentadores fosforitos.

 

Pantallazo de la serie de reaction vídeos sobre situaciones que se desarrollan en bibliotecas cuando suenan de imprevisto canciones con letras inapropiadas.

 

El poliamor como canon en cuestiones sentimentales; y la virginidad como espectáculo en cuestiones culturales. Está claro que, para los nacidos bajo el imperio de los realities, la exposición pública es un valor en sí mismo. Pero, sorprendentemente y a título póstumo, quien ha conjugado poliamor y virginidad estaba muy lejos de pertenecer a la generación más digitalizada de todos los tiempos: el crítico Harold Bloom.

El brillante libro de la vida. Novelas para leer y releer (The Bright Book of Life. Novels to Read and Reread: es una de las dos obras que el reputado erudito literario ha dejado como testamento tras su muerte en 2019. Un emocionante repaso a la pasión que ha colmado su vida: la literatura. En él, Bloom, ensalza los valores de leer y releer. La fortuna de quien es touched for the very first time por La cartuja de Parma de Stendhal; Pastoral americana de Philip Roth; Al faro de Virginia Woolf o El Quijote de Cervantes.

 

 

Y la dicha de volver a esas lecturas que nos marcaron y reconocerse diferente, como lector y persona: ante unas obras que destilan nuevos significados según nuestro ánimo y circunstancias. Pero la erudición, el purismo y el rigor literario de Bloom casan mal con el espíritu de la generación de los booktubers y los reaction videos. La conexión intergeneracional no es otra que J.K. Rowling. El crítico fustigó enérgicamente la obra de la escocesa llegando a decir que: era mejor que los niños no leyesen nada antes que leer los libros de Harry Potter.

Y ahora, los nacidos bajo el influjo del mago y en tiempos de poliamor, denostan la figura de J.K. Rowling como practicantes devotos de la cultura de la cancelación. Las declaraciones de la escritora contrarias a los valores del momento le han valido su reprobación (¿o habría que decir linchamiento?) en redes. Sin entrar en lo acertado o no de las ideas de la escritora: tanto la intrasigencia cultural de Bloom como la de los nacidos bajo el signo de lo digital: conectan contraviniendo la esencia del poliamor.

En el poliamor, sea cultural o sentimental, hay que ahorrarse el mayor número de prejuicios posibles. Open to  heart to... (y va otra de Madonna en los 80). Ya vendrán, o no, los desengaños, las rupturas y los reencuentros. Como sostiene Allie Phelan, más conocida como la bibliotecaria poliamorosa:

«A veces se trata de energía emocional. A veces se trata de energía física. A veces, una combinación o todos estos. Muchas personas, especialmente al principio de sus días de citas poliamorosas, tienen que aprender sus límites»

Lo de Allie Phelan, la bibliotecaria poliamorosa, merece comentario aparte en este post. En sus redes se define como autora, conferenciante y bibliotecaria. Se dedica a dar charlas, talleres, grupos de discusión, desde su sede en San Francisco, para informar, asesorar e introducir a estudiantes, jóvenes o público, en general: en el intrincado mundo del poliamor.

Como bien se ocupa de subrayar: no es una terapeuta, es una bibliotecaria. Con experiencia en el mundo poliamoroso de más de veinte años. E imparte talleres y charlas sobre no monogamia ética; lenguajes e identidades LGTBQ+ y recomendaciones culturales, que para eso es bibliotecaria titulada.

 

 

Nadie como Allie, nadie como un profesional de bibliotecas, para instruir sobre el verdadero poliamor. Relaciones sentimentales (¿qué otro tipo de relaciones se tiene con la cultura por mucho que apele a nuestro intelecto?) hacia personas,bibliotecas, librerías, filmotecas, museos, galerías, libros, películas, música, cómics o videojuegos. Tanto da.

El poliamor cultural, que el otro (una vez nos ha servido como idea) se queda en el ámbito de lo privado: no se pone límites. Y  si hay una institución que lo representa: esa es la biblioteca pública. Las bibliotecas especializadas, académicas, de investigación,  especiales o nacionales: son celosas y exclusivas en sus relaciones. Pero las públicas son poliamorosas no por convicción sino por naturaleza. Como le decía el escorpión a la rana, en mitad del río, antes de ahogarse los dos: «no puedo evitarlo, es mi naturaleza».

La razón de ser de la biblioteca pública no puede entenderse desde la exclusividad, ni desde un género, una edad, tendencia ideológica, sentimental o sexual. El poliamor cultural solo encuentra su definición más absoluta en una biblioteca pública. Así que ¿para cuándo una serie de reaction videos de adolescentes alucinando ante lo que puede ofrecerles más allá de ser una sala de estudio?

 

Logo creado combinando la bandera de la pansexualidad y el logo de la biblioteca pública.

 

 

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Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

La biblioteca como puente intergeneracional

 

Febrero 2021. Elon Musk está a punto de enviar turistas al espacio; la comunidad científica internacional, en un esfuerzo sin precedentes, ha conseguido vacunas para combatir una pandemia, la Inteligencia Artificial ha resucitado a Lola Flores para anunciar cervezas; en el congreso de los diputados de España se debate una ley trans. Mientras, las bibliotecarias, siguen usando gafas antiguas, llevando cárdigans grisáceos y teniendo una vida aburrida.

Si eres bibliotecaria y has llegado a los 50 tu vida tiene que ser un asco. Equivalencias perennes en el relato audivisual contemporáneo.

La adaptación cinematográfica de la novela gráfica Days of the Bagnold Summer (no publicada en castellano) estrenada en la plataforma Movistar+ recupera la imagen más canónica de la profesión. Menos mal. No fuera a ser que, entre tanta distracción, a la generación zeta se le pasara perpetuar una iconografía con tanta solera.

Para los nacidos desde la mitad de los 90, Bertín Osborne y el gremio bibliotecario, deben formar parte de un pack indisociable a ese pasado mítico, oscuro y troglodita en el que no existía Internet.

Pero vamos al meollo, es decir, a la sipnosis de la película. El argumento, basado en el precedente gráfico del cómic de Joff Winterhart, retrata el verano que tienen que pasar juntos una madre y un hijo adolescente. El hijo heavy y depresivo (no necesariamente en ese orden) confiaba en pasar las vacaciones con su padre recorriendo Florida en un descapotable. Pero, por inconvenientes sobrevenidos, se ve obligado a pasarlo con su madre: una introvertida bibliotecaria de 52 años que se esfuerza por encontrar pareja de nuevo. El personaje de la madre cumple con todos los preceptos de la ranciedad estética y vital más estricta.

¿Un heavy como representante de la juventud millennial? Lo anacrónico e intergeneracional para Joff Winterhart, un boomer, son figuras de estilo. Sin duda. En su segunda novela gráfica, Driving short distances, incide en la temática ahora con contraste entre modelos de masculinidad.

 

La más reciente novela gráfica de Joff Winterhart se centra en la relación entre un joven aprendiz y su jefe. Un prototípico ejemplar de hombre de mediana edad chapado a la tradición.

 

Según reza Wikipedia, la teoría sociológica de la brecha generacional, surgió en los 60. Fueron los boomers los que cuestionaron todo el establishment cultural, político y de valores de sus padres. Desde entonces la juventud baila (como rezaba el programa de television de los 80) en la publicidad, el consumo y las modas. Mientras que en el mercado de trabajo, vivienda e independencia económica: la pista de baile se queda vacía.

La segregación por generaciones, más allá del entorno familiar, es uno de los proyectos más exitosos del capitalismo. Los ámbitos y espacios de interacción intergeneracional, más allá de los vínculos familiares, se han ido reduciendo sistemáticamente desde hace décadas. Divide y manipularás mejor. Un panorama que esta crisis sanitaria no ha venido más que a acentuar.

 

 

Del desconfinamiento por edades al «Tu fiesta me va a matar»: ahora llega el momento vacuna con «Tú Moderna y Pfizer, y yo AstraZeneca». La brecha, la insolidaridad, la lejanía se hacen más y más profundas. Pero donde menos, y cuando menos lo esperas, va C Tangana y hace un guiño a la Campanera de Joselito, mediación mediante de Manolito Gafotas: que la incrustó en la memoria de los que eran niños en los 90. Y Lola Flores, invocación digital de por medio, se convierte en referente del ideario millennial condensado en un eslogan publicitario para vender cervezas.

En la joya cinematográfica Looper (2012), un maduro y escarmentado Bruce Willis, coincide con su yo joven y tiene que disuadirlo de tomar decisiones que marcarán trágicamente su futuro.  Atención spoiler: no funciona.

Para superar lo que los tiempos se han empeñado en separar desde los años 60 del pasado siglo: no basta con advertencias. Hacen falta espacios comunes. Y ese espacio, físico y mental, puede y debe ser la cultura.

 

 

En la revista ‘Vanity Fair’ publicaba hace unos días un artículo sobre el club de lectura creado por la mítica casa de modas Chanel. La encargada de inaugurarlo ha sido Carlota Casiraghi. El titular elegido para encabezar el artículo deja claro el target al que se dirige la publicación: Carlota Casiraghi debuta en el club de lectura de Chanel con dos ‘looks’ sobresalientes. Y es cierto, la hija de Carolina de Mónaco, luce espectacular y terriblemente chic con sus dos conjuntos de Chanel. Pero donde termina de deslumbrar es cuando habla de Rilke, Baudelaire o lee fragmentos de Lou Andreas-Salomé.

¿Qué separa a la bibliotecaria protagonista de Days of the Bagnold Summer y a la heredera del trono del glamur monegasco? ¿La belleza, el estilo, el chic, la edad, el dinero, la clase social, la fama…? Desde luego, que como autores de juegos de encontrar las 7 diferencias: no tenemos precio. Y ¿si nos fijamos mejor en lo que, teóricamente, las une? Los libros.

La bibliotecaria interpretada por Monica Dolan trabaja rodeada de libros; y según el testimonio de Carlota, ella vive también rodeada de libros. En la aparentemente abismal brecha que separa ambas mujeres (dejando aparte que una es de ficción y otra, suponemos, porque no la conocemos, real): hay un puente hecho de libros.

 

Carlota, que tiene 34, es millennial por la punta de arriba. Y si tenemos que creer a Sabina: las niñas ya no quieren ser princesas desde los 80. Tal vez por eso, Carlota, licenciada en Filosofía por La Sorbona, se ha convertido en estrella de encuentros literarios como el pasado Hay Festival de Segovia; y escribe libros de filosofía junto a Robert Maggiori.

Mientras, desde el otro mundo que la reclama, el de la moda: la diseñadora de la colección de prêt-à-porter de la casa Hermès: Nadège Vanhee-Cybulski declara para ‘El País’:

«En los últimos 30 años todo en la moda ha girado en torno a la juventud: en los próximos 10 años lo hará sobre la diversidad  la inclusión.»

 

Sin salir de Francia, el alcalde de la villa gala de Rouez (Sarthe), ha promovido con la colaboración de la Fundación Le Grou la construcción de una biblioteca pública dentro de la residencia de ancianos de la localidad. Y prosiguiendo con este afan por crear espacios comunes en los que las generaciones interactúen entre ellas, el siguiente paso, ha sido la creación de un comedor para que escolares y ancianos coman juntos.

Ludovic Robidas, que así se llama el político, ha colaborado para la creación de dos de los espacios públicos donde, de la manera más natural, mejor se sortea la brecha generacional. Libros y gastronomía como puente entre los más jóvenes y mayores de la comunidad.

Como subraya el, también francés, arquitecto Eric Cassar: «la arquitectura intergeneracional implica repensar nuestros hábitos. La pandemia de coronavirus es un recordatorio de que se necesita una mayor solidaridad». Y por ello el arquitecto ha concebido un concepto de residencias que promuevan la mezcla intergeneracional.

El blog de arquitectura galo en el que se promueve un hábitat urbano ecológico, solidario e intergeneracional.

 

Cuando todo esto pase (frase que, a estas alturas, es más rogativa divina que frase hecha): las bibliotecas pueden/deben convertirse en los espacios públicos propicios para captar las ganas de interacción que tendremos. Frase que advertimos, ante previsibles quejas, que va a ser letanía en este blog a partir de ahora: que esa interacción sea más intergeneracional que nunca para compensar tanto tiempo (y vidas) perdidas.

Nos tocará construir los puentes. ¿De desvencijadas maderas y sogas como el de Indiana Jones y el templo maldito o el Golden Gate de San Francisco? Uno de Calatrava, mejor no, que resbalan y a ciertas edades, bibliotecarias, son un peligro para las caderas.

Y cerramos con lo que empezamos. La banda sonora de la película sobre la bibliotecaria aburrida y el hijo heavy viene firmada por el grupo Belle and Sebastian. Pero no, no vamos a cerrar con un tema de la BSO. Elegimos un clásico de su repertorio porque su título lo dice todo: Wrapped up in books (Envuelto en libros). Tal cual como la bibliotecaria de la peli y Carlota Casiraghi.

 

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Viento en popa a toda biblioteca

 

Muchos de aquellos que se lo pueden permitir han tomado la decisión de trasladarse, o permanecer tras el verano, en sus segundas residencias en la costa. En nuevo año que arranca oscuro, la cercanía al mar, pareciera una promesa de normalidad y seguridad. Si en este blog tendiéramos al lirismo, que no es el caso, podríamos jugar literariamente con el ansia marina como una nostalgia del pasado. Pero si aplicásemos el oído a una caracola lo más seguro es que acabásemos con un cangrejo de pendiente, tal cual, como en un tebeo de Bruguera.

¿Trasantlántico o ballena?: la Bibliotheater de Shanghái. Fotografías de Jonathan Leijonhufvud

 

Esta evocación marina viene al hilo de que el post de la semana anterior lo dedicamos a las bibliotecas del Titanic; y en este, hablamos de bibliotecas y ballenas. Háblame del mar, bibliotecario. Que desde mi ventana no puedo yo verlo…

El campus de la Escuela Internacional Qingpu Pinghe en Shanghái ha estrenado recientemente la Pinghe Bibliotheater: una biblioteca, un teatro y un cine. Todo en uno. Por su forma exterior, algunos la llaman el transatlántico, mientras otros: la ballena azul. Puestos a elegir preferimos la segunda. Antes Moby Dick (aunque fuese blanca) que Titanic. Por el clásico de Melville; pero también porque fue una ballena la que dio cobijo a Jonás. Tal como hacen las bibliotecas: aunque no por precepto divino.

El estudio arquitéctonico OPEN, artífices del edificio, fundamentan conceptualmente esta biblioteca-teatro en la idea de que la lectura y el pensamiento, como componentes críticos de la educación: deben expresarse a través de representaciones. Algo de lo que suelen adolecer los sistemas educativos.

 

La Bibliotheater es un archipiélago bibliotecario, cultural y educativo conformado por varios edificios. En ellos se distribuyen: la biblioteca, un cine con 500 plazas, el teatro para 150 espectadores y un café. En el vientre de esa biblioteca, cualquier amante de la cultura, querría pasar mucho más días de los que el profeta pasó en el de la ballena.

Y desde China también nos llegó la red social que copa la actualidad en los últimos tiempos: TikTok. Su nombre originario es el de «Douyin» (sacudir la música en chino) pero ha dado su salto internacional con las dos sílabas que recuerdan: tanto al sonido de las manecillas de un reloj como al de un metrónomo marcando el ritmo.

Una de las últimas modas en la susodicha red son las canciones marineras. Bajo el hashtag #seashantytok los usuarios de la red comparten vídeos musicales cantando, en directo o playback, algunas de las tonadas clásicas que, con gusto, entonaría la tripulación del capitán Ahab.

Este auge repentino ha llevado a British Library Publishing a adelantar la publicación del libro ilustrado: Sailor Song: The Shanties and Ballads of The High Seas. Una recopilación de canciones y baladas marinas llevada a cabo por el cantante y profesor universitario Gerry Smith y que está profusamente ilustrado por dibujos de Jonny Hannahy e imágenes pertenecientes a los fondos de la British Library.

 

 

Algo se ha hablado de TikTok en bibliotecas. Pero su uso  aún no se ha extendido demasiado. Como recogía Fernando Gabriel Gutiérrez, en Infotecarios, hay varios pros y contras que sopesar. Pese a ello algunas bibliotecas ya se han decidido y empiezan timidamente a poblar una red colmada por coreografías y memes continuos. Una de las últimas, la Biblioteca Pública de Calgary, en Canadá. Y tras 8 meses de recorrido ya pueden hacer un pequeño balance que igual sirve de ayuda para aquellas que se lo estén planteando.

En tiempos de pandemia el equipo de Calgary ha conseguido conectar con el público potencial de la red: los adolescentes. Han tirado de lo cómico, como no podía ser de otro modo: para transmitir desde recomendaciones sobre el uso de las mascarillas, a comportamientos incorrectos en las instalaciones de la biblioteca; manualidades o, por supuesto, recomendaciones de libros. El resultado ha sido una gran difusión de sus vídeos entre el público objetivo al que iban destinados.

 

Dos técnicos de la plantilla de bibliotecarios se ocupan de alimentar la red en la que colaboran hasta 20 compañeros: dando sugerencias, haciendo guiones o filmando vídeos.

Entre las campañas que han puesto en marcha se encuentra la del canoodling (besuqueo en inglés): para advertir a los jóvenes que acuden a la biblioteca que besarse con mascarilla (como ha sucedido en sus instalaciones): no es una práctica que cumpla, precisamente, con los protocolos sanitarios de la Covid-19.

Igual los bibliotecarios confundieron la motivación de los jóvenes; y en realidad, lo que estaban haciendo era emular a Los amantes de Magritte.

Y para cerrar la travesía de este post que arrancó surcando los mares para terminar surcando las redes: nada mejor que rescatar la banda sonora de la película Vida acuática (2004). No es muy propia de TikTok. Seu Jorge versionando clásicos de Bowie en modo bossa nova. Y precisamente por eso la elegimos. Porque sosiega tanto el ánimo como perderse mirando el mar.

 


Crédit photo : Jonathan Leijonhufvud

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La biblioteca del Titanic

 

Los aires apocalípticos de estos últimos tiempos están dando para muchos memes y chascarrillos. Es cuestión de tiempo que la prolífica industria del manga lance alguna serie dedicada a la pandemia del Covid-19. Hasta puede que ya lo hayan hecho y no lo sepamos. Pero estamos tranquilos. Tarde o temprano Yordi biblioteca la localizará y nos lo hará saber.

Hay mangas para los asuntos más peregrinos. Y la cultura japonesa tiene el gen apocalíptico hipertrofiado en su ADN. Este fin del mundo necesita de onomatopeyas y líneas cinéticas al estilo nipón. Ahora que Iker Jiménez se ha vuelto un periodista riguroso hace falta, más que nunca, alguien que guionice el juicio final que se nos avecina. Por el momento, una de las series manga centrada en retratar tiempos oscuros en bibliotecas: se acerca a su fin.

Library wars. Love & War Beesatsu-hen de Kiiro Jumi anuncia que arranca su arco final. Lo cual no es decir mucho. El chicle se puede estirar, cual Sr. Fantástico de Los 4 fantásticos, con numerosas secuelas. De hecho, esta Beesatsu-hen, se trata de una continuación de Library wars. Love & Peace, la serie original que se publicó desde el 2007 al 2014. Una secuela como el 2021 parece ser del 2020.

El caso que esta historia, sobre un régimen autoritario que dicta una ley para limitar la libertad de expresión, en el 2019, y que provoca la creación de una unidad militar para defender los libros de las bibliotecas: encara su tramo final. Biblioteca y hecatombe siempre combinan bien en las tramas de cualquier tipo de ficción.

El último número de la veterana revista ‘Dirigido por…’ dedica un amplio dosier al denominado cine de catástrofes. Un género que conoció su punto álgido allá por la década de los 70 del pasado siglo; pero que en medio de esta sucesión de catástrofes: tiene el terreno abonado para resurgir.

 

La Biblioteca Pública de Nueva York en dos imágenes de El día de mañana (2004): cine catastrofista con el cambio climático de excusa.

 

En la selección de 25 películas por cada año que el Archivo Nacional de la Biblioteca del Congreso de Washington conserva para la posteridad: no han incluido ni La aventura del Poseidón; ni El coloso en llamas; ni tan siquiera alguna de la serie Aeropuerto. Ninguno de los títulos emblemáticos del género o subgénero. La única que se ha incluido es la de Titanic de James Cameron. Pero el taquillazo de los 90 no es representativa de los años dorados del sonido sensurround

Un pequeño fallo en el listado. No por la cuestionable calidad de las películas en sí (aunque las producidas por Irwin Allen no se pueden desdeñar pese a lo estereotipado de la fórmula): sino porque son altamente representativas de un momento histórico concreto.

 

Detalle del cartel de ‘La aventura del Poseidón’ (1972).

 

El modo en que la sociedad de un periodo representa su fascinación por el desastre, por la catástrofe, por la aniquilación: no se puede dejar pasar si queremos un retrato lo más completo posible. Igual que los años 60-70 españoles quedarían cojos si junto con las películas de autores como Carlos Saura: no tuviéramos en cuenta las españoladas de Alfredo Landa o Paco Martínez Soria.

Titanic, la de DiCaprio, es de 1997 y recrea un desastre acaecido en 1912: así que poco aporta a las posibles lecturas que del género de catástrofes se podrían hacer. Y dejando el romanticismo kitsch hiperdigitalizado del mamotreto de Cameron aparte: mucho se habla de los músicos del Titanic; pero bien poco de las bibliotecas del infortunado trasatlántico.

En las siguientes fotografías se pueden ver lo que podrían ser salas de lectura del buque de lujo. La primera corresponde a la primera clase; y la segunda, se identifica como la biblioteca dispuesta para la segunda clase. A la categoría que le correspondía al personaje de Leo no le correspondería biblioteca alguna.

 

 

No hemos podido confirmar que fueran consideradas propiamente como bibliotecas. Pero estamos hablando del género de catástrofes: no dejemos que la verosimilitud más estricta nos malogre la historia.

Melancolía (2011) de Von Trier: el fin del mundo para cinéfilos de pro.

Al inicio de esta pandemia también sonaron voces proclamando que el virus actuaba como un gran igualador. Que no discriminaba entre ricos y pobres. Una tontería como cualquier otra. Y no solo por las diferencias sociales y económicas.

Llevándolo a nuestro terreno, el bibliotecario, también suena falso. En las bibliotecas públicas no hay primera, segunda ni tercera clase. Pero eso no quiere decir que no corran peligro de naufragar aún sin icerberg de por medio.

No, no va a ser lo mismo para una biblioteca grande, con más personal y recursos; que para una biblioteca pequeña. No será lo mismo para una biblioteca de gran ciudad que para una biblioteca rural. Pero esas desigualdades, injusticias o simples diferencias: no tienen porque ser coartada para regodearse en el lamento y la autoconmiseración. Y por lo tanto en la inactividad.

En medio de este panorama, la biblioteca que ha saltado a los medios, que ha merecido un reconocimiento desde la instituciones europeas, que ha convocado el aplauso unánime: ha sido una biblioteca pequeña con solo tres trabajadores en plantilla. La biblioteca de Soto del Real. Una chalupa, según la tormenta, tiene más posibilidades de sobrevivir que un trasatlántico. Y en ello tiene mucho, pero que mucho que ver, su tripulación

 

 

Y para cerrar un post que se podría clasificar dentro del género catastrofista nada mejor que volver la mirada a los clásicos. Si hay un infierno literario de referencia ese es el Infierno de Dante. Ahora, gracias a una exposición virtual de la Galería de los Uffizi, podemos disfrutar de una joya bibliográfica única con motivo del 700 aniversario de la muerte del poeta.

Las ilustraciones que Frederico Zuccari llevó a cabo sobre la obra de Dante, inspirado, tras un viaje a España entre 1586 y 1588. Ochenta y ocho grabados que pasaron de pertenecer a la familia Orsini a los Médici antes de terminar en la coleccion Uffizi en 1738. De la serie dibujada por Zuccari solo once ilustraciones de las ochenta y ocho están dedicadas al cielo. Está claro que el Infierno, el apocalipsis, siempre ha resultado más fotogénico.

 

Una colección de dibujos que ha sido apreciada por muy pocos ojos. Se mostraron en público solo en 1865, con motivo del 600 aniversario del nacimiento de Dante. Y ahora, gracias a la tecnología, se pueden disfrutar con un nivel de detalle asombroso. Según el director de la galería Uffizi, Eike Schmidt, la iconografía del averno que surgió, gracias a las ediciones ilustradas de la obra del poeta, ha impregnado la imaginación apocalíptica de los siglos posteriores.

Y en esas seguimos, imaginando cómo será el fin del mundo. En La hora final (1959), una muestra de cine de catástrofes, podríamos decir que de «autor» (Stanley Kramer), Gregory Peck y Ava Gardner aguardan, en Australia, a que les alcance la radiación nuclear que ha aniquilado al resto del mundo. Mientras esperan esa hora final se dedican a reconciliarse con su pasado. Y es que si llega el fin del mundo, tal y como decía Picasso a cuenta de la inspiración, que nos pille haciendo cosas. Porque, ¿y si no llega?

 

 

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Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Biblioteca bizarra (#bibliobizarro) 4º aniversario

 

Se han cumplido 4 años desde que en este post, de cara a la Navidad de 2016, lanzamos el reto #bibliobizarro. Un hashtag creado para compartir en redes algunas de esas joyas documentales que reposan, en tantas y tantas bibliotecas: y que requieren de una sensibilidad adiestrada para ser detectadas y convenientemente interpretadas.

 

 

En un rastreo apresurado por Twitter constatamos que el hashtag ha dado señales de vida hasta marzo de 2019. Con menos se le concede el estatus de clásico a según qué cosas. El caso es que la segunda temporada del 2020 (según acertada definición del escritor Miguel Ángel Hernández en un tuit) ha empezado trepidante y no parece que vaya a darnos mucha tregua. Por eso, por conjurar un poco tanto augurio inquietante: apostamos por arrancar el año en este blog con algo ligero.

Además, hace muy pocos días, desde la cuenta de Twitter de la RAE, nos llegaba una buena noticia. Estamos a punto de dejar de estar en pecado, lingüístico, con el uso alevoso y reincidente que llevábamos haciendo del término bizarro:

 

 

El vocablo que ya pasó el prueba del algodón académico en 2017 fue el de postureo. «Actitud artificiosa e impostada que se adopta por conveniencia o presunción«. Así lo describe su entrada. Y se ajusta bastante al uso que del concepto se hacía en sus orígenes angloparlantes. Proviene de poser, una palabra que en inglés venía a describir a aquellos que adoptaban las pintas, perdón, el look de determinadas tribus urbanas sin tener ni idea del discurso que había detrás.

Algo mal visto allá por los 80, cuando lo de la autenticidad aún se tenía en cuenta. Pero cuando, hasta los que entonces se llamaban pijos, llevan camisetas de Los Ramones o del Ché Guevara: está claro que lo de acoplar estética con discurso está más desfasado que decir carroza para referirse a viejuno. Viejuno, por cierto, un término camino de caer en desuso antes incluso de que la RAE inicie los trámites de adopción.

 

 

Precisamente, allá por los 80, la ahora renqueante industria del disco tuvo una de sus épocas gloriosas.  Aún no se atisbaba en el horizonte lo que aquellos simpáticos ordenadores terminarían haciendo con la música, primero. Y las películas, los taxis, las agencias de viajes, los libros y que cada uno sume lo que se le ocurra a la lista: después. Pero como todo vuelve (menos las hombreras como pistas de aterrizaje): los DJ, por un lado, y los (ahora también agotados) hipsters, por otro: han hecho que los vinilos regresen, y cada vez, se vendan más.

Según recientes noticias de la industria del disco, por primera vez en la historia, el vinilo supera al CD en ventas en los Estados Unidos. Una tendencia que ya se dio en el 2019, y que en el año de la pandemia, en el año en que el consumo digital se ha elevado a cifras jamás alcanzadas: se consolida.

 

 

¿Hacemos una lectura oportunista? Este ansia por la fisicidad de la cultura ¿tendrá algo que ver con el ansia por el contacto físico? ¿Necesitamos lo tangible después de tanta comilona digital? ¿Estamos precisados de abrazos culturalesfiúuuuuu Esto último es un intento de onomatopeya para representar el sonido que hace un vinilo cuando se raya por un golpe imprevisto en la aguja. Una distorsión, una disonancia. Como la de citar en el mismo post la cursilería de «abrazo cultural» junto al concepto de bibliobizarro.

Lo cierto es que hasta Netflix le está viendo las orejas al lobo. Lejanas, pero visibles, vacuna mediante. Las ganas acumuladas, reprimidas, confinadas (al menos por parte de los que cumplimos con las recomendaciones sanitarias) por salir de la estricta dieta digital que estamos llevando amenaza con provocar una caída de suscripciones. Y como decíamos en Teletrabajo, telebiblioteca: ahí deberían estar las bibliotecas: capitalizando ese deseo, esa necesidad.

 

 

El caso es que la liturgia del vinilo, el fetichismo de su diseño, todo aquello que los que vivieron los 80 (y décadas previas) reconocían como el placer del melómano, ha vuelto. Una reacción a la falta de respeto con que se consume la música. Pero como todo en este tiempo, este revival no está exento de postureo.

Según un estudio realizado en el Reino Unido, hace unos años: el 48% de las personas que compraban vinilos tenían tocadiscos pero no lo usaban; y el 7% ni siquiera tenía tocadiscos, ni pensaba adquirir uno. Sorprendente, ¿no? Bueno depende de cómo se mire, según el mismo estudio, las razones provienen del placer de disfrutar del diseño de los discos, de su valor como objetos bellos; y por otro lado, su simple afán de coleccionar.

 

 

Tras la muerte de Umberto Eco, circuló por las redes un vídeo en el que una cámara le seguía mientras recorría todo el piso que había consagrado a su biblioteca. Un placer para cualquier bibliófilo, y un sueño/pesadilla para cualquier bibliotecario que tuviera la suerte de recibir tan impresionante legado en donación. ¿Se habría leído todos los libros que atesoraba en su biblioteca el gran Eco? En su caso, nadie se atrevería a hablar de postureo, dada su talla intelectual. Pero, ¿cuánto de fetichismo habría en ese coleccionar libros y libros sabiendo que, probablemente, no llegaría a leérselos todos?

Un libro, por miles que se tengan, siempre es susceptible de ser leído: un disco sin tocadiscos, es un absurdo. Pero siempre se puede interpretar como algo positivo, y sobre todo, muy humano.

 

 

Es la añoranza por un cierto ritual, por alguna forma de liturgia (comprar el disco, desprecintarlo, colocarlo con cuidado en el plato, coger la aguja, ponerla en el surco, y escuchar las primeras notas mientras se contempla las fotos del interior, se leen las letras, y los más apasionados, hasta los créditos). Es, en cierto modo, una nostalgia de pequeñas ceremonias de las cuales, lo digital, nos ha ido privando. Y ahora, hasta los nacidos en un tiempo sin tocadiscos, añoran algo que no vivieron y compran vinilos.

Los datos sobre la cultura en pandemia son demoledores. Pero en medio del desastre, el libro ha mantenido el tipo más que honrosamente. Deseando estamos ver el Barómetro de Hábitos de Lectura y Compra de Libros del 2020. Va a resultar de lo más jugoso. De hecho, cuando se convierta en trending topic, deberíamos exigir que a las bibliotecas se les reconozca de, una vez, el papel decisivo que han jugado en esos datos.

¿Se mantendrá la tendencia cuando se alcance la anhelada inmunidad de rebaño? Como dicen los metereólogos a cuenta de Filomena: no hay precedentes. Pero los datos apuntan muy, muy prometedores. Y además, por parte de los David del mundo del libro. Según la información que proporcionan las librerías reunidas en la plataforma Todostuslibros.com: la adquisición de libros en papel en librerías le planta cara al Goliat de Amazon. Los datos pintan halagüeños.

¿Será un efecto rebote pospandémico? ¿En el fondo somos conservadores a la hora de consumir música (y por eso añoramos los vinilos), y a la hora de leer? No, simplemente es que los cambios, pese a lo vertiginosos que puedan parecer, no son tan fulminantes como algunos predicen. Algo negativo en según qué casos; pero en cambio, positivo cuando hablamos de cultura.

Según relataba Bob Stanley, en su estupendo ensayo Yeah, yeah, yeah, la historia del pop modernoEn 1978, como reacción al éxito que tenía la música disco en las listas de éxitos, medios como la revista Rolling Stone (guardiana de las esencias del rock) anunciaba en sus páginas camisetas con frases como «Muerte a la música disco«, «Mata a los Bee Gees«.

Ese mismo año,  en un estadio de beisbol, incluso se llegó a celebrar un «derby de demolición de la música disco«. Hordas guardianas de las esencias del rock contemplando la explosión de un contenedor con 10.000 discos mientras los espectadores gritaban: ¡El disco da asco!

Aquellos espectadores que, cual asaltantes del Capitolio musical del momento: defenestraban la música disco: entrarían en depresión al comprobar que, cuarenta años después, Future nostalgia de Dua Lipa, arrasa reivindicando ese género. Never say never again. Por eso recuperamos el hashtag #bibliobizarro en el primer post del 2021. Probablemente sea el adjetivo que mejor lo vaya a definir ahora que la RAE parece dispuesta a ampliarlo con el significado de extraño, extravagante.

 

Portada del disco Future Nostalgia de Dua Lipa. Tenía que suceder. La industria de la nostalgia lo ha llevado todo tan al extremo que los millennials añoran un futuro de aires retro.

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Vicente Funes, técnico especializado bibliotecas. Gestor de las redes sociales de Infobibliotecas. No dudes en contactar conmigo en: vfunes@infobibliotecas.com

Desguazando el 2020

 

Cada enero hemos hecho el repaso a lo más destacado del año que se va en este blog desmontando los doces meses recién cumplidos. El 2020 no ha sido cualquier año. Por eso no podíamos simplemente desmontarlo.

Directamente lo enviamos al desguace. Eso sí, antes dejamos aquí seleccionadas algunas de las piezas que merece la pena recordar. Son las frases, reflexiones, noticias que nos definen durante estos doce meses. Un diario al que merecerá la pena volver en el futuro para constatar cuáles de los cambios que vaticinábamos en este maldito 2020 terminaron definiendo nuestro presente.

«Estamos saturados, sobreestimulados, casi anestesiados ante tanto reclamo. Y esto lleva a que muchas veces, salvo los egos insaciables de reconocimiento, muchas voces interesantes opten por la discreción.» En Hiperestimulados, anestesiados, manipulados.

 

«La ciudadanía se ha convertido en rehén de la clase política. Una clase política salvamemizada (por el Sálvame) pero sin deluxe. Cada semana hay una nueva representación a cual más vacía y carente de sentidoEn Cordón sanitario para bibliotecarios

 

 

«sin el apoyo del organismo superior competente, toda campaña de marketing de una biblioteca para vender sus servicios choca con un techo de cristal […] en ninguna de las numerosas campañas que el Ministerio de Cultura ha hecho contra la piratería se ha mencionado a las bibliotecas.» En Se vende biblioteca

 

«Poner en práctica el unboxing cada vez que llega un pedido a la biblioteca. Grabarse abriendo las cajas, comentando las novedades aprovechando para ‘venderlas’ a potenciales usuarios, y compartiéndolos bien en Youtube o en los stories de Instagram o Facebook.» En Unboxing bibliotecario.

 

«¿de qué estrella o celebridad nos gustaría ser bibliotecarios personales?, ¿a quién querríamos ordenarle los libros, catalogárselos, clasificárselos..?» En Nunca fuimos a la Luna pero alcanzamos las estrellas.

 

«¿cómo de beneficioso seria un programa de Jordi Évole dedicado a desgranar la labor social que las bibliotecas están desarrollando en nuestro país: que tan escaso eco tiene en los medios?» En La biblioteca como trama.

 

«Las plataformas como eBiblio y eFilm, las bibliotecas digitales, y por supuesto, las redes sociales: se han convertido en los alféizares en los que se apoyan las bibliotecas para seguir ofreciéndose a sus usuarios.» En Bibliotecas en los balcones.

 

«La profesión bibliotecaria tiene la suerte de poder ser cobaya de los medicamentos que prescribe, Leer, ver y escuchar: puede que no contabilicen como horas fichadas. Pero la curiosidad intelectual siempre computa en la cuenta de resultados de una biblioteca.» En Autocorrector bibliotecario.

 

«De hecho, las bibliotecas, han seguido siendo vías de transmisión de dinero público hacia el sector de la cultura en medio de esta pandemia.» En Deux machina bibliotecario.

 

«¿Bajo qué condiciones es posible producir y, sobre todo, difundir la lectura en voz alta de una obra protegida por derechos de autor? La solución no da mucho margen: conseguir la autorización expresa de los autores, y sobre todo, de los editores.» En Derechos de autor en confinamiento.

 

«si la biblioteca fuera Kate Winslet, en Titanic (1997), y Leonardo DiCaprio representara a los estudiantes: no dejaría que Leo se ahogase, le dejaría subir a la tabla: pero antes se aseguraría de que lo prioritario está a salvo» En Vindicación de lo bibliotecario en tiempos posCovid.

 

«Pese a la creciente presencia de secciones dedicadas a los cómics en las bibliotecas: las comictecas sigue siendo rara avis si hacemos un recorrido global por el orbe bibliotecario En El mundo en una viñeta (comictecas around the world).

 

 

«Si los bares han conseguido permiso para ocupar más espacio urbano y poder sostener sus negocios: ¿por qué las bibliotecas no va a hacer lo mismo?» En Formatos emergentes para bibliotecas convalecientes.

 

«Se trata de situar a las bibliotecas, como centros culturales y sociales, al mismo nivel que el resto de industrias culturales.» En Nómadas del conocimiento: bibliotecarios en busca de respuestas.

 

«si esta cultura histérica de la cancelación se agudiza o se agota de pescar siempre en los mismos caladeros: ¿cuánto tardarán en exigir que se ‘cancelen’ en las bibliotecas las obras de J.K. Rowling, las películas de Allen y Polanski o las de Pérez Reverte (diana favorita en nuestro país)?» En Biblioteca cancelada.

 

«Cuando esto pase. Porque pasará. Habrá que aprovechar el ansia de reunión-celebración-comunicación interpersonal que surgirá como un tsunami. Las bibliotecas deben prepararse para capitalizar ese deseo, esa necesidad.» En Teletrabajo, telebiblioteca.

 

«Puede que el Covid-19 juegue el papel que jugó el meteorito para los dinosaurios. Ahora falta saber si las bibliotecas serán como los pájaros, única especie superviviente que evolucionó desde los dinosaurios; o quedarán como el Tyrannosaurus Rex, muy impresionantes, pero fósiles». En PosBrexit, pospandemia, posbiblioteca.

 

 

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Esta Navidad, Mr. Scrooge somos todos

 

La programación habitual de la televisión generalista (término feo donde los haya, sin duda, promovido por las plataformas de streaming para hacer que pases por caja) por estas fechas unificaba generaciones. Mujercitas, Mary Poppins, ¡Qué bello es vivir! y, sin duda, alguna de las versiones del Cuento de Navidad de Charles Dickens. En este último caso, casi siempre en formato telefilm; porque la versión de 1951 ya solo la recuerdan los boomers. Televisión generalista y boomers: dos términos generacionales ideados para arcaizar los restos del siglo XX.

 

Jeff Benzos como el Tío Gilito creado por el dibujante Carl Barks para Disney como estereotipo del capitalismo.

 

Pero centrémonos un poco. Este año repetir de manera formularia los deseos de felicidad navideños sin mención a lo que hemos vivido, y estamos viviendo, en este 2020: se hace imposible. Esta Navidad todos somos Mr. Scrooge, el ávaro anciano protagonista del clásico de Dickens. No porque necesariamente seamos unos usureros egoístas, allá cada cual con sus circunstancias: sino porque, tal como le sucedía al viejo misántropo: nuestras Navidades pasadas parecen haber transcurrido casi en otras vidas.

Pero quien lleva años ganándose a pulso el título de nuevo Mr. Scrooge, de manera plena, es Jeff Benzos. Al menos desde perspectiva bibliotecaria.

En estas últimas semanas, bibliotecarios de todas las comunidades, no han despegado el auricular de sus orejas resolviendo dudas, reclamaciones e incidencias que se han planteado a raíz del cambio de la plataforma eBiblio. Como si de un fantasma del pasado reciente fuera: el asunto de la incompatibilidad del dispositivo Kindle con la plataforma ha resurgido en más de una ocasión. Es cambiar algo para que, cuestiones que se creían asumidas, resuciten como nuevas.

 

 

Mientras, en los Estados Unidos, las bibliotecas siguen batallando para no ser marginadas del mercado de los libros electrónicos. Las declaraciones del director de la biblioteca del condado de St. Mary en Maryland, Michael Blackwell, resumen bien el espíritu con el que los bibliotecarios estadounidenses se plantean dar batalla frente a las prácticas monopolistas de gigantes como Amazon:

“No debería necesitar una tarjeta de crédito para ser un ciudadano informado. Es esencial que los libros sigan siendo una fuente de información y que estos libros se descubran democráticamente en las bibliotecas ”

La industria del libro debe seguir generando beneficios; pero esa obviedad no se contradice con que las bibliotecas puedan poner al alcance de todos los libros digitales. El grupo de defensa ciudadana especializado en tecnología, Fight for the Future, ha conseguido 15.600 firmas para que se entablen acciones legales contra la negativa de vender a bibliotecas.

Que la pandemia ha incrementado el poder de Amazon sobre el orbe entero es notorio. Más allá de las cuentas de resultados que los medios airean de vez en cuando: sobre todo por las resistencias que desde diversos ámbitos le surgen al gigante comercial.

 

Imagen de la campaña promovida por el gobierno de la Región de Murcia bajo el lema ‘Devolvamos la sonrisa al comercio’. Una campaña en la que la indirecta a Amazon no puede ser más directa. ¿Apropiacionismo del logo?

 

Si en una licencia literaria le concediéramos personalidad, más allá de la jurídica, a Amazon: el fantasma de las Navidades pasadas le mostraría ciudades llenas de vida, de comunidad, de relaciones humanas; gracias al pequeño comercio. El fantasma de las Navidades presentes le enseñaría cómo tenderos, libreros, artesanos, creadores o bibliotecarios: se organizan para librar batallas por su supervivencia.

Es el caso de la plataforma para comercio digital de los libreros independientes estadounidenses Bookshop.org; o plataformas como la catalana la Zona, impulsada por la cooperativa de economía social catalana Opcions, que aspira a favorecer el comercio local, ecológico y sostenible. O políticos, como los franceses, que optan por combatir abiertamente al gigante con declaraciones como las de la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, alentando a sus conciudadanos a que no compren en Amazon.

La última barricada levantada a la expansión salvaje de Amazon ha unido a libreros con Correos. Según informa ‘El País‘, el Ministerio de Cultural ha llegado a un acuerdo con Correos para rebajar el precio que pagan los clientes de las librerías por el envío de libros a domicilio.

 

El ensayo de Carrión se ha convertido en el manifiesto definitivo de la resistencia contra el gigante comercial

La resistencia al gigante amazónico se está organizando, cada vez más, para evitar que la visita del fantasma dickensiano de las Navidades futuras nos muestre un panorama de infinitas colmenas habitadas por laboriosos consumidores aislados.

Sin otros espacios urbanos que no sean los de tránsito. Ciudadanos sin otra ciudadanía que la del consumo: empobreciéndose, unos a otros, al gastar los rendimientos de su trabajo en aras de un ente lejano y omnipotente que lo domina todo.

Pero puede que el fantasma de esas Navidades futuras haya visitado anticipadamente a Benzos.

Un portavoz de su compañía aseguraba recientemente estar en negociaciones con la Biblioteca Pública Digital de América. Según sus palabras: «Creemos que las bibliotecas tienen un propósito vital para las comunidades de todo el país y nuestra prioridad es hacer que  los libros de Amazon Publishing estén disponibles de una manera que garantice un modelo viable para los autores«. ¿Se concretarán estas palabras en acuerdos concretos en el 2021? Algo más para sumar a los buenos propósitos de año nuevo.

Y para cerrar nos quedamos con una franquicia con tintes de multinacional: Star wars. El éxito de la serie The Mandalorian ha inspirado a la ALA (American Library Association) para un cartel en el que el personaje de Baby Yoda invita a la lectura. Tal vez el gigante de Jeff Benzos podía tomar nota. El combo multinacional Disney-LucasFilm, que está detrás de este spin off de Star Wars: ha cedido los derechos para que la ALA pudiera convertir al pequeño Yoda en aliado de la lectura.

 

 

Un ejemplo de que el futuro tiene que basarse en alianzas y colaboraciones más que en estrategias comerciales abusivas. Precisamente, ficciones como Star wars, promueven la resistencia ante los abusos imperialistas en sus argumentos. Lo coherente sería llevar esos principios a la práctica por parte de los imperios que realmente dominan la galaxia. Que nadie olvide que antes de Amazon, Netflix, Disney o HBO: las bibliotecas estaban dando cabida a todos sin dejar por el camino a nadie.

Dicho lo cual solo nos queda concluir este cuento de Navidad peculiar deseando, desde Infobibliotecas, unas ¡¡Felices fiestas y un 2021 lleno de cultura!!

 

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PosBrexit, pospandemia, posbiblioteca

En todos los obituarios a raiz del fallecimiento de John Le Carre se ha resaltado su perfil de analista literario del panorama geopolítico resultante de la II Guerra Mundial. Le Carre creó escuela para bien: por sus mejores novelas; y para menos bien, por la cantidad de best sellers baratos que intentaban copiarlo en los quioscos de aeropuertos.

 

John Le Carre en su biblioteca en Cornwall. Fotografía de Emily Whitfield-Wicks.

 

Hemos quedado huérfanos de un cronista para un futuro tablero mundial posBrexit, pospandémico (ojalá); posTrump (¿o será solo un impasse?); y tal vez ¿posbiblioteca? Según el político conservador inglés Mike Bird la necesidad de las bibliotecas tras la pandemia es un asunto a abordar. Bird, concejal en la ciudad inglesa de Wallsall, plantea una pregunta de una lógica aplastante (según su lógica) como respuesta a la pregunta sobre la reapertura de las bibliotecas en su ciudad:

«Estamos revisando la situación en este momento […] estamos considerando un enfoque por fases. Creo firmemente que si no hemos usado algo durante los últimos cuatro o cinco meses, ¿realmente lo necesitamos?»

Si WordPress permitiera añadir efectos sonoros a las palabras, esta última pregunta al aire del concejal inglés: la habríamos recargado bien de ecos y reverberaciones. ¿De cuántos servicios, espacios y comercios hemos podido prescindir, forzosamente, durante los últimos cuatro o cinco meses? ¿Cuántos años ha existido la población de Wallsall ‘sin necesitar’ las gestiones de este concejal?

Pero más allá de la duda que Bird ha querido sugerir, como quien no quiere la cosa, a sus conciudadanos, lo cierto, es que tras esta crisis sanitaria mundial los hábitos de la población condicionarán la supervivencia o adaptación en los más diversos ámbitos. Puede que el Covid-19 juegue el papel que jugó el meteorito para los dinosaurios. Ahora falta saber si las bibliotecas serán como los pájaros, única especie superviviente que evolucionó desde los dinosaurios; o quedarán como el Tyrannosaurus Rex, muy impresionantes, pero fósiles.

 

La biblioteca central de Walsall en Reino Unido.

 

Como escribe la periodista Alison Flood en la crónica sobre Bird y las bibliotecas en ‘The Guardian‘:

«creo que quienes albergan sospechas de las bibliotecas generalmente buscan socavar la noción de un público bien educado y de pensamiento libre […] Aquellos que buscan socavar las bibliotecas buscan socavar nuestras libertades intelectuales»

Pero Bird (pájaro en inglés como los supervivientes de los dinosaurios) también fue noticia reciente por las quejas de la comunidad mulsulmana de la ciudad. El abusivo control que, según los líderes de dicha comunidad, ejerce el concejal sobre los funerales celebrados en la mezquita municipal. La sombra de la islamofobia del político proBrexit planea sobre la noticia.

El protagonismo indiscutible del virus ha opacado cualquier otra amenaza de las que alimentaban las crónicas de los medios occidentales. El terrorismo yihadista ha emergido exigiendo su cuota de atención a través de los atentados en los últimos meses en Francia o Austria; pero también lo hizo a principios del 2020 en Londres; o lo hace ahora en Nigeria. No olvidemos que el terrorismo yihadista golpea con más fuerza, pero menos eco mediático, más allá de Occidente.

 

En 2014 se sentenció a Mudhar Hussein Almalki, conocido como el Bibliotecario de Al Qaeda, que difundía a través de internet material de exaltación del terrorismo yihadista y manuales.

 

Y mientras en la cuna de las bibliotecas públicas se cuestiona su necesidad para el futuro: en el autodenominado Estado Islámico cuidan con mimo la suya. Gracias a un reportaje de la BBC sabemos de la existencia de la Caliphate Cache: la biblioteca del terrorismo yihadista. Expertos del londinense Instituto de Diálogo Estratégico, nombre que agrupa a investigadores especializados en estudiar la progresión de los extremismos: detectaron a raiz de la muerte del líder del Estado Islámico, El Abu Baku al-Baghdadi, la existencia de una gran biblioteca oculta entre los callejones más sombríos de la red.

 

Según las investigaciones del Instituto de Diálogo Estratégico la biblioteca Caliphato Caché habría recurrido al hackeo de cuentas de fans de estrellas como Justin Bieber para propagar sus mensajes terroristas.

 

Consistiría en una biblioteca digital con más de 90.000 documentos y con más de 10.000 visitantes mensuales que repone continuamente material extremista en la red. Su erradicación se hace tarea harto dificil puesto que no almacena sus datos en una única ubicación.

Se trata de la compilación más completa sobre los diferentes atentados terroristas que el yihadismo se ha adjudicado; con recomendaciones e indicaciones prácticas para planificar y ejecutar acciones criminales. Redes sociales y bots se convierten en aliados para la propagación del material de esta biblioteca Caliphate Cache.

En Creative Commons bibliotecarios repasábamos algunos de los «préstamos» que del concepto biblioteca se han hecho desde lo más diversos ámbitos. Un apropiacionismo , como gusta decir ahora, que han practicado desde grandes superficies comerciales a clubes de striptease pasando por armerías.

La idea de biblioteca no algo bueno per se. Si bien sus orígenes fueron de lo más nobles, al menos si seguimos el desarrollo de los acontecimientos que nos hace Irene Vallejo en su delicioso El infinito en un junco: como todo invento humano está sujeto al uso que se le da.

Las bibliotecas nacieron en Oriente para evolucionar como instituciones al servicio de toda la sociedad en Occidente. La tensión entre Oriente y Occidente vertebra la historia de nuestras civilizaciones. Por eso resultan tan peligrosas las voces que, desde los países que se dicen democráticos, azuzan la desaparición de las bibliotecas. Mientras que sus enemigos explotan la utilidad del concepto para organizarse y atacarles.

Cuando nuestros enemigos se valen de nuestros conceptos, de nuestras ideas para anularnos: es momento de recuperar su razón de ser originaria y adaptarlas. Que la idea de posbiblioteca sea el siguiente paso evolutivo y no el epitafio de estas instituciones seculares. Como el paso evolutivo de los pájaros lo fue respecto a los dinosaurios.

 

De los dinosaurios a los pájaros. Ilustración de Davide Bonadonna.

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